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E S P A D A

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H A I T H A B U .

1 ª

P A R T E .

Autora: Obeluxa

LA BRASA.

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Madrugada de un día cualquiera. El bosque invitaba a resguardarse del frío, pero la tierra bajo sus pies iba aumentando de
temperatura.

Las llamas se extendían con rapidez por el poblado, amenazando con calcinar todo lo que cogiera a su paso, pero ella no
tenía tiempo de pensar. Había perdido toda noción de espacio y tiempo. Tan sólo se concentraba en evadirse mentalmente
del cruel castigo al que estaba siendo sometida, mientras sentía la cálida humedad resbalando sobre su piel a medida que se
abrían sus heridas, para luego dejar paso a un intenso frío y un dolor aún mayor. Sus manos se asían fuertemente contra las
sogas por las que estaba atrapada y un gesto retorcido parecía haberse apoderado de su rostro en un intento desesperado
por dejar a un lado el sufrimiento que esos cerdos le estaban proporcionando. De ninguna manera les daría la satisfacción de
verla gemir, aunque muriera en el intento. Más golpes de látigo, más dolor..., sin darse cuenta cayó en un estado de
seminsconciencia. Ya sólo percibía de lejos el estallido de los látigos contra su piel desnuda, herida, sangrante... y terminó
todo, Por último cayó en un sueño profundo, ... un descanso ... ¡al fin!

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—¡¡¡Dios mío, Trebor!!! ¡Sólo es una cría! ¿Qué clase de inhumano pudo llegar a hacer semejante barbarie? —La mujer,
apesadumbrada se acercó a la chica semidesnuda amarrada de pies y manos, con el cuerpo estirado en dirección a dos
troncos que se erguían a cada lado de la muchacha.

Trebor era un hombre que había vivido demasiado, ...tantas situaciones sin sentido..., tanta injusticia. Miró a la chica,  sin
entender por qué sus agresores la dejaron allí, mientras no quedaba nadie más ¿Qué querían demostrar con ello?.

—Será mejor que la bajemos, al menos le daremos una despedida entre los nuestros, será lo único que podamos hacer aquí.
—Su voz sonaba baja, dolida, mientras giraba a su alrededor en un fracasado intento de rescatar algo más del lugar que
despedía un fuerte olor a tea calcinada. Poca resina quedaba ya de los árboles cercanos a una aldea de la que sólo
permanecía el recuerdo. No quedaba nada, ni una sola cabaña, todo arrasado... Pensando estaba cuando la voz aguda de su
compañera le sobresaltó, dando un respingo.
—¡¡Trebor, respira!! ¡La niña respira! —Helen empezó a desatarla con desesperación y a ello se unió el hombre de barba
blanca, haciéndola detenerse en su deseperados esfuerzos. Alzando el brazo hacia su hombro le indicó que tuviese más
cuidado. Aunque hubiera algún indicio de vida, las probabilidades de que siguiera adelante eran remotas, muy a su pesar.

La muchacha gimió como respuesta al movimiento, pero pronto dejó de emitir sonido alguno. Una vez en el suelo, Helen
corrió a la parte trasera de la carreta en busca de unas mantas, las trajo y envolvió el cuerpo de la joven con el fin de darle
algo de calor. Era difícil calcular cuánto tiempo habría estado amarrada, expuesta al aire y herida, pero lo que si era cierto
es que quizás había pasado demasiado, pues su cuerpo estaba muy frio, algo contradictorio al calor que emitía la tierra bajo
sus pies.
El hombre se puso en movimiento rapidamente, levantando el cuerpo con bastante facilidad, a pesar de la edad. Su físico,
imponente, medía más de metro ochenta y su torso ancho dejaba entrever muchos años de sacrificio dedicados a trabajar la
tierra. Sus manos, grandes y callosas, rodeaban el cuerpo debilitado e inerte con una delicadeza inusual. Aunque era
evidente el mal estado que presentaba, pensó que la joven era preciosa, y, no sabría explicarlo, pero de alguna manera le
era familiar.
—Pónla aquí, sobre la paja. Yo iré detrás, con ella, ¿vale?... al menos le daré algo de calor.

La muchacha quedó así, extendida en la parte trasera del carruaje, con la mujer casi sobre ella, acariciando su cabello,
estudiando detenidamente el rostro de la joven. Calculó que tendría dieciocho inviernos, quizá algo más; era difícil saberlo.
El pelo, desaliñado, era largo, negro como la noche. Su tez morena, revelaba que no era una chica de casa, sino una
trabajadora más del campo. Le impresionó un poco lo oscura que se mostraba su piel en otros lugares del cuerpo, no
expuestos con normalidad. Era muy alta, casi tanto como Trebor, lo que podría dar una idea sobre su origen sajón nórdico,
quizá del norte de Normandía... pero el moreno... Dejó sus pensamientos atrás. De todos modos, qué importa de dónde sea,
lo importante es que la habían encontrado y debían llegar pronto a su aldea para poder atenderla, aunque, como su esposo,
pensaba que eso quizá fuera inútil. La joven realmente estaba mal, respiraba lentamente, mostraba magulladuras en sus
largas piernas, la ropa hecha jirones desvelaba una gran cantidad de heridas producidas por látigos y palos, y la entrepierna
no tenía mejor aspecto que el resto. "Será dificil", pensó. Sus agresores, quien quiera que fuesen, habían hecho un trabajo
atroz con ella.
El carruaje vibraba demasiado, por lo que Trebor decidió ir más despacio. (¡Calma chico!, si sigues así la rematarás).
Pensaba mientras sujetaba las riendas fuertemente, apostando su mano a que sabía quiénes eran los autores de la atrocidad
del pequeño poblado, que antaño se mostraba próspero y lleno de vida, y que ahora no era más que un trozo de terreno
muerto sobre el que la vida se lo pensaría dos veces antes de posarse nuevamente, (¡Dios!, Será una imagen dificil de
olvidar para mí, ¡cuánto más para la muchacha, que ha tenido que vivir todo eso!).
Casi una hora había pasado desde que se adentraron por los serpenteantes caminos del bosque. Entonces se encontraron de
frente con una vereda más estrecha que se bifurcaba en dos caminos. Uno de ellos les llevaría a la cabaña de Merón, un
curandero temido por todos, aunque no por Trebor, que lo conocía y lo consideraba un amigo muchos años atrás, antes de
llegar a la aldea donde viera por primera vez a su amada.
Decidió que sería más prudente parar en la cabaña antes de continuar el viaje, aun sabiendo que Helen no se mostraría de
acuerdo. La mujer era una de las personas temerosas de semejante personaje. Aunque su esposa esta vez no dijo nada. Tal
cual se encontraba la muchacha, cuanto antes se acabara el vaivén del carruaje, mejor.

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La cabaña estaba escondida entre el follaje, que en el interior del denso bosque de abedules y píceas era de un tamaño
descomunal. Trebor se apeó de la carreta con una agilidad asombrosa y se apresuró a tocar en la puerta de la choza. Antes
de que lo hiciera se abrió, saliendo de ella un hombre raquítico, con una barba negra y unos ojos que brillaron al encontrarse
con los de su amigo. Al verlo, Helen no pudo evitar que un escalofrío la recorriese, algo que aumentaría con la voz profunda
del curandero. "Te esperaba, llevo rato intuyendo, ¿es esa la chica?"

—Sí. —Trebor hacía mucho tiempo que dejó de preguntarse cómo su amigo era capaz de conocer el futuro más cercano en
momentos críticos. Seguiría siendo un misterio para él. Merón se limitaba a decir que lo descubría "intuyendo. —Éntrala,
parece medio muerta. —dijo al acercarse por primera vez a la parte de atrás del carruaje, mirando con espectación y alivio el
cuerpo maltrecho de la joven morena. ‘Vivirá’, pensó. Helen se colocó a un lado de la carreta y con suaves movimientos
deslizó sus brazos sobre el lateral izquierdo, invitando en su gesto a su compañero para acabar levantando el cuerpo y
meterlo en la choza.
El interior era sombrío, pero exento de humedad. Con un mínimo de muebles  que consistían en dos banquetas, un tablero
largo utilizado como mesa, un cajón lleno de paja y unos estantes que pendían de las paredes con numerosas botellitas de
distintos contenidos.
—Sobre esta mesa. —indicó Merón señalando el tablón situado en un extremo del cuarto, cerca de la chimenea.

La dejaron con sumo cuidado y salieron de la choza dejando a los dos, curandero y muchacha, solos en su interior.

—¿Sabe lo que hace? No dejo de pensar que es aterrador. — dijo Helen preocupada, refiriéndose sobretodo al aspecto
sobrecogedor del curandero.

—Ten confianza. —fue la sosegada respuesta de Trebor. No dejaba de pensar en lo que pasaría en un futuro inmediato, pero
lo último que pretendía era preocupar aún más a la mujer.
Transcurrió más de seis horas antes de que Merón se asomara, dándole tiempo a Trebor de atender a sus dos caballos y
entretenerse en cortar las hierbas que impedían el acceso a las zonas más cercanas a la chabola de su amigo. Merón pidió a
Helen que se aproximara, indicándole que no la dejara sola.
—Tu fuerza será suya, debes estar cerca. —Apartándose de la puerta dejó que se introdujera en el habitáculo.

La mujer entró sigilosamente acercándose a la joven, mirándola, absorvida por la intensa belleza y fuerza que irradiaba el
cuerpo tumbado. No pudo evitar tener un contacto físico y cuando empezó a acariciarle el rostro unos ojos se entreavieron
pudiendo ver en su mirada una profundidad jamás percibida. Eran de un azul pálido intenso, y la miraban directamente a los
ojos, sin ningún otro movimiento... "¡Dios, es hermosa!, pero qué profundos...". No había sentimientos en su mirar, sólo
intensidad. Lentamente cerró otra vez los ojos hundiéndose en su inconciencia, ¿La vería, o sólo miró a través de ella?, ...
más allá del dolor,.... más allá de cualquier sentimiento... Decidió que era miedo lo que sintió bajo su mirada, pero por
alguna razón, también se convenció de que escaparía de las garras de la muerte.
Los dos hombres se adentraron por un dificultoso sendero que les llevaría a un oculto claro en el bosque, donde
comodamente se sentaron a charlar como dos amigos que se vieran el día antes. Esto era una de las cosas que más le
gustaban y a la vez más le inquietaban de Merón, su familiaridad y su forma directa de expresarse, siempre yendo al grano.
—¿Sabes quién es?

—No, la encontramos en Estanglia... No queda nada allá, todo arrasado. —Su mirada quedó perdida, dejando pasar una larga
pausa como para volver a ordenar sus pensamientos. —Hay un Feudo a cuatro horas del poblado. El tirano que lo rige es un
verdadero esclavista, y el aspecto en que quedó el lugar da muestras de que es obra suya. —Mientras hablaba Merón se
limitaba a escucharle apretándose el mentón, pensativo.
—No, ... no creo que haya sido Lord Weillor, esto es más importante...., no estoy seguro, pero la joven...
—¿Acaso la conoces? —preguntó su impaciente amigo.

Después de meditar la pregunta de su viejo compañero Merón le lanzó una fugaz mirada de entendimiento, regresando al
frente, focalizando algún punto del paisaje que se abría delante de ellos.

—Deberías hacerte cargo de ella y su formación, se trata de una de las Hijas del Sol, eso es seguro... ¿Has oído hablar de
Girlock?

Su compañero le miró conmocionado, sus sentimientos iban del asombro a la admiración. "¿Crees que ella tiene algo que ver
con Girlock?" —Más que eso, creo que es su esposa.

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MORAVÍ.
Habían pasado diez inviernos desde las revelaciones de su amigo Merón. La joven milagrosamente escapó de las garras de la
muerte, y se quedó a vivir durante un tiempo con ellos. Pero el espíritu nervioso y aventurero de la muchacha pronto hizo
que se pusiera en movimiento, bajo una inquietud que era difícil de parar.
Trebor decidió mantener en secreto la identidad del nuevo miembro de la familia, aunque la llamaba por su verdadero
nombre. Después de algún tiempo miraba a la mujer con admiración, viendo cómo había evolucionado su físico, destacando
en parte por sus horas de entrenamiento en los densos bosques de laurisilva. Al principio él la ayudaba en algunos
movimientos, instruyéndola en los conocimientos de caza, tiro con arco, lanza y espada; pero pronto la joven crecía en
sabiduría y él perdía agilidad, por lo que pasado un tiempo se limitaba a contemplar a una mujer con un gran potencial que,
pese a la frialdad de sus ojos le ofrecía miradas de agradecimiento y le hacía sentir orgulloso de haberla protegido. Ella no
podía reemplazar a Dévor, su único hijo, muerto en combate cinco inviernos antes de encontrarla pero, de alguna manera, le
había devuelto la alegría de tener alguien de quien cuidar, - aparte de Helen, claro -.

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—¡Chiquilla, has vuelto! —era gracioso que Trebor llamara chiquilla a una mujer bien formada, experimentada y conocida por
su sequedad y mal genio, pero Moraví se lo permitía, es más, en el fondo le gustaba sentirse la niña de aquella pareja que
tanto la había ayudado. Nunca había conocido a sus padres biológicos, aunque sí su procedencia, así que recibió de buen
grado las atenciones de una pareja que daba sin pedir nada a cambio.
—Hola Trebor, me alegra ver que sigues siendo un viejo lobo. — le miró con una media sonrisa, más de lo que había sido en
años anteriores, pensó el viejo, lo que hizo que su corazón se estremeciera aún más por la emoción. A Moraví no le era fácil
transcribir sus sentimientos a su rostro. Siempre había un velo de rencor y tristeza transformado en frialdad que ocultaba
tras de sí el resto de sus emociones y sus secretos.
—Helen se alegrará si te quedas más tiempo esta vez. —Casi era una súplica.

—Sí, amigo, esta vez pienso quedarme por un tiempo, quizás dos meses. Necesito descansar de tanto movimiento. —Fue su
única explicación.

—¿Qué has dicho? ¡Dos meses! Eso es muy poco, pero me conformaré de momento. —La dulce voz sonaba tras su espalda,
acercándose a la alta mujer y rodeándola con sus brazos.
—Helen, me alegro de verte. ¿Todavía preparas ese guiso de carne con venenosa salsa de arándanos?

—¡Oh, Moraví! Veo que tu apetito sigue intacto. —La mujer mayor la soltó y la miró descaradamente, de arriba a abajo,
volviéndose de nuevo a su cara. —Pero ¿dónde lo metes? ... es igual, ahora mismo te preparo tu cuarto y la cena. Debes
estar cansada después de un viaje tan largo.

—En realidad no tanto, descansé en una posada de Kent antes de llegar hasta aquí, pero puede que sea una buena idea ...
creo que necesito un baño. —La mujer más joven le dio una palmadita en el hombro y la siguió al interior de la cabaña
donde ambos vivían. Trebor las vio alejarse y no pudo evitar que la emoción de ver a su niña de nuevo le llenara los ojos de
lágrimas. Luchando porque no fueran derramadas,  pensaba en lo grandiosa que parecía con aquel chaleco de cuero sobre
una camisa blanca ceñida en la cintura, revelando su magnífica figura, y esos calzones que se metían en altas botas al llegar
a sus piernas. Se preguntó si seguiría teniendo aquellos sueños que le arrebataban la tranquilidad y la hacían sufrir. Ella no
habló nunca de lo sucedido en Estanglia, pero Trebor y Helen habían averiguado algunas cosas a través de sus sobresaltados
sueños. Una de ellas era que su esposo, de seguro, había muerto en aquella masacre.

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La alta mujer se despertó antes del alba y, sin pensárselo dos veces se levantó. Su reloj biológico siempre la despertaba a la
misma hora, prefiriendo levantarse a desesperarse en su lecho sin hacer nada. Además, con todos durmiendo era el
momento ideal para dedicarlo a sus entrenamientos, sin curiosos que la interrumpieran.
Aunque no se sentía atada a ningún sitio, Moraví pensaba que era agradable volver a Swett. La aldea había cambiado muy
poco desde que se fue la última vez. Era un poblado más en el interior de los densos bosques de Inglaterra, pero había algo
que lo distinguía de los demás: estaba más escondido, era pequeño y casi salvaje, y la gente que en él vivía siempre fue
autosuficiente. No necesitaban de los feudos, ni se someterían nunca a ellos. Tampoco necesitaban de retorcidas religiones
para imponer una moralidad, tan sólo se limitaban a seguir sus instintos y vivir en armonía con el entorno natural.

En cierto modo, y pese a la diferencia, sus pobladores le recordaban a los piratas normandos, a los que ella conocía tan bien.
Quien sabe, quizás la gente de este lugar lo fuera en otra época.

Sintió su cuerpo estremecerse al salir al exterior del granero. Helen insistía en que se quedara dentro de la cabaña, pero ella
consideraba que era mucho más cómodo para todos dormir en otro lado. Además, la cabaña era pequeña e íntima, por lo
que le parecía que tres eran multitud. Hacía frio, pero eso no era impedimento para empezar a ponerse en movimiento. Esta
vez entrenaría en el interior del bosque, entre los árboles, como lo hacía cada vez que volvía, lo que le proporcionaba un
placer añadido al ejercicio. Inspiró el aire de la madrugada y se introdujo en el follaje en dirección al denso bosque de
abedules.
Después de unos minutos de correr a campo a través sorteando todo tipo de obstáculos, se situó en un punto bien conocido
por ella, con un pequeño claro de seis metros de diámetro, suficiente para dar saltos con la rapidez que se exigía en cada
movimiento. En el bosque los árboles se retorcían con fingido dolor, ocupando gran espacio y luchando por conseguir la luz
directa del sol, pero, en el claro donde ella estaba situada, la gran concentración de hongos habían vencido a los grandes y
monstruosos árboles, dejando la tierra contaminada de esporas dormidas, pendiente de cualquier arbusto que osara crecer
en el área.
Moraví sacó la espada y comenzó a ondear en el aire con gran maestría en el giro de muñeca, usando como enemigo a un
ser imaginario que parecía se moviera con enorme agilidad y rapidez.

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Casi no lo vio llegar. ¡Qué oportuno! Se recriminó a sí misma por no haber despertado antes, pero era tal el cansancio y el
hambre después de haber estado vagando sin parar por el bosque que cuando paró a descansar se durmió, despertando con
el ruido inusual que hacían las hojas húmedas bajo las pisadas de aquel individuo. Sus sentidos de supervivencia se habían
desarrollado más de lo normal según iban pasando los años. Sabía pasar desapercibida y esconderse era su especialidad. Era
una fugitiva que no pensaba volver, y buscó mentalmente las probabilidades de ser descubierta por cualquiera. En un primer
momento sintió la necesidad de correr desesperadamente, pero su instinto la paró en seco, dejando casi de respirar, con la
intención de permanecer escondida hasta que aquel hombre se alejará de allí. Pero no fue así.

Aquella persona estaba a tan solo veinte metros de su escondite, y no parecía que tuviese intención de irse. `¡Maldita sea!,
¿Por qué tiene que pararse justamente tan cerca?. También es mala suerte la mía’. Estaba muerta de miedo. La sola idea de
ser descubierta y llevada frente a su dueño la hacía estremecer hasta el fondo de su alma. Sabía cual era el destino de los
fugitivos en manos de aquel tirano. No ..., no volvería allí, prefería morir paralizada en el lugar donde se encontraba; sólo
deseaba que aquel hombre se largara pronto y huir lejos de cualquier lugar conocido.

 ¡Un momento! ¿Aquel?... o aquella. Entornó los ojos para ver mejor. ¡Dios, es una mujer! ... Sí,... no ..., sí. Pero, no, ¿Qué
mujer podía hacer eso?. Solía ver practicar a los soldados en el Feudo, pero no había visto nunca una facilidad de manejo en
la espada, como la que ahora se ofrecía ante sus ojos. El hombre, la mujer, el monstruo o lo que fuera, manejaba la espada
como si fuera parte de su cuerpo, al menos como si la tuviera pegada a la muñeca. "¿¡Estás tonta!?"Pero qué tendrá de raro
ver a un hombre con el pelo tan largo. Además, todavía no ha amanecido, por lo que puede ser un juego de sombras en la
noche.
Estaba ensimismada viendo la danza ofrecida por el joven y apuesto galán que tenía ante sus ojos. Sentía miedo, pero su
curiosidad era mayor, por lo que no apartó los ojos. Casi deseó que hubiese menos vegetación entre las móviles escenas y
ella, ¡claro!, que si fuera así seguro que sería descubierta de inmediato. Al menos de esta forma, con la oscuridad como
aliada y con su posición, contra el viento, y entre el denso follaje no sería vista.

El soldado paró en seco y miró a la espesura, en la dirección donde la joven estaba escondida. A ella se le congeló la sangre,
sintió cómo un sudor frío empezaba a descender por sus axilas y su rostro cambió de color en el preciso instante en que
pensó que sería su fin. Sólo se detuvo en mirar esos ojos de azul pálido que la absorvían entera, sin atreverse a mover ni un
sólo pelo, aunque si se lo hubiera propuesto tampoco sería capaz...., realmente estaba aterrorizada.

Moraví soltó la espada, dejándola apoyada en un abeto de mediana estatura al sur del claro. Se sentía un poco extraña,
como si,... una sensación de no estar sola, ... "No, no hay nadie, te estás obsesionando, seguro que es fruto del cansancio".
Estaba sudorosa, y todavía le quedaba su sesión de golpes sin ningún tipo de armas. Tímidamente el sol empezaba a
aparecer entre las ramas de los árboles, creando un juego de luces y sombras en cierto modo tenebroso, aunque de por sí el
ambiente de ese bosque daba bastante miedo, con el denso follaje, los árboles de distintas clases luchando unos contra otros
por conseguir que sus copas acapararan un rayo del sol de la vida, ahogando a su paso a las ramitas débiles; ese ambiente
húmedo y la hiedra, que se apoderaba de cada rincón de un modo asfixiante. Un viejo bosque, que no daba lugar a
renovarse.
La mujer de pelo oscuro decidió despojarse de la ropa, de esa forma añadiría dificultad al ejercicio. `Total, estoy sola y es
muy temprano´, pensó, sabiendo que a esta hora era difícil que alguien estuviera levantado aún. Disfrutaba sintiendo el frío
que calaba hasta los huesos, erizando cada centímetro de su piel.

