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82               ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
               VI. EN BUSCA DE LA VIDA, EL PUEBLO CAMBIA LA HISTORIA.
                                     Reino de Israel

Introducción.
Ahora comenzamos el sexto capítulo de la formación. En él se aborda el período en que el pueblo del
norte formo un reino aparte, después de la muerte del rey Salomón. El capítulo esta organizado en
cuatro bloques temáticos.

El tema “El estado: del servicio al pueblo a la esclavitud del pueblo” estudia el paso que Israel dio de la
organización tribal al estado monárquico. Analiza como el Estado del rey Salomón, que debería estar al
servicio de todos, comenzó a cobrar impuestos y exigir cosas cada vez más difíciles, dejando al pueblo
en una situación semejante a aquella en que sus antepasados vivían en Egipto.

El segundo tema “Norte-Sur, una costura mal hecha”, muestra las consecuencias de la política opresora
de Salomón: con su muerte, su hijo Roboam pierde las diez tribus del norte, que habían sido muy
maltratadas y no lo reconocieron como nuevo rey. Se forma así el reino de Israel del Norte, bajo el
liderazgo de Jeroboam.

“Cuando cada uno participa, el pueblo construye la historia” es el tercer tema. Por un lado, retrata los
personajes de la historia oficial del reino, los reyes y sus cortes. Por otro, muestra la historia del pueblo
que, liderado por los profetas, escribe su versión de los hechos y ve la acción de Dios que interviene y
conduce todo.

El tema “Buscar a Dios por los caminos tortuosos” aborda la idolatría del reino del norte y la
infidelidad a la alianza con Dios que lleva al pueblo a la ruina y al reino a la destrucción definitiva.

El estudio de este capítulo arrojará una nueva luz sobre el sentido de las contradicciones que existieron
y existen aún en la historia, y dejará clara la presencia de Dios que se comunica constantemente e invita
a escribir una historia nueva, por medio de personas y gestos proféticos.

1. EL ESTADO: DEL SERVICIO DEL PUEBLO A LA ESCLAVITUD DEL PUEBLO.

Los impuestos, las tarifas o contribuciones hacen parte de la vida diaria de todos los seres humanos
constituidos en sociedad desde tiempos remotos. Todas las instituciones estatales o religiosas reciben
contribuciones por su servicio. El problema surge cuando estas son superiores y/o no atienden a las
necesidades de la sociedad.

Retomando el camino hecho: En el estudio anterior, profundizamos el origen de la monarquía en Israel
con Saúl, su ampliación y restructuración con David y la consolidación del reino con Salomón.
Estudiamos también las consecuencias de la política de estos reyes para el pueblo de Israel. Quedó
claro que la monarquía trajo algunos beneficios, pero causó muchos daños a la vida del pueblo. Entre
estos daños están: la pérdida de la organización que el pueblo tenía antes, la explotación del trabajo y la
opresión económica sobre los productores. La misma fe también quedo lesionada porque el culto fue
centralizado en el Templo de Jerusalén, causando problemas para la gente que vivía en regiones
distantes de la capital.

En este estudio profundizaremos lo que sucedió a la muerte de Salomón en el 931 a.C. El Norte
proclama su independencia del Sur, y el reino se divide en dos. Comenzaremos por el estudio del reino
de Norte, llamado Israel, el cual duró poco: del 931 al 722 a.C. Estudiaremos los acontecimientos que
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desembocaron en la independencia del Norte, lo que pasó después y como este intento de autonomía
fue muriendo hasta la extinción del reino. Este es un período turbulento y complejo, pero de
fundamental importancia para la Biblia, pues en sus dos siglos de existencia, el reino de Israel fue palco
de grandes acontecimientos y de personajes bíblicos, como los reyes y los profetas. Lo que se produjo
allí contribuyó enormemente a la elaboración y ampliación del material bíblico, como veremos más
adelante.

La clave para comprender lo que está en el origen de la ascensión y caída del reino del Norte es la
cuestión de los impuestos. Al analizar desde esta perspectiva la historia de este breve período del
pueblo de la Biblia, podemos entender mejor los motivos que llevaron al Norte a separarse del Sur.
Queda más clara también, para nosotros, la actuación de los profetas en este contexto y sus críticas al
régimen. Comprenderemos, entonces, por que el Reino de Israel se hundió.

Nuestros impuestos de cada día: “Hay que pagar para nacer, hay que pagar para vivir, hay que pagar
para morir”. Así resume una canción popular brasileña la realidad que afecta a todos los seres humanos,
en cualquier país, desde los tiempos más remotos: los impuestos, las tarifas o contribuciones que
cobran a los individuos las instituciones estatales o religiosas. En la tierra de Israel, el pueblo también
tenía que pagar impuestos.

Una cosa es la teoría y otra la práctica: Desde el punto de vista teórico, el impuesto sería el pago por
un servicio. Todos los individuos de una sociedad no pueden cuidar al mismo tiempo del trabajo, de la
defensa, de las contribuciones públicas, etc. Por eso, pagan para obtener a cambio tales servicios que
ellos mismos no pueden prestar con eficiencia. Este pago viene impuesto. Pero, ¿a quién pagan?
Teóricamente, el impuesto se paga a quien esta en condiciones de realizar o garantizar los servicios que
la sociedad requiere. Pero en la práctica la historia es más compleja. Para comprender el problema de
los impuestos, vamos a tomar el ejemplo de la seguridad, de la defensa de la sociedad.

Del voluntario al soldado: A medida que las sociedades antiguas se van organizando, buscan
soluciones para el problema de la seguridad. ¿Quién va a defender a la sociedad de los ataques
enemigos, que ponen en riesgo su propia existencia? Cuanto mayor es el número de individuos en una
sociedad, más difícil se hace defenderlos a todos. Dejar a los esfuerzos de cada uno el resultado sería la
total disgregación de las sociedades. Alguien tiene que ser el responsable, mientras los demás se
dedican a otras actividades vitales, como la agricultura, la caza y la producción. Un grupo especial de
guerreros debe cuidar la defensa de la sociedad.

En las sociedades menores y más colectivizadas, este servicio es voluntario, movido por el sentido
comunitario de solidaridad y defensa del bien común. No necesita ser permanente, porque en tiempos
de paz no hacen falta guerreros. Estos pueden dedicarse a tareas comunes. El voluntario no exige un
pago, por que todo el pueblo contribuye espontáneamente con los víveres para su sustento. Así lo
hicieron y hacen hasta hoy las naciones indígenas. Igualmente lo hizo el pueblo de Israel en la época de
la confederación de las doce tribus.

Poco a poco, sin embargo, nace la necesidad de un ejército permanente, bien equipado. Sobre todo,
cuando el objetivo ya no es sólo defender la sociedad, especialmente los bienes de los más ricos, sino
atacar a otros pueblos para conquistarlos y enriquecerse con el botín de la batalla, apropiándose de sus
tierras, de su producción y de su mano de obra. Los vencidos se convierten en esclavos del vencedor.
En este caso, el ejército pasa a ser un instrumento de poder en manos de los reyes. Entonces, el servicio
ya no será voluntario sino obligatorio. Los guerreros pasan a ser soldados, a recibir un sueldo. El
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pueblo tendrá que pagar impuestos para mantener el ejército del rey. Esto sucedió también en Israel, a
partir de la monarquía.

