Este cuento narra la historia de un padre que lleva a su hijo al mercado para enseñarle a no dejarse influenciar por las opiniones de los demás. En el camino, se encuentran con varios grupos que critican la forma en que viajan y el hijo cambia de opinión cada vez. Al final, el padre le enseña que no se puede complacer a todos y deben seguir su propia conciencia.

1. EL BUEN HOMBRE Y SU HIJO
Un buen hombre labrador tenía un hijo mozo muy inteligente. El padre, fatigado por los
achaques de la edad, deseaba traspasarle el gobierno de su negocio. Pero no osaba hacerlo,
porque el chico, que desconfiaba de sus propias posibilidades, se dejaba convencer, sin
embargo, por el consejo del último con quién hablaba.
Queriendo que el mozo aprendiera a guiarse por su propia idea y no fuera juguete de las
opiniones de los demás, un día de mercado en una villa cercana, el buen hombre decidió ir
allá en compañía de su hijo con el pretexto de adquirir varias cosas que le faltaban.
Se pusieron en camino, llevando con ellos un borriquillo para cargar lo comprado. Al poco
tiempo, se cruzaron con un grupo de labradores que regresaban ya de la villa. Se saludaron
y en cuanto hubieron pasado, el buen hombre le dijo a su hijo:
-Párate un momento y escucha lo que van hablando.
Los caminantes decían, entre risas y bromas:
-¡Vaya par de tontos! Los dos a pie y el burro sin carga.
-¿Qué te parece? –preguntó el buen hombre.
-Que dicen la verdad –respondió el mozo – ya que el borrico no va cargado, no hay razón
para que vayamos a pie los dos.
-Pues móntate tú en él –ordenó el padre.
Siguieron así un buen trecho, hasta que se cruzaron con un nuevo grupo de viajeros. Se
saludaron y en cuanto hubieron pasado, el buen hombre le dijo a su hijo:
-Párate un momento y escucha lo que van hablando.
Los caminantes decían:
-¡Jamás se vio tal! El cansado anciano a pie y el mozo fuerte a caballo.
-¿Qué te parece? –preguntó el buen hombre.
-Que tienen razón –respondió el mozo.
-Pues apéate tú, que iré yo en el asno.
Así lo hicieron y de aquel modo siguieron caminando hasta que se encontraron con un
nuevo grupo de aldeanos. Se saludaron y en cuanto hubieron pasado, el buen hombre le
dijo a su hijo:
-Párate un momento y escucha lo que van hablando.
Los labriegos decían:

2. -¿Habéis visto? El tierno mozuelo a pie y el hombre robusto, hecho a todas las fatigas del
mundo, a caballo.
-¿Qué te parece? –preguntó el buen hombre.
-Que no van descaminados –respondió el mozo-, pues quien más ha vivido, está más
acostumbrado a toda clase de privaciones y trabajos.
-Pues monta detrás de mí.
El hijo lo hizo y siguieron así un buen espacio, hasta que tropezaron con un nuevo grupo
de campesinos. Se saludaron y en cuanto hubieron pasado, el buen hombre le dijo a su hijo:
-Paremos un momento y escuchemos lo que van hablando.
Los rústicos decían:
-¡Buen par de zánganos! Reventarán al borriquillo antes de acabar la jornada.
-¿Qué te parece? –preguntó el buen hombre.
Que no se equivocan –respondió el mozo-, pues tan débil es el asno que con nosotros dos
sobre los lomos, apenas puede dar un paso.
Paró entonces el buen hombre, volvió el rostro hacia atrás y dijo:
-Pues tú me dirás quién está en lo cierto y con qué consejo te quedas. Todos nos criticaron
y tú fuiste tomando sus opiniones por tuyas. ¿Crees qué podemos actuar a gusto de todos?
Hagamos el bien según nuestra conciencia y despreciamos las críticas de la gente.
Así que yo iré montado y tú andando, ya que me parece lo más justo. ¡Vámonos ya! ¡Arre,
burro!