Sus ojos se abrieron de par en par. No podía creer lo que estaba viendo: El individuo ‘¡Se está desnudando!’. Lo vió quitarse
el chaleco y liberar la camisa del fajín que la retenía, de espaldas a la posición que había tomado, quedando con el fajín que
rodeaba su cuerpo desde la cintura hasta la parte inferior de los pechos. Supuso que la pieza en cuestión estaba colocada
con la intención de sujetarse el abdomen y evitar en el esfuerzo el desgarro de algún músculo. Había oído historias sobre la
corpulencia y la forma de vestir de los piratas, así que no sería raro que fuese uno de ellos. "Pero, ¿qué demonios hacía un
pirata mar adentro?". Entonces el individuo giró un poco sobre su eje, dejando ver el perfil de unos pechos, altivos y bien
formados. La joven quedó perpleja, "¡Es una mujer!". El tiempo se detuvo para ella, observando de lejos ese lento aparecer
de un conjuntado talle que presentaba el esbelto cuerpo, con curvas bien contorneadas. Los hombros y brazos mostraban
una musculatura fuerte, con una piel morena, tersa y brillante tras el efecto del sudor. La mujer se despojó de las botas y
los calzones, dejando que sus largas piernas tomaran contacto con el frio y resbaladizo suelo. Aricán no salía de su asombro,
y hubo un momento en el que casi pierde el equilibrio, tal era la hipnosis producida por las imágenes que estaba viendo.
"¡Uau! Ha estado cerca, si te descubre caput, finish". Decidió tener más cuidado, agradeciendo que el canto repentino de un
chorlitejo y los continuos golpes de pico de un pájaro carpintero ocultara el escaso ruido producido en su movimiento.
Quedóse aún más inmóvil, pero sin poder apartar la vista. Entonces, si todavía faltaba más, creyó ver alucinaciones. La
mujer saltaba en el aire, girando sobre sí misma, golpeando ramas situadas un cuerpo por encima de su cabeza. Se notaba
cada músculo puesto en movimiento, tenso en el esfuerzo. Pequeñas ramas seleccionadas eran arrancadas de su posición y
lanzadas a toda velocidad creando un círculo perfecto en su caída alrededor de ella. Aricán notó en un momento dado cómo
su boca se quedaba entreabierta en una expresión de admiración, y temió cerrarla por miedo a ser oída por la mujer más
alta que había visto nunca. "Demonios, seguro que puede detectar sonidos a cien leguas", pensó.
Tras otro rato que le pareció eterno cesó el ejercicio. Como consecuencia de ello, los árboles situados alrededor de la oscura
mujer se calmaron, dejando oír el zumbido del aire a través de sus hojas y ramas.
Después de dejar pasar un corto espacio de tiempo para recuperarse del intenso ejercicio, Moraví se dirigió de nuevo a sus
ropas, vistiéndose con rapidez. Parecía como si su cuerpo no estuviera cansado. Después de eso giró sobre sus pies
alejándose de la vista de Aricán.
Sin pensar en lo disparatado y peligroso que podría ser, decidió seguir a la oscura mujer, más que nada para descubrir si lo
que había presenciado era real o tan sólo una alucinación debida al cansancio. Tan sólo era un acto reflejo, de modo que se
levantó y caminó en la misma dirección, atrapando a su paso unas bayas silvestres que servirían para callar su estómago
durante un rato.
Moraví volvió a sentir la sensación de estar vigilada, y siguiendo su instinto se propuso caminar en forma de círculo. Si había
alguien ahí, sería cazado por su presa. De un salto subió a un enorme laurel y se agazapó en una rama ancha con la
intención de esperar a su perseguidor.
Aricán siguió con facilidad el rastro. ‘Demasiado fácil’, pensó, pero eso no la hizo detenerse en su búsqueda. En un momento
dado perdió la pista. Ni ramas rotas, ni olores, ni siquiera una señal que le diera a entender que iba por buen camino. "Lo
dicho, chica, tú alucinas o ésta hasta vuela." Sin quererlo su pensamiento le llevó a los dragones, qué absurdo, un dragón
con forma de mujer. Bueno, puede que no sea tan absurdo.

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Moraví la observaba desde lo alto, extrañada por ver a una joven vagando en semejante lugar. Decidió que no era una
amenaza para ella, por tanto se limitaría a esperar a que se fuera y le perdería el rastro.

Aricán se apoyó en un laurel, completamente exhausta por el cansancio. Pensó que todo había sido fruto de su imaginación
y también que de alguna forma debía retomar su camino, sea cual fuese. Pero ¿cómo?. Sin quererlo la angustia se fue
apoderando de su mente. Cerró los ojos y la humedad pronto hizo su aparición en ellos. Quemaban. Lloró en silencio. No
sabía qué hacer, ni a dónde ir y de repente se sentía muy desamparada. Las lágrimas cayeron libres por su rostro, sin ser
reprimidas, desatando toda la tensión acumulada fruto de los días anteriores. Finalmente agachó la cabeza colocándola
entre  sus rodillas, escondiendo su rostro. En esa posición la mujer que estaba en lo alto del árbol pudo ver la parte superior
de la espalda de la joven, que asomaba de sus ropas raídas. Una señal roja y alargada destacaba sobre la piel blanca que no
estaba cubierta, allí donde se encuentra el hombro izquierdo con la curva del cuello. Moraví reconoció la herida como la
producida por un fuerte  latigazo, y de inmediato se estremeció recordando el dolor que sintió en el pasado por cada uno de
los golpes que le propinaron, en Estanglia. Sintió lástima por la chica y debatió consigo misma antes de decidirse a
descender de las ramas con un salto, cayendo próxima a la joven.
Aricán se sobresaltó y estudió desde su posición a la mujer oscura, los ojos de Moraví atrapando los suyos con una mirada
inexpresiva. Quiso encogerse aún más, en un intento por desaparecer, pero aquellos ojos azul cielo la tenían atrapada y el
miedo paralizaba sus músculos. Abrió la boca con la intención de suplicar, pero ningún sonido fue emitido. Entonces su
cazadora le habló.

—No te asustes, no voy a hacerte daño. —Extendió su mano con la intención de ayudarla a levantar. Aricán, incapaz de
moverse permaneció en su sitio, sin alejar la vista del rostro de la morena, entonces, después de una larga pausa, Moraví se
agachó, la tomó por los hombros y la levantó.
Sus rodillas temblaban e incapaz de sostenerse en pie se dejó caer, siendo agarrada al momento por unos brazos fuertes
que la rodearon torpemente y la acercaron, quedando atrapada entre ellos y el cuerpo de la mujer mayor.
—Tranquila, estás a salvo. —le susurró.

Aricán dejó que su cuerpo se fuera relajando. Su rostro se escondía en el pecho de la morena, sintiendo la suave mezcla de
olor a sudor y lavanda. Aun tenía miedo, pero su corazón sabía que la mujer no le haría daño. Su cuerpo estaba caliente y
sucio, pero a la otra no pareció importarle.

Se encontraban cerca de un arroyo, por lo que Moraví la alzó en sus brazos y se dirigió camino del agua. Una vez allí dejó a
la joven en el suelo, desenrolló su fajín dejando a la blusa moverse con libertad, lavó el largo paño y se acercó de nuevo a la
joven con la intención de lavar sus heridas. Aricán se estremeció, y dando un respingo intentó alejarse.
—¡Estáte quieta! —la brusquedad de las palabras volvieron a paralizar el cuerpo de la más joven.

 Moraví le dio la vuelta, colocándola boca abajo. Le terminó de rasgar las roídas ropas y observó que la espalda de la joven
presentaba diversos cortes. Algunos habían cicatrizado, pero otros estaban infectados, con un color blanquecino que le daban
un feo aspecto. Con cuidado, limpió las heridas. El cuerpo de la joven se estremecía con cada contacto, sus puños estaban
fuertemente cerrados y en su garganta se ahogaban los gritos de dolor, transformándose en leves gemidos.
En silencio, la morena volvió a colocar a la joven sobre su espalda, aunque esta vez no directamente en el suelo, sino
apoyada en su regazo. La estudió detenidamente, intentando descubrir qué otras partes del cuerpo mostrarían heridas.
Aricán podía sentir el calor de la mujer a través de sus ropas. Eso le daba algo de seguridad, pero todavía se mantenía
alerta.
Moraví decidió desatar su corpiño, quería ver si su pecho mostraba heridas. Al dirigirse hacia la joven, ésta se encogió,
protegiéndose con los brazos, sin dejar que la alcanzara.

Para la ruda mujer aquella era una situación incómoda. No estaba acostumbrada a tratar con la gente, menos aún si era
alguien desconocido y para una vez que se animaba a ayudar a alguien esperaba una reacción diferente, aunque en el fondo
podía comprender la forma de comportarse de la chica.
Intentando que su voz saliera suave se dirigió a la joven.
—No te haré daño, ya te lo dije.

Aricán echó una mirada rápida a los ojos azules, buscando la verdad en ellos. Sin saber lo que vio en esos luceros, volvió a
bajar la cabeza cerrando los ojos y lentamente alejó los brazos dejándose hacer.  Su desbocado corazón volvía a un ritmo
más relajado. Sintió frio cuando unas manos largas le desataron los nudos y separaron sus ropas. Luego una eterna pausa.
La estaría mirando, por lo que la invadió una oleada de vergüenza, llegándole el calor a sus mejillas.

Haciendo caso omiso al reciente rubor, la oscura mujer mantuvo un silencio prolongado mientras estudiaba los rasguños y
morados de los pechos de la joven. "Malditos cerdos". La piel del abdomen mostraba una ‘W’ marcada a fuego. Eso
confirmaba sus sospechas, se trata de una esclava del Feudo de Lord Weillor. Como pudo limpió las heridas, cuidando de no
tocar la quemadura, a la que pensaba curar más tarde, cuando se encontraran en el poblado.
Sabía que la joven tenía algo de fiebre, pero esperaba que eso no las retuviera demasiado. Cuando acabó con ella retiró el
resto de sus ropas, se quitó el chaleco y luego la camisa, poniéndosela a la joven. Después se colocó el chaleco amarrándolo
ceñido a su cuerpo. Con la camisa puesta, la chica parecía mucho más vestida, además, era tan larga que le llegaba casi a
la altura de las rodillas. Si Moraví tuviera algo más de sentido del humor, seguro que la ‘facha’ de Aricán le hubiese
arrancado una sonrisa, pero no fue así.
—¿Crees que puedes andar? —se dirigió a la pelirroja mientras la ayudaba a levantarse de nuevo.
—Ss.. Sí, sí ....... creo. —Tuvo que aclarar su garganta para pronunciar esas pocas palabras. En dos días sólo había hablado
mentalmente, sin mediar palabra, por lo que le costó un poco y su voz sonó en un tono grave casi inaudible.
—Vamos.

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Aricán la miró interrogante, sin hacer ademán de moverse del sitio, haciendo que su compañera se viera forzada a explicarse
un poco mejor.
—Hay una aldea cercana, nadie irá a buscarte allí. Estarás a salvo. —Había seguridad y entendimiento en sus palabras.
Después de una leve pausa, la joven se puso en movimiento agarrándose del brazo de su salvadora. Se sentía débil y
hambrienta, algo que le recordó el sonoro gruñido de su estómago, pero no se atrevió a decir nada.

Dándose cuenta, Moraví decidió parar y buscar algo de comer. Todavía era algo temprano, por lo que los aldeanos no la
echarían de menos. ¡Qué diablos!, ella también tenía hambre. Indicándole a la joven que esperara sentada en un tronco seco
se alejó entre el denso helechal.
Aricán estaba confusa, en su mente se agolpaba una serie de sentimientos contradictorios. Haciendo un esfuerzo intentó
aclarar sus ideas. Por una parte estaba esa alocada huida, empezada dos días atrás, donde el miedo a ser encontrada le
daba aún más fuerzas para seguir adelante. Luego, el cansancio que había vencido toda energía que quedara en ella.
Finalmente, cuando se sentía derrotada aparece como en un sueño la ruda mujer, que pese a su aspecto duro y sus
autoritarios andares, la había ayudado. Todavía podía sentir la delicadeza de sus manos mientras le limpiaba las heridas. A
todo esto había que añadir su gran imaginación, lo que hacía que su mente vagara fácilmente por cuentos e historias que no
tenían nada que ver con el mundo real. Quien sabe, a lo mejor todo lo ocurrido sólo era una alucinación y esa mujer no era
más que otro personaje fantástico de sus sueños de ‘dragones y mazmorras’.  De repente se la imaginó transformándose,
creciéndole las alas y saliendo escamas de  su cuerpo, con un intenso color fuego que contrastaba con el azul de sus ojos.
Grandes colmillos apareciendo de su boca, en una cabeza demoníaca. Sí, podría ser un dragón, volando libre, atemorizando
al mundo con sus llamaradas de fuego expulsadas en su aliento....
Pero no, el frío y el dolor de su cuerpo no eran ninguna fantasía, como tampoco lo era la forma peculiar en que estaba
vestida, con ropas ajenas, grandes y demasiado cuidadas.

Pensando estaba aún cuando Moraví regresó con una presa en sus manos, algunas setas y moras silvestres. Pronto preparó
el fuego, limpió la liebre y la puso sobre la brasa. La joven pelirroja se había situado más cerca del fuego, agradeciendo la
sensación de calor que le llegaba a las entrañas.

El olor a carne asada penetró sus sentidos, no pudiendo pensar en otra cosa más que en llenar su estómago vacío. Pero no
quería precipitarse, así que decidió esperar a que la mujer morena saciara sus necesidades antes que ella. Tampoco tenía
muy claro si comería, pues Moraví no había pronunciado ninguna palabra desde que llegó de su cacería, y ella era incapaz de
comenzar una conversación. Además, ¿por qué tendría que darle de comer?, no tenía ninguna obligación de hacerlo. Podía
sentir cómo era observada, pero no se atrevía a levantar la vista del suelo.
—Toma, debes comer. Todavía nos queda algo de camino hasta la aldea. —Moraví la miraba con un ligero brillo en sus ojos,
casi imperceptible, esperando pacientemente a que reaccionara.
La joven alzó sus manos hacia el trozo de carne ofrecido, dirigiéndose tímidamente a la otra mujer.

—Gracias. Yo.... no sé cómo agradecértelo... —Otra vez volvió a sentir esos ojos que la abordaban y la atravesaban como
espadas.
Moraví suspiró.

—Hum... no es nada. Es mejor que comas, antes de que se enfríe. —Dicho esto bajó la vista y pareció olvidarse durante un
rato de la joven, perdiéndose en sus pensamientos.

Aricán comió hasta saciarse, terminando con un gesto casi infantil, chupándose el sabor que quedaba en sus dedos, ausente
de la mujer que estaba a tan sólo dos metros de ella. Una vez terminado levantó la vista, decidida a decir algo, pero al ver a
Moraví prefirió no sacarla del lugar donde estaba inmersa. Esto le daba la oportunidad de contemplar a la mujer tan cerca de
ella, ahora que su mirada no la intimidaba. De esta forma vio ante ella a una persona aún más hermosa. La observó
largamente de la cabeza a los pies, deteniéndose en todo aquello que le era atractivo y diferente. Había visto a muchas
mujeres hermosas, pero ninguna tan peculiar. Le atraían sobre todo los desarrollados músculos de hombros y brazos, que no
dejaban de tener una línea elegante. Sus pechos, ahora escondidos bajo el ceñido chaleco, eran también un foco de
atracción para ella. Las curvas se estrechaban en la cintura, volviendo a ser notables, pero no exageradas en las caderas.
Sentada como estaba, con las piernas cruzadas hacia delante, no podía notar cuán largas eran sus piernas, pero se las podía
imaginar. Le pareció que todo en conjunto era una buena combinación  entre fuerza y elegancia. Seguro no le faltarían
admiradores, en secreto, claro, porque a ver quien era el valiente en atreverse a cortejar a semejante diosa.

Moraví se sentía observada, pero no estaba molesta, por lo que no la interrumpió. Tampoco quería sobresaltar a la chica, por
hoy ya había tenido bastante. Además, realmente no es que fuese la primera vez que alguien la miraba con curiosidad. Sabía
que no era una persona que pasara desapercibida, entre otras cosas porque, para ser una mujer, era más alta y más fuerte
que muchos hombres. "Siempre llamando la atención", sonrió para sí misma.
A la joven le pareció que la morena sonreía, por lo que bajó la vista ante el temor de ser descubierta.
—¿Tienes más hambre? —Preguntó dirigiéndose a la pelirroja todavía con una curva  en sus labios y una mirada algo
picante.
—Todo está bien, me he quedado satisfecha. —Se ruborizó ante los pícaros ojos, segura de que la morena la había pillado
contemplándola. Prefirió dejar la timidez a un lado y continuó vacilante. —Me llamo Aricán.... y  yo...., gracias por todo.
—Ya te dije que no es nada. —Tras una ligera pausa prosiguió. — Aricán ¿eh?, un nombre curioso. Y bien, Aricán, —recalcó
—¿vas a algún sitio en concreto?
—No...., no lo tengo claro. —Una sombra se hizo dueña de su rostro. La pelirroja se sintió aliviada de que no le preguntara
de dónde venía, si podía evitarlo no hablaría de su pasado.

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—Entonces lo mejor es que permanezcas en la aldea hasta que tus heridas mejoren. —Su mente vagó con rapidez. "Helen,
te llevo un regalito", pensó en la mujer que tan cariñosamente la atendió a ella, seguro que estará encantada con la
pelirroja.
—No quiero ser un estorbo.

—No lo serás, puedes estar segura. Además, tú puedes ser útil allí. —Fue la rápida respuesta de Moraví.
La joven alzó los brazos dispuesta a protestar, pero a medio camino se detuvo, con aire de resignación.

—Bueno... de acuerdo. —Estaba demasiado cansada para discutir así que ya decidiría lo que iba a hacer con su vida más
adelante, además, con la ruda mujer mejor andarse con cuidado y no llevarle la contraria.
—Bien, entonces será mejor que nos pongamos en camino, quiero llegar pronto a la aldea. —Sin más se levantó,
acercándose a la joven para ayudarla a levantar. Pronto cogieron el sendero que les llevaría a Swett.
 

sigue -->rá......
L A

E S P A D A

D E

H A I T H A B U .

2 ª

P A R T E .

Autora: Obeluxa

¡DESPIERTA!

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Swett se ha levantado. Los aldeanos habían despertado a sus quehaceres, unos atendiendo a los animales, otros trabajando
en la tierra y los más pequeños correteando entre los árboles. Trabajaban indistintamente hombres y mujeres, sin labores
separadas. Nadie se sorprendió al ver llegar a Moraví tan ligera de ropa, aunque sí mostraron cierta curiosidad por la
forastera, no tanto por su aspecto, sino porque acompañaba a la ruda mujer.
Moraví saludaba al pasar a los aldeanos, con ligeros movimientos de cabeza. Al llegar a la cabaña de Trebor le indicó a la
joven que se acomodara, mientras ella iría en busca de Helen.

Aricán tuvo la tentación de volver a huir; ahora que estaba sola tenía miedo de las futuras intenciones de la mujer oscura.
¿Y si decidía venderla a los dueños de la cabaña?. No recordaba lo que era ser dueña de si misma, y ahora que tenía la
oportunidad de tomar sus propias decisiones tampoco era capaz de hacerlo. En cierto modo se sentía a la vez cautiva y libre,
sentimientos contradictorios producidos por la frialdad de unos luceros. Bueno, al menos no era como Lord Weillor. Estaba
harta de esperar, así que decidió salir, pero justo al llegar a la puerta, ésta se abrió, entrando una mujer de mediana edad.
—Ah, estás aquí. —la mujer hizo una pausa, mientras la miraba calurosamente. — Se que has venido con Moraví y estaré
contenta de hospedarte en mi casa..., siempre que tú lo desees, claro. —La joven la miraba sorprendida.

—Oh... me llamo Helen. ¿Y tú eres...? —Sabía su nombre, pero esperaba entablar conversación. Moraví le había notificado
que la chica estaba asustada y herida, por lo que podría intentar darse a la fuga.
Le pareció muy dulce la voz de la mujer, no la intimidaba como la morena.

—Aricán, ese es mi nombre. —La mujer mayor la miraba con ternura, algo a lo que no estaba acostumbrada. En cierto modo
le recordaba a la madre que una vez tuvo. —¿Eres la madre de la morena? —Preguntó sin pensar, sorprendiéndose de si
misma.
Helen casi rompe en una risotada, pero se contuvo, dejando entrever tan solo una ligera sonrisa.

—Noo... pero la consideramos parte de la familia. ¿Sabes?, la conocemos desde hace diez inviernos, y siempre que viene
ésta es su casa. —Se hizo una pausa entre ellas, ambas estudiándose con curiosidad. —Bueno, ¿qué decides?

El pensamiento de Aricán no estaba en la pregunta. Su mente se concentraba en hacer comparaciones entre las dos nuevas
mujeres que entraban en la escena de su vida, ... tan distintas. Lentamente volvió a la realidad, apareciendo de repente una
leve sonrisa incontrolada.
—No se qué decir, no quiero ser una molestia y no tengo con qué pagarlo, además...
La mujer mayor la interrumpió.

—No eres ninguna molestia, y no te preocupes por el dinero. Podrás pagarlo ayudándome con los animales cuando tengas
mejor aspecto.

Aricán dió un respingo. Así que sabía que estaba herida... Aunque, claro, eso no era muy dificil de adivinar, con sólo ver su
aspecto era más que suficiente. De nuevo una sombra de miedo cubrió su rostro.

—Ey, no tienes por qué preocuparte. Los aldeanos de Swett no hacen preguntas. —Hizo una pausa. —Mira, si esto sirve para
convencerte te diré que el poblado se ha ido formando por gente que venía de muy diversos sitios. —Todavía notaba
desconfianza en la pelirroja, se lo estaba poniendo en bandeja para lanzar la primera piedra. —Algunos han huido de otros
lugares y han acabado aquí.
—Nadie da algo sin esperar nada a cambio. —Respondió la joven con determinación cortando el discurso de la mujer mayor.
Helen decidió atacar con más fuerza.  La chica no comprendía ciertas cosas. Estaba bien claro que el afecto era algo
desconocido para ella, aunque lo llevara oculto en su corazón.

—Es cierto, todos esperamos siempre algo, pero la cuestión es qué. En estos momentos yo espero que te quedes, pues tú
sin saberlo ya has dado algo.
—No entiendo. —Su mirada era un interrogante. —No tengo nada, ¿qué pude haber dado?
Ahí va la segunda piedra.

—De momento entretenimiento. Me gusta platicar, y no siempre hay alguien cerca con quien hacerlo. Además, te habrás
dado cuenta que no es fácil hablar y entenderse con Moraví. —Lo último lo dijo sin creérselo demasiado, pero era un punto
más para acabar de convencer a la muchacha.
Aricán pensó que era cierto. Tan sólo había cruzado un par de palabras con la ruda mujer durante el trayecto a la aldea.
—Está bien, puede que tengas razón. Creo que me quedaré aquí por un tiempo. —Casi se arrepintió, pero ya estaba dicho y
no había vuelta atrás.
La alegría de Helen era notable y contagiosa, robándole una irremediable sonrisa a la chica.
—Bien, me alegra oírlo. Te traeré algo de ropa. —Se dispuso a salir de la cabaña cuando un voz tras su espalda la detuvo. —
Espera. ¿Dónde está la morena?". Todavía se le hacía difícil llamarla por el nombre, ya que no se había enterado de cuál era
hasta hablar con la mujer que tenía delante. —No te preocupes por "la grande", ha ido a buscar algunas hierbas para
preparar ungüentos. —La mujer le echó una última mirada comprensiva y salió de la cabaña cerrando la puerta tras de sí.

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—¿Estás segura de lo que dices? Si pertenece a Lord Weillor podemos tener problemas.

—¡Vamos, Trebor! —estaba indignada. —Nadie puede ser dueño de otra persona. Ella..., mejor dicho, ningún ser humano se
merece lo que ese cretino le hizo. —La furia se apoderaba por momentos del rostro de Moraví, con sus ojos enrojecidos y
tormentosos.
—Ya lo sé. —El viejo hizo una pausa, preocupado. —Lo único que me preocupa es que sus tierras están demasiado cerca de
aquí. ¿Qué pasará si alguien la reconoce?

—¿Acaso estas perdiendo coraje? —Era un reto, no una pregunta. —Sabías quién era yo, pero no te importó. Ella sólo es una
sierva que a escapado, ¿por qué te preocupa tanto? —Le atravesó con la mirada. Eran pocas las veces que Moraví lograba
intimidarle, pero tampoco era el caso en ese momento. La dura mirada de su protegida tan sólo le producía cierto dolor.
Intentó hablar serenamente.
—Estoy viejo. Tengo miedo de no poder defenderla. —Su voz sonó más cansada que nunca.

—Eso no tiene por que pasar..., yo estaré aquí. —Esta vez fue más comprensiva. No conocía ese nuevo sentimiento, algo
que le impulsaba a proteger a la chica pelirroja del mismo modo que se sentía obligada a responder con Trebor y Helen.
Pensó que ésa era una forma de devolverle a la vida los favores que le habían sido otorgados.