El estado: un intento de solución para los problemas del pueblo: A medida que las sociedades
humanas se fueron articulando, creciendo y perfeccionando, también se hicieron cada vez más
complejas. ¿Cómo organizar la sociedad para garantizar el bien común? Por una parte, el
“voluntariado” se hizo ineficaz en ciertos casos. Por otra, el ejercicio del poder de liderazgo en una
sociedad se especializó y se convirtió en un cargo disputado. La creación del “Estado” fue la salida
para solucionar los problemas de organización de la sociedad. Este estaría compuesto por personas
dedicadas a cuestiones de interés común. Poco a poco, el Estado pasó a ser responsable de la seguridad
y la defensa de las personas y bienes (se crea un ejército permanente); por la administración de la
producción (se organiza el comercio y acuña una moneda); por la administración de la justicia (se crea
un tribunal); por la construcción de espacios comunes: murallas, edificios, silos, reservas de agua,
caminos y vías públicas.

Al pasar del sistema tribal al régimen monárquico, Israel comenzó a organizarse como Estado, con un
poder centralizado. El rey y su corte, amparados por el ejército, se convirtieron, en la sociedad israelita,
en los responsables de diversos servicios a la nación. Para mantenerse, este Estado estableció
impuestos. El pueblo esperaba obtener, a cambio, tales servicios.

El servicio público del Estado: Hoy día, con la evolución tecnológica, el Estado es la institución que
cuida, o por menos debería cuidar, de la organización de casi todos los ámbitos de la vida social:
alimentación, salud, educación, vivienda, trabajo, seguridad, comercio, industria, transporte, justicia,
energía, comunicación, deportes, etc. Los Estados modernos dividen estas tareas en diversos
ministerios: Agricultura, Educación, Salud, Trabajo, Transportes, etc.

El servicio prestado por el Estado a los ciudadanos se llama “servicio público”. En los Estados
democráticos modernos, quien debe garantizar la prestación de este servicio es el poder ejecutivo,
también conocido como “gobierno”. A cambio de este servicio, la población, incluso quienes trabajan
para el Estado o en él (los funcionarios públicos y los políticos del ejecutivo), deben pagar al Estado.
La forma de este pago es el impuesto. En tiempos de Israel, el encargado del servicio público era el rey.
Este nombraba funcionarios para administrar las diversas áreas y regiones del reino. Toda esta
“burocracia estatal” debería garantizar la prestación de servicios esenciales para el pueblo, con miras al
bien común.

Los impuestos en Israel: En Israel se cobraban tasas por los santuarios, los impuestos pagados a los
reyes y otros tributos según los imperios que dominaran.

Las tasas del santuario: El pueblo de la Biblia, naturalmente, también tuvo problemas con algunas
tasas obligatorias. Inicialmente las tasas tenían un carácter sagrado, de contribución para el santuario,
para el Señor. El que las recibía era Moisés, y luego los sacerdotes y los levitas. Básicamente eran
cuatro tasas que los israelitas debían pagar al santuario. De estas, dos eran obligatorias (el diezmo y el
tributo anual por persona) y dos se cobraban sólo en casos especiales (la multa por el pecado y el
rescate de un voto hecho).

a. El tributo anual por persona: Todos los hombres a partir de los veinte años pagaban el valor de
medio siclo, moneda de plata que pesaba 5,7 gramos, aproximadamente (Ex 30,13; 38,24-26). En el
Nuevo Testamento el valor de este tributo era de un didracma, moneda de plata que pesaba unos 7
gramos (Mt 17,24). Este tributo era justificado como un “rescate” de la persona. En Israel, todos
85              ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
“pertenecían” al Señor, todos eran nazir, es decir, “consagrados”. Quien era consagrado debía cumplir
con ciertas exigencias. Sin embargo, al pagar esta tasa al santuario, la persona pagaba su “rescate” y
quedaba dispensada de tales observancias.

b. La tasa y la multa por el pecado: El que trasgredió la ley ha infringido el derecho del Señor y del
prójimo (Lv 4, 5,15-16). Esto es pecado. El infractor queda “debiendo” al Señor. Entonces paga la tasa
con el valor de un animal (novillo, buey, oveja, etc.), acrecentada por la multa de un quinto, es decir, un
20%. Esta penalidad es semejante a nuestras multas de tránsito o a las finanzas previstas para ciertos
delitos.

c. Los diversos rescates de personas y bienes consagrados: Además de las personas, podían estar
consagrados al Señor por un voto los animales, las casas, los campos y hasta una parte del diezmo (Lv
27,2-33; Nm 3,47; 18,16.21-32). Los valores de las tasas variaban según la edad, el sexo y la especie. A
semejanza del impuesto por persona, todo lo consagrado al Señor podía ser “rescatado” mediante el
pago de una tasa. Encontramos algo semejante hoy en las “conmutaciones” de votos y promesas de
difícil realización, que a veces hacen los fieles para alcanzar una gracia y que luego no cumplen. El
sacerdote “conmuta”, es decir, cambia la promesa hecha por otra mas difícil de cumplir.

d. El diezmo anual: El pueblo de Israel tiene el usufructo de la tierra, pero su verdadero dueño es el
Señor. Por eso, la décima parte de todo lo que el suelo produce y de los rebaños, es entregado al Señor
(Dt 14,22-29; Lv 27,30-33) El israelita debía ofrecerlo al Señor en el santuario, comiéndolo en la
presencia del Señor (Dt 14,23-26). Por pertenecer al Señor, estos productos no podían ser incluidos en
el voto de promesa. Pero si alguien lo hacía, podía rescatar el diezmo incluido en el voto pagando una
multa del 20% de su valor. Esta regla valía solamente para el diezmo de los productos del suelo, no
para el de los rebaños. Cada tres años, el diezmo debía dejarse para los pobres (Dt 14,28-19).

A estas tasas deben añadirse los diversos sacrificios estipulados por el santuario: sacrificio de
reparación, de expiación por la impureza, de alabanza y comunión y de acción de gracias. Todo esto
tiene para Israel un valor sagrado, pues de esta forma se ofrece culto a Dios. Otros significados tienen
los impuestos estipulados por el rey. Vamos a estudiarlos a continuación.

Los impuestos del rey: Los reyes de Israel también fijaban impuestos para el pueblo. En el régimen
monárquico, el rey concentra las funciones que en la república competen a los tres poderes. El pueblo
queda sujeto a la benevolencia o capricho de su monarca. Muchas veces, llevados por la ambición de
riqueza y del poder, los reyes del mundo se apoderaron de las tierras de sus súbditos, obligándolos a
servir al ejército y a poner sus hijas al servicio del soberano.

Los reyes de Israel no escaparon a esta regla: apenas llegaron al poder, comenzaron a abusar del
pueblo. A menudo el cobro de los impuestos era forzado, servía para enriquecer al rey y a su corte en
vez de mejorar la vida del pueblo. Los impuestos eran, en verdad, una forma de expropiar los bienes de
los súbditos. Tenían un amparo legal, eran oficiales, indiscutibles e irrevocables. ¡Ay de quien no los
pagara!

