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El chaplin de la Candelaria
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- 2. José Bestilleiro… El Chaplin de la Candelaria
- 3. 11 años en el murito amarillo El hombre solitario que vence las dificultades José Bestilleiro, el malabarista de la avenida Urdaneta, abre las puertas de su casa y de su corazón para mostrar qué lo hace feliz A los 25 años de edad, José Bestilleiro migró a Venezuela en búsqueda de una nueva forma de vida. Es oriundo de La Coruña, España. En Europa la situación era compleja. No había empleo y era muy duro el trabajo en el campo. Parte de sus compatriotas también lo hicieron, unos hacia este país y otros a Argentina. Ahora tiene 80 años. Todos los días, fiel a la hora, a partir de las tres y media de la tarde, se para en un murito amarillo, entre las dos vías, en la avenida Urdaneta, esquina de Candilito, a jugar el hula hula. Lo aprendió después de trabajar 45 años en las bombas de gasolina de la avenida El Rosal y de El Cuño. Allí en ese espacio tan mínimo, utiliza dos hulas en un solo pie. Ya son once años cumpliendo la tarea de distraer a la gente que transita por la avenida. También tira un hula con fuerza, cuando el semáforo detiene a los carros, hacia el rayado peatonal, y se regresa nuevamente a sus manos. Le encanta que lo entrevisten, pide que le hagan fotos y después que se baja, al cumplir sus horas de trabajo, ofrece la entrevista. Suelta las carcajadas con tanta facilidad. Se siente cómodo y colabora con periodistas, estudiantes de comunicación social y con los fotógrafos que quieren hacerle fotos. Su personaje tiene una marca que no pasa desapercibida, el dice que del lado que tiene bigote, no tiene patilla y viceversa. Durante su estadía de 11 años jugando en la avenida Urdaneta, ha evitado accidentes, en una oportunidad a una señora casi se la lleva una moto y el gritó para que se detuviera, en otra ocasión un carro se detuvo en el paso peatonal, retrocedió y se llevo a otra señora a lo que José sirvió como testigo ante las autoridades. Hace unos años enviudó. Tiene una hija, un yerno portugués y tres nietos. Ella le hace y le manda la comida. Él le paga por esa comida. Su familia dice que pararse allí en la esquina es de pobres. El simplemente no les hace caso. Si su esposa viviera seguramente lo apoyaría. Después de cumplir sus horas de juego, asiste a una iglesia evangélica que se encuentra por el edificio Imperial. Allí se siente a gusto. No hay misa pero sí cantan, bailan, predican, hacen oraciones por él y por todos. Goza un puyero. Seguidamente pasa por la cena que su hija le guarda. El vuelve a pagar. Come y sube a su casa a ver televisión, a leer la biblia y a dormir. Vive en el edificio Deriyak. Desde la panadería San Bernardino se le puede gritar su nombre: ¡José, José! Y él baja a abrir la puerta. Vive en el segundo piso y por eso escucha. Es puntual y cumple con su palabra. Pero también está enfermo. Le fallan los pulmones, tiene dolores musculares y un quiste en la nuca. Para aliviar el dolor en las piernas se levanta a las tres de la mañana y camina por los pasillos. Por eso sus vecinos lo miran con desdén y desaprobación. Para drenar el quiste, usa una pinza para apretarlo y con un destornillador se da puntadas. Aún así se le ve feliz. No tiene cocina, ni nevera, ni lavadora, ni un baño limpio. Pero sí tiene una cuerda de saltar, cuatro hula hula y donde llegar todas las noches. Duerme en pésimas condiciones. Y con todo eso, muestra con orgullo su casa. También los reportajes, las fotos que le han hecho diferentes diarios y los billetes falsos que le ha dado la gente. Los tiene como un trofeo. Cuidaditos. En su vida no todo es felicidad. Es un hombre solitario que vence las dificultades. Se siente optimo y en buenas condiciones.
- 24. ¡Muchas Gracias!