3.
“”
Me llamo Patricia. Debajo de mi casa vive un ángel.
Nuestra cafetería es un sitio especial. Mi marido y yo la montamos hace veinte años con
mucha ilusión. Está un poco apartada y no pasa mucha gente, pero para los viajeros que
se detienen es como un oasis en esta carretera tan solitaria.
La bendición nos llegó en el quinto año, como una estrella caída del cielo. Sentimos la
llamada y encontramos en el desierto el cráter quemado. Su cuna salió casi sola de la
vaina de porcelana y metal; tenía el tamaño de un frigorífico grande. La arrastramos hasta
nuestro sótano. Después ha crecido y echado raíces. Él nunca sale. No lo necesita. Nos
tiene a nosotros y a sus pequeños servidores.
A muchos viajeros les gusta esto tanto que ya nunca quieren marcharse. Se quedan y
sueñan con nuestro ángel. En el sótano hay sitio para todos. Mi marido y yo quitamos todo
lo que sobra. Yo corto y él cose. Siempre cicatrizan muy bien. Se quedan con él, felices
para siempre. A veces el ángel nos regala un sueño. Allí nos deja volar con él. Tierra verde
y cielo verde, porque verde es el color del paraíso.
4.
“”
De todo el terrorífico imaginario que el miedo tiene para manifestarse, mi psique ha
elegido el reflejo en el espejo del aseo. El proceso es el siguiente: me ducho y del
vaho generado emerge una figura a mis espaldas. Cada día es distinta: Charlton
Heston alzando un rifle, Mussolini mellado, Ángela Channing con hipo… Entonces
cierro los ojos y pienso que los muertos no matan, que es lo peor que podrían
hacerme. Sin embargo, hoy me ha aterrorizado la presencia de Barbra Streisand,
sobre todo porque aún vive. “Soy Barbra”, me dice, como si me hablase en esa
lengua demoníaca que consiste en pronunciar del revés. A continuación se chupa el
dedo índice. Mi psiquiatra me anima a enfrentarme a mis miedos, así que le espeto:
“¡Fea!”. Antes de desaparecer me amenaza con “rebanarme el pescuezo”. Respiro
profundamente, pero ¿cómo diablos sabe que el verbo “rebanar” me da
escalofríos? Mi psiquiatra dice que tememos más la potencia que el acto en sí, es
decir, que nos da más canguelo saber que nos van a asustar que el susto mismo.
Yo, por si acaso, me he puesto un jersey de cuello vuelto. Fíate tú de los vivos.
5.
“”
El huracán arrasó el atolón triturando el coral milenario. Una esquirla cayó en la sima y
fue a hincarse en el vientre de una ostra. El músculo ciego sangró, logró tensar toda su
fibra, batir sus cilios, moquear, filtrar hectómetros, cicatrizar el tajo y envolver al intruso
en una película de nácar. El proceso duró años y reclamó toda su ciencia bivalva. Cuando
ya estaba a punto de regresar a su plácido autismo, una horda de centollos la sorprendió
desprevenida y exhausta en ese instante final de convalecencia. Las pinzas hicieron
jirones la carne y añicos la concha, que barrió la corriente. Con un torpe aleteo, un
rodaballo sepultó en limo la perla ignorada. Eones de presión y sedimentos compactaron
el lecho marino en un bloque gigantesco que encapsuló para siempre el hermoso fruto de
tanto dolor.
7.
“”
- No tengas miedo, madre, esto acabará pronto. No sufras. Piensa que tu agonía por fin
acaba. No te angusties por nosotros, he planeado lo mejor para todos. Y sé valiente, son
tus últimos momentos en esta vida. Sé que no vas a llorar, porque eres fuerte, pero
procura no temblar o te dolerá todo el cuerpo... ¡No me mires así, o no podré hacerlo!