Previendo esto, el líder popular Samuel, último de la época de la confederación de las tribus de Israel,
alertó a sus compañeros que les pedían la institución de un rey: “El rey tomará a los hijos de ustedes y
los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrán que correr delante de su carro […]. Tomará a sus
hijas para perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará sus campos, sus viñas y sus mejores olivares y
se los dará a sus servidores. Tomará el diezmo de sus cultivos y sus viñas para dárselo a sus eunucos y
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a sus servidores. Tomará sus criados y criadas, y a los mejores bueyes y asnos y los hará trabajar para
él. Sacará el diezmo de sus rebaños y ustedes mismos serán sus esclavos” (1 S 8,11-17).

El pueblo es el que paga los “platos rotos”: Estos son los impuestos más comunes que los reyes
establecían, según las circunstancias y los intereses de cada uno.

a. El diezmo del rey: Se hizo público el dramático caso del agricultor Nabot, que perdió la tierra, la
viña y la vida a causa de la ambición del rey Ajab (1R 21). Pero la explotación de los reyes sobre el
pueblo no se mostraba siempre así, descarada. La forma más común de explotar era por medio de los
impuestos. En el texto de 1S 8,11-17, trascrito anteriormente, vemos que el rey también cobraba un
diezmo, es decir, la décima parte de toda la producción agrícola y pecuaria de cada ciudadano israelita
(ver también Am 7,1). Este diezmo con seguridad también se extendía al comercio (1R 10,15).

b. Impuestos por vasallaje: Cuando era presionado por el rey de un país más poderoso, el rey exigía los
impuestos a todos los israelitas. Tenemos dos ejemplos: Menajem, rey de Israel entre el 743 y el 738
a.C., cobró cerca de una libra de plata a cada notable del país, para pagar a Pul (Teglat-Falasar III), rey
de Asiria, las treinta y cuatro toneladas de plata exigidas por este rey para dejar a Israel en paz (2R
15,19-20). También Joacaz, rey de Judá en el año 609 a.C., vencido por el faraón Nekó, creó mas
impuestos para el pueblo con el fin de pagar las tres toneladas y media de plata y los treinta y cuatro
kilos de oro exigidos por el rey de Egipto (2R 23,33-35).

Más adelante daremos otros ejemplos de estos impuestos y de sus efectos sobre la población.

c. Otros impuestos: En las sucesivas dominaciones extranjeras sobre Israel, los impuestos aumentaron.
Los persas cobraban a Israel un tributo territorial, un impuesto por persona y hasta algunos peajes (Esd
4,13). Mas tarde, los seléucidas pasaron a cobrar, también, un impuesto sobre la sal y una “corona” o
palma de oro como “ofrenda” (1M 10,29:13,37; 2M 14,4), además de los tradicionales impuestos sobre
los productos de la tierra. Los romanos, hacia el final del período del Antiguo Testamento, cobraban los
impuestos territoriales y personales (Rm 13,7; Mc 12,14), además de las tarifas de aduana (Rm 13,7;
Mt 9,9). Los tributos podían ser pagados en dinero o en mercancías (animales, aceite, trigo) (2Cro
17,11). El “dinero” era inicialmente una cantidad pesada de oro o de plata. La acuñación de monedas
(de oro, plata, cobre o latón) de diversos pesos y valores comenzó en el siglo VII a.C. en Grecia.
Algunos emperadores a veces eximían a ciertas ciudades o personas de pagar impuestos. Por ejemplo,
el rey de Persia dispenso de los tributos e impuestos al personal del Templo de Jerusalén (Esd 7,24).
Mas tarde, de los seléucidas reconocen la independencia de la ciudad santa, dispensándola por entero
de cualquier tributo (1M 15,5). Pero Pompeyo restableció este tributo en el 53 a.C. a partir de entonces,
pasó a pagarse a los romanos.

Consecuencias de los impuestos en la vida del pueblo: Desde que Israel asumió el régimen
monárquico y quiso “ser como las otras naciones”, el sistema tributario del Estado se convirtió en la
forma consagrada de ejercicio del poder real en el país. Pero, cuando la carga tributaria es excesiva, el
pueblo se rebela. ¿Quién aguantara vivir para pagar al Estado y nunca recibir a cambio un buen servicio
público, además de ver a las personas que mandan en ese Estado cada vez más ricas y poderosas,
mientras el pueblo se empobrece y debilita?

Fue principalmente por esto que el pueblo de las tribus del Norte acabó rebelándose y rompiendo con el
hijo de Salomón. Pensaron que la creación de un reino independiente resolvería el problema. ¡Pobre
pueblo! No entiende que la causa de los problemas no está en las personas, sino en el modelo
sociopolítico.
87              ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6

El impuesto es también la forma en que una nación domina a otras: La dominación mediante el pago
de impuestos o tributos era también la forma más común de imperialismo de una nación sobre otra.
Mediante campañas militares, una nación más fuerte consigue someter a otra, imponiéndole el pago de
tributos. A medida que una nación se fortalece en la política y en la economía y cuenta con un ejército
numeroso y bien equipado, comienza a someter a las pequeñas y débiles naciones vecinas,
constituyéndose poco a poco en un imperio. Algunas naciones no tan pequeñas intentan a veces
enfrentar al imperio del momento, aliándose para resistir al invasor que amenaza su soberanía. Cuando
esta medida no surte efecto, el imperio anexa a su territorio a estas naciones y somete a sus habitantes,
convirtiéndolos en súbditos, o exige el pago de tributos a las naciones rebeldes, para eximirlas de la
total anexión.

En el reino de Israel tenemos los dos casos en tiempos del rey Oseas (732-724 a.C.): en un primer
momento Asiria, militarmente fuerte, bajo el gobierno de Salmanasar V (727-722 a.C.), impone un
tributo al reino del Norte, para dejarlo en paz. Pero en un segundo momento el rey de Israel trama
secretamente una rebelión, contando con el apoyo de Egipto, y deja de pagar el tributo. Entonces,
Asiria invade Israel, desmantelando el gobierno de Samaría, destruyendo físicamente la ciudad,
anexándola y deportando a su población (2R 17,1-6).

Además de estos casos y de los ejemplos ya citados de Menajem y Joacaz, encontramos en la Biblia
otros casos de sumisión mediante el pago de impuestos. Podemos citar el caso de Moab, reino vecino
de Israel, que somete a Israel al pago de tributos en el tiempo de los jueces (Jc 3,14-156). Mas tarde,
David invierte la situación, imponiendo tributos a Moab y a otros pueblos vecinos, que quedaron
sujetos al monarca israelita (2S 8,2-13). En tiempos del rey Joram, en el Norte, Moab intentó librarse
de este tributo a Israel (2R 3,4-5).

Tarea: para la próxima reunión traer periódicos y revistas.
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2. NORTE-SUR, UNA COSTURA MAL HECHA

Con la muerte del rey Salomón, el pueblo suplicó a Roboam, heredero del trono: “Tu padre ha hecho
pesado nuestro yugo; ahora tu aligera la dura servidumbre de tu padre y el pesado yugo que puso sobre
nosotros, y te serviremos” (1R 12,4) Pero él les dijo: “Mi dedo meñique es mas grueso que los lomos
de mi padre. Un yugo pesado cargó mi padre, pero yo haré más pesado su yugo, mi padre los azotaba
con azotes, peor yo los azotaré con escorpiones” (1R 12,10-11). El Reino de Salomón se dividió en
dos.

