SlideShare una empresa de Scribd logo
ué tendrían en común la desa-
parición del bote, el caballo
perdido, el arenque de la viuda,
el chaleco salvavidas, el vidrio de la ventana, la
turba perdida, el resorte de reloj oxidado o las
extrañas huellas en la tierra, y la Caverna de
McCullen?
¿Quién ordeñaba la vaca de la anciana <
dejaba una nota que decía: "No se preocupe poi
Nancy esta mañana"?
Roy se propuso descubrirlo. Puesto t|u< | > >
recia haber algún tipo de < oiiri<>n con l.i < ,i«-i
na, Roy fue a explorar ;i!ií. I,a cacina estaba os
cura y tuvo que enti-ar gateando, 'leniblando .1
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retado
Al mirar hacia atrás, a través de los años, to-
davía puedo ver ese antiguo y pintoresco pue-
blo en la costa noroeste de Escocia, escenario
donde se sitúa esta historia. Recuerdo cuando,
del barco de vapor proveniente de Glasgow,
descendí al pequeño bote que me llevó a la cos-
ta. Puedo ver a los residentes del pueblo que
esperaban las cartas —y a los pasajeros— con
ansias y gran curiosidad. Detrás de ellos esta-
ban sus cabanas de techo de paja, todas dis-
puestas en fila a lo largo de la costa.
Recuerdo cuando visité muchas de esas ca-
banas, también la del guardabosque que estaba
tierra adentro y era la única con dos pisos y te-
cho de tejas. Vuelvo a ver el extraordinario pa-
norama que se apreciaba desde la cima de las
montañas circundantes, esa vista maravillosa
del mar ondulante, las islas envueltas en nebli-
na y la puesta de sol.
Allí, en ese precioso y solitario lugar, nació
El secreto de la caverna. Es mi deseo que esta
historia inspire a los niños de todo el mundo a
encontrar su mayor alegría en el servicio, al re-
confortar y brindar felicidad a aquellos que lo
necesitan.
TÍO ARTURO
(3)
Título del original en inglés: The Secret ofthe Cave, Pacific
Press Publishing Association, Boise,Idaho, E.U.A., 1951.
Editora: Graciela R. de Mato
Traductora: Paola Canuti
Diseño: Eval Sosa
Diseño de tapa: Néstor Rasi
IMPRESO EN LAARGENTINA
Printed in Argentina
Primera edición
MCMXCVín -4M
Es propiedad. © Pacific Press Publ. Assn. (1951).
© AGES (1998).
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 950-769-016-6
Edicione New Life, División AGES, Buenos aires, Argentina.
Tel. 761- 4802. FAX: 760-0416
244 Maxwell, Arthur S.
MAX El secretode la caverna - 1a. ed. - Florida (Buenos
Aires): Ediciones New Life, 1998.
96 p.; 20x14 cm.
Traducción de: Paola Canuti
ISBN 950-769-016-6
I. Título -1. Literatura religiosa
Impreso, mediante el sistema offset, en talleres propios.
060598
—36506—
íncliice
1. ¿Contrabandistas o espías? 7
2. Llega el "detective" Roy 17
3. El remo mágico y la cena mística 24
4. La turba fantasma y el bote misterioso 35
45
56
66
5. El misterio en la casa del pastor
6. La repisa sorpresa y el cortaplumas
colgante
7. La persecución de medianoche y la
pista equivocada
8. La vaca que se ordeñaba por sí sola
y la luz detrás de la puerta
9. El gran desenlace
73
83
(5)
CAPÍTULO 1
Linternas en mano, el grupo penetróen la oscuridad.
¿Gorntralbanclistas
o espías?
|ra el tema de conversación
de todo el pueblo. Todo otro asunto había sido
olvidado excepto la intrigante pregunta:
¿Quién estuvo anoche en la caverna de McCu-
llum?
El viejo Pedro Macdonald, un pastor monta-
ñés de barba gris, había permanecido hasta
tarde en las colinas con su rebaño. Alregresar
por un atajo escabroso junto a una playa cu-
bierta de rocas, pasó bajo la entrada de la anti-
gua caverna y se dio el susto de su vida.
Muchas veces, en la escarpada ladera, ha-
bía visto la entrada a ese gran agujero, con sus
puntas salientes. En su juventud había explo-
rado la mayoría de sus interminables, oscuras
y silenciosas galerías; pero ahora, para su
asombro, había escuchado sonidos muy extra-
ños que provenían de la boca de la caverna.
Aunque de alguna manera amortiguado, un
fuerte golpe, como el de un pesado martillo
(7)
secreto de la caverna
íéa sobre unas maderas, llegó hasta
sus oídos. Para aumentar su sorpresa, pormo-
mentos a estos ruidos se sumaba un gritocon-
fuso.
Por supuesto que no se asustó; no él, ¡un
experimentado pastor escocés! Sin embargo,
de pronto se acordó de las historias, que tantas
veces escuchara, que contaban que la caverna
estaba habitada por fantasmas. Entonces, a
paso rápido, completó su viaje de regreso al
hogar.
Ahora, todos hablaban de eso. ¿Quién había
estado en la caverna? Seguramente no había
sido ninguno de los habitantes del pueblo.
¿Por qué querría alguno de ellos estar en la ca-
verna a esas horas de la noche?
Una y otra vez se discutió, se descartó y se
retomó toda clase de teorías.
¿Podrían ser contrabandistas? Difícilmente.
No elegirían un lugar tan distante de todocen-
tro comercial en el que pudieran deshacerse de
su mercadería.
—¡Espías! —sugirió alguien con la agitación
de aquel quien se le ocurre una gran idea.
Pero, ¿qué querrían unos espías en ese lugar
tan solitario de la costa noroeste deEscocia?
Esa noche, el pueblo de Longview estaba di-
vidido en una cantidad de grupitos que habla-
El viejo Pedro Macdonald estaba seguro de haber oído ruidos en la
caverna.
ban del tema.
Dos niños, Osear y Bruno Maclaren, esta-
ban muy interesados. Eran hijos del guarda-
bosque que vivía en las afueras del pueblo.Re-
cientemente su madre había enfermado de
gravedad y su padre la acompañaba en el hos-
10 El secreto de la caverna
pital de Glasgow hasta que mejor i que
los dos muchachitos, que tenían quince y trece
años, se hallaban solos. Por supuesto que se
sentían tristes porque su mamá y su papá no
estaban con ellos, pero como se llevaban bien
entre sí, disfrutaron mucho de su inesperada
libertad.
Iban de un grupo a otro y escuchaban las
últimas versiones de la historia del viejo Pedro,
y con ansias recogían todos los detalles que se
le iban agregando a medida que el tiempo pa-
saba.
Al día siguiente, cuando los habitantes del
pueblo decidieron que algunos de los hombres
más valientes debían visitar la caverna y de es-
ta manera acabar de una vez por todas con
esa situación, estos dos muchachitos estuvie-
ron entre los primeros que se ofrecieron para
ir. Pero los hombres de más edad se negaron a
llevarlos.
—No, no —dijo alguien—. Supongamos que
allí hubiera espías o contrabandistas con ar-
mas, y supongamos que les dispararan, ¿qué
nos dirían su padre y su madre cuando regre-
sen?
A pesar del balde de agua fría que echaron
sobre sus expectativas, Osear y Bruno les pi-
dieron con tanta insistencia que los llevaran,
¿Contrabandistas o espías? 11
que los hombres finalmente aceptaron, pero
con la condición de que prometieran seguir a
lodo el grupo a una distancia prudencial.
Finalmente, una de esas largas tardecitas
de verano, en las que allá, en el lejano norte, el
sol no se pone hasta las diez de la noche, la
expedición inició su camino.
La caverna se hallaba como a cincokilóme-
tros del pueblo. Estaba ubicada un poco por
encima de la playa y llegar hasta ella era algo
difícil. Sin embargo, como hacía algún tiempo
se habían construido algunos escalones en las
rocas, la subida fue mucho más fácil. Por
suerte la marea estaba baja, de lo contrario el
grupo tendría que haberse acercado en bote
hasta la entrada de la caverna.
Un pequeño esfuerzo para subir los despare-
jos escalones finalmente condujo a seis hom-
bres y a los dos niños hasta la entrada, no sin
que sus corazones latieran un poco más rápido
de sólo pensar con qué se podrían encontrar
allí. Otros tantos que habían venido se queda-
ron en la playa. Algunosles gritaban a los dos
muchachos para que no subieran. Pero Osear y
Bruno estaban resueltos a ver de qué se trata-
ba; y como su padre no estaba, no había nadie
que les pudiera ordenar que bajaran.
Se encendieron las linternas y el pequeño
12 El secreto de la caverna
grupo avanzó en la oscuridad. La emoción iba
en aumento y todos contenían su respiración
en tanto que, lentamente y con sumo cuidado,
exploraban las galerías.
Ojos atentos y ansiosos miraban hacia de-
lante, deseosos de ser los primeros en ver al
intruso o cualquier indicio de una reciente
ocupación; pero no encontraron nada. En cier-
to momento el líder del grupo se detuvo a exa-
minar la pared. Por todo el suelo había peda-
citos de roca desparramados, pero en ese lugar
había más que en otros. Alguien dijo que podía
ser producto de un derrumbe y esto pareció
satisfacer al resto. Justo cuando estaban pre-
guntándose si iban a examinar esa sección con
más detenimiento, Osear atrajo la atención al
señalar algunas huellas raras que había un
poco más adelante. Todos fueron a verlas pero
no eran de gran importancia. Nuevamentelos
hombres avanzaron, revisaron la última gale-
ría y luego, desconcertados, se dirigieron a la
entrada.
Ahora, la mayoría de los habitantes del pue-
blo se reía de Pedro Macdonald.Algunos le di-
jeron que no debía regresar tan tarde a su ca-
sa. Pero el viejo pastor no dudó ni por un ins-
tante de lo que había escuchado. Sin embargo,
los "misteriosos sonidos" pronto se convirtie-
"¿Quién había emparchado el agujero del bote?", sepreguntaban todos.
ron en bromas y al poco tiempo todos —es de-
cir, casi todos— se olvidaron del asunto.
Sin embargo, a los habitantes del pequeño
pueblo todavía les esperaban grandes sorpre-
sas y sobresaltos.
Esa misma noche un bote desapareció de la
playa. Era verdad que el tiempo había cambia-
do y una fuerte tormenta había barrido la costa
y las amarras del bote se podrían haber corta-
14 El secreto de la caverna ¿Contrabandistas o espías? 15
do; pero los pescadores escoceses nunca dejan
sus embarcaciones mal amarradas, porqueco-
nocen la furia de los repentinos vientos del
Atlántico. Todos sabían que el bote había sido
robado. Pero, ¿por quién? Ese era el problema.
¿Te puedes imaginar la conmocióncuando,
pocos días más tarde, el barco reapareció en
su lugar de siempre pero con un prolijo parche
en uno de sus lados y que cubría el gran aguje-
ro que se había hecho mientras estaba desa-
parecido?
Dos días después ocurrió otra cosa extraña.
Un caballo, que pertenecía a uno de los pue-
blerinos, desapareció del lugar donde lo ha-
bían atado y, para gran preocupacióndel due-
ño, no lo podía encontrar. Para el día siguiente
se planeó una búsqueda colectiva; pero he
aquí que cuando el hombre fue al establo esa
mañana, ¡allí estaba el caballo, en el lugar de
siempre! El hombre estaba mudo del asombro.
Había escuchado que los caballos hacen cosas
sorprendentes pero no podía concebir la idea
de un caballo que pudiera abrir las puertas y
atarse por sí solo en su caballeriza.
Los habitantes del pueblo apenas habían te-
nido tiempo de comentar este acontecimiento
extraordinario cuando se produjo otro hecho
que aumentó su interés.
En el pueblo había pocas viudas. De tanto
en tanto el resto de la comunidad las ayudaba
de alguna manera. Una viuda, sin embargo,
era más pobre que otras debido a que se enfer-
maba con frecuencia.Aunque anteriormente la
habían ayudado en más de una oportunidad,
ahora la habían descuidado, y en realidad esta-
ba muy escasa de dinero.
¡Imagínense entonces su sorpresa y alegría
cuando una mañana, al despertarse, encontró
junto a su cama una cajita de galletitas, dos
panes y una cantidad de deliciosos arenques!
A pesar de las muchas preguntas y averigua-
ciones de una punta del pueblo a la otra, la
viuda no pudo saber quién había sido la per-
sona generosa responsable de una acción tan
noble, ni tuvo oportunidad de brindarle un ca-
luroso agradecimiento a subenefactor.
Pero, ¿de dónde habían venido todas las co-
sas y cómo llegaron hasta ese lugar? ¿Había
alguna relación entre los "ruidos de la caver-
na" del viejo Pedro Macdonald, el bote maltra-
tado, la devolución del caballo y las visitas
nocturnas a la viuda?
El pueblo de Longview pensaba y hablaba,
reflexionaba y hablaba una y otra vez; y mien-
tras tanto los hechos sucedían con rapidez.
CAPÍTULO 2
17» muchacho bajó del barco de vapor hasta el bote que lo estaba esperando.
Llegia el "detective" Roy
¡n el pueblo de Longview uno
de los entretenimientos de la semana era la lle-
gada del barco de vapor que venía de Glasgow
trayendo correspondencia, mercadería y, oca-
sionalmente, visitas. No había lugar para que
el barco atracara, de modo que anclaba a cierta
distancia de la costa donde los pasajeros y el
cargamento eran transbordados a un pequeño
bote que los traía a tierra firme. En esas oca-
siones se podía observar a la mayoría de los
habitantes que salían corriendo de sus hogares
para ver la llegada de la pequeña embarcación.
El vapor acababa de echar el ancla en la ba-
hía. Através de la neblina matutina la gente en
la playa observaba cada movimiento de las per-
sonas en la embarcación, mientras que un pes-
cador con telescopio en mano les informaba los
detalles.
—Ya bajaron la correspondencia —excla-
mó—. Está viniendo un perro. Quizá sea para
Pedro Macdonald. Parece que no hay pasaje-
(17)
18 El secreto de la caverna
ros. Ah, sí, hay un muchacho que estábajando,
y un hombre se está preparando para hacer lo
mismo. Creo que no los conozco. Tal vez sean
los hombres que vienen a quedarse en la casa
del dueño del almacén. Eso es todo. Ahora el
barco se está yendo. Esos sí que no se demo-
ran, ¿verdad?
En cuanto terminó de decirlo, el barco co-
menzó a desplazarse rumbo al norte y elboteci-
to de remos comenzósu viaje de regreso.
Los dos pasajeros resultaron ser extraños en
el pueblo. El hombre era un tal señor Wallace,
de Liverpool. Su hermano, el dueño del alma-
cén de ramos generales de Longview, le había
pedido que viniera a pasar sus vacaciones de
verano en este peculiar lugar. Encantado con la
idea decidió también traer a su hijo de catorce
años, Roy, quien, ni falta hace decirlo, estaba
tan contento como cualquier otrojovencitoque
tiene la posibilidad de disfrutar un verano así.
Seguramente no pasó mucho tiempo hasta
que los recién llegados se enteraran de los mis-
teriosos acontecimientos que habían ocurrido
en el pueblo. El señor Wallace no parecía muy
interesado; pero Royparó sus orejas para cap-
tar todos los detalles y sintió que de repente se
estaba convirtiendo en todo un detective. ¡Esto
sí que era una aventura! ¿Cuándo sus vacacio-
nes habían comenzado de una manera tan di-
Cansado de tanto nadar, Roy se subió a una roca paradescansar.
vertida?
Al principio, no podía ver la relación entre la
caverna, el bote, el caballo y el arenque. Sin
embargo, a medida que le daba vueltas al tema
en su cabeza, se le ocurrió que al menos podría
haber una leve conexión que uniera los cuatro
misterios. ¿Pero cuál era? ¿Qué podía ser?Roy
estaba resuelto a descubrirlo.
20 El secreto de la caverna
Como el pueblo era pequeño, pronto llegó a
conocer a todos los que vivían allí. Con mucho
cuidado fue obteniendo de cada uno toda la in-
formación sobre los últimos acontecimientos.
Algunas personas amables lo enviaron a la
casa del guardabosque para que conociera a
Bruno y a Osear, quienes tenían más o menos
la misma edad que él. Pero como no los encon-
tró en su casa, regresó al almacén.
Esa tarde fue a caminar por la playa y a
echarle un vistazo a la famosa caverna. Lama-
rea estaba baja, así que tuvo oportunidad de
acercarse bastante. Sin embargo, no había na-
da para ver, a no ser por la oscura entrada. Por
algún motivo no tenía ganas de subir por los
escalones, no en ese momento. Por lo menos,
no lo haría hasta que tuviera más información.
De hecho, existía la posibilidad de que alguien
estuviera adentro.
Esa misma noche, o mejor dicho a la maña-
na siguiente, la gente de Longview, incluyendo
a Roy,fue objeto de otro desconcertante sobre-
salto.
Hacía como un mes, uno de los pescadores,
después de haber ahorrado durante mucho
tiempo, se había comprado uno de los chalecos
salvavidas más caros y modernos. Su orgullo y
su 'mayor alegría consistía en ponerse su nuevo
tesoro y escuchar los comentarios de admira-
Al resbalar,Roy cayó al agua estrepitosamente.
ción de sus compañeros. Pero ocurrió algo muy
triste. Una hermosa noche, cuando regresaba a
su casa, no se dio cuenta de que se había olvi-
dado el chaleco salvavidas en la cubierta de su
embarcación. Esa misma noche se levantó un
viento muy fuerte y azotó todas las embarca-
ciones que estaban en la costa. De esta mane-
22 El secreto de la caverna
ra, todo lo que no estaba firmemente asegura-
do, incluyendo el tan preciado chaleco salvavi-
das, fue arrastrado por el agua. El hombre es-
tuvo inconsolable durante dos días y continuó
lamentando la pérdida por un tiempo.
Imagínense entonces su sorpresa y su ale-
gría cuando, una mañana, al abrir la puerta de
su casa, vio el chaleco salvavidas que había de-
saparecido hacía un tiempo. Estaba justo en-
frente de él, suspendido de un clavo. ¿Cómo
había ido a parar a ese lugar? Alguien lo tuvo
que haber puesto después de las once de la no-
che, puesto que no se había ido a la cama has-
ta esa hora, y antes de las cinco y media de la
mañana, que fue la hora en que abrió la puerta.
Sin embargo, a pesar de todas las averiguacio-
nes no se pudo encontrar ni una pista de quién
lo habría puesto allí.
Roy, al igual que toda la gente de Longview,
estaba intrigado. ¿Quién lo había hecho? Ade-
más, ¿había alguna relación con todos los mis-
teriosos acontecimientos que habían estado
ocurriendo? ¿Sería posible que el chaleco sal-
vavidas estuviera relacionado con los ruidos de
la caverna?
En la desesperación, Roy se dispuso a olvi-
dar todo el asunto por esa tarde e ir a nadar
por un buen rato.
Comenzó a nadar enérgicamente y pronto
Llega el "detective" Roy 23
avanzó una distancia considerable. Cuando
empezó a sentirse cansado se subió a una pe-
queña roca que sobresalía del agua para des-
cansar por un momento. Se zambulló otra vezy
fue hacia otra roca, y después de descansar un
ratito fue hacia otra más. Así continuó, aleján-
dose poco a poco del pueblo.
Finalmente, pensó que sería conveniente no
alejarse más y decidió, después del último des-
canso, que era hora de regresar. Cuando estaba
descansando sentado en una roca, por casuali-
dad miró hacia la costa. Para su sorpresa, se
dio cuenta de que estaba justo frente a la en-
trada de la caverna. La abertura parecía pe-
queña porque estaba a unos cuantos metros de
distancia; pero se la veía claramente.
¿Y qué era eso? ¡Sin duda sus ojos no lo en-
gañaban! ¡Algo se estaba moviendoen la entra-
da de la caverna! Volvió a mirar. Sí, ¡era la fi-
gura de una persona!; pero no podía distinguir
quién era.
Desgraciadamente, con la emoción del mo-
mento, Roy se olvidó de que no estaba sentado
en un lugar muy seguro. Así que al ponerse de
pie para poder ver mejor, patinó en la roca res-
baladiza y cayó al agua estrepitosamente.
Cuando volvió a la superficie miró nuevamente
en dirección a la caverna, pero la figura ya ha-
bía desaparecido.
3
l
mágico
J acena mística
|L|J na hora más tarde, Roylle-
go al Almacén. Estaba muy cansado, con mu-
cho a-,etito y muy pero muy conmocionado
despugg ¿e ia experiencia de esa tarde. Sin
embaigQ, como un buen detective, pensó que
por elmomento era mejor no decir nada de lo
que h^ja vistoen entrada dela caverna.
R°> recobrólas fuerzas comiendo unas nu-
tritiva^ galletitas de avena escocesas y tomando
un de:jCiOSO vaso de leche. Después de la cena
pensó qUe debería tratar de encontrar a Osear
v a Bluno, conla esperanza de que le dieran
algun^ información adicional. Todavía no los
había visto, pero por lo que había oído de ellos
estab^ seguro de que se llevarían muy bien.
Teriía que caminar bastante, porque la casa
guardabosque estaba retirada del pueblo.
Ras0s grandes y apresurados, pronto lle-
gó al lugar Era Una vivienda bonita; tenía dos
pisos y techo de tejas, lo que la hacía diferente
(24)
El remo mágico y la cena mística 25
de las cabanas con techo de paja que había en
el pueblo.
Los dos hermanos estaban en casa. Roylos
vio de lejos y pudo acercarse bastante antes de
que lo vieran. Al igual que otros muchachos,
los dos hermanos se estaban divirtiendoarro-
jando piedras a una botella de vidrio que ha-
bían colocado sobre un muro de piedras que
rodeaba eljardín.
Al escuchar las pisadas se dieron vuelta
instantáneamente y saludaron al recién llegado
con un alegre "¡Hola!" Roy se presentó como el
sobrino del dueño del almacén y les contó que
venía de Liverpool, y esto fue suficiente para
que los otros dos muchachos se interesaran
por él. Después vinieron algunas preguntas y
respuestas. Finalmente, los tres se pusieron a
arrojar piedrecitas a la botella hasta que un ti-
ro de Roy hizo que la botella no sirviera para
nada más.
—Te invitaríamos a pasar a nuestra casa
—dijo Osear—, pero como mamá y papá no es-
tán, la casa está un poco desordenada.
—Vamos a hacerle una buena limpieza el
día antes que regresen —agregó Bruno con
una gran sonrisa.
—¿Duermen solos? —preguntóRoy.
El remo mágicoy la cena mística 27
Osear y Bnfno arr°Jaban piedrasa una botella que estaba sobre la tafia.
D0]rmimos como troncos —contestó Os-
ear.
¿NcD tienen ni un poquito de miedo? —in-
terrogó ]HuevamenteRoy.
