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El retorno de la geopolítica y sus razones
(Por Atilio A. Boron)
Una ojeada a las novedades editoriales producidas en el estudio de las relaciones
internacionales, -o si se quiere utilizar un lenguaje “políticamente incorrecto” pero más
diáfano y accesible: el imperialismo- revela la creciente presencia de obras y autores que
apelan a la problemática geopolítica. La súbita irrupción de esta temática nos mueve a
compartir una breve reflexión, y esto por dos razones. Primero, porque el tema, y la
palabra hacía tiempo que habían sido expulsadas, aparentemente para siempre, del
campo de los estudios internacionales y ahora están de vuelta. Proponemos la hipótesis,
en segundo lugar, de que su reincorporación no tiene nada de casual o accidental sino
que es un síntoma de un fenómeno que trasciende el plano de la teoría y la semiología:
la decadencia del imperio norteamericano.
En relación a lo primero digamos que el abandono de la perspectiva geopolítica no sólo
se verificó en las elaboraciones de los mandarines de la academia, lo cual no es motivo
alguno de preocupación, sino que también se hizo sentir en las obras de los pensadores
de la izquierda, lo cual sí era motivo de inquietud. Tanto era así, y tanto ha cambiado en
muy poco tiempo, que al terminar la redacción de mi libro América Latina en la
Geopolítica del Imperialismo, a mediados del 2012, y proceder a la última revisión del
texto antes de enviarlo a la imprenta creí necesario introducir un largo párrafo, que
reproduciré parcialmente a continuación, para responder a los muchos amigos y
camaradas que, sabedores de la problemática que estaba investigando me hicieron
conocer su sorpresa, y en algunos casos desacuerdos, por dirigir mi atención hacia un
tema, la geopolítica, asociada a los planteamientos de la derecha más reaccionaria y
racista. De ahí que en sintiera la necesidad de decir lo siguiente en las mismas páginas
iniciales del libro:
“Unas palabras, precisamente, sobre la problemática geopolítica. Se trata de una
cuestión que en general la izquierda ha demorado más de lo conveniente en estudiar por
una serie de razones que no podemos sino apenas enunciar aquí: concentración en el
examen de temas “nacionales”; visión economicista del sistema internacional y del
imperialismo; menosprecio de la geopolítica por la génesis reaccionaria de este
pensamiento y por la utilización que de ella hicieron las dictaduras militares
latinoamericanas de los años setenta y ochenta del siglo pasado. La generalización del
concepto y las teorías de la geopolítica se encuentra en la obra de un geógrafo y general
alemán, Karl Ernst Haushofer, quien propuso una visión fuertemente determinista de las
relaciones entre espacio y política, y la inevitabilidad de la lucha internacional entre los
diferentes Estados para asegurarse lo que, en un concepto de su autoría, calificó como
“espacio vital” (Lebensraum). El desprestigio de esa teorización se relaciona con el hecho
de que fue este concepto de Lebensraum el empleado por Hitler para justificar el
expansionismo alemán que a la postre culminó con la tragedia de la Segunda Guerra
Mundial. Haushofer tuvo como fuente de inspiración la obra de un geógrafo y político
británico, Halfor John Mackinder, quien en 1904 había escrito un muy influyente artículo
sobre “El pivote geográfico de la historia”.[1]
La visión de Mackinder sobre la Isla Mundial, su pivote y las regiones periféricas
En todo caso el nacimiento de esta perspectiva tuvo lugar en un momento histórico signado por el predominio de
las concepciones colonialistas, imperialistas y racistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Si hoy reaparece,
completamente resignificada en el pensamiento contestatario, es porque aporta una perspectiva imprescindible
para elaborar una visión crítica del capitalismo en una fase como la actual, signada por el carácter ya global de ese
modo de producción, su afiebrada depredación del medio ambiente y las prácticas salvajes de desposesión
territorial padecidas por los pueblos en las últimas décadas. No debería sorprendernos entonces que dos de los
principales pensadores de nuestro tiempo sean geógrafos marxistas: David Harvey y Milton Santos. Es que la
política y la lucha de clases, tanto en lo nacional como en lo internacional, no se desenvuelven en el plano de las
ideas o la retórica, sino sobre bases territoriales, y el entrelazamiento entre territorio (con los “bienes públicos o
comunes” que los caracterizan), proyectos imperialistas de explotación y desposesión y resistencias populares al
despojo requieren inevitablemente un tratamiento en donde el análisis de la geografía y el espacio se articulen con
la consideración de los factores económicos, sociales, políticos y militares. En tiempos como los actuales, en los que
la devastación capitalista del medio ambiente ha llegado a niveles desconocidos en la historia, una reflexión
sistemática sobre la geopolítica del imperialismo es más urgente y necesaria que nunca. Tal como lo recordara el
Comandante Fidel Castro en su profética intervención en la Cumbre de la Tierra –en Río de Janeiro, junio de 1992–,
‘una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus
condiciones naturales de vida: el hombre’.”
La visión de Spykman, y la centralidad del cerco sobre el pivote central
Creo que las razones por las cuales desde la izquierda tenemos que recuperar la problemática geopolítica -¡que sí
estaba presente, si bien expresadas con otro lenguaje, en el marxismo clásico!- son por demás convincentes. Pero,
¿a qué se debe que el pensamiento de la derecha haya hecho lo propio y que la obra de los intelectuales orgánicos
del imperio (Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger, para tan sólo nombrar a los de mayor gravitación) y de los
académicos del mainstream norteamericano deban recurrir cada vez con más frecuencia a consideraciones
geopolíticas en sus estudios e investigaciones? ¿Se trata de una superficial y efímera moda intelectual, para
reemplazar al ya difunto concepto de “globalización”, cuya muerte fue anunciada simultáneamente a su
advenimiento o hay algo más?
Efectivamente hay algo más. No es un tema de modas intelectuales o escolásticas, y esta es la segunda cuestión
que queríamos plantear. La reflexión geopolítica en el campo del pensamiento imperial es hija de una dolorosa
(para algunos) comprobación: el imperio norteamericano ha superado su cenit y ha comenzado a recorrer el
camino de su lento pero irreversible ocaso. Para los gobernantes y las clases dominantes de Estados Unidos de lo
que se trata entonces es de tomar los recaudos necesarios para evitar dos desenlaces inaceptables: (a) que el
crepúsculo imperial precipite una incontrolable reacción anárquica en cadena en el sistema internacional, en donde
un buen número de estados y una cantidad desconocida pero significativa de actores privados disponen de un
arsenal atómico capaz de eliminar de raíz toda forma de vida en el planeta y, (b), que producto de la irreversible
redistribución del poder mundial la seguridad nacional y el modo de vida de Estados Unidos puedan verse
irremediablemente menoscabados. Esta es la razón de fondo por la cual los estrategas militares estadounidenses
llevan más de diez años refiriéndose oblicuamente al tema y alertando, en sus escenarios bélicos prospectivos de
largo plazo, que ese país deberá estar preparado para librar guerras, en los más diversos rincones de este planeta,
durante los próximos veinte o treinta años. Doctrina de la “guerra infinita” cuyo objetivo no será acrecentar su
primacía mundial mediante la incorporación de nuevas áreas de influencia o control sino apenas preservar las ya
existentes, o evitar un catastrófico derrumbe de los parámetros geopolíticos globales.
El más reciente libro de Brzezinski
Estos pronósticos tardaron más de diez años en incorporarse a los análisis del mandarinato académico y de los
publicistas del imperio, profundamente enquistados en los grandes medios de comunicación. Pero ya no más. La
terca realidad les ha obligado a hablar de lo que hasta hace poco era impensable, cuando una pandilla de
reaccionarios nucleada en el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano fundado por Dick Cheney en 1997 se ilusionó
al creer que el mundo que aparecía ante sus ojos tras el derrumbe del Muro de Berlín y la implosión de la Unión
Soviética había llegado para quedarse, para siempre, en una típica reiteración de la incapacidad del pensamiento
burgués para comprender la historicidad de los fenómenos sociales.[2] Se trató de una ilusión infantil, así la juzgó
ese viejo lobo del imperio que es Zbigniew Brzezinski, que la realidad desbarató en pocos años. Los atentados del
11-S derrumbaron no sólo las Torres Gemelas sino también los tranquilizadores espejismos con los cuales se
entretenían los dizque expertos del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano. No es casual que en su más reciente
libro Brzezinski dedique unas sorpresivas páginas introductorias al tema de la declinante longevidad de los
imperios, y si bien no lo dice explícitamente está claro que para él, como para tantos otros, Estados Unidos es un
imperio. [3] Claro está que se trataría de un imperio de nuevo tipo, movido por el idealismo Wilsoniano, como lo
asegura Henry Kissinger en sus diversos escritos, idealismo que lo lleva a convertirse según esta autocomplaciente
visión, en un abanderado de las mejores causas de la humanidad: democracia, derechos humanos, libertad,
pluralismo, etcétera. En una palabra, el país a quien Dios presuntamente le habría encomendado la realización de
un “Destino Manifiesto” y en virtud del cual sembraría aquellos nobles valores e instituciones a lo largo y ancho del
planeta. Un razonamiento muy parecido había sido formulado por Henry Kissinger en un libro publicado en 1994 y
traducido al castellano al año siguiente: La Diplomacia. En él el ex Secretario de Estado de Richard Nixon advertía
sobre la precariedad de los ordenamientos internacionales al observar que “con cada siglo ha ido encogiéndose la
duración de los sistemas internacionales. El orden que surgió de la Paz de Westfalia duró 150 años … el del
Congreso de Viena se mantuvo durante 100 años … el de la Guerra Fría terminó después de 40 años.” Y concluye:
“Nunca antes los componentes del orden mundial, su capacidad de interactuar y sus objetivos han cambiado con
tanta rapidez, tanta profundidad o tan globalmente.”[4]
Dado todo lo anterior no sorprende la nota que días atrás publicara David Brooks en el New York Times y que fuera
reproducida en Buenos Aires por La Nación y, con seguridad, en otros diarios de América Latina y el Caribe. Brooks,
un hombre de clara persuasión conservadora, cita en su nota la opinión de Charles Hill, uno de los mayores
expertos del Departamento de Estado, ya retirado de su cargo, quien dice textualmente que: "La gran lección que
enseña la historia de la alta estrategia es que cuando un sistema internacional establecido entra en fase de
deterioro, muchos líderes actúan con indolencia y despreocupación, y felicitándose a sí mismos. Cuando los lobos
del mundo huelen esto, por supuesto que empiezan a moverse para sondear las ambigüedades del sistema que
envejece y así arrebatar de un tarascón los bocados más preciados.” Brooks refleja, con desazón, la literatura que
cada vez con mayor frecuencia examina el proceso de decadencia imperial, esa “fase de deterioro” a la que aludía
Hill, si bien no todos los autores se atreven a abandonar los eufemismos tranquilizadores. El último número de la
revista Foreign Affairs, el conservador órgano del establishment diplomático estadounidense, presenta un par de
artículos de dos de los mayores especialistas en el análisis de las relaciones internacionales y en los cuales, más allá
de sus diferencias, concuerdan en el hecho de que “la geopolítica está de vuelta”.[5] Y si lo está es precisamente
porque la correlación de fuerzas que en el plano internacional se cristalizara después de la Segunda Guerra Mundial
y, sobre todo, las fantasías que anunciaban el advenimiento de “un nuevo siglo americano” se derrumbaron
estrepitosamente. Ejemplos: Estados Unidos es derrotado inapelablemente (29 a 3) en una votación en la OEA que
pretendía decretar la intervención de ese organismo en la crisis que afecta a la República Bolivariana de Venezuela;
asiste impotente a la reincorporación de Crimea a Rusia, pese a que en una actitud insólita y provocativa su
Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos Euroasiáticos, Victoria Nuland, estuvo en la Plaza Maidan de Kiev
repartiendo panecillos y galletitas a las bandas de neonazis que luego tomarían por asalto los edificios
gubernamentales y constituirían un nuevo gobierno, mismo que fue rápidamente reconocido por las corruptas y
decrépitas democracias capitalistas; y sus bravuconadas y amenazas en contra de Siria se derrumbaron como un
castillo de naipes en cuanto Rusia -y de modo más cauteloso, China- le hicieron saber a Washington que no
permanecerían de brazos cruzados si la Casa Blanca lanzaba una nueva aventura bélica en la región. Cambios
inesperados, muy profundos y sucedidos en muy corto tiempo y que nos obligan a reflexionar sobre -y a actuar en-
una transición geopolítica global que difícilmente podrá llevarse a cabo de manera pacífica. Si atendemos a las
lecciones de la historia, todas las transiciones geopolíticas precedentes fueron violentas. Nada permite suponer
que hoy la historia será más benigna para nuestros contemporáneos, especialmente si se repara en la fenomenal
desproporción de recursos militares que retiene el centro imperial, superior a la de la totalidad de los demás países
del planeta.
[1] Mackinder (1861-1947) sostenía que en el planeta hay una “Isla Mundial” que es el sitio donde se concentran
las mayores riquezas naturales y que está conformada por la gran masa euroasiática y africana. Al interior de este
enorme espacio se recorta, según este autor, un pivote que se extiende desde el Volga hacia el Este, hasta el río
YangTse en la China, y desde los Himalayas hasta el Océano Ártico y Siberia. Quien controle ese pivote, sostiene
Mackinder, controlará la Isla Mundial y quien ejerza ese control podrá extenderlo a todo el mundo. Tiempo
después, el geopolítico norteamericano Nicholas Spykman (1893-1943) re-elaboró las concepciones de Mackinder y
acentuó la importancia del anillo de tierras y mares que rodean al pivote central. Si ese cerco es exitoso, asegura
Spykman, la potencia que lo consiga dominará Eurasia, y quien controle Eurasia regirá los destinos del mundo.
Zbigniew Brzezinski es el más encumbrado continuador de esta tradición que le asigna al pivote central de la masa
euroasiática un papel crucial en el dominio del planeta. La obsesión por cercar ese pivote con toda suerte de
alianzas político-militares alimentó la política exterior de los Estados Unidos desde el triunfo de la Revolución Rusa
en 1917 hasta nuestros días, como lo prueban los mapas utilizados por Brzezinski en su ya referida obra.
[2] Recordar que Cheney luego se convertiría, bajo la presidencia de George W. Bush, en Vicepresidente de los
Estados Unidos durante sus dos mandatos y uno de los personajes de mayor influencia en el proceso decisional de
la Casa Blanca, algo poco común si se recuerda el carácter eminentemente protocolar, casi decorativo, de los
vicepresidentes en la república imperial norteamericana.
[3] Puede consultarse este tema de la declinante longevidad de los imperios en Zbigniew Brzezinski, Strategic
Vision. America and the Crisis of Global Power(New York: Basic Books, 2012), pp. 21-26.
[4] Henry Kissinger, La Diplomacia (México: Fondo de Cultura Económica, 1995), p. 803.
[5] Ver John Ikenberry, “The Illusion of Geopolitics. The Enduring Power of the Liberal Order” y –Walter Russell
Mead, “The Return of Geopolitics. The Revenge of the Revisionist Powers”, ambos en Foreign Affairs, Mayo-Junio
de 2014.
FUENTE: http://www.atilioboron.com.ar/2014/05/el-retorno-de-la-geopolitica-y-sus_2.html
Sobre geopolítica, imperialismo y la herencia de Chávez
Los invito a ver una larga entrevista que días pasado me hiciera en Neuquén
Pablo Fernández, de Cartago Televisión, sobre los temas que se indican a
continuación:
Pueden verse en YouTube en los siguientes enlaces:
Primer bloque: Geopolítica e Imperialismo
http://www.youtube.com/watch?v=cR8zWBYRd1g
Segundo bloque: América Latina en la vanguardia de las luchas antiimperialistas
http://www.youtube.com/watch?v=ABNzeOZGZ-8
Tercer bloque y final: el legado de Chávez
http://www.youtube.com/watch?v=hJtehWjlJ30
FUENTE: http://www.atilioboron.com.ar/2013/04/sobre-geopolitica-imperialismo-y-la.html
RELACIONADO: http://www.atilioboron.com.ar/2013/10/america-latina-temas-urgentes-de-la.html
La coyuntura geopolítica de América Latina y el Caribe
en 2010
Por: Atilio Borón
Ponencia presentada en Casa de las Américas, 22-24 de Noviembre 2010
Auge o declinación del imperialismo norteamericano
Hablar de la coyuntura geopolítica de América Latina y el Caribe en el momento actual nos obliga a examinar, en
términos globales, la situación del imperio. Al iniciarse la década de los ochentas había ganado creciente
gravitación, no sólo en América Latina sino en buena parte del mundo, un discurso que anunciaba la decadencia del
imperialismo norteamericano. 1 Una serie de acontecimientos de significación histórico-universal, al decir de Hegel,
daban pie a tal predicción: en primer lugar, la catastrófica e ignominiosa derrota de Estados Unidos en Vietnam;
cuatro años más tarde, en 1979, el derrocamiento de las tiranías del Sha de Irán y de Somoza en Nicaragua,
privando al imperio de la inestimable colaboración de dos de sus principales gendarmes regionales en Medio
Oriente y Centro América respectivamente; años después, el derrumbe, siguiendo el tan temido “efecto dominó”
de los estrategas del Pentágono, de las dictaduras que Washington había promovido o instalado directamente en
América Latina y el Caribe y la impetuosa irrupción de una nueva ola democratizadora que encontró en esta parte
del mundo una de sus expresiones más acabadas. En el otro extremo del mundo, el lento inicio del irresistible
ascenso de China en el firmamento de la economía y la política mundiales le prestaba aún más verosimilitud a las
tesis decadentistas que, en la izquierda latinoamericana, lograron amplia repercusión a lo largo de toda la década.