La causas de la división del Reino después de Salomón
En el cuarto bloque temático, las familias se organizan para sobrevivir, vimos que, muy posiblemente,
Israel y Judá existían como dos grupos distintos, en Canaán, incluso antes de la confederación de las
tribus (cerca del 1200 a.C.). Israel, en el Norte, podía ser formado por la coalición de otras tribus
menores, aunque no podamos afirmar que esta coalición haya recibido el nombre de “Israel” ya que
desde aquella época. La unión de las tribus del Norte con las del Sur, encabezadas por Judá, puede
haberse dado por necesidad de ayuda mutua, sobre todo en la defensa contra los ataques de los pueblos
vecinos. A esta unión, que resultó en la confederación de tribus, contribuyó en gran medida el hecho de
tener una fe común en un Dios único (el Señor, identificado con Él), una misma lengua, una manera
semejante de organizar la sociedad y el deseo de liberarse de los reyes de las ciudades-estados de
Canaán.

Pero parece que las divergencias no se superaron del todo. La línea que unía al Norte y al Sur era muy
frágil y la separación entre ellos parecía más bien camuflada. David habría conseguido una cierta
unidad durante su reinado, pero conviene saber que sólo después de siete años de reinado en Hebrón,
en el Sur, él fue reconocido por las tribus del Norte. Fue el gobierno de Salomón el que abrió profundas
heridas en la aparente unidad del Reino.

No todo fue pompa y celebración
El Reino de Salomón es descrito en el primer libro de los Reyes con una buena dosis de aprobación (1R
3-10). Salomón es el ejemplo del hombre sabio, emprendedor, que ejecuta con diligencia y buen gusto
los deseos del Señor acerca de la construcción del Templo, es un eximio comerciante, que consigue
mucha riqueza y prestigio. Pero el libro no esconde las fallas de su reinado. Con una franqueza (¿o
ingenuidad?) increíble, nos revela los defectos de la tan propalada gloria de Salomón (1R 11). Vamos a
estudiar los más notables.

Violencia y opresión
Desde el punto de vista histórico, encontramos una explicación para la separación del Norte: la política
de Salomón, tan cruel y opresora como la de los faraones. Ya no había diferencia entre el tiempo en
que los hebreos estaban esclavizados en Egipto y los tiempos de Salomón, Este se había convertido en
un gran “faraón”, con sus construcciones gigantescas, el excesivo lujo de los palacios y del templo, un
poderoso ejército y la dura explotación económica de los trabajadores para sostener todo esto. Cada vez
eran más pesados los impuestos y los trabajos forzados y se abrió paso la conveniencia de una religión
centralizada en Jerusalén, que legitimara el poder central de la riqueza de Salomón.

La política violenta y opresora de Salomón hizo surgir dos grandes enemigos. Edom y Damasco, que
justificarían siempre la existencia de un ejército fuerte en Israel, pues eran amenazas constantes “a la
seguridad nacional” (1R 11,14-25). Esta política generó el descontento de las tribus del Norte. La
riqueza del rey era sinónimo de la pobreza de la mayoría del pueblo. Su gloria y fama significaban
miseria y sufrimiento para los pobres.
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Influencia del paganismo
El número exagerado de mujeres con las que Salomón se casó marca el inicio de la desaprobación. No
se trata de una forma de elogio a su virililidad ni de ostentación de su poder y riqueza (el hombre podía
tener cuantas mujeres pudiera sostener). Aunque esto fuera útil para aumentar su prestigio, para el rey
estos matrimonios eran más necesarios, por que, a través de ellos, se hacían pactos comerciales y
políticos con los reyes de la localidad de donde venían las mujeres. Generalmente, aquellos reyes
entregaban a una de sus hijas como princesa o concubina de Salomón, a cambio de algún beneficio o
incluso sumisión.

Con la venida de estas mujeres al país, llegó también el culto a sus dioses, y esto tenía que respetarse
para no molestar al rey de aquel lugar. Así, por influencia de sus mujeres, Salomón acabó haciendo
concesiones peligrosas a los cultos idolátricos (1R 11,1-13). Sin duda, esto no agradó al pueblo, pues
representaba la fidelidad religiosa que Dios reprueba, suscitando enemigos en el exterior (1R 11,14ss) y
en el interior (1R 11,26ss).

Desde el punto de vista teológico, por tanto, la división del Reino es el castigo del Señor porque
Salomón cedió a la idolatría, rompiendo la alianza (1R 11,11): abandonó al Señor, no anduvo en sus
caminos ni observó sus mandamientos (1R 11,33). El “glorioso” Salomón, presentado como el rey más
sabio del mundo, es equiparado aquí a los peores reyes de Judá e Israel, porque hizo todo lo que no
debía. Por lo menos ésta es la opinión de los autores deuteronomistas, una corriente teológica surgida
más tarde, que se propuso contar toda la historia de la monarquía de Israel.

¿Esclavos de nuevo? ¡NO!
El descontento frente a la política de Salomón por parte de las antiguas tribus del Norte venía de lejos.
Él ya las había explotado para los trabajos forzados de construcción (1R 5,27; 11,26). Pero la gota que
derramó el vaso fue cuando Salomón no pudo pagar la deuda externa contraída con el rey Hiram de
Tiro, que le suministraba las maderas finas para los palacios y el templo, y entregó a cambio veinte
ciudades del Norte, en Galilea (1R 5,20-25; 9,10-14) El pueblo del Norte se vio de repente apartado del
pueblo de Israel, reducido a mercancía de remate.

La reacción: los descontentos se rebelan
El pueblo no se quedó quieto. Presentó sus quejas a Jeroboam, un norteño que estaba al servicio del
rey. Era “valiente y fuerte” (1R 11,28) y demostraba aptitudes para el trabajo. Estas prerrogativas le
ganaron el puesto, dado por el rey, de superintendente de los trabajadores del Norte (una especie de
presidente de sindicato en nuestros días). Convenía a Salomón aprovechar el liderazgo local para llevar
adelante el asunto de los trabajos forzados.

No sabemos si el puesto de Jeroboam era remunerado, como el de los oficiales, o si era también un
trabajo obligatorio y gratuito para el rey. Ciertamente Jeroboam no estaba feliz de la vida “sirviendo a
su amada patria”… De todos modos, se convirtió en el máximo representante de los norteños
descontentos y su liderazgo fue confirmado después (1R 12,20). Jeroboam asumió el dolor del pueblo y
lideró una rebelión contra la política opresora de Salomón.

Un profeta apoya la rebelión
 En el contexto de la revuelta, Ajías de Silo, un profeta del Norte, anuncia, por medio de una acción
simbólica- rasga una manto nuevo en doce pedazos-, que Dios dividirá el Reino. Manda que Jeroboam
tome diez. Este fue el número de tribus que se quedaron con Jeroboam, mientras el hijo de Salomón se
quedó con dos (1R 11,29-32). Jeroboam se convirtió, así, en una amenaza para la estabilidad del Reino
90               ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
de Salomón que, lógicamente, intentó matarlo. El rey logró reprimir la rebelión, y Jeroboam tuvo que
huir a Egipto (1R 11,26-40). Allí se quedó hasta la muerte de Salomón (11,40). Ciertamente el rey
quería matar a Jeroboam no sólo por este acto aislado, sino también porque él, con seguridad, ya estaba
liderando una multitud de descontentos. La lógica del poder consiste en eliminar toda posible oposición
al régimen.