Pronto dejarás de ser una carga, como siempre dices. Será doloroso, sobre todo para mí,
pero ¡ya está decidido! Será rápido... si no flaqueo. ¡Por favor, no tengas dudas! Las veo
en tus ojos y me hacen estremecer. Ya te he dicho que no sentirás nada, sólo un pinchazo,
como un mordisco en la carne. Y nada más, te dormirás y todo habrá acabado. Mamá,
recuerda por qué hacemos esto... y que te quiero con toda mi alma. Cierra los ojos...
extiende el brazo. Nos salvas con tu sacrificio...
La anciana, aterrorizada, ve a un desconocido clavarle con fuerza una aguja. Busca
desesperadamente ayuda con la mirada, pero desde la maldita embolia no puede hablar.
Las enfermeras pasan de largo... y sólo escucha un susurro:
- Ah, y no vuelvas a decir que estoy loco.
8.
“”
Las largas noches se sucedían, al igual que su agonía por poder dormir al menos unas
horas. Pero aquel retrato había anulado su sueño. Tal era la obsesión con la mujer
retratada que apenas apreciaba la presencia de su esposa. La pobre Ruth tuvo que
tragarse el orgullo, y pese al odio que le provocaba aquella pintura, accedió a colocarlo
en el dormitorio, frente a la cama. Estando cerca el cuadro también lo estaría su marido.
La misma noche en la que el lienzo fue trasladado al dormitorio, Ruth estaba tranquila,
ya no sentía tanta aprensión por esa antigualla. Parecía como si se hubiera rendido, tan
sólo se conformaba con notar el calor de Andrés junto a ella cada luna.
En cambio Andrés, hipnotizado por el embrujo de esa señora, sería capaz de dar lo que
fuera por pasar una noche con ella.
Las interminables horas consumieron la vigilia del matrimonio hasta caer en un profundo
sueño.
Pero el amanecer no trajo más que horror al deseo de Andrés; Una anciana cadavérica
ocupaba el lugar de su compañera… aterrorizado alzó su mirada al cuadro y allí estaba
Ruth, rebosante de belleza y juventud, posando inerte sobre una sangrienta cama
decimonónica.
9.
“”
En la cafetería del jardín no quedaba un alma, sólo ella, reclinada en una mesa. Aunque
la fuente amortiguaba entre sombras aquel atisbo de risas, consiguieron despertarla. Se
incorporó haciendo oído y accidentalmente volcó el vaso. El aroma del contenido le
recordó el desmayo al pasar por la puerta. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Aquel
era el último lugar donde le apetecería estar. Sin embargo, una de las risas parecía
reclamarla. Accedió al edificio y anduvo hacia ellas. Por las escaleras medio a oscuras
ascendía en silencio, temblando, tanteando con cuidado cada escalón, intentando no
tropezar donde hacía años tuvo el fatal accidente estando embarazada, al pisar la
bufanda que le estaba tejiendo. No la dejaron verle, le dijeron que una de las agujas le
había entrado por un ojo. Llegó arriba. La cruel madera delataba cada uno de sus pasos.
Sentía cómo la observaban. Por fin, una habitación iluminada: era la Sala de Juegos. Las
risas cesaron. Miró a su derecha; por puro instinto se santiguó al ver a San Gregorio. Un
último esfuerzo. Entró. Un pálido bebé parecía dormido sobre su pedestal; a su lado,
otro, mal tapado con una bufanda, le sonreía con su único ojo.
10. ¡FELICIDADES A LOS GANADORES!
El Museo del Romanticismo y la A.P.E.
Francisco de Quevedo queremos dar las
gracias a todos los participantes de esta
III edición del Certamen de Microrrelatos
de Terror por la acogida de nuestra
modesta iniciativa, que pretende celebrar
una fecha tan romántica como es el Día
de Difuntos.
Os recordamos que podéis descargar
los relatos en este enlace:
http://bit.ly/1cqyYej
¡Hasta el próximo año!