No sólo la izquierda latinoamericana tomó nota y elaboró argumentos sobre esta situación: en el capitalismo
desarrollado proliferaron también teorizaciones de diverso tipo que pretendían dar cuenta de este lento pero
inexorable ocaso del imperialismo norteamericano. Dos contribuciones sumamente significativas de aquellos años
fueron los libros de Emmanuel Todd y del historiador Paul Kennedy y su teoría de la “sobre-expansión imperial”
(imperial overstretching).2
No obstante, más pronto que tarde las cosas habrían de cambiar. En la inauguración de la presidencia de Ronald
Reagan (1981-1989) algunos analistas vieron una primera tentativa de recomposición de la primacía imperial -
obsesionada por dejar atrás el ominoso legado del “síndrome de Vietnam”- sobre todo luego del inicio de una
brutal ofensiva militar en contra de la Unión Soviética -la “guerra de las Galaxias”- que obligó a este país a incurrir
en un gasto militar de fenomenales proporciones que, a la postre, acelerarían el catastrófico final del experimento
soviético. Pero no sería sino hasta finales de la década y comienzos de la siguiente cuando, caída del Muro de Berlín
(1989) e implosión de la Unión Soviética (1991) mediante, amén del triunfo en la Guerra del Golfo (Agosto 2 de
1990 - Febrero 28 de 1991), el discurso sobre la decadencia imperial habría de ser archivado. A partir de ese
momento se generalizó la tesis contraria: no sólo que no había ni hubo decadencia imperial -sino apenas un
momentáneo tropiezo- sino que, de hecho, el imperio se había “recargado” y aparecía en la escena universal con
renovados bríos. Algunos teóricos, como Charles Krauthammer, por ejemplo, construyeron laboriosos argumentos
para fundar su tesis sobre la permanencia del llamado “momento unipolar.” 3 Este nuevo humor social, que
permeaba los distintos estratos de la opinión pública mundial y que, por supuesto, prevalecía sin contrapesos en
los círculos dirigentes del capitalismo, atraería una pléyade de intelectuales y publicistas que conformarían este
estado de ánimo en una nueva y completa doctrina internacional. Hablamos de la obra de autores tales como
Thomas Friedman, Robert Kagan, Samuel P. Huntington y Francis Fukuyama, entre otros, quienes en el clima
optimista de los nuevos tiempos se dieron a proclamar a los cuatro vientos el carácter imperialista de los Estados
Unidos. Sólo que, a diferencia de los anteriores, el norteamericano es un imperialismo benévolo, moral y libertario,
que descarga sobre los hombros de la sociedad norteamericana la dura tarea de crear un mundo seguro para la
libertad, la democracia y, de paso, los mercados. No hace falta demasiada erudición para corroborar las simetrías
entre este razonamiento y el que expresara Sir Cecil J. Rhodes, en la Inglaterra victoriana, sobre la responsabilidad
del hombre blanco en llevar la civilización a las salvajes poblaciones del África negra e inculcándoles el amor por la
justicia, la democracia, la libertad y … la propiedad privada. Cabe anotar que esta visión idílica del imperio rebalsó
con creces el espacio ideológico de la derecha para penetrar profundamente en las interpretaciones de una cierta
izquierda manifiestamente incapaz de entender el significado de los nuevos tiempos. Un caso paradigmático de
este extravío lo ofrece la obra de Michael Hardt y Antonio Negri, en donde se desarrolla la curiosa tesis de un
“imperio sin imperialismo”. 4
Los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono, el 11 de Septiembre de 2001, pusieron abrupto fin a esta
ensoñación y el imperialismo reafirmó urbi et orbi su disposición a pelear con quien fuera necesario para preservar
sus privilegios. Los dichos de George Bush Jr. son bien elocuentes al respecto: “buscaremos a los terroristas en cada
rincón oscuro de la Tierra.” 5 El optimismo cedió su lugar a la crispación y a la furia, y a un inusitado proceso de
militarización cuyas funestas consecuencias no tardaron en tornarse claramente visibles de inmediato.
En la actualidad, y como fiel reflejo de los cambios registrados en la escena internacional, al finalizar la primera
década del siglo veintiuno ya son los grandes estrategas del imperio quienes plantean una visión “declinacionista”
del futuro norteamericano. Todos los documentos elaborados por el Pentágono, el Departamento de Estado y la
propia CIA sobre los escenarios futuros (en torno al 2020 o 2030) coinciden en señalar que Estados Unidos jamás
volverá a disfrutar de la supremacía que supo tener en la segunda mitad del siglo veinte y que ese tiempo ya se
acabó. Es más, en un informe especial elaborado por el Pentágono se dice que en los próximos años Washington
deberá prepararse para vivir en un mundo mucho más hostil y competitivo, con numerosos rivales y adversarios
que cuestionarán su predominio en todos los frentes y que, en consecuencia, las guerras serán una condición
permanente durante los próximos treinta o cuarenta años.6
Las razones de fondo que subyacen a este pronóstico son bien conocidas. Por una parte, la relativa pérdida de
gravitación económica de Estados Unidos por comparación a la que gozaba a la salida de la Segunda Guerra
Mundial. Si en ese momento su contribución al PIB mundial rondaba el 50 % en la actualidad es poco menos que la
mitad de esa proporción, y la tendencia es hacia la baja, suave pero hacia la baja. El país sufre, además, de los
“déficits gemelos” (fiscal y de balanza comercial) que han adquirido dimensiones extraordinarias. El dólar
norteamericano, a su vez, ha visto declinar significativamente su valor en los últimos años y de moneda de reserva
de valor que era se convirtió en una divisa cada vez más sostenida por sus propios rivales en la economía mundial,
como China, Japón, Corea del Sur y Rusia. Una economía, en suma, en donde los hogares, las empresas y el propio
estado se encuentran endeudados en grado extremo. Durante más de 30 años Estados Unidos vivió artificialmente
del ahorro y del crédito externo, consumiendo muy por encima de sus posibilidades reales y tanto uno como el otro
no son entidades infinitas e inagotables. El estado se endeudó al lanzar varias guerras sin subir los impuestos. No
sólo eso, reduciendo los impuestos a los ricos y las grandes corporaciones. Las familias también se endeudaron,
impulsadas por una infernal industria de la publicidad que promueve patrones de consumo no sólo irracionales sino
brutalmente agresivos con el medio ambiente. A mediados del 2007 un informe de la Reserva Federal de los
Estados Unidos advertía sobre el peligroso ascenso del endeudamiento de los hogares norteamericanos que había
pasado de ser equivalente al 58 % del ingreso de las familias en 1980 a 120 % en el 2006. Según un estudioso del
tema, Eric Toussaint, esa proporción siguió aumentando y hasta situarse, en la actualidad, en un 140 % del ingreso
anual de las familias. El mismo autor señala que si se suma la totalidad de la deuda norteamericana, es decir, la de
las familias, las empresas y el estado, se llega a un exorbitante 350 % del PIB de los Estados Unidos. Situación
insostenible que, finalmente, estalló a mediados del 2008 desencadenando una nueva crisis general en la cual
estamos inmersos. 7
El resultado de este descalabro económico del centro imperial es que, por primera vez en la historia, un país
situado en el vértice de la pirámide imperialista se convierte en el principal deudor del planeta. Tradicionalmente la
situación era la inversa: eso fue lo que ocurrió durante el largo reinado de Gran Bretaña en la economía mundial
(desde comienzos del siglo diecinueve hasta la Gran Depresión de 1929) y eso también aconteció durante un
tiempo en las primeras décadas de la hegemonía norteamericana, entre 1945 y comienzos de los setentas. Pero en
la actualidad la situación es completamente distinta y Estados Unidos ostenta la poco gloriosa condición de ser el
mayor deudor del mundo.
Un cambiante, y amenazante, escenario estratégico mundial
Lo anterior no podía dejar de tener profundas implicaciones políticas. Tal como lo aseguran numerosos
documentos oficiales, Estados Unidos se enfrenta ante un escenario internacional profundamente amenazante: la
situación en Medio Oriente parece deslizarse por un tobogán que culmina en el descontrol, y donde el
fundamentalismo islámico, alentado por la CIA para repeler la invasión soviética en Afganistán, ahora amenaza a las
monarquías petroleras pro-americanas de la región. Israel, a su vez, es el gendarme regional que actúa cada vez
con mayor autonomía sabiendo que dispone de suficientes mecanismos extorsivos como para garantizar el
incondicional apoyo de Washington a sus políticas sionistas. Sus provocaciones y sus desafiantes políticas racistas y
colonialistas han exacerbado sin cesar el polvorín del conflicto palestino-israelí, que bien podría finalizar
desencadenando un nuevo holocausto nuclear habida cuenta de la pertinaz ofensiva desatada en contra de Irán
por parte de la Casa Blanca y el gobierno sionista de Israel. Siete años de guerra en Irak no lograron estabilizar a
ese país y “normalizarlo” para extraer de él el precioso recurso petrolero en la cantidad deseada; por el contrario,
la ocupación norteamericana que finalizó con una ingloriosa “retirada sin victoria” de las tropas yankees ha
destruido el delicado equilibrio que mantenía a ese país unido y que, roto hoy de manera aparentemente
irreparable, se convierte en un factor de desestabilización de toda la región, incluido Turquía, dado el papel de la
minoría kurda en su territorio. Más hacia el este las aguas lejos de calmarse se agitan aún con más fuerza: sumido
en otra aventura militar en Afganistán, la presencia de sus tropas en el área ha movilizado fuertes sentimientos
anti-norteamericanos que también se expanden como un reguero de pólvora hacia su vecino Pakistán,
irresponsablemente dotado de un poderoso arsenal nuclear cedido por Washington a fin de contrabalancear el
programa atómico de la India, que la estúpida y crónica paranoia de la dirigencia de Estados Unidos atribuía a su
condición de “Proxy” soviético.
En el extremo oriente no mejora la situación política global de Estados Unidos: el insólito desafío de Corea del
Norte prosigue su curso sin que el imperio pueda interponer obstáculos con suficiente capacidad de disuasión.
China se encamina en pocos años más a ser la principal economía del mundo y, además, un formidable poder
militar pero de naturaleza eminentemente defensiva. Por su parte, Europa da muestras de una radical incapacidad
de conformar una unidad política que le permita constituirse como un actor político gravitante en la arena mundial.
Como no podía ser de otra manera, el impacto de todos estos cambios económicos y políticos tuvo una enorme
repercusión en América Latina y el Caribe. Veremos este tema en más detalle en la siguiente sección de este
trabajo. Por ahora bástenos con decir que el acontecimiento más significativo en este terreno ha sido la estrepitosa
derrota del ALCA en Mar del Plata, en Noviembre del 2005, en la medida en que se trataba del proyecto estratégico
más importante del imperio desde la formulación e implementación de la Doctrina Monroe. En realidad, el ALCA no
era otra cosa que la culminación del proceso anexionista contemplado en aquella, y que fue abortado gracias a la
rebelión de algunos gobiernos de la región y la colaboración de otros.
El reverso de la medalla de todos estos procesos ha sido la desorbitada militarización de la política exterior y, como
complemento necesario, el progresivo recorte de los derechos civiles y libertades individuales dentro de las propias
fronteras de los Estados Unidos, tema éste que ya ha suscitado numerosas protestas por parte de distintas
organizaciones defensoras de las libertades y los derechos humanos. Un indicio muy claro de este proceso es el
evidente desplazamiento del Departamento de Estado en el diseño e implementación de la política exterior a favor
del Pentágono. Por supuesto, esto no es algo que haya ocurrido de la noche a la mañana: se trata de un proceso y
no de un acontecimiento que ocurre sin aviso previo. En todo caso, si hubiera que fijar un momento emblemático
en donde esta tendencia se acelera considerablemente el 11 de Septiembre del 2001 sería sin duda alguna la fecha
más indicada. Luego de esto el estallido de la Guerra de Irak vendría a acentuar aún más esta orientación, así como
la significativa marginación de Colin Powell quien en su carácter de Secretario de Estado aconsejó a la Casa Blanca
no declarar la guerra a Irak y ocupar su territorio dado que luego de ello Estados Unidos no podría retirarse del
teatro de operaciones. Su tesis fue vapuleada por la intervención del Vicepresidente de Estados Unidos, Dick
Cheney; por el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld; y por la presidenta del Consejo Nacional de Seguridad,
Condoleezza Rice, ninguno de los cuales, al decir de Powell, tenía el más mínimo conocimiento de las cuestiones
militares y eran incapaces de diferenciar un simple revólver de una pistola.
Esta marginación del Departamento de Estado ha sido acompañada por un fenomenal aumento del presupuesto
militar, para lo cual se apeló a pretextos tan remanidos como la necesidad de librar una batalla frontal en la “guerra
contra el terrorismo”, o la “guerra contra el narcotráfico” todo lo cual, además, desde el 11 S dio pie para la
elaboración de una nueva doctrina militar y estratégica: la “guerra infinita.” Una rápida ojeada a la progresión del
gasto militar norteamericano revela los descomunales alcances del proceso. En 1992, el presupuesto militar de
Estados Unidos equivalía al de los 12 países que le seguían en la carrera armamentista; cuando en 2003 se decide
la invasión y posterior ocupación de Irak el gasto norteamericano ya era equivalente al de los 21 países que le
seguían en ese rubro. Las complicaciones de esa guerra sumada a la intensificación de las operaciones en
Afganistán hizo que, para el 2008 el gasto militar de los Estados Unidos sólo pudiera ser igualado si se sumaban los
presupuestos militares de 191 países. Para el 2010, ya es superior a la totalidad del gasto militar de todos los países
del planeta, superando la barrera psicológica del billón de dólares (un millón de millones de dólares), pese a que en
sus comunicados oficiales la Casa Blanca habla de una cifra poco superior a los 750.000 millones de dólares. Claro
está que esa cifra no contempla el multimillonario presupuesto de la Veterans Administration, encargada de
prestar asistencia médica y psicológica a los ex combatientes de las sucesivas guerras del imperio, desde la de
Vietnam en adelante. Si a esto se le agregan los gastos realizados por subcontratistas vinculados a actividades de
infraestructura (como la Halliburton, por ejemplo) y algunos otros relacionados con la contratación de mercenarios
se comprenderá fácilmente las razones por las cuales las cifras que se dan a conocer subestiman notablemente el
gasto militar de los Estados Unidos.
La formidable expansión de las bases y misiones militares de los Estados Unidos por todo el mundo es otra de las
facetas de este proceso de tenebrosa militarización de las relaciones internacionales impulsado por Estados
Unidos. Un recuento de hace poco más de un año arrojaba un número de 872 diseminadas por 128 países. No
obstante ello, en meses recientes la Casa Blanca aumentó su presencia en nuestra región mediante cuatro nuevas
bases que habrían sido concedidas motu propio por el gobierno de Panamá, dos en el litoral caribeño y otras dos en
el Pacífico y una o dos bases aeronavales que el gobierno de Alan García habría puesto a disposición de las tropas
norteamericanas en el Perú con el objeto de compensar la pérdida producida por el abandono de la base de Manta
en Ecuador.8 Hay que aclarar, de todos modos, que la Corte Constitucional de Colombia sentenció que el acuerdo
Obama-Uribe es inconstitucional; en realidad, el dictamen fue más allá pues la sentencia establece que el tratado
de marras es “inexistente” porque no cumplió con los requisitos fundamentales que lo constituyan como tal. Esta
sentencia podría, en principio, obstaculizar la implementación de los planes bélicos del Pentágono en esa región.
Pero decimos “en principio” porque el débil espesor de la legalidad colombiana no permite asegurar que la
sentencia del máximo tribunal vaya a ser efectivamente aplicada. Otro tanto ocurre con la legislación aprobada por
la Asamblea Nacional de Costa Rica autorizando el ingreso de un elevado número de marines a ese país (entre 6 y
14 mil) y de 46 naves de guerra del más diverso tipo. A fines de Noviembre del 2010 tal legislación fue recurrida y
hay indicios de que el Tribunal Constitucional de ese país podría llegar a declarar la inconstitucionalidad de esa
pieza legislativa. Claro está que, al igual que en el caso de Colombia, esto no significa que no puedan apelarse a
argucias especiales en virtud de las cuales se pueda burlar la sentencia de los jueces. Una simple mirada al mapa
regional bastaría para comprobar que América Latina y el Caribe se encuentran rodeados de bases militares, la gran
mayoría de las cuales fueron instaladas -o acordado su uso- en los últimos años. Bastaría, para circunscribir por
completo la gran cuenca de la Amazonía, que las negociaciones en curso entre Washington y París prosperaran
para que, mediante el otorgamiento a los Estados Unidos de la base que los franceses tienen en Cayena, en la
Guayana Francesa, el control territorial y del espacio aéreo fuera total, con una proyección que, inclusive, llegaría
hasta el África Occidental y la Isla Ascensión, crucial para el desplazamiento de las tropas de la OTAN hacia el
Atlántico Sur. 9
Una última consideración de carácter cuantitativo es la siguiente: al momento actual, el total del personal civil del
Comando Sur, cuya sede se encuentra en Miami, excede con creces al número total de funcionarios que, en todas
las demás agencias y secretarías del estado federal, se desempeñan en programas o iniciativas relacionadas con
América Latina. Nótese que estamos hablando del personal civil del Comando Sur, esto es, con exclusión del
personal militar. Esta situación, otra vez, no tiene precedentes en la historia de las relaciones interamericanas.10
Finalmente, habría que agregar en este relevamiento de la desorbitada militarización del imperio y de las políticas
imperiales la reactivación de la IV Flota, que no se había movilizado nsi siquiera en la Crisis de los Misiles, de
Octubre 1962. Mantenida en sus apostaderos en esa ocasión, se reactiva a mediados del 200 en sugestiva
coincidencia con el anuncio formulado por el presidente Lula relativo al descubrimiento de un enorme manto
petrolífero submarino en el litoral paulista.11
Para resumir: expansión desorbitada del gasto militar, de las bases militares, del personal dedicado a monitorear y
controlar a la región en el marco del Comando Sur, la movilización de la IV Flota: ¿hace falta alguna evidencia más
para concluir que el imperio se ha lanzado con todas sus fuerzas a recuperar el terreno perdido y a “corregir” el
curso de los acontecimientos regionales para adecuarlo a sus intereses? Y no hay duda alguna de cuáles son los
objetivos estratégicos de tamaña reacción: en lo inmediato tumbar a Chávez y, de ese modo, lograr el
estrangulamiento económico y financiero de Cuba, Bolivia y Ecuador. Pero el objetivo estratégico supremo, más
allá de lo inmediato y circunstancial, es posicionar a los Estados Unidos en una situación tal que le permita
controlar el acceso a las enormes riquezas concentradas en el corazón de Sudamérica. Se verifica también en el
caso estadounidense la tendencia observada en otros imperios: en su fase declinante se acrecienta su agresividad,
su peligrosidad. Su prolongada agonía está signada por violentas convulsiones.
James Monroe define (para siempre) la política hacia América Latina
Un lugar común en el discurso de muchos analistas de las relaciones internacionales y, lamentablemente, de
muchos funcionarios gubernamentales de los países latinoamericanos asegura que nuestra región carece de
relevancia y que no suscita mayor interés en Washington. Que lo más que podemos aspirar es a una “negligencia
benigna”, a un ninguneo apenas disimulado con algún ocasional gesto aislado, o un oportuno tic diplomático. La
razón de esta autodepreciación, según los cultores de esta tesis, es que para la Casa Blanca las prioridades son en
primer lugar Medio Oriente, luego Europa, luego Asia Central, luego el Extremo Oriente y, en el mejor de los casos,
en quinto lugar, aparecería Nuestra América, mendigando atención y buenos modales.