Saltar de la sartén y caer en las brasas
Con la muerte de Salomón, los habitantes del Norte esperaban una política más favorable de parte de
Roboam, su hijo sucesor en el trono. Éste fue a Siquem par recibir el aval de los representantes del
pueblo del Norte, como nuevo rey. De nuevo liderados por Jeroboam, que había vuelto de Egipto, le
expusieron claramente: “Tu padre ha hecho pesado nuestro yugo; ahora tu aligera la dura servidumbre
de tu padre y el pesado yugo que puso sobre nosotros, y te serviremos” (1R 12,4). Roboam consultó a
sus consejeros más experimentados, que le sugirieron acceder a las peticiones del pueblo. Pero él
rechazó la propuesta y prefirió oír a sus amigos más jóvenes, compañeros de infancia. Estos le
aconsejaron responder al pueblo insatisfecho: “Un yugo pesado cargo mi padre, pero yo haré más
pesado su yugo; mi padre los azotaba con azotes, peor yo los azotaré con escorpiones” (1R 12,11).

Antes estas intransigencias del nuevo monarca, las tribus del Norte se rehusaron a reconocer al hijo de
Salomón como rey, y se separaron política, religiosa y afectivamente de la dinastía de David (1R
12,16-33). La ineptitud política de Roboam, sucesor de Salomón, que anunciaba un gobierno aún más
represivo y explotador, provocó la separación de los norteños y la consiguiente división del Reino. Era
en el año 931 a. C. La ilusión de un Reino se rompía en pedazos, como en el gesto simbólico del
profeta Ajías de Silo (1R 11,27b-32). A partir de entonces, comenzaron a existir dos reinos en la tierra
de Israel: uno en el Sur, conocido como “Reino de Judá”, que abarcaba el antiguo territorio de la tribu
de Judá y parte del territorio de la tribu de Benjamín. Este reino mantuvo su capital en Jerusalén y a un
descendiente de David como rey. En el Norte, se formó el otro reino conocido como "Reino de Israel",
constituido por las otras diez tribus. Este reino fijará más tarde su capital en la ciudad de Samaría.
Jeroboam, el líder de la rebelión, será aclamado primero rey del nuevo reino, pero no conseguirá
consolidar una dinastía en el trono de Israel.

De la independencia a la muerte
La rebelión política de las tribus del Norte no significó una aproximación teológica al ideal de la
alianza. El profeta Ajías de Silo transmitió un mensaje del Señor, semejante al del profeta Natán a
David: "Te tomaré a ti y te haré reinar sobre cuanto desee tu alma, y serás rey de Israel. Si escuchas
todo cuanto yo te ordene, y andas por mi camino, y haces lo recto a mis ojos guardando mis decretos y
mandamientos como hizo David mi siervo, yo estaré contigo y te edificaré una casa estable como se la
edifiqué a David" (1 Re 11, 37-38).

Esta promesa pone a Jeroboam en el nivel de un "David del Norte", y al reino de Israel en las mismas
condiciones que Judá. Sin embargo, ni Jeroboam ni su hijo Nadab, que le sucedió en el trono,
realizaron este ideal. La gran crítica de la historia deuteronomista a todos los reyes del Norte, que se
convirtió en un refrán, fue ésta: "Hicieron el mal a los ojos de Dios". Por eso, ninguno de ellos
conseguirá establecer una dinastía perenne, como sucedió en el Sur. El Reino de Israel pasará por
manos de cinco familias o dinastías distintas, y diecinueve reyes, de los cuales siete fueron asesinados y
uno se suicidó. La violencia, la injusticia, la explotación, el soborno, la ambición, el lujo de alguno a
costa del empobrecimiento de muchos y la "baalización" del Señor, asociada a una farsa religiosa
basada en el ritualismo, hicieron de Reino del Norte un ejemplo del "efecto dominó" en los desastres
políticos.
91             ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
Fueron 209 años de constantes rebeliones contra el Señor Dios. El punto final de esta historia fue la
destrucción definitiva del Reino de Israel con la toma de la capital Samaría por parte del Imperio
Asirio, en el 722 a. C. El Reino de Israel desapareció del mapa, para nunca más volver a constituirse
como Estado autónomo.

Tarea: Busca una o dos personas que no pertenezcan al grupo, que realicen alguna actividad
importante en beneficio de la comunidad o de los más necesitados, e invítales a que te cuenten su
experiencia.
92              ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
3: CUANDO CADA UNO PARTICIPA, EL PUEBLO CONSTRUYE LA HISTORIA

La historia de Israel, como la de todos los pueblos, fue construida con la participación de todos. En el
reino del Norte se destacan algunos reinos, pero, de modo especial, algunos profetas que actuaron con
una conciencia crítica ante los abusos del poder.

Los personajes que hacen la historia del reino del Norte.
En la Biblia, la historia del período en que existió el reino del Norte se encuentra en los dos libros de
los reyes (1R12, 1 a 2R 17). Pero, como siempre sucede en la vida real, los relatos escritos sólo vienen
después (y a veces mucho después) de que un puñado de gente ya hizo la historia, ya vivió los
acontecimientos con toda su ambigüedad y ya pasó por la incertidumbre del alcance de sus decisiones
ante los conflictos de la vida. Finalmente, la historia sólo es tal por que fue hecha por personas que
vivieron su momento. Vamos a conocer más de cerca algunas personas que hicieron la historia del
reino del Norte. Profundizaremos los hechos que las rodearon y cómo se comportaron ellas ante éstos.

Comenzaremos por los reyes, no por que sean más importantes, sino por que su política dejó huellas
profundas en el pueblo. Al ser los gobernantes, de cierto modo, tenían el destino de la nación en sus
manos. Pero sus opciones infelizmente, llevaron al país a la ruina final, son los villanos de la historia y
no de ficción, revela la triste realidad de una nación cuyos dirigentes actúan de manera insensata,
insana, incluso en detrimento de un proyecto de sociedad volcado al bien común.

Luego, conoceremos mejor a los profetas, los antagonistas de la historia. Ellos eran personas con una
profunda y clara visión de su tiempo: de la política, de la economía, de la religión y del escenario
internacional de su época. Veían lo que otros no veían (tal vez por que estos últimos estaban
obnubilados o tenían intereses en juego). Eran personas lúcidas, capaces de percibir el centro de las
cosas y de defender a la sociedad israelita. Ellos revelan la cara viva y despierta de la sociedad que no
se dejo contaminar por la propaganda alienante de los poderosos. Eran la voz crítica de la sociedad ante
la desafortunada política de los monarcas. Sin la visión crítica de los profetas, la historia nos habría
llegado enturbiada, filtrada por los intereses de los poderosos y los opresores. Los profetas nos
muestran el lado de los oprimidos. Ayudaron a mantener viva en la memoria del pueblo la esperanza de
pueblos mejores. Pero pedían de ambos, reyes y pueblo, los cambios imprescindibles para que la nación
no sucumbiera.

Finalmente conoceremos a un grupo de personas cuyos rostros sólo podemos imaginar, porque
trabajaron anónimamente sin dejar sus firmas al final de la historia. Sus nombres no aparecen en los
créditos de la película. Es gente del pueblo, porque el pueblo también hace la historia y cuenta historias
que hacen pensar. El pueblo tiene su versión de la historia. Estamos hablando de un número incontable
de gente desconocida que, en el reino del Norte, creó, conservó, amplió y después contó y cantó
algunas historias sobre el pueblo de Dios. Esta gente prefería llamar a Dios Elohim, en vez de Señor,
sus reflexiones y memorias están esparcidas en la Biblia, sobre todo en el Pentateuco. A ese material
escrito se decidió llamarlo Tradición Elohísta. A través de estos textos, vamos a conocer lo que el
hombre “de la calle” de la época del reino de Israel pensaba de la vida.

