Este documento resume la novela Rabos de lagartija del autor Juan Marsé. En 3 oraciones: 1) La novela Rabos de lagartija del autor español Juan Marsé se desarrolla en Barcelona y sigue a un joven llamado David que puede oír voces del pasado, presente y futuro. 2) La historia explora temas como la memoria, la rebelión, el amor y el odio a través de los ojos de David y de una pelirroja embarazada que sobrevolaba la historia. 3) Rabos de lagart

1. A D E M Á S ...
Rabos de lagartija
Juan Marsé
Lunes, 01 de Mayo de 2000 Actualizado a las 13:48
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El impagable vuelo del talento de
Juan Marsé
ROSA REGÁS
BARCELONA.­
Desde muy joven, Juan Marsé quería ser
novelista a tiempo completo. Y el destino,
que a veces nos juega malas pasadas, fue
benevolente con él y se lo concedió. Hoy dedica su tiempo a escribir
novelas. De vez en cuando escribe en algún periódico e incluso lo
encontramos presentando un libro o hablando de un autor. Pero nunca
aparece en televisión ni casi en actos públicos, no da opiniones sobre la
actualidad y es parco en sus respuestas a los periodistas, excepto
cuando publica una nueva novela.
A veces, si un acontecimiento o un personaje le produce aversión, sale
de su mutismo y se ensaña con ellos en breves pero lacerantes y
precisas palabras cargadas de sarcasmo. Pero casi siempre permanece
en la sombra, porque vive en un mundo recóndito, socialmente
limitado, imaginativamente movido, donde no cuentan el halago ni el
ataque y se nutre del placer de la conversación, la amistad, la buena
mesa, la lectura.
A finales de los años 50, Juan Marsé era un muchacho de pelo rizado y
espeso, ojos oscuros y la misma sonrisa tímida y socarrona de hoy.
Trabajaba como operario en un taller de joyería y había entregado el
original de su primera novela a la Editorial Seix Barral, que le parecía
la más progresista, la más antifranquista, la que sentía más cercana. A
Carlos Barral le gustó y, en 1961, apareció Encerrados con un solo
juguete, un espléndido y sórdido retrato de un estamento social a
finales de los 40, donde un grupo de jóvenes de un barrio de Barcelona
viven en una atmósfera enrarecida sin fuerzas para cambiar ni
imaginación para intentarlo. Así fue como entró en contacto con esa
generación de escritores que atraían a su alrededor toda una corriente
de artistas que desde entonces fueron sus amigos.
En 1961 decidió ir a París y, con una carta de Barral, se presentó a
Jacques Monod, jefe de Biología Celular del Instituto Pasteur, por si
podía darle un trabajo. Juan todavía se ríe al recordar cómo el futuro
Nobel, que le había paseado por todo el edificio, lo presentó a una
brigada de mujeres de la limpieza: «Mesdames», dijo
ceremoniosamente, «je vous présente le candidat à garçon de
laboratoire». Y en garçon de laboratoire se convirtió mientras escribía
su segunda novela, Esta cara de la luna, que hoy no quiere reeditar
porque dice que la escribió con precipitación, lo cual, añade, no debe
hacerse nunca.
En 1965 ganó el Premio Biblioteca Breve con Ultimas tardes con Teresa,
una historia de amor y enfrentamiento entre una niña burguesa ­todas
habríamos querido inspirar el personaje de Teresa­ y el Pijoaparte, un
golfo de barrio atractivo y desalmado, que conquistaron un público
mucho más numeroso. El éxito y las numerosas traducciones
confirmaron el diagnóstico de Barral: Juan Marsé era el más original y
certero de los novelistas del momento.
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2.
En 1970 vino la ratificación de la consagración, porque La oscura
historia de la prima Montse, escrita a golpes de coraje y belleza
literaria, ataca con los puños, como un boxeador ciego de ira, el tema
de la confusión emocional que la caridad supone para la prima Montse,
y deja al descubierto la falsedad y la criminalidad que encubren ciertas
actitudes liberales.
Hasta aquí, Marsé había trampeado a los censores, cediendo párrafos ­
o cambiando «sobaco» por «axila­ para satisfacer su mojigata estética.
Pero cuando en 1973 llegó Si te dicen que caí, con el iconoclasta título
sacado del himno Cara al sol que le había sugerido Jaime Gil, estaba
claro que no se podría publicar en España. Por esto la presentó al
Premio México de novela. China Biosca, una chica espigada e inteligente
que trabajaba en Editorial La Gaya Ciencia, hizo las copias y de paso
tejió para Juan una bufanda con los colores de la República, que le dio
suerte: ganó el premio y Novaro la publicó.