En realidad, este discurso no surgió endógenamente sino que, gracias a la férrea supervivencia de nuestra
colonialidad, fue importado precisamente de Estados Unidos. Ese discurso es al que sistemáticamente Washington
apela cuando tiene que relacionarse con sus vecinos al sur del Río Bravo y que la abrumadora mayoría de nuestros
gobernantes y una proporción no demasiado menor de nuestros intelectuales han asumido como una verdad
revelada e irrefutable. No podemos entrar en mayores detalles para explicar las razones de esta sinrazón. Bástenos
con señalar, en línea con las esclarecedoras reflexiones de Fernández Retamar contenidas en su Todo Calibán, la
pertinaz influencia de una larga historia de sumisión colonial y neocolonial que hunde sus raíces en la Conquista de
América y que hasta el día de hoy atenaza con sus pesadillas el sueño de los vivos, para abusar de un célebre pasaje
de Marx en El Dieciocho Brumario.12
La premisa de la irrelevancia ha sido una estrategia muy eficaz utilizada por Washington para desalentar y
desmoralizar a los gobiernos latinoamericanos. Pero de su eficacia práctica no puede inferirse que sus fundamentos
sean correctos. Son profundamente erróneos, por varias razones. 13
En primer lugar no deja de asombrar que si la nuestra es una región tan irrelevante, que tan poco cuenta en el
tablero de la política mundial, que haya sido precisamente ella la destinataria de la primera doctrina de política
exterior elaborada por Estados Unidos tan tempranamente como en 1823, es decir, un año antes de la batalla de
Ayacucho que puso fin al imperio español en América. Naturalmente, se trata de la Doctrina Monroe que con sus
circunstanciales retoques y adaptaciones ha venido orientando la conducta de la Casa Blanca hasta el día de hoy.
¿Cómo explicar tamaña contradicción entre irrelevancia y precocidad? La inconsistencia se vuelve clamorosa
cuando se repara que habría de transcurrir casi un siglo para que Washington diera a luz, en 1917, a una nueva
doctrina de política exterior, esta vez referida al teatro europeo, convulsionado por la Primera Guerra Mundial y el
estallido de la Revolución Rusa en Febrero de ese mismo año. Más allá de la retórica y de tacticismos diplomáticos
lo sustancial del caso es que América Latina es la principal región del mundo para la política exterior de los Estados
Unidos: es su frontera con el Tercer Mundo, su hinterland, su área de seguridad militar, la zona con la cual
comparte la ocupación de la gran isla americana que se extiende desde Alaska hasta Tierra del Fuego, separada de
las demás masas geográficas y, más encima todavía, depósito de inmensos recursos naturales. Una periferia
sometida al insaciable apetito del imperio, que saquea y domina a pueblos y naciones, generando con ello una
vasta zona de crónica inestabilidad y turbulencias políticas que brotan de su condición de ser un riquísima región
lindera con el centro imperial y, a la vez, la de peor y más injusta distribución de ingresos y riquezas del planeta.
Esas y no otras son las razones de la temprana formulación de la Doctrina Monroe; las razones profundas, también,
del más de centenar de intervenciones militares norteamericanas en la región, de tantos “golpes de mercado”, de
asesinatos políticos, sobornos, campañas de desestabilización y desquiciamiento de procesos democráticos y
reformistas perpetrados contra una región, ¿carente por completo de importancia? En tal caso, ¿no hubiera sido
más razonable una política de indiferencia ante vecinos revoltosos pero insignificantes? Precisamente a causa de su
relevancia se entiende el sobresalto de Washington ante el surgimiento de cualquier gobierno siquiera
mínimamente reformista, aún en países tan pequeños como Grenada (¡344 km2 y 60.000 habitantes al momento
de su invasión por los Marines en 1983!) que fueron demonizados por los administradores imperiales por su
capacidad de poner en peligro la “seguridad nacional” de los Estados Unidos. Fue Zbigniev Brzezinski quien, al
promediar la década de los ochentas y en plena “Guerra de las Galaxias” que la Unión Soviética era un problema
transitorio para Estados Unidos, pero que América Latina constituía un desafío permanente, arraigado en las
inconmovibles razones de la geografía. De ahí la persistencia del criminal bloqueo contra Cuba durante medio siglo
y la excepcional “ayuda militar” prestada a Colombia, país que es el tercer receptor mundial sólo superado por la
que se le presta a Israel y, en segundo lugar, Egipto.14
Petróleo, gas, minerales estratégicos, biodiversidad
Fue nada menos que Colin Powell, el Secretario de Estado de George W. Bush quien dijo, a propósito de la
obstinación de la Casa Blanca para lograr aprobar el ALCA, que: “nuestro objetivo es garantizar para las empresas
estadounidenses el control de un territorio que se extiende desde el Ártico hasta la Antártica y el libre acceso sin
ninguna clase de obstáculo de nuestros productos, servicios, tecnologías y capitales por todo el hemisferio.”
15 ¿Irrelevantes? Nótese la importancia de nuestra región como un gigantesco mercado para las inversiones
estadounidenses, grandes oportunidades de inversión, fabulosas expectativas de rentabilidad posibilitadas por el
control político que Washington ejerce sobre casi todos los gobiernos de la región, y todo esto en un territorio que
alberga un repertorio casi infinito de recursos naturales de todo tipo.
Pero además de ello la nuestra podría ser, en función de probables desarrollos tecnológicos, la región que cuente
con las mayores reservas petroleras del mundo: esa es la promesa contenida en la Faja del Orinoco y los
megayacimientos submarinos recientemente descubiertos por Petrobrás en el litoral paulista. No lo es hoy, pero
podría serlo en un futuro próximo. En todo caso, aun en las condiciones actuales, es la que puede ofrecer un
suministro más cercano y seguro a Estados Unidos, dato harto significativo cuando las reservas del centro imperial
no alcanzan para más de 10 años y las fuentes alternativas de aprovisionamiento son mucho más lejanas y cada vez
más problemáticas e inciertas toda que vez han entrado en una zona de creciente inestabilidad política. Medio
Oriente se ha convertido en un polvorín que puede estallar en cualquier momento, donde el resentimiento anti-
estadounidense alcanza proporciones impresionantes aun en los “Estados-clientes” como Egipto, Arabia Saudita y
Turquía. Derrotado en términos prácticos en Irak, al no poder estabilizar ese país creando las condiciones para
apropiarse de su riqueza petrolera en las proporciones anheladas; estancado y con graves riesgos de sufrir otra
derrota semejante en Afganistán, cegando las cuencas petroleras de Asia Central al paso que las de África
Occidental carecen de las más elementales condiciones políticas requeridas para garantizar un flujo estable y
previsible de petróleo hacia Estados Unidos, el petróleo venezolano -distante a apenas tres o cuatro días de
navegación por un “mar interior” como el Caribe- es un imán que atrae incansablemente los peores designios de la
Casa Blanca.
América Latina tiene asimismo grandes reservas de gas, dispone de casi la mitad del total de agua potable del
planeta, y es el territorio donde se encuentran varios de los ríos más caudalosos del mundo y dos muy importantes
acuíferos: el Guaraní y el de Chiapas. El primero no es el mayor del mundo, que es el Siberiano, pero sí es el que
tiene mayor capacidad de recarga, lo que le asegura una duración prácticamente indefinida. Y el de Chiapas ya ha
sido considerado como un muy significativo aporte para enfrentar el inexorable agotamiento del suministro de
agua que afecta el Suroeste de Estados Unidos y que compromete el acceso al vital liquido de poblaciones como
Los Angeles y San Diego. Si como dicen los expertos en cuestiones militares las guerras del siglo veintiuno serán
guerras del agua, ¿cómo podría ser irrelevante un área que concentra casi la mitad del agua dulce del planeta?
América Latina también es rica en minerales estratégicos. Un trabajo reciente de Rodríguez Rejas en relación al
tema demuestra que “desde mitad de la década de los noventa, cuando se dispara esta actividad, América Latina
cuenta con una parte importante de la producción y reservas de varios minerales cuya principal fuente de destino
es EU.” Prosigue esta autora recordando que “entre los diez primeros países mineros del mundo hay seis
latinoamericanos: Perú, Chile, Brasil, Argentina, México, Bolivia y Venezuela” y que los países de la región se
cuentan “entre los principales productores mundiales de minerales estratégicos y metales preciosos -son
catalogados como tales el oro, plata, cobre y zinc-, así como por las reservas probadas de minerales estratégicos
con alto precio en el mercado como el antimonio, bismuto, litio, niobio, torio, oro, zinc y uranio entre otros. En
varios, el principal receptor de la producción es EU, especialmente en el caso del bismuto (88%), zinc (72%), niobio
(52%) y en menor medida la fluorita (45%) y el cobre /45%).” 16 En línea con este análisis John Saxe-Fernández
sostiene que la agenda militar/empresarial de los Estados Unidos en esta materia se refiere a los abastecimientos
de petróleo, gas y el resto de los metales y minerales, “de la A de alúmina a la Z de zinc.” Y para sustanciar esta
afirmación el experto señala que ya desde 1980 uno de los principales expertos de la Fuerza Aérea de Estados
Unidos había advertido al Congreso que amén de la fuerte dependencia de las importaciones petroleras este país
carecía “de al menos cuarenta minerales esenciales para una defensa adecuada y una economía fuerte.” De esto se
desprende la necesidad de que esos minerales puedan ser aportados por los países latinoamericanos, sustituyendo
fuentes de abastecimiento mucho más inciertas y lejanas.17 De acuerdo con informaciones proporcionadas por
el Mineral Information Institute de Estados Unidos debe importar el cien porciento del arsénico, columbo, grafito,
manganeso, mica, estroncio, talantium y trium que requiere, y el 99 porciento de la bauxita y alúmina, 94 porciento
del tungsteno, 84 porciento del estaño, 79 porciento del cobalto, 75 porciento del cromo y 66 porciento del níquel.
18 Como lo asegura el Mineral Information Institute, cada estadounidense al nacer consumirá 2.9 millones de
libras de minerales, metales y combustibles a lo largo de su vida: 923 de cobre, 544 de zinc, 14.530 de mineral de
hierro, 5.93 millones de pies cúbicos de gas, 72.499 galones de petróleo, y así sucesivamente. La infografía que se
inserta a continuación ilustra con elocuencia el enorme peso que ejerce sobre el planeta Tierra el sostenimiento del
patrón de consumo establecido por el capitalismo norteamericano en ese país. Huelga añadir que los países
latinoamericanos son grandes productores de la mayoría de estos minerales, metales y combustibles requeridos
por el consumidor estadounidense.
Lo que cada norteamericano necesitará al nacer...
Lo anterior en relación a minerales, metales y combustibles. Pero la riqueza de América Latina no se agota allí.
Miremos a la biodiversidad, ¿cómo podría ser irrelevante una región que cuenta con algo más del 40% de todas las
especies animales y vegetales existentes en el planeta? Según informa un documento del programa de Naciones
Unidas para el Medio Ambiente América Latina y el Caribe alberga a cinco de los diez países con mayor
biodiversidad del planeta: Brasil, Colombia, Ecuador, México y Perú, así como la mayor área de biodiversidad del
mundo: la cuenca amazónica que se extiende a partir de las estribaciones orientales de los Andes. Esta región
contiene la mitad de las selvas tropicales del planeta, un tercio de todos sus mamíferos y algo más de sus especies
reptiles, 41 porciento de sus pájaros y la mitad de sus plantas. Es también la región de más rápida deforestación a
nivel mundial aunque posee más del 30 porciento del agua potable y un 40 porciento de los recursos acuíferos
renovables del planeta. Los Andes, por último, son el hogar del 90 porciento de los glaciares tropicales, fuentes del
diez por ciento del agua potable del planeta. La cuarta parte de la riqueza ictícola existente en los ríos interiores de
todo el mundo se encuentra en esta parte del mundo. La mitad de las especies vegetales del Caribe, a su vez, son
exclusivas de esa región y no se encuentran en ninguna otra. 19 Esta exuberante riqueza en materia de
biodiversidad constituye un imán poderosísimo para las grandes transnacionales estadounidenses, dispuestas a
imprimir -mediante los avances de la ingeniería genética- el sello de su copyright a todas las formas de vida animal
o vegetal existentes y, a partir de ello, dominar por entero la economía mundial como lo están haciendo, en buena
medida, con las semillas transgénicas. Por algo el tema de los derechos de propiedad intelectual tiene tanta
prioridad para Washington, como lo atestiguan las durísimas negociaciones en el seno de la Organización Mundial
del Comercio.
Por último, desde el punto de vista territorial, América Latina es una retaguardia militar de crucial importancia.
Obviamente, los funcionarios del Departamento de Estado lo niegan rotundamente, pero los expertos del
Pentágono saben que esto es así. Por eso el empecinamiento de Washington por saturar nuestra geografía con
bases y misiones militares y su obstinación en garantizar la inmunidad del personal involucrado en las mismas. Si
fuéramos tan poco importantes como se nos dice, ¿por qué la Casa Blanca se desvive proponiendo políticas que
suscitan el repudio casi universal en la región? 20
Militarización de las relaciones interamericanas.
La verdadera cacería de recursos naturales desencadenada por el imperio inevitablemente estaba destinada a
desencadenar una desorbitada expansión de la presencia militar al Sur del Río Bravo, coto privilegiado de su
pillaje.21 Derrotado su gran proyecto estratégico, el ALCA, en la Cumbre de Presidentes de las Américas de Mar del
Plata (Noviembre de 2005), bajo la dirección de Hugo Chávez y con la colaboración de Luiz Inacio “Lula” da Silva y
Néstor Kirchner, la Casa Blanca sólo retrocedió para cobrar nuevos bríos y lanzarse de lleno a la reconquista de su
influencia perdida. Los cambios que se habían sucedido desde finales del siglo pasado: la rebelión zapatista, la
elección de Hugo Chávez, el auge del Foro Social Mundial en el primer quinquenio del presente siglo, las elecciones
de Lula y Kirchner en Brasil y Argentina respectivamente y, más tarde, el triunfo de Evo Morales en Bolivia, Rafael
Correa en Ecuador y, en menor medida, del Sandinismo en Nicaragua convencieron a la burguesía imperial que el
reordenamiento de la díscola y vasta región que se extiende hacia el Sur difícilmente podría lograrse apelando a los
tradicionales mecanismos de la democracia burguesa. Pese a que éstos favorecían de manera sistemática los
intereses y las preferencias imperiales los procesos de descomposición del orden neocolonial habían avanzado
mucho: la resistencia de Cuba ante el bloqueo y una aberrante campaña de agresiones y sabotajes la hacía
aparecer ante los ojos de millones de latinoamericanos como un faro cuya luz se hacía más resplandeciente con el
transcurso del tiempo. Y la aparición de nuevos liderazgos radicales, como el de los ya mencionados Chávez,
Morales y Correa, y de otros que sin serlo facilitaban sus iniciativas, como Kirchner, Correa y Vázquez en Uruguay,
exigía correctivos que obligaban a arrojar por la borda los escasos escrúpulos democráticos de la derecha
latinoamericana e imperial. De ahí las tentativas golpistas en Venezuela en 2002, Bolivia en 2008, Honduras en
2009 y Ecuador en 2010, no por casualidad cuatro países integrantes de la Alianza Bolivariana de las Américas
(ALBA).22 Si bien tres de estas cuatro tentativas fueron derrotadas, en Honduras el desenlace favoreció los planes
del imperialismo: el presidente Mel Zelaya fue derrocado, el régimen golpista fue amparado por la abierta
complicidad de Washington y el gobierno fraudulento de Porfirio Lobo inmediatamente reconocido por la Casa
Blanca y su peón sudamericano, Álvaro Uribe.
El contra-ataque imperial se manifestó no sólo en el terreno de la desestabilización de gobiernos democráticos:
sumamente expresiva fue la reactivación de la IV Flota, que había permanecida como una suerte de “célula
dormida” del imperialismo desde 1950 y que ni siquiera había sido llamada a las armas durante la muy crítica
coyuntura de Octubre de 1962 cuando se produjo la llamada “crisis de los misiles” entre la Unión Soviética y
Estados Unidos. Pero el retroceso de los intereses estadounidenses en Sudamérica y el anuncio del presidente Lula
del descubrimiento de un mega-yacimiento de petróleo en aguas continentales del Brasil precipitaron el llamado a
levar anclar y hacerse a la mar de la IV Flota. 23 Lo mismo puede decirse en relación a la sucesión de bases militares
que Estados Unidos ha logrado implantar en esta parte del mundo y que, sin duda alguna, ponen en evidencia la
voluntad del imperio de fortalecer su presencia en la región y garantizar la exclusividad en el acceso a los
estratégicos recursos que alberga el corazón de América del Sur. (Ver mapa al final de este trabajo)
Un aspecto poco examinado, y que convendría monitorear más cuidadosamente, es el siguiente: si bien es cierto
que la Escuela de las Américas (School of the Americas, SOA), el nido en el cual se criaron los militares terroristas
que asolaron la región, ya no tiene la importancia de antaño, lo cierto es que persisten todavía numerosos vínculos
que articulan al Pentágono con las fuerzas armadas de América Latina y el Caribe. Fundada en 1946 y establecida
en Panamá en ese mismo año, en 1984 reinicia sus actividades en territorio continental norteamericano, en Fort
Benning, Georgia. La relocalización de la Escuela de las Américas fuera del suelo latinoamericano había sido uno de
los puntos contemplados en las negociaciones del tratado Carter-Torrijos en 1977.24 Atenta a los cambios de los
vientos políticos que soplaban en la región en el 2001 esta siniestra institución cambia de nombre y pasa a
denominarse “Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación de Seguridad” (Western Hemisphere
Institute for Security Cooperation WHISC). El cambio es mero maquillaje porque la institución continúa en el mismo
sitio, con el mismo edificio, los mismos instructores y enseñando las mismas técnicas de tortura y represión. Lo más
grave, salvo pocas excepciones la casi totalidad de los países del área: Colombia, Chile, Perú, Nicaragua, República
Dominicana, Ecuador, Panamá, Honduras, El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Paraguay, México, Jamaica, Belice,
Brasil, Canadá, Barbados, Grenada y St.Kitts continuaban enviando, en el 2009, sus oficiales de las fuerzas armadas
a la SOA mientras que Argentina, Venezuela, Bolivia y Uruguay dejaron de hacerlo.25
Para resumir: pese a los cambios sociopolíticos existentes en la región todavía subsisten múltiples lazos que
vinculan a las fuerzas armadas latinoamericanas con las agencias militares del imperio. Le asiste plenamente la
razón a la especialista argentina Elsa Bruzzone cuando asegura que “debemos deshacernos de la Organización de
Estados Americanos (OEA), del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), de la Junta Interamericana
de Defensa, en resumen, de todo el sistema interamericano de defensa elaborado por Estado Unidos desde el año
1948.” 26
El proceso de militarización de las relaciones interamericanas
está lejos de ser un resultado accidental del nuevo escenario internacional sino que refleja las apremiantes
necesidades del imperio para asegurarse el control excluyente de los recursos naturales necesarios para mantener
su irracional y despilfarrador patrón de consumo. Por supuesto, esto tiene su contrapartida doméstica en la fuerte
tendencia hacia la criminalización de la protesta social en numerosos países del área, en una dinámica que no es
independiente sino estrechamente relacionada con la que prevalece en el plano internacional. Tal como lo ha
observado en numerosos escritos Raúl Zibechi, este proceso es inherente al modelo de desarrollo extractivista, a la
acumulación por desposesión (David Harvey) y al saqueo de los pueblos originarios y las masas campesinas
latinoamericanas. La conclusión es que no hay extractivismo sin represión, y no hay relaciones interamericanas sin
militarización.