No vamos a estudiar a todos los diecinueve reyes de Israel. Presentaremos en seguida sus semblanzas
sólo como ilustración. Después profundizaremos el estudio de aquellos reyes cuyo gobierno en Israel
fue determinante para comprender el ascenso y la caída de tan soñada independencia.
93              ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
Cronología de los reyes del norte
En el siguiente cuadro cronológico, los reyes que tiene un hijo como sucesor están en letra itálica los
reyes cuyos nombres aparecen en negrilla serán objeto de nuestros análisis, debido a su importancia
para los destinos del reino del Norte.

            REY                                 AÑO                     REFERENCIA BÍBLICA
Jeroboam I                                    931-910                        1Re 12, 1 – 14, 20
Nadab                                         910-909                          1 Re 15, 25-31
Basá                                          909-886                     1 Re 15, 33-34; 16, 1-7
Elá                                           886-885                           1 Re 16, 8-14
Zimrí                                        885 (7 días)                      1 Re 16, 15-22
Omrí                                          885-874                          1 Re 16, 23-28
Ajab                                          874-853                 1 Re 16, 29 – 17, 1; 18, 1- 22,40
Ocozías                                       853-852                   1 Re 22, 52-54; 2 Re 1, 1-18
Joram (hermano de Ocozías)                    852-841                            2 Re 3, 1-27
Jehú                                          841-814                        2 Re 9, 1 – 10, 36
Joacaz                                        814-798                            2 Re 13, 1-9
Joás                                          798-783                          2 Re 13, 10-25
Jeroboam II                                   783-743                          2 Re 14, 23-29
Zacarías                                   743 (6 semanas)                      2 Re 15, 8-12
Sal-lum                                      743 (1 mes)                       2 Re 15, 13-16
Menajem                                       743-738                          2 Re 15, 17-22
Pecajías                                      738-737                          2 Re 15, 23-26
Pecaj                                         737-732                          2 Re 15, 27-31
Oseas                                         732-724                            2 Re 17, 1-6
Toma de Samaría                               722-721                           2 Re 17, 5-41

Jeroboam I
Ya conocemos mucho sobre este primer monarca del nuevo reino separado del antiguo reino davídico.
Reinó aproximadamente entre el 931 y el 910 A.c. Residía en Trisa, más al norte del país. Ejercía un
liderazgo entre los norteños desde los tiempos del rey Salomón, cuando trabajaba gratuitamente para él.

Fue en esta época que Jeroboam lideró una rebelión contra la política opresora del rey de Jerusalén.
Era, por tanto, candidato natural a ocupar el trono del recién formado reino de Israel, después de la
ruptura con Roboam, hijo y sucesor de Salomón en el trono de Jerusalén. Es importante resaltar aquí,
sin embargo, que Jeroboam fue de cierta manera “llamado” por Dios para ser rey, por medio del profeta
Ajáis de Silo (1 Re 11, 29ss), a ejemplo de lo que sucedió con Saúl y David, ungidos por el profeta
Samuel (1 SAM 10, 1; 16, 12-13), y con Salomón, legitimado por el profeta Natán (1 Re 1, 34).

Vimos también la preocupación de Jeroboam por la religión. Fue él quien instituyó los dos santuarios
nacionales de Betel y Dan, con sus altares, sus fiestas y sus sacerdotes y sus nuevas representaciones
del Señor, el becerro de oro. Ya reflexionaremos bastante sobre las motivaciones y las consecuencias
de estas actitudes del rey de Israel para la historia del reinado. Vimos que no se trataba de un Dios
“alternativo”, sino de una forma alternativa de concebir a Dios y de relacionarse con Él.

Conviene, sin embargo, resaltar que aun durante su reinado, el mismo profeta Ajáis se distanció
críticamente de Jeroboam a causa de su actitud. Y cuando éste mandó a su esposa disfrazada a buscar a
Ajáis, para consultar sobre la suerte de su hijo Abdías, un niño enfermo. Ajáis sentenció, sin dudar, la
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condena por parte del Señor: el niño morirá, toda la casa de Israel será exterminada y el pueblo de
Israel será golpeado “como las aguas agitan una caña”, deportado de su tierra (1 Re 14, 1ss). Así,
aunque con buenas intenciones, Jeroboam acabó creando las condiciones para la entrada de la idolatría,
entendida como manipulación de la divinidad para fines políticos de dominación y explotación del
pueblo. Este camino llevó a la pérdida de su conciencia y de su propia autonomía.

La profecía de Ajáis demoraría algún tiempo para cumplirse. La muerte del niño se dio de inmediato,
apenas su madre volvió de la ciudad (1 Re 14, 17), pero Jeroboam tuvo a otro hijo suyo, Nadab, como
sucesor del trono, después de su muerte. Sin embargo, Nadab estaría sólo dos años en el trono. En una
conspiración, Basa lo asesinó en Gui vetón, se convirtió en rey de Israel y comenzó a exterminar a toda
la casa de Jeroboam. Se cumplió así la otra parte de la profecía. Jeroboam no logró consolidar la
dinastía. La propuesta del Señor, hecha por medio de Ajáis, de “construir una casa estable” para
Jeroboam, no pudo realizarse porque él se rehusó a cumplir su parte del trato: “Obedecer al Señor y
andar por sus caminos” (Cf. 1 Re 11, 38).

Omrí
Comenzó su reinado aproximadamente en el 885 A.c., en Tirsá. Pero luego de seis años compró a
Semer la montaña de Sumaría y en ella fundó y construyó la ciudad de Sumaría como capital del reino
del Norte, situada más hacia el centro del país (1 Re 16, 23-26). El hecho generó un clima de euforia,
que se propagó a partir de esa época. Consiguió, también, el control del país vecino, Moab. Pero su
reinado duró poco: sólo once años. A pesar de esto, estableció un gobierno dinástico por tres
generaciones, para un total de 33 años de gobierno.

Ciertamente esta dinastía debió su existencia al hecho de que su subida al trono fue, de cierto modo,
una decisión democrática. Con el asesinato del rey Ela, hijo de Basa, asumió el poder Zimrí. Los
opositores sitiaron la ciudad de Tirsá, acorralaron en el palacio real a Zimrí y éste se suicidó
prendiendo fuego sobre sí. El pueblo se dividió, entonces, entre los candidatos al trono Tian y Omrí.
Este apoyo del pueblo puede explicar el éxito de su gobierno, continuado por sus descendientes.

Ajab
El sucesor de Omrí fue su hijo Ajab, que reinó entre el 874 y el 853 a.C. Ajab aplicó una política de
explotación y violencia. Era ambicioso y sin escrúpulos en su gobierno. El episodio de la viña de
Nabot, tan conocido, se convirtió en la causa de la ruina del mismo Ajab (1 Re 21, 1-29). Fue
condenado por el profeta Elías a sufrir la misma muerte de Nabot y al exterminio total de su casa.
Según la relectura del autor eso se cumplió en tiempos de Joram, hijo de Ajab (2 Re 9, 22-26).