Vinieron después Confidencias de un chorizo en 1977, La muchacha de
las bragas de oro en 1978, Un día volveré en 1982, Ronda del Guinardó
en 1984, Río Lobo en 1985, Teniente Bravo en 1987 y El amante bilingüe
en 1990, moviéndose los personajes en ese barrio desangelado y
suburbial de Barcelona, el mundo de ficción de Juan Marsé: el Carmelo
y la parte superior de Gracia durante la posguerra, con los telones de
fondo de la represión y el estraperlo, pero también los de la guerra
mundial, los miserables derrotados, los siniestros vencedores de barrio,
los niños, siempre los niños y los militares y policías que pululaban por
sus calles. Un mundo en que los pobres no mienten como los ricos y
vencedores para su provecho, sino para huir de su descalabro y crear
un espacio en la imaginación que acaba siendo, a veces y a ratos, tan
real como la misma y sórdida realidad.
Así, llegamos en 1993 a El embrujo de Shangai, una novela de prosa
fluida y precisa donde la fantasía juega a todas horas con la realidad en
un crescendo de acciones y emociones que va desvelando la verdadera
naturaleza de unos hechos, tan escuetos, destartalados y vulnerables
como los mismos personajes. Una extraordinaria novela en la que,
estábamos convencidos sus lectores, Juan Marsé había alcanzado la
cumbre.
Pero Rabos de lagartija, la novela de Marsé que acaba de aparecer, es
un paso más en la sintonía literaria de voces, en la creación de
personajes, en la expresión de ideas y emociones, un paso más en su
ya extraordinaria calidad estilística y en la rotundidad y coherencia de
su mundo de ficción.
Si en El embrujo de Shangai nos debatíamos entre la realidad y la
fantasía, en Rabos de lagartija el diálogo, la acción y las relaciones se
establecen entre todo lo que luce bajo la capa del sol, sea del mundo
real o del de la fantasía, del futuro igual que del presente y del pasado.
Nos habla el torrente con su voz arcana, cuando las aguas limpias
bajaban en cascadas como un río puesto de pie y se llevaban, como el
tiempo y la memoria, todo lo que alguna vez existió en su cauce. Nos
hablan la vida y la muerte, también los muertos tienen su propia voz, y
los ausentes, y los perseguidos, y los idos. Nos habla el futuro que se
anticipa con la fuerza del presente y el pasado que se actualiza para
ratificar la memoria. Nos hablan las premoniciones, no como profecías
sino como visiones del lógico devenir de los acontecimientos.
La fabulación sobre lo cotidiano, la miseria, los anhelos, el amor y el
odio, el desprecio, el rencor y la rebelión tienen también sus voces
reales en los oídos de David, un muchacho que tiene el don de entender
el lenguaje de la trascendencia, de lo que fue y de lo que aún no ha
sido, del dolor propio y del ajeno, de la complicidad, la derrota y la
rebeldía, convertidos todos en alaridos que cantan en sus oídos. Y
sobrevolando la historia, la bella pelirroja de cabellos ensortijados,
embarazada, con la seducción que se desparrama como un perfume en
las páginas del libro, y un hijo en sus entrañas que controla los hechos
y las memorias, el que los conoce en toda su amplitud porque ha sido
testigo invisible de todo cuanto acontece, incluso en el corazón de los

3. <<< volver imprimir enviar
suyos. Condenado a nacer y a sobrevivir, será él quien antes de
irrumpir en el mundo nos cuente la historia, aunque le cueste hacerse
comprender.
Marsé nunca utiliza el hacha para la crítica feroz sino la ironía, a veces
la compasión, tal vez porque su extraordinario talento le dice cuán
inevitables son las actitudes menos encomiables. Reímos y lloramos y
sonreímos y nos horrorizamos y nos emocionamos con esta nueva
novela cuajada de poesía, de pasión, de sarcasmo y ­por encima de
todo­ de esa luz ácida pero benevolente que ilumina toda su obra. Juan
Marsé ha sido capaz de sorprendernos una vez más por la belleza y
originalidad de sus Rabos de lagartija, un destello de ese prisma de
infinitas caras donde los novelistas dotados extraen la inspiración con la
que contar su propia historia.
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