¡No1 nav razón para tenerlo! Hemos vivido
aquí toe13- nuestra vida y conocemos a todas
las personas del lugar —respondió Osear como
si fuera tan viejo como PedroMacdonald.
—¿Ustedes creen que en la caverna puede
haber contrabandistas o espías? —sugirióRoy.
—¡Tonterías! ¿Ya escuchaste la historia del
viejo Pedro? Pues muchos de nosotros investi-
gamos la caverna de punta a punta, ¿y qué en-
contramos? ¡Nada!
Roy paró las orejas.
—¿Ustedes fueron con el grupo que investi-
gó?
—¡Por supuesto! Nonos hubiéramos perdido
esa experiencia por nada del mundo. Obvia-
mente fue un poco inquietante, pero eso es lo
mejor de las aventuras.
—¿Y nadie encontró nada?
—Ni un rastro. ¡Y vaya si nos habremos reí-
do del pobre Pedro!
La conversación desvió a otros hechos mis-
teriosos; pero mientras que Osear y Bruno pa-
recían estar muy ansiosos de descubrir quién
estaba detrás de todo esto, no pudieron darle
ninguna idea en cuanto a cómo pudo haber
ocurrido. Por el momento dejaron el tema de
lado y Osear le preguntó a Roy si le gustaría ir
a pescar a la mañana siguiente. Nohabía nada
que le hubiera gustado más; y una vez que se
pusieron de acuerdo, Royregresó a la casa de
su tío.
El remo mágico y la cena mística 29
Los tresmuchachos se divirtieron muchopescando en la bahía.
A la mañana siguiente los tres muchachos
estaban pescando en las aguas de la bahía, al-
go que realmente disfrutaron mucho. Como
Bruno y Osear eran expertos, pronto sobrepa-
saron a Roy en la cantidad de peces que iban
pescando.
—¿Y qué van a hacer con todos esos pesca-
dos? —preguntó Roy muy intrigado cuando se
bajaron del bote.
—¡Pues venderlos! —respondió Osear.
—Siempre hay gente que nos compra y
nunca nos sobran —agregó Bruno.
—Ustedes hacen buen dinero con este pasa-
tiempo, ¿no? —dijo Roy.
—Pues sí. Con esto nuestras billeteras es-
tán más "gorditas". Pero, ¿qué vas a hacer ma-
ñana? ¿Te gustaría venir a pescar con noso-
tros otra vez? —preguntó Osear.
—Me encantaría, pero me temo que no pue-
da —replicó Roy—. Mipapá planificóun par de
viajes para estos días y quiere que lo acompa-
ñe; pero después...
—Bueno, entonces ven cuando puedas —di-
jeron los otros; y así terminó la conversación.
Una vez que arrastraron el bote hasta la
playa, los muchachos se despidieron. Roy re-
gresó al almacén orgulloso, llevando algunos
pescados que, ni bien llegó, le mostró al padre
como prueba de su hazaña.
Pero la novedad de la pesca pronto cayó en
el olvido cuando surgió otra aventura más
cautivante.
—¿Escuchaste las noticias? —preguntó el
tío una vez que habían terminado los elogios
por la pesca deRoy.
—No, ¿hay algo interesante?
—Te acuerdas que el viejo Sandy perdió un
remo recién comprado durante la última tor-
menta. Eso sucedió más o menos en la misma
fecha en que desapareció el chaleco salvavidas.
—Oí algo de eso —dijo Roy.
30 El secreto de la caverna
—Bueno, anoche —Sandy no está bien se-
guro de la hora que era— sintió un fuerte golpe
sobre su pecho. ¿Yqué vio al abrir los ojos? No
era otra cosa que el remo perdido que estaba
atorado en la ventana de la habitación, con la
pala saliendo por la ventana y el mango sobre
su pecho. Pensó que estaba soñando; pero
después se dio cuenta de que estaba despierto
y vio que era un remo de verdad. Era un remo
sólido y tenía grabado su nombre. Era el mis-
mo que había perdido. Loextraño es que nadie
sabe nada más. Nunca vi a alguien ponerse
tan contento como Sandy. Pero todo es un poco
misterioso, ¿no te parece?
Roy pensaba que sí. Es más, pensaba que
era algo más que misterioso. En realidad, sus
pensamientos no lo dejaron dormir durante
buena parte de la noche. Pero así y todo, no
pudo resolver el misterio.
Al día siguiente, él, su padre y su tío fueron
de viaje a las montañas y treparon a uno delos
picos más altos para tener un buen panorama.
Fue una experiencia fantástica el estar tan arri-
ba y desde allí mirar el mundo a sus pies. Hacia
un lado, hasta donde se podía ver, había monta-
ñas, montañas y más montañas que se levanta-
ban una detrás de otra hasta que se perdían en
la neblina. En dirección opuesta estaba la vasta
El viejo Sandy se despertó y vio que el remo que se le había perdido esta-
ba apoyado en su pecho.
expansión del océanoAtlántico, que por una vez
le pareció relativamente apacible al desplegarse
hacia el lejano y borroso horizonte.
Salvo la larga caminata, la dificultosa as-
censión y los maravillosos paisajes, el día
transcurrió sin pena ni gloria. Pero la noche
fue diferente...
32 El secreto de la caverna
Cuando regresaban a Longview por otro ca-
mino, pasaron por la antigua cabana que el
viejo Pedro Macdonald llamaba su hogar. Era
una típica vivienda de la región montañosa de
Escocia: tenía sólo planta baja, paredes de pie-
dra de granito, techo de paja, dos ambientes y
una chimenea. El pobre Pedro no tenía nadie
que limpiara su cabana porque su esposa ha-
bía fallecido hacía muchos años.
Era muy tarde cuando los tres viajeros pa-
saron por la cabana. Estaban cansados, ham-
brientos y con los pies doloridos. En realidad
debe de haber sido casi medianoche, pero por
debajo de la puerta se veía luz. Cuando el viejo
Pedro oyó los pasos de los que se acercaban,
abrió la puerta y se paró en el umbral.
—¿Quién anda ahí? —gritó.
—Wallace —fue la respuesta.
—¡Entren un momento! —gritó el anciano
con agitación—. Por favor, ¡pasen!
Su voz sonaba ronca y a medida que entra-
ban, a Roy le pareció ver rastros de lágrimas
en el rostro barbudo del anciano.
—¿Qué ocurre? —preguntó el almacenero.
—Nunca antes vi nada parecido, nunca an-
tes alguien había hecho algo así, al menos no
durante todos estos largos, largos años, desde
que murió María. La gente ha sido muy ama-
—¿Quién podría haberlo hecho? —se preguntaba Pedro Macdonald.
ble, pero... permítanme explicarles. Esta tarde,
cuando llegué cansado y agotado después de
un largo día de trabajo y esperando encontrar
mi casa tal como la había dejado esta mañana,
¿qué encontré? Todo era diferente. Alguien ha-
bía hecho una buena limpieza, lo que yo más
de una vez me había propuesto hacer pero
34 El secreto de la caverna
nunca pude lograrlo, y había encendido en la
chimenea el mejor fuego que jamás haya visto.
Y sobre la mesa, Señor Wallace, ¡estaba servido
todo un banquete!
—¿Y no sabe quién lo hizo?
—No, señor. Eso es lo que no puedo saber.
¿Quién podría hacerlo? Ylo que más me llama
la atención es que ¿quién querría hacerlo?
No era momento para conversar y, además,
los viajeros estaban muy cansados como para
hacerlo. Así que deseándole buenas noches al
viejo Pedro regresaron apresuradamente a la
casa, dejándolo para que especulara a su an-
tojo en medio de tanta felicidad.
Sin embargo, a pesar del cansancio que te-
nía, Royno dejaba de pensar. ¿Era éste otro es-
labón de la cadena de misterios? Ay, ¡pero por
qué no le había preguntado al viejo Pedro qué le
habían preparado para cenar! Le pareció reco-
nocer cierto aroma en la habitación, pero ¿qué
tenía que ver esto con las otras cosas que ha-
bían ocurrido? ¿Cuál sería la posible relación
entre la cena de Pedro Macdonald, el chaleco
salvavidas, el remo, el caballo y los ruidos en la
caverna?
Mientras iba caminando, Roy trataba de
descifrarlo, pero era en vano. Pronto el can-
sancio venció a sus pensamientos.
CAPÍTULO 4
La turba rantasma
y el bote misterioso
día siguiente ocurrió algo
más extraño aún.
No es necesario decir que después del viaje a
las montañas, Roy no se levantó muy tempra-
no. Estaba cansado y le dolía todo el cuerpo.
Roy, el padre y el tío no bajaron a desayunar
sino como hacia la diez de la mañana.
Los tres estaban en pleno desayuno cuando
la señora Wallace, que había estado atendiendo
el almacén, entró en la sala con una tal señori-
ta Mackay, una señorita de unos setenta abri-
les, que temblaba de pies a cabeza, de rabia y
de enojo.
—Señor Wallace—prorrumpió aún antes de
entrar a la sala—, ¡alguien robó mi turba! ¡Los
muy infelices me la robaron! ¡Robarle a una
pobre anciana! ¡Esuna vergüenza!
—No puede ser —replicó el almacenero—.
¿Quién querría su turba? Además, no hay na-
die en el pueblo capaz de hacer semejante co-
(35)
La turbafantasma y el bote misterioso 37
Cargando el canasto de turba sobre su espalda, la señorita Mackay se
fue rápidamente a su casa.
sa. No recuerdo haber escuchado de un robo
de gravedad en todos los años que vivo aquí.
—¡Pero se la han robado! —interrumpió la
señorita Mackay—. Sé que lo han hecho. Yo
misma la desenterré hace como un mes y la
dejé al aire libre para que se secara. Después
mi reuma empeoróy no pude ir para traerla a
casa. Esta mañana me levanté y fui directa-
mente a buscarla y ¡ya no estaba! ¡Apenas
quedaba un puñado, cuando yo había extraído
como seis canastos llenos! ¡Es una vergüenza
robarle a una pobre anciana, débil y enferma!
La pobre señorita Mackay estaba muy so-
bresaltada, y a los presentes les costaba arti-
cular alguna palabra y ni qué hablar de conti-
nuar con el desayuno. En principio, trataron
de convencerla de que harían todo lo posible
para encontrar la turba perdida después del
desayuno. Cuando le dieron esa seguridad, la
anciana se retiró.
Mientras contaban la historia, Royera "todo
oídos" y resolvió tomar parte activa en la inmi-
nente búsqueda de la turba. Razonaba de esta
manera: seis canastos llenos de turba no pue-
den caminar por su cuenta. Nadie se los lleva-
ría por la montaña o en bote. Entonces todavía
tenían que estar en algún lugar del pueblo o
cerca de él. Es más, no podía esconderse tan
fácilmente tanta cantidad de turba.
Terminado el desayuno, fue a encontrarse
con Osear y Bruno y los tres visitaron el lugar
donde la gente extraía la turba, peroponiendo
especial atención en la parcela de la señorita
Mackay.
38 El secreto de la caverna
No había dudas, en el lugar donde habían
estado los seis canastos llenos apenas había
un puñado de turba. ¿Adonde habían ido to-
dos esos canastos? Los muchachos estuvieron
como dos horas buscándolos; pero la búsqueda
fue infructuosa y se dieron por vencidos.
Cuando Roy insinuó que quizá alguien po-
dría haber llevado los canastos a la caverna,
los otros dos muchachos pensaron que era
una broma.
—¿Por qué alguien querría llevar turba a la
caverna? —dijo Bruno con razón.
Al llegar a la casa, un poco desanimado,
Roy se encontró con la noticia más asombrosa.
La señorita Mackay, que por casualidad andu-
viera por la parte de atrás de su terreno, algo
que no había pensado hacer en la mañana an-
tes de visitar la parcela donde extraía su tur-
ba, había encontrado todo el preciado combus-
tible prolijamente apilado detrás del muro tra-
sero de su jardín.
Era un relato sobrecogedor. El pobre Roy,
que había tenido la esperanza de que, al resol-
ver el misterio de la turba desaparecida, en-
contraría una pista de los otros hechos miste-
riosos, se sintió más desorientado que nunca.
Por la tarde fue a la playa y se puso a con-
versar con un viejo pescador llamado Juan
La turba fantasma y el bote misterioso 39
McCorquodale. El "Viejo Corkey", como le de-
cían generalmente, aseguraba ser el hombre
de más edad en el pueblo, aún mayor que Pe-
dro Macdonald. Estaba comenzando a padecer
la misma enfermedad que aquejaba a la señori-
ta Mackay: reumatismo. Al igual que ella, a
menudo decía que no podía andar por todos
lados haciendo muchas cosas como antes so-
lía hacer.
Estaba ocupado reparando su bote viejo pe-
ro el trabajo era un poco molesto para su es-
palda y sus piernas. Estaba muy contento de
que Roy le hubiera ayudado a dar vuelta la
embarcación para ponerle brea a la quilla, ges-
to que recompensó contándole maravillosas
historias de su vida en el mar.
Juntos cubrieron de brea como un tercio de
la quilla. Luego, como el "Viejo Corkey" comen-
zó a tener más "dolores reumáticos", decidió
dejar el resto para el día siguiente. Tan mal se
sentía que dejó el bote y la brea como estaban,
y Royle ayudó al pobre anciano a llegar hasta
su casa.
Entonces Roy tuvo una idea brillante. Al día
siguiente se levantaría temprano y, antes de
que el "Viejo Corkey"llegara al lugar, él ya ha-
bría cubierto de brea la parte que faltaba, y de
esta manera le daría una gran sorpresa.
La turbafantasma y el bote misterioso 41
Así fue que se acostó temprano y se levantó
a las cinco y media, llegando al bote poco des-
pués de las seis. Amedida que se iba acercan-
do al bote empezóa restregarse los ojos y a pe-
llizcarse para ver si realmente estaba despierto,
porque el bote estaba ahí, en el mismo lugar
donde lo habían dejado la noche anterior, pero
¡ya estaba cubierto de brea! De hecho, era posi-
ble que el "Viejo Corkey" hubiera estado allí
antes que él. Pero no fue así, porque, al llegar a
la casa del anciano, Roydescubrió que todavía
estaba en la cama. Roycomenzóa averiguar si
alguien sabía quién lo había hecho; pero no
consiguió informaciónalguna al respecto.
Esto era algo sumamente extraño. En reali-
dad, le dio la impresión de que la gente tenía
razón al afirmar que un ángel había decidido
que el pueblo de Longview sería el lugar ideal
para su silenciosa e invisible morada.
Sin embargo, Roy estaba convencido de
que una persona de carne y hueso —aunque
quizá con el corazón de un ángel— era respon-
sable de la reciente sucesión de hechos que,
aunque generosos, eran también misteriosos.
Para él sólo cabía una pregunta: ¿Quién? Yca-
da hecho misterioso que siguió sólo fortaleció
su deseo y determinación de encontrar a la
persona o las personas que estaban detrás de
Con muchogusto,Roy ayudó al "Viejo Corkey" a cubrir de brea la
quilla de su bote.
42 El secreto de la caverna
todo eso.
Después del incidente del bote, Roydecidió
que si para develar el misterio era necesario
quedarse toda una noche despierto y patrullar
el pueblo, él lo haría.
Pero entonces los hechos extraños comen-
zaron a ocurrir de día. Mientras la esposa de
un joven pescador estaba excavando turba, y
como no había nadie en la cabana, alguien en-
tró y se llevó el único reloj que tenían. Era
cierto que no funcionaba desde hacía como un
mes o más, cosa que causó muchos inconve-
nientes y dolores de cabeza a su dueño; pero
no querían deshacerse de él y menos de esta
manera. Sin embargo, había desaparecido y
nadie supo más de él. A algunos vecinos les
pareció haber visto pasar a un hombre, mien-
tras que otros aseguraban que sólo habían vis-
to niños en los alrededores. Pero no había testi-
gos del hecho.
El reloj ya no estaba. Pero dos días más tar-
de, para sorpresa y alegría de la joven esposa
del pescador, que regresaba a su casa después
de una breve ausencia, encontró que el reloj
estaba en el lugar de siempre ¡yfuncionando!
Lo habían arreglado y lustrado de tal manera
que parecía un reloj completamente nuevo. Y
como sucedía siempre, nadie supo cómo había
¡Entre los arbustos había un oxidado resorte de reloj!
ocurrido.
Roy estaba confundido. No podía encontrar
ni una pista. Comenzó a pensar y a analizar a
cada persona que vivía en el pueblo, e incluso
trató de "sospechar" de ellas pero no obtuvo
resultados. Ahora estaba muy seguro de que
en el fondo de esta cuestión había una perso-
na; sin embargo pensó que había alguna posi-
bilidad de que los hechos no estuvieran rela-
cionados. Quizá su gran deseo de ser un "de-
tective" lo estaba conduciendo a conclusiones
equivocadas. Tendría que esperar y observar.
Debía admitir que tenía ciertas sospechas
44 El secreto de la caverna
CAPÍTULO 5
de un joven de unos diecisiete años llamado
Roberto Malcolm. Este muchacho fue visto en
la turbera la noche antes de la desaparición
del combustible de la señorita Mackay. Algu-
nos estaban seguros de que había pasado cer-
ca de la casa de la esposa del pescador alrede-
dor de la hora en que el reloj había sido de-
vuelto. Otros recordaban que en las últimas
noches había estado fuera de su casa hasta
tarde. ¿Podría ser él? Era posible. Era un mu-
chacho muy tranquilo y no se relacionaba mu-
cho con los otros muchachos. Roy lo iba a ob-
servar con cuidado.
A la tarde siguiente, sumido en sus pensa-
mientos, se encaminó hacia el sur delpuebleci-
to, en dirección a la caverna. Después de un
kilómetro el camino se volvió empinado.Ade-
más, la rocosa ladera dificultaba mucho el
tránsito. Royavanzó un poco más y luego, sin-
tiéndose muy cansado como para seguir su-
biendo sin ninguna razón en particular, se dis-
puso a bajar.
Miró el suelo para ver bien por dónde cami-
naba, y cuando lo hizo, algo extraño que estaba
sobre un montón de arbustos pequeños llamó
su atención.
Se agachó y lo recogió. ¡Era el resorte oxida-
do de un reloj!
El misterio
en la casa del pastor
ga^quella noche vino una fuerte
tormenta del Atlántico,y cuando Roydespertó
en la mañana, todo estaba totalmente empapa-
do en agua. Cuando miró por la ventana, la
lluvia todavía caía a mares. De tanto en tanto
una ráfaga de viento azotaba los vidrios de las
ventanas. En las cercanías podía escuchar el
tronar de grandes olas sobre la playa.
"¡Qué día!", pensó Roy. Tenía planeado se-
guir la pista que había encontrado en el arbus-
to la tarde anterior, pero ahora se le hacía im-
posible. No había nada que pudiera hacer, ex-
cepto sentarse y esperar que pasara la tormen-
ta.
Después del desayuno, como no tenía nada
mejor que hacer, fue al almacén y se puso a
mirar las diferentes cosas que su tío tenía a la
venta. En una esquina estaban los víveres; en
otra estaban las ollas, sartenes y platos; y en
otra había escobas, palas, horcas y otras he-
(45)
K^SMÍM
EL
¿Quién podría conocer al responsable de estos hechosextraños?
—preguntó el doctor MacGregor—. A mime gustaría saberlo.
El misterio en la casa delpastor 47
rramientas de jardinería. Por aquí y por allá
había rollos de soga, frascos con clavos y latas
de pintura. En realidad era un almacén de ra-
mos generales, destinado a suplir todas las ne-
cesidades de la población.
Pero ese día había pocos clientes. Parecía
que todos habían pensado lo mismo: quedarse
en sus casas hasta que la lluvia se detuviera.
Sin embargo, de tanto en tanto, alguna alma
valiente, empapada de pies a cabeza, se preci-
pitaba dentro del almacén en busca de algún
artículo que necesitaba con urgencia.
Una vez adentro, ninguno quería volver a
salir. Los clientes se quedaban charlando, con
la esperanza de que el clima mejorara. Esta si-
tuación le dio a Roy la oportunidad de hacer
algunas preguntas que tenía en mente.
—¿Ha escuchado hablar sobre las cosas tan
extrañas que han estado sucediendo en el pue-
blo? —le preguntó a una mujer de edad que
estaba muy envuelta en una capa.
—Pué sí, mi niño —dijo ella—; pero no creí
ni una palabra. Y ni voy a creé na' hasta que
yo mesmita lo vea y lo oiga.
—¿Pero qué opina de lo que le pasó a Pedro
Macdonald? —preguntó Roy—. ¿Ylo que le pa-
só al "Viejo Corkey" y su bote?
—¡Tonterías! —exclamó la anciana—. El Pe-
48 El secreto de la caverna
dro Macdonald está soñando, y me han dicho
que el "Viejo Corkey" puede haber estao to-
mando. Yo no le voy a creé a ninguno de los
dos.
—Pues yo sí —dijo otra anciana que acaba-
ba de entrar—. Los conozco bien. Son buenos
hombres y ninguno de ellos andaría diciendo
mentiras. Le voy a decir una cosa: Algo raro
está pasando en este pueblo, y me gustaría sa-
ber quién está detrás de todo. Puede que sean
ángeles y puede que no. Pero está ocurriendo
algo extraño.
—¡Ángeles! —dijo la primera anciana—.
¡Nunca voy a creerlo!
—Es mejor esperar y ver qué pasa —dijo un
pescador de rostro curtido por la intemperie,
que estaba sentado sobre un cajón de manza-
nas—. Nohay que apurarse a sacar conclusio-
nes. ¡Nunca vi cosa igual! Miren el bote del
"Viejo Corkey", por ejemplo. ¿Quién le terminó
de poner brea? ¿Cómo me explican eso?
Y así continuaron las discusiones durante
toda la mañana y buena parte de la tarde. Mi-
nutos antes de cerrar el almacén, la puerta se
abrió de golpe y ¿adivinen quién entró como
una ráfaga de viento? Ni más ni menos que el
mismo doctor Samuel MacGregor, el pastor del
lugar.
El misterio en la casa delpastor 49
Todos lo saludaron con una sonrisa, puesto
que lo apreciaban y lo respetaban mucho. Co-
mo el cuello y la solapa de su abrigo estaban
levantados y su sombrero negro estaba gotean-
do, Royno pudo ver con facilidad cómo era este
hombre exactamente; además, nunca antes lo
había visto. Sin embargo, era evidente que era
alto, de mediana edad, tenía cabello gris y su
rostro era alargado y serio, pero no muy serio;
porque, como Roy pudo notar, había cierto
destello en sus ojos cuando conversaba con los
presentes y le decía al señor Wallace lo que de-
seaba.
—Lamento molestarlo en un día como este
—dijo—, pero la tormenta ha derribado un ár-
bol que estaba al lado de mi casa y una rama
entró por una de las ventanas y la rompió.