—Sí, pero no estarás siempre. Tarde o temprano acabarás yéndote de nuevo. Lo llevas en la sangre, esa inquietud, esa sed
de... —el viejo se detuvo, incapaz de completar la frase, acabando con un gesto rabioso de impotencia. Como respuesta sólo
obtuvo la mirada ausente de la joven.
—Esto te importa ¿verdad? Ella te importa. —Moraví enmudeció y bajó la vista. No quería preocuparse. No quería pensar en
su pasado, pero ahora la joven estaba allí, metiendo el dedo en la llaga solo con su presencia y ella tarde o temprano
tendría que enfrentarse a ello.

—Está bien. —El viejo la tranquilizó. —Si es importante para ti, también lo será para mí. Pero prométeme que no te meterás
en líos ¿vale? No quiero quedarme sin la morena más guapa de todo el mundo que conozco. —La sola idea de no poder ver
a Moraví, aunque sea muy de vez en cuando, era similar a clavarle un puñal en el pecho y retorcerlo. "Te quiero demasiado,
mocosa rebelde’.
—No te preocupes. —sonrió. —Todavía tendrás morena para rato, te lo prometo.

Trebor la estudiaba, deseando saber que pasaba por su cabeza. Nunca la había visto con ese tipo de ansiedad. Temía que
pudiese vengarse del agresor de la muchacha al verse reflejada en ella, aunque no fue Lord Weillor quien la atacó en el
pasado. Podría suceder que su impotencia ante sus verdaderos verdugos se transformara en ira ciega contra los que
abusaron de la joven. Y ya había demasiado rencor y odio acumulado en ella.
—¿Es muy joven? —preguntó para romper el silencio.

—Tanto como lo era yo cuando me trajiste aquí. —Su voz sonó como un gemido bajo, y su pensamiento retornaba por
momentos al agitado pasado.

—Olvida mis dudas. —Trebor la cautivó cariñosamente con la mirada, pero con cierto deje de preocupación. — ¿Tienes todo
lo que necesitas?
—Sí, gracias por tu ayuda. ¡Uff! Espero que se deje curar. Esto le va a doler. —Cogió el pequeño cazo con el ungüento y
salió del horno de su viejo amigo. Lo último que oyó al salir fue casi inaudible. "Procura no asustarla mucho". Levantando
una ceja se alejó escondiendo la preocupación bajo una falsa sonrisa.

El viejo se quedó pensativo. ¿Qué tenía la chica que había causado tanta ansiedad en su morena? Sólo esperaba que sea lo
que fuera ayudara a Moraví. Ella no tenía superado su pasado y parecía que la nueva llegada la hacía enfrentarse a él. Puede
que sin saberlo esto fuera una bendición para ella, por tanto tenía la esperanza de que la joven no se marchara, y, bueno...
de que nadie la descubriera también. "Seguro que Helen se habrá hecho cargo de la joven". Era muy afortunado de tenerla
junto a él; la mujer siempre transmitía paz, y en los momentos difíciles era capaz de mantener la compostura sin
desmoronarse. Finalmente dejó que sus pensamientos se disiparan en el aire, siguiendo con la labor del horno, sacando con
una pala el pan de la brasa. Ya conocería a la joven más tarde.

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Buscó bajo la oscuridad de la cabaña a Aricán, dándole un vuelco al corazón al no encontrarla. "¡Dios!, espero que no se
haya ido". Sin pensarlo dos veces salió presurosa de la cabaña, arrollando en su loca carrera a Helen.
—¡Augh! —La mujer de mediana edad cayó atónita en el suelo, con la imagen de que una mula le había dado tremenda coz
en la cabeza.
Moraví estaba de pie, pero también se quedó algo aturdida.
—Lo siento... yo...
—¿Acaso quieres matarme? —Se tocaba la dolida cabeza mientras la morena la ayudaba a levantar, sin darse cuenta de
quién era.
—Lo siento de veras. Yo sólo iba en busca de la joven. Creo que ha escapado.

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—¡Ah! ¿Es eso? —respondió tranquilamente, con conocimiento de causa. — ¿Qué demonios tienes en el hombro? ¿Acero? —
Sus primeras palabras detuvieron a Moraví, mirando a Helen interrogante. —No te preocupes, está en el granero. La he
instalado allí.
La morena resopló con alivio. —"¡Uff, menos mal! Espera... ¿ha dicho en el granero?". Con mirada de hielo y como un eco
de su pensamiento preguntó.

—¿La has instalado en el granero? Y ¿a dónde se supone que iré yo? — por el tono de voz utilizado era evidente que estaba
molesta.

—¡Vamos Mora! —a Helen le gustaba llamarla así, era más corto y le parecía que iba a tono con el color de su piel. —¡Auch!
Duele.... —se frotaba incansable su cabeza, haciendo esperar impaciente a la mujer más joven con la ceja levantada
esperando una explicación. — En el granero hay sitio para las dos, es bastante amplio ¿no crees? —Su voz sonó dura, pero
contradictoriamente se sentía divertida al ver la perplejidad de la mujer oscura, aunque sintiese un dolor de mil demonios.
—Pero...

Sus palabras se ahogaron al ver que Helen ya le había dado la espalda entrando en la cabaña.

—Más vale que vayas a echarle el ungüento antes de que se seque. —Le gritó desde dentro. —Y si te sobra tráeme un poco.
Moraví prestó entonces atención al cuenco que tenía en las manos. No se le había caído después del duro encontronazo con
Helen pero se había olvidado de él por un instante. Después de estar como una tonta mirando la forma del "tarrito’ despertó
con un gesto casi cómico, irguió una ceja mientras dirigía su mirada al interior de la cabaña y se alejó en dirección al
granero.

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La pelirroja estaba dormida sobre un lecho de paja. El sueño la había vencido finalmente. Moraví la observaba, incapaz de
despertarla, aunque tendría que hacerlo, pues la medicina que había preparado se secaba rapidamente, y las hierbas no
eran fáciles de conseguir. Se había hecho amiga del hechicero, del que había aprendido sus dotes para curar. La gente temía
a Merón por sus conocimientos, pensaban que era un mago poderoso. Quizás lo fuera, después de todo, pero gran parte de
su sabiduría era debida a su capacidad de observación, algo que le llevó a ser un gran conocedor de la naturaleza y sus
secretos. Había explotado todos los recursos naturales, y ella era una de las afortunadas de ser su discípula, bueno, quizás la
única. Siempre se preguntó por qué la había elegido. El gusanillo por aprender le había llevado aún más lejos: ya pertenecía
al mundo de la piratería antes de conocer a Trebor, a veces podía ser bastante salvaje y cruel, pero también era curiosa, lo
que le hacía estudiar los recursos curativos de tantos sitios donde había estado.
Conocedora como era de las hierbas, mezcló en el ungüento bardana, cola caballo, lavanda y algunas especias. La dos
primeras curarían las infecciones y borrarían las cicatrices, la lavanda, combinada con las demás, haría de calmante y
serviría de loción refrescante. Ahora solo faltaba que fuera eficaz con la pelirroja.

Después de tomar aire y soltarlo en un intenso suspiro decidió despertar a Aricán, acercándose al cuerpo dormido. Le sacudió
el hombro, provocando que unos soñolientos ojos la miraran sin entender. Finalmente la joven dió un respingo, sobresaltada
con los luceros de azul claro. Intentó erguirse, pero Moraví la sostuvo intentando calmarla.
—No te asustes. Estás a salvo. —Le molestaba un poco provocar siempre esa reacción en la pelirroja.

La joven respiraba con dificultad, aun sobresaltada, pero poco a poco se iba estabilizando. "¡Ey!, estás en un pajar, en un
poblado, lejos de las murallas del Feudo.’ Suspiró, liberando con ello la tensión.

—He traído un ungüento, te calmará el dolor de los cortes. —Tras una pausa siguió, controlando la reacción de la joven. —
Sirve también para curarte el abdomen y no dejar cicatriz.
La joven alzó una mano asiendo a Moraví por la muñeca del brazo que sostenía el cazo. La acercó para ver el contenido.
—¿Borrará la marca? —preguntó levantando la vista para mirarla directamente a los ojos.
Moraví vaciló.
—Lo he usado otras veces. Funciona bien si la quemadura es poco profunda.

—Oh..., ¿qué debo hacer? —De repente no tenía miedo. La sola idea de pensar que podía borrar  toda marca de su cuerpo le
hacía sentirse esperanzada.
 Ocultando el asombro por el interés repentino de la joven pelirroja Moraví contestó.
—Hay que saber la cantidad exacta que se debe poner según el tipo de herida. —La joven le pedía a gritos con la mirada. —
Si... si quieres te lo unto.
Por primera vez en mucho tiempo vaciló. Le parecía extraño: con sus encantos naturales y una gran frialdad era capaz de
conquistar y enamorar a un hombre hasta el punto de hacerle perder la cabeza, ¿cómo era posible que se sintiera insegura
ante una joven tan....  indefensa?, se recriminaba a si misma.
Aricán pensó que tendría que pasar otra vez por el mal trago, pero al menos era ante la misma persona y esperaba que no
revelara a nadie hasta qué punto su cuerpo estaba dañado.

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—Humm... yo... ¿sirve también para otros sitios más... quiero decir... más...? —No pudo terminar la frase, pero Moraví la
entendió.

—Te refrescará, aunque necesitarás más días de tratamiento. —Su voz se endureció. "¡Hijo de perra!, si te pongo la mano
encima..." Se sorprendió ante los ansiosos ojos de la joven. —Puedo recolectar lo que se necesita y enseñarte a... —La
joven, sin esperar a que acabara empezó a desnudarse. —.... prepararlo.

Aricán se desvistió por completo, dejando ver todo su cuerpo a la sanadora. Esta vez no estaba ruborizada, además, era una
forma de devolver la deuda, ¿acaso ella no había visto a la morena desnuda en el bosque?. Se concentró en lo que venía a
continuación. Su rostro se cubrió de un dolor que iba más allá del daño físico. Su alma estaba apenada, se sentía
avergonzada y sucia, pero esperaba que su curación completa borrara todo su pasado y con ello esas sensaciones negativas.
Moraví la observó, estudiando nuevamente cada corte, deteniéndose en los morados de la entrepierna.

—Vale, date la vuelta. Me será más fácil empezar por los cortes de la espalda. —Además, de esta forma podría ocultar a la
muchacha los sentimientos que pudieran transcribirse en su rostro. —Errr... Aricán, esto te va a doler. —le advirtió. Se giró y
buscó en sus pertenencias una bota de vino y unas vendas. —¿Quieres beber un poco?
—No, estaré bien. —Dicho esto sintió cómo unas manos expertas presionaban las vendas en su espalda, limpiando y untando
el ungüento en cada una de sus heridas. Soportaba el escozor como podía, mordiéndose interiormente los labios, con ojos
enrojecidos.
Moraví sabía por lo que la joven estaba pasando, esto hacia que trabajara con rapidez. Terminada la parte de atrás extendió
una manta limpia sobre su lecho de paja.
—¡Túmbate! —ordenó. —La parte de delante será peor. Lo soportarás mejor en esta postura.

Al colocarse en el lecho y rozar su espalda con la manta, Aricán soltó un gemido ahogado dejando que las lágrimas corrieran
libres por su cara.
La morena se acuclilló a su lado.

—Lo siento mucho, pero es la única forma de que te cures. —Acercó su mano a la fina piel del rostro y la acarició, secando
las lágrimas. Se sorprendió a si misma en ese gesto, definitivamente esta chica le tocaba el alma. —Abre las piernas, quiero
ver el daño que tienes ahí.
Aricán obedeció, influida por el tono de voz en que lo había dicho. No había malicia en sus palabras, así que la muchacha,
confiada, se preparó mentalmente para el contacto.

Moraví pensó que la pelirroja era muy valiente. Después de observarla, no sin dejar de sentir una inmensa rabia por lo que le
habían echo, puso un poco del potingue en una venda y la colocó en la mano de la joven. No quería que se sintiera
incómoda.
—Esta cantidad será suficiente. Extiéndela sobradamente, ... y aguanta todo lo que puedas, ¿eh?

La pelirroja se sorprendió un poco, sintiéndose algo decepcionada, pero obedeció y se untó ella misma la parte externa de
sus genitales. Por acto reflejo, la joven agarró fuertemente con la mano libre el brazo de Moraví, al que apretó con fuerza
vengativa ante el dolor que sentía.
—¡Auch! —Sus ojos estaban estrechamente cerrados, por lo que no pudo ver el gesto compasivo y dolorido en los luceros
azules.

Moraví se quedó quieta en el sitio, esperando a que la joven dejara de apretar sobre su brazo. Al hacerlo, su muñeca quedó
marcada bajo la presión de los dedos. "¡Vaya! Eres fuerte". Intentó animarla con una retadora sonrisa. Aricán le respondió
con una gesto forzado en su boca. Casi se había quedado sin aliento, pero ya se sentía mejor.
—Bien, ¿crees que soportarás lo que queda?

—¿Puede ser aun peor? —dijo con lastimada voz.
—No, lo peor ya ha pasado.

—Oh, entonces lo aguantaré. —contestó confiada. —¿Puedes darme un trago? Creo que lo necesito. —La morena le alcanzó
la bota, de la que bebió de golpe. El alcohol, al bajar por su garganta,  la calentaba y se sentía mejor.
Moraví la miraba impresionada. "¡Caray!. Espero que no bebas así con frecuencia." Bromeó.
La joven le sonrió, algo acalorada. Definitivamente el vino le sentó bien.
—¿Quieres seguir tú? Te daré la cantidad a poner en cada una. —Moraví se refería a la heridas.
—No, son muchos cortes. Contigo se acabará más rápido. —Y créeme, estoy deseando que acabe, pensó.
La mujer mayor untó con el ungüento cada una de las heridas de su delantera, empezando por un corte en el cuello,
pasando a los pechos, a los que ya había atendido en el río, para detenerse cuidadosamente en la cicatriz del abdomen,
donde masajeó ligeramente siguiendo el sendero con sólo dos dedos presionando la tela. Pese a lo delicado del trabajo,
Aricán tuvo que recurrir de nuevo a agarrarse del brazo de Moraví si no quería acabar gritando como una posesa. El escozor
era casi insoportable, pero era consciente de que su curandera estaba haciendo su labor con mucha suavidad.

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Moraví acabó con la quemadura, retirando el paño, pero se vió tentada a acariciar con sus dedos la piel de los alrededores.
Sin perder el contacto, se quedó hipnotizada sintiendo la suavidad bajo su mano, que la atraía como un imán. Poco a poco el
agarre de la joven fue perdiendo fuerza bajo la calidez y el relax de la caricia. Así quedaron durante un rato, la joven con la
mano sobre el moreno brazo de su sanadora, sintiendo el calor del roce, y la otra ensimismada con la suavidad de la sana,
tersa y rosada piel. Había química entre ellas, una comunicación sin palabras que hacía que ambas se sintieran relajadas.
Finalmente Aricán perdió toda su fuerza y se durmió. Entonces Moraví se soltó suavemente, la cubrió con una manta, se
detuvo un último instante para contemplar el apaciguado rostro de la joven y salió sigilosamente del granero.

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El resto del día fue como cualquier otro en la sencilla vida de los aldeanos. Moraví compartió el trabajo, dedicándose a los
animales. Ordeñó las vacas, limpió los establos, cepilló los caballos, dió de comer a las gallinas y aún buscó más que hacer,
todo con tal de no estar dándole vueltas a la cabeza.
Helen se encargaba de dar una vuelta de vez en cuando por el granero, cerciorándose de que todo iba bien.
—¿Qué tal la encuentras? —preguntó Moraví al ver a Helen regresar de la estancia de la joven pelirroja.
La mujer la observó con un gesto curioso.

—Duerme y no tiene fiebre. ¿Cuántos días crees que habrá estado sin descansar?
Encogiéndose de hombros contestó:

—No lo sé. Puede que dos o tres. —Se acarició el mentón con cara distraída. — ¿Puedes alcanzarle algo de comer? —Moraví
estaba algo preocupada, era importante que Aricán se alimentara con frecuencia.
—Mora, está oscureciendo. Tú no has parado en todo el día. —La morena la miraba interesada en saber a dónde quería
llegar, con su ceja levantada. — Puedo preparar algo de comer para las dos, y tú deberías llevárselo, ¿no crees? Así te
quedarás allí a descansar. Hoy la labor ha sido intensa.
—No sé... —suspiró. —Creo que tiene miedo de mí. Tú te las arreglas mejor. —Pensaba sobretodo en las veces que su
mirada la había intimidado.

—Y ¿qué harás cuando yo no esté? —el tono de su voz era un desafío. — Además, estoy convencida de que ya no te tiene
miedo. No te infravalores Mora. Has hecho un gran trabajo con ella, la has curado y la has dejado durmiendo
tranquilamente. No estaría así si realmente la horrorizaras, ¿no estás de acuerdo? —Le hablaba con sinceridad, como siempre
lo había hecho. —Bueno, a lo que si debe temer es a tropezar contigo cuando corres. ¡Menuda bestia! —le habló con un
semblante serio, pero aguantaba la risa mientras observaba la carita de perro degollado que se le estaba poniendo a la
morena.
—Yo... ya te dije que lo siento, de veras. —La morena intentaba disculparse nuevamente.

La mujer entrada en años ya no aguantó más y soltó una carcajada. No podía evitarlo, le gustaba verla así, incómoda y
tibuteante.

Era curioso cómo ante el resto del mundo, incluso con Trebor, Moraví se mostraba seria, a veces distante y de mal carácter,
pero con Helen era distinto, la mujer siempre había podido con ella; conseguía pequeños triunfos llevándola a su propio
terreno, venciéndola en un juego de palabras o simplemente robándole una sonrisa.
—¡Helen! Eres....eres.... Tú si que puedes ser mala. Quien no te conoce se equivoca enteramente. —Le dijo frunciendo el
ceño, intentando mostrarse enfadada.

—¡Ja! Pues Trebor no se queja. —Contestó con picardía. Las dos mujeres acabaron riéndose de la locuaz ocurrencia. Tras
ello, Helen siguió su camino dejando a Moraví con su tarea.

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La esposa de Trebor preparó la cena, llevándole una bandeja a Moraví con dos raciones de comida. Inútil sería discutir con
semejante mujer, era muy obstinada, y le gustaba hacer las cosas a su manera, así que Moraví se limitó a coger la bandeja
sin rechistar y se dirigió pausadamente hacia el granero, pensando por el camino la mejor manera de despertar a la pelirroja
sin causar su sobresalto inmediato. "Tal vez debería taparme los ojos, claro, que con la misma podría tropezar y lanzarle
toda la comida encima. Entonces si que se asustaría de verdad." Rió para sí, ¿de dónde salían esos pensamientos?. Se daba
cuenta de que se encontraba muy bien, hasta el punto de bromear con todo el asunto. Y eso era raro, muy raro.
 Al entrar en el granero, volvió a sentirse  insegura. Oyó la respiración pausada de Aricán, con su cuerpo debajo de la
manta. Moraví dejó la bandeja sobre una repisa anclada a la pared que hacía las veces de mesa y se acercó a la joven con la
intención de despertarla, esta vez no la miraría directamente a los ojos.
—Hola.
Ahora fue la morena la que se sobresaltó bajo la suave pero grave voz de la muchacha. Tragándose su sorpresa se acercó
más para comprobar que estaba despierta.
—Te encuentras bien.
—Sí, ese potingue es bueno.

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—Sí que lo es. Verás cómo en un par de semanas estarás bien del todo. —Metódicamente actuó como cualquier cuidador con
su enfermo, tirando un poco de la manta para estudiar las heridas cercanas al cuello. —¿Hace mucho que estás despierta?
La joven pelirroja se encogió de hombros.

—No demasiado. —Se incorporó para hacerle más fácil el trabajo. —¿De veras me enseñarás a preparar el ungüento? —Era
una súplica, aunque intentara que no sonara de ese modo.
Moraví la atrapó con ojos azul intenso.

—Siempre cumplo una promesa. —al instante bajó la vista, giró sobre sus pies y buscó ropas para la joven.

Aricán no pudo evitar dar un respingo de nuevo con esos luceros, la piel de gallina. Estaba segura que más de la mitad de
los enemigos de ésta mujer eran derrotados sólo con el acero de sus ojos. Moraví le alcanzó la ropa que Helen había
preparado, similar a la forma de vestir de las mujeres del lugar, con una falda pantalón de fondillo bajo, amplia pero
cómoda, una camisa marrón oscura sin puños y un jubón sin mangas con cordones delanteros. Unas botas cortas de piel
curtida completaban el vestuario. La joven pensó que era muchísimo mejor que lo que llevaba puesto antes de encontrarse
con la morena.
 Sin prestar atención a la pelirroja, más que nada para dejarla que se vistiera sin presión, Moraví se ocupó en preparar un
lecho al otro extremo del granero, alejada de la joven.
—¿Tú duermes aquí?

—Sipe. —La voz le llegó desde atrás.

—Entonces ésta era tu cama. —Se sentía un poco culpable.

—Justamente, pero no te preocupes por eso, puedo dormir en cualquier parte, sólo necesito un suelo más o menos blando y
un par de mantas. —Moraví se dirigió hacia ella con la bandeja de comida. —Mira, si te vas a sentir incómoda puedo ir a otro
lado.
—No, no es eso. —se explicó. —Me sentiría muy culpable si te vas de aquí. Es que...  me sorprendió un poco, eso es todo.
—Ya. —No quiso explicarle que todo fue idea de Helen. En parte estaba un poco molesta con la mujer de Trebor, pero lo
dejaría correr.
—¿Tienes hambre? Helen prepara muy bien de comer. Mucho mejor que yo. —puntualizó.

—Hmm... Huele rico. Eso era un sí, evidentemente. La mujer morena le alcanzó su ración y comió junto a ella, mientras le
explicaba un poco cómo estaba distribuida la aldea y cuáles eran las cosas más comunes que debía saber.
 

Sigue -->
L A

E S P A D A

D E

H A I T H A B U .

3 ª

P A R T E .

Autora: Obeluxa

CORSARIOS.

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—¡¡Corre, Mora!!

La respiración entrecortada, el aire que falta, el corazón desbocado. El fuerte dolor en el pecho, la rabia, la desesperación.

A sus ojos llegó la imagen de los hijos del Dragón Negro atrapando a Girlock. Una terrible impotencia invadió a Moraví, que
sin poder hacer nada vio cómo esos cerdos clavaban sus sagas en su esposo. Tres heridas mortales, una en el pecho, otra
en la garganta y una tercera a la altura de los testículos. Ella no tuvo tiempo de llorarle, pese a que sentía una gran presión
en el corazón. Corrió hasta que no pudo más, y viendo que la iban a atrapar como cazador a su presa más tarde o más
temprano, liberó su garganta del nudo que la sujetaba y lanzó un grito, el último que daría antes de ser alcanzada.
—¡... Ey! —Un sonido le llegaba de lejos, como el susurro del aire. —Vamos, despierta. Cuando las palabras atravesaron sus
oídos Moraví se despertó y alzó su cuerpo a la defensiva, arrastrando con ella a la pelirroja que la sacudía suavemente por
un hombro. A consecuencia del empujón, Aricán perdió el equilibrio y cayó sobre su regazo, clavándole el codo en el muslo
izquierdo.
Moraví no reaccionó inmediatamente, sino que se mantuvo quieta, tensa y sudorosa, con la mirada perdida y el corazón
palpitando descontrolado.

La pelirroja incorporándose la miró. Estaba asustada. No sabía qué pensar respecto a las emociones que pasaban por el
rostro mudo de Moraví. Ella sólo pretendía despertarla con suavidad al darse cuenta de que sufría una pesadilla. Mil
preguntas pasaron por su cabeza pero no hizo nada al respecto. Prefirió esperar, temerosa de algún tipo de represalia por el
codazo.

Mientras tanto, una perturbada Moraví intentaba tomar aliento y volver al carácter frío y distante que la caracterizaba.
Pasado un tiempo, giró su cabeza y dirigió su intensa mirada a la pelirroja, que hubiese dado cualquier cosa por desaparecer
en ese instante.

