Jesús predice la destrucción del templo de Jerusalén, un lugar que se había convertido en símbolo de división. Para Jesús, lo verdaderamente absoluto son Dios y las personas, no las instituciones o tradiciones vacías. A pesar de los sufrimientos que puedan venir, Jesús asegura la victoria final a aquellos que permanezcan firmes en su fe y den testimonio de él.