—¿Qué tan grande es? —preguntó el señor
Wallace.
—No muy grande. Es una abertura pequeña
pero la lluvia está entrando torrencialmente y
está haciendo un desastre en mi sala. ¿Alguien
podría venir a arreglarla esta noche?
—Esta noche no —dijo el señor Wallace—.
Pero le daré una tabla de madera para que la
clave en la abertura y mañana a la mañana le
enviaré a alguien para que le coloque un vidrio
nuevo.
50 El secreto de la caverna
—Gracias, muchísimas gracias —dijo el
pastor aceptando la tabla de madera—. Yo
mismo puedo clavarla, y esperaré que mañana
venga alguien para terminar de arreglarla.
Cuando estaba a punto de abrir la puerta,
Roy se le acercó.
—Disculpe, señor —dijo—, pero, ¿ha oído
hablar de las cosas extrañas que han estado
ocurriendo últimamente en el pueblo?
—¡Ja, ja, ja! —se rió el Dr. MacGregor—. Mi-
ra, jovencito, tú no tienes que preocuparte por
esas cosas. Por supuesto que estoy al tanto de
todo; pero ¿cómo voy a saber quién es el res-
ponsable?
—¿Usted cree que son ángeles? —preguntó
una de las ancianas.
—Bueno, ¿quién podría saberlo? —respon-
dió el pastor con una sonrisa—. Si alguno lo
supiera, a mí también me gustaría saberlo.
Y sin decir más abrió la puerta y salió.
—Sólo un minuto más, pastor —exclamó el
pescador que estaba sentado sobre el cajón de
manzanas—. ¿Podría hacerle una pregunta, si
es que me permite?
El doctor MacGregor regresó y cerró la
puerta.
—Por supuesto, mi amigo. ¿Cuál es su pre-
gunta? —dijo.
Parecía que todo el mundo subía la colina rumbo a la capilla.
—Quisiera saber cuándo va a hacer arreglar
la campana de la iglesia. Me gusta escucharla
cuando voy para la iglesia. Y hace como más
de un mes que no la oímos.
—Deseo hacerla arreglar tanto como uste-
des —dijo el pastor—. En realidad hace tiempo
que estaría arreglada si tan sólo hubiera en-
contrado a alguien que supiera hacerlo. Apa-
rentemente nadie sabe cuál es el problema.
Está atorada. Pero les prometo que algún día
voy a conseguir que vuelva a sonar. No se
52 El secreto de la caverna
preocupen. Adiós a todos.
Al decir esto se marchó y las personas reu-
nidas en el almacén se quedaron conversando
de la tormenta, la iglesia, la campana y el pas-
tor.
No fue sino hasta muy entrada la noche que
todos se fueron a sus casas y el señor Wallace
pudo cerrar su negocio. Para entonces la tor-
menta estaba amainando y en todos los hoga-
res de Longview deseaban que la noche fuera
apacible para poder descansar y dormir bien.
Pero no fue así. Temprano en la mañana,
antes del amanecer, comenzó a sonar una
campana.
Roy la oyó primero, y se sentó en su cama
preguntándose qué significaría eso. Quizás es-
taba soñando. Pero no era así; la campana se-
guía sonando. Saltó de su cama y fue corriendo
hasta la habitación de su tío.
El señor Wallace ya estaba despierto.
—¿Qué está pasando? —preguntóRoy.
—¡Es la campana de la iglesia! —contestó el
señor Wallace—. ¿Quién será el que la está to-
cando a esta hora?
—¡Vayamos a ver! —exclamóRoy.
—Está bien —dijo el señor Wallace en tanto
que los dos se iban a vestir.
Sin lugar a duda otras personas también
El misterio en la casa delpastor 53
habían escuchado la campana porque, cuando
Roy y su tío salieron a la calle lavada por la
lluvia, parecía que todo el mundo subía la coli-
na rumbo a la iglesia. Entonces la campana
dejó de sonar.
A medida que se iban acercando a las lápi-
das junto a la capilla vieron al doctor MacGre-
gor que venía corriendo de su casa.
—¿Qué es todo esto? —preguntó agitado—.
¿Cuál es el problema? ¿Quién ha estado to-
cando la campana?
—Eso es lo que hemos venido a averiguar
—dijo el señor Wallace.
Juntos entraron en la antigua capilla. La te-
nue luz matutina la hacía verse misteriosa.
Estaba silenciosa como una tumba. No había
nada más que hileras de bancos vacíos, elve-
tusto pulpito de roble y... ¡la cuerda de la cam-
pana!
Todos se quedaron estupefactos.
—¡Tiremos de la cuerda y veamos que suce-
de! —dijo el doctor MacGregor.
Uno de los hombres dio un paso al frente y
tiró de la cuerda. La campana sonó.
—¡Es increíble! —dijo el pastor—. ¿Quién
pudo haberla arreglado en la oscuridad de la
noche? ¡Es lo más extraordinario que jamás
haya visto!
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%t%.J^fX"
—¡Miren! —exclamó el doctor MacGregor—. ¡Miren mi ventana!
Nadie podía decir palabra. Era simplemente
demasiado.
Todos se dirigieron en silencio a la casa del
pastor, donde los esperaba otra sorpresa.
—¡Miren! —exclamó el doctor MacGregor—.
¡Miren mi ventana!
—¿Cuál ventana? —preguntó el señor Wa-
llace.
—¡Esa ventana! —contestó el pastor seña-
lando con asombro la ventana en cuestión—.
Esa era la que se había roto. Miren, allí, en el
El misterio en la casa del pastor 55
suelo, está la tabla que clavé anoche mismo.
Señor Wallace, ¿usted hizo esto?
—No, yo no fui —dijo el señor Wallace—. Yo
estaba en casa, durmiendo.
—Y yo también —agregóRoy.
—Entonces, me pregunto quién fue —dijo el
doctor MacGregor.
Nuevamente todos se quedaron sin pala-
bras.
—Quizá sean esos ángeles otra vez —dijo al-
guien fervorosamente.
—Estoy empezando a preocuparme —dijo el
pastor—. ¡Pero miren, allí! ¡Son huellas! ¡Los
ángeles no dejan huellas, ¿o sí?!
Era verdad, había algunas huellas en el ba-
rro. Royobservó que conducían hacia la ladera
de la montaña. ¡Sí! ¡E iban en dirección a la
caverna! Ansioso, siguió el rastro por unos me-
tros hasta descubrir que las huellas desapare-
cían en un charco de agua de lluvia.
CAPÍTULO 6
La repisa sorpresa
y el cortaplumas colgante
el hecho extraño más
notable de todos los que habían estadoocu-
rriendo en este emocionante período de la his-
toria del pueblecito de Longview, fue lo que su-
cedió con la silla de ruedas del pequeño Jimmy
MacDougal.
El pequeño Jimmy era la única persona in-
válida que había en el pueblo. Cuando era ape-
nas un bebé, Jimmy se cayó y se lastimó la es-
palda, y desde ese trágico día tuvo que perma-
necer acostado la mayor parte del tiempo. En
ocasiones, se sentía lo suficientemente bien
como para que lo sentaran en la puerta de la
cabana para ver a los niños que jugaban o
iban a la escuela.
Hacía poco tiempo, toda la gente del pueblo
había contribuido para comprarle una silla de
ruedas que mandaron traer deGlasgow.
Jimmy estaba encantado, tanto como le era
posible, pero su entusiasmo se apagó cuando
(56)
La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante 57
observó un defecto. No tenía un espacio para
poner sus amados libros. Era un buen lector,
pero como el sostener los libros durante mu-
cho tiempo lo cansaba, no podía leer tanto co-
mo hubiera querido.
Un día su mamá fue al armario donde guar-
daban la silla de ruedas y volvió corriendo para
darle a Jimmy una noticia maravillosa: durante
la noche alguien había instalado una pequeña
repisa para libros en la silla de ruedas. El ros-
tro pálido de Jimmy brilló de alegría cuando lo
vio; era exactamente lo que él quería.
Pero, ¿quién lo había hecho? Ni su madre ni
ninguna otra persona lo sabía. Simplemente,
era otro misterio.
De hecho, Roy oyó hablar del episodio y lo
discutió con Osear y Bruno; pero eso fue todo.
Roy sugirió organizar "unabúsqueda" y los
otros dos muchachos aceptaron de buen gusto;
pero cuando llegó el momento de planear los
detalles en cuanto a dónde y qué buscar, los
tres quedaron en silencio. Tímidamente, Roy
propuso que investigaran en "la caverna", pero
Osear dijo que era inútil ir allí en busca de
una respuesta.
—Bueno, tengo una idea —dijo Roy justo
cuando se estaba por ir—. Denme su opinión.
—¿Qué idea? —preguntó Osear.
La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante 59
Más de una vez, elpequeñoJimmy había deseado tener una repisa para
sus libros.
—Antes una pregunta. Roberto Malcomí,
¿es bueno en carpintería?
—Bueno, su padre es el único carpintero
que hay en el pueblo. ¿Por qué?
—¿Piensas que él...? —preguntó Roy lenta-
mente.
—¡Qué buena idea! —gritó Brunointerrum-
piéndolo.
—¡Excelente! —dijo Osear—. Vayamosy pre-
guntémosle directamente si él lo hizo.
—No —dijo Roy—. Será mucho más diverti-
do atraparlo con las manos en la masa. Déjen-
melo a mí.
—De acuerdo, Señor Detective —dijo Bruno
riéndose—, cuando lo atrapes, haznos el favor
de hacer sonar el silbato y vendremos con las
esposas.
Luego, riéndose con ganas, se fue cada uno
por su lado.
Roy no mencionó el incidente del resorte del
reloj ni el de las huellas en el barro que había
visto en la casa del pastor. Pensaba que éstas
eran evidencias de suma importancia como pa-
ra comentárselas a unos muchachos depueblo
y que éstos a su vezlas transmitieran a otros, y
de esta manera quizá poner sobre aviso a la
persona que estaba buscando.
Tampoco se había olvidado de la silueta que
había visto en la entrada de la caverna cuando
había ido a nadar unos días atrás. ¿Sería posi-
ble que hubiera visto mal? Por supuesto que
era una posibilidad, pero él pensaba que sus
ojos no lo habían engañado.
Pero entonces, como Osear y Bruno habían
La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante 61
Allí estaba el cortaplumas perdido, ¡colgado de la ventana'.
dicho, ¿qué motivo tenía él para relacionar el
arenque de la viuda, la cena de Pedro Macdo-
nald, la devolución del chaleco salvavidas y el
remo, la turba de la señorita Mackay, el bote
del "Viejo Corkey", la ventana del doctor Mac-
Gregor, la repisa de Jimmy y el resorte del reloj
con la cueva? Ninguna en absoluto. Segura-
mente era una tontería.
En verdad, tenía poca evidencia contra Ro-
berto Malcomí, y todo era producto de chis-
mes. Iba a abandonar toda la investigación.
Pero era más fácil decirlo que hacerlo, puesto
que desde que había puesto los pies en Long-
view su cabeza había estado inundada de una
serie de misterios.
Esa misma noche el entusiasmo de Roy,
que venía en decadencia, se renovó hasta al-
canzar su punto culminante. ¡Los misteriosos
visitantes nocturnos estuvieron en el almacén
de su tío!
Hacía unas semanas el señor Wallace había
perdido un cortaplumas que quería mucho
porque era el regalo de un viejo amigo, y cuya
pérdida había lamentado profundamente en
aquel momento. Pero esa mañana se despertó y
encontró su cortaplumas colgando de una
cuerda en la ventana de su habitación.
Roy consideró que el caso era como "tirarle
de la cola al león en su propia cueva"; y él era
el león. En ese instante se propuso resuelta-
mente que no dejaría piedra sobre piedra hasta
resolver todos los misterios, sin saber cuan
cerca estaba de cumplir el deseo de su cora-
zón.
Nada fuera de lo común ocurrió la noche si-
guiente. Sin embargo, la noche subsiguiente
62 El secreto de la caverna
alguien entró en la cabana de la señora Mac-
Intyre mientras ella estaba fuera cuidando a
su nuera enferma, en otra parte del pueblo. El
misterioso intruso prácticamente reconstruyó
la mesa de la cocina, la que a pesar de estar
tan desvencijada, seguía siendo usada por la
señora Maclntyre durante los últimos meses, a
falta de alguien que la arreglara.
Tan pronto como Roy escuchó las noticias
fue corriendo a la escena del último aconteci-
miento. Examinó con sumo cuidado la mesa
restaurada. Había quedado completamentefir-
me y resistente.
Roy observó que las partes flojas fueron
atornilladas, no clavadas, sin duda para no
hacer algún ruido que pudiera llamar la aten-
ción de los vecinos, aunque la cabana más cer-
cana estaba a cientos de metros de distancia.
Repentinamente lanzó una exclamación de
sorpresa.
—¡Señora, mire! —dijo Roy—. ¡La tabla del
medio no está atornillada! Hicieron los aguje-
ros, pero fíjese, ¡está totalmente suelta!
—Pues en verdad tienes razón —dijo la se-
ñora Maclntyre—. Ahora me pregunto, ¿por
qué los ángeles la dejaron así y no terminaron
el trabajo?
En ese momento la señora Maclntyre creía
Roy encendió su linterna.¡Era la señora Maclntyre!
64 El secreto de la caverna
firmemente, al igual que la mayoría del pueblo,
que los ángeles estaban detrás de todos estos
actos de bondad.
—¡Ya sé! —exclamó Roy—. Quienquiera ha-
ya sido fue interrumpido antes de que pudiera
terminar su tarea, o si no se quedó sin torni-
llos.
—Quizá regresen y terminen el trabajo esta
noche —sugirió la señora Macmtyre.
—¡Pues, sí! —exclamó Roy con repentino
entusiasmo—. ¡Quizá vuelvan! Dígame, señora
Maclntyre, ¿le importaría si vengo y vigilo?
—¡No hay inconveniente, muchacho, pero si
son ángeles no podrás ver nada!
—Pero puede que no sean ángeles —dijo
Roy con una sonrisa—. De todas maneras esta-
ré aquí alrededor de las diez y esperaré en el
cobertizo de su patio. Entonces deje la puerta
un poquito abierta y acérquele la mesa lo más
posible, así quienquiera sea el que venga, la va
a ver inmediatamente y se va a tentar a termi-
nar el trabajo. Yotendré lista mi linterna para
alumbrarlos ni bien oiga las pisadas.
Una vez que su padre le dio permiso para
salir hasta tarde, Royregresó a la casa de la
señora Maclntyre y se escondió en elcobertizo,
de donde se veía claramente la puerta del fren-
te. Tal como lo habían pactado, la puerta esta-
La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante 65
ba entreabierta y la mesa, cerca de ésta.
Roy estaba muy emocionado. Sus nervios
estaban de punta. Pero a medida que transcu-
rría el tiempo sus expectativas disminuyeron
un poco. Después de todo, tal vez no venía na-
die. Empezóa sentir frío y se le puso la piel de
gallina, y entrada la noche comenzóa adorme-
cerse. Para entonces sus ojos se negaban a se-
guir manteniéndose abiertos y su cabeza cayó
sobre su pecho en tanto se sumía en un pro-
fundo sueño.
¡Oh! ¿Qué era ese ruido? ¡Pisadas! Roypegó
un salto, frotó sus ojos y buscó desesperada-
mente su linterna en la oscuridad. Apuntando
directamente hacia la puerta, donde había es-
cuchado los ruidos, encendió la linterna y ésta
¡iluminó la cara de la señora Maclntyre!
—¿Dónde estás muchacho? —gritó ella—.
¿Lo viste?
—¡No! ¿Si vi a quién? —preguntó boquia-
bierto.
—No lo sé. Pero había alguien. Escuché mo-
vimiento y ruido y me levanté para ver. Pero ya
no había nadie.
—¡Y la mesa! —exclamó Roy corriendo en
dirección a ella—. ¿Están puestos los tornillos
que faltaban?
Sí, estaban.
CAPÍTULO 7
La persecución
de medianoche
y la pista equivocada
py quería darse contra la pa-
red. ¡Por qué no se había podido quedar des-
pierto! Quizás estos personajes misteriosos ha-
bían venido justo cuando se quedó dormido.
¡Qué oportunidad se había perdido! ¡Qué exas-
perante!
—¿Hace mucho que se han ido? —le pre-
guntó acaloradamente a la señora Maclntyre.
—No sabría decírtelo—repuso la anciana—,
pero no habrán pasado más de cinco o diez
minutos, como mucho. Me levanté tan pronto
escuché los ruidos, pero como me tuve que
vestir, cuando salí a la puerta ya no había nada
ni nadie para ver.
—¡Los voy a perseguir! —dijo Roy con deter-
minación, alejándose por el sendero del jardín.
Pero cuando llegó a la calle surgió ante él la
pregunta del millón: ¿Para qué lado ir?
Era una noche muy oscura, algo envuelta
en neblina, y era obvio que Roy no tenía la
(66)
La persecución de medianoche 67
más remota idea del camino a seguir.
Se detuvo unos instantes y reflexionó. Ha-
bía cuatro rumbos que podía elegir. Podía co-
rrer directamente camino abajo hacia el pue-
blo; podía subir por el sendero escabroso de la
montaña; podía tomar una huella a su dere-
cha que conducía a la turbera o podía ir por su
izquierda, tomar un atajo y atravesar los cam-
pos en dirección a la caverna.
¿Qué camino debería tomar?
Repentinamente sintió la soledad del lugar;
lo extraño que es estar en la oscuridad y el si-
lencio de la una de la madrugada, a unos 50
kilómetros de la estación de policía más cerca-
na. Por un momento pensó en regresar a la ca-
sa de su tío e ir a dormir.
Pero no; la oportunidad era demasiado bue-
na como para perdérsela. No se echaría atrás.
Encontraría a su "presa" aunque eso significa-
ra tener que estar despierto toda la noche y re-
correr todo el camino hasta la caverna.
¿La caverna? Sí. Instintivamente eligió el
camino de la izquierda y reuniendo coraje ini-
ció el recorrido por entre los campos, a paso
vivo. Con la ayuda de su linterna saltó zanjas,
trepó muros de grandes piedras de granito
—que en el norte de Escocia sirven como cer-
cas— y poco a poco se fue acercando a su pri-
•s*^~*3Sífc^v&fífSit* A
La persecución demedianoche 69
Cuando alumbrócon su linterna, Roy vio a alguien que corría.
rner objetivo: el lugar donde había encontrado
el resorte de reloj oxidado.
Ya había recorrido como medio kilómetro,
cuando por casualidad iluminó con la linterna
el camino que tenía por delante, ¡y vio que a
una corta distancia había una figura borrosa
que corría tan rápido como él!
Estimulado por lo que había visto, Roy re-
dobló su energía y corrió tan rápido como sus
piernas le permitían. La siguiente vez que ilu-
minó el camino tuvo la sensación de que esta-
ba más cerca de su presa. Nuevamente apre-
suró sus pasos.
Ahora estaba subiendo por la colina donde
había encontrado el resorte. La figura estaba
mucho más arriba y, ocasionalmente, algunas
piedras que se soltaban al pisarlas caían ro-
dando peligrosamente muy cerca de Roy.Pero
eso no le importaba. Su deseo tan acariciado
estaba a punto de hacerse realidad.
Fue entonces que se tropezó y se cayó. Eso
le hizo perder dos preciosos minutos. Cuando
se levantó, la figura estaba fuera del alcance
de la luz de su linterna. En vano trató de recu-
perar el tiempo perdido. Comenzóa correr más
velozmente y, cuando ya había recorrido casi
un kilómetro, se dio cuenta de que hacía mu-
cho que debería haber alcanzado su presa; pe-
ro no, todavía no veía ni oía nada. Finalmente
llegó hasta la colina al pie de la cual estaba la
entrada de la caverna, ¡pero allí tampoco en-
contró nada!
Por último, cansado y fastidiado, regresó a
su casa caminando lentamente. Fue prestando
atención durante todo el camino, pero bien po-
La persecuciónde medianoche 71
Roy observó el cacao con mucho cuidado. ¡Allí tenía que haberalguna
pista!
dría haber ahorrado toda esa energía. Llegó al
almacén alrededor de las tres de la madruga-
da, completamente exhausto. Pronto se quedó
dormido.
Al día siguiente, cuando estuvo totalmente
despierto, cosa que no ocurrió sino hasta cerca
del mediodía, su padre y su tío quisieron saber
los resultados de la vigilia nocturna. La historia
que la señora Maclntyre contó sobre cómoRoy
se había dormidojusto en el momento en que
los "ángeles" llegaron, ya había llegado a sus
oídos y fue motivo de algunas bromas. Pero
Roy rebatió el argumento afirmando que había
visto algo, y que vería mucho más antes que
pasara mucho tiempo. No estaba dispuesto a
decir más de lo que había dicho, y las risas só-
lo atizaron su deseo de encontrar una solución
al misterio.
Ya estaba muy cansado como para seguir
"investigando" por ese día y el siguiente, y esto
le dio la oportunidad de escuchar otra historia
de una obra "angélica". Lomás extraño de todo
era que esta historia era idéntica a una que
había ocurrido poco antes de su llegada al
pueblo de Longview. La pobre y anciana viuda
que una vez había recibido pan, galletitas y
arenques de un visitante nocturno, fue nueva-
mente el objeto de un acto de bondad similar,
pero esta vez con el agregado de medio kilo de
cacao en polvo.
Roy visitó a la anciana. Como era de espe-
rar, ella rebosaba de alegría a causa del regalo
y no podía hablar de otra cosa. Con sumo tac-
to, Royle hizo algunas preguntas sobre las ga-
lletitas y el cacao. ¡Allí tendría que haber algu-
72 El secreto de la caverna
CAPÍTULO 8
na pista! Luego fue a averiguar dónde última-
mente se habían vendido estos artículos y a
quiénes. Su tío había vendido precisamente
esa misma clase de galletitas y cacao pero, por
desgracia, a tantas personas que no podía re-
cordar a alguien en particular. De modo que la
pista resultó inútil.
En ese momento, Roy tomó la decisión de
dejar de investigar estas pistas infructuosas
para dedicarse a un último gran esfuerzo, que
tal como había estado pensando durante esos
días, le daría mejores resultados: ¡él mismo
iría a investigar la caverna!
Con este fin comenzó con los preparativos,
tomando la precaución de obtener una detalla-
da descripción del interior de la caverna, espe-
cialmente en lo concerniente a la cantidad,
longitud y ubicación de sus ramificados pasi-
llos.
Con la información que obtuvo de la gente
del lugar dibujó un croquis y planificó una
búsqueda sistemática y exhaustiva de los lar-
gos túneles y los oscuros huecos de la antigua
caverna.