—Estabas soñando. Pensé que debía despertarte. — Aricán intentaba explicarse al ver que la morena no decía ni una palabra.
—¿Dije algo? —Preguntó con voz dura y molesta.

Aricán se asustó aún más, enfrentada como estaba a unos luceros azul claro que parecían traspasarla como cuchillas.

—No, sólo gemías y decías cosas sin sentido y... te movías agitada. —explicó, balanceando los brazos como para hacer más
verosímil su versión. Luego se vio tentada a acariciar a Moraví, en un intento de aliviarla pero al estirar el brazo hacia el
rostro, la morena se giró bruscamente en sentido contrario, rechazando la caricia.
—¡Deja! Ve a dormir. Una sombra de dolor se cruzó en el inocente semblante de Aricán, pero no protestó. Miró al
inexpresivo rostro de Moraví antes de alzarse sobre sus pies. Entonces desvió la mirada al techo del granero durante unos
segundos, quizás buscando una explicación desde lo alto.
Sin obtener la respuesta esperada, giró sobre su eje y volvió a su lecho.

Después de que la pelirroja se alejara, y viendo que le había dado la espalda, Moraví en un gesto desesperado se llevó una
mano a la cabeza y frotó con rudeza su cara, como queriendo hacer desaparecer esas pesadillas que volvían a atormentarla
después de algunos años. "Maldita chiquilla", pensó. Estaba muy inquieta, "Tengo que salir de aquí".
No sabía muy bien a dónde ir, pero no podía desahogarse en el granero con la joven a su lado. No la metería en sus
asuntos.
Sin pensarlo más sacudió su cabeza, se levantó sigilosamente y salió al frío de la noche.
La pelirroja oyó la puerta al cerrarse. Moraví la había aterrorizado.

—¿Qué le pasa? En los pocos días que llevo aquí no la he visto de este modo. ¡Dios!, he visto temor y rabia en sus ojos.
Intentaba adivinar qué tipo de vivencia habría hecho que sufriera de ese modo. Quizás hizo mal en despertarla, Moraví se
mostró violenta,... y la pregunta, "¿Dije algo?, ¿por qué le preocupa tanto?, ¿acaso tiene algo que ocultar?, pero ¿qué?. Y...
¿quién o qué es Girlock?"
Después de salir del granero, Moraví se aventuró en una alocada carrera, sin rumbo fijo, tropezando con las ramas en su
camino, haciendo caso omiso a los rasguños en los muslos. Finalmente se encontró ante un acantilado, lejos del poblado,
donde no sería escuchada por nadie.
—¡¡¡Nooooo!!!

Allí lloró, gritó y se derrumbó dejándose caer al suelo. Descargó contra la tierra bajo su cuerpo, golpeando con el puño hasta
brotar sangre de los ennegrecidos nudillos. Así se mantuvo durante mucho tiempo, hasta que el cansancio la venció. No
podía soportar esas pesadillas que le traían a su mente una realidad tan viva que parecía que la había pasado una semana
antes. Su mente le trajo la imagen de Girlock, el único hombre al que había amado hasta el extremo: su corsario, su
amante... su todo. Y esos cerdos acabaron con su vida, con la persona que la había liberado de su mundo, demostrándole
que existen otras formas de vivir, proporcionándole una vida feliz y segura a su lado. Y lo peor de todo es que ella no pudo
hacer nada. Gimió, hubiera sido mejor haber muerto con él entonces.
Años después ella seguía buscando su propia venganza, arrollando a su paso a todo aquel que se interpusiera. Había viajado
por tantos sitios como existían en el viejo mundo, pero en tantos años no había conseguido ninguna pista que le llevara al
Dragón Negro ni a ninguno de sus serviles.
Ahora se encontraba en una aldea, con una joven que le recordaba a cada instante su pasado, volviendo las pesadillas. No
sabía si odiarla por sentirse identificada con ella. Pero no, "¿en qué estás pensando?", la muchacha no tiene la culpa de tu
pasado, además a sufrido mucho, y en el fondo busca lo mismo que tú, huir de su pasado. Esa era la pura verdad, aunque
se mente negara a reconocerlo.

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Intentó calmarse, devolviendo al presente los momentos más felices que había tenido con Girlock. Todo un varón para ella,
todo un valiente para el resto. Sonrió para sí al recordar el semblante serio y fresco de un hombre que hablaba sólo con
mirarla.

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Moraví se encontraba en la bodega del navío, amarrada a un poste. El capitán del barco no quería soltarla temiendo que
intentara lanzarse por la borda, además, la única vez que había estado suelta formó tal revuelo que era mejor mantenerla a
raya.
—Menuda salvaje. —dijo Joe, el grumete.

Necesitaron cuatro hombres para inmovilizar y trasladar a Moraví al interior del camarote. Ella sola había pateado traseros
durante un buen rato sin ser embestida por nadie.

—Dímelo a mí, todavía siento un dolor agudo entre las piernas. —Protestó Bodelé. Estaba muy furioso. —Es una lástima que
el capitán la haya encerrado, si no verías tú cómo le enseñaba modales a la morenita. —El barbudo miraba ansioso hacia la
puerta de la bodega. La destrozaría disfrutando de su cuerpo si le dejaran.
—¡¡Una galera!! —gritó el vigilante desde el puesto de vigía.

—¡Capitán, se acerca muy deprisa! —desde babor otro marinero observaba el avance del navío.
—¿Lleva alguna bandera? —preguntó el capitán Justino de Barracas.
—No se ve nada, pero se acerca muy deprisa.

—¡Mierda!, puede que sean piratas normandos. ¡¡Preparaos para recibir el ataque!!

Desde la bodega, Moraví podía oír los gritos del capitán. La tripulación se movía agitada, corriendo de un lado para otro. Ella
podía sentir los pasos apurados de los marineros y el tintineo de las armas metálicas. Era el preludio de una fuerte batalla.
Moraví no tenía posibilidad de escapar, por tanto se limitó a esperar con todos los sentidos alerta. "¿Quién sabe?, puede que
salga de ésta victoriosa y me ahogue antes de que ningún cabrón me haga suya otra vez, pensó riéndose de su suerte,
"Peces, os llegan alimentos frescos del día".

Más golpes estruendosos mezclados con un intenso griterío llegaron a sus oídos. Después de dos horas, tiempo que le había
parecido eterno, el ruido de la batalla se extinguió y la puerta de la bodega se abrió, entrando en su interior un hombre alto,
rubio y vigoroso al que no reconoció como parte de la tripulación.
La mente de la muchacha trabajó rápidamente, atando cabos. No tardó nada en llegar a la conclusión de que el buque había
sido conquistado.
Detrás del primer hombre entró Justino de Barracas, custodiado por dos piratas.
—¿Es esto lo que tienes? —preguntó el rubio alto con un tono indiferente.

—¡Es una diosa! Íbamos a vendérsela a un noble que pagaría mucho oro por ella —contestó Barracas con voz suplicante.
El hombre se acercó a la muchacha. Fue entonces cuando Moraví vio por primera vez el sereno semblante de Girlock.

—No parece gran cosa —dijo con intención de molestar aún más al ya humillado Barracas. Girlock disfrutaba plenamente con
esto. Le gustaba ver al capitán indefenso, temeroso de lo que ocurriese con su vida. Como pirata, esperaba un buen botín,
no una sierva. Pero contaba con que acabaría haciendo un trato con los esclavistas al ver que sus importantes pertenencias
no se encontraban en la nave. Se llevaría a Moraví, de momento. Ya daría con ellos más tarde y se vengaría por la trata de
esclavos. Porque si había alguien que amara realmente la libertad ése era Girlock; si él era libre para decidir, por qué se le
debía privar de libertad a los demás. ¿Acaso no éramos en el fondo todos iguales? ¿No es cierto que la sangre de todos los
mortales es del mismo color?
A pesar de que sus nervios estaban a punto de hacerle saltar sobre su víctima para arrancarle los ojos, el corsario seguía
mostrando un sereno e indiferente semblante.
—Haremos esto —Girlock rompió el silencio que torturaba al desaliñado y descompuesto Barracas. —: me darás todo lo que
tengas de valor e incluirás a la chica —dijo sin retirar la mirada de ella. La respuesta de Moraví no se hizo esperar, y sus
ojos centellearon hasta el punto de querer atravesarlo con la mirada. Tal era el odio que sintió por el hombre que intentaba
apoderarse de ella como si se tratara de un objeto.
—Y si hago eso, ¿de qué viviré? —preguntó el capitán. —Con la venta de esta diosa tendremos mucho dinero para repartir.
Girlock se acercó al tal Justino con una tranquilidad que helaba la sangre de su enemigo. Inmediatamente el capitán se dio
cuenta de su peligrosa osadía. Cuando estuvo lo suficiente cerca, dejando sentir su respiración en el rostro del otro le
contestó:
—Si no me la das no tendrás que preocuparte por tu vida. ¿No crees?
La sutil amenaza fue como un jarro de agua fría. Justino de Barracas, el arrogante hombre que nunca había sido derrotado,
tenía ahora el rabo entre las piernas.
—¡Gordon! —el corsario llamó a uno de sus marineros, —¡Saca a la chica de aquí! —Después de eso salió de la bodega.

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—¡Hijo de puta! —Gruñó por lo bajo.

Esto era algo de lo que Justino se acordaría siempre. El botín de su vida, una Hija del Sol, robada ante sus narices por un
jovenzuelo que apenas tendría la mitad de experiencia que él. La pérdida de la chica le dolía. Y es que en estos tiempos,
una joven como Moraví era muy difícil de encontrar.

Sobre Moraví y las que eran similares (si es que existía alguna más) había una leyenda. Las Hijas del Sol eran mujeres muy
hermosas, procedentes del Norte de África, con la piel morena y tersa y con algo fuera de lo común, sus ojos, azules como
el día. Para cualquier rey o gran señor, poseer una hermosa mujer como ésta era como tener un amuleto de la suerte y eran
capaces de dar una inmensa fortuna por ellas.
Barracas dirigió su mirada por última vez al cuerpo de la joven, con los ojos rabiosos y la mandíbula apretada. Moraví le
devolvió el cumplido, sonriendo con sarcasmo, contenta de ver al Barracas humillado. Al menos la vida le proporcionaba
estos cortos momentos de placer que ella jamás dejaría escapar.
Ya se preocuparía más tarde de trabajar algún plan para separarse del nuevo cabrón que pretendía adueñarse de ella.

En la galera de Girlock, el capitán se vio obligado a ordenar que encerraran a la joven. Su actitud agresiva demostraba que
estaba muy asustada. —Como una presa acorralada —pensó. Sin conocer su filosofía, Moraví lo odiaba por haberla
comprado.

La encerraron en un camarote sin lujos pero espacioso. Moraví pensó que se trataba de la estancia del hombre que estaba al
frente de la tripulación, ya que era un lugar cómodo. En el cuarto había una gran mesa donde se extendían unas cartas
astrales y unos mapas. A babor se situaba una estantería de troncos donde estaban colocados algunos libros y objetos de
poco valor. Al fondo, un catre amplio, donde podrían dormir perfectamente dos personas. Esto le hacía tener previsión de
futuro, un futuro que no le gustaba en absoluto. Todos los objetos de la habitación estaban a la vista, no parecía haber nada
escondido. A pesar del odio que profesaba hacia Girlock, no pudo dejar de admirar lo ordenado y pulcro que debía ser. El
camarote hablaba por sí mismo.
Moraví reconoció una daga que se encontraba en la estantería. Sin pensarlo la recogió y la escondió entre sus ropas con
rapidez, mientras se oía el cerrojo de la puerta del camarote al abrirse. Girlock entró en el camarote y volvió a cerrar la
puerta. La joven morena no le quitaba la vista de encima, estudiando cada uno de los movimientos de su posible
contrincante.
El hombre se acercó a ella. —No tienes nada que temer. Yo no voy a venderte.

Ella seguía con los ojos fijos en él, sin cambiar de actitud. Entonces Girlock se acercó más. Moraví, con un ágil y rápido
movimiento sacó la daga y le atacó de frente. Girlock no se dejó sorprender y paró el ataque agarrando a Moraví por la
muñeca fuertemente, haciendo que soltara la daga. Después de eso la empujó echando todo su cuerpo sobre ella y la atrapó
contra un poste central que atravesaba la habitación.
Moraví quedó inmovilizada de inmediato, con sus dos manos agarradas, la daga en el suelo, su corazón desbocado y la
respiración entrecortada. Sus ojos se cerraron, sin poder soportar la intensidad de los ojos grises que la atravesaban.

—¡Escucha!, no quiero hacerte daño. —Girlock aflojó la presión pero al ver que la chica se revolvía resuelta, volvió a
empujarla, elevando sus brazos por encima de su cabeza. Los pechos de ella sentían la presión del tórax de Girlock, algo
que la turbó momentáneamente. —¡Mírame! — La zarandeó.
Moraví abrió tímidamente los ojos, enfrentándolos a los luceros grises. El hombre parecía leer a través de su alma.
—Te devolveré a tu lugar de origen pero sólo si dejas de comportarte de ese modo.

Mora habló por primera vez. —¿Qué quieres decir? — era un desafío que no pasó por alto. —No voy a darte nada.
—No quiero nada de ti. Sólo quiero devolverte a tu sitio.

La joven vaciló, no sabía qué creer. —Entonces, ¿por qué me salvas? —No estaba acostumbrada a recibir sin tener que dar
nada a cambio.

Girlock, nuevamente aflojó la presión. Su mirada se dulcificó mientras observaba el turbado rostro que tenía enfrente. —No
mereces ser la esclava ni el amuleto de ningún rey.
—¿Y la tuya? —Moraví preguntó con desconfianza.
—No te quiero como esclava. No quiero ser dueño de nadie. — Tras una pausa prosiguió. —¿Podré soltarte sin que intentes
asesinarme?

Moraví asistió con la cabeza. Este hombre era fuerte y la asustaba, pero a la vez su instinto le decía que debía confiar en él. 
Girlock la liberó del agarre, apartándose un poco de su cuerpo, pero quedándose lo suficientemente cerca como para sentir
los latidos nerviosos del corazón de la joven mujer.
—Mira, te quedarás en el camarote. Será tuyo durante el tiempo que estés aquí.
—¿A dónde irás tú?. —Su voz denotaba todavía algo de temor.
—Dormiré con la tripulación, de ese modo comprobarás que no quiero nada de ti. —Fue la respuesta del corsario. Dicho esto
le dio la espalda, recogiendo la daga del suelo. Pensó que no sería bueno dejar en el camarote ningún objeto punzante. La
chica no se fiaba de él, y ese sentimiento era mutuo.

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Durante un tiempo todo sucedió como el corsario propuso. Moraví se quedaba a dormir en el camarote del capitán de la
galera normanda, con el cerrojo puesto. Girlock se acomodó con la tripulación. La joven morena fue cambiando poco a poco
su actitud agresiva hacia el hombre que, sin saberlo, le había salvado la vida. El odio de un primer momento fue dejando
paso a cierta admiración por el joven corsario. Alababa su capacidad de dominar a su antojo a un atajo de hombres rudos y
mayores que él. Era inteligente y sabía muchas cosas.
Poco a poco fue creciendo cierta cordialidad entre ellos. Moraví se movía libremente por las dos cubiertas del barco. Los
hombres de Girlock clavaban sus ojos en ella pero todos la trataban con mucho respeto. Nadie cometería el error de ir
contra las normas de su jefe, y una de ellas era no molestar a Moraví. Quien osara tocarla sería arrojado de inmediato a los
tiburones.

El corsario guió la galera hacia el sur de Hispania, tal y como le prometió. Pero una vez cerca allí, Moraví comprendió que no
tenía sentido el regreso. No había nada que la atara al sitio. No había nadie esperando.
—¿Qué sucede? Hemos llegado, eres libre. —Girlock sentía quedarse sin su compañía pero a la vez estaba satisfecho de
devolverla a su hogar.
—Todo es diferente. —Explicó Moraví. —No hay nada que me ate a este lugar.
—¿Entonces qué harás?

—Yo..., aún no lo sé, quizás me enrole en algún barco.

Girlock pensó que la joven deliraba. —¿Te has vuelto loca? ¡Nadie te cogerá como grumete, ni siquiera como cocinera?
¿Quién querría enrolar en su barco a una... (tibuteó) a una hermosa joven que no haría más que complicarlo todo?
—Puede que tú.

Moraví lo estaba volviendo loco. Ya era bastante difícil para él tener que aguantar la tentación de intimar más con la joven.
¡Y ahora le pedía viajar con él! Su mente le indicaba soluciones razonables, mientras que su corazón se movía por un camino
ilógico.
—¡Escucha! ¡No puedes venir conmigo! —musitó él muy quedamente.

Moraví escondió su rostro. No sabía qué le estaba pasando pero tenía claro que no quería alejarse de Girlock. Entonces el
hombre le agarró suavemente la barbilla y, alzando su cara, la enfrentó a su mirada. Moraví podía sentir cómo Girlock
miraba a través de su alma. Hasta cierto punto se sentía completamente desnuda, con sus sentimientos expuestos cual libro
abierto.
—¿Por qué quieres quedarte? Éste es tu mundo. Estarás entre los tuyos —le dijo con voz suave, intentando convencerla.

—No. Llevo mucho tiempo lejos de aquí. Nadie me espera. — Por una vez en su vida Moraví tenía tentaciones de suplicar. De
alguna manera sentía que Girlock era una puerta abierta hacia una nueva vida.
El corsario no podía soportar ver la angustia que se estaba formando en los luceros azul claro, por lo que resignado hizo una
nueva proposición.
—Está bien. Podrás quedarte, pero como uno más entre la tripulación. —El velo de angustia en los ojos de la muchacha se
fue apagando.

—Tendrás que ganarte la comida, y si te metes en líos con los marineros, deberás defenderte tú sola —continuó el hombre.
Ahora Moraví sonreía abiertamente. —Quiero recuperar mi camarote, así que si quieres quedarte en él y no dormir con la
tripulación tendrás que dormir en el suelo. —Girlock quería ponérselo difícil.
—Eso no será problema —contestó Moraví convencida.

—No será fácil, así que deja de sonreír de una vez. —La brusquedad de sus palabras le dejó sorprendido. —Vete ahora.
Moraví se alejó y lo dejó solo. Girlock se preguntó entonces cuánto tiempo pasaría antes de que no aguantara más su
atracción por la joven. El tal Barracas tenía razón en una cosa, Moraví era una diosa.

Esa misma noche, después de volver a desviar el rumbo de la nave, Girlock se entretuvo durante horas mirando las estrellas.
Pensó en dividir su camarote en dos, de ese modo no se vería tentado por la belleza de Moraví. La joven era lista, y estaba
convencido de que se haría un puesto entre los suyos. Su fuerza no pasaba por alto y, pese a su juventud, tenía un cuerpo
bien formado y musculoso.

Cuando regresó al camarote, en la penumbra pudo notar el bulto que denotaba que Moraví estaba dormida en el suelo, lejos
de la cama. Con su respiración constante y tranquila, estaba claro que confiaba en él. Girlock pensó que ése no era lugar
para una diosa. Él podía dormir en el suelo. Sin pensarlo dos veces se acercó a la joven y la despertó agitándola suavemente
del hombro. Moraví dio un respingo y se puso alerta.
—Errr..., lo siento. No quería asustarte.
—Pues lo has hecho —contestó la joven con un tono tenso. —¿Sucede algo?
Girlock se sentía algo ridículo. —No..., no. Sólo quería comprobar que estabas bien, y... bueno, proponerte que te acuestes
en la cama.
Moraví lo miró asombrada, con los ojos muy abiertos. Estaba empezando a pensar que se había equivocado con Girlock,
aunque si quería ser sincera, en el fondo la idea no le parecía tan mala. Girlock, al comprobar la reacción de la morena no le
dejó tiempo a replicar.
—Yo me acostaré en el suelo —resolvió.
—Pero ese es tu lecho. Habíamos hecho un trato y yo estoy de acuerdo con quedarme en el suelo.

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—Lo sé, pero durante estas semanas he estado durmiendo sobre tablas y no sé si seré capaz de coger el sueño en una
superficie tan blanda —mintió descaradamente. —Podías haberte inventado una excusa mejor —pensó.
—¿Y si nos turnáramos?. Ya que yo estoy en el suelo duermo esta noche aquí y mañana lo harás tú — Pensó que con eso
dejaba zanjada la estúpida cuestión, así que se volvió a acomodar y le dio la espalda a Girlock.

El corsario quedóse como un tonto, mirando el cuerpo tranquilo de la durmiente. Con un bajo —de acuerdo —se dirigió a su
cama y se acostó. Por supuesto, no durmió en toda la noche.
Lo que el rubio hombre no sabía es que Moraví tampoco durmió, sintiendo toda la noche cómo un flujo de sensaciones
desconocidas hasta ahora se hacían dueña de su cuerpo y su mente.
Al día siguiente todo pasó en el barco con normalidad. Moraví se entregó de lleno al trabajo, aprendiéndolo todo muy
deprisa. Tuvo un pequeño percance con un marinero, pero salió airosa y sin pelear del encontronazo.

Durante todo el día, muchacha y corsario se esquivaron, sintiendo que llegara nuevamente la noche. Después de que el sol
se escondiera en el horizonte la noche anterior empezó a repetirse. Moraví regresó al camarote, mientras que Girlock se
entretuvo con los marineros durante largo rato. Fue el último en irse a dormir, con la esperanza de que la joven se hubiese
entregado ya al mundo de los sueños. Cuando entró en el camarote no pudo evitar la tentación de acercarse al lecho y
comprobar que estaba dormida. Nuevamente notó la respiración tranquila de la joven. Sus ojos, acostumbrados a la
penumbra, se clavaron en el rostro de Moraví, estudiando cada detalle del mismo. Se sentó en el borde del lecho y, sin
apenas tocarla, pasó sus dedos por la cara de la mujer. Ella no se alteró, por lo que Girlock llegó a la rápida conclusión de
que estaba profundamente dormida. —Bien —pensó, dispuesto a seguir un rato más recorriéndola con la mirada.

Esa noche hacía bastante calor, por lo que Moraví se había acostado sobre las mantas. Girlock podía imaginar cómo era el
cuerpo escondido bajo las ropas de la mujer. Ese pensamiento alteró sus hormonas, así que bruscamente sacudió su cabeza
y se dispuso a levantarse y alejarse de allí. Una mano lo agarró del brazo.
—Quédate.

Las palabras cayeron como un jarro de agua fría.

—Aquí hay espacio para los dos y... después de todo es tu lecho. —Moraví explicó con voz ronca y suave.
La mano de ella sobre su brazo ocasionó un cosquilleo por la espalda de Girlock. Estaba muy nervioso.
—Creo que eso no sería una buena idea —contestó turbado.
—¿Acaso no te gusto?

—Oh, no. No es eso. Es sólo que yo... bueno, tú no... pensé que... —Girlock se quedó sin respuesta. ¡Claro que deseaba
quedarse!

Una amplia sonrisa se apoderó del rostro de Moraví, quien tuvo que hacer un gran esfuerzo para no reírse sonoramente.
Siempre había visto a Girlock seguro de sí mismo, tomando el control de las distintas situaciones que surgían en su camino.
Pero ahora se comportaba como un niño, totalmente inseguro. —Habrá que ayudarle entonces —pensó.
—Acuéstate —ordenó con suavidad mientras tiraba de su brazo.

Girlock se dejó llevar, hasta que recostó su cuerpo al lado del de ella. No estaban pegados pero podía sentir el calor que se
desprendía del otro lado del lecho.
Moraví soltó su brazo. De inmediato Girlock sintió la pérdida de su contacto y emitió un sordo gemido como protesta. Se
sentía agarrotado y nervioso, incapaz de moverse del sitio.
La joven se apoyó en su brazo, con la mano acunando su cabeza. Sus ojos observaban al hombre. Con la mano libre
masajeó el brazo derecho de Girlock. —¿Te encuentras bien? —preguntó preocupada por la falta de reacción.
—¿Eh?... Oh, sí. Estoy bien.