Dadas estas condiciones no sorprende impulso y el abierto auspicio que Washington le está otorgando a las
diversas “ofensivas destituyentes” en curso en la región. El caso de Honduras es sin duda el más citado y, tal vez, el
más descarado. Allí fue el propio embajador de Estados Unidos en Tegucigalpa, quien advirtió, en un cable ahora
revelado por las filtraciones de WikiLeaks, que “las Fuerzas Armadas, el Poder Judicial y el Congreso Nacional
conspiraron contra el ex presidente Manuel Zelaya” y que lo que allí ocurrió fue un golpe de estado y no, como lo
asegurara la Secretaria de Estado Hillary Clinton, un prolijo y legal recambio presidencial precipitado por las
transgresiones cometidas por el presidente Zelaya. Esto no es nada novedoso sino, por el contrario, la ratificación
de una tendencia permanente de la política exterior de Estados Unidos hacia nuestra región y que hoy se
manifiesta también en la brutal ofensiva lanzada contra los gobiernos de izquierda como el de Hugo Chávez, Evo
Morales y Rafael Correa y, en menor medida, a quienes son considerados como sus “compinches”: los gobiernos de
Lula en Brasil y Cristina Fernández en Argentina. Las abiertas amenazas golpistas que se ciernen sobre Guatemala y
Paraguay, sobre todo en este último país donde el protagonismo de la “embajada” ha llegado a extremos insólitos,
así como la intensificación de la campaña en contra de Cuba puesta de manifiesto en los renovados recursos
destinados a financiar las actividades de presuntos “disidentes” y que seguramente se intensificará con la asunción
de algunos miembros de la derecha fascista en algunos cargos claves del Congreso (caso de la representante de la
mafia anticubana Ileana Ros, por ejemplo, a la jefatura de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de
Representantes) son claros indicios de que nuestra región deberá estar muy alerta para evitar que sus gobiernos
progresistas sucumban ante el feroz ataque de la Roma americana, como gustaba decir a José Martí.
Una última reflexión en relación a este asunto: contrariamente a las ilusiones que brotaron al calor de la
“obamamanía”, la presidencia de Obama no se apartó un ápice de la senda trazada por sus reaccionarios
predecesores. No sólo fue él quien estampó su firma junto a la de Álvaro Uribe al pie del tratado mediante el cual
Colombia cedía el uso de siete bases militares a los Estados Unidos -en una movida que equivale a la explícita
conversión de ese país sudamericano en un protectorado norteamericano- sino que también admitió sin revisión
continuar con el ASPAN -la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte- que, en los hechos,
significa extender dentro de los territorios de México y Canadá (pero no a la inversa, si bien esto no está
explícitamente prohibido) la jurisdicción de las fuerzas armadas estadounidenses, de algunas de sus agencias
federales como la CIA, la DEA y el FBI, recortando significativamente la soberanía de sus vecinos del norte y del sur.
No es un dato menor señalar el hecho de que, pese a su enorme importancia y su carácter lesivo para la soberanía
de México, el ASPAN no sea un tratado sino simplemente un “compromiso político” o un “acuerdo de cooperación”
entre los Ejecutivos de Estados Unidos, Canadá y México, el que, dada su informalidad, no está sujeto al control del
Poder Legislativo de los países que establecen el acuerdo, lo cual configura una aberrante anomalía para esta clase
de entendimientos. Tal como la manifestara la Canciller mexicana Patricia Espinosa, no existe ningún documento
que especifique los términos de este acuerdo: por ejemplo, que armas podrán ser introducidas en México, el
tamaño de la fuerza norteamericana, el ámbito territorial de su intervención, si existen o no inmunidades
diplomáticas para los involucrados en esta operación. Tal como lo declarase la funcionaria arriba mencionada, “No
hay documento firmado. No es un tratado internacional; es un documento que refleja el compromiso de ambos
gobiernos de trabajar de manera conjunta”. El único documento escrito es, según la Canciller, apenas el
comunicado conjunto emitido por los gobiernos de los tres países, ¡Nada más! El ASPAN tiene por objetivo
coordinar los esfuerzos de lucha contra lo que se ha dado en llamar las “amenazas comunes”, mismas que fueron
identificadas como “las organizaciones transnacionales del crimen organizado, el narcotráfico, el tráfico de armas,
las actividades financieras ilícitas, el tráfico de divisas y la trata de personas”. Gracias a este “compromiso” las
fuerzas ocupantes pueden ignorar la normativa internacional en la materia, porque no hay ningún vínculo formal
que las obligue a ello. Pocas veces se constató tan flagrante e ignominiosa cesión de soberanía como el ASPAN,
llevada a cabo de manera solapada, arbitraria y antidemocrática, lo que arroja un ominoso manto de sospecha
sobre los gobiernos signatarios y carcome insanablemente sus pretendidas credenciales democráticas. Obama
convalidó esta monstruosidad, lo cual retrata nítidamente cuál su total sujeción a las directivas establecidas por la
clase dominante en Estados Unidos. ¡Menos mal que era tenido por “progresista”! 27
Una conclusión esperanzada
No obstante todo lo antes expuesto, es preciso subrayar que a pesar de las formidables presiones de todo tipo
ejercidas por Estados Unidos Washington no pudo neutralizar la creciente influencia comercial y económica de
China y, en algunos casos, como Rusia, la influencia ejercida también en la órbita militar. Este acelerado proceso de
multipolarización económica y política, que contrasta abiertamente con el indisputado predominio militar de
Estados Unidos, ha abierto un importante espacio para afianzar la autonomía y autodeterminación de Nuestra
América. Países como Rusia han recuperado su gravitación en el área y otros como China, Irán, India y Sudáfrica
juegan un papel cada vez más importante en los delicados equilibrios geopolíticos de la región.
Una prueba del menguado poderío norteamericano en el área la ofrece la sola enumeración de algunas derrotas
que Estados Unidos experimentó en años recientes en esta parte del mundo. Sin ánimo de exhaustividad
podríamos citar el desplante sufrido en la elección del Secretario General de la OEA, en Mayo del 2005, cuando por
primera vez fue electo un candidato que no contaba con el apoyo de Estados Unidos. Poco después Washington
sufriría una nueva derrota en Mar del Plata, cuando en Noviembre del 2005 naufragaría el ALCA. Estados Unidos
experimentó también un duro revés al fracasar el golpe de estado en Venezuela, en 2002, y similares tentativas en
Bolivia, 2008, y Ecuador, 2010. Lo mismo ocurrió en Junio del 2009, en San Pedro Sula, Honduras, cuando
contrariando las explícitas posturas de Estados Unidos y sobreponiéndose a sus intensas presiones la Asamblea
General de la OEA derogó la resolución adoptada en Punta del Este, en 1962 que había expulsado a Cuba del seno
de la organización. Washington tampoco pudo impedir la realización de ejercicios navales conjuntos entre las
marinas rusa y venezolana en el Mar Caribe (un “mar interior” de los Estados Unidos para los halcones del
Pentágono) en Noviembre del 2008, en coincidencia con la visita del presidente de Rusia, Dimitri Medvédev a la
República Bolivariana de Venezuela. Tampoco tuvo éxito la Casa Blanca en sus empeños por impedir la liberación
de rehenes de las FARC en Colombia, pese a los denodados esfuerzos realizados por su peón Álvaro Uribe Vélez. No
corrió mejor suerte el intento de impedir que el gobierno de Rafael Correa en Ecuador ordenara la inmediata
evacuación de la base de Manta, ni tampoco pudo ser desestabilizado ese gobierno por el ataque de las fuerzas
armadas de Colombia, con apoyo logístico de personal y equipo localizado en Manta, a un campamento de las FARC
establecido al sur de la frontera colombo-ecuatoriana. Tampoco tuvo éxito en precipitar la caída de Correa
mediante una abortada intentona de golpe de estado en Septiembre del 2010. Washington tampoco pudo impedir
que el gobierno de Evo Morales expulsara al provocador embajador de Estados Unidos en ese país, Philip Goldberg,
de tenebrosa participación en la partición de la ex Yugoslavia y la creación de Kosovo. Pese a sus presiones la Casa
Blanca no pudo frustrar el proyecto de creación de la Unión Sudamericana de Naciones, que suplantó exitosamente
a la OEA en desbaratar los golpes de estado en contra de Evo Morales y Rafael Correa, y la puesta en marcha de un
Consejo Sudamericano de Defensa. Finalmente, tampoco pudo Estados Unidos frustrar la creación, en la II Cumbre
de América Latina y el Caribe (CALC) y la XXI Cumbre del Grupo de Río, de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños, que iniciará sus funciones a partir de julio de 2011 luego de la III Cumbre CALC a
realizarse en Venezuela.
Derrotas significativas, más el imperio no se da por vencido. Vuelve a la carga y, tal como lo enseña la historia, al
igual que sus predecesores: el imperio británico, el español, el portugués, el otomano y el propio imperio romano,
es en las fases de decadencia cuando se los imperios se tornan más virulentos y agresivos. Conviene, por eso,
recordar algunas enseñanzas. La de Martí, cuando decía que los norteamericanos “creen en el derecho bárbaro,
como único derecho: ‘esto es nuestro, porque lo necesitamos’.” Y ahí arremeten contra los pueblos que tienen
aquello que excita el apetito del imperio. Las del Che, cuando en las Naciones Unidas sentenciaba que “(N)o se
puede confiar en el imperialismo ni un tantito así, nada.” Y las de Fidel, cuando nos aconsejaba…
“No subestimar al enemigo imperialista [...] ¡El enemigo imperialista cometió el error de subestimarnos a nosotros!
…nuestra patria se enfrenta al imperio más feroz de los tiempos contemporáneos, y [...] que [...] no descansará en
sus esfuerzos por tratar de destruir la Revolución [...] crearnos obstáculos [...] por tratar de impedir el progreso y el
desarrollo de nuestra patria [...] ese imperialismo nos odia con el odio de los amos contra los esclavos que se
rebelan. [...] a ello se unen las circunstancias de que ven sus intereses en peligro; no los de aquí, sino los de todo el
mundo.”
Posiciones militares de EEUU
1 Un excelente compendio de esas discusiones se encuentra en Luis Maira, compilador:¿Una nueva era de
hegemonía norteamericana? (Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1985). En Estados Unidos, los
principales contribuyentes a ese debate fueron Robert Gilpin The political economy of international
relations (Princeton: Princeton University Press, 1987); Paul Kennedy, The rise and fall of the Great Powers .
Economic change and military conflict from 1500 to 2000. ( New York: Random House, 1987); Robert O. Keohane,
After Hegemony. Cooperation and discord in the world political economy(Princeton, Princeton University Press,
1987); Henry R. Nau, The Myth of America’s Decline(New York and Oxford, Oxford University Press, 1990); Joseph
S. Nye, Jr., Bound to lead. The changing nature of American power (New York: Basic Books, 1990) y también su “The
changing nature of world power”, Political Science Quarterly, Vol. 105, Nº 2, 1990; Bruce Russett, “The mysterious
case of vanishing hegemony; or is Mark Twain really dead?”,International Organization 39 (Spring 1985); Duncan
Snidal, “Hegemonic stability theory revisited”, en International Organization 39 (Autumn 1985); Susan Strange,
“The persistent myth of the lost hegemony”, International Organization 41 (Autumn 1987).
2 Cf Paul Kennedy, The rise and fall of the Great Powers . Economic change and military conflict from 1500 to
2000. ( New York: Random House, 1987); Emmanuel Todd, Après l’empire. Essai sur la décomposition du système
américain (Paris: Gallimard, 2002)
3 Charles Krauthammer, “The unipolar moment”, en Foreign Affairs, Vol. 70, Nº 1, 1990-1991. Ver asimismo
Immanuel Wallerstein, The decline of American Power (New Press. 2003) ; Chalmers Johnson The Sorrows of
Empire: Militarism, Secrecy, and the End of the Republic ( New York: Metropolitan Books, 2004) y la obra de quien
quizás sea el más radical teórico de la supremacía norteamericana, Robert Kagan, Of Paradise and Power: America
and Europe in the New World Order (New York: Knopf, 2003)
4 Ver su Imperio (Buenos Aires: Paidós, 2002). Hemos examinado y criticado esa tesis en nuestro Imperio &
Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri(ediciones varias)
5 La frase fue pronunciada en un discurso en ocasión de la graduación de los guardacostas estadounidenses el 21
de Mayo del 2003. Cf. http://georgewbush-whitehouse.archives.gov/news/releases/2003/05/20030521-2.es.html
6 En el documento del Departamento de Defensa, National Defense Strategy (Washington: Junio 2008), por
ejemplo, se abre con la siguiente afirmación: “Los Estados Unidos, nuestros aliados y socios, enfrentan un amplio
espectro de desafíos, entre los cuales se cuentan las redes transnacionales de extremistas violentos, estados
hostiles dotados de armas de destrucción masiva, nuevos poderes regionales, amenazas emergentes desde el
espacio y el ciberespacio, desastres naturales y pandémicos y creciente competencia para obtener recursos. El
Departamento de Defensa debe responder a estos desafíos y a la vez anticipándose y preparándose para los de
mañana.” (pg. 1, énfasis nuestro) Y poco antes, en su mensaje introductorio, el Secretario Robert M. Gates decía
que “estamos involucrados en un conflicto que no tiene parangón alguno con lo que hemos enfrentado en el
pasado.”
7 Cf. Karen E. Dynan and Donald L. Kohn: “The rise in U.S. Household indebtedness: causes and consequences”
(Washington, D.C.: Federal Reserve Board of Washington, August 2007), pg. 40. Agradecemos a Eric Toussaint los
datos suministrados en una comunicación personal el 26 de Marzo del 2009.
8 Cf. Alfredo Jalife-Rahme, “¿Más siete de Colombia? Las 865 bases militares de EEUU en 40 países”, en Rebelión,
10-08-2009 y Johnson, op. cit.
9 Las principales bases norteamericanas -no todas- en América Latina y el Caribe son las siguientes: Guantánamo;
Puerto Rico; Comapala, en El Salvador; Palmerolas, en Honduras; Aruba; Curaçao; Mariscal Estigarribia, Paraguay,
frontera Bolivia; Pedro Juan Caballero (DEA, Paraguay, sobre mismo la frontera Brasil); 7 bases más en Colombia; 4
en Panamá; Perú, acaba de ofrecer para sustituir a Manta; Malvinas (formalmente a cargo del Reino Unido y la
OTAN, pero en la práctica bajo control estadounidense); Cayena, en la Guayana Francesa.
10 Comunicación personal del investigador argentino de las relaciones internacionales Juan Tokatlian,
11 No es un dato menor el hecho de que la movilización de la IV Flota se produjo sin que mediara una
comunicación oficial de Washington a los jefes de estado de América Latina y el Caribe. Quienes recibieron la
noticia fueron los Jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la región.
12 Cf. Roberto Fernández Retamar, Todo Calibán (Buenos Aires: CLACSO, 2004) En uno de sus pasajes más
luminosos el poeta y ensayista cubano dice que “el colonialismo ha calado tan hondamente en nosotros que sólo
leemos con verdadero respeto a los autores anticolonialistas difundidos desde las metrópolis.” (pp. 39-40, énfasis
en el original)
13 Hemos examinado este asunto en nuestro “La mentira como principio de política exterior de Estados Unidos
hacia América Latina”, en Foreign Affairs en Español, Volumen 6, Nº 1, 2006, pp.61-68.
14 En su muy ilustrativo libro El Gran Tablero Mundial, Brzezinski pasa prolija revista a las distintas regiones y
subregiones del mundo, con la sorprendente excepción de América Latina. Interrogado en una conferencia que
dictara en la Universidad de Columbia (en Nueva York) por esa sorprendente ausencia replicó con sinceridad que en
un sentido estricto América Latina y el Caribe no eran “regiones externas” sino que formaban parte del corazón
mismo del imperio, “zonas interiores” del centro imperial estadounidense. Su status, por lo tanto, no era
equiparable al Medio Oriente o a África Sub-Sahariana. Sobran los comentarios …
15 Esta sección re-elabora algunos párrafos de nuestro artículo “La mentira como principio de política exterior de
Estados Unidos hacia América Latina », op. cit.
16 Rodríguez Rejas, María José ”La centralidad de América Latina en la estrategia de seguridad hemisférica de
Estados Unidos”, en Rebelión, 3 de Noviembre de 2010,http://www.rebelion.org/noticia.php?id=115986
17 John Saxe-Fernández, “América Latina : reserva estratégia de Estados Unidos”, en OSAL (Buenos Aires: CLACSO,
2009) Año X, Nº 25, Abril.
18 Cf. Mineral Information Institute, http://www.mii.org
19 Programa de las Naciones Unidas para el Ambiente (UNEP), State of Biodiversity in Latin America and the
Caribbean en http://www.cbd.int/gbo/gbo3/doc/StateOfBiodiversity-LatinAmerica.pdf , pp. 1-3.
20 Sobre el tema ver John Saxe-Fernández, Terror e Imperio. La hegemonía política y económica de Estados Unidos.
(México: Random House Mondadori-Arena Abierta, Colección Debate, 2005); Luis Suárez Salazar, Madre América.
Un siglo de violencia y dolor (1898-1998) (La Habana: Editorial de Ciencias sociales, 2003) amén de los numerosos
trabajos de Ana Esther Ceceña en el marco del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica de la UNAM, entre
ellos El águila despliega sus alas de nuevo. Un continente bajo amenaza [en colaboración con Rodrigo Yedra y David
Barrios], (Quito : FEDAEPS, 2009) y El Gran Caribe. Umbral de la geopolítica mundial [en colaboración con Rodrigo
Yedra, Daniel Inclán y David Barrios], publicado por el mismo sello editorial el año 2010. Véase asimismo el trabajo
de Sonia Winer, Mariana Carrolli, Lucía López y Florencia Martínez : Estrategia militar de Estados Unidos en
América Latina, Cuaderno de Trabajo Nº 66, (Buenos Aires : Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación Floreal
Gorini, 2006) http://www.centrocultural.coop/uploads/cuaderno66.pdf
21 Pese a tener cerca del 5 por ciento de la población mundial Estados Unidos consume el 25 por ciento del
petróleo producido en el planeta.
22 A estos cuatro casos habría que agregar el golpe de estado perpetrado contra Jean- Bertrand Aristide en Haití,
en 2004, aunque no se trata de un fenómeno estrictamente comparable con los demás.
23 Sobre ésto ver nuestro “La IV Flota derrotó a Imperio”, en Rebelión , 21 Agosto
2008,http://www.rebelion.org/noticia.php?id=71635
Añadimos: no sólo “hacerse a la mar”. Tal como lo señaláramos más arriba la IV Flota dispone de navíos
especialmente adaptados para remontar los ríos interiores de Sudamérica.
24 La SOA instruyó, hasta su transformación, unos 61 miembros de las fuerzas armadas latinoamericanas. Entre
ellos sobresalen algunos de los más siniestros tiranos y asesinos de la región, entre ellos Leopoldo F. Galtieri y
Roberto Viola (Argentina); Manuel Contreras (Chile); Vladimiro Montesinos (Perú), Manuel Noriega (Panamá), Hugo
Banzer (Bolivia) y Roberto D’Aubuisson, jefe del “escuadrón de la muerte” que tuvo a su cargo la matanza de los
jesuitas en El Salvador.
