La sacerdotisa Yorin encuentra en la estación espacial de Samarcanda a un hombre terrícola que está muriendo después de haber sobrevivido a una congelación. A pesar de que los terrícolas habían destruido su propio planeta, Yorin se compadece del frágil estado del hombre y le concede la inmortalidad convirtiéndolo en vampiro, dándole así una segunda oportunidad de vida.
1. CRONICAS DE SAMARCANDA
·Estación espacial de la galaxia Prozoonia, año 317 después del exilio.
Sus pasos resonaban por el estrecho pasillo por el que caminaba. A sus lados, luces y
más luces. Luces blancas y verde agua que daban lumbre al lugar en el que se
encontraban, al lugar que se hallaba entre la más sólida oscuridad: el universo. Se
dirigía al compartimento x18 o más conocido como “El Limbo”. Su nombre desde el
principio había comenzado como algo un tanto irónico pero poco a poco había
terminado arraigándose al lenguaje base. En él se sacaban del coma a las personas, en
ese lugar las sacaban de entre la vida y la muerte.
Al llegar al compartimento las puertas se abrieron y los guardias que protegían la
misma se apartaron. En el centro de la sala se encontraban tres personas, tres personas
a las que conocía a la perfección. Ellas eran:Kania, la almirante de la estación
espacial;Rayli, encargado delavistamiento de los proyectos; y, por últimoSiraide, su
mano derecha.
-Oh, perfecto, perfecto ya estás aquí-dijo con voz alegre y cantarina la almirante-te
estábamos esperando-comentó mientras tiraba del brazo de la recién llegada para que
se acercase a la camilla que momentos antes habían estado tapando. Sobre esta se
encontraba un cuerpo mojado, a mitad de descongelación-Es un milagro, Yorin. Ha
sobrevivido a una congelación.
-¿Especie?-preguntó esta poniendo sus manos sobre la cara del ser que había sobre la
cama. Sabía de donde procedía, pero le gustaba que le dijeran preguntas de las que ya
sabía su respuesta.
-Terricola, mi señora-comentó Siraide en un susurro bajando la cabeza. Bajo la
luminiscencia artificial que iluminaba la habitación, el cuerpo de la tímida ayudante
brillaba con luz propia, desprendiendo un leve fulgor violáceo.
-Yorin, está a punto de morir…tienes que hacer algo-esta vez fue Rayli quien habló. Sus
palabras sonaron temblorosas, ella sabía que le importaba mucho las vidas de los demás
seres y criaturas-No fue congelado con nitrógeno líquido sino que la última helada le
cogió por sorpresa y aunque parezca imposible se llegó a criogenizar…no sin antes
sufrir heridas de muerte.
Los blanquecinos orbes de la sacerdotisa se fijaron en el cuerpo. A pesar del tiempo que
llevaba en la estación, aún seguía recubierto por una fina capa de escarcha. Sus
extremidades estaban amoratadas y su musculatura a intervalos irregulares se
estremecía en el profundo sueño que se encontraba. Su frente estaba empapada y su
cuerpo entumecido, sin duda le quedaba pocas horas de vida.
-Necesito tranquilidad…-contestó secamente mirando a los presentes. Sin esperar más
estos se marcharon dejando en la sala a la extranjera con el allegado. Ella caminó en
torno al muchacho observando al milímetro su cuerpo desnudo, hacía tanto tiempo que
no veía a un terrícola. Se habían extinguido desde hacía más de trescientos años, cuando
su planeta había comenzado a morir por culpa de sus acciones. Ellos habían terminado
matando el lugar donde vivían, destruyendo su naturaleza y sustituyéndola por
artificialidad. Sus puños se cerraron repentinamente, no le gustaba que la madre
naturaleza fuera maltratada, ella la amaba con toda su condición. Sin embargo, el
humano que se encontraba delante suya le parecía tan frágil. Parecía una figura de
cristal, en cualquier momento podía romperse.
Pasó el tiempo, un tiempo sumamente silencioso en el que la mujer se dedicó a ver
como poco a poco la vida comenzaba a abandonar el cuerpo del muchacho. Tenía
pensado dejarle morir, tenía pensado dejarle morir por haber pertenecido a una raza
tan estúpida, tan arrogante y ambiciosa. El minutero en la pared se desplazó marcando
las treinta y seis, ya era la decimosexta vuelta. Pronto iría a dormir. Cuando sus ojos se
2. volvieron a fijar en el cuerpo inerte se topó, para su sorpresa, con unos ojos grisáceos
que le miraban al borde de llanto. Su boca se entreabría intentando articular palabras
de las que solo se oían quejidos. Se aprecia el dolor que estaba sintiendo, su cuerpo
congelando comenzaba a detener sus órganos vitales, pronto su corazón dejaría de
palpitar. Y por todo y cada uno de esto, algo en mismo interior de la mujer se rompió.
No podía dejarle morir, el chico parecía tan joven y lleno de energía y ella le estaba
dejando marchar. Resignada llevo sus largos dedos a su boca, rogando silencio al
hombre que se aferraba a su vida. Retirando la capucha de su cabeza mostró de una vez
su rostro. Un rostro de piel porcelanosa acompañado por la armonía de un cabello cano.
Sin dejar de mirar a los ojos del chico se comenzó a acercar a su cara, hasta que solo
escasos centímetros les separaron de su cuerpo. Lentamente abrió su boca ensañando
una dentadura blanca como las perlas de Garamundi y con unos afilados colmillos en los
extremos.
-No te equivoques…solo una oportunidad más-zanjó en un susurro, girando su cuello
para clavar sus colmillos en la yugular del hombre. Le entregaría la eternidad, una
segunda vida. Sin duda un regalo que correspondería el hecho de que a partir de su
nuevo despertar comenzara a ser mejor persona. Segundos después sus colmillos se
separaron del cuello del chico. La inmortal, o como habían conocido en la tierra a los de
su especie: la vampiresa, no había tenido el valor de matarle y ahora que le miraba de
cerca sabía por qué. Él no tenía la culpa de la muerte del planeta, los pecadores habían
pagado y él era…el último superviviente de la Tierra