—¿Quieres que me vaya? —ahora era ella la que se mostraba algo insegura.

Haciendo acopio de valor, Girlock se incorporó de lado, la atrajo hacia sí y rozó los labios de la joven con los suyos propios.
—No. No quiero que te vayas.
La mano de Moraví dejó el brazo y alcanzó la tez de la cara de su compañero. Con el pulgar acarició su mejilla hasta
alcanzar sus labios, donde se detuvo. Girlock estaba perdido bajo el influjo de esos ojos de un intenso azul claro. Eran
hipnóticos. La suave caricia de la mujer le erizaba los pelos. Con delicadeza agarró la mano y la besó. Moraví retuvo la
respiración, ignorando el nudo y el hormigueo que se formó en la boca de su estómago. Quería probar esos labios, así que
empujó al rubio, acostándolo sobre su espalda y lo besó en profundidad agachándose sobre él, gozando de la suavidad de
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La Espada de Haithabu de Obeluxa

  • 1. L A E S P A D A D E H A I T H A B U . 1 ª P A R T E . Autora: Obeluxa LA BRASA. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Madrugada de un día cualquiera. El bosque invitaba a resguardarse del frío, pero la tierra bajo sus pies iba aumentando de temperatura. Las llamas se extendían con rapidez por el poblado, amenazando con calcinar todo lo que cogiera a su paso, pero ella no tenía tiempo de pensar. Había perdido toda noción de espacio y tiempo. Tan sólo se concentraba en evadirse mentalmente del cruel castigo al que estaba siendo sometida, mientras sentía la cálida humedad resbalando sobre su piel a medida que se abrían sus heridas, para luego dejar paso a un intenso frío y un dolor aún mayor. Sus manos se asían fuertemente contra las sogas por las que estaba atrapada y un gesto retorcido parecía haberse apoderado de su rostro en un intento desesperado por dejar a un lado el sufrimiento que esos cerdos le estaban proporcionando. De ninguna manera les daría la satisfacción de verla gemir, aunque muriera en el intento. Más golpes de látigo, más dolor..., sin darse cuenta cayó en un estado de seminsconciencia. Ya sólo percibía de lejos el estallido de los látigos contra su piel desnuda, herida, sangrante... y terminó todo, Por último cayó en un sueño profundo, ... un descanso ... ¡al fin! ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: —¡¡¡Dios mío, Trebor!!! ¡Sólo es una cría! ¿Qué clase de inhumano pudo llegar a hacer semejante barbarie? —La mujer, apesadumbrada se acercó a la chica semidesnuda amarrada de pies y manos, con el cuerpo estirado en dirección a dos troncos que se erguían a cada lado de la muchacha. Trebor era un hombre que había vivido demasiado, ...tantas situaciones sin sentido..., tanta injusticia. Miró a la chica,  sin entender por qué sus agresores la dejaron allí, mientras no quedaba nadie más ¿Qué querían demostrar con ello?. —Será mejor que la bajemos, al menos le daremos una despedida entre los nuestros, será lo único que podamos hacer aquí. —Su voz sonaba baja, dolida, mientras giraba a su alrededor en un fracasado intento de rescatar algo más del lugar que despedía un fuerte olor a tea calcinada. Poca resina quedaba ya de los árboles cercanos a una aldea de la que sólo permanecía el recuerdo. No quedaba nada, ni una sola cabaña, todo arrasado... Pensando estaba cuando la voz aguda de su compañera le sobresaltó, dando un respingo. —¡¡Trebor, respira!! ¡La niña respira! —Helen empezó a desatarla con desesperación y a ello se unió el hombre de barba blanca, haciéndola detenerse en su deseperados esfuerzos. Alzando el brazo hacia su hombro le indicó que tuviese más cuidado. Aunque hubiera algún indicio de vida, las probabilidades de que siguiera adelante eran remotas, muy a su pesar. La muchacha gimió como respuesta al movimiento, pero pronto dejó de emitir sonido alguno. Una vez en el suelo, Helen corrió a la parte trasera de la carreta en busca de unas mantas, las trajo y envolvió el cuerpo de la joven con el fin de darle algo de calor. Era difícil calcular cuánto tiempo habría estado amarrada, expuesta al aire y herida, pero lo que si era cierto es que quizás había pasado demasiado, pues su cuerpo estaba muy frio, algo contradictorio al calor que emitía la tierra bajo sus pies. El hombre se puso en movimiento rapidamente, levantando el cuerpo con bastante facilidad, a pesar de la edad. Su físico, imponente, medía más de metro ochenta y su torso ancho dejaba entrever muchos años de sacrificio dedicados a trabajar la tierra. Sus manos, grandes y callosas, rodeaban el cuerpo debilitado e inerte con una delicadeza inusual. Aunque era evidente el mal estado que presentaba, pensó que la joven era preciosa, y, no sabría explicarlo, pero de alguna manera le era familiar. —Pónla aquí, sobre la paja. Yo iré detrás, con ella, ¿vale?... al menos le daré algo de calor. La muchacha quedó así, extendida en la parte trasera del carruaje, con la mujer casi sobre ella, acariciando su cabello, estudiando detenidamente el rostro de la joven. Calculó que tendría dieciocho inviernos, quizá algo más; era difícil saberlo. El pelo, desaliñado, era largo, negro como la noche. Su tez morena, revelaba que no era una chica de casa, sino una trabajadora más del campo. Le impresionó un poco lo oscura que se mostraba su piel en otros lugares del cuerpo, no expuestos con normalidad. Era muy alta, casi tanto como Trebor, lo que podría dar una idea sobre su origen sajón nórdico, quizá del norte de Normandía... pero el moreno... Dejó sus pensamientos atrás. De todos modos, qué importa de dónde sea, lo importante es que la habían encontrado y debían llegar pronto a su aldea para poder atenderla, aunque, como su esposo, pensaba que eso quizá fuera inútil. La joven realmente estaba mal, respiraba lentamente, mostraba magulladuras en sus largas piernas, la ropa hecha jirones desvelaba una gran cantidad de heridas producidas por látigos y palos, y la entrepierna no tenía mejor aspecto que el resto. "Será dificil", pensó. Sus agresores, quien quiera que fuesen, habían hecho un trabajo atroz con ella. El carruaje vibraba demasiado, por lo que Trebor decidió ir más despacio. (¡Calma chico!, si sigues así la rematarás). Pensaba mientras sujetaba las riendas fuertemente, apostando su mano a que sabía quiénes eran los autores de la atrocidad del pequeño poblado, que antaño se mostraba próspero y lleno de vida, y que ahora no era más que un trozo de terreno muerto sobre el que la vida se lo pensaría dos veces antes de posarse nuevamente, (¡Dios!, Será una imagen dificil de
  • 2. olvidar para mí, ¡cuánto más para la muchacha, que ha tenido que vivir todo eso!). Casi una hora había pasado desde que se adentraron por los serpenteantes caminos del bosque. Entonces se encontraron de frente con una vereda más estrecha que se bifurcaba en dos caminos. Uno de ellos les llevaría a la cabaña de Merón, un curandero temido por todos, aunque no por Trebor, que lo conocía y lo consideraba un amigo muchos años atrás, antes de llegar a la aldea donde viera por primera vez a su amada. Decidió que sería más prudente parar en la cabaña antes de continuar el viaje, aun sabiendo que Helen no se mostraría de acuerdo. La mujer era una de las personas temerosas de semejante personaje. Aunque su esposa esta vez no dijo nada. Tal cual se encontraba la muchacha, cuanto antes se acabara el vaivén del carruaje, mejor. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L La cabaña estaba escondida entre el follaje, que en el interior del denso bosque de abedules y píceas era de un tamaño descomunal. Trebor se apeó de la carreta con una agilidad asombrosa y se apresuró a tocar en la puerta de la choza. Antes de que lo hiciera se abrió, saliendo de ella un hombre raquítico, con una barba negra y unos ojos que brillaron al encontrarse con los de su amigo. Al verlo, Helen no pudo evitar que un escalofrío la recorriese, algo que aumentaría con la voz profunda del curandero. "Te esperaba, llevo rato intuyendo, ¿es esa la chica?" —Sí. —Trebor hacía mucho tiempo que dejó de preguntarse cómo su amigo era capaz de conocer el futuro más cercano en momentos críticos. Seguiría siendo un misterio para él. Merón se limitaba a decir que lo descubría "intuyendo. —Éntrala, parece medio muerta. —dijo al acercarse por primera vez a la parte de atrás del carruaje, mirando con espectación y alivio el cuerpo maltrecho de la joven morena. ‘Vivirá’, pensó. Helen se colocó a un lado de la carreta y con suaves movimientos deslizó sus brazos sobre el lateral izquierdo, invitando en su gesto a su compañero para acabar levantando el cuerpo y meterlo en la choza. El interior era sombrío, pero exento de humedad. Con un mínimo de muebles  que consistían en dos banquetas, un tablero largo utilizado como mesa, un cajón lleno de paja y unos estantes que pendían de las paredes con numerosas botellitas de distintos contenidos. —Sobre esta mesa. —indicó Merón señalando el tablón situado en un extremo del cuarto, cerca de la chimenea. La dejaron con sumo cuidado y salieron de la choza dejando a los dos, curandero y muchacha, solos en su interior. —¿Sabe lo que hace? No dejo de pensar que es aterrador. — dijo Helen preocupada, refiriéndose sobretodo al aspecto sobrecogedor del curandero. —Ten confianza. —fue la sosegada respuesta de Trebor. No dejaba de pensar en lo que pasaría en un futuro inmediato, pero lo último que pretendía era preocupar aún más a la mujer. Transcurrió más de seis horas antes de que Merón se asomara, dándole tiempo a Trebor de atender a sus dos caballos y entretenerse en cortar las hierbas que impedían el acceso a las zonas más cercanas a la chabola de su amigo. Merón pidió a Helen que se aproximara, indicándole que no la dejara sola. —Tu fuerza será suya, debes estar cerca. —Apartándose de la puerta dejó que se introdujera en el habitáculo. La mujer entró sigilosamente acercándose a la joven, mirándola, absorvida por la intensa belleza y fuerza que irradiaba el cuerpo tumbado. No pudo evitar tener un contacto físico y cuando empezó a acariciarle el rostro unos ojos se entreavieron pudiendo ver en su mirada una profundidad jamás percibida. Eran de un azul pálido intenso, y la miraban directamente a los ojos, sin ningún otro movimiento... "¡Dios, es hermosa!, pero qué profundos...". No había sentimientos en su mirar, sólo intensidad. Lentamente cerró otra vez los ojos hundiéndose en su inconciencia, ¿La vería, o sólo miró a través de ella?, ... más allá del dolor,.... más allá de cualquier sentimiento... Decidió que era miedo lo que sintió bajo su mirada, pero por alguna razón, también se convenció de que escaparía de las garras de la muerte. Los dos hombres se adentraron por un dificultoso sendero que les llevaría a un oculto claro en el bosque, donde comodamente se sentaron a charlar como dos amigos que se vieran el día antes. Esto era una de las cosas que más le gustaban y a la vez más le inquietaban de Merón, su familiaridad y su forma directa de expresarse, siempre yendo al grano. —¿Sabes quién es? —No, la encontramos en Estanglia... No queda nada allá, todo arrasado. —Su mirada quedó perdida, dejando pasar una larga pausa como para volver a ordenar sus pensamientos. —Hay un Feudo a cuatro horas del poblado. El tirano que lo rige es un verdadero esclavista, y el aspecto en que quedó el lugar da muestras de que es obra suya. —Mientras hablaba Merón se limitaba a escucharle apretándose el mentón, pensativo. —No, ... no creo que haya sido Lord Weillor, esto es más importante...., no estoy seguro, pero la joven... —¿Acaso la conoces? —preguntó su impaciente amigo. Después de meditar la pregunta de su viejo compañero Merón le lanzó una fugaz mirada de entendimiento, regresando al frente, focalizando algún punto del paisaje que se abría delante de ellos. —Deberías hacerte cargo de ella y su formación, se trata de una de las Hijas del Sol, eso es seguro... ¿Has oído hablar de Girlock? Su compañero le miró conmocionado, sus sentimientos iban del asombro a la admiración. "¿Crees que ella tiene algo que ver con Girlock?" —Más que eso, creo que es su esposa. :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
  • 3. MORAVÍ. Habían pasado diez inviernos desde las revelaciones de su amigo Merón. La joven milagrosamente escapó de las garras de la muerte, y se quedó a vivir durante un tiempo con ellos. Pero el espíritu nervioso y aventurero de la muchacha pronto hizo que se pusiera en movimiento, bajo una inquietud que era difícil de parar. Trebor decidió mantener en secreto la identidad del nuevo miembro de la familia, aunque la llamaba por su verdadero nombre. Después de algún tiempo miraba a la mujer con admiración, viendo cómo había evolucionado su físico, destacando en parte por sus horas de entrenamiento en los densos bosques de laurisilva. Al principio él la ayudaba en algunos movimientos, instruyéndola en los conocimientos de caza, tiro con arco, lanza y espada; pero pronto la joven crecía en sabiduría y él perdía agilidad, por lo que pasado un tiempo se limitaba a contemplar a una mujer con un gran potencial que, pese a la frialdad de sus ojos le ofrecía miradas de agradecimiento y le hacía sentir orgulloso de haberla protegido. Ella no podía reemplazar a Dévor, su único hijo, muerto en combate cinco inviernos antes de encontrarla pero, de alguna manera, le había devuelto la alegría de tener alguien de quien cuidar, - aparte de Helen, claro -. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L —¡Chiquilla, has vuelto! —era gracioso que Trebor llamara chiquilla a una mujer bien formada, experimentada y conocida por su sequedad y mal genio, pero Moraví se lo permitía, es más, en el fondo le gustaba sentirse la niña de aquella pareja que tanto la había ayudado. Nunca había conocido a sus padres biológicos, aunque sí su procedencia, así que recibió de buen grado las atenciones de una pareja que daba sin pedir nada a cambio. —Hola Trebor, me alegra ver que sigues siendo un viejo lobo. — le miró con una media sonrisa, más de lo que había sido en años anteriores, pensó el viejo, lo que hizo que su corazón se estremeciera aún más por la emoción. A Moraví no le era fácil transcribir sus sentimientos a su rostro. Siempre había un velo de rencor y tristeza transformado en frialdad que ocultaba tras de sí el resto de sus emociones y sus secretos. —Helen se alegrará si te quedas más tiempo esta vez. —Casi era una súplica. —Sí, amigo, esta vez pienso quedarme por un tiempo, quizás dos meses. Necesito descansar de tanto movimiento. —Fue su única explicación. —¿Qué has dicho? ¡Dos meses! Eso es muy poco, pero me conformaré de momento. —La dulce voz sonaba tras su espalda, acercándose a la alta mujer y rodeándola con sus brazos. —Helen, me alegro de verte. ¿Todavía preparas ese guiso de carne con venenosa salsa de arándanos? —¡Oh, Moraví! Veo que tu apetito sigue intacto. —La mujer mayor la soltó y la miró descaradamente, de arriba a abajo, volviéndose de nuevo a su cara. —Pero ¿dónde lo metes? ... es igual, ahora mismo te preparo tu cuarto y la cena. Debes estar cansada después de un viaje tan largo. —En realidad no tanto, descansé en una posada de Kent antes de llegar hasta aquí, pero puede que sea una buena idea ... creo que necesito un baño. —La mujer más joven le dio una palmadita en el hombro y la siguió al interior de la cabaña donde ambos vivían. Trebor las vio alejarse y no pudo evitar que la emoción de ver a su niña de nuevo le llenara los ojos de lágrimas. Luchando porque no fueran derramadas,  pensaba en lo grandiosa que parecía con aquel chaleco de cuero sobre una camisa blanca ceñida en la cintura, revelando su magnífica figura, y esos calzones que se metían en altas botas al llegar a sus piernas. Se preguntó si seguiría teniendo aquellos sueños que le arrebataban la tranquilidad y la hacían sufrir. Ella no habló nunca de lo sucedido en Estanglia, pero Trebor y Helen habían averiguado algunas cosas a través de sus sobresaltados sueños. Una de ellas era que su esposo, de seguro, había muerto en aquella masacre. ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: La alta mujer se despertó antes del alba y, sin pensárselo dos veces se levantó. Su reloj biológico siempre la despertaba a la misma hora, prefiriendo levantarse a desesperarse en su lecho sin hacer nada. Además, con todos durmiendo era el momento ideal para dedicarlo a sus entrenamientos, sin curiosos que la interrumpieran. Aunque no se sentía atada a ningún sitio, Moraví pensaba que era agradable volver a Swett. La aldea había cambiado muy poco desde que se fue la última vez. Era un poblado más en el interior de los densos bosques de Inglaterra, pero había algo que lo distinguía de los demás: estaba más escondido, era pequeño y casi salvaje, y la gente que en él vivía siempre fue autosuficiente. No necesitaban de los feudos, ni se someterían nunca a ellos. Tampoco necesitaban de retorcidas religiones para imponer una moralidad, tan sólo se limitaban a seguir sus instintos y vivir en armonía con el entorno natural. En cierto modo, y pese a la diferencia, sus pobladores le recordaban a los piratas normandos, a los que ella conocía tan bien. Quien sabe, quizás la gente de este lugar lo fuera en otra época. Sintió su cuerpo estremecerse al salir al exterior del granero. Helen insistía en que se quedara dentro de la cabaña, pero ella consideraba que era mucho más cómodo para todos dormir en otro lado. Además, la cabaña era pequeña e íntima, por lo que le parecía que tres eran multitud. Hacía frio, pero eso no era impedimento para empezar a ponerse en movimiento. Esta vez entrenaría en el interior del bosque, entre los árboles, como lo hacía cada vez que volvía, lo que le proporcionaba un placer añadido al ejercicio. Inspiró el aire de la madrugada y se introdujo en el follaje en dirección al denso bosque de abedules. Después de unos minutos de correr a campo a través sorteando todo tipo de obstáculos, se situó en un punto bien conocido por ella, con un pequeño claro de seis metros de diámetro, suficiente para dar saltos con la rapidez que se exigía en cada movimiento. En el bosque los árboles se retorcían con fingido dolor, ocupando gran espacio y luchando por conseguir la luz directa del sol, pero, en el claro donde ella estaba situada, la gran concentración de hongos habían vencido a los grandes y monstruosos árboles, dejando la tierra contaminada de esporas dormidas, pendiente de cualquier arbusto que osara crecer en el área.
  • 4. Moraví sacó la espada y comenzó a ondear en el aire con gran maestría en el giro de muñeca, usando como enemigo a un ser imaginario que parecía se moviera con enorme agilidad y rapidez. ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Casi no lo vio llegar. ¡Qué oportuno! Se recriminó a sí misma por no haber despertado antes, pero era tal el cansancio y el hambre después de haber estado vagando sin parar por el bosque que cuando paró a descansar se durmió, despertando con el ruido inusual que hacían las hojas húmedas bajo las pisadas de aquel individuo. Sus sentidos de supervivencia se habían desarrollado más de lo normal según iban pasando los años. Sabía pasar desapercibida y esconderse era su especialidad. Era una fugitiva que no pensaba volver, y buscó mentalmente las probabilidades de ser descubierta por cualquiera. En un primer momento sintió la necesidad de correr desesperadamente, pero su instinto la paró en seco, dejando casi de respirar, con la intención de permanecer escondida hasta que aquel hombre se alejará de allí. Pero no fue así. Aquella persona estaba a tan solo veinte metros de su escondite, y no parecía que tuviese intención de irse. `¡Maldita sea!, ¿Por qué tiene que pararse justamente tan cerca?. También es mala suerte la mía’. Estaba muerta de miedo. La sola idea de ser descubierta y llevada frente a su dueño la hacía estremecer hasta el fondo de su alma. Sabía cual era el destino de los fugitivos en manos de aquel tirano. No ..., no volvería allí, prefería morir paralizada en el lugar donde se encontraba; sólo deseaba que aquel hombre se largara pronto y huir lejos de cualquier lugar conocido.  ¡Un momento! ¿Aquel?... o aquella. Entornó los ojos para ver mejor. ¡Dios, es una mujer! ... Sí,... no ..., sí. Pero, no, ¿Qué mujer podía hacer eso?. Solía ver practicar a los soldados en el Feudo, pero no había visto nunca una facilidad de manejo en la espada, como la que ahora se ofrecía ante sus ojos. El hombre, la mujer, el monstruo o lo que fuera, manejaba la espada como si fuera parte de su cuerpo, al menos como si la tuviera pegada a la muñeca. "¿¡Estás tonta!?"Pero qué tendrá de raro ver a un hombre con el pelo tan largo. Además, todavía no ha amanecido, por lo que puede ser un juego de sombras en la noche. Estaba ensimismada viendo la danza ofrecida por el joven y apuesto galán que tenía ante sus ojos. Sentía miedo, pero su curiosidad era mayor, por lo que no apartó los ojos. Casi deseó que hubiese menos vegetación entre las móviles escenas y ella, ¡claro!, que si fuera así seguro que sería descubierta de inmediato. Al menos de esta forma, con la oscuridad como aliada y con su posición, contra el viento, y entre el denso follaje no sería vista. El soldado paró en seco y miró a la espesura, en la dirección donde la joven estaba escondida. A ella se le congeló la sangre, sintió cómo un sudor frío empezaba a descender por sus axilas y su rostro cambió de color en el preciso instante en que pensó que sería su fin. Sólo se detuvo en mirar esos ojos de azul pálido que la absorvían entera, sin atreverse a mover ni un sólo pelo, aunque si se lo hubiera propuesto tampoco sería capaz...., realmente estaba aterrorizada. Moraví soltó la espada, dejándola apoyada en un abeto de mediana estatura al sur del claro. Se sentía un poco extraña, como si,... una sensación de no estar sola, ... "No, no hay nadie, te estás obsesionando, seguro que es fruto del cansancio". Estaba sudorosa, y todavía le quedaba su sesión de golpes sin ningún tipo de armas. Tímidamente el sol empezaba a aparecer entre las ramas de los árboles, creando un juego de luces y sombras en cierto modo tenebroso, aunque de por sí el ambiente de ese bosque daba bastante miedo, con el denso follaje, los árboles de distintas clases luchando unos contra otros por conseguir que sus copas acapararan un rayo del sol de la vida, ahogando a su paso a las ramitas débiles; ese ambiente húmedo y la hiedra, que se apoderaba de cada rincón de un modo asfixiante. Un viejo bosque, que no daba lugar a renovarse. La mujer de pelo oscuro decidió despojarse de la ropa, de esa forma añadiría dificultad al ejercicio. `Total, estoy sola y es muy temprano´, pensó, sabiendo que a esta hora era difícil que alguien estuviera levantado aún. Disfrutaba sintiendo el frío que calaba hasta los huesos, erizando cada centímetro de su piel. Sus ojos se abrieron de par en par. No podía creer lo que estaba viendo: El individuo ‘¡Se está desnudando!’. Lo vió quitarse el chaleco y liberar la camisa del fajín que la retenía, de espaldas a la posición que había tomado, quedando con el fajín que rodeaba su cuerpo desde la cintura hasta la parte inferior de los pechos. Supuso que la pieza en cuestión estaba colocada con la intención de sujetarse el abdomen y evitar en el esfuerzo el desgarro de algún músculo. Había oído historias sobre la corpulencia y la forma de vestir de los piratas, así que no sería raro que fuese uno de ellos. "Pero, ¿qué demonios hacía un pirata mar adentro?". Entonces el individuo giró un poco sobre su eje, dejando ver el perfil de unos pechos, altivos y bien formados. La joven quedó perpleja, "¡Es una mujer!". El tiempo se detuvo para ella, observando de lejos ese lento aparecer de un conjuntado talle que presentaba el esbelto cuerpo, con curvas bien contorneadas. Los hombros y brazos mostraban una musculatura fuerte, con una piel morena, tersa y brillante tras el efecto del sudor. La mujer se despojó de las botas y los calzones, dejando que sus largas piernas tomaran contacto con el frio y resbaladizo suelo. Aricán no salía de su asombro, y hubo un momento en el que casi pierde el equilibrio, tal era la hipnosis producida por las imágenes que estaba viendo. "¡Uau! Ha estado cerca, si te descubre caput, finish". Decidió tener más cuidado, agradeciendo que el canto repentino de un chorlitejo y los continuos golpes de pico de un pájaro carpintero ocultara el escaso ruido producido en su movimiento. Quedóse aún más inmóvil, pero sin poder apartar la vista. Entonces, si todavía faltaba más, creyó ver alucinaciones. La mujer saltaba en el aire, girando sobre sí misma, golpeando ramas situadas un cuerpo por encima de su cabeza. Se notaba cada músculo puesto en movimiento, tenso en el esfuerzo. Pequeñas ramas seleccionadas eran arrancadas de su posición y lanzadas a toda velocidad creando un círculo perfecto en su caída alrededor de ella. Aricán notó en un momento dado cómo su boca se quedaba entreabierta en una expresión de admiración, y temió cerrarla por miedo a ser oída por la mujer más alta que había visto nunca. "Demonios, seguro que puede detectar sonidos a cien leguas", pensó. Tras otro rato que le pareció eterno cesó el ejercicio. Como consecuencia de ello, los árboles situados alrededor de la oscura mujer se calmaron, dejando oír el zumbido del aire a través de sus hojas y ramas. Después de dejar pasar un corto espacio de tiempo para recuperarse del intenso ejercicio, Moraví se dirigió de nuevo a sus ropas, vistiéndose con rapidez. Parecía como si su cuerpo no estuviera cansado. Después de eso giró sobre sus pies alejándose de la vista de Aricán.