25 Cf. http://www.scribd.com/doc/24663035/UntitledLA-OPERACION-CONDOR-TERRORISMO-DE-ESTADO-EN-
AMERICA-LATINA-%E2%80%93
26 Cf. Natalia Brite, “Sistema “interamericano” o soberanía regional”, entrevista a Elsa Bruzzone,
en http://alainet.org/active/36888
27 Sobre el ASPAN ver la exposición hecha por Carlos Faziohttp://clasefazio.wordpress.com/2010/04/13/aspan-
plan-mexico-y-soberania-nacional-exposicion-de-clase/ . La información oficial del gobierno mexicano sobre el
ASPAN se encuentra en http://www.sre.gob.mx/eventos/aspan/faqs.htm
FUENTE: http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/12/14/la-coyuntura-geopolitica-de-america-latina-y-el-
caribe-en-2010/#.U2wJlaiSwsc

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El retorno de la geopolítica y la decadencia del imperio estadounidense

  • 1. El retorno de la geopolítica y sus razones (Por Atilio A. Boron) Una ojeada a las novedades editoriales producidas en el estudio de las relaciones internacionales, -o si se quiere utilizar un lenguaje “políticamente incorrecto” pero más diáfano y accesible: el imperialismo- revela la creciente presencia de obras y autores que apelan a la problemática geopolítica. La súbita irrupción de esta temática nos mueve a compartir una breve reflexión, y esto por dos razones. Primero, porque el tema, y la palabra hacía tiempo que habían sido expulsadas, aparentemente para siempre, del campo de los estudios internacionales y ahora están de vuelta. Proponemos la hipótesis, en segundo lugar, de que su reincorporación no tiene nada de casual o accidental sino que es un síntoma de un fenómeno que trasciende el plano de la teoría y la semiología: la decadencia del imperio norteamericano. En relación a lo primero digamos que el abandono de la perspectiva geopolítica no sólo se verificó en las elaboraciones de los mandarines de la academia, lo cual no es motivo alguno de preocupación, sino que también se hizo sentir en las obras de los pensadores de la izquierda, lo cual sí era motivo de inquietud. Tanto era así, y tanto ha cambiado en muy poco tiempo, que al terminar la redacción de mi libro América Latina en la Geopolítica del Imperialismo, a mediados del 2012, y proceder a la última revisión del texto antes de enviarlo a la imprenta creí necesario introducir un largo párrafo, que reproduciré parcialmente a continuación, para responder a los muchos amigos y camaradas que, sabedores de la problemática que estaba investigando me hicieron
  • 2. conocer su sorpresa, y en algunos casos desacuerdos, por dirigir mi atención hacia un tema, la geopolítica, asociada a los planteamientos de la derecha más reaccionaria y racista. De ahí que en sintiera la necesidad de decir lo siguiente en las mismas páginas iniciales del libro: “Unas palabras, precisamente, sobre la problemática geopolítica. Se trata de una cuestión que en general la izquierda ha demorado más de lo conveniente en estudiar por una serie de razones que no podemos sino apenas enunciar aquí: concentración en el examen de temas “nacionales”; visión economicista del sistema internacional y del imperialismo; menosprecio de la geopolítica por la génesis reaccionaria de este pensamiento y por la utilización que de ella hicieron las dictaduras militares latinoamericanas de los años setenta y ochenta del siglo pasado. La generalización del concepto y las teorías de la geopolítica se encuentra en la obra de un geógrafo y general alemán, Karl Ernst Haushofer, quien propuso una visión fuertemente determinista de las relaciones entre espacio y política, y la inevitabilidad de la lucha internacional entre los diferentes Estados para asegurarse lo que, en un concepto de su autoría, calificó como “espacio vital” (Lebensraum). El desprestigio de esa teorización se relaciona con el hecho de que fue este concepto de Lebensraum el empleado por Hitler para justificar el expansionismo alemán que a la postre culminó con la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Haushofer tuvo como fuente de inspiración la obra de un geógrafo y político británico, Halfor John Mackinder, quien en 1904 había escrito un muy influyente artículo sobre “El pivote geográfico de la historia”.[1] La visión de Mackinder sobre la Isla Mundial, su pivote y las regiones periféricas
  • 3. En todo caso el nacimiento de esta perspectiva tuvo lugar en un momento histórico signado por el predominio de las concepciones colonialistas, imperialistas y racistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Si hoy reaparece, completamente resignificada en el pensamiento contestatario, es porque aporta una perspectiva imprescindible para elaborar una visión crítica del capitalismo en una fase como la actual, signada por el carácter ya global de ese modo de producción, su afiebrada depredación del medio ambiente y las prácticas salvajes de desposesión territorial padecidas por los pueblos en las últimas décadas. No debería sorprendernos entonces que dos de los principales pensadores de nuestro tiempo sean geógrafos marxistas: David Harvey y Milton Santos. Es que la política y la lucha de clases, tanto en lo nacional como en lo internacional, no se desenvuelven en el plano de las ideas o la retórica, sino sobre bases territoriales, y el entrelazamiento entre territorio (con los “bienes públicos o comunes” que los caracterizan), proyectos imperialistas de explotación y desposesión y resistencias populares al despojo requieren inevitablemente un tratamiento en donde el análisis de la geografía y el espacio se articulen con la consideración de los factores económicos, sociales, políticos y militares. En tiempos como los actuales, en los que la devastación capitalista del medio ambiente ha llegado a niveles desconocidos en la historia, una reflexión sistemática sobre la geopolítica del imperialismo es más urgente y necesaria que nunca. Tal como lo recordara el Comandante Fidel Castro en su profética intervención en la Cumbre de la Tierra –en Río de Janeiro, junio de 1992–, ‘una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre’.” La visión de Spykman, y la centralidad del cerco sobre el pivote central Creo que las razones por las cuales desde la izquierda tenemos que recuperar la problemática geopolítica -¡que sí estaba presente, si bien expresadas con otro lenguaje, en el marxismo clásico!- son por demás convincentes. Pero, ¿a qué se debe que el pensamiento de la derecha haya hecho lo propio y que la obra de los intelectuales orgánicos del imperio (Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger, para tan sólo nombrar a los de mayor gravitación) y de los académicos del mainstream norteamericano deban recurrir cada vez con más frecuencia a consideraciones geopolíticas en sus estudios e investigaciones? ¿Se trata de una superficial y efímera moda intelectual, para reemplazar al ya difunto concepto de “globalización”, cuya muerte fue anunciada simultáneamente a su advenimiento o hay algo más? Efectivamente hay algo más. No es un tema de modas intelectuales o escolásticas, y esta es la segunda cuestión que queríamos plantear. La reflexión geopolítica en el campo del pensamiento imperial es hija de una dolorosa (para algunos) comprobación: el imperio norteamericano ha superado su cenit y ha comenzado a recorrer el
  • 4. camino de su lento pero irreversible ocaso. Para los gobernantes y las clases dominantes de Estados Unidos de lo que se trata entonces es de tomar los recaudos necesarios para evitar dos desenlaces inaceptables: (a) que el crepúsculo imperial precipite una incontrolable reacción anárquica en cadena en el sistema internacional, en donde un buen número de estados y una cantidad desconocida pero significativa de actores privados disponen de un arsenal atómico capaz de eliminar de raíz toda forma de vida en el planeta y, (b), que producto de la irreversible redistribución del poder mundial la seguridad nacional y el modo de vida de Estados Unidos puedan verse irremediablemente menoscabados. Esta es la razón de fondo por la cual los estrategas militares estadounidenses llevan más de diez años refiriéndose oblicuamente al tema y alertando, en sus escenarios bélicos prospectivos de largo plazo, que ese país deberá estar preparado para librar guerras, en los más diversos rincones de este planeta, durante los próximos veinte o treinta años. Doctrina de la “guerra infinita” cuyo objetivo no será acrecentar su primacía mundial mediante la incorporación de nuevas áreas de influencia o control sino apenas preservar las ya existentes, o evitar un catastrófico derrumbe de los parámetros geopolíticos globales. El más reciente libro de Brzezinski Estos pronósticos tardaron más de diez años en incorporarse a los análisis del mandarinato académico y de los publicistas del imperio, profundamente enquistados en los grandes medios de comunicación. Pero ya no más. La terca realidad les ha obligado a hablar de lo que hasta hace poco era impensable, cuando una pandilla de reaccionarios nucleada en el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano fundado por Dick Cheney en 1997 se ilusionó al creer que el mundo que aparecía ante sus ojos tras el derrumbe del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética había llegado para quedarse, para siempre, en una típica reiteración de la incapacidad del pensamiento burgués para comprender la historicidad de los fenómenos sociales.[2] Se trató de una ilusión infantil, así la juzgó ese viejo lobo del imperio que es Zbigniew Brzezinski, que la realidad desbarató en pocos años. Los atentados del 11-S derrumbaron no sólo las Torres Gemelas sino también los tranquilizadores espejismos con los cuales se entretenían los dizque expertos del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano. No es casual que en su más reciente libro Brzezinski dedique unas sorpresivas páginas introductorias al tema de la declinante longevidad de los imperios, y si bien no lo dice explícitamente está claro que para él, como para tantos otros, Estados Unidos es un imperio. [3] Claro está que se trataría de un imperio de nuevo tipo, movido por el idealismo Wilsoniano, como lo asegura Henry Kissinger en sus diversos escritos, idealismo que lo lleva a convertirse según esta autocomplaciente visión, en un abanderado de las mejores causas de la humanidad: democracia, derechos humanos, libertad, pluralismo, etcétera. En una palabra, el país a quien Dios presuntamente le habría encomendado la realización de un “Destino Manifiesto” y en virtud del cual sembraría aquellos nobles valores e instituciones a lo largo y ancho del planeta. Un razonamiento muy parecido había sido formulado por Henry Kissinger en un libro publicado en 1994 y
  • 5. traducido al castellano al año siguiente: La Diplomacia. En él el ex Secretario de Estado de Richard Nixon advertía sobre la precariedad de los ordenamientos internacionales al observar que “con cada siglo ha ido encogiéndose la duración de los sistemas internacionales. El orden que surgió de la Paz de Westfalia duró 150 años … el del Congreso de Viena se mantuvo durante 100 años … el de la Guerra Fría terminó después de 40 años.” Y concluye: “Nunca antes los componentes del orden mundial, su capacidad de interactuar y sus objetivos han cambiado con tanta rapidez, tanta profundidad o tan globalmente.”[4] Dado todo lo anterior no sorprende la nota que días atrás publicara David Brooks en el New York Times y que fuera reproducida en Buenos Aires por La Nación y, con seguridad, en otros diarios de América Latina y el Caribe. Brooks, un hombre de clara persuasión conservadora, cita en su nota la opinión de Charles Hill, uno de los mayores expertos del Departamento de Estado, ya retirado de su cargo, quien dice textualmente que: "La gran lección que enseña la historia de la alta estrategia es que cuando un sistema internacional establecido entra en fase de deterioro, muchos líderes actúan con indolencia y despreocupación, y felicitándose a sí mismos. Cuando los lobos del mundo huelen esto, por supuesto que empiezan a moverse para sondear las ambigüedades del sistema que envejece y así arrebatar de un tarascón los bocados más preciados.” Brooks refleja, con desazón, la literatura que cada vez con mayor frecuencia examina el proceso de decadencia imperial, esa “fase de deterioro” a la que aludía Hill, si bien no todos los autores se atreven a abandonar los eufemismos tranquilizadores. El último número de la revista Foreign Affairs, el conservador órgano del establishment diplomático estadounidense, presenta un par de artículos de dos de los mayores especialistas en el análisis de las relaciones internacionales y en los cuales, más allá de sus diferencias, concuerdan en el hecho de que “la geopolítica está de vuelta”.[5] Y si lo está es precisamente porque la correlación de fuerzas que en el plano internacional se cristalizara después de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, las fantasías que anunciaban el advenimiento de “un nuevo siglo americano” se derrumbaron estrepitosamente. Ejemplos: Estados Unidos es derrotado inapelablemente (29 a 3) en una votación en la OEA que pretendía decretar la intervención de ese organismo en la crisis que afecta a la República Bolivariana de Venezuela; asiste impotente a la reincorporación de Crimea a Rusia, pese a que en una actitud insólita y provocativa su Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos Euroasiáticos, Victoria Nuland, estuvo en la Plaza Maidan de Kiev repartiendo panecillos y galletitas a las bandas de neonazis que luego tomarían por asalto los edificios gubernamentales y constituirían un nuevo gobierno, mismo que fue rápidamente reconocido por las corruptas y
  • 6. decrépitas democracias capitalistas; y sus bravuconadas y amenazas en contra de Siria se derrumbaron como un castillo de naipes en cuanto Rusia -y de modo más cauteloso, China- le hicieron saber a Washington que no permanecerían de brazos cruzados si la Casa Blanca lanzaba una nueva aventura bélica en la región. Cambios inesperados, muy profundos y sucedidos en muy corto tiempo y que nos obligan a reflexionar sobre -y a actuar en- una transición geopolítica global que difícilmente podrá llevarse a cabo de manera pacífica. Si atendemos a las lecciones de la historia, todas las transiciones geopolíticas precedentes fueron violentas. Nada permite suponer que hoy la historia será más benigna para nuestros contemporáneos, especialmente si se repara en la fenomenal desproporción de recursos militares que retiene el centro imperial, superior a la de la totalidad de los demás países del planeta. [1] Mackinder (1861-1947) sostenía que en el planeta hay una “Isla Mundial” que es el sitio donde se concentran las mayores riquezas naturales y que está conformada por la gran masa euroasiática y africana. Al interior de este enorme espacio se recorta, según este autor, un pivote que se extiende desde el Volga hacia el Este, hasta el río YangTse en la China, y desde los Himalayas hasta el Océano Ártico y Siberia. Quien controle ese pivote, sostiene Mackinder, controlará la Isla Mundial y quien ejerza ese control podrá extenderlo a todo el mundo. Tiempo después, el geopolítico norteamericano Nicholas Spykman (1893-1943) re-elaboró las concepciones de Mackinder y acentuó la importancia del anillo de tierras y mares que rodean al pivote central. Si ese cerco es exitoso, asegura Spykman, la potencia que lo consiga dominará Eurasia, y quien controle Eurasia regirá los destinos del mundo. Zbigniew Brzezinski es el más encumbrado continuador de esta tradición que le asigna al pivote central de la masa euroasiática un papel crucial en el dominio del planeta. La obsesión por cercar ese pivote con toda suerte de alianzas político-militares alimentó la política exterior de los Estados Unidos desde el triunfo de la Revolución Rusa en 1917 hasta nuestros días, como lo prueban los mapas utilizados por Brzezinski en su ya referida obra. [2] Recordar que Cheney luego se convertiría, bajo la presidencia de George W. Bush, en Vicepresidente de los Estados Unidos durante sus dos mandatos y uno de los personajes de mayor influencia en el proceso decisional de la Casa Blanca, algo poco común si se recuerda el carácter eminentemente protocolar, casi decorativo, de los vicepresidentes en la república imperial norteamericana. [3] Puede consultarse este tema de la declinante longevidad de los imperios en Zbigniew Brzezinski, Strategic Vision. America and the Crisis of Global Power(New York: Basic Books, 2012), pp. 21-26. [4] Henry Kissinger, La Diplomacia (México: Fondo de Cultura Económica, 1995), p. 803. [5] Ver John Ikenberry, “The Illusion of Geopolitics. The Enduring Power of the Liberal Order” y –Walter Russell Mead, “The Return of Geopolitics. The Revenge of the Revisionist Powers”, ambos en Foreign Affairs, Mayo-Junio de 2014. FUENTE: http://www.atilioboron.com.ar/2014/05/el-retorno-de-la-geopolitica-y-sus_2.html Sobre geopolítica, imperialismo y la herencia de Chávez Los invito a ver una larga entrevista que días pasado me hiciera en Neuquén Pablo Fernández, de Cartago Televisión, sobre los temas que se indican a continuación:
  • 7. Pueden verse en YouTube en los siguientes enlaces: Primer bloque: Geopolítica e Imperialismo http://www.youtube.com/watch?v=cR8zWBYRd1g Segundo bloque: América Latina en la vanguardia de las luchas antiimperialistas http://www.youtube.com/watch?v=ABNzeOZGZ-8 Tercer bloque y final: el legado de Chávez http://www.youtube.com/watch?v=hJtehWjlJ30 FUENTE: http://www.atilioboron.com.ar/2013/04/sobre-geopolitica-imperialismo-y-la.html RELACIONADO: http://www.atilioboron.com.ar/2013/10/america-latina-temas-urgentes-de-la.html La coyuntura geopolítica de América Latina y el Caribe en 2010 Por: Atilio Borón Ponencia presentada en Casa de las Américas, 22-24 de Noviembre 2010 Auge o declinación del imperialismo norteamericano Hablar de la coyuntura geopolítica de América Latina y el Caribe en el momento actual nos obliga a examinar, en términos globales, la situación del imperio. Al iniciarse la década de los ochentas había ganado creciente gravitación, no sólo en América Latina sino en buena parte del mundo, un discurso que anunciaba la decadencia del imperialismo norteamericano. 1 Una serie de acontecimientos de significación histórico-universal, al decir de Hegel, daban pie a tal predicción: en primer lugar, la catastrófica e ignominiosa derrota de Estados Unidos en Vietnam; cuatro años más tarde, en 1979, el derrocamiento de las tiranías del Sha de Irán y de Somoza en Nicaragua, privando al imperio de la inestimable colaboración de dos de sus principales gendarmes regionales en Medio Oriente y Centro América respectivamente; años después, el derrumbe, siguiendo el tan temido “efecto dominó” de los estrategas del Pentágono, de las dictaduras que Washington había promovido o instalado directamente en América Latina y el Caribe y la impetuosa irrupción de una nueva ola democratizadora que encontró en esta parte
