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Entre el dicho y el hecho. Cómo cambiar un hábito
De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno
San Bernardo
Generalmente durante los primeros días del año, después de un merecido período de vacaciones y relax, nos dedicamos a
hacernos buenos propósitos para el futuro. Parece que finalmente estamos decididos a cambiar un hábito, un
comportamiento que no nos gusta o perseguir un objetivo que queremos lograr. A menudo, sin embargo, ocurre que los
objetivos que nos propusimos a principios de año simplemente son los mismos que en años anteriores; puede suceder que
durante algún tiempo, meses o años, nos arrastramos las mismas buenas intenciones sin lograr el cambio deseado. Es
cierto lo que dice la sabiduría popular: entre el dicho y el hecho hay un gran trecho. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: los
seres humanos tendemos a desear más bien que a actuar.
Un interesante estudio realizado en Alemania por el psicólogo Baumeister y sus colegas ha llegado a la conclusión de que
una persona en promedio pasa cuatro horas diarias para resistir un deseo o una tentación. El estudio se basó en el
monitoreo constante de un grupo de más de 200 personas, hombres y mujeres, que al azar siete veces al día a intervalos
aleatorios se contactaban para que dijeran si en ese momento o unos minutos antes estaban deseando algo o si estaban
resistiendo a una tentación. Después de recoger más de 10 mil informes, el análisis reveló que en promedio una cuarta
parte del tiempo que pasamos despiertos lo dedicamos a desear o a resistirnos a una tentación.
Es muy significativa la misma etimología de la palabra “deseo”: viene del latín “desiderium”, que literalmente significa “a
propósito de las estrellas”. La persona que desea, por así decirlo, está contemplando las estrellas. Los que desean un
cambio, que se proponen algo, que quieren alcanzar a un ideal (perder de peso, subir el nivel de vida, mejorar su vida
amorosa) en lugar de centrarse en la acción a menudo se quedan absortos en imaginar su futuro anhelado.
Convertir las intenciones, los deseos en acción, entonces, se vuelve esencial y al mismo tiempo más difícil.
La estrategia más simple nos dice que para motivarnos a cambiar tenemos que visualizar el resultado, considerar los
beneficios o perjuicios que podemos recibir de una determinada conducta. Por ejemplo, recientemente el Gobierno de
Escocia para combatir la propagación del alcoholismo en su propio país, en especial el aumento del consumo en las
mujeres, ha diseñado una aplicación para Smartphone y Facebook denominada Drinking Mirror, donde se pone la foto
actual de una persona y se elabora una proyección en un espejo hipotético del futuro, que muestra cómo cambiará el
rostro debido el consumo excesivo de alcohol. Supuestamente al ver el rostro embrutecido por el exceso de alcohol, sobre
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todo en las mujeres, debería motivar poderosamente a dejar de beber en exceso, a tomar la resolución de hacer cambios
drásticos e inmediatos.
Varios estudios, sin embargo, han demostrado ampliamente que la simple intención, el mero reconocimiento de los
beneficios o perjuicios, la visualización de los resultados futuros, no es determinante para cambiar y actuar en
consecuencia. La buena intención, se estima, afecta entre 20 y 30 por ciento de la modificación de la conducta. Lo que es
decisivo es el curso de acción que emprendemos para cambiar la realidad.
En este sentido, hay una notable diferencia entre la intención de meta y la intención de implementación. Quien desarrolla
una intención de meta se concentra en el resultado final, los que desarrollan una intención de implementación se centran
en el proceso. En lugar de pensar en cómo sería si pudieran lograr el ideal deseado, soñando con los ojos abiertos como se
sentirían o verían al cambiar la realidad actual, quienes se rigen por la intención de implementación se imaginan el
proceso que los conducirá al objetivo deseado. En lugar de pensar y visualizar el resultado final, se enfocan en el cómo,
cuándo y dónde poner en práctica los comportamientos que les permitirán alcanzar sus metas. Aprenden la
autorregulación, implementan un plan de acción estratégico, que se estructura con el formato de “si-entonces”, es decir, si
se presenta esta situación entonces haré esto.
Obviamente no se puede predecir todos los muchos e interminables “qué pasaría si”. Pero si lo pensamos bien, nuestra
vida es bastante predecible. Se estima que el 95 por ciento de nuestras acciones son automáticas, o son simplemente
reacciones. Sólo el 5 por ciento de las acciones se llevan a cabo conscientemente. Para entender esto, detengámonos a
pensar en lo que hemos hecho esta mañana: llegamos a nuestra oficina siguiendo la misma ruta de siempre, hemos
estacionado el carro en el mismo lugar, entramos al trabajo saludando exactamente como ayer, nos acomodamos en
nuestra escritorio siguiendo los mismos rituales (prender la computadora, charlar unos minutos con los colegas, dar un
vistazo al correo, tomar el café, etcétera). Así que no representa un reto imposible tratar de predecir con antelación qué
situaciones se presentarán en el curso de nuestras vidas que pueden ser relevantes para nuestro deseo de cambiar.
Tomemos el caso clásico de querer bajar de peso. Tal vez llegamos a la conclusión que no hemos alcanzado la meta por
nuestra falta de disciplina: hemos llenado el refrigerador de cosas que hubiera sido mejor no comprar; cuando fuimos al
supermercado dimos una vuelta entre los “departamentos prohibidos”; nos fuimos a cenar o almorzar en el restaurante de
siempre donde pedimos nuestro platillo-poco-saludable de siempre. Quien realmente quiere perder peso, en lugar de
prometerse simplemente “quiero bajar de peso este año”, generará una serie de intenciones de implementación: si voy a
estar hambrientos comeré frutas y verduras antes de ir a comprar comida chatarra; si voy al supermercado evitaré pasar
por el departamento de golosinas y la panadería; si comeré en el restaurante de siempre ordenaré tal cosa en lugar de la
usual, etcétera.
El objetivo es preparar la mente, pre-programarla a actuar de una determinada manera, nueva y diferente. El
comportamiento pasado es el mejor predictor de nuestro comportamiento futuro, si dejamos las cosas al azar será más
probable que vayamos a hacer las cosas por inercia o de acuerdo a nuestra costumbre. Si en todos estos años nos hemos
prometido adelgazar y no hemos tenido éxito es porque automáticamente estamos repitiendo la misma conducta. El
objetivo de las intenciones de implementación es hacer nuevos comportamientos predecibles y automáticos, de manera
que cuando nos encontramos en una situación crítica, el cerebro ya tiene un plan de acción, no reaccionará como
siempre volviendo a repetir las cosas que hacen fracasar nuestros buenos propósitos. De lo contrario, estaremos
condenados a iniciar cada año haciéndonos las mismas promesas que nunca se cumplen.