  • 5. Sin pensar en lo disparatado y peligroso que podría ser, decidió seguir a la oscura mujer, más que nada para descubrir si lo que había presenciado era real o tan sólo una alucinación debida al cansancio. Tan sólo era un acto reflejo, de modo que se levantó y caminó en la misma dirección, atrapando a su paso unas bayas silvestres que servirían para callar su estómago durante un rato. Moraví volvió a sentir la sensación de estar vigilada, y siguiendo su instinto se propuso caminar en forma de círculo. Si había alguien ahí, sería cazado por su presa. De un salto subió a un enorme laurel y se agazapó en una rama ancha con la intención de esperar a su perseguidor. Aricán siguió con facilidad el rastro. ‘Demasiado fácil’, pensó, pero eso no la hizo detenerse en su búsqueda. En un momento dado perdió la pista. Ni ramas rotas, ni olores, ni siquiera una señal que le diera a entender que iba por buen camino. "Lo dicho, chica, tú alucinas o ésta hasta vuela." Sin quererlo su pensamiento le llevó a los dragones, qué absurdo, un dragón con forma de mujer. Bueno, puede que no sea tan absurdo. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Moraví la observaba desde lo alto, extrañada por ver a una joven vagando en semejante lugar. Decidió que no era una amenaza para ella, por tanto se limitaría a esperar a que se fuera y le perdería el rastro. Aricán se apoyó en un laurel, completamente exhausta por el cansancio. Pensó que todo había sido fruto de su imaginación y también que de alguna forma debía retomar su camino, sea cual fuese. Pero ¿cómo?. Sin quererlo la angustia se fue apoderando de su mente. Cerró los ojos y la humedad pronto hizo su aparición en ellos. Quemaban. Lloró en silencio. No sabía qué hacer, ni a dónde ir y de repente se sentía muy desamparada. Las lágrimas cayeron libres por su rostro, sin ser reprimidas, desatando toda la tensión acumulada fruto de los días anteriores. Finalmente agachó la cabeza colocándola entre  sus rodillas, escondiendo su rostro. En esa posición la mujer que estaba en lo alto del árbol pudo ver la parte superior de la espalda de la joven, que asomaba de sus ropas raídas. Una señal roja y alargada destacaba sobre la piel blanca que no estaba cubierta, allí donde se encuentra el hombro izquierdo con la curva del cuello. Moraví reconoció la herida como la producida por un fuerte  latigazo, y de inmediato se estremeció recordando el dolor que sintió en el pasado por cada uno de los golpes que le propinaron, en Estanglia. Sintió lástima por la chica y debatió consigo misma antes de decidirse a descender de las ramas con un salto, cayendo próxima a la joven. Aricán se sobresaltó y estudió desde su posición a la mujer oscura, los ojos de Moraví atrapando los suyos con una mirada inexpresiva. Quiso encogerse aún más, en un intento por desaparecer, pero aquellos ojos azul cielo la tenían atrapada y el miedo paralizaba sus músculos. Abrió la boca con la intención de suplicar, pero ningún sonido fue emitido. Entonces su cazadora le habló. —No te asustes, no voy a hacerte daño. —Extendió su mano con la intención de ayudarla a levantar. Aricán, incapaz de moverse permaneció en su sitio, sin alejar la vista del rostro de la morena, entonces, después de una larga pausa, Moraví se agachó, la tomó por los hombros y la levantó. Sus rodillas temblaban e incapaz de sostenerse en pie se dejó caer, siendo agarrada al momento por unos brazos fuertes que la rodearon torpemente y la acercaron, quedando atrapada entre ellos y el cuerpo de la mujer mayor. —Tranquila, estás a salvo. —le susurró. Aricán dejó que su cuerpo se fuera relajando. Su rostro se escondía en el pecho de la morena, sintiendo la suave mezcla de olor a sudor y lavanda. Aun tenía miedo, pero su corazón sabía que la mujer no le haría daño. Su cuerpo estaba caliente y sucio, pero a la otra no pareció importarle. Se encontraban cerca de un arroyo, por lo que Moraví la alzó en sus brazos y se dirigió camino del agua. Una vez allí dejó a la joven en el suelo, desenrolló su fajín dejando a la blusa moverse con libertad, lavó el largo paño y se acercó de nuevo a la joven con la intención de lavar sus heridas. Aricán se estremeció, y dando un respingo intentó alejarse. —¡Estáte quieta! —la brusquedad de las palabras volvieron a paralizar el cuerpo de la más joven.  Moraví le dio la vuelta, colocándola boca abajo. Le terminó de rasgar las roídas ropas y observó que la espalda de la joven presentaba diversos cortes. Algunos habían cicatrizado, pero otros estaban infectados, con un color blanquecino que le daban un feo aspecto. Con cuidado, limpió las heridas. El cuerpo de la joven se estremecía con cada contacto, sus puños estaban fuertemente cerrados y en su garganta se ahogaban los gritos de dolor, transformándose en leves gemidos. En silencio, la morena volvió a colocar a la joven sobre su espalda, aunque esta vez no directamente en el suelo, sino apoyada en su regazo. La estudió detenidamente, intentando descubrir qué otras partes del cuerpo mostrarían heridas. Aricán podía sentir el calor de la mujer a través de sus ropas. Eso le daba algo de seguridad, pero todavía se mantenía alerta. Moraví decidió desatar su corpiño, quería ver si su pecho mostraba heridas. Al dirigirse hacia la joven, ésta se encogió, protegiéndose con los brazos, sin dejar que la alcanzara. Para la ruda mujer aquella era una situación incómoda. No estaba acostumbrada a tratar con la gente, menos aún si era alguien desconocido y para una vez que se animaba a ayudar a alguien esperaba una reacción diferente, aunque en el fondo podía comprender la forma de comportarse de la chica. Intentando que su voz saliera suave se dirigió a la joven. —No te haré daño, ya te lo dije. Aricán echó una mirada rápida a los ojos azules, buscando la verdad en ellos. Sin saber lo que vio en esos luceros, volvió a bajar la cabeza cerrando los ojos y lentamente alejó los brazos dejándose hacer.  Su desbocado corazón volvía a un ritmo más relajado. Sintió frio cuando unas manos largas le desataron los nudos y separaron sus ropas. Luego una eterna pausa. La estaría mirando, por lo que la invadió una oleada de vergüenza, llegándole el calor a sus mejillas. Haciendo caso omiso al reciente rubor, la oscura mujer mantuvo un silencio prolongado mientras estudiaba los rasguños y morados de los pechos de la joven. "Malditos cerdos". La piel del abdomen mostraba una ‘W’ marcada a fuego. Eso confirmaba sus sospechas, se trata de una esclava del Feudo de Lord Weillor. Como pudo limpió las heridas, cuidando de no
  • 6. tocar la quemadura, a la que pensaba curar más tarde, cuando se encontraran en el poblado. Sabía que la joven tenía algo de fiebre, pero esperaba que eso no las retuviera demasiado. Cuando acabó con ella retiró el resto de sus ropas, se quitó el chaleco y luego la camisa, poniéndosela a la joven. Después se colocó el chaleco amarrándolo ceñido a su cuerpo. Con la camisa puesta, la chica parecía mucho más vestida, además, era tan larga que le llegaba casi a la altura de las rodillas. Si Moraví tuviera algo más de sentido del humor, seguro que la ‘facha’ de Aricán le hubiese arrancado una sonrisa, pero no fue así. —¿Crees que puedes andar? —se dirigió a la pelirroja mientras la ayudaba a levantarse de nuevo. —Ss.. Sí, sí ....... creo. —Tuvo que aclarar su garganta para pronunciar esas pocas palabras. En dos días sólo había hablado mentalmente, sin mediar palabra, por lo que le costó un poco y su voz sonó en un tono grave casi inaudible. —Vamos. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Aricán la miró interrogante, sin hacer ademán de moverse del sitio, haciendo que su compañera se viera forzada a explicarse un poco mejor. —Hay una aldea cercana, nadie irá a buscarte allí. Estarás a salvo. —Había seguridad y entendimiento en sus palabras. Después de una leve pausa, la joven se puso en movimiento agarrándose del brazo de su salvadora. Se sentía débil y hambrienta, algo que le recordó el sonoro gruñido de su estómago, pero no se atrevió a decir nada. Dándose cuenta, Moraví decidió parar y buscar algo de comer. Todavía era algo temprano, por lo que los aldeanos no la echarían de menos. ¡Qué diablos!, ella también tenía hambre. Indicándole a la joven que esperara sentada en un tronco seco se alejó entre el denso helechal. Aricán estaba confusa, en su mente se agolpaba una serie de sentimientos contradictorios. Haciendo un esfuerzo intentó aclarar sus ideas. Por una parte estaba esa alocada huida, empezada dos días atrás, donde el miedo a ser encontrada le daba aún más fuerzas para seguir adelante. Luego, el cansancio que había vencido toda energía que quedara en ella. Finalmente, cuando se sentía derrotada aparece como en un sueño la ruda mujer, que pese a su aspecto duro y sus autoritarios andares, la había ayudado. Todavía podía sentir la delicadeza de sus manos mientras le limpiaba las heridas. A todo esto había que añadir su gran imaginación, lo que hacía que su mente vagara fácilmente por cuentos e historias que no tenían nada que ver con el mundo real. Quien sabe, a lo mejor todo lo ocurrido sólo era una alucinación y esa mujer no era más que otro personaje fantástico de sus sueños de ‘dragones y mazmorras’.  De repente se la imaginó transformándose, creciéndole las alas y saliendo escamas de  su cuerpo, con un intenso color fuego que contrastaba con el azul de sus ojos. Grandes colmillos apareciendo de su boca, en una cabeza demoníaca. Sí, podría ser un dragón, volando libre, atemorizando al mundo con sus llamaradas de fuego expulsadas en su aliento.... Pero no, el frío y el dolor de su cuerpo no eran ninguna fantasía, como tampoco lo era la forma peculiar en que estaba vestida, con ropas ajenas, grandes y demasiado cuidadas. Pensando estaba aún cuando Moraví regresó con una presa en sus manos, algunas setas y moras silvestres. Pronto preparó el fuego, limpió la liebre y la puso sobre la brasa. La joven pelirroja se había situado más cerca del fuego, agradeciendo la sensación de calor que le llegaba a las entrañas. El olor a carne asada penetró sus sentidos, no pudiendo pensar en otra cosa más que en llenar su estómago vacío. Pero no quería precipitarse, así que decidió esperar a que la mujer morena saciara sus necesidades antes que ella. Tampoco tenía muy claro si comería, pues Moraví no había pronunciado ninguna palabra desde que llegó de su cacería, y ella era incapaz de comenzar una conversación. Además, ¿por qué tendría que darle de comer?, no tenía ninguna obligación de hacerlo. Podía sentir cómo era observada, pero no se atrevía a levantar la vista del suelo. —Toma, debes comer. Todavía nos queda algo de camino hasta la aldea. —Moraví la miraba con un ligero brillo en sus ojos, casi imperceptible, esperando pacientemente a que reaccionara. La joven alzó sus manos hacia el trozo de carne ofrecido, dirigiéndose tímidamente a la otra mujer. —Gracias. Yo.... no sé cómo agradecértelo... —Otra vez volvió a sentir esos ojos que la abordaban y la atravesaban como espadas. Moraví suspiró. —Hum... no es nada. Es mejor que comas, antes de que se enfríe. —Dicho esto bajó la vista y pareció olvidarse durante un rato de la joven, perdiéndose en sus pensamientos. Aricán comió hasta saciarse, terminando con un gesto casi infantil, chupándose el sabor que quedaba en sus dedos, ausente de la mujer que estaba a tan sólo dos metros de ella. Una vez terminado levantó la vista, decidida a decir algo, pero al ver a Moraví prefirió no sacarla del lugar donde estaba inmersa. Esto le daba la oportunidad de contemplar a la mujer tan cerca de ella, ahora que su mirada no la intimidaba. De esta forma vio ante ella a una persona aún más hermosa. La observó largamente de la cabeza a los pies, deteniéndose en todo aquello que le era atractivo y diferente. Había visto a muchas mujeres hermosas, pero ninguna tan peculiar. Le atraían sobre todo los desarrollados músculos de hombros y brazos, que no dejaban de tener una línea elegante. Sus pechos, ahora escondidos bajo el ceñido chaleco, eran también un foco de atracción para ella. Las curvas se estrechaban en la cintura, volviendo a ser notables, pero no exageradas en las caderas. Sentada como estaba, con las piernas cruzadas hacia delante, no podía notar cuán largas eran sus piernas, pero se las podía imaginar. Le pareció que todo en conjunto era una buena combinación  entre fuerza y elegancia. Seguro no le faltarían admiradores, en secreto, claro, porque a ver quien era el valiente en atreverse a cortejar a semejante diosa. Moraví se sentía observada, pero no estaba molesta, por lo que no la interrumpió. Tampoco quería sobresaltar a la chica, por hoy ya había tenido bastante. Además, realmente no es que fuese la primera vez que alguien la miraba con curiosidad. Sabía que no era una persona que pasara desapercibida, entre otras cosas porque, para ser una mujer, era más alta y más fuerte que muchos hombres. "Siempre llamando la atención", sonrió para sí misma. A la joven le pareció que la morena sonreía, por lo que bajó la vista ante el temor de ser descubierta.
  • 7. —¿Tienes más hambre? —Preguntó dirigiéndose a la pelirroja todavía con una curva  en sus labios y una mirada algo picante. —Todo está bien, me he quedado satisfecha. —Se ruborizó ante los pícaros ojos, segura de que la morena la había pillado contemplándola. Prefirió dejar la timidez a un lado y continuó vacilante. —Me llamo Aricán.... y  yo...., gracias por todo. —Ya te dije que no es nada. —Tras una ligera pausa prosiguió. — Aricán ¿eh?, un nombre curioso. Y bien, Aricán, —recalcó —¿vas a algún sitio en concreto? —No...., no lo tengo claro. —Una sombra se hizo dueña de su rostro. La pelirroja se sintió aliviada de que no le preguntara de dónde venía, si podía evitarlo no hablaría de su pasado. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L —Entonces lo mejor es que permanezcas en la aldea hasta que tus heridas mejoren. —Su mente vagó con rapidez. "Helen, te llevo un regalito", pensó en la mujer que tan cariñosamente la atendió a ella, seguro que estará encantada con la pelirroja. —No quiero ser un estorbo. —No lo serás, puedes estar segura. Además, tú puedes ser útil allí. —Fue la rápida respuesta de Moraví. La joven alzó los brazos dispuesta a protestar, pero a medio camino se detuvo, con aire de resignación. —Bueno... de acuerdo. —Estaba demasiado cansada para discutir así que ya decidiría lo que iba a hacer con su vida más adelante, además, con la ruda mujer mejor andarse con cuidado y no llevarle la contraria. —Bien, entonces será mejor que nos pongamos en camino, quiero llegar pronto a la aldea. —Sin más se levantó, acercándose a la joven para ayudarla a levantar. Pronto cogieron el sendero que les llevaría a Swett.   sigue -->rá......
  • 8. L A E S P A D A D E H A I T H A B U . 2 ª P A R T E . Autora: Obeluxa ¡DESPIERTA! VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Swett se ha levantado. Los aldeanos habían despertado a sus quehaceres, unos atendiendo a los animales, otros trabajando en la tierra y los más pequeños correteando entre los árboles. Trabajaban indistintamente hombres y mujeres, sin labores separadas. Nadie se sorprendió al ver llegar a Moraví tan ligera de ropa, aunque sí mostraron cierta curiosidad por la forastera, no tanto por su aspecto, sino porque acompañaba a la ruda mujer. Moraví saludaba al pasar a los aldeanos, con ligeros movimientos de cabeza. Al llegar a la cabaña de Trebor le indicó a la joven que se acomodara, mientras ella iría en busca de Helen. Aricán tuvo la tentación de volver a huir; ahora que estaba sola tenía miedo de las futuras intenciones de la mujer oscura. ¿Y si decidía venderla a los dueños de la cabaña?. No recordaba lo que era ser dueña de si misma, y ahora que tenía la oportunidad de tomar sus propias decisiones tampoco era capaz de hacerlo. En cierto modo se sentía a la vez cautiva y libre, sentimientos contradictorios producidos por la frialdad de unos luceros. Bueno, al menos no era como Lord Weillor. Estaba harta de esperar, así que decidió salir, pero justo al llegar a la puerta, ésta se abrió, entrando una mujer de mediana edad. —Ah, estás aquí. —la mujer hizo una pausa, mientras la miraba calurosamente. — Se que has venido con Moraví y estaré contenta de hospedarte en mi casa..., siempre que tú lo desees, claro. —La joven la miraba sorprendida. —Oh... me llamo Helen. ¿Y tú eres...? —Sabía su nombre, pero esperaba entablar conversación. Moraví le había notificado que la chica estaba asustada y herida, por lo que podría intentar darse a la fuga. Le pareció muy dulce la voz de la mujer, no la intimidaba como la morena. —Aricán, ese es mi nombre. —La mujer mayor la miraba con ternura, algo a lo que no estaba acostumbrada. En cierto modo le recordaba a la madre que una vez tuvo. —¿Eres la madre de la morena? —Preguntó sin pensar, sorprendiéndose de si misma. Helen casi rompe en una risotada, pero se contuvo, dejando entrever tan solo una ligera sonrisa. —Noo... pero la consideramos parte de la familia. ¿Sabes?, la conocemos desde hace diez inviernos, y siempre que viene ésta es su casa. —Se hizo una pausa entre ellas, ambas estudiándose con curiosidad. —Bueno, ¿qué decides? El pensamiento de Aricán no estaba en la pregunta. Su mente se concentraba en hacer comparaciones entre las dos nuevas mujeres que entraban en la escena de su vida, ... tan distintas. Lentamente volvió a la realidad, apareciendo de repente una leve sonrisa incontrolada. —No se qué decir, no quiero ser una molestia y no tengo con qué pagarlo, además... La mujer mayor la interrumpió. —No eres ninguna molestia, y no te preocupes por el dinero. Podrás pagarlo ayudándome con los animales cuando tengas mejor aspecto. Aricán dió un respingo. Así que sabía que estaba herida... Aunque, claro, eso no era muy dificil de adivinar, con sólo ver su aspecto era más que suficiente. De nuevo una sombra de miedo cubrió su rostro. —Ey, no tienes por qué preocuparte. Los aldeanos de Swett no hacen preguntas. —Hizo una pausa. —Mira, si esto sirve para convencerte te diré que el poblado se ha ido formando por gente que venía de muy diversos sitios. —Todavía notaba desconfianza en la pelirroja, se lo estaba poniendo en bandeja para lanzar la primera piedra. —Algunos han huido de otros lugares y han acabado aquí. —Nadie da algo sin esperar nada a cambio. —Respondió la joven con determinación cortando el discurso de la mujer mayor. Helen decidió atacar con más fuerza.  La chica no comprendía ciertas cosas. Estaba bien claro que el afecto era algo desconocido para ella, aunque lo llevara oculto en su corazón. —Es cierto, todos esperamos siempre algo, pero la cuestión es qué. En estos momentos yo espero que te quedes, pues tú sin saberlo ya has dado algo. —No entiendo. —Su mirada era un interrogante. —No tengo nada, ¿qué pude haber dado? Ahí va la segunda piedra. —De momento entretenimiento. Me gusta platicar, y no siempre hay alguien cerca con quien hacerlo. Además, te habrás dado cuenta que no es fácil hablar y entenderse con Moraví. —Lo último lo dijo sin creérselo demasiado, pero era un punto más para acabar de convencer a la muchacha. Aricán pensó que era cierto. Tan sólo había cruzado un par de palabras con la ruda mujer durante el trayecto a la aldea. —Está bien, puede que tengas razón. Creo que me quedaré aquí por un tiempo. —Casi se arrepintió, pero ya estaba dicho y