  • 8. del mundo una de sus expresiones más acabadas. En el otro extremo del mundo, el lento inicio del irresistible ascenso de China en el firmamento de la economía y la política mundiales le prestaba aún más verosimilitud a las tesis decadentistas que, en la izquierda latinoamericana, lograron amplia repercusión a lo largo de toda la década. No sólo la izquierda latinoamericana tomó nota y elaboró argumentos sobre esta situación: en el capitalismo desarrollado proliferaron también teorizaciones de diverso tipo que pretendían dar cuenta de este lento pero inexorable ocaso del imperialismo norteamericano. Dos contribuciones sumamente significativas de aquellos años fueron los libros de Emmanuel Todd y del historiador Paul Kennedy y su teoría de la “sobre-expansión imperial” (imperial overstretching).2 No obstante, más pronto que tarde las cosas habrían de cambiar. En la inauguración de la presidencia de Ronald Reagan (1981-1989) algunos analistas vieron una primera tentativa de recomposición de la primacía imperial - obsesionada por dejar atrás el ominoso legado del “síndrome de Vietnam”- sobre todo luego del inicio de una brutal ofensiva militar en contra de la Unión Soviética -la “guerra de las Galaxias”- que obligó a este país a incurrir en un gasto militar de fenomenales proporciones que, a la postre, acelerarían el catastrófico final del experimento soviético. Pero no sería sino hasta finales de la década y comienzos de la siguiente cuando, caída del Muro de Berlín (1989) e implosión de la Unión Soviética (1991) mediante, amén del triunfo en la Guerra del Golfo (Agosto 2 de 1990 - Febrero 28 de 1991), el discurso sobre la decadencia imperial habría de ser archivado. A partir de ese momento se generalizó la tesis contraria: no sólo que no había ni hubo decadencia imperial -sino apenas un momentáneo tropiezo- sino que, de hecho, el imperio se había “recargado” y aparecía en la escena universal con renovados bríos. Algunos teóricos, como Charles Krauthammer, por ejemplo, construyeron laboriosos argumentos para fundar su tesis sobre la permanencia del llamado “momento unipolar.” 3 Este nuevo humor social, que permeaba los distintos estratos de la opinión pública mundial y que, por supuesto, prevalecía sin contrapesos en los círculos dirigentes del capitalismo, atraería una pléyade de intelectuales y publicistas que conformarían este estado de ánimo en una nueva y completa doctrina internacional. Hablamos de la obra de autores tales como Thomas Friedman, Robert Kagan, Samuel P. Huntington y Francis Fukuyama, entre otros, quienes en el clima optimista de los nuevos tiempos se dieron a proclamar a los cuatro vientos el carácter imperialista de los Estados Unidos. Sólo que, a diferencia de los anteriores, el norteamericano es un imperialismo benévolo, moral y libertario, que descarga sobre los hombros de la sociedad norteamericana la dura tarea de crear un mundo seguro para la libertad, la democracia y, de paso, los mercados. No hace falta demasiada erudición para corroborar las simetrías entre este razonamiento y el que expresara Sir Cecil J. Rhodes, en la Inglaterra victoriana, sobre la responsabilidad del hombre blanco en llevar la civilización a las salvajes poblaciones del África negra e inculcándoles el amor por la justicia, la democracia, la libertad y … la propiedad privada. Cabe anotar que esta visión idílica del imperio rebalsó con creces el espacio ideológico de la derecha para penetrar profundamente en las interpretaciones de una cierta izquierda manifiestamente incapaz de entender el significado de los nuevos tiempos. Un caso paradigmático de este extravío lo ofrece la obra de Michael Hardt y Antonio Negri, en donde se desarrolla la curiosa tesis de un “imperio sin imperialismo”. 4 Los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono, el 11 de Septiembre de 2001, pusieron abrupto fin a esta ensoñación y el imperialismo reafirmó urbi et orbi su disposición a pelear con quien fuera necesario para preservar sus privilegios. Los dichos de George Bush Jr. son bien elocuentes al respecto: “buscaremos a los terroristas en cada rincón oscuro de la Tierra.” 5 El optimismo cedió su lugar a la crispación y a la furia, y a un inusitado proceso de militarización cuyas funestas consecuencias no tardaron en tornarse claramente visibles de inmediato. En la actualidad, y como fiel reflejo de los cambios registrados en la escena internacional, al finalizar la primera década del siglo veintiuno ya son los grandes estrategas del imperio quienes plantean una visión “declinacionista” del futuro norteamericano. Todos los documentos elaborados por el Pentágono, el Departamento de Estado y la propia CIA sobre los escenarios futuros (en torno al 2020 o 2030) coinciden en señalar que Estados Unidos jamás
  • 9. volverá a disfrutar de la supremacía que supo tener en la segunda mitad del siglo veinte y que ese tiempo ya se acabó. Es más, en un informe especial elaborado por el Pentágono se dice que en los próximos años Washington deberá prepararse para vivir en un mundo mucho más hostil y competitivo, con numerosos rivales y adversarios que cuestionarán su predominio en todos los frentes y que, en consecuencia, las guerras serán una condición permanente durante los próximos treinta o cuarenta años.6 Las razones de fondo que subyacen a este pronóstico son bien conocidas. Por una parte, la relativa pérdida de gravitación económica de Estados Unidos por comparación a la que gozaba a la salida de la Segunda Guerra Mundial. Si en ese momento su contribución al PIB mundial rondaba el 50 % en la actualidad es poco menos que la mitad de esa proporción, y la tendencia es hacia la baja, suave pero hacia la baja. El país sufre, además, de los “déficits gemelos” (fiscal y de balanza comercial) que han adquirido dimensiones extraordinarias. El dólar norteamericano, a su vez, ha visto declinar significativamente su valor en los últimos años y de moneda de reserva de valor que era se convirtió en una divisa cada vez más sostenida por sus propios rivales en la economía mundial, como China, Japón, Corea del Sur y Rusia. Una economía, en suma, en donde los hogares, las empresas y el propio estado se encuentran endeudados en grado extremo. Durante más de 30 años Estados Unidos vivió artificialmente del ahorro y del crédito externo, consumiendo muy por encima de sus posibilidades reales y tanto uno como el otro no son entidades infinitas e inagotables. El estado se endeudó al lanzar varias guerras sin subir los impuestos. No sólo eso, reduciendo los impuestos a los ricos y las grandes corporaciones. Las familias también se endeudaron, impulsadas por una infernal industria de la publicidad que promueve patrones de consumo no sólo irracionales sino brutalmente agresivos con el medio ambiente. A mediados del 2007 un informe de la Reserva Federal de los Estados Unidos advertía sobre el peligroso ascenso del endeudamiento de los hogares norteamericanos que había pasado de ser equivalente al 58 % del ingreso de las familias en 1980 a 120 % en el 2006. Según un estudioso del tema, Eric Toussaint, esa proporción siguió aumentando y hasta situarse, en la actualidad, en un 140 % del ingreso anual de las familias. El mismo autor señala que si se suma la totalidad de la deuda norteamericana, es decir, la de las familias, las empresas y el estado, se llega a un exorbitante 350 % del PIB de los Estados Unidos. Situación insostenible que, finalmente, estalló a mediados del 2008 desencadenando una nueva crisis general en la cual estamos inmersos. 7 El resultado de este descalabro económico del centro imperial es que, por primera vez en la historia, un país situado en el vértice de la pirámide imperialista se convierte en el principal deudor del planeta. Tradicionalmente la situación era la inversa: eso fue lo que ocurrió durante el largo reinado de Gran Bretaña en la economía mundial (desde comienzos del siglo diecinueve hasta la Gran Depresión de 1929) y eso también aconteció durante un tiempo en las primeras décadas de la hegemonía norteamericana, entre 1945 y comienzos de los setentas. Pero en la actualidad la situación es completamente distinta y Estados Unidos ostenta la poco gloriosa condición de ser el mayor deudor del mundo. Un cambiante, y amenazante, escenario estratégico mundial Lo anterior no podía dejar de tener profundas implicaciones políticas. Tal como lo aseguran numerosos documentos oficiales, Estados Unidos se enfrenta ante un escenario internacional profundamente amenazante: la situación en Medio Oriente parece deslizarse por un tobogán que culmina en el descontrol, y donde el fundamentalismo islámico, alentado por la CIA para repeler la invasión soviética en Afganistán, ahora amenaza a las monarquías petroleras pro-americanas de la región. Israel, a su vez, es el gendarme regional que actúa cada vez con mayor autonomía sabiendo que dispone de suficientes mecanismos extorsivos como para garantizar el incondicional apoyo de Washington a sus políticas sionistas. Sus provocaciones y sus desafiantes políticas racistas y colonialistas han exacerbado sin cesar el polvorín del conflicto palestino-israelí, que bien podría finalizar desencadenando un nuevo holocausto nuclear habida cuenta de la pertinaz ofensiva desatada en contra de Irán
  • 10. por parte de la Casa Blanca y el gobierno sionista de Israel. Siete años de guerra en Irak no lograron estabilizar a ese país y “normalizarlo” para extraer de él el precioso recurso petrolero en la cantidad deseada; por el contrario, la ocupación norteamericana que finalizó con una ingloriosa “retirada sin victoria” de las tropas yankees ha destruido el delicado equilibrio que mantenía a ese país unido y que, roto hoy de manera aparentemente irreparable, se convierte en un factor de desestabilización de toda la región, incluido Turquía, dado el papel de la minoría kurda en su territorio. Más hacia el este las aguas lejos de calmarse se agitan aún con más fuerza: sumido en otra aventura militar en Afganistán, la presencia de sus tropas en el área ha movilizado fuertes sentimientos anti-norteamericanos que también se expanden como un reguero de pólvora hacia su vecino Pakistán, irresponsablemente dotado de un poderoso arsenal nuclear cedido por Washington a fin de contrabalancear el programa atómico de la India, que la estúpida y crónica paranoia de la dirigencia de Estados Unidos atribuía a su condición de “Proxy” soviético. En el extremo oriente no mejora la situación política global de Estados Unidos: el insólito desafío de Corea del Norte prosigue su curso sin que el imperio pueda interponer obstáculos con suficiente capacidad de disuasión. China se encamina en pocos años más a ser la principal economía del mundo y, además, un formidable poder militar pero de naturaleza eminentemente defensiva. Por su parte, Europa da muestras de una radical incapacidad de conformar una unidad política que le permita constituirse como un actor político gravitante en la arena mundial. Como no podía ser de otra manera, el impacto de todos estos cambios económicos y políticos tuvo una enorme repercusión en América Latina y el Caribe. Veremos este tema en más detalle en la siguiente sección de este trabajo. Por ahora bástenos con decir que el acontecimiento más significativo en este terreno ha sido la estrepitosa derrota del ALCA en Mar del Plata, en Noviembre del 2005, en la medida en que se trataba del proyecto estratégico más importante del imperio desde la formulación e implementación de la Doctrina Monroe. En realidad, el ALCA no era otra cosa que la culminación del proceso anexionista contemplado en aquella, y que fue abortado gracias a la rebelión de algunos gobiernos de la región y la colaboración de otros. El reverso de la medalla de todos estos procesos ha sido la desorbitada militarización de la política exterior y, como complemento necesario, el progresivo recorte de los derechos civiles y libertades individuales dentro de las propias fronteras de los Estados Unidos, tema éste que ya ha suscitado numerosas protestas por parte de distintas organizaciones defensoras de las libertades y los derechos humanos. Un indicio muy claro de este proceso es el evidente desplazamiento del Departamento de Estado en el diseño e implementación de la política exterior a favor del Pentágono. Por supuesto, esto no es algo que haya ocurrido de la noche a la mañana: se trata de un proceso y no de un acontecimiento que ocurre sin aviso previo. En todo caso, si hubiera que fijar un momento emblemático en donde esta tendencia se acelera considerablemente el 11 de Septiembre del 2001 sería sin duda alguna la fecha más indicada. Luego de esto el estallido de la Guerra de Irak vendría a acentuar aún más esta orientación, así como la significativa marginación de Colin Powell quien en su carácter de Secretario de Estado aconsejó a la Casa Blanca no declarar la guerra a Irak y ocupar su territorio dado que luego de ello Estados Unidos no podría retirarse del teatro de operaciones. Su tesis fue vapuleada por la intervención del Vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney; por el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld; y por la presidenta del Consejo Nacional de Seguridad, Condoleezza Rice, ninguno de los cuales, al decir de Powell, tenía el más mínimo conocimiento de las cuestiones militares y eran incapaces de diferenciar un simple revólver de una pistola. Esta marginación del Departamento de Estado ha sido acompañada por un fenomenal aumento del presupuesto militar, para lo cual se apeló a pretextos tan remanidos como la necesidad de librar una batalla frontal en la “guerra contra el terrorismo”, o la “guerra contra el narcotráfico” todo lo cual, además, desde el 11 S dio pie para la elaboración de una nueva doctrina militar y estratégica: la “guerra infinita.” Una rápida ojeada a la progresión del gasto militar norteamericano revela los descomunales alcances del proceso. En 1992, el presupuesto militar de
  • 11. Estados Unidos equivalía al de los 12 países que le seguían en la carrera armamentista; cuando en 2003 se decide la invasión y posterior ocupación de Irak el gasto norteamericano ya era equivalente al de los 21 países que le seguían en ese rubro. Las complicaciones de esa guerra sumada a la intensificación de las operaciones en Afganistán hizo que, para el 2008 el gasto militar de los Estados Unidos sólo pudiera ser igualado si se sumaban los presupuestos militares de 191 países. Para el 2010, ya es superior a la totalidad del gasto militar de todos los países del planeta, superando la barrera psicológica del billón de dólares (un millón de millones de dólares), pese a que en sus comunicados oficiales la Casa Blanca habla de una cifra poco superior a los 750.000 millones de dólares. Claro está que esa cifra no contempla el multimillonario presupuesto de la Veterans Administration, encargada de prestar asistencia médica y psicológica a los ex combatientes de las sucesivas guerras del imperio, desde la de Vietnam en adelante. Si a esto se le agregan los gastos realizados por subcontratistas vinculados a actividades de infraestructura (como la Halliburton, por ejemplo) y algunos otros relacionados con la contratación de mercenarios se comprenderá fácilmente las razones por las cuales las cifras que se dan a conocer subestiman notablemente el gasto militar de los Estados Unidos. La formidable expansión de las bases y misiones militares de los Estados Unidos por todo el mundo es otra de las facetas de este proceso de tenebrosa militarización de las relaciones internacionales impulsado por Estados Unidos. Un recuento de hace poco más de un año arrojaba un número de 872 diseminadas por 128 países. No obstante ello, en meses recientes la Casa Blanca aumentó su presencia en nuestra región mediante cuatro nuevas bases que habrían sido concedidas motu propio por el gobierno de Panamá, dos en el litoral caribeño y otras dos en el Pacífico y una o dos bases aeronavales que el gobierno de Alan García habría puesto a disposición de las tropas norteamericanas en el Perú con el objeto de compensar la pérdida producida por el abandono de la base de Manta en Ecuador.8 Hay que aclarar, de todos modos, que la Corte Constitucional de Colombia sentenció que el acuerdo Obama-Uribe es inconstitucional; en realidad, el dictamen fue más allá pues la sentencia establece que el tratado de marras es “inexistente” porque no cumplió con los requisitos fundamentales que lo constituyan como tal. Esta sentencia podría, en principio, obstaculizar la implementación de los planes bélicos del Pentágono en esa región. Pero decimos “en principio” porque el débil espesor de la legalidad colombiana no permite asegurar que la sentencia del máximo tribunal vaya a ser efectivamente aplicada. Otro tanto ocurre con la legislación aprobada por la Asamblea Nacional de Costa Rica autorizando el ingreso de un elevado número de marines a ese país (entre 6 y 14 mil) y de 46 naves de guerra del más diverso tipo. A fines de Noviembre del 2010 tal legislación fue recurrida y hay indicios de que el Tribunal Constitucional de ese país podría llegar a declarar la inconstitucionalidad de esa pieza legislativa. Claro está que, al igual que en el caso de Colombia, esto no significa que no puedan apelarse a argucias especiales en virtud de las cuales se pueda burlar la sentencia de los jueces. Una simple mirada al mapa regional bastaría para comprobar que América Latina y el Caribe se encuentran rodeados de bases militares, la gran mayoría de las cuales fueron instaladas -o acordado su uso- en los últimos años. Bastaría, para circunscribir por completo la gran cuenca de la Amazonía, que las negociaciones en curso entre Washington y París prosperaran para que, mediante el otorgamiento a los Estados Unidos de la base que los franceses tienen en Cayena, en la Guayana Francesa, el control territorial y del espacio aéreo fuera total, con una proyección que, inclusive, llegaría hasta el África Occidental y la Isla Ascensión, crucial para el desplazamiento de las tropas de la OTAN hacia el Atlántico Sur. 9 Una última consideración de carácter cuantitativo es la siguiente: al momento actual, el total del personal civil del Comando Sur, cuya sede se encuentra en Miami, excede con creces al número total de funcionarios que, en todas las demás agencias y secretarías del estado federal, se desempeñan en programas o iniciativas relacionadas con América Latina. Nótese que estamos hablando del personal civil del Comando Sur, esto es, con exclusión del personal militar. Esta situación, otra vez, no tiene precedentes en la historia de las relaciones interamericanas.10
  • 12. Finalmente, habría que agregar en este relevamiento de la desorbitada militarización del imperio y de las políticas imperiales la reactivación de la IV Flota, que no se había movilizado nsi siquiera en la Crisis de los Misiles, de Octubre 1962. Mantenida en sus apostaderos en esa ocasión, se reactiva a mediados del 200 en sugestiva coincidencia con el anuncio formulado por el presidente Lula relativo al descubrimiento de un enorme manto petrolífero submarino en el litoral paulista.11 Para resumir: expansión desorbitada del gasto militar, de las bases militares, del personal dedicado a monitorear y controlar a la región en el marco del Comando Sur, la movilización de la IV Flota: ¿hace falta alguna evidencia más para concluir que el imperio se ha lanzado con todas sus fuerzas a recuperar el terreno perdido y a “corregir” el curso de los acontecimientos regionales para adecuarlo a sus intereses? Y no hay duda alguna de cuáles son los objetivos estratégicos de tamaña reacción: en lo inmediato tumbar a Chávez y, de ese modo, lograr el estrangulamiento económico y financiero de Cuba, Bolivia y Ecuador. Pero el objetivo estratégico supremo, más allá de lo inmediato y circunstancial, es posicionar a los Estados Unidos en una situación tal que le permita controlar el acceso a las enormes riquezas concentradas en el corazón de Sudamérica. Se verifica también en el caso estadounidense la tendencia observada en otros imperios: en su fase declinante se acrecienta su agresividad, su peligrosidad. Su prolongada agonía está signada por violentas convulsiones. James Monroe define (para siempre) la política hacia América Latina Un lugar común en el discurso de muchos analistas de las relaciones internacionales y, lamentablemente, de muchos funcionarios gubernamentales de los países latinoamericanos asegura que nuestra región carece de relevancia y que no suscita mayor interés en Washington. Que lo más que podemos aspirar es a una “negligencia benigna”, a un ninguneo apenas disimulado con algún ocasional gesto aislado, o un oportuno tic diplomático. La razón de esta autodepreciación, según los cultores de esta tesis, es que para la Casa Blanca las prioridades son en primer lugar Medio Oriente, luego Europa, luego Asia Central, luego el Extremo Oriente y, en el mejor de los casos, en quinto lugar, aparecería Nuestra América, mendigando atención y buenos modales. En realidad, este discurso no surgió endógenamente sino que, gracias a la férrea supervivencia de nuestra colonialidad, fue importado precisamente de Estados Unidos. Ese discurso es al que sistemáticamente Washington apela cuando tiene que relacionarse con sus vecinos al sur del Río Bravo y que la abrumadora mayoría de nuestros gobernantes y una proporción no demasiado menor de nuestros intelectuales han asumido como una verdad revelada e irrefutable. No podemos entrar en mayores detalles para explicar las razones de esta sinrazón. Bástenos con señalar, en línea con las esclarecedoras reflexiones de Fernández Retamar contenidas en su Todo Calibán, la pertinaz influencia de una larga historia de sumisión colonial y neocolonial que hunde sus raíces en la Conquista de América y que hasta el día de hoy atenaza con sus pesadillas el sueño de los vivos, para abusar de un célebre pasaje de Marx en El Dieciocho Brumario.12 La premisa de la irrelevancia ha sido una estrategia muy eficaz utilizada por Washington para desalentar y desmoralizar a los gobiernos latinoamericanos. Pero de su eficacia práctica no puede inferirse que sus fundamentos sean correctos. Son profundamente erróneos, por varias razones. 13 En primer lugar no deja de asombrar que si la nuestra es una región tan irrelevante, que tan poco cuenta en el tablero de la política mundial, que haya sido precisamente ella la destinataria de la primera doctrina de política exterior elaborada por Estados Unidos tan tempranamente como en 1823, es decir, un año antes de la batalla de Ayacucho que puso fin al imperio español en América. Naturalmente, se trata de la Doctrina Monroe que con sus circunstanciales retoques y adaptaciones ha venido orientando la conducta de la Casa Blanca hasta el día de hoy. ¿Cómo explicar tamaña contradicción entre irrelevancia y precocidad? La inconsistencia se vuelve clamorosa cuando se repara que habría de transcurrir casi un siglo para que Washington diera a luz, en 1917, a una nueva