La vaca que se ordenata
por sí sola y la luz detrás
de la puerta
para animar a Roy en
su temeraria empresa, la misma mañana que
había fijado para iniciar la búsqueda, llegó a
sus oídos una historia estremecedora. El viejo
Sandy, el pescador cuyo remo había aparecido
de una manera tan extraña, al regresar a su
casa después de estar pescando toda la noche,
dijo que cuando estaba haciéndose a la mar,
vio algo que se movía en el frente de la caverna.
No estaba lo suficientemente cerca como para
ver qué era,pero sí estaba totalmente seguro
de que allí había algo o alguien extraño.
Como si esto fuera poco, Roy se enteró de
que la noche anterior, mientras el viejo Pedro
Macdonald regresaba a su casa, al pasar cerca
de la caverna había vuelto a escuchar ruidos
extraños que salían de ella.
Era de esperar que la mayoría de los habi-
(73)
La vaca que se ordeñaba por sí sola 75
tantes de Longview dudaran de la veracidad
del relato, al recordar la infructuosa búsqueda
que ya habían realizado en la caverna; pero
para Roy, la noticia era de sumo interés. Se
sentía más ansioso que nunca de iniciar su
grandiosa expedición y apenas podía esperar
para hacerlo.
Sin embargo, era arriesgado. ¿Y si después
de todo, los "misterios" no estuviesen relacio-
nados y los ocupantes de la caverna resulta-
ran ser espías o contrabandistas? Esa idea casi
lo hizo echarse atrás. ¿Valía la pena correr el
riesgo? Por unos instantes estuvo tentado a
dejar la investigación; pero entonces recordó
un viejo dicho: "Elque no arriesga, no gana", y
reuniendo todo el valor que pudo decidió que
iría.
Roy resolvió empezar inmediatamente des-
pués del almuerzo, esperando dar por finaliza-
do todo el asunto antes de la hora de la cena;
pero se demoró a causa de una anciana que
llegó al almacén y empezó a relatar una histo-
ria por demás cautivante.
—¡Ay, señor Wallace! —comenzó la ancia-
na—. ¡Nunca he visto algo así en toda mi vida!
Nunca, nunca. Mi vaca vieja, señor, se ordeñó
por sí sola. Bueno, en realidad no quise decir
eso, pero así parecía. Usted sabe lo mal que
—Mi vaca, señor Wallace, se ordeña por sí sola —dijo la anciana.
76 El secreto de la caverna
me he sentido últimamente. Algunas veces, se-
ñor Wallace, apenas me puedo levantar; pero
siempre me acuerdo de mi vieja Nancy y trato
de ordeñarla periódicamente.
—Entonces, señor Wallace, ayer a la maña-
na, cuando me sentía peor que nunca, me pa-
reció que no iba a poder levantarme, pero fi-
nalmente lo hice. Cuando me acerqué a la
puerta, encontré, ni más ni menos, que mis
dos bidones de leche estaban llenos hasta el
borde y junto a ellos había una notita que de-
cía: "Esta mañana no se preocupe por Nancy".
La pobrecita se detuvo para tomar aire y
luego se apresuró para continuar.
—Eso no fue todo, señor Wallace. Esta ma-
ñana sucedió lo mismo. Yono tengo forma de
averiguar qué ocurre porque los vecinos no sa-
ben darme ninguna información. No pueden
ser los demonios por que ellos no hacen cosas
buenas como éstas. Deben ser ángeles o si
no... ¡fantasmas!
—¿Tiene usted la nota que dejaron junto a
los dos bidones? —preguntó Roy con mucho
interés.
—¡Eso es justamente lo más tonto que he
hecho! Quise guardarla; pero, como una tonta,
¡sin darme cuenta la usé para encender elfue-
go junto con otros papeles viejos!
I
Roy reunió valor y entró en la caverna.
Roy hubiera querido investigar este hecho
más detenidamente pero, comoya se había fija-
do un objetivo más importante, decidió dejar el
caso de la vaca para después. Si la expedición
de esa tarde resultaba infructuosa no tendría
otra opción más que seguir esta otra pista.
Creyó haber escuchado todo lo que la ancia-
na podría decirle, la dejó continuar su conver-
78 El secretode la caverna
sación con el resto de los que allí estaban e in-
mediatamente inició su expedición.
A las cuatro de la tarde estaba casi en la
entrada de la caverna, parado sobre los roco-
sos escalones y observando el agujero oscuro
al cual estaba a punto de entrar.
En ese momento le pareció que era mucho
más fácil planear la entrada a una caverna
desconocida y probablemente deshabitada que
entrar en ella. Roy sintió que sus piernas no
estaban tan firmes como habían estado hacía
un par de minutos.
Pero al fin, la razón derrotó al miedo aun-
que no totalmente. Después de todo, había ve-
nido a explorar la caverna —no a quedarse mi-
rándola— y así lo haría.
Subió los escalones que le faltaban para lle-
gar hasta la entrada y se detuvo a escuchar.
No había ningún ruido excepto el sonido de las
olas que rompían en las rocas de la costa.
Roy encendió su linterna y una luz potente
inundó el interior de la caverna. Sin embargo,
no se veían más que paredes rocosas y, un po-
co más adelante, una bifurcación en el pasillo.
En un momento tuvo un deseo casi irresisti-
ble de dar media vuelta y echarse a correr; pe-
ro, haciendo uso de una gran fuerza de volun-
tad, entró en la caverna con paso decidido. En
La vaca que se ordeñaba por sí sola 79
breve llegó a la bifurcación del pasillo.
Al mirar en el plano que se había hecho con
toda la información que recabó de la gente del
pueblo, encontró que la división estaba marca-
da. Después de pensar por unos instantes deci-
dió tomar el camino de la derecha. Avanzó len-
tamente apuntando la luz de su linterna hacia
las paredes, con el fin de observarlas con cui-
dado y descubrir algún rastro de ocupación re-
ciente. Mientras tanto tarareaba una melodía
para no sentir miedo.
El pasillo, que poco a poco se volvía más
empinado, lo condujo a un compartimento de
considerable tamaño donde se detuvo. Unavez
que lo examinó detenidamente, volvió sobre
sus pasos y fue por otro pasillo que había pa-
sado de largo en su camino hacia arriba. Este
también resultó ser un "callejón sin salida", así
que regresó a la bifurcación principal y tomó el
pasillo que estaba a su izquierda.
Este corredor era mucho más intrincado
pues tenía recovecos y ramificaciones. En mu-
chos casos el plano no coincidía con lo que iba
encontrando y en más de una oportunidad se
preguntó si debía continuar o regresar. Noobs-
tante, estaba decidido a hacer un buen trabajo
y anotar todo lo que viera mientras estuviese
dentro.
La vaca que se ordeñaba por sí sola 81
Roy se acercó a la grieta más grande y miró hacia adentro.
Por el momento, casi había terminado, y no
veía las horas de poner fin a esta situación de
nerviosismo y poder salir "a la superficie" a
respirar aire fresco y puro.
Finalmente llegó al lugar que los pescadores
llamaban "el derrumbe". Y en verdad parecía
un derrumbe: en ese sector el pasillo tenía una
forma diferente y por todo el suelo había pe-
queños y grandes trozos de piedra de granito.
Roy alumbró con su linterna en todas las
direcciones, tratando de ver cuidadosamente
todo lo que había a su alrededor.
Sin lugar a dudas, este sector del pasillo era
totalmente diferente de todo lo que había visto
hasta el momento. Cierta porción de la pared
era lisa y completamente distinta del resto de
las paredes que allí había. Parecía que tam-
bién era de piedra, sin embargo...
Roy se acercó para ver mejor. ¿Qué era eso?
Alumbró directamente hacia ese lugar. ¡Era
una cuerda! Cuando fue a tomarla con sus
manos se dio cuenta de que no podía moverla
porque estaba adherida a la pared.
Empezó a tirar de la cuerda con todas sus
fuerzas. De repente, escuchó un ruidito, como
si se hubiera abierto algo. Entonces, para su
sorpresa, una parte de la pared se movió. Era
una pequeña puerta que al abrirse le mostró
un pasillo secreto. ¡La pesada puerta era de
madera de roble y estaba pintada de tal mane-
ra que parecía una piedra!
Pasaron unos minutos hasta que logró re-
cuperarse de su asombro. Luego, una vez que
verificó que la puerta no se cerraría tras él, si-
guió por el camino que alumbraba su linterna.
Este túnel era mucho más pequeño que los
82 El secreto de la caverna
otros. Por momentos su cabeza tocaba el te-
cho. En algunas partes el pasillo era tan estre-
cho que apenas había lugar para caminar có-
modamente. La longitud de este pasillo era
sorprendente, y cuanto más avanzaba más ga-
nas tenía de dar media vuelta y regresar.
En un momento pensó que quizá ya había
recorrido más de medio kilómetroy cuando es-
taba apunto de abandonar su búsqueda e irse,
escuchó unos ruidos que lo dejaron paralizado
de miedo. Sin embargo, como parecían venir
de lejos decidió avanzar con cautela y ver de
donde provenían.
Para que no lo descubrieran apagó su lin-
terna y, en medio de la oscuridad, avanzó a los
tropezones. Los sonidos se oían cada vez me-
jor, aunque no eran muy claros por la distan-
cia.
Roy caminó tan rápido como pudo. De re-
pente, al doblar una curva del pasillo, ¡se en-
contró frente a una puerta desvencijada que
por entre sus grietas dejaba ver una luz bri-
llante!
Temblando de pies a cabeza, pero animado
por la idea de que el éxito de su expedición era
inminente, se acercó silenciosamente a la
puerta, buscó una de las grietas más grandes y
a través de ella miró hacia adentro.
CAPÍTULO 9
El gran desenlace
oy casi se cayó de espalda
cuando sus ojos vieron lo que había detrás de
la puerta. El pasillo angosto se había converti-
do en un compartimento bastante grande. En
el medio de ese recinto había una mesa junto a
la cual había dos sillas viejas.
En una esquina había un pequeño fuego
que ardía en una chimenea improvisada y en
la esquina opuesta, un montón de mantas y
tapetes. Sobre la mesa había una lámpara de
aceite y algunos alimentos. Sentados en las si-
llas junto a la mesa, devorando ansiosamente
los sabrosos alimentos, estaban ni más ni me-
nos que ¡Osear yBruno!
Roy no podía dar crédito a sus ojos; pero
allí estaban los dos muchachos, lo creyese o
no.
Olvidando por el momento el lugar tan ex-
traño en que se encontraba gritó:
—¡Hola, Osear!
(83)
84 El secreto de la caverna
Los dos muchachos saltaron como si hubie-
ran recibido una descarga eléctrica y se preci-
pitaron a la puerta que estaba en el extremo
opuesto del compartimento. Creyeron haber
escuchado un rugido que provenía del oscuro
pasillo y el miedo se apoderó de ellos.
Roy apoyó todo su cuerpo sobre la puerta y
ésta se abrió hacia adentro. Entonces volvió a
gritar diciendo:
—No se asusten; soy Roy Wallace. ¡Regre-
sen!
Los dos muchachos regresaron pálidos y
temblando, mirando a su amigo con ojos de-
sorbitados.
—¿Cómo diablos hiciste para llegar hasta
aquí? —le preguntaron.
—¿Y qué diablos hacen ustedes aquí? —gri-
tóRoy.
Y eso fue todo lo que pudieron decirse. La
verdad es que les llevó un buen rato calmarse
lo suficiente como para poder volver a hablar
razonablemente. Sin embargo, ayudó mucho el
hecho de reanudar la merienda, pero esta vez
en compañía de Roy.
La comida pronto desapareció y los tres
muchachos acercaron sus sillas a la chimenea
y se pusieron a aclarar lo sucedido.
—Así que por fin nos atrapaste —dijo Osear
El gran desenlace 85
riéndose—. Yo sabía que algún día lo harías,
porque te vi muy decidido a hacerlo. Pero nun-
ca imaginé que nos descubrirías aquí, en
nuestro escondite.
—Bueno, me costó mucho trabajo —contes-
tó Roy—. Ustedes cubrieron muy bien el ras-
tro. Realmente había empezado a creer que era
RobertoMalcomí.
—Es interesante que nos hayas descubierto
esta noche —dijo Bruno—. Si no nos atrapa-
bas hoy, nunca lo hubieras hecho, porque hoy
recibimos una carta de nuestro padre diciendo
que regresa a casa la semana próxima, lo que,
por supuesto, pone fin a toda esta aventura.
—¡Justo a tiempo, ¿no?! —exclamó Roy—.
Eso me pone muy contento. Pero díganme,
¿cómo hicieron para encontrar este lugar?
—¡Eso fue un gran descubrimiento! —con-
testó Osear—. Lo descubrimos hace unos me-
ses y no le contamos nada a nadie, pensando
que algún día podríamos aprovecharlo.
—Un día estábamos jugando en la colina
cuando, de repente, Bruno tropezó con algo.
Cuando se agachó para ver qué era encontró
un pequeño trozo de hierro que salía del suelo
y estaba bien cubierto de hierba. Intentó sa-
carlo pero no pudo; entonces fui a ayudarlo.
De inmediato, después de forcejear un poco, se
El gran desenlace 87
desprendió un trozo de tierra —que estaba ad-
herido a una tabla— y allí apareció una abertu-
ra. Conseguirnos velas y nos deslizamos hasta
llegar aquí. Tapamos muy bien la entrada que
está en la colina para que nunca nadie pudiera
descubrirla.
—Pero, ¿y la otra entrada, la que encontré?
—preguntóRoy.
—Ah, eso vino después. Salimos por la otra
puerta que hay en esta habitación y seguimos
por el pasillo. Nos costó mucho trabajo abrir la
puerta que da a la caverna. Incluso la rompi-
mos un poco; pero traté de arreglarla lo mejor
que pude y le puse una cuerda para que sea
más fácil abrirla del otro lado. Eso fue lo que
asustó al viejo Pedro Macdonald. Me sorpren-
dió saber que el ruido que hacíamos al marti-
llar hubiera llegado tan lejos. ¡Pero el viejo Pe-
dro tiene un oído muy sensible!
—¿Iban a la entrada principal de la caverna
a menudo? —preguntó Roycon gran interés.
—No muy a menudo; el camino es muy lar-
go. Anoche estuvimos allí. Una vez, después de
tu llegada te vimos parado sobre una roca mi-
rando directamente hacia donde estábamos.
¡Mi madre, cómo corrimos! ¡Y vaya que nos
costó hacernos los despreocupados cuando
poco después llegaste a nuestra casa y nos en-
Los dos muchachos saltaronde sus asientosy huyeron despavoridos.
88 El secreto de la caverna
contraste lanzando piedras a esa botella!
—Pero ahora —interrumpió Roy cuyo entu-
siasmo iba en aumento a medida que encon-
traba solución a cada uno de sus interrogan-
tes— lo que quiero saber es si ustedes dos son
los responsables de todos los "milagros" que
ocurrieron en el pueblo durante las últimas se-
manas.
—¡Ah, quieres saberlo todo, ¿no?! —dijo Os-
ear—. Bueno, Bruno, supongo que será mejor
que se lo digamos, ¿no?
Bruno asintió con la cabeza.
—Siendo que nos atrapaste casi con las ma-
nos en la masa —continuó Osear—, supongo
que debemos confesar. Sí, éramos nosotros. Y
nos divertíamos mucho al ver que sospechabas
de Roberto porque sabíamos que nunca nos
descubrirías en tanto desconfiaras de él.
—Cuéntenme más —pidió Roy—. ¿Tuvieron
algo que ver con el bote que todos daban por
robado? ¿Cómo hizo el caballo para entrar a
su establo y como le hicieron llegar la comida a
la viuda? ¿Cómo hicieron para devolver el cha-
leco salvavidas y el remo del viejo Sandy? Ah, y
también cuéntenme lo de la cena del viejo Pe-
dro Macdonald, la turba de la señorita Mac-
kay, el bote del "viejo Corkey", la silla de rue-
das de Jimmy, la ventana del doctor MacGre-
Uno por uno, cada misterio se ibaaclarando.
gor, la campana de la capilla, el cortaplumas de
mi tío, la mesa de la señora Maclntyre; y lo del
reloj, y la vaca, y todo eso. ¡Cuéntenmetodo!
—¡Mi madre! ¡Vamos a estar aquí hasta la
medianoche! —exclamó Osear—. Todo fue muy
sencillo pues nadie sospechó de nosotros, ni
90 El secreto de la caverna
siquiera tú.
—Como mamá y papá no estaban en casa,
todos pensaban que nosotros nos acostábamos
temprano y trancábamos la puerta por miedo
a los "fantasmas". Pero no hacíamos eso. Algu-
nas veces dormíamos en casa y otras aquí, co-
mo verás por las mantas. ¿Te acuerdas de mi
respuesta cautelosa cuando nos preguntaste
dónde dormíamos?
—Sí, ahora lo recuerdo; tu respondiste:
"Dormimos como troncos".
—Siempre fui cuidadoso para no decir una
mentira, ni siquiera para encubrir nuestra
aventura. Algunas veces dormíamos de noche
pero otras no, y veníamos aquí para recuperar
las horas de sueño atrasadas. Así que cuando
nos parecía que ya se habían dormido todos
comenzábamos a trabajar. Mediante la bonda-
dosa ayuda de Dios encontramos una buena
cantidad de cosas que se habían perdido; aun-
que en algunos casos nos llevó horas y horas
de búsqueda.
—El bote que todos creyeron que había sido
robado debe de haber sido arrastrado por la
corriente en medio de la tormenta. Por casuali-
dad lo encontramos durante una de nuestras
expediciones por la costa. Se había golpeado
contra una roca y se había agujereado en uno
El gran desenlace 91
de sus lados. Logramos remolcarlo hasta la
playa y allí lo reparamos sin demora. Luego lo
regresamos a su lugar. Y todo esto, por su-
puesto, lo hicimos en la oscuridad de la noche.
—En cuanto al caballo, lo encontramos per-
dido en las montañas. No fue difícil regresarlo
al establo, pero relinchaba tanto que creímos
que nos iban a descubrir.
—Al chaleco salvavidas y al remo los encon-
tramos en un lugar alejado, junto a la costa,
cierta vez que fuimos de pesca. Nos divertimos
muchísimo tratando de empujar el remo por la
ventana del viejo Sandy; pero recién al otro día
nos enteramos de que ¡había caído sobre su
pecho!
—Ahora pasemos a la historia de la turba
de la señorita Mackay.Obviamente fuimos no-
sotros los responsables de que la turba fuera a
parar al muro que está detrás de la casa; pero
nunca nos imaginamos que no la buscaría allí.
¡Y entonces fue cuando nos viniste a ver para
que fuéramos a buscarla! ¡Cómo nos reímos de
eso!
—¿Y qué me dicen del bote que recubrieron
con brea? —preguntóRoy.
—Esa fue mi idea —dijo Bruno—. Vi cuan-
do tú y el "viejo Corkey" comenzaron a hacerlo
y cuando él se empezó a sentir mal. Demodo
92 El secreto de lacaverna
que le dije a Osear y pronto acabarnos la tarea.
—Después vino lo del reloj. Yo lo torné, lo
traje aquí y lo arreglamos entre los dos. Lefal-
taba un resorte, pero le pusimos otro que en-
contramos en un reloj destartalado que tene-
mos en casa.
—¿Ustedes perdieron el resorte de ese reloj?
—preguntóRoy.
—Sí, ¿por qué?
—Aquí está —dijo Roy con aire triunfal, sa-
cándolo de su bolsillo—. Lo encontré en la coli-
na, supongo que no muy lejos de su entrada
secreta. ¡Sitan sólo hubiera observado un poco
más de cerca la hubiera encontrado!
—¡Si hubieras...! —rió Bruno—. Después vi-
no lo de la ventana del doctor MacGregor.
—¡Ah, explíquenme eso! —dijo Roy—. ¿Có-
mo hicieron para enterarse de que la ventana
estaba rota?
—Casualmente Osear pasó cerca de la casa
del pastor poco después de que cayera el árbol.
Vio que una rama había roto el vidrio de la
ventana y se acordó de que en el taller de mi
casa había un vidrio de la misma medida —es
que aquí todos los vidrios tienen un tamaño
estándar—. De modo que decidimos arreglar la
ventana. Eso fue fácil, pero la campana nos
costó mucho trabajo. En medio de la oscuridad
El gran desenlace 93
subimos hasta el campanario y con nuestras
linternas nos pusimos a analizar el mecanismo
de funcionamiento. Entonces descubrimos el
problema. De alguna forma la cuerda se había
atorado en algo, y cuando logramos aflojarla,
la campana volvió a sonar de maravilla. Y la
verdad es que no pudimos resistir la tentación
de hacerla sonar un par de veces. ¡Era tan di-
vertido!
—¡La escuché! —dijo Roy—. Despertó a me-
dio pueblo. Aquellavez fue que vi sus pisadas.
—¿De verdad? —preguntó Osear.
—Sí —respondió Roy—, pero no pude se-
guirlas por mucho tiempo porque desapare-
cían en un gran charco de agua.
—¡Ja, ja, ja! —se rió Bruno—. Nosotros pa-
samos por ese charco a propósito para borrar
nuestras huellas. Ahora te vamos a contar lo
de la silla de ruedas de Jimmy.
—Esa fue obra de Osear. Es un excelente
carpintero, ¿lo sabías? Y ¿te acuerdas que te
dije que el papá de Roberto Malcomí es carpin-
tero? Es verdad; pero te lo dije para despistarte.
Roberto ni siquiera puede clavar bien un clavo.
—Me parece que no sabías que soy carpinte-
ro —dijo Osear—. Bueno, pero hice un buen
trabajo, ¿no? El mejor de todos fue el de la me-
sa de la señora Maclntyre. Fue simplemente
94 El secreto de la caverna
excelente —especialmente porque nos estabas
persiguiendo. ¡Qué contentos nos pusimos
cuando vimos que los arbustos que había junto
a la puerta del frente cubrían nuestros movi-
mientos!
—¿Por qué no terminaron el trabajo la pri-
mera noche? —preguntóRoy.
—Es que no teníamos suficientes tornillos.
—contestó Osear.
—¡Eso fue lo que pensé! —exclamóRoy.
—Siguiendo con las explicaciones, ahora
viene lo de la vaca —continuó Osear—. Creo
que no hay mucho que decir excepto que fui-
mos nosotros quienes la ordeñamos, teniendo
cuidado de que nadie nos viera.
—Bueno —dijo Roy, una vez que todos los
"misterios" fueron aclarados—, ¡ustedes sí que
se divirtieron a lo grande con toda esta aven-
tura! Pero díganme, ¿por qué lo hicieron?
—Me imaginé que lo ibas a preguntar —res-
pondió Osear—. Por muchas razones. Quería-
mos usar nuestro escondite para hacer algo
interesante, algo altruista en lo posible. Tam-
bién queríamos usar bien el tiempo libre que
íbamos a tener durante la ausencia de nues-
tros padres. Después de discutirlo por un rato
se nos ocurrió este plan: ayudar a los pobres y
necesitados del pueblo en todo lo que estuviera
Uno por uno, cada misterio se iba aclarando.
a nuestro alcance. Pensamos que sería magní-
fico poder llevar un poco de alegría y alivio a
estas personas, antes de que ya no estén entre
nosotros. Además, tú conoces esa frase: "Todo
lo que hicieron..."