  • 9. no había vuelta atrás. La alegría de Helen era notable y contagiosa, robándole una irremediable sonrisa a la chica. —Bien, me alegra oírlo. Te traeré algo de ropa. —Se dispuso a salir de la cabaña cuando un voz tras su espalda la detuvo. — Espera. ¿Dónde está la morena?". Todavía se le hacía difícil llamarla por el nombre, ya que no se había enterado de cuál era hasta hablar con la mujer que tenía delante. —No te preocupes por "la grande", ha ido a buscar algunas hierbas para preparar ungüentos. —La mujer le echó una última mirada comprensiva y salió de la cabaña cerrando la puerta tras de sí. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: —¿Estás segura de lo que dices? Si pertenece a Lord Weillor podemos tener problemas. —¡Vamos, Trebor! —estaba indignada. —Nadie puede ser dueño de otra persona. Ella..., mejor dicho, ningún ser humano se merece lo que ese cretino le hizo. —La furia se apoderaba por momentos del rostro de Moraví, con sus ojos enrojecidos y tormentosos. —Ya lo sé. —El viejo hizo una pausa, preocupado. —Lo único que me preocupa es que sus tierras están demasiado cerca de aquí. ¿Qué pasará si alguien la reconoce? —¿Acaso estas perdiendo coraje? —Era un reto, no una pregunta. —Sabías quién era yo, pero no te importó. Ella sólo es una sierva que a escapado, ¿por qué te preocupa tanto? —Le atravesó con la mirada. Eran pocas las veces que Moraví lograba intimidarle, pero tampoco era el caso en ese momento. La dura mirada de su protegida tan sólo le producía cierto dolor. Intentó hablar serenamente. —Estoy viejo. Tengo miedo de no poder defenderla. —Su voz sonó más cansada que nunca. —Eso no tiene por que pasar..., yo estaré aquí. —Esta vez fue más comprensiva. No conocía ese nuevo sentimiento, algo que le impulsaba a proteger a la chica pelirroja del mismo modo que se sentía obligada a responder con Trebor y Helen. Pensó que ésa era una forma de devolverle a la vida los favores que le habían sido otorgados. —Sí, pero no estarás siempre. Tarde o temprano acabarás yéndote de nuevo. Lo llevas en la sangre, esa inquietud, esa sed de... —el viejo se detuvo, incapaz de completar la frase, acabando con un gesto rabioso de impotencia. Como respuesta sólo obtuvo la mirada ausente de la joven. —Esto te importa ¿verdad? Ella te importa. —Moraví enmudeció y bajó la vista. No quería preocuparse. No quería pensar en su pasado, pero ahora la joven estaba allí, metiendo el dedo en la llaga solo con su presencia y ella tarde o temprano tendría que enfrentarse a ello. —Está bien. —El viejo la tranquilizó. —Si es importante para ti, también lo será para mí. Pero prométeme que no te meterás en líos ¿vale? No quiero quedarme sin la morena más guapa de todo el mundo que conozco. —La sola idea de no poder ver a Moraví, aunque sea muy de vez en cuando, era similar a clavarle un puñal en el pecho y retorcerlo. "Te quiero demasiado, mocosa rebelde’. —No te preocupes. —sonrió. —Todavía tendrás morena para rato, te lo prometo. Trebor la estudiaba, deseando saber que pasaba por su cabeza. Nunca la había visto con ese tipo de ansiedad. Temía que pudiese vengarse del agresor de la muchacha al verse reflejada en ella, aunque no fue Lord Weillor quien la atacó en el pasado. Podría suceder que su impotencia ante sus verdaderos verdugos se transformara en ira ciega contra los que abusaron de la joven. Y ya había demasiado rencor y odio acumulado en ella. —¿Es muy joven? —preguntó para romper el silencio. —Tanto como lo era yo cuando me trajiste aquí. —Su voz sonó como un gemido bajo, y su pensamiento retornaba por momentos al agitado pasado. —Olvida mis dudas. —Trebor la cautivó cariñosamente con la mirada, pero con cierto deje de preocupación. — ¿Tienes todo lo que necesitas? —Sí, gracias por tu ayuda. ¡Uff! Espero que se deje curar. Esto le va a doler. —Cogió el pequeño cazo con el ungüento y salió del horno de su viejo amigo. Lo último que oyó al salir fue casi inaudible. "Procura no asustarla mucho". Levantando una ceja se alejó escondiendo la preocupación bajo una falsa sonrisa. El viejo se quedó pensativo. ¿Qué tenía la chica que había causado tanta ansiedad en su morena? Sólo esperaba que sea lo que fuera ayudara a Moraví. Ella no tenía superado su pasado y parecía que la nueva llegada la hacía enfrentarse a él. Puede que sin saberlo esto fuera una bendición para ella, por tanto tenía la esperanza de que la joven no se marchara, y, bueno... de que nadie la descubriera también. "Seguro que Helen se habrá hecho cargo de la joven". Era muy afortunado de tenerla junto a él; la mujer siempre transmitía paz, y en los momentos difíciles era capaz de mantener la compostura sin desmoronarse. Finalmente dejó que sus pensamientos se disiparan en el aire, siguiendo con la labor del horno, sacando con una pala el pan de la brasa. Ya conocería a la joven más tarde. :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
  • 10. Buscó bajo la oscuridad de la cabaña a Aricán, dándole un vuelco al corazón al no encontrarla. "¡Dios!, espero que no se haya ido". Sin pensarlo dos veces salió presurosa de la cabaña, arrollando en su loca carrera a Helen. —¡Augh! —La mujer de mediana edad cayó atónita en el suelo, con la imagen de que una mula le había dado tremenda coz en la cabeza. Moraví estaba de pie, pero también se quedó algo aturdida. —Lo siento... yo... —¿Acaso quieres matarme? —Se tocaba la dolida cabeza mientras la morena la ayudaba a levantar, sin darse cuenta de quién era. —Lo siento de veras. Yo sólo iba en busca de la joven. Creo que ha escapado. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L —¡Ah! ¿Es eso? —respondió tranquilamente, con conocimiento de causa. — ¿Qué demonios tienes en el hombro? ¿Acero? — Sus primeras palabras detuvieron a Moraví, mirando a Helen interrogante. —No te preocupes, está en el granero. La he instalado allí. La morena resopló con alivio. —"¡Uff, menos mal! Espera... ¿ha dicho en el granero?". Con mirada de hielo y como un eco de su pensamiento preguntó. —¿La has instalado en el granero? Y ¿a dónde se supone que iré yo? — por el tono de voz utilizado era evidente que estaba molesta. —¡Vamos Mora! —a Helen le gustaba llamarla así, era más corto y le parecía que iba a tono con el color de su piel. —¡Auch! Duele.... —se frotaba incansable su cabeza, haciendo esperar impaciente a la mujer más joven con la ceja levantada esperando una explicación. — En el granero hay sitio para las dos, es bastante amplio ¿no crees? —Su voz sonó dura, pero contradictoriamente se sentía divertida al ver la perplejidad de la mujer oscura, aunque sintiese un dolor de mil demonios. —Pero... Sus palabras se ahogaron al ver que Helen ya le había dado la espalda entrando en la cabaña. —Más vale que vayas a echarle el ungüento antes de que se seque. —Le gritó desde dentro. —Y si te sobra tráeme un poco. Moraví prestó entonces atención al cuenco que tenía en las manos. No se le había caído después del duro encontronazo con Helen pero se había olvidado de él por un instante. Después de estar como una tonta mirando la forma del "tarrito’ despertó con un gesto casi cómico, irguió una ceja mientras dirigía su mirada al interior de la cabaña y se alejó en dirección al granero. ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: La pelirroja estaba dormida sobre un lecho de paja. El sueño la había vencido finalmente. Moraví la observaba, incapaz de despertarla, aunque tendría que hacerlo, pues la medicina que había preparado se secaba rapidamente, y las hierbas no eran fáciles de conseguir. Se había hecho amiga del hechicero, del que había aprendido sus dotes para curar. La gente temía a Merón por sus conocimientos, pensaban que era un mago poderoso. Quizás lo fuera, después de todo, pero gran parte de su sabiduría era debida a su capacidad de observación, algo que le llevó a ser un gran conocedor de la naturaleza y sus secretos. Había explotado todos los recursos naturales, y ella era una de las afortunadas de ser su discípula, bueno, quizás la única. Siempre se preguntó por qué la había elegido. El gusanillo por aprender le había llevado aún más lejos: ya pertenecía al mundo de la piratería antes de conocer a Trebor, a veces podía ser bastante salvaje y cruel, pero también era curiosa, lo que le hacía estudiar los recursos curativos de tantos sitios donde había estado. Conocedora como era de las hierbas, mezcló en el ungüento bardana, cola caballo, lavanda y algunas especias. La dos primeras curarían las infecciones y borrarían las cicatrices, la lavanda, combinada con las demás, haría de calmante y serviría de loción refrescante. Ahora solo faltaba que fuera eficaz con la pelirroja. Después de tomar aire y soltarlo en un intenso suspiro decidió despertar a Aricán, acercándose al cuerpo dormido. Le sacudió el hombro, provocando que unos soñolientos ojos la miraran sin entender. Finalmente la joven dió un respingo, sobresaltada con los luceros de azul claro. Intentó erguirse, pero Moraví la sostuvo intentando calmarla. —No te asustes. Estás a salvo. —Le molestaba un poco provocar siempre esa reacción en la pelirroja. La joven respiraba con dificultad, aun sobresaltada, pero poco a poco se iba estabilizando. "¡Ey!, estás en un pajar, en un poblado, lejos de las murallas del Feudo.’ Suspiró, liberando con ello la tensión. —He traído un ungüento, te calmará el dolor de los cortes. —Tras una pausa siguió, controlando la reacción de la joven. — Sirve también para curarte el abdomen y no dejar cicatriz. La joven alzó una mano asiendo a Moraví por la muñeca del brazo que sostenía el cazo. La acercó para ver el contenido. —¿Borrará la marca? —preguntó levantando la vista para mirarla directamente a los ojos. Moraví vaciló. —Lo he usado otras veces. Funciona bien si la quemadura es poco profunda. —Oh..., ¿qué debo hacer? —De repente no tenía miedo. La sola idea de pensar que podía borrar  toda marca de su cuerpo le
  • 11. hacía sentirse esperanzada.  Ocultando el asombro por el interés repentino de la joven pelirroja Moraví contestó. —Hay que saber la cantidad exacta que se debe poner según el tipo de herida. —La joven le pedía a gritos con la mirada. — Si... si quieres te lo unto. Por primera vez en mucho tiempo vaciló. Le parecía extraño: con sus encantos naturales y una gran frialdad era capaz de conquistar y enamorar a un hombre hasta el punto de hacerle perder la cabeza, ¿cómo era posible que se sintiera insegura ante una joven tan....  indefensa?, se recriminaba a si misma. Aricán pensó que tendría que pasar otra vez por el mal trago, pero al menos era ante la misma persona y esperaba que no revelara a nadie hasta qué punto su cuerpo estaba dañado. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L —Humm... yo... ¿sirve también para otros sitios más... quiero decir... más...? —No pudo terminar la frase, pero Moraví la entendió. —Te refrescará, aunque necesitarás más días de tratamiento. —Su voz se endureció. "¡Hijo de perra!, si te pongo la mano encima..." Se sorprendió ante los ansiosos ojos de la joven. —Puedo recolectar lo que se necesita y enseñarte a... —La joven, sin esperar a que acabara empezó a desnudarse. —.... prepararlo. Aricán se desvistió por completo, dejando ver todo su cuerpo a la sanadora. Esta vez no estaba ruborizada, además, era una forma de devolver la deuda, ¿acaso ella no había visto a la morena desnuda en el bosque?. Se concentró en lo que venía a continuación. Su rostro se cubrió de un dolor que iba más allá del daño físico. Su alma estaba apenada, se sentía avergonzada y sucia, pero esperaba que su curación completa borrara todo su pasado y con ello esas sensaciones negativas. Moraví la observó, estudiando nuevamente cada corte, deteniéndose en los morados de la entrepierna. —Vale, date la vuelta. Me será más fácil empezar por los cortes de la espalda. —Además, de esta forma podría ocultar a la muchacha los sentimientos que pudieran transcribirse en su rostro. —Errr... Aricán, esto te va a doler. —le advirtió. Se giró y buscó en sus pertenencias una bota de vino y unas vendas. —¿Quieres beber un poco? —No, estaré bien. —Dicho esto sintió cómo unas manos expertas presionaban las vendas en su espalda, limpiando y untando el ungüento en cada una de sus heridas. Soportaba el escozor como podía, mordiéndose interiormente los labios, con ojos enrojecidos. Moraví sabía por lo que la joven estaba pasando, esto hacia que trabajara con rapidez. Terminada la parte de atrás extendió una manta limpia sobre su lecho de paja. —¡Túmbate! —ordenó. —La parte de delante será peor. Lo soportarás mejor en esta postura. Al colocarse en el lecho y rozar su espalda con la manta, Aricán soltó un gemido ahogado dejando que las lágrimas corrieran libres por su cara. La morena se acuclilló a su lado. —Lo siento mucho, pero es la única forma de que te cures. —Acercó su mano a la fina piel del rostro y la acarició, secando las lágrimas. Se sorprendió a si misma en ese gesto, definitivamente esta chica le tocaba el alma. —Abre las piernas, quiero ver el daño que tienes ahí. Aricán obedeció, influida por el tono de voz en que lo había dicho. No había malicia en sus palabras, así que la muchacha, confiada, se preparó mentalmente para el contacto. Moraví pensó que la pelirroja era muy valiente. Después de observarla, no sin dejar de sentir una inmensa rabia por lo que le habían echo, puso un poco del potingue en una venda y la colocó en la mano de la joven. No quería que se sintiera incómoda. —Esta cantidad será suficiente. Extiéndela sobradamente, ... y aguanta todo lo que puedas, ¿eh? La pelirroja se sorprendió un poco, sintiéndose algo decepcionada, pero obedeció y se untó ella misma la parte externa de sus genitales. Por acto reflejo, la joven agarró fuertemente con la mano libre el brazo de Moraví, al que apretó con fuerza vengativa ante el dolor que sentía. —¡Auch! —Sus ojos estaban estrechamente cerrados, por lo que no pudo ver el gesto compasivo y dolorido en los luceros azules. Moraví se quedó quieta en el sitio, esperando a que la joven dejara de apretar sobre su brazo. Al hacerlo, su muñeca quedó marcada bajo la presión de los dedos. "¡Vaya! Eres fuerte". Intentó animarla con una retadora sonrisa. Aricán le respondió con una gesto forzado en su boca. Casi se había quedado sin aliento, pero ya se sentía mejor. —Bien, ¿crees que soportarás lo que queda? —¿Puede ser aun peor? —dijo con lastimada voz. —No, lo peor ya ha pasado. —Oh, entonces lo aguantaré. —contestó confiada. —¿Puedes darme un trago? Creo que lo necesito. —La morena le alcanzó la bota, de la que bebió de golpe. El alcohol, al bajar por su garganta,  la calentaba y se sentía mejor. Moraví la miraba impresionada. "¡Caray!. Espero que no bebas así con frecuencia." Bromeó. La joven le sonrió, algo acalorada. Definitivamente el vino le sentó bien. —¿Quieres seguir tú? Te daré la cantidad a poner en cada una. —Moraví se refería a la heridas.
  • 12. —No, son muchos cortes. Contigo se acabará más rápido. —Y créeme, estoy deseando que acabe, pensó. La mujer mayor untó con el ungüento cada una de las heridas de su delantera, empezando por un corte en el cuello, pasando a los pechos, a los que ya había atendido en el río, para detenerse cuidadosamente en la cicatriz del abdomen, donde masajeó ligeramente siguiendo el sendero con sólo dos dedos presionando la tela. Pese a lo delicado del trabajo, Aricán tuvo que recurrir de nuevo a agarrarse del brazo de Moraví si no quería acabar gritando como una posesa. El escozor era casi insoportable, pero era consciente de que su curandera estaba haciendo su labor con mucha suavidad. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Moraví acabó con la quemadura, retirando el paño, pero se vió tentada a acariciar con sus dedos la piel de los alrededores. Sin perder el contacto, se quedó hipnotizada sintiendo la suavidad bajo su mano, que la atraía como un imán. Poco a poco el agarre de la joven fue perdiendo fuerza bajo la calidez y el relax de la caricia. Así quedaron durante un rato, la joven con la mano sobre el moreno brazo de su sanadora, sintiendo el calor del roce, y la otra ensimismada con la suavidad de la sana, tersa y rosada piel. Había química entre ellas, una comunicación sin palabras que hacía que ambas se sintieran relajadas. Finalmente Aricán perdió toda su fuerza y se durmió. Entonces Moraví se soltó suavemente, la cubrió con una manta, se detuvo un último instante para contemplar el apaciguado rostro de la joven y salió sigilosamente del granero. ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: El resto del día fue como cualquier otro en la sencilla vida de los aldeanos. Moraví compartió el trabajo, dedicándose a los animales. Ordeñó las vacas, limpió los establos, cepilló los caballos, dió de comer a las gallinas y aún buscó más que hacer, todo con tal de no estar dándole vueltas a la cabeza. Helen se encargaba de dar una vuelta de vez en cuando por el granero, cerciorándose de que todo iba bien. —¿Qué tal la encuentras? —preguntó Moraví al ver a Helen regresar de la estancia de la joven pelirroja. La mujer la observó con un gesto curioso. —Duerme y no tiene fiebre. ¿Cuántos días crees que habrá estado sin descansar? Encogiéndose de hombros contestó: —No lo sé. Puede que dos o tres. —Se acarició el mentón con cara distraída. — ¿Puedes alcanzarle algo de comer? —Moraví estaba algo preocupada, era importante que Aricán se alimentara con frecuencia. —Mora, está oscureciendo. Tú no has parado en todo el día. —La morena la miraba interesada en saber a dónde quería llegar, con su ceja levantada. — Puedo preparar algo de comer para las dos, y tú deberías llevárselo, ¿no crees? Así te quedarás allí a descansar. Hoy la labor ha sido intensa. —No sé... —suspiró. —Creo que tiene miedo de mí. Tú te las arreglas mejor. —Pensaba sobretodo en las veces que su mirada la había intimidado. —Y ¿qué harás cuando yo no esté? —el tono de su voz era un desafío. — Además, estoy convencida de que ya no te tiene miedo. No te infravalores Mora. Has hecho un gran trabajo con ella, la has curado y la has dejado durmiendo tranquilamente. No estaría así si realmente la horrorizaras, ¿no estás de acuerdo? —Le hablaba con sinceridad, como siempre lo había hecho. —Bueno, a lo que si debe temer es a tropezar contigo cuando corres. ¡Menuda bestia! —le habló con un semblante serio, pero aguantaba la risa mientras observaba la carita de perro degollado que se le estaba poniendo a la morena. —Yo... ya te dije que lo siento, de veras. —La morena intentaba disculparse nuevamente. La mujer entrada en años ya no aguantó más y soltó una carcajada. No podía evitarlo, le gustaba verla así, incómoda y tibuteante. Era curioso cómo ante el resto del mundo, incluso con Trebor, Moraví se mostraba seria, a veces distante y de mal carácter, pero con Helen era distinto, la mujer siempre había podido con ella; conseguía pequeños triunfos llevándola a su propio terreno, venciéndola en un juego de palabras o simplemente robándole una sonrisa. —¡Helen! Eres....eres.... Tú si que puedes ser mala. Quien no te conoce se equivoca enteramente. —Le dijo frunciendo el ceño, intentando mostrarse enfadada. —¡Ja! Pues Trebor no se queja. —Contestó con picardía. Las dos mujeres acabaron riéndose de la locuaz ocurrencia. Tras ello, Helen siguió su camino dejando a Moraví con su tarea. ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: La esposa de Trebor preparó la cena, llevándole una bandeja a Moraví con dos raciones de comida. Inútil sería discutir con semejante mujer, era muy obstinada, y le gustaba hacer las cosas a su manera, así que Moraví se limitó a coger la bandeja sin rechistar y se dirigió pausadamente hacia el granero, pensando por el camino la mejor manera de despertar a la pelirroja sin causar su sobresalto inmediato. "Tal vez debería taparme los ojos, claro, que con la misma podría tropezar y lanzarle toda la comida encima. Entonces si que se asustaría de verdad." Rió para sí, ¿de dónde salían esos pensamientos?. Se daba
  • 13. cuenta de que se encontraba muy bien, hasta el punto de bromear con todo el asunto. Y eso era raro, muy raro.  Al entrar en el granero, volvió a sentirse  insegura. Oyó la respiración pausada de Aricán, con su cuerpo debajo de la manta. Moraví dejó la bandeja sobre una repisa anclada a la pared que hacía las veces de mesa y se acercó a la joven con la intención de despertarla, esta vez no la miraría directamente a los ojos. —Hola. Ahora fue la morena la que se sobresaltó bajo la suave pero grave voz de la muchacha. Tragándose su sorpresa se acercó más para comprobar que estaba despierta. —Te encuentras bien. —Sí, ese potingue es bueno. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L —Sí que lo es. Verás cómo en un par de semanas estarás bien del todo. —Metódicamente actuó como cualquier cuidador con su enfermo, tirando un poco de la manta para estudiar las heridas cercanas al cuello. —¿Hace mucho que estás despierta? La joven pelirroja se encogió de hombros. —No demasiado. —Se incorporó para hacerle más fácil el trabajo. —¿De veras me enseñarás a preparar el ungüento? —Era una súplica, aunque intentara que no sonara de ese modo. Moraví la atrapó con ojos azul intenso. —Siempre cumplo una promesa. —al instante bajó la vista, giró sobre sus pies y buscó ropas para la joven. Aricán no pudo evitar dar un respingo de nuevo con esos luceros, la piel de gallina. Estaba segura que más de la mitad de los enemigos de ésta mujer eran derrotados sólo con el acero de sus ojos. Moraví le alcanzó la ropa que Helen había preparado, similar a la forma de vestir de las mujeres del lugar, con una falda pantalón de fondillo bajo, amplia pero cómoda, una camisa marrón oscura sin puños y un jubón sin mangas con cordones delanteros. Unas botas cortas de piel curtida completaban el vestuario. La joven pensó que era muchísimo mejor que lo que llevaba puesto antes de encontrarse con la morena.  Sin prestar atención a la pelirroja, más que nada para dejarla que se vistiera sin presión, Moraví se ocupó en preparar un lecho al otro extremo del granero, alejada de la joven. —¿Tú duermes aquí? —Sipe. —La voz le llegó desde atrás. —Entonces ésta era tu cama. —Se sentía un poco culpable. —Justamente, pero no te preocupes por eso, puedo dormir en cualquier parte, sólo necesito un suelo más o menos blando y un par de mantas. —Moraví se dirigió hacia ella con la bandeja de comida. —Mira, si te vas a sentir incómoda puedo ir a otro lado. —No, no es eso. —se explicó. —Me sentiría muy culpable si te vas de aquí. Es que...  me sorprendió un poco, eso es todo. —Ya. —No quiso explicarle que todo fue idea de Helen. En parte estaba un poco molesta con la mujer de Trebor, pero lo dejaría correr. —¿Tienes hambre? Helen prepara muy bien de comer. Mucho mejor que yo. —puntualizó. —Hmm... Huele rico. Eso era un sí, evidentemente. La mujer morena le alcanzó su ración y comió junto a ella, mientras le explicaba un poco cómo estaba distribuida la aldea y cuáles eran las cosas más comunes que debía saber.   Sigue -->
  • 14. L A E S P A D A D E H A I T H A B U . 3 ª P A R T E . Autora: Obeluxa CORSARIOS. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L —¡¡Corre, Mora!! La respiración entrecortada, el aire que falta, el corazón desbocado. El fuerte dolor en el pecho, la rabia, la desesperación. A sus ojos llegó la imagen de los hijos del Dragón Negro atrapando a Girlock. Una terrible impotencia invadió a Moraví, que sin poder hacer nada vio cómo esos cerdos clavaban sus sagas en su esposo. Tres heridas mortales, una en el pecho, otra en la garganta y una tercera a la altura de los testículos. Ella no tuvo tiempo de llorarle, pese a que sentía una gran presión en el corazón. Corrió hasta que no pudo más, y viendo que la iban a atrapar como cazador a su presa más tarde o más temprano, liberó su garganta del nudo que la sujetaba y lanzó un grito, el último que daría antes de ser alcanzada. —¡... Ey! —Un sonido le llegaba de lejos, como el susurro del aire. —Vamos, despierta. Cuando las palabras atravesaron sus oídos Moraví se despertó y alzó su cuerpo a la defensiva, arrastrando con ella a la pelirroja que la sacudía suavemente por un hombro. A consecuencia del empujón, Aricán perdió el equilibrio y cayó sobre su regazo, clavándole el codo en el muslo izquierdo. Moraví no reaccionó inmediatamente, sino que se mantuvo quieta, tensa y sudorosa, con la mirada perdida y el corazón palpitando descontrolado. La pelirroja incorporándose la miró. Estaba asustada. No sabía qué pensar respecto a las emociones que pasaban por el rostro mudo de Moraví. Ella sólo pretendía despertarla con suavidad al darse cuenta de que sufría una pesadilla. Mil preguntas pasaron por su cabeza pero no hizo nada al respecto. Prefirió esperar, temerosa de algún tipo de represalia por el codazo. Mientras tanto, una perturbada Moraví intentaba tomar aliento y volver al carácter frío y distante que la caracterizaba. Pasado un tiempo, giró su cabeza y dirigió su intensa mirada a la pelirroja, que hubiese dado cualquier cosa por desaparecer en ese instante. —Estabas soñando. Pensé que debía despertarte. — Aricán intentaba explicarse al ver que la morena no decía ni una palabra. —¿Dije algo? —Preguntó con voz dura y molesta. Aricán se asustó aún más, enfrentada como estaba a unos luceros azul claro que parecían traspasarla como cuchillas. —No, sólo gemías y decías cosas sin sentido y... te movías agitada. —explicó, balanceando los brazos como para hacer más verosímil su versión. Luego se vio tentada a acariciar a Moraví, en un intento de aliviarla pero al estirar el brazo hacia el rostro, la morena se giró bruscamente en sentido contrario, rechazando la caricia. —¡Deja! Ve a dormir. Una sombra de dolor se cruzó en el inocente semblante de Aricán, pero no protestó. Miró al inexpresivo rostro de Moraví antes de alzarse sobre sus pies. Entonces desvió la mirada al techo del granero durante unos segundos, quizás buscando una explicación desde lo alto. Sin obtener la respuesta esperada, giró sobre su eje y volvió a su lecho. Después de que la pelirroja se alejara, y viendo que le había dado la espalda, Moraví en un gesto desesperado se llevó una mano a la cabeza y frotó con rudeza su cara, como queriendo hacer desaparecer esas pesadillas que volvían a atormentarla después de algunos años. "Maldita chiquilla", pensó. Estaba muy inquieta, "Tengo que salir de aquí". No sabía muy bien a dónde ir, pero no podía desahogarse en el granero con la joven a su lado. No la metería en sus asuntos. Sin pensarlo más sacudió su cabeza, se levantó sigilosamente y salió al frío de la noche. La pelirroja oyó la puerta al cerrarse. Moraví la había aterrorizado. —¿Qué le pasa? En los pocos días que llevo aquí no la he visto de este modo. ¡Dios!, he visto temor y rabia en sus ojos. Intentaba adivinar qué tipo de vivencia habría hecho que sufriera de ese modo. Quizás hizo mal en despertarla, Moraví se mostró violenta,... y la pregunta, "¿Dije algo?, ¿por qué le preocupa tanto?, ¿acaso tiene algo que ocultar?, pero ¿qué?. Y... ¿quién o qué es Girlock?" Después de salir del granero, Moraví se aventuró en una alocada carrera, sin rumbo fijo, tropezando con las ramas en su camino, haciendo caso omiso a los rasguños en los muslos. Finalmente se encontró ante un acantilado, lejos del poblado, donde no sería escuchada por nadie. —¡¡¡Nooooo!!! Allí lloró, gritó y se derrumbó dejándose caer al suelo. Descargó contra la tierra bajo su cuerpo, golpeando con el puño hasta brotar sangre de los ennegrecidos nudillos. Así se mantuvo durante mucho tiempo, hasta que el cansancio la venció. No podía soportar esas pesadillas que le traían a su mente una realidad tan viva que parecía que la había pasado una semana