Violencia genera más violencia. Ajab “se arrepintió e hizo penitencia”, obteniendo la misericordia del
Señor. Sin embargo, introdujo oficialmente el baalismo en Israel al casarse con Jezabel, hija del rey de
los sidonios. Ella trajo el culto de Baal hasta el mismo palacio, convirtiendo al rey en un adepto
fervoroso, y desencadenó una violenta persecución contra los profetas del Señor y el asesinato de
muchos de ellos. Algunos escaparon gracias a la protección de Abdías, un alto funcionario de la corte,
fiel al Señor. Elías también fue perseguido a muerte por Jezabel.

Ajab y las guerras
Durante el reinado de Ajab, surgió y actuó el profeta Elías. El conjunto de narraciones sobre este
profeta recibe el nombre de “Ciclo de Elías” (1 Re 17 – 19; 21; 2 Re 1, 1-2; 18). Dos episodios que
ocasionaron un conflicto de fronteras con el país vecino, Aram, se recuerdan para mostrar cuánto
despreciaba el rey Ajabal Señor y a sus mensajeros (1 Re 20; 22).
95               ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
El primer episodio está relacionado con el rey arameo de Damasco, Ben Hadad II, que quería someter a
Israel a su dominio, cobrándole tributo de oro y plata. Pero Ajab se rebeló y hubo una primera guerra
entre los dos, en las montañas, de la cual salió victorioso Ajab (1 Re 20, 23). En esa ocasión, un profeta
anónimo manifestó el apoyo de Dios a Ajab, con la condición de que “lo reconociera como Señor” (cf.
1 Re 20, 13). Este profeta anónimo previó la vuelta del enemigo, con otra estrategia de combate. La
batalla se realizó en la planicie de Afeq, y Ajab venció de nuevo, conservando la vida de Ben Hadad II.
El profeta repitió las palabras del Señor, que esperaba el exterminio total de aquellos enemigos. Vino,
entonces, el rechazo y la condenación no sólo de Ajab, sino de todo el pueblo de Israel (1 Re 20,
26-43).

El segundo episodio involucró también a los arameos, sin definir cuál era su rey. En esta ocasión,
Josafat, rey de Judá, que vivía un período de paz con Israel, vino a visitar a Ajab, y éste aprovechó para
pedirle apoyo militar para una guerra de reconquista del antiguo territorio de Ramot de Galaad,
invadido por los arameos en épocas pasadas. Josafat aceptó combatir junto con Ajab.

En este episodio se encuentra la figura de otro profeta del Norte, Miqueas, hijo de Yimlá. Este va,
irónicamente, a profetizar la victoria de Ajab, como hacían todos los falsos profetas, en nombre del
Señor. Pero en verdad, Miqueas predijo la derrota de Ajab en la batalla de Ramot de Galaad, y así
sucedió. Ajab murió en su carro, bañado en su propia sangre. El carro fue lavado con agua de la piscina
de Samaría, los perros lamieron la sangre y las prostitutas se bañaron en ella (1 Re 22, 28-38). Se
cumplieron así las palabras del profeta Elías (1 Re 21, 19). Faltaba aún verificarse el final de la casa de
Ajab, es decir, de sus descendientes.

Con la muerte de Ajab, subió al trono Ocozías, su hijo. Reinó sólo un año (853-852); enfermó y murió,
sin dejar hijos. Su hermano Joram asumió el poder. Mientras Joram reinaba, el profeta Eliseo, sucesor
de Elías, envió a uno de sus discípulos a ungir a Jehú como rey de Israel. Una vez ungido, fue
aclamado por el pueblo como rey y de allí partió para la usurpación del trono. Con una flecha certera,
en una celada contra el rey Joram, Jehú puso fin a la dinastía de Omrí. Acabó con la casa de Joram y
toda la familia real, incluso con Jezabel. Se cumplió, así, la última parte de la profecía de Elías sobre la
misión de Jehú (2 Re 10, 1-36).

Jehú
Jehú se convirtió, entonces, en rey de Israel y reinó del 841 al 814 a.C. Su dinastía fue la más larga en
el reino del Norte: duró cuatro generaciones después de él, ¡en total 98 años! El apoyo del profeta
Eliseo fue fundamental para este éxito. En su tiempo y en el de los sucesores, comenzaron las guerras
contra los países vecinos, principalmente Damasco, por la posesión de territorios. Israel perdió algunas
ciudades para Ben Hadad III, rey de Aram (2R 13,3; 6,24) la sombra de Asiria ya comenzaba a caer
sobre el belicoso reino de Israel. Jehú llegó a pagar impuesto a Salmanasar III, rey de Asiria,
convirtiéndose en su vasallo. Las narraciones sobre el reinado de Jehú son breves y cargadas de
brutalidad. Su política religiosa agradó al redactor deuteronomista, pero no logró poner fin a las
prácticas cultuales baálicas en el país (2 Re 13, 6).

Jeroboam II
En tiempos de Joás, padre de Jeroboam II (783-743 a.C., aproximadamente), murió el profeta Eliseo.
Joás ya había logrado algunas victorias importantes para el fortalecimiento del reino, como la
reconquista de los territorios perdidos ante Ben Hadad II, rey de Damasco. Esto hizo crecer la euforia
progresista del reino de Israel.
96               ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
Pero su hijo Jeroboam II fue quien restableció completamente los antiguos límites del reino. En el
gobierno de Jeroboam II, Asiria dejó de ejercer su influencia sobre la región, pasando por un período
de crisis interna. Esto posibilitó el fortalecimiento de los reinos menores, antes amenazados por el
Imperio Asirio. Jeroboam obtuvo dividendos políticos de esta situación, imprimiendo a su reinado su
carácter de progreso, prosperidad y paz para el pueblo. Era el “milagro económico” de Israel. Este
“milagro” fue alimentado por las celebraciones de acción de gracias, que se multiplicaron enormemente
en el país. El pueblo era incentivado a producir más, pues el momento era favorable.

El incentivo a la producción y las buenas condiciones de la economía, libre de la presión externa de
Asiria, generaron un superávit, un excedente de riquezas que podía dejar realmente tranquila a la
nación. Pero sería ingenuo pensar que toda la riqueza de Israel, en este período, fue fruto de la buena
administración del trabajo y de la producción. Más ingenuo aún sería pensar que esta riqueza se
repartió equitativamente entre el pueblo. El profeta Amós, a quien conoceremos más adelante, fue el
primer hombre lúcido para percibir las verdaderas causas de esta prosperidad de Israel: la explotación
de los campesinos, la injusticia y la alienación religiosa. Después también el profeta Oseas continuará
la crítica a esta actitud loca de los dirigentes, que llevará a la nación entera a la quiebra.

El que quisiera ver a dónde convergía la riqueza de Israel, tendría que ir a la capital, Samaría. Allí vería
las lujosas mansiones, los más sublimes palacios y las interminables fiestas de aquellos que se daban la
buena vida. Amós, que mira las cosas por dentro, concluye: todo es fruto de la opresión y del robo a los
trabajadores; esta riqueza de algunos está generada por el empobrecimiento del pueblo. Jeroboam
cuenta con aliados fundamentales para el sostenimiento de este estado de cosas: los sacerdotes. Estos
actuaban principalmente en los santuarios de Betel y Dan, considerados “templos del rey” (Am 7, 13),
además de los innumerables “lugares altos” (Am 7, 9). Con la legitimación religiosa del status quo
(estado establecido o imperante) de su gobierno, el rey podía realmente pensar que todo iba bien, que el
“Día del Señor”, aquel tiempo de paz definitiva, estaba cercano. ¡Veremos!