—Exactamente —dijo Bruno—. Pensamos
que era hora de poner en práctica lo que Jesús
nos enseña: alimentar al hambriento, ayudar a
los pobres, alegrar a los tristes. Así como él
mismo dijo: "Todo lo que hicieron por uno de
estos hermanos míos más humildes, por mí
mismo lo hicieron". Sin embargo, decidimos
hacerlo tratando de evitar los agradecimientos
que a veces nos hacen sentir incómodos por-
96 El secreto de la caverna
que no sabemos qué decir.
—Eso es verdad —dijo Roy—. Estoy seguro
de que la gente del pueblo les estaría muy
agradecida y buscaría la forma de demostrár-
selo si supiera que ustedes dos eran los que
estaban detrás de todo esto. La mayoría cree
que todas estas cosas buenas las hicieron los
ángeles.
—¡Nosotros ángeles! —dijo Osear riéndo-
se—. En cuanto a los agradecimientos, no nos
interesan ni un poquito. Lo único que nos im-
porta es saber que nuestro plan ha tenido éxito
en aliviar a los necesitados. Supongo que ahora
que papá va a volver no tendremos laoportuni-
dad de continuar con nuestro plan; al menos
no de esta manera tan particular. Sin embar-
go, no podemos negar que estas semanas que
pasaron fueron las mejores y las más felices de
nuestra vida.
Y así, los tres muchachos continuaron con-
versando y recordando una y otra vez sus
aventuras, hasta que el fuego de la chimenea
se extinguió y la luz de la lámpara comenzó a
apagarse; dos de ellos sintiéndose felices por-
que sus esfuerzos para animar e iluminar a al-
gunas personas solitarias habían sido valora-
dos, y el tercero alegrándose porque al fin ha-
bía podido resolver el misterio de la caverna.

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  • 1. ué tendrían en común la desa- parición del bote, el caballo perdido, el arenque de la viuda, el chaleco salvavidas, el vidrio de la ventana, la turba perdida, el resorte de reloj oxidado o las extrañas huellas en la tierra, y la Caverna de McCullen? ¿Quién ordeñaba la vaca de la anciana < dejaba una nota que decía: "No se preocupe poi Nancy esta mañana"? Roy se propuso descubrirlo. Puesto t|u< | > > recia haber algún tipo de < oiiri<>n con l.i < ,i«-i na, Roy fue a explorar ;i!ií. I,a cacina estaba os cura y tuvo que enti-ar gateando, 'leniblando .1 medida que se adcniraba lúe a dai, par:) su sor presa, con una puerta. Miro con < '.idad i través de la ranura y allí... Pero, ¿por que no lo lees lu misino I •' bres el misterio de la <avern;i? fe •!lI lili H W'
  • 2. 1 retado Al mirar hacia atrás, a través de los años, to- davía puedo ver ese antiguo y pintoresco pue- blo en la costa noroeste de Escocia, escenario donde se sitúa esta historia. Recuerdo cuando, del barco de vapor proveniente de Glasgow, descendí al pequeño bote que me llevó a la cos- ta. Puedo ver a los residentes del pueblo que esperaban las cartas —y a los pasajeros— con ansias y gran curiosidad. Detrás de ellos esta- ban sus cabanas de techo de paja, todas dis- puestas en fila a lo largo de la costa. Recuerdo cuando visité muchas de esas ca- banas, también la del guardabosque que estaba tierra adentro y era la única con dos pisos y te- cho de tejas. Vuelvo a ver el extraordinario pa- norama que se apreciaba desde la cima de las montañas circundantes, esa vista maravillosa del mar ondulante, las islas envueltas en nebli- na y la puesta de sol. Allí, en ese precioso y solitario lugar, nació El secreto de la caverna. Es mi deseo que esta historia inspire a los niños de todo el mundo a encontrar su mayor alegría en el servicio, al re- confortar y brindar felicidad a aquellos que lo necesitan. TÍO ARTURO (3)
  • 3. Título del original en inglés: The Secret ofthe Cave, Pacific Press Publishing Association, Boise,Idaho, E.U.A., 1951. Editora: Graciela R. de Mato Traductora: Paola Canuti Diseño: Eval Sosa Diseño de tapa: Néstor Rasi IMPRESO EN LAARGENTINA Printed in Argentina Primera edición MCMXCVín -4M Es propiedad. © Pacific Press Publ. Assn. (1951). © AGES (1998). Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. ISBN 950-769-016-6 Edicione New Life, División AGES, Buenos aires, Argentina. Tel. 761- 4802. FAX: 760-0416 244 Maxwell, Arthur S. MAX El secretode la caverna - 1a. ed. - Florida (Buenos Aires): Ediciones New Life, 1998. 96 p.; 20x14 cm. Traducción de: Paola Canuti ISBN 950-769-016-6 I. Título -1. Literatura religiosa Impreso, mediante el sistema offset, en talleres propios. 060598 —36506— íncliice 1. ¿Contrabandistas o espías? 7 2. Llega el "detective" Roy 17 3. El remo mágico y la cena mística 24 4. La turba fantasma y el bote misterioso 35 45 56 66 5. El misterio en la casa del pastor 6. La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante 7. La persecución de medianoche y la pista equivocada 8. La vaca que se ordeñaba por sí sola y la luz detrás de la puerta 9. El gran desenlace 73 83 (5)
  • 4. CAPÍTULO 1 Linternas en mano, el grupo penetróen la oscuridad. ¿Gorntralbanclistas o espías? |ra el tema de conversación de todo el pueblo. Todo otro asunto había sido olvidado excepto la intrigante pregunta: ¿Quién estuvo anoche en la caverna de McCu- llum? El viejo Pedro Macdonald, un pastor monta- ñés de barba gris, había permanecido hasta tarde en las colinas con su rebaño. Alregresar por un atajo escabroso junto a una playa cu- bierta de rocas, pasó bajo la entrada de la anti- gua caverna y se dio el susto de su vida. Muchas veces, en la escarpada ladera, ha- bía visto la entrada a ese gran agujero, con sus puntas salientes. En su juventud había explo- rado la mayoría de sus interminables, oscuras y silenciosas galerías; pero ahora, para su asombro, había escuchado sonidos muy extra- ños que provenían de la boca de la caverna. Aunque de alguna manera amortiguado, un fuerte golpe, como el de un pesado martillo (7)
  • 5. secreto de la caverna íéa sobre unas maderas, llegó hasta sus oídos. Para aumentar su sorpresa, pormo- mentos a estos ruidos se sumaba un gritocon- fuso. Por supuesto que no se asustó; no él, ¡un experimentado pastor escocés! Sin embargo, de pronto se acordó de las historias, que tantas veces escuchara, que contaban que la caverna estaba habitada por fantasmas. Entonces, a paso rápido, completó su viaje de regreso al hogar. Ahora, todos hablaban de eso. ¿Quién había estado en la caverna? Seguramente no había sido ninguno de los habitantes del pueblo. ¿Por qué querría alguno de ellos estar en la ca- verna a esas horas de la noche? Una y otra vez se discutió, se descartó y se retomó toda clase de teorías. ¿Podrían ser contrabandistas? Difícilmente. No elegirían un lugar tan distante de todocen- tro comercial en el que pudieran deshacerse de su mercadería. —¡Espías! —sugirió alguien con la agitación de aquel quien se le ocurre una gran idea. Pero, ¿qué querrían unos espías en ese lugar tan solitario de la costa noroeste deEscocia? Esa noche, el pueblo de Longview estaba di- vidido en una cantidad de grupitos que habla- El viejo Pedro Macdonald estaba seguro de haber oído ruidos en la caverna. ban del tema. Dos niños, Osear y Bruno Maclaren, esta- ban muy interesados. Eran hijos del guarda- bosque que vivía en las afueras del pueblo.Re- cientemente su madre había enfermado de gravedad y su padre la acompañaba en el hos-
  • 6. 10 El secreto de la caverna pital de Glasgow hasta que mejor i que los dos muchachitos, que tenían quince y trece años, se hallaban solos. Por supuesto que se sentían tristes porque su mamá y su papá no estaban con ellos, pero como se llevaban bien entre sí, disfrutaron mucho de su inesperada libertad. Iban de un grupo a otro y escuchaban las últimas versiones de la historia del viejo Pedro, y con ansias recogían todos los detalles que se le iban agregando a medida que el tiempo pa- saba. Al día siguiente, cuando los habitantes del pueblo decidieron que algunos de los hombres más valientes debían visitar la caverna y de es- ta manera acabar de una vez por todas con esa situación, estos dos muchachitos estuvie- ron entre los primeros que se ofrecieron para ir. Pero los hombres de más edad se negaron a llevarlos. —No, no —dijo alguien—. Supongamos que allí hubiera espías o contrabandistas con ar- mas, y supongamos que les dispararan, ¿qué nos dirían su padre y su madre cuando regre- sen? A pesar del balde de agua fría que echaron sobre sus expectativas, Osear y Bruno les pi- dieron con tanta insistencia que los llevaran, ¿Contrabandistas o espías? 11 que los hombres finalmente aceptaron, pero con la condición de que prometieran seguir a lodo el grupo a una distancia prudencial. Finalmente, una de esas largas tardecitas de verano, en las que allá, en el lejano norte, el sol no se pone hasta las diez de la noche, la expedición inició su camino. La caverna se hallaba como a cincokilóme- tros del pueblo. Estaba ubicada un poco por encima de la playa y llegar hasta ella era algo difícil. Sin embargo, como hacía algún tiempo se habían construido algunos escalones en las rocas, la subida fue mucho más fácil. Por suerte la marea estaba baja, de lo contrario el grupo tendría que haberse acercado en bote hasta la entrada de la caverna. Un pequeño esfuerzo para subir los despare- jos escalones finalmente condujo a seis hom- bres y a los dos niños hasta la entrada, no sin que sus corazones latieran un poco más rápido de sólo pensar con qué se podrían encontrar allí. Otros tantos que habían venido se queda- ron en la playa. Algunosles gritaban a los dos muchachos para que no subieran. Pero Osear y Bruno estaban resueltos a ver de qué se trata- ba; y como su padre no estaba, no había nadie que les pudiera ordenar que bajaran. Se encendieron las linternas y el pequeño
  • 7. 12 El secreto de la caverna grupo avanzó en la oscuridad. La emoción iba en aumento y todos contenían su respiración en tanto que, lentamente y con sumo cuidado, exploraban las galerías. Ojos atentos y ansiosos miraban hacia de- lante, deseosos de ser los primeros en ver al intruso o cualquier indicio de una reciente ocupación; pero no encontraron nada. En cier- to momento el líder del grupo se detuvo a exa- minar la pared. Por todo el suelo había peda- citos de roca desparramados, pero en ese lugar había más que en otros. Alguien dijo que podía ser producto de un derrumbe y esto pareció satisfacer al resto. Justo cuando estaban pre- guntándose si iban a examinar esa sección con más detenimiento, Osear atrajo la atención al señalar algunas huellas raras que había un poco más adelante. Todos fueron a verlas pero no eran de gran importancia. Nuevamentelos hombres avanzaron, revisaron la última gale- ría y luego, desconcertados, se dirigieron a la entrada. Ahora, la mayoría de los habitantes del pue- blo se reía de Pedro Macdonald.Algunos le di- jeron que no debía regresar tan tarde a su ca- sa. Pero el viejo pastor no dudó ni por un ins- tante de lo que había escuchado. Sin embargo, los "misteriosos sonidos" pronto se convirtie- "¿Quién había emparchado el agujero del bote?", sepreguntaban todos. ron en bromas y al poco tiempo todos —es de- cir, casi todos— se olvidaron del asunto. Sin embargo, a los habitantes del pequeño pueblo todavía les esperaban grandes sorpre- sas y sobresaltos. Esa misma noche un bote desapareció de la playa. Era verdad que el tiempo había cambia- do y una fuerte tormenta había barrido la costa y las amarras del bote se podrían haber corta-
  • 8. 14 El secreto de la caverna ¿Contrabandistas o espías? 15 do; pero los pescadores escoceses nunca dejan sus embarcaciones mal amarradas, porqueco- nocen la furia de los repentinos vientos del Atlántico. Todos sabían que el bote había sido robado. Pero, ¿por quién? Ese era el problema. ¿Te puedes imaginar la conmocióncuando, pocos días más tarde, el barco reapareció en su lugar de siempre pero con un prolijo parche en uno de sus lados y que cubría el gran aguje- ro que se había hecho mientras estaba desa- parecido? Dos días después ocurrió otra cosa extraña. Un caballo, que pertenecía a uno de los pue- blerinos, desapareció del lugar donde lo ha- bían atado y, para gran preocupacióndel due- ño, no lo podía encontrar. Para el día siguiente se planeó una búsqueda colectiva; pero he aquí que cuando el hombre fue al establo esa mañana, ¡allí estaba el caballo, en el lugar de siempre! El hombre estaba mudo del asombro. Había escuchado que los caballos hacen cosas sorprendentes pero no podía concebir la idea de un caballo que pudiera abrir las puertas y atarse por sí solo en su caballeriza. Los habitantes del pueblo apenas habían te- nido tiempo de comentar este acontecimiento extraordinario cuando se produjo otro hecho que aumentó su interés. En el pueblo había pocas viudas. De tanto en tanto el resto de la comunidad las ayudaba de alguna manera. Una viuda, sin embargo, era más pobre que otras debido a que se enfer- maba con frecuencia.Aunque anteriormente la habían ayudado en más de una oportunidad, ahora la habían descuidado, y en realidad esta- ba muy escasa de dinero. ¡Imagínense entonces su sorpresa y alegría cuando una mañana, al despertarse, encontró junto a su cama una cajita de galletitas, dos panes y una cantidad de deliciosos arenques! A pesar de las muchas preguntas y averigua- ciones de una punta del pueblo a la otra, la viuda no pudo saber quién había sido la per- sona generosa responsable de una acción tan noble, ni tuvo oportunidad de brindarle un ca- luroso agradecimiento a subenefactor. Pero, ¿de dónde habían venido todas las co- sas y cómo llegaron hasta ese lugar? ¿Había alguna relación entre los "ruidos de la caver- na" del viejo Pedro Macdonald, el bote maltra- tado, la devolución del caballo y las visitas nocturnas a la viuda? El pueblo de Longview pensaba y hablaba, reflexionaba y hablaba una y otra vez; y mien- tras tanto los hechos sucedían con rapidez.
  • 9. CAPÍTULO 2 17» muchacho bajó del barco de vapor hasta el bote que lo estaba esperando. Llegia el "detective" Roy ¡n el pueblo de Longview uno de los entretenimientos de la semana era la lle- gada del barco de vapor que venía de Glasgow trayendo correspondencia, mercadería y, oca- sionalmente, visitas. No había lugar para que el barco atracara, de modo que anclaba a cierta distancia de la costa donde los pasajeros y el cargamento eran transbordados a un pequeño bote que los traía a tierra firme. En esas oca- siones se podía observar a la mayoría de los habitantes que salían corriendo de sus hogares para ver la llegada de la pequeña embarcación. El vapor acababa de echar el ancla en la ba- hía. Através de la neblina matutina la gente en la playa observaba cada movimiento de las per- sonas en la embarcación, mientras que un pes- cador con telescopio en mano les informaba los detalles. —Ya bajaron la correspondencia —excla- mó—. Está viniendo un perro. Quizá sea para Pedro Macdonald. Parece que no hay pasaje- (17)
  • 10. 18 El secreto de la caverna ros. Ah, sí, hay un muchacho que estábajando, y un hombre se está preparando para hacer lo mismo. Creo que no los conozco. Tal vez sean los hombres que vienen a quedarse en la casa del dueño del almacén. Eso es todo. Ahora el barco se está yendo. Esos sí que no se demo- ran, ¿verdad? En cuanto terminó de decirlo, el barco co- menzó a desplazarse rumbo al norte y elboteci- to de remos comenzósu viaje de regreso. Los dos pasajeros resultaron ser extraños en el pueblo. El hombre era un tal señor Wallace, de Liverpool. Su hermano, el dueño del alma- cén de ramos generales de Longview, le había pedido que viniera a pasar sus vacaciones de verano en este peculiar lugar. Encantado con la idea decidió también traer a su hijo de catorce años, Roy, quien, ni falta hace decirlo, estaba tan contento como cualquier otrojovencitoque tiene la posibilidad de disfrutar un verano así. Seguramente no pasó mucho tiempo hasta que los recién llegados se enteraran de los mis- teriosos acontecimientos que habían ocurrido en el pueblo. El señor Wallace no parecía muy interesado; pero Royparó sus orejas para cap- tar todos los detalles y sintió que de repente se estaba convirtiendo en todo un detective. ¡Esto sí que era una aventura! ¿Cuándo sus vacacio- nes habían comenzado de una manera tan di- Cansado de tanto nadar, Roy se subió a una roca paradescansar. vertida? Al principio, no podía ver la relación entre la caverna, el bote, el caballo y el arenque. Sin embargo, a medida que le daba vueltas al tema en su cabeza, se le ocurrió que al menos podría haber una leve conexión que uniera los cuatro misterios. ¿Pero cuál era? ¿Qué podía ser?Roy estaba resuelto a descubrirlo.
  • 11. 20 El secreto de la caverna Como el pueblo era pequeño, pronto llegó a conocer a todos los que vivían allí. Con mucho cuidado fue obteniendo de cada uno toda la in- formación sobre los últimos acontecimientos. Algunas personas amables lo enviaron a la casa del guardabosque para que conociera a Bruno y a Osear, quienes tenían más o menos la misma edad que él. Pero como no los encon- tró en su casa, regresó al almacén. Esa tarde fue a caminar por la playa y a echarle un vistazo a la famosa caverna. Lama- rea estaba baja, así que tuvo oportunidad de acercarse bastante. Sin embargo, no había na- da para ver, a no ser por la oscura entrada. Por algún motivo no tenía ganas de subir por los escalones, no en ese momento. Por lo menos, no lo haría hasta que tuviera más información. De hecho, existía la posibilidad de que alguien estuviera adentro. Esa misma noche, o mejor dicho a la maña- na siguiente, la gente de Longview, incluyendo a Roy,fue objeto de otro desconcertante sobre- salto. Hacía como un mes, uno de los pescadores, después de haber ahorrado durante mucho tiempo, se había comprado uno de los chalecos salvavidas más caros y modernos. Su orgullo y su 'mayor alegría consistía en ponerse su nuevo tesoro y escuchar los comentarios de admira- Al resbalar,Roy cayó al agua estrepitosamente. ción de sus compañeros. Pero ocurrió algo muy triste. Una hermosa noche, cuando regresaba a su casa, no se dio cuenta de que se había olvi- dado el chaleco salvavidas en la cubierta de su embarcación. Esa misma noche se levantó un viento muy fuerte y azotó todas las embarca- ciones que estaban en la costa. De esta mane-
  • 12. 22 El secreto de la caverna ra, todo lo que no estaba firmemente asegura- do, incluyendo el tan preciado chaleco salvavi- das, fue arrastrado por el agua. El hombre es- tuvo inconsolable durante dos días y continuó lamentando la pérdida por un tiempo. Imagínense entonces su sorpresa y su ale- gría cuando, una mañana, al abrir la puerta de su casa, vio el chaleco salvavidas que había de- saparecido hacía un tiempo. Estaba justo en- frente de él, suspendido de un clavo. ¿Cómo había ido a parar a ese lugar? Alguien lo tuvo que haber puesto después de las once de la no- che, puesto que no se había ido a la cama has- ta esa hora, y antes de las cinco y media de la mañana, que fue la hora en que abrió la puerta. Sin embargo, a pesar de todas las averiguacio- nes no se pudo encontrar ni una pista de quién lo habría puesto allí. Roy, al igual que toda la gente de Longview, estaba intrigado. ¿Quién lo había hecho? Ade- más, ¿había alguna relación con todos los mis- teriosos acontecimientos que habían estado ocurriendo? ¿Sería posible que el chaleco sal- vavidas estuviera relacionado con los ruidos de la caverna? En la desesperación, Roy se dispuso a olvi- dar todo el asunto por esa tarde e ir a nadar por un buen rato. Comenzó a nadar enérgicamente y pronto Llega el "detective" Roy 23 avanzó una distancia considerable. Cuando empezó a sentirse cansado se subió a una pe- queña roca que sobresalía del agua para des- cansar por un momento. Se zambulló otra vezy fue hacia otra roca, y después de descansar un ratito fue hacia otra más. Así continuó, aleján- dose poco a poco del pueblo. Finalmente, pensó que sería conveniente no alejarse más y decidió, después del último des- canso, que era hora de regresar. Cuando estaba descansando sentado en una roca, por casuali- dad miró hacia la costa. Para su sorpresa, se dio cuenta de que estaba justo frente a la en- trada de la caverna. La abertura parecía pe- queña porque estaba a unos cuantos metros de distancia; pero se la veía claramente. ¿Y qué era eso? ¡Sin duda sus ojos no lo en- gañaban! ¡Algo se estaba moviendoen la entra- da de la caverna! Volvió a mirar. Sí, ¡era la fi- gura de una persona!; pero no podía distinguir quién era. Desgraciadamente, con la emoción del mo- mento, Roy se olvidó de que no estaba sentado en un lugar muy seguro. Así que al ponerse de pie para poder ver mejor, patinó en la roca res- baladiza y cayó al agua estrepitosamente. Cuando volvió a la superficie miró nuevamente en dirección a la caverna, pero la figura ya ha- bía desaparecido.
  • 13. 3 l mágico J acena mística |L|J na hora más tarde, Roylle- go al Almacén. Estaba muy cansado, con mu- cho a-,etito y muy pero muy conmocionado despugg ¿e ia experiencia de esa tarde. Sin embaigQ, como un buen detective, pensó que por elmomento era mejor no decir nada de lo que h^ja vistoen entrada dela caverna. R°> recobrólas fuerzas comiendo unas nu- tritiva^ galletitas de avena escocesas y tomando un de:jCiOSO vaso de leche. Después de la cena pensó qUe debería tratar de encontrar a Osear v a Bluno, conla esperanza de que le dieran algun^ información adicional. Todavía no los había visto, pero por lo que había oído de ellos estab^ seguro de que se llevarían muy bien. Teriía que caminar bastante, porque la casa guardabosque estaba retirada del pueblo. Ras0s grandes y apresurados, pronto lle- gó al lugar Era Una vivienda bonita; tenía dos pisos y techo de tejas, lo que la hacía diferente (24) El remo mágico y la cena mística 25 de las cabanas con techo de paja que había en el pueblo. Los dos hermanos estaban en casa. Roylos vio de lejos y pudo acercarse bastante antes de que lo vieran. Al igual que otros muchachos, los dos hermanos se estaban divirtiendoarro- jando piedras a una botella de vidrio que ha- bían colocado sobre un muro de piedras que rodeaba eljardín. Al escuchar las pisadas se dieron vuelta instantáneamente y saludaron al recién llegado con un alegre "¡Hola!" Roy se presentó como el sobrino del dueño del almacén y les contó que venía de Liverpool, y esto fue suficiente para que los otros dos muchachos se interesaran por él. Después vinieron algunas preguntas y respuestas. Finalmente, los tres se pusieron a arrojar piedrecitas a la botella hasta que un ti- ro de Roy hizo que la botella no sirviera para nada más. —Te invitaríamos a pasar a nuestra casa —dijo Osear—, pero como mamá y papá no es- tán, la casa está un poco desordenada. —Vamos a hacerle una buena limpieza el día antes que regresen —agregó Bruno con una gran sonrisa. —¿Duermen solos? —preguntóRoy.