  • 15. antes. Su mente le trajo la imagen de Girlock, el único hombre al que había amado hasta el extremo: su corsario, su amante... su todo. Y esos cerdos acabaron con su vida, con la persona que la había liberado de su mundo, demostrándole que existen otras formas de vivir, proporcionándole una vida feliz y segura a su lado. Y lo peor de todo es que ella no pudo hacer nada. Gimió, hubiera sido mejor haber muerto con él entonces. Años después ella seguía buscando su propia venganza, arrollando a su paso a todo aquel que se interpusiera. Había viajado por tantos sitios como existían en el viejo mundo, pero en tantos años no había conseguido ninguna pista que le llevara al Dragón Negro ni a ninguno de sus serviles. Ahora se encontraba en una aldea, con una joven que le recordaba a cada instante su pasado, volviendo las pesadillas. No sabía si odiarla por sentirse identificada con ella. Pero no, "¿en qué estás pensando?", la muchacha no tiene la culpa de tu pasado, además a sufrido mucho, y en el fondo busca lo mismo que tú, huir de su pasado. Esa era la pura verdad, aunque se mente negara a reconocerlo. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Intentó calmarse, devolviendo al presente los momentos más felices que había tenido con Girlock. Todo un varón para ella, todo un valiente para el resto. Sonrió para sí al recordar el semblante serio y fresco de un hombre que hablaba sólo con mirarla. ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: Moraví se encontraba en la bodega del navío, amarrada a un poste. El capitán del barco no quería soltarla temiendo que intentara lanzarse por la borda, además, la única vez que había estado suelta formó tal revuelo que era mejor mantenerla a raya. —Menuda salvaje. —dijo Joe, el grumete. Necesitaron cuatro hombres para inmovilizar y trasladar a Moraví al interior del camarote. Ella sola había pateado traseros durante un buen rato sin ser embestida por nadie. —Dímelo a mí, todavía siento un dolor agudo entre las piernas. —Protestó Bodelé. Estaba muy furioso. —Es una lástima que el capitán la haya encerrado, si no verías tú cómo le enseñaba modales a la morenita. —El barbudo miraba ansioso hacia la puerta de la bodega. La destrozaría disfrutando de su cuerpo si le dejaran. —¡¡Una galera!! —gritó el vigilante desde el puesto de vigía. —¡Capitán, se acerca muy deprisa! —desde babor otro marinero observaba el avance del navío. —¿Lleva alguna bandera? —preguntó el capitán Justino de Barracas. —No se ve nada, pero se acerca muy deprisa. —¡Mierda!, puede que sean piratas normandos. ¡¡Preparaos para recibir el ataque!! Desde la bodega, Moraví podía oír los gritos del capitán. La tripulación se movía agitada, corriendo de un lado para otro. Ella podía sentir los pasos apurados de los marineros y el tintineo de las armas metálicas. Era el preludio de una fuerte batalla. Moraví no tenía posibilidad de escapar, por tanto se limitó a esperar con todos los sentidos alerta. "¿Quién sabe?, puede que salga de ésta victoriosa y me ahogue antes de que ningún cabrón me haga suya otra vez, pensó riéndose de su suerte, "Peces, os llegan alimentos frescos del día". Más golpes estruendosos mezclados con un intenso griterío llegaron a sus oídos. Después de dos horas, tiempo que le había parecido eterno, el ruido de la batalla se extinguió y la puerta de la bodega se abrió, entrando en su interior un hombre alto, rubio y vigoroso al que no reconoció como parte de la tripulación. La mente de la muchacha trabajó rápidamente, atando cabos. No tardó nada en llegar a la conclusión de que el buque había sido conquistado. Detrás del primer hombre entró Justino de Barracas, custodiado por dos piratas. —¿Es esto lo que tienes? —preguntó el rubio alto con un tono indiferente. —¡Es una diosa! Íbamos a vendérsela a un noble que pagaría mucho oro por ella —contestó Barracas con voz suplicante. El hombre se acercó a la muchacha. Fue entonces cuando Moraví vio por primera vez el sereno semblante de Girlock. —No parece gran cosa —dijo con intención de molestar aún más al ya humillado Barracas. Girlock disfrutaba plenamente con esto. Le gustaba ver al capitán indefenso, temeroso de lo que ocurriese con su vida. Como pirata, esperaba un buen botín, no una sierva. Pero contaba con que acabaría haciendo un trato con los esclavistas al ver que sus importantes pertenencias no se encontraban en la nave. Se llevaría a Moraví, de momento. Ya daría con ellos más tarde y se vengaría por la trata de esclavos. Porque si había alguien que amara realmente la libertad ése era Girlock; si él era libre para decidir, por qué se le debía privar de libertad a los demás. ¿Acaso no éramos en el fondo todos iguales? ¿No es cierto que la sangre de todos los mortales es del mismo color? A pesar de que sus nervios estaban a punto de hacerle saltar sobre su víctima para arrancarle los ojos, el corsario seguía mostrando un sereno e indiferente semblante. —Haremos esto —Girlock rompió el silencio que torturaba al desaliñado y descompuesto Barracas. —: me darás todo lo que tengas de valor e incluirás a la chica —dijo sin retirar la mirada de ella. La respuesta de Moraví no se hizo esperar, y sus
  • 16. ojos centellearon hasta el punto de querer atravesarlo con la mirada. Tal era el odio que sintió por el hombre que intentaba apoderarse de ella como si se tratara de un objeto. —Y si hago eso, ¿de qué viviré? —preguntó el capitán. —Con la venta de esta diosa tendremos mucho dinero para repartir. Girlock se acercó al tal Justino con una tranquilidad que helaba la sangre de su enemigo. Inmediatamente el capitán se dio cuenta de su peligrosa osadía. Cuando estuvo lo suficiente cerca, dejando sentir su respiración en el rostro del otro le contestó: —Si no me la das no tendrás que preocuparte por tu vida. ¿No crees? La sutil amenaza fue como un jarro de agua fría. Justino de Barracas, el arrogante hombre que nunca había sido derrotado, tenía ahora el rabo entre las piernas. —¡Gordon! —el corsario llamó a uno de sus marineros, —¡Saca a la chica de aquí! —Después de eso salió de la bodega. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L —¡Hijo de puta! —Gruñó por lo bajo. Esto era algo de lo que Justino se acordaría siempre. El botín de su vida, una Hija del Sol, robada ante sus narices por un jovenzuelo que apenas tendría la mitad de experiencia que él. La pérdida de la chica le dolía. Y es que en estos tiempos, una joven como Moraví era muy difícil de encontrar. Sobre Moraví y las que eran similares (si es que existía alguna más) había una leyenda. Las Hijas del Sol eran mujeres muy hermosas, procedentes del Norte de África, con la piel morena y tersa y con algo fuera de lo común, sus ojos, azules como el día. Para cualquier rey o gran señor, poseer una hermosa mujer como ésta era como tener un amuleto de la suerte y eran capaces de dar una inmensa fortuna por ellas. Barracas dirigió su mirada por última vez al cuerpo de la joven, con los ojos rabiosos y la mandíbula apretada. Moraví le devolvió el cumplido, sonriendo con sarcasmo, contenta de ver al Barracas humillado. Al menos la vida le proporcionaba estos cortos momentos de placer que ella jamás dejaría escapar. Ya se preocuparía más tarde de trabajar algún plan para separarse del nuevo cabrón que pretendía adueñarse de ella. En la galera de Girlock, el capitán se vio obligado a ordenar que encerraran a la joven. Su actitud agresiva demostraba que estaba muy asustada. —Como una presa acorralada —pensó. Sin conocer su filosofía, Moraví lo odiaba por haberla comprado. La encerraron en un camarote sin lujos pero espacioso. Moraví pensó que se trataba de la estancia del hombre que estaba al frente de la tripulación, ya que era un lugar cómodo. En el cuarto había una gran mesa donde se extendían unas cartas astrales y unos mapas. A babor se situaba una estantería de troncos donde estaban colocados algunos libros y objetos de poco valor. Al fondo, un catre amplio, donde podrían dormir perfectamente dos personas. Esto le hacía tener previsión de futuro, un futuro que no le gustaba en absoluto. Todos los objetos de la habitación estaban a la vista, no parecía haber nada escondido. A pesar del odio que profesaba hacia Girlock, no pudo dejar de admirar lo ordenado y pulcro que debía ser. El camarote hablaba por sí mismo. Moraví reconoció una daga que se encontraba en la estantería. Sin pensarlo la recogió y la escondió entre sus ropas con rapidez, mientras se oía el cerrojo de la puerta del camarote al abrirse. Girlock entró en el camarote y volvió a cerrar la puerta. La joven morena no le quitaba la vista de encima, estudiando cada uno de los movimientos de su posible contrincante. El hombre se acercó a ella. —No tienes nada que temer. Yo no voy a venderte. Ella seguía con los ojos fijos en él, sin cambiar de actitud. Entonces Girlock se acercó más. Moraví, con un ágil y rápido movimiento sacó la daga y le atacó de frente. Girlock no se dejó sorprender y paró el ataque agarrando a Moraví por la muñeca fuertemente, haciendo que soltara la daga. Después de eso la empujó echando todo su cuerpo sobre ella y la atrapó contra un poste central que atravesaba la habitación. Moraví quedó inmovilizada de inmediato, con sus dos manos agarradas, la daga en el suelo, su corazón desbocado y la respiración entrecortada. Sus ojos se cerraron, sin poder soportar la intensidad de los ojos grises que la atravesaban. —¡Escucha!, no quiero hacerte daño. —Girlock aflojó la presión pero al ver que la chica se revolvía resuelta, volvió a empujarla, elevando sus brazos por encima de su cabeza. Los pechos de ella sentían la presión del tórax de Girlock, algo que la turbó momentáneamente. —¡Mírame! — La zarandeó. Moraví abrió tímidamente los ojos, enfrentándolos a los luceros grises. El hombre parecía leer a través de su alma. —Te devolveré a tu lugar de origen pero sólo si dejas de comportarte de ese modo. Mora habló por primera vez. —¿Qué quieres decir? — era un desafío que no pasó por alto. —No voy a darte nada. —No quiero nada de ti. Sólo quiero devolverte a tu sitio. La joven vaciló, no sabía qué creer. —Entonces, ¿por qué me salvas? —No estaba acostumbrada a recibir sin tener que dar nada a cambio. Girlock, nuevamente aflojó la presión. Su mirada se dulcificó mientras observaba el turbado rostro que tenía enfrente. —No mereces ser la esclava ni el amuleto de ningún rey. —¿Y la tuya? —Moraví preguntó con desconfianza. —No te quiero como esclava. No quiero ser dueño de nadie. — Tras una pausa prosiguió. —¿Podré soltarte sin que intentes asesinarme? Moraví asistió con la cabeza. Este hombre era fuerte y la asustaba, pero a la vez su instinto le decía que debía confiar en él. 
  • 17. Girlock la liberó del agarre, apartándose un poco de su cuerpo, pero quedándose lo suficientemente cerca como para sentir los latidos nerviosos del corazón de la joven mujer. —Mira, te quedarás en el camarote. Será tuyo durante el tiempo que estés aquí. —¿A dónde irás tú?. —Su voz denotaba todavía algo de temor. —Dormiré con la tripulación, de ese modo comprobarás que no quiero nada de ti. —Fue la respuesta del corsario. Dicho esto le dio la espalda, recogiendo la daga del suelo. Pensó que no sería bueno dejar en el camarote ningún objeto punzante. La chica no se fiaba de él, y ese sentimiento era mutuo. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L Durante un tiempo todo sucedió como el corsario propuso. Moraví se quedaba a dormir en el camarote del capitán de la galera normanda, con el cerrojo puesto. Girlock se acomodó con la tripulación. La joven morena fue cambiando poco a poco su actitud agresiva hacia el hombre que, sin saberlo, le había salvado la vida. El odio de un primer momento fue dejando paso a cierta admiración por el joven corsario. Alababa su capacidad de dominar a su antojo a un atajo de hombres rudos y mayores que él. Era inteligente y sabía muchas cosas. Poco a poco fue creciendo cierta cordialidad entre ellos. Moraví se movía libremente por las dos cubiertas del barco. Los hombres de Girlock clavaban sus ojos en ella pero todos la trataban con mucho respeto. Nadie cometería el error de ir contra las normas de su jefe, y una de ellas era no molestar a Moraví. Quien osara tocarla sería arrojado de inmediato a los tiburones. El corsario guió la galera hacia el sur de Hispania, tal y como le prometió. Pero una vez cerca allí, Moraví comprendió que no tenía sentido el regreso. No había nada que la atara al sitio. No había nadie esperando. —¿Qué sucede? Hemos llegado, eres libre. —Girlock sentía quedarse sin su compañía pero a la vez estaba satisfecho de devolverla a su hogar. —Todo es diferente. —Explicó Moraví. —No hay nada que me ate a este lugar. —¿Entonces qué harás? —Yo..., aún no lo sé, quizás me enrole en algún barco. Girlock pensó que la joven deliraba. —¿Te has vuelto loca? ¡Nadie te cogerá como grumete, ni siquiera como cocinera? ¿Quién querría enrolar en su barco a una... (tibuteó) a una hermosa joven que no haría más que complicarlo todo? —Puede que tú. Moraví lo estaba volviendo loco. Ya era bastante difícil para él tener que aguantar la tentación de intimar más con la joven. ¡Y ahora le pedía viajar con él! Su mente le indicaba soluciones razonables, mientras que su corazón se movía por un camino ilógico. —¡Escucha! ¡No puedes venir conmigo! —musitó él muy quedamente. Moraví escondió su rostro. No sabía qué le estaba pasando pero tenía claro que no quería alejarse de Girlock. Entonces el hombre le agarró suavemente la barbilla y, alzando su cara, la enfrentó a su mirada. Moraví podía sentir cómo Girlock miraba a través de su alma. Hasta cierto punto se sentía completamente desnuda, con sus sentimientos expuestos cual libro abierto. —¿Por qué quieres quedarte? Éste es tu mundo. Estarás entre los tuyos —le dijo con voz suave, intentando convencerla. —No. Llevo mucho tiempo lejos de aquí. Nadie me espera. — Por una vez en su vida Moraví tenía tentaciones de suplicar. De alguna manera sentía que Girlock era una puerta abierta hacia una nueva vida. El corsario no podía soportar ver la angustia que se estaba formando en los luceros azul claro, por lo que resignado hizo una nueva proposición. —Está bien. Podrás quedarte, pero como uno más entre la tripulación. —El velo de angustia en los ojos de la muchacha se fue apagando. —Tendrás que ganarte la comida, y si te metes en líos con los marineros, deberás defenderte tú sola —continuó el hombre. Ahora Moraví sonreía abiertamente. —Quiero recuperar mi camarote, así que si quieres quedarte en él y no dormir con la tripulación tendrás que dormir en el suelo. —Girlock quería ponérselo difícil. —Eso no será problema —contestó Moraví convencida. —No será fácil, así que deja de sonreír de una vez. —La brusquedad de sus palabras le dejó sorprendido. —Vete ahora. Moraví se alejó y lo dejó solo. Girlock se preguntó entonces cuánto tiempo pasaría antes de que no aguantara más su atracción por la joven. El tal Barracas tenía razón en una cosa, Moraví era una diosa. Esa misma noche, después de volver a desviar el rumbo de la nave, Girlock se entretuvo durante horas mirando las estrellas. Pensó en dividir su camarote en dos, de ese modo no se vería tentado por la belleza de Moraví. La joven era lista, y estaba convencido de que se haría un puesto entre los suyos. Su fuerza no pasaba por alto y, pese a su juventud, tenía un cuerpo bien formado y musculoso. Cuando regresó al camarote, en la penumbra pudo notar el bulto que denotaba que Moraví estaba dormida en el suelo, lejos de la cama. Con su respiración constante y tranquila, estaba claro que confiaba en él. Girlock pensó que ése no era lugar para una diosa. Él podía dormir en el suelo. Sin pensarlo dos veces se acercó a la joven y la despertó agitándola suavemente del hombro. Moraví dio un respingo y se puso alerta. —Errr..., lo siento. No quería asustarte.
  • 18. —Pues lo has hecho —contestó la joven con un tono tenso. —¿Sucede algo? Girlock se sentía algo ridículo. —No..., no. Sólo quería comprobar que estabas bien, y... bueno, proponerte que te acuestes en la cama. Moraví lo miró asombrada, con los ojos muy abiertos. Estaba empezando a pensar que se había equivocado con Girlock, aunque si quería ser sincera, en el fondo la idea no le parecía tan mala. Girlock, al comprobar la reacción de la morena no le dejó tiempo a replicar. —Yo me acostaré en el suelo —resolvió. —Pero ese es tu lecho. Habíamos hecho un trato y yo estoy de acuerdo con quedarme en el suelo. VE FA R SI N FI ÓN C O EN R IG ES I N PA A L, Ñ O L —Lo sé, pero durante estas semanas he estado durmiendo sobre tablas y no sé si seré capaz de coger el sueño en una superficie tan blanda —mintió descaradamente. —Podías haberte inventado una excusa mejor —pensó. —¿Y si nos turnáramos?. Ya que yo estoy en el suelo duermo esta noche aquí y mañana lo harás tú — Pensó que con eso dejaba zanjada la estúpida cuestión, así que se volvió a acomodar y le dio la espalda a Girlock. El corsario quedóse como un tonto, mirando el cuerpo tranquilo de la durmiente. Con un bajo —de acuerdo —se dirigió a su cama y se acostó. Por supuesto, no durmió en toda la noche. Lo que el rubio hombre no sabía es que Moraví tampoco durmió, sintiendo toda la noche cómo un flujo de sensaciones desconocidas hasta ahora se hacían dueña de su cuerpo y su mente. Al día siguiente todo pasó en el barco con normalidad. Moraví se entregó de lleno al trabajo, aprendiéndolo todo muy deprisa. Tuvo un pequeño percance con un marinero, pero salió airosa y sin pelear del encontronazo. Durante todo el día, muchacha y corsario se esquivaron, sintiendo que llegara nuevamente la noche. Después de que el sol se escondiera en el horizonte la noche anterior empezó a repetirse. Moraví regresó al camarote, mientras que Girlock se entretuvo con los marineros durante largo rato. Fue el último en irse a dormir, con la esperanza de que la joven se hubiese entregado ya al mundo de los sueños. Cuando entró en el camarote no pudo evitar la tentación de acercarse al lecho y comprobar que estaba dormida. Nuevamente notó la respiración tranquila de la joven. Sus ojos, acostumbrados a la penumbra, se clavaron en el rostro de Moraví, estudiando cada detalle del mismo. Se sentó en el borde del lecho y, sin apenas tocarla, pasó sus dedos por la cara de la mujer. Ella no se alteró, por lo que Girlock llegó a la rápida conclusión de que estaba profundamente dormida. —Bien —pensó, dispuesto a seguir un rato más recorriéndola con la mirada. Esa noche hacía bastante calor, por lo que Moraví se había acostado sobre las mantas. Girlock podía imaginar cómo era el cuerpo escondido bajo las ropas de la mujer. Ese pensamiento alteró sus hormonas, así que bruscamente sacudió su cabeza y se dispuso a levantarse y alejarse de allí. Una mano lo agarró del brazo. —Quédate. Las palabras cayeron como un jarro de agua fría. —Aquí hay espacio para los dos y... después de todo es tu lecho. —Moraví explicó con voz ronca y suave. La mano de ella sobre su brazo ocasionó un cosquilleo por la espalda de Girlock. Estaba muy nervioso. —Creo que eso no sería una buena idea —contestó turbado. —¿Acaso no te gusto? —Oh, no. No es eso. Es sólo que yo... bueno, tú no... pensé que... —Girlock se quedó sin respuesta. ¡Claro que deseaba quedarse! Una amplia sonrisa se apoderó del rostro de Moraví, quien tuvo que hacer un gran esfuerzo para no reírse sonoramente. Siempre había visto a Girlock seguro de sí mismo, tomando el control de las distintas situaciones que surgían en su camino. Pero ahora se comportaba como un niño, totalmente inseguro. —Habrá que ayudarle entonces —pensó. —Acuéstate —ordenó con suavidad mientras tiraba de su brazo. Girlock se dejó llevar, hasta que recostó su cuerpo al lado del de ella. No estaban pegados pero podía sentir el calor que se desprendía del otro lado del lecho. Moraví soltó su brazo. De inmediato Girlock sintió la pérdida de su contacto y emitió un sordo gemido como protesta. Se sentía agarrotado y nervioso, incapaz de moverse del sitio. La joven se apoyó en su brazo, con la mano acunando su cabeza. Sus ojos observaban al hombre. Con la mano libre masajeó el brazo derecho de Girlock. —¿Te encuentras bien? —preguntó preocupada por la falta de reacción. —¿Eh?... Oh, sí. Estoy bien. —¿Quieres que me vaya? —ahora era ella la que se mostraba algo insegura. Haciendo acopio de valor, Girlock se incorporó de lado, la atrajo hacia sí y rozó los labios de la joven con los suyos propios. —No. No quiero que te vayas. La mano de Moraví dejó el brazo y alcanzó la tez de la cara de su compañero. Con el pulgar acarició su mejilla hasta alcanzar sus labios, donde se detuvo. Girlock estaba perdido bajo el influjo de esos ojos de un intenso azul claro. Eran hipnóticos. La suave caricia de la mujer le erizaba los pelos. Con delicadeza agarró la mano y la besó. Moraví retuvo la respiración, ignorando el nudo y el hormigueo que se formó en la boca de su estómago. Quería probar esos labios, así que empujó al rubio, acostándolo sobre su espalda y lo besó en profundidad agachándose sobre él, gozando de la suavidad de