  • 13. doctrina de política exterior, esta vez referida al teatro europeo, convulsionado por la Primera Guerra Mundial y el estallido de la Revolución Rusa en Febrero de ese mismo año. Más allá de la retórica y de tacticismos diplomáticos lo sustancial del caso es que América Latina es la principal región del mundo para la política exterior de los Estados Unidos: es su frontera con el Tercer Mundo, su hinterland, su área de seguridad militar, la zona con la cual comparte la ocupación de la gran isla americana que se extiende desde Alaska hasta Tierra del Fuego, separada de las demás masas geográficas y, más encima todavía, depósito de inmensos recursos naturales. Una periferia sometida al insaciable apetito del imperio, que saquea y domina a pueblos y naciones, generando con ello una vasta zona de crónica inestabilidad y turbulencias políticas que brotan de su condición de ser un riquísima región lindera con el centro imperial y, a la vez, la de peor y más injusta distribución de ingresos y riquezas del planeta. Esas y no otras son las razones de la temprana formulación de la Doctrina Monroe; las razones profundas, también, del más de centenar de intervenciones militares norteamericanas en la región, de tantos “golpes de mercado”, de asesinatos políticos, sobornos, campañas de desestabilización y desquiciamiento de procesos democráticos y reformistas perpetrados contra una región, ¿carente por completo de importancia? En tal caso, ¿no hubiera sido más razonable una política de indiferencia ante vecinos revoltosos pero insignificantes? Precisamente a causa de su relevancia se entiende el sobresalto de Washington ante el surgimiento de cualquier gobierno siquiera mínimamente reformista, aún en países tan pequeños como Grenada (¡344 km2 y 60.000 habitantes al momento de su invasión por los Marines en 1983!) que fueron demonizados por los administradores imperiales por su capacidad de poner en peligro la “seguridad nacional” de los Estados Unidos. Fue Zbigniev Brzezinski quien, al promediar la década de los ochentas y en plena “Guerra de las Galaxias” que la Unión Soviética era un problema transitorio para Estados Unidos, pero que América Latina constituía un desafío permanente, arraigado en las inconmovibles razones de la geografía. De ahí la persistencia del criminal bloqueo contra Cuba durante medio siglo y la excepcional “ayuda militar” prestada a Colombia, país que es el tercer receptor mundial sólo superado por la que se le presta a Israel y, en segundo lugar, Egipto.14 Petróleo, gas, minerales estratégicos, biodiversidad Fue nada menos que Colin Powell, el Secretario de Estado de George W. Bush quien dijo, a propósito de la obstinación de la Casa Blanca para lograr aprobar el ALCA, que: “nuestro objetivo es garantizar para las empresas estadounidenses el control de un territorio que se extiende desde el Ártico hasta la Antártica y el libre acceso sin ninguna clase de obstáculo de nuestros productos, servicios, tecnologías y capitales por todo el hemisferio.” 15 ¿Irrelevantes? Nótese la importancia de nuestra región como un gigantesco mercado para las inversiones estadounidenses, grandes oportunidades de inversión, fabulosas expectativas de rentabilidad posibilitadas por el control político que Washington ejerce sobre casi todos los gobiernos de la región, y todo esto en un territorio que alberga un repertorio casi infinito de recursos naturales de todo tipo. Pero además de ello la nuestra podría ser, en función de probables desarrollos tecnológicos, la región que cuente con las mayores reservas petroleras del mundo: esa es la promesa contenida en la Faja del Orinoco y los megayacimientos submarinos recientemente descubiertos por Petrobrás en el litoral paulista. No lo es hoy, pero podría serlo en un futuro próximo. En todo caso, aun en las condiciones actuales, es la que puede ofrecer un suministro más cercano y seguro a Estados Unidos, dato harto significativo cuando las reservas del centro imperial no alcanzan para más de 10 años y las fuentes alternativas de aprovisionamiento son mucho más lejanas y cada vez más problemáticas e inciertas toda que vez han entrado en una zona de creciente inestabilidad política. Medio Oriente se ha convertido en un polvorín que puede estallar en cualquier momento, donde el resentimiento anti- estadounidense alcanza proporciones impresionantes aun en los “Estados-clientes” como Egipto, Arabia Saudita y Turquía. Derrotado en términos prácticos en Irak, al no poder estabilizar ese país creando las condiciones para apropiarse de su riqueza petrolera en las proporciones anheladas; estancado y con graves riesgos de sufrir otra
  • 14. derrota semejante en Afganistán, cegando las cuencas petroleras de Asia Central al paso que las de África Occidental carecen de las más elementales condiciones políticas requeridas para garantizar un flujo estable y previsible de petróleo hacia Estados Unidos, el petróleo venezolano -distante a apenas tres o cuatro días de navegación por un “mar interior” como el Caribe- es un imán que atrae incansablemente los peores designios de la Casa Blanca. América Latina tiene asimismo grandes reservas de gas, dispone de casi la mitad del total de agua potable del planeta, y es el territorio donde se encuentran varios de los ríos más caudalosos del mundo y dos muy importantes acuíferos: el Guaraní y el de Chiapas. El primero no es el mayor del mundo, que es el Siberiano, pero sí es el que tiene mayor capacidad de recarga, lo que le asegura una duración prácticamente indefinida. Y el de Chiapas ya ha sido considerado como un muy significativo aporte para enfrentar el inexorable agotamiento del suministro de agua que afecta el Suroeste de Estados Unidos y que compromete el acceso al vital liquido de poblaciones como Los Angeles y San Diego. Si como dicen los expertos en cuestiones militares las guerras del siglo veintiuno serán guerras del agua, ¿cómo podría ser irrelevante un área que concentra casi la mitad del agua dulce del planeta? América Latina también es rica en minerales estratégicos. Un trabajo reciente de Rodríguez Rejas en relación al tema demuestra que “desde mitad de la década de los noventa, cuando se dispara esta actividad, América Latina cuenta con una parte importante de la producción y reservas de varios minerales cuya principal fuente de destino es EU.” Prosigue esta autora recordando que “entre los diez primeros países mineros del mundo hay seis latinoamericanos: Perú, Chile, Brasil, Argentina, México, Bolivia y Venezuela” y que los países de la región se cuentan “entre los principales productores mundiales de minerales estratégicos y metales preciosos -son catalogados como tales el oro, plata, cobre y zinc-, así como por las reservas probadas de minerales estratégicos con alto precio en el mercado como el antimonio, bismuto, litio, niobio, torio, oro, zinc y uranio entre otros. En varios, el principal receptor de la producción es EU, especialmente en el caso del bismuto (88%), zinc (72%), niobio (52%) y en menor medida la fluorita (45%) y el cobre /45%).” 16 En línea con este análisis John Saxe-Fernández sostiene que la agenda militar/empresarial de los Estados Unidos en esta materia se refiere a los abastecimientos de petróleo, gas y el resto de los metales y minerales, “de la A de alúmina a la Z de zinc.” Y para sustanciar esta afirmación el experto señala que ya desde 1980 uno de los principales expertos de la Fuerza Aérea de Estados Unidos había advertido al Congreso que amén de la fuerte dependencia de las importaciones petroleras este país carecía “de al menos cuarenta minerales esenciales para una defensa adecuada y una economía fuerte.” De esto se desprende la necesidad de que esos minerales puedan ser aportados por los países latinoamericanos, sustituyendo fuentes de abastecimiento mucho más inciertas y lejanas.17 De acuerdo con informaciones proporcionadas por el Mineral Information Institute de Estados Unidos debe importar el cien porciento del arsénico, columbo, grafito, manganeso, mica, estroncio, talantium y trium que requiere, y el 99 porciento de la bauxita y alúmina, 94 porciento del tungsteno, 84 porciento del estaño, 79 porciento del cobalto, 75 porciento del cromo y 66 porciento del níquel. 18 Como lo asegura el Mineral Information Institute, cada estadounidense al nacer consumirá 2.9 millones de libras de minerales, metales y combustibles a lo largo de su vida: 923 de cobre, 544 de zinc, 14.530 de mineral de hierro, 5.93 millones de pies cúbicos de gas, 72.499 galones de petróleo, y así sucesivamente. La infografía que se inserta a continuación ilustra con elocuencia el enorme peso que ejerce sobre el planeta Tierra el sostenimiento del patrón de consumo establecido por el capitalismo norteamericano en ese país. Huelga añadir que los países latinoamericanos son grandes productores de la mayoría de estos minerales, metales y combustibles requeridos por el consumidor estadounidense.
  • 15. Lo que cada norteamericano necesitará al nacer... Lo anterior en relación a minerales, metales y combustibles. Pero la riqueza de América Latina no se agota allí. Miremos a la biodiversidad, ¿cómo podría ser irrelevante una región que cuenta con algo más del 40% de todas las especies animales y vegetales existentes en el planeta? Según informa un documento del programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente América Latina y el Caribe alberga a cinco de los diez países con mayor biodiversidad del planeta: Brasil, Colombia, Ecuador, México y Perú, así como la mayor área de biodiversidad del mundo: la cuenca amazónica que se extiende a partir de las estribaciones orientales de los Andes. Esta región contiene la mitad de las selvas tropicales del planeta, un tercio de todos sus mamíferos y algo más de sus especies reptiles, 41 porciento de sus pájaros y la mitad de sus plantas. Es también la región de más rápida deforestación a nivel mundial aunque posee más del 30 porciento del agua potable y un 40 porciento de los recursos acuíferos renovables del planeta. Los Andes, por último, son el hogar del 90 porciento de los glaciares tropicales, fuentes del diez por ciento del agua potable del planeta. La cuarta parte de la riqueza ictícola existente en los ríos interiores de todo el mundo se encuentra en esta parte del mundo. La mitad de las especies vegetales del Caribe, a su vez, son exclusivas de esa región y no se encuentran en ninguna otra. 19 Esta exuberante riqueza en materia de biodiversidad constituye un imán poderosísimo para las grandes transnacionales estadounidenses, dispuestas a imprimir -mediante los avances de la ingeniería genética- el sello de su copyright a todas las formas de vida animal o vegetal existentes y, a partir de ello, dominar por entero la economía mundial como lo están haciendo, en buena medida, con las semillas transgénicas. Por algo el tema de los derechos de propiedad intelectual tiene tanta prioridad para Washington, como lo atestiguan las durísimas negociaciones en el seno de la Organización Mundial del Comercio. Por último, desde el punto de vista territorial, América Latina es una retaguardia militar de crucial importancia. Obviamente, los funcionarios del Departamento de Estado lo niegan rotundamente, pero los expertos del Pentágono saben que esto es así. Por eso el empecinamiento de Washington por saturar nuestra geografía con bases y misiones militares y su obstinación en garantizar la inmunidad del personal involucrado en las mismas. Si fuéramos tan poco importantes como se nos dice, ¿por qué la Casa Blanca se desvive proponiendo políticas que suscitan el repudio casi universal en la región? 20 Militarización de las relaciones interamericanas. La verdadera cacería de recursos naturales desencadenada por el imperio inevitablemente estaba destinada a desencadenar una desorbitada expansión de la presencia militar al Sur del Río Bravo, coto privilegiado de su pillaje.21 Derrotado su gran proyecto estratégico, el ALCA, en la Cumbre de Presidentes de las Américas de Mar del
  • 16. Plata (Noviembre de 2005), bajo la dirección de Hugo Chávez y con la colaboración de Luiz Inacio “Lula” da Silva y Néstor Kirchner, la Casa Blanca sólo retrocedió para cobrar nuevos bríos y lanzarse de lleno a la reconquista de su influencia perdida. Los cambios que se habían sucedido desde finales del siglo pasado: la rebelión zapatista, la elección de Hugo Chávez, el auge del Foro Social Mundial en el primer quinquenio del presente siglo, las elecciones de Lula y Kirchner en Brasil y Argentina respectivamente y, más tarde, el triunfo de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y, en menor medida, del Sandinismo en Nicaragua convencieron a la burguesía imperial que el reordenamiento de la díscola y vasta región que se extiende hacia el Sur difícilmente podría lograrse apelando a los tradicionales mecanismos de la democracia burguesa. Pese a que éstos favorecían de manera sistemática los intereses y las preferencias imperiales los procesos de descomposición del orden neocolonial habían avanzado mucho: la resistencia de Cuba ante el bloqueo y una aberrante campaña de agresiones y sabotajes la hacía aparecer ante los ojos de millones de latinoamericanos como un faro cuya luz se hacía más resplandeciente con el transcurso del tiempo. Y la aparición de nuevos liderazgos radicales, como el de los ya mencionados Chávez, Morales y Correa, y de otros que sin serlo facilitaban sus iniciativas, como Kirchner, Correa y Vázquez en Uruguay, exigía correctivos que obligaban a arrojar por la borda los escasos escrúpulos democráticos de la derecha latinoamericana e imperial. De ahí las tentativas golpistas en Venezuela en 2002, Bolivia en 2008, Honduras en 2009 y Ecuador en 2010, no por casualidad cuatro países integrantes de la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA).22 Si bien tres de estas cuatro tentativas fueron derrotadas, en Honduras el desenlace favoreció los planes del imperialismo: el presidente Mel Zelaya fue derrocado, el régimen golpista fue amparado por la abierta complicidad de Washington y el gobierno fraudulento de Porfirio Lobo inmediatamente reconocido por la Casa Blanca y su peón sudamericano, Álvaro Uribe. El contra-ataque imperial se manifestó no sólo en el terreno de la desestabilización de gobiernos democráticos: sumamente expresiva fue la reactivación de la IV Flota, que había permanecida como una suerte de “célula dormida” del imperialismo desde 1950 y que ni siquiera había sido llamada a las armas durante la muy crítica coyuntura de Octubre de 1962 cuando se produjo la llamada “crisis de los misiles” entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Pero el retroceso de los intereses estadounidenses en Sudamérica y el anuncio del presidente Lula del descubrimiento de un mega-yacimiento de petróleo en aguas continentales del Brasil precipitaron el llamado a levar anclar y hacerse a la mar de la IV Flota. 23 Lo mismo puede decirse en relación a la sucesión de bases militares que Estados Unidos ha logrado implantar en esta parte del mundo y que, sin duda alguna, ponen en evidencia la voluntad del imperio de fortalecer su presencia en la región y garantizar la exclusividad en el acceso a los estratégicos recursos que alberga el corazón de América del Sur. (Ver mapa al final de este trabajo) Un aspecto poco examinado, y que convendría monitorear más cuidadosamente, es el siguiente: si bien es cierto que la Escuela de las Américas (School of the Americas, SOA), el nido en el cual se criaron los militares terroristas que asolaron la región, ya no tiene la importancia de antaño, lo cierto es que persisten todavía numerosos vínculos que articulan al Pentágono con las fuerzas armadas de América Latina y el Caribe. Fundada en 1946 y establecida en Panamá en ese mismo año, en 1984 reinicia sus actividades en territorio continental norteamericano, en Fort Benning, Georgia. La relocalización de la Escuela de las Américas fuera del suelo latinoamericano había sido uno de los puntos contemplados en las negociaciones del tratado Carter-Torrijos en 1977.24 Atenta a los cambios de los vientos políticos que soplaban en la región en el 2001 esta siniestra institución cambia de nombre y pasa a denominarse “Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación de Seguridad” (Western Hemisphere Institute for Security Cooperation WHISC). El cambio es mero maquillaje porque la institución continúa en el mismo sitio, con el mismo edificio, los mismos instructores y enseñando las mismas técnicas de tortura y represión. Lo más grave, salvo pocas excepciones la casi totalidad de los países del área: Colombia, Chile, Perú, Nicaragua, República Dominicana, Ecuador, Panamá, Honduras, El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Paraguay, México, Jamaica, Belice, Brasil, Canadá, Barbados, Grenada y St.Kitts continuaban enviando, en el 2009, sus oficiales de las fuerzas armadas a la SOA mientras que Argentina, Venezuela, Bolivia y Uruguay dejaron de hacerlo.25