  • 14. El remo mágicoy la cena mística 27 Osear y Bnfno arr°Jaban piedrasa una botella que estaba sobre la tafia. D0]rmimos como troncos —contestó Os- ear. ¿NcD tienen ni un poquito de miedo? —in- terrogó ]HuevamenteRoy. ¡No1 nav razón para tenerlo! Hemos vivido aquí toe13- nuestra vida y conocemos a todas las personas del lugar —respondió Osear como si fuera tan viejo como PedroMacdonald. —¿Ustedes creen que en la caverna puede haber contrabandistas o espías? —sugirióRoy. —¡Tonterías! ¿Ya escuchaste la historia del viejo Pedro? Pues muchos de nosotros investi- gamos la caverna de punta a punta, ¿y qué en- contramos? ¡Nada! Roy paró las orejas. —¿Ustedes fueron con el grupo que investi- gó? —¡Por supuesto! Nonos hubiéramos perdido esa experiencia por nada del mundo. Obvia- mente fue un poco inquietante, pero eso es lo mejor de las aventuras. —¿Y nadie encontró nada? —Ni un rastro. ¡Y vaya si nos habremos reí- do del pobre Pedro! La conversación desvió a otros hechos mis- teriosos; pero mientras que Osear y Bruno pa- recían estar muy ansiosos de descubrir quién estaba detrás de todo esto, no pudieron darle ninguna idea en cuanto a cómo pudo haber ocurrido. Por el momento dejaron el tema de lado y Osear le preguntó a Roy si le gustaría ir a pescar a la mañana siguiente. Nohabía nada que le hubiera gustado más; y una vez que se pusieron de acuerdo, Royregresó a la casa de su tío.
  • 15. El remo mágico y la cena mística 29 Los tresmuchachos se divirtieron muchopescando en la bahía. A la mañana siguiente los tres muchachos estaban pescando en las aguas de la bahía, al- go que realmente disfrutaron mucho. Como Bruno y Osear eran expertos, pronto sobrepa- saron a Roy en la cantidad de peces que iban pescando. —¿Y qué van a hacer con todos esos pesca- dos? —preguntó Roy muy intrigado cuando se bajaron del bote. —¡Pues venderlos! —respondió Osear. —Siempre hay gente que nos compra y nunca nos sobran —agregó Bruno. —Ustedes hacen buen dinero con este pasa- tiempo, ¿no? —dijo Roy. —Pues sí. Con esto nuestras billeteras es- tán más "gorditas". Pero, ¿qué vas a hacer ma- ñana? ¿Te gustaría venir a pescar con noso- tros otra vez? —preguntó Osear. —Me encantaría, pero me temo que no pue- da —replicó Roy—. Mipapá planificóun par de viajes para estos días y quiere que lo acompa- ñe; pero después... —Bueno, entonces ven cuando puedas —di- jeron los otros; y así terminó la conversación. Una vez que arrastraron el bote hasta la playa, los muchachos se despidieron. Roy re- gresó al almacén orgulloso, llevando algunos pescados que, ni bien llegó, le mostró al padre como prueba de su hazaña. Pero la novedad de la pesca pronto cayó en el olvido cuando surgió otra aventura más cautivante. —¿Escuchaste las noticias? —preguntó el tío una vez que habían terminado los elogios por la pesca deRoy. —No, ¿hay algo interesante? —Te acuerdas que el viejo Sandy perdió un remo recién comprado durante la última tor- menta. Eso sucedió más o menos en la misma fecha en que desapareció el chaleco salvavidas. —Oí algo de eso —dijo Roy.
  • 16. 30 El secreto de la caverna —Bueno, anoche —Sandy no está bien se- guro de la hora que era— sintió un fuerte golpe sobre su pecho. ¿Yqué vio al abrir los ojos? No era otra cosa que el remo perdido que estaba atorado en la ventana de la habitación, con la pala saliendo por la ventana y el mango sobre su pecho. Pensó que estaba soñando; pero después se dio cuenta de que estaba despierto y vio que era un remo de verdad. Era un remo sólido y tenía grabado su nombre. Era el mis- mo que había perdido. Loextraño es que nadie sabe nada más. Nunca vi a alguien ponerse tan contento como Sandy. Pero todo es un poco misterioso, ¿no te parece? Roy pensaba que sí. Es más, pensaba que era algo más que misterioso. En realidad, sus pensamientos no lo dejaron dormir durante buena parte de la noche. Pero así y todo, no pudo resolver el misterio. Al día siguiente, él, su padre y su tío fueron de viaje a las montañas y treparon a uno delos picos más altos para tener un buen panorama. Fue una experiencia fantástica el estar tan arri- ba y desde allí mirar el mundo a sus pies. Hacia un lado, hasta donde se podía ver, había monta- ñas, montañas y más montañas que se levanta- ban una detrás de otra hasta que se perdían en la neblina. En dirección opuesta estaba la vasta El viejo Sandy se despertó y vio que el remo que se le había perdido esta- ba apoyado en su pecho. expansión del océanoAtlántico, que por una vez le pareció relativamente apacible al desplegarse hacia el lejano y borroso horizonte. Salvo la larga caminata, la dificultosa as- censión y los maravillosos paisajes, el día transcurrió sin pena ni gloria. Pero la noche fue diferente...
  • 17. 32 El secreto de la caverna Cuando regresaban a Longview por otro ca- mino, pasaron por la antigua cabana que el viejo Pedro Macdonald llamaba su hogar. Era una típica vivienda de la región montañosa de Escocia: tenía sólo planta baja, paredes de pie- dra de granito, techo de paja, dos ambientes y una chimenea. El pobre Pedro no tenía nadie que limpiara su cabana porque su esposa ha- bía fallecido hacía muchos años. Era muy tarde cuando los tres viajeros pa- saron por la cabana. Estaban cansados, ham- brientos y con los pies doloridos. En realidad debe de haber sido casi medianoche, pero por debajo de la puerta se veía luz. Cuando el viejo Pedro oyó los pasos de los que se acercaban, abrió la puerta y se paró en el umbral. —¿Quién anda ahí? —gritó. —Wallace —fue la respuesta. —¡Entren un momento! —gritó el anciano con agitación—. Por favor, ¡pasen! Su voz sonaba ronca y a medida que entra- ban, a Roy le pareció ver rastros de lágrimas en el rostro barbudo del anciano. —¿Qué ocurre? —preguntó el almacenero. —Nunca antes vi nada parecido, nunca an- tes alguien había hecho algo así, al menos no durante todos estos largos, largos años, desde que murió María. La gente ha sido muy ama- —¿Quién podría haberlo hecho? —se preguntaba Pedro Macdonald. ble, pero... permítanme explicarles. Esta tarde, cuando llegué cansado y agotado después de un largo día de trabajo y esperando encontrar mi casa tal como la había dejado esta mañana, ¿qué encontré? Todo era diferente. Alguien ha- bía hecho una buena limpieza, lo que yo más de una vez me había propuesto hacer pero
  • 18. 34 El secreto de la caverna nunca pude lograrlo, y había encendido en la chimenea el mejor fuego que jamás haya visto. Y sobre la mesa, Señor Wallace, ¡estaba servido todo un banquete! —¿Y no sabe quién lo hizo? —No, señor. Eso es lo que no puedo saber. ¿Quién podría hacerlo? Ylo que más me llama la atención es que ¿quién querría hacerlo? No era momento para conversar y, además, los viajeros estaban muy cansados como para hacerlo. Así que deseándole buenas noches al viejo Pedro regresaron apresuradamente a la casa, dejándolo para que especulara a su an- tojo en medio de tanta felicidad. Sin embargo, a pesar del cansancio que te- nía, Royno dejaba de pensar. ¿Era éste otro es- labón de la cadena de misterios? Ay, ¡pero por qué no le había preguntado al viejo Pedro qué le habían preparado para cenar! Le pareció reco- nocer cierto aroma en la habitación, pero ¿qué tenía que ver esto con las otras cosas que ha- bían ocurrido? ¿Cuál sería la posible relación entre la cena de Pedro Macdonald, el chaleco salvavidas, el remo, el caballo y los ruidos en la caverna? Mientras iba caminando, Roy trataba de descifrarlo, pero era en vano. Pronto el can- sancio venció a sus pensamientos. CAPÍTULO 4 La turba rantasma y el bote misterioso día siguiente ocurrió algo más extraño aún. No es necesario decir que después del viaje a las montañas, Roy no se levantó muy tempra- no. Estaba cansado y le dolía todo el cuerpo. Roy, el padre y el tío no bajaron a desayunar sino como hacia la diez de la mañana. Los tres estaban en pleno desayuno cuando la señora Wallace, que había estado atendiendo el almacén, entró en la sala con una tal señori- ta Mackay, una señorita de unos setenta abri- les, que temblaba de pies a cabeza, de rabia y de enojo. —Señor Wallace—prorrumpió aún antes de entrar a la sala—, ¡alguien robó mi turba! ¡Los muy infelices me la robaron! ¡Robarle a una pobre anciana! ¡Esuna vergüenza! —No puede ser —replicó el almacenero—. ¿Quién querría su turba? Además, no hay na- die en el pueblo capaz de hacer semejante co- (35)
  • 19. La turbafantasma y el bote misterioso 37 Cargando el canasto de turba sobre su espalda, la señorita Mackay se fue rápidamente a su casa. sa. No recuerdo haber escuchado de un robo de gravedad en todos los años que vivo aquí. —¡Pero se la han robado! —interrumpió la señorita Mackay—. Sé que lo han hecho. Yo misma la desenterré hace como un mes y la dejé al aire libre para que se secara. Después mi reuma empeoróy no pude ir para traerla a casa. Esta mañana me levanté y fui directa- mente a buscarla y ¡ya no estaba! ¡Apenas quedaba un puñado, cuando yo había extraído como seis canastos llenos! ¡Es una vergüenza robarle a una pobre anciana, débil y enferma! La pobre señorita Mackay estaba muy so- bresaltada, y a los presentes les costaba arti- cular alguna palabra y ni qué hablar de conti- nuar con el desayuno. En principio, trataron de convencerla de que harían todo lo posible para encontrar la turba perdida después del desayuno. Cuando le dieron esa seguridad, la anciana se retiró. Mientras contaban la historia, Royera "todo oídos" y resolvió tomar parte activa en la inmi- nente búsqueda de la turba. Razonaba de esta manera: seis canastos llenos de turba no pue- den caminar por su cuenta. Nadie se los lleva- ría por la montaña o en bote. Entonces todavía tenían que estar en algún lugar del pueblo o cerca de él. Es más, no podía esconderse tan fácilmente tanta cantidad de turba. Terminado el desayuno, fue a encontrarse con Osear y Bruno y los tres visitaron el lugar donde la gente extraía la turba, peroponiendo especial atención en la parcela de la señorita Mackay.
  • 20. 38 El secreto de la caverna No había dudas, en el lugar donde habían estado los seis canastos llenos apenas había un puñado de turba. ¿Adonde habían ido to- dos esos canastos? Los muchachos estuvieron como dos horas buscándolos; pero la búsqueda fue infructuosa y se dieron por vencidos. Cuando Roy insinuó que quizá alguien po- dría haber llevado los canastos a la caverna, los otros dos muchachos pensaron que era una broma. —¿Por qué alguien querría llevar turba a la caverna? —dijo Bruno con razón. Al llegar a la casa, un poco desanimado, Roy se encontró con la noticia más asombrosa. La señorita Mackay, que por casualidad andu- viera por la parte de atrás de su terreno, algo que no había pensado hacer en la mañana an- tes de visitar la parcela donde extraía su tur- ba, había encontrado todo el preciado combus- tible prolijamente apilado detrás del muro tra- sero de su jardín. Era un relato sobrecogedor. El pobre Roy, que había tenido la esperanza de que, al resol- ver el misterio de la turba desaparecida, en- contraría una pista de los otros hechos miste- riosos, se sintió más desorientado que nunca. Por la tarde fue a la playa y se puso a con- versar con un viejo pescador llamado Juan La turba fantasma y el bote misterioso 39 McCorquodale. El "Viejo Corkey", como le de- cían generalmente, aseguraba ser el hombre de más edad en el pueblo, aún mayor que Pe- dro Macdonald. Estaba comenzando a padecer la misma enfermedad que aquejaba a la señori- ta Mackay: reumatismo. Al igual que ella, a menudo decía que no podía andar por todos lados haciendo muchas cosas como antes so- lía hacer. Estaba ocupado reparando su bote viejo pe- ro el trabajo era un poco molesto para su es- palda y sus piernas. Estaba muy contento de que Roy le hubiera ayudado a dar vuelta la embarcación para ponerle brea a la quilla, ges- to que recompensó contándole maravillosas historias de su vida en el mar. Juntos cubrieron de brea como un tercio de la quilla. Luego, como el "Viejo Corkey" comen- zó a tener más "dolores reumáticos", decidió dejar el resto para el día siguiente. Tan mal se sentía que dejó el bote y la brea como estaban, y Royle ayudó al pobre anciano a llegar hasta su casa. Entonces Roy tuvo una idea brillante. Al día siguiente se levantaría temprano y, antes de que el "Viejo Corkey"llegara al lugar, él ya ha- bría cubierto de brea la parte que faltaba, y de esta manera le daría una gran sorpresa.
  • 21. La turbafantasma y el bote misterioso 41 Así fue que se acostó temprano y se levantó a las cinco y media, llegando al bote poco des- pués de las seis. Amedida que se iba acercan- do al bote empezóa restregarse los ojos y a pe- llizcarse para ver si realmente estaba despierto, porque el bote estaba ahí, en el mismo lugar donde lo habían dejado la noche anterior, pero ¡ya estaba cubierto de brea! De hecho, era posi- ble que el "Viejo Corkey" hubiera estado allí antes que él. Pero no fue así, porque, al llegar a la casa del anciano, Roydescubrió que todavía estaba en la cama. Roycomenzóa averiguar si alguien sabía quién lo había hecho; pero no consiguió informaciónalguna al respecto. Esto era algo sumamente extraño. En reali- dad, le dio la impresión de que la gente tenía razón al afirmar que un ángel había decidido que el pueblo de Longview sería el lugar ideal para su silenciosa e invisible morada. Sin embargo, Roy estaba convencido de que una persona de carne y hueso —aunque quizá con el corazón de un ángel— era respon- sable de la reciente sucesión de hechos que, aunque generosos, eran también misteriosos. Para él sólo cabía una pregunta: ¿Quién? Yca- da hecho misterioso que siguió sólo fortaleció su deseo y determinación de encontrar a la persona o las personas que estaban detrás de Con muchogusto,Roy ayudó al "Viejo Corkey" a cubrir de brea la quilla de su bote.
  • 22. 42 El secreto de la caverna todo eso. Después del incidente del bote, Roydecidió que si para develar el misterio era necesario quedarse toda una noche despierto y patrullar el pueblo, él lo haría. Pero entonces los hechos extraños comen- zaron a ocurrir de día. Mientras la esposa de un joven pescador estaba excavando turba, y como no había nadie en la cabana, alguien en- tró y se llevó el único reloj que tenían. Era cierto que no funcionaba desde hacía como un mes o más, cosa que causó muchos inconve- nientes y dolores de cabeza a su dueño; pero no querían deshacerse de él y menos de esta manera. Sin embargo, había desaparecido y nadie supo más de él. A algunos vecinos les pareció haber visto pasar a un hombre, mien- tras que otros aseguraban que sólo habían vis- to niños en los alrededores. Pero no había testi- gos del hecho. El reloj ya no estaba. Pero dos días más tar- de, para sorpresa y alegría de la joven esposa del pescador, que regresaba a su casa después de una breve ausencia, encontró que el reloj estaba en el lugar de siempre ¡yfuncionando! Lo habían arreglado y lustrado de tal manera que parecía un reloj completamente nuevo. Y como sucedía siempre, nadie supo cómo había ¡Entre los arbustos había un oxidado resorte de reloj! ocurrido. Roy estaba confundido. No podía encontrar ni una pista. Comenzó a pensar y a analizar a cada persona que vivía en el pueblo, e incluso trató de "sospechar" de ellas pero no obtuvo resultados. Ahora estaba muy seguro de que en el fondo de esta cuestión había una perso- na; sin embargo pensó que había alguna posi- bilidad de que los hechos no estuvieran rela- cionados. Quizá su gran deseo de ser un "de- tective" lo estaba conduciendo a conclusiones equivocadas. Tendría que esperar y observar. Debía admitir que tenía ciertas sospechas
  • 23. 44 El secreto de la caverna CAPÍTULO 5 de un joven de unos diecisiete años llamado Roberto Malcolm. Este muchacho fue visto en la turbera la noche antes de la desaparición del combustible de la señorita Mackay. Algu- nos estaban seguros de que había pasado cer- ca de la casa de la esposa del pescador alrede- dor de la hora en que el reloj había sido de- vuelto. Otros recordaban que en las últimas noches había estado fuera de su casa hasta tarde. ¿Podría ser él? Era posible. Era un mu- chacho muy tranquilo y no se relacionaba mu- cho con los otros muchachos. Roy lo iba a ob- servar con cuidado. A la tarde siguiente, sumido en sus pensa- mientos, se encaminó hacia el sur delpuebleci- to, en dirección a la caverna. Después de un kilómetro el camino se volvió empinado.Ade- más, la rocosa ladera dificultaba mucho el tránsito. Royavanzó un poco más y luego, sin- tiéndose muy cansado como para seguir su- biendo sin ninguna razón en particular, se dis- puso a bajar. Miró el suelo para ver bien por dónde cami- naba, y cuando lo hizo, algo extraño que estaba sobre un montón de arbustos pequeños llamó su atención. Se agachó y lo recogió. ¡Era el resorte oxida- do de un reloj! El misterio en la casa del pastor ga^quella noche vino una fuerte tormenta del Atlántico,y cuando Roydespertó en la mañana, todo estaba totalmente empapa- do en agua. Cuando miró por la ventana, la lluvia todavía caía a mares. De tanto en tanto una ráfaga de viento azotaba los vidrios de las ventanas. En las cercanías podía escuchar el tronar de grandes olas sobre la playa. "¡Qué día!", pensó Roy. Tenía planeado se- guir la pista que había encontrado en el arbus- to la tarde anterior, pero ahora se le hacía im- posible. No había nada que pudiera hacer, ex- cepto sentarse y esperar que pasara la tormen- ta. Después del desayuno, como no tenía nada mejor que hacer, fue al almacén y se puso a mirar las diferentes cosas que su tío tenía a la venta. En una esquina estaban los víveres; en otra estaban las ollas, sartenes y platos; y en otra había escobas, palas, horcas y otras he- (45)
  • 24. K^SMÍM EL ¿Quién podría conocer al responsable de estos hechosextraños? —preguntó el doctor MacGregor—. A mime gustaría saberlo. El misterio en la casa delpastor 47 rramientas de jardinería. Por aquí y por allá había rollos de soga, frascos con clavos y latas de pintura. En realidad era un almacén de ra- mos generales, destinado a suplir todas las ne- cesidades de la población. Pero ese día había pocos clientes. Parecía que todos habían pensado lo mismo: quedarse en sus casas hasta que la lluvia se detuviera. Sin embargo, de tanto en tanto, alguna alma valiente, empapada de pies a cabeza, se preci- pitaba dentro del almacén en busca de algún artículo que necesitaba con urgencia. Una vez adentro, ninguno quería volver a salir. Los clientes se quedaban charlando, con la esperanza de que el clima mejorara. Esta si- tuación le dio a Roy la oportunidad de hacer algunas preguntas que tenía en mente. —¿Ha escuchado hablar sobre las cosas tan extrañas que han estado sucediendo en el pue- blo? —le preguntó a una mujer de edad que estaba muy envuelta en una capa. —Pué sí, mi niño —dijo ella—; pero no creí ni una palabra. Y ni voy a creé na' hasta que yo mesmita lo vea y lo oiga. —¿Pero qué opina de lo que le pasó a Pedro Macdonald? —preguntó Roy—. ¿Ylo que le pa- só al "Viejo Corkey" y su bote? —¡Tonterías! —exclamó la anciana—. El Pe-
  • 25. 48 El secreto de la caverna dro Macdonald está soñando, y me han dicho que el "Viejo Corkey" puede haber estao to- mando. Yo no le voy a creé a ninguno de los dos. —Pues yo sí —dijo otra anciana que acaba- ba de entrar—. Los conozco bien. Son buenos hombres y ninguno de ellos andaría diciendo mentiras. Le voy a decir una cosa: Algo raro está pasando en este pueblo, y me gustaría sa- ber quién está detrás de todo. Puede que sean ángeles y puede que no. Pero está ocurriendo algo extraño. —¡Ángeles! —dijo la primera anciana—. ¡Nunca voy a creerlo! —Es mejor esperar y ver qué pasa —dijo un pescador de rostro curtido por la intemperie, que estaba sentado sobre un cajón de manza- nas—. Nohay que apurarse a sacar conclusio- nes. ¡Nunca vi cosa igual! Miren el bote del "Viejo Corkey", por ejemplo. ¿Quién le terminó de poner brea? ¿Cómo me explican eso? Y así continuaron las discusiones durante toda la mañana y buena parte de la tarde. Mi- nutos antes de cerrar el almacén, la puerta se abrió de golpe y ¿adivinen quién entró como una ráfaga de viento? Ni más ni menos que el mismo doctor Samuel MacGregor, el pastor del lugar. El misterio en la casa delpastor 49 Todos lo saludaron con una sonrisa, puesto que lo apreciaban y lo respetaban mucho. Co- mo el cuello y la solapa de su abrigo estaban levantados y su sombrero negro estaba gotean- do, Royno pudo ver con facilidad cómo era este hombre exactamente; además, nunca antes lo había visto. Sin embargo, era evidente que era alto, de mediana edad, tenía cabello gris y su rostro era alargado y serio, pero no muy serio; porque, como Roy pudo notar, había cierto destello en sus ojos cuando conversaba con los presentes y le decía al señor Wallace lo que de- seaba. —Lamento molestarlo en un día como este —dijo—, pero la tormenta ha derribado un ár- bol que estaba al lado de mi casa y una rama entró por una de las ventanas y la rompió. —¿Qué tan grande es? —preguntó el señor Wallace. —No muy grande. Es una abertura pequeña pero la lluvia está entrando torrencialmente y está haciendo un desastre en mi sala. ¿Alguien podría venir a arreglarla esta noche? —Esta noche no —dijo el señor Wallace—. Pero le daré una tabla de madera para que la clave en la abertura y mañana a la mañana le enviaré a alguien para que le coloque un vidrio nuevo.
  • 26. 50 El secreto de la caverna —Gracias, muchísimas gracias —dijo el pastor aceptando la tabla de madera—. Yo mismo puedo clavarla, y esperaré que mañana venga alguien para terminar de arreglarla. Cuando estaba a punto de abrir la puerta, Roy se le acercó. —Disculpe, señor —dijo—, pero, ¿ha oído hablar de las cosas extrañas que han estado ocurriendo últimamente en el pueblo? —¡Ja, ja, ja! —se rió el Dr. MacGregor—. Mi- ra, jovencito, tú no tienes que preocuparte por esas cosas. Por supuesto que estoy al tanto de todo; pero ¿cómo voy a saber quién es el res- ponsable? —¿Usted cree que son ángeles? —preguntó una de las ancianas. —Bueno, ¿quién podría saberlo? —respon- dió el pastor con una sonrisa—. Si alguno lo supiera, a mí también me gustaría saberlo. Y sin decir más abrió la puerta y salió. —Sólo un minuto más, pastor —exclamó el pescador que estaba sentado sobre el cajón de manzanas—. ¿Podría hacerle una pregunta, si es que me permite? El doctor MacGregor regresó y cerró la puerta. —Por supuesto, mi amigo. ¿Cuál es su pre- gunta? —dijo. Parecía que todo el mundo subía la colina rumbo a la capilla. —Quisiera saber cuándo va a hacer arreglar la campana de la iglesia. Me gusta escucharla cuando voy para la iglesia. Y hace como más de un mes que no la oímos. —Deseo hacerla arreglar tanto como uste- des —dijo el pastor—. En realidad hace tiempo que estaría arreglada si tan sólo hubiera en- contrado a alguien que supiera hacerlo. Apa- rentemente nadie sabe cuál es el problema. Está atorada. Pero les prometo que algún día voy a conseguir que vuelva a sonar. No se
  • 27. 52 El secreto de la caverna preocupen. Adiós a todos. Al decir esto se marchó y las personas reu- nidas en el almacén se quedaron conversando de la tormenta, la iglesia, la campana y el pas- tor. No fue sino hasta muy entrada la noche que todos se fueron a sus casas y el señor Wallace pudo cerrar su negocio. Para entonces la tor- menta estaba amainando y en todos los hoga- res de Longview deseaban que la noche fuera apacible para poder descansar y dormir bien. Pero no fue así. Temprano en la mañana, antes del amanecer, comenzó a sonar una campana. Roy la oyó primero, y se sentó en su cama preguntándose qué significaría eso. Quizás es- taba soñando. Pero no era así; la campana se- guía sonando. Saltó de su cama y fue corriendo hasta la habitación de su tío. El señor Wallace ya estaba despierto. —¿Qué está pasando? —preguntóRoy. —¡Es la campana de la iglesia! —contestó el señor Wallace—. ¿Quién será el que la está to- cando a esta hora? —¡Vayamos a ver! —exclamóRoy. —Está bien —dijo el señor Wallace en tanto que los dos se iban a vestir. Sin lugar a duda otras personas también El misterio en la casa delpastor 53 habían escuchado la campana porque, cuando Roy y su tío salieron a la calle lavada por la lluvia, parecía que todo el mundo subía la coli- na rumbo a la iglesia. Entonces la campana dejó de sonar. A medida que se iban acercando a las lápi- das junto a la capilla vieron al doctor MacGre- gor que venía corriendo de su casa. —¿Qué es todo esto? —preguntó agitado—. ¿Cuál es el problema? ¿Quién ha estado to- cando la campana? —Eso es lo que hemos venido a averiguar —dijo el señor Wallace. Juntos entraron en la antigua capilla. La te- nue luz matutina la hacía verse misteriosa. Estaba silenciosa como una tumba. No había nada más que hileras de bancos vacíos, elve- tusto pulpito de roble y... ¡la cuerda de la cam- pana! Todos se quedaron estupefactos. —¡Tiremos de la cuerda y veamos que suce- de! —dijo el doctor MacGregor. Uno de los hombres dio un paso al frente y tiró de la cuerda. La campana sonó. —¡Es increíble! —dijo el pastor—. ¿Quién pudo haberla arreglado en la oscuridad de la noche? ¡Es lo más extraordinario que jamás haya visto!
  • 28. f fx»A » Jb* '% * %t%.J^fX" —¡Miren! —exclamó el doctor MacGregor—. ¡Miren mi ventana! Nadie podía decir palabra. Era simplemente demasiado. Todos se dirigieron en silencio a la casa del pastor, donde los esperaba otra sorpresa. —¡Miren! —exclamó el doctor MacGregor—. ¡Miren mi ventana! —¿Cuál ventana? —preguntó el señor Wa- llace. —¡Esa ventana! —contestó el pastor seña- lando con asombro la ventana en cuestión—. Esa era la que se había roto. Miren, allí, en el El misterio en la casa del pastor 55 suelo, está la tabla que clavé anoche mismo. Señor Wallace, ¿usted hizo esto? —No, yo no fui —dijo el señor Wallace—. Yo estaba en casa, durmiendo. —Y yo también —agregóRoy. —Entonces, me pregunto quién fue —dijo el doctor MacGregor. Nuevamente todos se quedaron sin pala- bras. —Quizá sean esos ángeles otra vez —dijo al- guien fervorosamente. —Estoy empezando a preocuparme —dijo el pastor—. ¡Pero miren, allí! ¡Son huellas! ¡Los ángeles no dejan huellas, ¿o sí?! Era verdad, había algunas huellas en el ba- rro. Royobservó que conducían hacia la ladera de la montaña. ¡Sí! ¡E iban en dirección a la caverna! Ansioso, siguió el rastro por unos me- tros hasta descubrir que las huellas desapare- cían en un charco de agua de lluvia.
  • 29. CAPÍTULO 6 La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante el hecho extraño más notable de todos los que habían estadoocu- rriendo en este emocionante período de la his- toria del pueblecito de Longview, fue lo que su- cedió con la silla de ruedas del pequeño Jimmy MacDougal. El pequeño Jimmy era la única persona in- válida que había en el pueblo. Cuando era ape- nas un bebé, Jimmy se cayó y se lastimó la es- palda, y desde ese trágico día tuvo que perma- necer acostado la mayor parte del tiempo. En ocasiones, se sentía lo suficientemente bien como para que lo sentaran en la puerta de la cabana para ver a los niños que jugaban o iban a la escuela. Hacía poco tiempo, toda la gente del pueblo había contribuido para comprarle una silla de ruedas que mandaron traer deGlasgow. Jimmy estaba encantado, tanto como le era posible, pero su entusiasmo se apagó cuando (56) La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante 57 observó un defecto. No tenía un espacio para poner sus amados libros. Era un buen lector, pero como el sostener los libros durante mu- cho tiempo lo cansaba, no podía leer tanto co- mo hubiera querido. Un día su mamá fue al armario donde guar- daban la silla de ruedas y volvió corriendo para darle a Jimmy una noticia maravillosa: durante la noche alguien había instalado una pequeña repisa para libros en la silla de ruedas. El ros- tro pálido de Jimmy brilló de alegría cuando lo vio; era exactamente lo que él quería. Pero, ¿quién lo había hecho? Ni su madre ni ninguna otra persona lo sabía. Simplemente, era otro misterio. De hecho, Roy oyó hablar del episodio y lo discutió con Osear y Bruno; pero eso fue todo. Roy sugirió organizar "unabúsqueda" y los otros dos muchachos aceptaron de buen gusto; pero cuando llegó el momento de planear los detalles en cuanto a dónde y qué buscar, los tres quedaron en silencio. Tímidamente, Roy propuso que investigaran en "la caverna", pero Osear dijo que era inútil ir allí en busca de una respuesta. —Bueno, tengo una idea —dijo Roy justo cuando se estaba por ir—. Denme su opinión. —¿Qué idea? —preguntó Osear.
  • 30. La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante 59 Más de una vez, elpequeñoJimmy había deseado tener una repisa para sus libros. —Antes una pregunta. Roberto Malcomí, ¿es bueno en carpintería? —Bueno, su padre es el único carpintero que hay en el pueblo. ¿Por qué? —¿Piensas que él...? —preguntó Roy lenta- mente. —¡Qué buena idea! —gritó Brunointerrum- piéndolo. —¡Excelente! —dijo Osear—. Vayamosy pre- guntémosle directamente si él lo hizo. —No —dijo Roy—. Será mucho más diverti- do atraparlo con las manos en la masa. Déjen- melo a mí. —De acuerdo, Señor Detective —dijo Bruno riéndose—, cuando lo atrapes, haznos el favor de hacer sonar el silbato y vendremos con las esposas. Luego, riéndose con ganas, se fue cada uno por su lado. Roy no mencionó el incidente del resorte del reloj ni el de las huellas en el barro que había visto en la casa del pastor. Pensaba que éstas eran evidencias de suma importancia como pa- ra comentárselas a unos muchachos depueblo y que éstos a su vezlas transmitieran a otros, y de esta manera quizá poner sobre aviso a la persona que estaba buscando. Tampoco se había olvidado de la silueta que había visto en la entrada de la caverna cuando había ido a nadar unos días atrás. ¿Sería posi- ble que hubiera visto mal? Por supuesto que era una posibilidad, pero él pensaba que sus ojos no lo habían engañado. Pero entonces, como Osear y Bruno habían
  • 31. La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante 61 Allí estaba el cortaplumas perdido, ¡colgado de la ventana'. dicho, ¿qué motivo tenía él para relacionar el arenque de la viuda, la cena de Pedro Macdo- nald, la devolución del chaleco salvavidas y el remo, la turba de la señorita Mackay, el bote del "Viejo Corkey", la ventana del doctor Mac- Gregor, la repisa de Jimmy y el resorte del reloj con la cueva? Ninguna en absoluto. Segura- mente era una tontería. En verdad, tenía poca evidencia contra Ro- berto Malcomí, y todo era producto de chis- mes. Iba a abandonar toda la investigación. Pero era más fácil decirlo que hacerlo, puesto que desde que había puesto los pies en Long- view su cabeza había estado inundada de una serie de misterios. Esa misma noche el entusiasmo de Roy, que venía en decadencia, se renovó hasta al- canzar su punto culminante. ¡Los misteriosos visitantes nocturnos estuvieron en el almacén de su tío! Hacía unas semanas el señor Wallace había perdido un cortaplumas que quería mucho porque era el regalo de un viejo amigo, y cuya pérdida había lamentado profundamente en aquel momento. Pero esa mañana se despertó y encontró su cortaplumas colgando de una cuerda en la ventana de su habitación. Roy consideró que el caso era como "tirarle de la cola al león en su propia cueva"; y él era el león. En ese instante se propuso resuelta- mente que no dejaría piedra sobre piedra hasta resolver todos los misterios, sin saber cuan cerca estaba de cumplir el deseo de su cora- zón. Nada fuera de lo común ocurrió la noche si- guiente. Sin embargo, la noche subsiguiente
  • 32. 62 El secreto de la caverna alguien entró en la cabana de la señora Mac- Intyre mientras ella estaba fuera cuidando a su nuera enferma, en otra parte del pueblo. El misterioso intruso prácticamente reconstruyó la mesa de la cocina, la que a pesar de estar tan desvencijada, seguía siendo usada por la señora Maclntyre durante los últimos meses, a falta de alguien que la arreglara. Tan pronto como Roy escuchó las noticias fue corriendo a la escena del último aconteci- miento. Examinó con sumo cuidado la mesa restaurada. Había quedado completamentefir- me y resistente. Roy observó que las partes flojas fueron atornilladas, no clavadas, sin duda para no hacer algún ruido que pudiera llamar la aten- ción de los vecinos, aunque la cabana más cer- cana estaba a cientos de metros de distancia. Repentinamente lanzó una exclamación de sorpresa. —¡Señora, mire! —dijo Roy—. ¡La tabla del medio no está atornillada! Hicieron los aguje- ros, pero fíjese, ¡está totalmente suelta! —Pues en verdad tienes razón —dijo la se- ñora Maclntyre—. Ahora me pregunto, ¿por qué los ángeles la dejaron así y no terminaron el trabajo? En ese momento la señora Maclntyre creía Roy encendió su linterna.¡Era la señora Maclntyre!
  • 33. 64 El secreto de la caverna firmemente, al igual que la mayoría del pueblo, que los ángeles estaban detrás de todos estos actos de bondad. —¡Ya sé! —exclamó Roy—. Quienquiera ha- ya sido fue interrumpido antes de que pudiera terminar su tarea, o si no se quedó sin torni- llos. —Quizá regresen y terminen el trabajo esta noche —sugirió la señora Macmtyre. —¡Pues, sí! —exclamó Roy con repentino entusiasmo—. ¡Quizá vuelvan! Dígame, señora Maclntyre, ¿le importaría si vengo y vigilo? —¡No hay inconveniente, muchacho, pero si son ángeles no podrás ver nada! —Pero puede que no sean ángeles —dijo Roy con una sonrisa—. De todas maneras esta- ré aquí alrededor de las diez y esperaré en el cobertizo de su patio. Entonces deje la puerta un poquito abierta y acérquele la mesa lo más posible, así quienquiera sea el que venga, la va a ver inmediatamente y se va a tentar a termi- nar el trabajo. Yotendré lista mi linterna para alumbrarlos ni bien oiga las pisadas. Una vez que su padre le dio permiso para salir hasta tarde, Royregresó a la casa de la señora Maclntyre y se escondió en elcobertizo, de donde se veía claramente la puerta del fren- te. Tal como lo habían pactado, la puerta esta- La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante 65 ba entreabierta y la mesa, cerca de ésta. Roy estaba muy emocionado. Sus nervios estaban de punta. Pero a medida que transcu- rría el tiempo sus expectativas disminuyeron un poco. Después de todo, tal vez no venía na- die. Empezóa sentir frío y se le puso la piel de gallina, y entrada la noche comenzóa adorme- cerse. Para entonces sus ojos se negaban a se- guir manteniéndose abiertos y su cabeza cayó sobre su pecho en tanto se sumía en un pro- fundo sueño. ¡Oh! ¿Qué era ese ruido? ¡Pisadas! Roypegó un salto, frotó sus ojos y buscó desesperada- mente su linterna en la oscuridad. Apuntando directamente hacia la puerta, donde había es- cuchado los ruidos, encendió la linterna y ésta ¡iluminó la cara de la señora Maclntyre! —¿Dónde estás muchacho? —gritó ella—. ¿Lo viste? —¡No! ¿Si vi a quién? —preguntó boquia- bierto. —No lo sé. Pero había alguien. Escuché mo- vimiento y ruido y me levanté para ver. Pero ya no había nadie. —¡Y la mesa! —exclamó Roy corriendo en dirección a ella—. ¿Están puestos los tornillos que faltaban? Sí, estaban.
  • 34. CAPÍTULO 7 La persecución de medianoche y la pista equivocada py quería darse contra la pa- red. ¡Por qué no se había podido quedar des- pierto! Quizás estos personajes misteriosos ha- bían venido justo cuando se quedó dormido. ¡Qué oportunidad se había perdido! ¡Qué exas- perante! —¿Hace mucho que se han ido? —le pre- guntó acaloradamente a la señora Maclntyre. —No sabría decírtelo—repuso la anciana—, pero no habrán pasado más de cinco o diez minutos, como mucho. Me levanté tan pronto escuché los ruidos, pero como me tuve que vestir, cuando salí a la puerta ya no había nada ni nadie para ver. —¡Los voy a perseguir! —dijo Roy con deter- minación, alejándose por el sendero del jardín. Pero cuando llegó a la calle surgió ante él la pregunta del millón: ¿Para qué lado ir? Era una noche muy oscura, algo envuelta en neblina, y era obvio que Roy no tenía la (66) La persecución de medianoche 67 más remota idea del camino a seguir. Se detuvo unos instantes y reflexionó. Ha- bía cuatro rumbos que podía elegir. Podía co- rrer directamente camino abajo hacia el pue- blo; podía subir por el sendero escabroso de la montaña; podía tomar una huella a su dere- cha que conducía a la turbera o podía ir por su izquierda, tomar un atajo y atravesar los cam- pos en dirección a la caverna. ¿Qué camino debería tomar? Repentinamente sintió la soledad del lugar; lo extraño que es estar en la oscuridad y el si- lencio de la una de la madrugada, a unos 50 kilómetros de la estación de policía más cerca- na. Por un momento pensó en regresar a la ca- sa de su tío e ir a dormir. Pero no; la oportunidad era demasiado bue- na como para perdérsela. No se echaría atrás. Encontraría a su "presa" aunque eso significa- ra tener que estar despierto toda la noche y re- correr todo el camino hasta la caverna. ¿La caverna? Sí. Instintivamente eligió el camino de la izquierda y reuniendo coraje ini- ció el recorrido por entre los campos, a paso vivo. Con la ayuda de su linterna saltó zanjas, trepó muros de grandes piedras de granito —que en el norte de Escocia sirven como cer- cas— y poco a poco se fue acercando a su pri-
  • 35. •s*^~*3Sífc^v&fífSit* A La persecución demedianoche 69 Cuando alumbrócon su linterna, Roy vio a alguien que corría. rner objetivo: el lugar donde había encontrado el resorte de reloj oxidado. Ya había recorrido como medio kilómetro, cuando por casualidad iluminó con la linterna el camino que tenía por delante, ¡y vio que a una corta distancia había una figura borrosa que corría tan rápido como él! Estimulado por lo que había visto, Roy re- dobló su energía y corrió tan rápido como sus piernas le permitían. La siguiente vez que ilu- minó el camino tuvo la sensación de que esta- ba más cerca de su presa. Nuevamente apre- suró sus pasos. Ahora estaba subiendo por la colina donde había encontrado el resorte. La figura estaba mucho más arriba y, ocasionalmente, algunas piedras que se soltaban al pisarlas caían ro- dando peligrosamente muy cerca de Roy.Pero eso no le importaba. Su deseo tan acariciado estaba a punto de hacerse realidad. Fue entonces que se tropezó y se cayó. Eso le hizo perder dos preciosos minutos. Cuando se levantó, la figura estaba fuera del alcance de la luz de su linterna. En vano trató de recu- perar el tiempo perdido. Comenzóa correr más velozmente y, cuando ya había recorrido casi un kilómetro, se dio cuenta de que hacía mu- cho que debería haber alcanzado su presa; pe- ro no, todavía no veía ni oía nada. Finalmente llegó hasta la colina al pie de la cual estaba la entrada de la caverna, ¡pero allí tampoco en- contró nada! Por último, cansado y fastidiado, regresó a su casa caminando lentamente. Fue prestando atención durante todo el camino, pero bien po-
  • 36. La persecuciónde medianoche 71 Roy observó el cacao con mucho cuidado. ¡Allí tenía que haberalguna pista! dría haber ahorrado toda esa energía. Llegó al almacén alrededor de las tres de la madruga- da, completamente exhausto. Pronto se quedó dormido. Al día siguiente, cuando estuvo totalmente despierto, cosa que no ocurrió sino hasta cerca del mediodía, su padre y su tío quisieron saber los resultados de la vigilia nocturna. La historia que la señora Maclntyre contó sobre cómoRoy se había dormidojusto en el momento en que los "ángeles" llegaron, ya había llegado a sus oídos y fue motivo de algunas bromas. Pero Roy rebatió el argumento afirmando que había visto algo, y que vería mucho más antes que pasara mucho tiempo. No estaba dispuesto a decir más de lo que había dicho, y las risas só- lo atizaron su deseo de encontrar una solución al misterio. Ya estaba muy cansado como para seguir "investigando" por ese día y el siguiente, y esto le dio la oportunidad de escuchar otra historia de una obra "angélica". Lomás extraño de todo era que esta historia era idéntica a una que había ocurrido poco antes de su llegada al pueblo de Longview. La pobre y anciana viuda que una vez había recibido pan, galletitas y arenques de un visitante nocturno, fue nueva- mente el objeto de un acto de bondad similar, pero esta vez con el agregado de medio kilo de cacao en polvo. Roy visitó a la anciana. Como era de espe- rar, ella rebosaba de alegría a causa del regalo y no podía hablar de otra cosa. Con sumo tac- to, Royle hizo algunas preguntas sobre las ga- lletitas y el cacao. ¡Allí tendría que haber algu-
  • 37. 72 El secreto de la caverna CAPÍTULO 8 na pista! Luego fue a averiguar dónde última- mente se habían vendido estos artículos y a quiénes. Su tío había vendido precisamente esa misma clase de galletitas y cacao pero, por desgracia, a tantas personas que no podía re- cordar a alguien en particular. De modo que la pista resultó inútil. En ese momento, Roy tomó la decisión de dejar de investigar estas pistas infructuosas para dedicarse a un último gran esfuerzo, que tal como había estado pensando durante esos días, le daría mejores resultados: ¡él mismo iría a investigar la caverna! Con este fin comenzó con los preparativos, tomando la precaución de obtener una detalla- da descripción del interior de la caverna, espe- cialmente en lo concerniente a la cantidad, longitud y ubicación de sus ramificados pasi- llos. Con la información que obtuvo de la gente del lugar dibujó un croquis y planificó una búsqueda sistemática y exhaustiva de los lar- gos túneles y los oscuros huecos de la antigua caverna. La vaca que se ordenata por sí sola y la luz detrás de la puerta para animar a Roy en su temeraria empresa, la misma mañana que había fijado para iniciar la búsqueda, llegó a sus oídos una historia estremecedora. El viejo Sandy, el pescador cuyo remo había aparecido de una manera tan extraña, al regresar a su casa después de estar pescando toda la noche, dijo que cuando estaba haciéndose a la mar, vio algo que se movía en el frente de la caverna. No estaba lo suficientemente cerca como para ver qué era,pero sí estaba totalmente seguro de que allí había algo o alguien extraño. Como si esto fuera poco, Roy se enteró de que la noche anterior, mientras el viejo Pedro Macdonald regresaba a su casa, al pasar cerca de la caverna había vuelto a escuchar ruidos extraños que salían de ella. Era de esperar que la mayoría de los habi- (73)
  • 38. La vaca que se ordeñaba por sí sola 75 tantes de Longview dudaran de la veracidad del relato, al recordar la infructuosa búsqueda que ya habían realizado en la caverna; pero para Roy, la noticia era de sumo interés. Se sentía más ansioso que nunca de iniciar su grandiosa expedición y apenas podía esperar para hacerlo. Sin embargo, era arriesgado. ¿Y si después de todo, los "misterios" no estuviesen relacio- nados y los ocupantes de la caverna resulta- ran ser espías o contrabandistas? Esa idea casi lo hizo echarse atrás. ¿Valía la pena correr el riesgo? Por unos instantes estuvo tentado a dejar la investigación; pero entonces recordó un viejo dicho: "Elque no arriesga, no gana", y reuniendo todo el valor que pudo decidió que iría. Roy resolvió empezar inmediatamente des- pués del almuerzo, esperando dar por finaliza- do todo el asunto antes de la hora de la cena; pero se demoró a causa de una anciana que llegó al almacén y empezó a relatar una histo- ria por demás cautivante. —¡Ay, señor Wallace! —comenzó la ancia- na—. ¡Nunca he visto algo así en toda mi vida! Nunca, nunca. Mi vaca vieja, señor, se ordeñó por sí sola. Bueno, en realidad no quise decir eso, pero así parecía. Usted sabe lo mal que —Mi vaca, señor Wallace, se ordeña por sí sola —dijo la anciana.