  • 17. Para resumir: pese a los cambios sociopolíticos existentes en la región todavía subsisten múltiples lazos que vinculan a las fuerzas armadas latinoamericanas con las agencias militares del imperio. Le asiste plenamente la razón a la especialista argentina Elsa Bruzzone cuando asegura que “debemos deshacernos de la Organización de Estados Americanos (OEA), del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), de la Junta Interamericana de Defensa, en resumen, de todo el sistema interamericano de defensa elaborado por Estado Unidos desde el año 1948.” 26 El proceso de militarización de las relaciones interamericanas está lejos de ser un resultado accidental del nuevo escenario internacional sino que refleja las apremiantes necesidades del imperio para asegurarse el control excluyente de los recursos naturales necesarios para mantener su irracional y despilfarrador patrón de consumo. Por supuesto, esto tiene su contrapartida doméstica en la fuerte tendencia hacia la criminalización de la protesta social en numerosos países del área, en una dinámica que no es independiente sino estrechamente relacionada con la que prevalece en el plano internacional. Tal como lo ha observado en numerosos escritos Raúl Zibechi, este proceso es inherente al modelo de desarrollo extractivista, a la acumulación por desposesión (David Harvey) y al saqueo de los pueblos originarios y las masas campesinas latinoamericanas. La conclusión es que no hay extractivismo sin represión, y no hay relaciones interamericanas sin militarización. Dadas estas condiciones no sorprende impulso y el abierto auspicio que Washington le está otorgando a las diversas “ofensivas destituyentes” en curso en la región. El caso de Honduras es sin duda el más citado y, tal vez, el más descarado. Allí fue el propio embajador de Estados Unidos en Tegucigalpa, quien advirtió, en un cable ahora revelado por las filtraciones de WikiLeaks, que “las Fuerzas Armadas, el Poder Judicial y el Congreso Nacional conspiraron contra el ex presidente Manuel Zelaya” y que lo que allí ocurrió fue un golpe de estado y no, como lo asegurara la Secretaria de Estado Hillary Clinton, un prolijo y legal recambio presidencial precipitado por las transgresiones cometidas por el presidente Zelaya. Esto no es nada novedoso sino, por el contrario, la ratificación de una tendencia permanente de la política exterior de Estados Unidos hacia nuestra región y que hoy se manifiesta también en la brutal ofensiva lanzada contra los gobiernos de izquierda como el de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa y, en menor medida, a quienes son considerados como sus “compinches”: los gobiernos de Lula en Brasil y Cristina Fernández en Argentina. Las abiertas amenazas golpistas que se ciernen sobre Guatemala y Paraguay, sobre todo en este último país donde el protagonismo de la “embajada” ha llegado a extremos insólitos, así como la intensificación de la campaña en contra de Cuba puesta de manifiesto en los renovados recursos destinados a financiar las actividades de presuntos “disidentes” y que seguramente se intensificará con la asunción de algunos miembros de la derecha fascista en algunos cargos claves del Congreso (caso de la representante de la mafia anticubana Ileana Ros, por ejemplo, a la jefatura de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes) son claros indicios de que nuestra región deberá estar muy alerta para evitar que sus gobiernos progresistas sucumban ante el feroz ataque de la Roma americana, como gustaba decir a José Martí. Una última reflexión en relación a este asunto: contrariamente a las ilusiones que brotaron al calor de la “obamamanía”, la presidencia de Obama no se apartó un ápice de la senda trazada por sus reaccionarios predecesores. No sólo fue él quien estampó su firma junto a la de Álvaro Uribe al pie del tratado mediante el cual Colombia cedía el uso de siete bases militares a los Estados Unidos -en una movida que equivale a la explícita conversión de ese país sudamericano en un protectorado norteamericano- sino que también admitió sin revisión continuar con el ASPAN -la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte- que, en los hechos, significa extender dentro de los territorios de México y Canadá (pero no a la inversa, si bien esto no está explícitamente prohibido) la jurisdicción de las fuerzas armadas estadounidenses, de algunas de sus agencias federales como la CIA, la DEA y el FBI, recortando significativamente la soberanía de sus vecinos del norte y del sur. No es un dato menor señalar el hecho de que, pese a su enorme importancia y su carácter lesivo para la soberanía
  • 18. de México, el ASPAN no sea un tratado sino simplemente un “compromiso político” o un “acuerdo de cooperación” entre los Ejecutivos de Estados Unidos, Canadá y México, el que, dada su informalidad, no está sujeto al control del Poder Legislativo de los países que establecen el acuerdo, lo cual configura una aberrante anomalía para esta clase de entendimientos. Tal como la manifestara la Canciller mexicana Patricia Espinosa, no existe ningún documento que especifique los términos de este acuerdo: por ejemplo, que armas podrán ser introducidas en México, el tamaño de la fuerza norteamericana, el ámbito territorial de su intervención, si existen o no inmunidades diplomáticas para los involucrados en esta operación. Tal como lo declarase la funcionaria arriba mencionada, “No hay documento firmado. No es un tratado internacional; es un documento que refleja el compromiso de ambos gobiernos de trabajar de manera conjunta”. El único documento escrito es, según la Canciller, apenas el comunicado conjunto emitido por los gobiernos de los tres países, ¡Nada más! El ASPAN tiene por objetivo coordinar los esfuerzos de lucha contra lo que se ha dado en llamar las “amenazas comunes”, mismas que fueron identificadas como “las organizaciones transnacionales del crimen organizado, el narcotráfico, el tráfico de armas, las actividades financieras ilícitas, el tráfico de divisas y la trata de personas”. Gracias a este “compromiso” las fuerzas ocupantes pueden ignorar la normativa internacional en la materia, porque no hay ningún vínculo formal que las obligue a ello. Pocas veces se constató tan flagrante e ignominiosa cesión de soberanía como el ASPAN, llevada a cabo de manera solapada, arbitraria y antidemocrática, lo que arroja un ominoso manto de sospecha sobre los gobiernos signatarios y carcome insanablemente sus pretendidas credenciales democráticas. Obama convalidó esta monstruosidad, lo cual retrata nítidamente cuál su total sujeción a las directivas establecidas por la clase dominante en Estados Unidos. ¡Menos mal que era tenido por “progresista”! 27 Una conclusión esperanzada No obstante todo lo antes expuesto, es preciso subrayar que a pesar de las formidables presiones de todo tipo ejercidas por Estados Unidos Washington no pudo neutralizar la creciente influencia comercial y económica de China y, en algunos casos, como Rusia, la influencia ejercida también en la órbita militar. Este acelerado proceso de multipolarización económica y política, que contrasta abiertamente con el indisputado predominio militar de Estados Unidos, ha abierto un importante espacio para afianzar la autonomía y autodeterminación de Nuestra América. Países como Rusia han recuperado su gravitación en el área y otros como China, Irán, India y Sudáfrica juegan un papel cada vez más importante en los delicados equilibrios geopolíticos de la región. Una prueba del menguado poderío norteamericano en el área la ofrece la sola enumeración de algunas derrotas que Estados Unidos experimentó en años recientes en esta parte del mundo. Sin ánimo de exhaustividad podríamos citar el desplante sufrido en la elección del Secretario General de la OEA, en Mayo del 2005, cuando por primera vez fue electo un candidato que no contaba con el apoyo de Estados Unidos. Poco después Washington sufriría una nueva derrota en Mar del Plata, cuando en Noviembre del 2005 naufragaría el ALCA. Estados Unidos experimentó también un duro revés al fracasar el golpe de estado en Venezuela, en 2002, y similares tentativas en Bolivia, 2008, y Ecuador, 2010. Lo mismo ocurrió en Junio del 2009, en San Pedro Sula, Honduras, cuando contrariando las explícitas posturas de Estados Unidos y sobreponiéndose a sus intensas presiones la Asamblea General de la OEA derogó la resolución adoptada en Punta del Este, en 1962 que había expulsado a Cuba del seno de la organización. Washington tampoco pudo impedir la realización de ejercicios navales conjuntos entre las marinas rusa y venezolana en el Mar Caribe (un “mar interior” de los Estados Unidos para los halcones del Pentágono) en Noviembre del 2008, en coincidencia con la visita del presidente de Rusia, Dimitri Medvédev a la República Bolivariana de Venezuela. Tampoco tuvo éxito la Casa Blanca en sus empeños por impedir la liberación de rehenes de las FARC en Colombia, pese a los denodados esfuerzos realizados por su peón Álvaro Uribe Vélez. No corrió mejor suerte el intento de impedir que el gobierno de Rafael Correa en Ecuador ordenara la inmediata evacuación de la base de Manta, ni tampoco pudo ser desestabilizado ese gobierno por el ataque de las fuerzas armadas de Colombia, con apoyo logístico de personal y equipo localizado en Manta, a un campamento de las FARC
  • 19. establecido al sur de la frontera colombo-ecuatoriana. Tampoco tuvo éxito en precipitar la caída de Correa mediante una abortada intentona de golpe de estado en Septiembre del 2010. Washington tampoco pudo impedir que el gobierno de Evo Morales expulsara al provocador embajador de Estados Unidos en ese país, Philip Goldberg, de tenebrosa participación en la partición de la ex Yugoslavia y la creación de Kosovo. Pese a sus presiones la Casa Blanca no pudo frustrar el proyecto de creación de la Unión Sudamericana de Naciones, que suplantó exitosamente a la OEA en desbaratar los golpes de estado en contra de Evo Morales y Rafael Correa, y la puesta en marcha de un Consejo Sudamericano de Defensa. Finalmente, tampoco pudo Estados Unidos frustrar la creación, en la II Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC) y la XXI Cumbre del Grupo de Río, de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, que iniciará sus funciones a partir de julio de 2011 luego de la III Cumbre CALC a realizarse en Venezuela. Derrotas significativas, más el imperio no se da por vencido. Vuelve a la carga y, tal como lo enseña la historia, al igual que sus predecesores: el imperio británico, el español, el portugués, el otomano y el propio imperio romano, es en las fases de decadencia cuando se los imperios se tornan más virulentos y agresivos. Conviene, por eso, recordar algunas enseñanzas. La de Martí, cuando decía que los norteamericanos “creen en el derecho bárbaro, como único derecho: ‘esto es nuestro, porque lo necesitamos’.” Y ahí arremeten contra los pueblos que tienen aquello que excita el apetito del imperio. Las del Che, cuando en las Naciones Unidas sentenciaba que “(N)o se puede confiar en el imperialismo ni un tantito así, nada.” Y las de Fidel, cuando nos aconsejaba… “No subestimar al enemigo imperialista [...] ¡El enemigo imperialista cometió el error de subestimarnos a nosotros! …nuestra patria se enfrenta al imperio más feroz de los tiempos contemporáneos, y [...] que [...] no descansará en sus esfuerzos por tratar de destruir la Revolución [...] crearnos obstáculos [...] por tratar de impedir el progreso y el desarrollo de nuestra patria [...] ese imperialismo nos odia con el odio de los amos contra los esclavos que se rebelan. [...] a ello se unen las circunstancias de que ven sus intereses en peligro; no los de aquí, sino los de todo el mundo.” Posiciones militares de EEUU
  • 20. 1 Un excelente compendio de esas discusiones se encuentra en Luis Maira, compilador:¿Una nueva era de hegemonía norteamericana? (Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1985). En Estados Unidos, los principales contribuyentes a ese debate fueron Robert Gilpin The political economy of international relations (Princeton: Princeton University Press, 1987); Paul Kennedy, The rise and fall of the Great Powers . Economic change and military conflict from 1500 to 2000. ( New York: Random House, 1987); Robert O. Keohane, After Hegemony. Cooperation and discord in the world political economy(Princeton, Princeton University Press, 1987); Henry R. Nau, The Myth of America’s Decline(New York and Oxford, Oxford University Press, 1990); Joseph S. Nye, Jr., Bound to lead. The changing nature of American power (New York: Basic Books, 1990) y también su “The changing nature of world power”, Political Science Quarterly, Vol. 105, Nº 2, 1990; Bruce Russett, “The mysterious case of vanishing hegemony; or is Mark Twain really dead?”,International Organization 39 (Spring 1985); Duncan Snidal, “Hegemonic stability theory revisited”, en International Organization 39 (Autumn 1985); Susan Strange, “The persistent myth of the lost hegemony”, International Organization 41 (Autumn 1987). 2 Cf Paul Kennedy, The rise and fall of the Great Powers . Economic change and military conflict from 1500 to 2000. ( New York: Random House, 1987); Emmanuel Todd, Après l’empire. Essai sur la décomposition du système américain (Paris: Gallimard, 2002) 3 Charles Krauthammer, “The unipolar moment”, en Foreign Affairs, Vol. 70, Nº 1, 1990-1991. Ver asimismo Immanuel Wallerstein, The decline of American Power (New Press. 2003) ; Chalmers Johnson The Sorrows of Empire: Militarism, Secrecy, and the End of the Republic ( New York: Metropolitan Books, 2004) y la obra de quien quizás sea el más radical teórico de la supremacía norteamericana, Robert Kagan, Of Paradise and Power: America and Europe in the New World Order (New York: Knopf, 2003) 4 Ver su Imperio (Buenos Aires: Paidós, 2002). Hemos examinado y criticado esa tesis en nuestro Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri(ediciones varias) 5 La frase fue pronunciada en un discurso en ocasión de la graduación de los guardacostas estadounidenses el 21 de Mayo del 2003. Cf. http://georgewbush-whitehouse.archives.gov/news/releases/2003/05/20030521-2.es.html 6 En el documento del Departamento de Defensa, National Defense Strategy (Washington: Junio 2008), por ejemplo, se abre con la siguiente afirmación: “Los Estados Unidos, nuestros aliados y socios, enfrentan un amplio espectro de desafíos, entre los cuales se cuentan las redes transnacionales de extremistas violentos, estados hostiles dotados de armas de destrucción masiva, nuevos poderes regionales, amenazas emergentes desde el espacio y el ciberespacio, desastres naturales y pandémicos y creciente competencia para obtener recursos. El Departamento de Defensa debe responder a estos desafíos y a la vez anticipándose y preparándose para los de mañana.” (pg. 1, énfasis nuestro) Y poco antes, en su mensaje introductorio, el Secretario Robert M. Gates decía que “estamos involucrados en un conflicto que no tiene parangón alguno con lo que hemos enfrentado en el pasado.” 7 Cf. Karen E. Dynan and Donald L. Kohn: “The rise in U.S. Household indebtedness: causes and consequences” (Washington, D.C.: Federal Reserve Board of Washington, August 2007), pg. 40. Agradecemos a Eric Toussaint los datos suministrados en una comunicación personal el 26 de Marzo del 2009. 8 Cf. Alfredo Jalife-Rahme, “¿Más siete de Colombia? Las 865 bases militares de EEUU en 40 países”, en Rebelión, 10-08-2009 y Johnson, op. cit. 9 Las principales bases norteamericanas -no todas- en América Latina y el Caribe son las siguientes: Guantánamo; Puerto Rico; Comapala, en El Salvador; Palmerolas, en Honduras; Aruba; Curaçao; Mariscal Estigarribia, Paraguay, frontera Bolivia; Pedro Juan Caballero (DEA, Paraguay, sobre mismo la frontera Brasil); 7 bases más en Colombia; 4
  • 21. en Panamá; Perú, acaba de ofrecer para sustituir a Manta; Malvinas (formalmente a cargo del Reino Unido y la OTAN, pero en la práctica bajo control estadounidense); Cayena, en la Guayana Francesa. 10 Comunicación personal del investigador argentino de las relaciones internacionales Juan Tokatlian, 11 No es un dato menor el hecho de que la movilización de la IV Flota se produjo sin que mediara una comunicación oficial de Washington a los jefes de estado de América Latina y el Caribe. Quienes recibieron la noticia fueron los Jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la región. 12 Cf. Roberto Fernández Retamar, Todo Calibán (Buenos Aires: CLACSO, 2004) En uno de sus pasajes más luminosos el poeta y ensayista cubano dice que “el colonialismo ha calado tan hondamente en nosotros que sólo leemos con verdadero respeto a los autores anticolonialistas difundidos desde las metrópolis.” (pp. 39-40, énfasis en el original) 13 Hemos examinado este asunto en nuestro “La mentira como principio de política exterior de Estados Unidos hacia América Latina”, en Foreign Affairs en Español, Volumen 6, Nº 1, 2006, pp.61-68. 14 En su muy ilustrativo libro El Gran Tablero Mundial, Brzezinski pasa prolija revista a las distintas regiones y subregiones del mundo, con la sorprendente excepción de América Latina. Interrogado en una conferencia que dictara en la Universidad de Columbia (en Nueva York) por esa sorprendente ausencia replicó con sinceridad que en un sentido estricto América Latina y el Caribe no eran “regiones externas” sino que formaban parte del corazón mismo del imperio, “zonas interiores” del centro imperial estadounidense. Su status, por lo tanto, no era equiparable al Medio Oriente o a África Sub-Sahariana. Sobran los comentarios … 15 Esta sección re-elabora algunos párrafos de nuestro artículo “La mentira como principio de política exterior de Estados Unidos hacia América Latina », op. cit. 16 Rodríguez Rejas, María José ”La centralidad de América Latina en la estrategia de seguridad hemisférica de Estados Unidos”, en Rebelión, 3 de Noviembre de 2010,http://www.rebelion.org/noticia.php?id=115986 17 John Saxe-Fernández, “América Latina : reserva estratégia de Estados Unidos”, en OSAL (Buenos Aires: CLACSO, 2009) Año X, Nº 25, Abril. 18 Cf. Mineral Information Institute, http://www.mii.org 19 Programa de las Naciones Unidas para el Ambiente (UNEP), State of Biodiversity in Latin America and the Caribbean en http://www.cbd.int/gbo/gbo3/doc/StateOfBiodiversity-LatinAmerica.pdf , pp. 1-3. 20 Sobre el tema ver John Saxe-Fernández, Terror e Imperio. La hegemonía política y económica de Estados Unidos. (México: Random House Mondadori-Arena Abierta, Colección Debate, 2005); Luis Suárez Salazar, Madre América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998) (La Habana: Editorial de Ciencias sociales, 2003) amén de los numerosos trabajos de Ana Esther Ceceña en el marco del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica de la UNAM, entre ellos El águila despliega sus alas de nuevo. Un continente bajo amenaza [en colaboración con Rodrigo Yedra y David Barrios], (Quito : FEDAEPS, 2009) y El Gran Caribe. Umbral de la geopolítica mundial [en colaboración con Rodrigo Yedra, Daniel Inclán y David Barrios], publicado por el mismo sello editorial el año 2010. Véase asimismo el trabajo de Sonia Winer, Mariana Carrolli, Lucía López y Florencia Martínez : Estrategia militar de Estados Unidos en América Latina, Cuaderno de Trabajo Nº 66, (Buenos Aires : Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, 2006) http://www.centrocultural.coop/uploads/cuaderno66.pdf
  • 22. 21 Pese a tener cerca del 5 por ciento de la población mundial Estados Unidos consume el 25 por ciento del petróleo producido en el planeta. 22 A estos cuatro casos habría que agregar el golpe de estado perpetrado contra Jean- Bertrand Aristide en Haití, en 2004, aunque no se trata de un fenómeno estrictamente comparable con los demás. 23 Sobre ésto ver nuestro “La IV Flota derrotó a Imperio”, en Rebelión , 21 Agosto 2008,http://www.rebelion.org/noticia.php?id=71635 Añadimos: no sólo “hacerse a la mar”. Tal como lo señaláramos más arriba la IV Flota dispone de navíos especialmente adaptados para remontar los ríos interiores de Sudamérica. 24 La SOA instruyó, hasta su transformación, unos 61 miembros de las fuerzas armadas latinoamericanas. Entre ellos sobresalen algunos de los más siniestros tiranos y asesinos de la región, entre ellos Leopoldo F. Galtieri y Roberto Viola (Argentina); Manuel Contreras (Chile); Vladimiro Montesinos (Perú), Manuel Noriega (Panamá), Hugo Banzer (Bolivia) y Roberto D’Aubuisson, jefe del “escuadrón de la muerte” que tuvo a su cargo la matanza de los jesuitas en El Salvador. 25 Cf. http://www.scribd.com/doc/24663035/UntitledLA-OPERACION-CONDOR-TERRORISMO-DE-ESTADO-EN- AMERICA-LATINA-%E2%80%93 26 Cf. Natalia Brite, “Sistema “interamericano” o soberanía regional”, entrevista a Elsa Bruzzone, en http://alainet.org/active/36888 27 Sobre el ASPAN ver la exposición hecha por Carlos Faziohttp://clasefazio.wordpress.com/2010/04/13/aspan- plan-mexico-y-soberania-nacional-exposicion-de-clase/ . La información oficial del gobierno mexicano sobre el ASPAN se encuentra en http://www.sre.gob.mx/eventos/aspan/faqs.htm FUENTE: http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/12/14/la-coyuntura-geopolitica-de-america-latina-y-el- caribe-en-2010/#.U2wJlaiSwsc