  • 39. 76 El secreto de la caverna me he sentido últimamente. Algunas veces, se- ñor Wallace, apenas me puedo levantar; pero siempre me acuerdo de mi vieja Nancy y trato de ordeñarla periódicamente. —Entonces, señor Wallace, ayer a la maña- na, cuando me sentía peor que nunca, me pa- reció que no iba a poder levantarme, pero fi- nalmente lo hice. Cuando me acerqué a la puerta, encontré, ni más ni menos, que mis dos bidones de leche estaban llenos hasta el borde y junto a ellos había una notita que de- cía: "Esta mañana no se preocupe por Nancy". La pobrecita se detuvo para tomar aire y luego se apresuró para continuar. —Eso no fue todo, señor Wallace. Esta ma- ñana sucedió lo mismo. Yono tengo forma de averiguar qué ocurre porque los vecinos no sa- ben darme ninguna información. No pueden ser los demonios por que ellos no hacen cosas buenas como éstas. Deben ser ángeles o si no... ¡fantasmas! —¿Tiene usted la nota que dejaron junto a los dos bidones? —preguntó Roy con mucho interés. —¡Eso es justamente lo más tonto que he hecho! Quise guardarla; pero, como una tonta, ¡sin darme cuenta la usé para encender elfue- go junto con otros papeles viejos! I Roy reunió valor y entró en la caverna. Roy hubiera querido investigar este hecho más detenidamente pero, comoya se había fija- do un objetivo más importante, decidió dejar el caso de la vaca para después. Si la expedición de esa tarde resultaba infructuosa no tendría otra opción más que seguir esta otra pista. Creyó haber escuchado todo lo que la ancia- na podría decirle, la dejó continuar su conver-
  • 40. 78 El secretode la caverna sación con el resto de los que allí estaban e in- mediatamente inició su expedición. A las cuatro de la tarde estaba casi en la entrada de la caverna, parado sobre los roco- sos escalones y observando el agujero oscuro al cual estaba a punto de entrar. En ese momento le pareció que era mucho más fácil planear la entrada a una caverna desconocida y probablemente deshabitada que entrar en ella. Roy sintió que sus piernas no estaban tan firmes como habían estado hacía un par de minutos. Pero al fin, la razón derrotó al miedo aun- que no totalmente. Después de todo, había ve- nido a explorar la caverna —no a quedarse mi- rándola— y así lo haría. Subió los escalones que le faltaban para lle- gar hasta la entrada y se detuvo a escuchar. No había ningún ruido excepto el sonido de las olas que rompían en las rocas de la costa. Roy encendió su linterna y una luz potente inundó el interior de la caverna. Sin embargo, no se veían más que paredes rocosas y, un po- co más adelante, una bifurcación en el pasillo. En un momento tuvo un deseo casi irresisti- ble de dar media vuelta y echarse a correr; pe- ro, haciendo uso de una gran fuerza de volun- tad, entró en la caverna con paso decidido. En La vaca que se ordeñaba por sí sola 79 breve llegó a la bifurcación del pasillo. Al mirar en el plano que se había hecho con toda la información que recabó de la gente del pueblo, encontró que la división estaba marca- da. Después de pensar por unos instantes deci- dió tomar el camino de la derecha. Avanzó len- tamente apuntando la luz de su linterna hacia las paredes, con el fin de observarlas con cui- dado y descubrir algún rastro de ocupación re- ciente. Mientras tanto tarareaba una melodía para no sentir miedo. El pasillo, que poco a poco se volvía más empinado, lo condujo a un compartimento de considerable tamaño donde se detuvo. Unavez que lo examinó detenidamente, volvió sobre sus pasos y fue por otro pasillo que había pa- sado de largo en su camino hacia arriba. Este también resultó ser un "callejón sin salida", así que regresó a la bifurcación principal y tomó el pasillo que estaba a su izquierda. Este corredor era mucho más intrincado pues tenía recovecos y ramificaciones. En mu- chos casos el plano no coincidía con lo que iba encontrando y en más de una oportunidad se preguntó si debía continuar o regresar. Noobs- tante, estaba decidido a hacer un buen trabajo y anotar todo lo que viera mientras estuviese dentro.
  • 41. La vaca que se ordeñaba por sí sola 81 Roy se acercó a la grieta más grande y miró hacia adentro. Por el momento, casi había terminado, y no veía las horas de poner fin a esta situación de nerviosismo y poder salir "a la superficie" a respirar aire fresco y puro. Finalmente llegó al lugar que los pescadores llamaban "el derrumbe". Y en verdad parecía un derrumbe: en ese sector el pasillo tenía una forma diferente y por todo el suelo había pe- queños y grandes trozos de piedra de granito. Roy alumbró con su linterna en todas las direcciones, tratando de ver cuidadosamente todo lo que había a su alrededor. Sin lugar a dudas, este sector del pasillo era totalmente diferente de todo lo que había visto hasta el momento. Cierta porción de la pared era lisa y completamente distinta del resto de las paredes que allí había. Parecía que tam- bién era de piedra, sin embargo... Roy se acercó para ver mejor. ¿Qué era eso? Alumbró directamente hacia ese lugar. ¡Era una cuerda! Cuando fue a tomarla con sus manos se dio cuenta de que no podía moverla porque estaba adherida a la pared. Empezó a tirar de la cuerda con todas sus fuerzas. De repente, escuchó un ruidito, como si se hubiera abierto algo. Entonces, para su sorpresa, una parte de la pared se movió. Era una pequeña puerta que al abrirse le mostró un pasillo secreto. ¡La pesada puerta era de madera de roble y estaba pintada de tal mane- ra que parecía una piedra! Pasaron unos minutos hasta que logró re- cuperarse de su asombro. Luego, una vez que verificó que la puerta no se cerraría tras él, si- guió por el camino que alumbraba su linterna. Este túnel era mucho más pequeño que los
  • 42. 82 El secreto de la caverna otros. Por momentos su cabeza tocaba el te- cho. En algunas partes el pasillo era tan estre- cho que apenas había lugar para caminar có- modamente. La longitud de este pasillo era sorprendente, y cuanto más avanzaba más ga- nas tenía de dar media vuelta y regresar. En un momento pensó que quizá ya había recorrido más de medio kilómetroy cuando es- taba apunto de abandonar su búsqueda e irse, escuchó unos ruidos que lo dejaron paralizado de miedo. Sin embargo, como parecían venir de lejos decidió avanzar con cautela y ver de donde provenían. Para que no lo descubrieran apagó su lin- terna y, en medio de la oscuridad, avanzó a los tropezones. Los sonidos se oían cada vez me- jor, aunque no eran muy claros por la distan- cia. Roy caminó tan rápido como pudo. De re- pente, al doblar una curva del pasillo, ¡se en- contró frente a una puerta desvencijada que por entre sus grietas dejaba ver una luz bri- llante! Temblando de pies a cabeza, pero animado por la idea de que el éxito de su expedición era inminente, se acercó silenciosamente a la puerta, buscó una de las grietas más grandes y a través de ella miró hacia adentro. CAPÍTULO 9 El gran desenlace oy casi se cayó de espalda cuando sus ojos vieron lo que había detrás de la puerta. El pasillo angosto se había converti- do en un compartimento bastante grande. En el medio de ese recinto había una mesa junto a la cual había dos sillas viejas. En una esquina había un pequeño fuego que ardía en una chimenea improvisada y en la esquina opuesta, un montón de mantas y tapetes. Sobre la mesa había una lámpara de aceite y algunos alimentos. Sentados en las si- llas junto a la mesa, devorando ansiosamente los sabrosos alimentos, estaban ni más ni me- nos que ¡Osear yBruno! Roy no podía dar crédito a sus ojos; pero allí estaban los dos muchachos, lo creyese o no. Olvidando por el momento el lugar tan ex- traño en que se encontraba gritó: —¡Hola, Osear! (83)
  • 43. 84 El secreto de la caverna Los dos muchachos saltaron como si hubie- ran recibido una descarga eléctrica y se preci- pitaron a la puerta que estaba en el extremo opuesto del compartimento. Creyeron haber escuchado un rugido que provenía del oscuro pasillo y el miedo se apoderó de ellos. Roy apoyó todo su cuerpo sobre la puerta y ésta se abrió hacia adentro. Entonces volvió a gritar diciendo: —No se asusten; soy Roy Wallace. ¡Regre- sen! Los dos muchachos regresaron pálidos y temblando, mirando a su amigo con ojos de- sorbitados. —¿Cómo diablos hiciste para llegar hasta aquí? —le preguntaron. —¿Y qué diablos hacen ustedes aquí? —gri- tóRoy. Y eso fue todo lo que pudieron decirse. La verdad es que les llevó un buen rato calmarse lo suficiente como para poder volver a hablar razonablemente. Sin embargo, ayudó mucho el hecho de reanudar la merienda, pero esta vez en compañía de Roy. La comida pronto desapareció y los tres muchachos acercaron sus sillas a la chimenea y se pusieron a aclarar lo sucedido. —Así que por fin nos atrapaste —dijo Osear El gran desenlace 85 riéndose—. Yo sabía que algún día lo harías, porque te vi muy decidido a hacerlo. Pero nun- ca imaginé que nos descubrirías aquí, en nuestro escondite. —Bueno, me costó mucho trabajo —contes- tó Roy—. Ustedes cubrieron muy bien el ras- tro. Realmente había empezado a creer que era RobertoMalcomí. —Es interesante que nos hayas descubierto esta noche —dijo Bruno—. Si no nos atrapa- bas hoy, nunca lo hubieras hecho, porque hoy recibimos una carta de nuestro padre diciendo que regresa a casa la semana próxima, lo que, por supuesto, pone fin a toda esta aventura. —¡Justo a tiempo, ¿no?! —exclamó Roy—. Eso me pone muy contento. Pero díganme, ¿cómo hicieron para encontrar este lugar? —¡Eso fue un gran descubrimiento! —con- testó Osear—. Lo descubrimos hace unos me- ses y no le contamos nada a nadie, pensando que algún día podríamos aprovecharlo. —Un día estábamos jugando en la colina cuando, de repente, Bruno tropezó con algo. Cuando se agachó para ver qué era encontró un pequeño trozo de hierro que salía del suelo y estaba bien cubierto de hierba. Intentó sa- carlo pero no pudo; entonces fui a ayudarlo. De inmediato, después de forcejear un poco, se
  • 44. El gran desenlace 87 desprendió un trozo de tierra —que estaba ad- herido a una tabla— y allí apareció una abertu- ra. Conseguirnos velas y nos deslizamos hasta llegar aquí. Tapamos muy bien la entrada que está en la colina para que nunca nadie pudiera descubrirla. —Pero, ¿y la otra entrada, la que encontré? —preguntóRoy. —Ah, eso vino después. Salimos por la otra puerta que hay en esta habitación y seguimos por el pasillo. Nos costó mucho trabajo abrir la puerta que da a la caverna. Incluso la rompi- mos un poco; pero traté de arreglarla lo mejor que pude y le puse una cuerda para que sea más fácil abrirla del otro lado. Eso fue lo que asustó al viejo Pedro Macdonald. Me sorpren- dió saber que el ruido que hacíamos al marti- llar hubiera llegado tan lejos. ¡Pero el viejo Pe- dro tiene un oído muy sensible! —¿Iban a la entrada principal de la caverna a menudo? —preguntó Roycon gran interés. —No muy a menudo; el camino es muy lar- go. Anoche estuvimos allí. Una vez, después de tu llegada te vimos parado sobre una roca mi- rando directamente hacia donde estábamos. ¡Mi madre, cómo corrimos! ¡Y vaya que nos costó hacernos los despreocupados cuando poco después llegaste a nuestra casa y nos en- Los dos muchachos saltaronde sus asientosy huyeron despavoridos.
  • 45. 88 El secreto de la caverna contraste lanzando piedras a esa botella! —Pero ahora —interrumpió Roy cuyo entu- siasmo iba en aumento a medida que encon- traba solución a cada uno de sus interrogan- tes— lo que quiero saber es si ustedes dos son los responsables de todos los "milagros" que ocurrieron en el pueblo durante las últimas se- manas. —¡Ah, quieres saberlo todo, ¿no?! —dijo Os- ear—. Bueno, Bruno, supongo que será mejor que se lo digamos, ¿no? Bruno asintió con la cabeza. —Siendo que nos atrapaste casi con las ma- nos en la masa —continuó Osear—, supongo que debemos confesar. Sí, éramos nosotros. Y nos divertíamos mucho al ver que sospechabas de Roberto porque sabíamos que nunca nos descubrirías en tanto desconfiaras de él. —Cuéntenme más —pidió Roy—. ¿Tuvieron algo que ver con el bote que todos daban por robado? ¿Cómo hizo el caballo para entrar a su establo y como le hicieron llegar la comida a la viuda? ¿Cómo hicieron para devolver el cha- leco salvavidas y el remo del viejo Sandy? Ah, y también cuéntenme lo de la cena del viejo Pe- dro Macdonald, la turba de la señorita Mac- kay, el bote del "viejo Corkey", la silla de rue- das de Jimmy, la ventana del doctor MacGre- Uno por uno, cada misterio se ibaaclarando. gor, la campana de la capilla, el cortaplumas de mi tío, la mesa de la señora Maclntyre; y lo del reloj, y la vaca, y todo eso. ¡Cuéntenmetodo! —¡Mi madre! ¡Vamos a estar aquí hasta la medianoche! —exclamó Osear—. Todo fue muy sencillo pues nadie sospechó de nosotros, ni
  • 46. 90 El secreto de la caverna siquiera tú. —Como mamá y papá no estaban en casa, todos pensaban que nosotros nos acostábamos temprano y trancábamos la puerta por miedo a los "fantasmas". Pero no hacíamos eso. Algu- nas veces dormíamos en casa y otras aquí, co- mo verás por las mantas. ¿Te acuerdas de mi respuesta cautelosa cuando nos preguntaste dónde dormíamos? —Sí, ahora lo recuerdo; tu respondiste: "Dormimos como troncos". —Siempre fui cuidadoso para no decir una mentira, ni siquiera para encubrir nuestra aventura. Algunas veces dormíamos de noche pero otras no, y veníamos aquí para recuperar las horas de sueño atrasadas. Así que cuando nos parecía que ya se habían dormido todos comenzábamos a trabajar. Mediante la bonda- dosa ayuda de Dios encontramos una buena cantidad de cosas que se habían perdido; aun- que en algunos casos nos llevó horas y horas de búsqueda. —El bote que todos creyeron que había sido robado debe de haber sido arrastrado por la corriente en medio de la tormenta. Por casuali- dad lo encontramos durante una de nuestras expediciones por la costa. Se había golpeado contra una roca y se había agujereado en uno El gran desenlace 91 de sus lados. Logramos remolcarlo hasta la playa y allí lo reparamos sin demora. Luego lo regresamos a su lugar. Y todo esto, por su- puesto, lo hicimos en la oscuridad de la noche. —En cuanto al caballo, lo encontramos per- dido en las montañas. No fue difícil regresarlo al establo, pero relinchaba tanto que creímos que nos iban a descubrir. —Al chaleco salvavidas y al remo los encon- tramos en un lugar alejado, junto a la costa, cierta vez que fuimos de pesca. Nos divertimos muchísimo tratando de empujar el remo por la ventana del viejo Sandy; pero recién al otro día nos enteramos de que ¡había caído sobre su pecho! —Ahora pasemos a la historia de la turba de la señorita Mackay.Obviamente fuimos no- sotros los responsables de que la turba fuera a parar al muro que está detrás de la casa; pero nunca nos imaginamos que no la buscaría allí. ¡Y entonces fue cuando nos viniste a ver para que fuéramos a buscarla! ¡Cómo nos reímos de eso! —¿Y qué me dicen del bote que recubrieron con brea? —preguntóRoy. —Esa fue mi idea —dijo Bruno—. Vi cuan- do tú y el "viejo Corkey" comenzaron a hacerlo y cuando él se empezó a sentir mal. Demodo
  • 47. 92 El secreto de lacaverna que le dije a Osear y pronto acabarnos la tarea. —Después vino lo del reloj. Yo lo torné, lo traje aquí y lo arreglamos entre los dos. Lefal- taba un resorte, pero le pusimos otro que en- contramos en un reloj destartalado que tene- mos en casa. —¿Ustedes perdieron el resorte de ese reloj? —preguntóRoy. —Sí, ¿por qué? —Aquí está —dijo Roy con aire triunfal, sa- cándolo de su bolsillo—. Lo encontré en la coli- na, supongo que no muy lejos de su entrada secreta. ¡Sitan sólo hubiera observado un poco más de cerca la hubiera encontrado! —¡Si hubieras...! —rió Bruno—. Después vi- no lo de la ventana del doctor MacGregor. —¡Ah, explíquenme eso! —dijo Roy—. ¿Có- mo hicieron para enterarse de que la ventana estaba rota? —Casualmente Osear pasó cerca de la casa del pastor poco después de que cayera el árbol. Vio que una rama había roto el vidrio de la ventana y se acordó de que en el taller de mi casa había un vidrio de la misma medida —es que aquí todos los vidrios tienen un tamaño estándar—. De modo que decidimos arreglar la ventana. Eso fue fácil, pero la campana nos costó mucho trabajo. En medio de la oscuridad El gran desenlace 93 subimos hasta el campanario y con nuestras linternas nos pusimos a analizar el mecanismo de funcionamiento. Entonces descubrimos el problema. De alguna forma la cuerda se había atorado en algo, y cuando logramos aflojarla, la campana volvió a sonar de maravilla. Y la verdad es que no pudimos resistir la tentación de hacerla sonar un par de veces. ¡Era tan di- vertido! —¡La escuché! —dijo Roy—. Despertó a me- dio pueblo. Aquellavez fue que vi sus pisadas. —¿De verdad? —preguntó Osear. —Sí —respondió Roy—, pero no pude se- guirlas por mucho tiempo porque desapare- cían en un gran charco de agua. —¡Ja, ja, ja! —se rió Bruno—. Nosotros pa- samos por ese charco a propósito para borrar nuestras huellas. Ahora te vamos a contar lo de la silla de ruedas de Jimmy. —Esa fue obra de Osear. Es un excelente carpintero, ¿lo sabías? Y ¿te acuerdas que te dije que el papá de Roberto Malcomí es carpin- tero? Es verdad; pero te lo dije para despistarte. Roberto ni siquiera puede clavar bien un clavo. —Me parece que no sabías que soy carpinte- ro —dijo Osear—. Bueno, pero hice un buen trabajo, ¿no? El mejor de todos fue el de la me- sa de la señora Maclntyre. Fue simplemente
  • 48. 94 El secreto de la caverna excelente —especialmente porque nos estabas persiguiendo. ¡Qué contentos nos pusimos cuando vimos que los arbustos que había junto a la puerta del frente cubrían nuestros movi- mientos! —¿Por qué no terminaron el trabajo la pri- mera noche? —preguntóRoy. —Es que no teníamos suficientes tornillos. —contestó Osear. —¡Eso fue lo que pensé! —exclamóRoy. —Siguiendo con las explicaciones, ahora viene lo de la vaca —continuó Osear—. Creo que no hay mucho que decir excepto que fui- mos nosotros quienes la ordeñamos, teniendo cuidado de que nadie nos viera. —Bueno —dijo Roy, una vez que todos los "misterios" fueron aclarados—, ¡ustedes sí que se divirtieron a lo grande con toda esta aven- tura! Pero díganme, ¿por qué lo hicieron? —Me imaginé que lo ibas a preguntar —res- pondió Osear—. Por muchas razones. Quería- mos usar nuestro escondite para hacer algo interesante, algo altruista en lo posible. Tam- bién queríamos usar bien el tiempo libre que íbamos a tener durante la ausencia de nues- tros padres. Después de discutirlo por un rato se nos ocurrió este plan: ayudar a los pobres y necesitados del pueblo en todo lo que estuviera Uno por uno, cada misterio se iba aclarando. a nuestro alcance. Pensamos que sería magní- fico poder llevar un poco de alegría y alivio a estas personas, antes de que ya no estén entre nosotros. Además, tú conoces esa frase: "Todo lo que hicieron..." —Exactamente —dijo Bruno—. Pensamos que era hora de poner en práctica lo que Jesús nos enseña: alimentar al hambriento, ayudar a los pobres, alegrar a los tristes. Así como él mismo dijo: "Todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron". Sin embargo, decidimos hacerlo tratando de evitar los agradecimientos que a veces nos hacen sentir incómodos por-
  • 49. 96 El secreto de la caverna que no sabemos qué decir. —Eso es verdad —dijo Roy—. Estoy seguro de que la gente del pueblo les estaría muy agradecida y buscaría la forma de demostrár- selo si supiera que ustedes dos eran los que estaban detrás de todo esto. La mayoría cree que todas estas cosas buenas las hicieron los ángeles. —¡Nosotros ángeles! —dijo Osear riéndo- se—. En cuanto a los agradecimientos, no nos interesan ni un poquito. Lo único que nos im- porta es saber que nuestro plan ha tenido éxito en aliviar a los necesitados. Supongo que ahora que papá va a volver no tendremos laoportuni- dad de continuar con nuestro plan; al menos no de esta manera tan particular. Sin embar- go, no podemos negar que estas semanas que pasaron fueron las mejores y las más felices de nuestra vida. Y así, los tres muchachos continuaron con- versando y recordando una y otra vez sus aventuras, hasta que el fuego de la chimenea se extinguió y la luz de la lámpara comenzó a apagarse; dos de ellos sintiéndose felices por- que sus esfuerzos para animar e iluminar a al- gunas personas solitarias habían sido valora- dos, y el tercero alegrándose porque al fin ha- bía podido resolver el misterio de la caverna.