Después de Jeroboam II: la ruina del reino
Las cosas comenzaron ya a cambiar de rumbo con Zacarías, hijo de Jeroboam II, que lo sucedió en el
trono. Estuvo sólo seis meses en el poder, siendo asesinado por Sal-lum, que conspiró contra él,
poniendo fin a la dinastía de Jehú. Pero tampoco Sal-lum tuvo éxito: sólo un mes después de usurpar el
trono, también fue asesinado por Menajem, que lo sustituyó.

Este último fue un gobierno muy violento y tiránico. A pesar de que el libro de los Reyes le atribuye
diez años, la cronología histórica apunta a cinco. Menajem arrasó las ciudades que intentaron
oponérsele. En Tirsá, su propia ciudad, “rasgó el vientre de todas las mujeres embarazadas” (2 Re 15,
16). Asiria volvió a avanzar sobre la región, imponiendo un pesado tributo al rey: mil talentos de plata
(¡unas 34 toneladas!) para que Menajem pudiera permanecer en el poder sin ser molestado por el
imperio. El rey pasa a cobrar a los “notables” 50 siclos de plata por persona -aprox. 570 gramos- (2 Re
15, 19-20). ¡Ahora toda la riqueza de Israel se va para el extranjero!

Con la muerte de Menajem, su hijo Pecajías asumió el trono, pero en el segundo años de su reinado fue
asesinado por Pecaj, su escudero, en una rebelión que contó con el apoyo de más gente insatisfecha.
Pecaj reinó durante cinco años a lo sumo, según la cronología histórica, pero el libro de los Reyes le
concede veinte.

En su tiempo, los reinos vecinos (sirios, filisteos, amonitas, moabitas, y edomitas) propusieron una
alianza militar para hacer frente al avance de Asiria (la célebre “Alianza sirio-israelita”). Calcularon
mal: Judá no quiso correr el riesgo. Los aliados presionaron a Judá amenazando su trono. El rey Ajaz
97               ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
de Judá recurrió entonces a Asiria para protegerse de los aliados. Esta, es una acción punitiva, tomó
gran parte del territorio de Israel, anexándola al imperio, y deportó su población (2 Re 15, 23-29). Fue
el primer golpe irreparable para la joven nación israelita.

Oseas
El clima de tensión efervesce y Pecaj acaba siendo asesinado por Oseas (no el profeta homónimo). Éste
asume el trono, pero tiene que seguir pagando tributos a Asiria para evitar lo peor. En sus ocho años de
reinado (del 732 al 724), Oseas gobernó aparentemente sometido a Asiria, pagándole tributos, pero en
secreto hizo una alianza con Egipto para rebelarse contra el dominio asirio. Esta trama fue descubierta
por Salmanasar V, entonces rey de Asiria. Al no recibir el tributo debido, marchó contra Israel, apresó
a Oseas y consolidó el dominio asirio sobre todo el reino, conquistando y destruyendo la ciudad de
Samaría. Deportó a la población y trajo al territorio gente de otros pueblos conquistados (2 Re 15, 30;
17, 1-6). La nación no resistió este segundo golpe. A partir del 721 a.C. el reino de Israel dejó de existir
para siempre como Estado autónomo.

Una pregunta: ¿Qué lección sacamos de los ejemplos de estos reyes?

Los profetas

Elías, el tesbita
Ya vimos algunas cosas sobre este profeta, que actuó sobre todo en tiempos de Ajab, entre el 874 y
el850 a.C. Vale la pena conocer más de cerca a este gran personaje, que es, sin duda, el mayor
representante del profetismo, no sólo en el reino del Norte, sino en todo el Antiguo Testamento. Tano
que hasta en el Nuevo Testamento se le presenta como la figura síntesis de los profetas (Lc 9, 30 y
paralelos).

Elías es de Tisbé, en Galaad. Su actuación ya se destaca bastante en comparación con sus predecesores
profetas: Natán, Gad y Ajías. Estos aún giraban en torno al palacio. El distanciamiento crítico frente al
monarca, iniciado con Samuel, continuado con Natán y profundizado por Ajías, alcanza un nivel más
profundo: Elías ni siquiera pone sus pies en el palacio. Al contrario, difícilmente lo encuentra el rey,
que envía a todo el ejército en su búsqueda (sobra decir con qué intenciones).

Elías representa también un importante avance en la cuestión de lugar social del profeta: éste no sólo
defiende a los pobres, criticando la ambición y el abuso de poder de los reyes, sino que además se
aparta del punto de vista de quien está en el palacio (como hizo Natán con David en el caso de Betsabé:
2 Sm 11 y 12). Elías llega a vivir con los pobres, experimenta con ellos la penuria de la sequía y la
solidaridad de la acogida, del compartir y de la confianza en el poder del Señor. Eso nos muestra el
episodio de la viuda de Sarepta (1 Re 17, 7-24). Se identifica con los perseguidos por el poder, siendo
él mismo un perseguido y llegando a perder la esperanza cuando siente que su vida corre peligro. Eso
lo aprendemos al leer su confrontación con los profetas de Baal en el monte Carmelo (1 Re 18 y 19).

Del lado de los pobres, Elías experimenta la acción liberadora del Señor, la fe que nace de la
solidaridad y la esperanza que viene del horizonte como una nubecilla, que va creciendo hasta
convertirse en una lluvia de bendiciones para el pueblo. Esta cualidad de “hombre del pueblo” hace que
los demás lo reconozcan como “hombre de Dios”. En esta convivencia popular se desarrollan los
sentimientos de indignación contra la ambición desmesurada y el gobierno irresponsable del rey Ajab,
que lo llevaron a acusar violentamente el crimen del rey, en el episodio de la viña de Nabot.
98              ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
Elías experimenta también, como profeta, el sabor de la presencia calmada y refrescante del Señor
“como brisa de la tarde”, en una de las peores crisis de su vida. Lo vemos en el pasaje de la gruta de
Horeb (1 Re 19, 9-18). Su trayectoria entre el pueblo dejó las marcas indelebles de alguien que “es de
Dios”. Por eso, las narraciones sobre su vida, recogidas en el “Ciclo de Elías” (1 Re 17-19; 21; 2 Re 1,
1 – 2, 18), terminan casi afirmando: ¡un hombre así no puede morir! La tradición popular cuenta que él
“fue arrebatado al cielo por un carro de fuego” (2 Re 2, 11-12). Su imagen quedó tan impresa en la
memoria del pueblo que, siglos más tarde, el profeta Malaquías dijo que Elías volvería al final de los
tiempos, a preparar al pueblo para el reinado mesiánico (Ml 3, 23-24). Jesús y las comunidades
cristianas darán una nueva interpretación a esta experiencia popular del regreso de Elías (Mt 17, 9-13).

Su profecía, sin embargo, continúa actuando en el profeta Eliseo, heredero del “espíritu” de Elías, es
decir, de su fuerza profética. La transmisión de esta “fuerza” se simboliza en el manto que Eliseo
recoge cuando Elías es arrebatado al cielo (2 Re 2, 13ss).

Eliseo, el profeta popular
El sucesor de Elías era un hombre bastante particular entre los profetas. El conjunto de narraciones
sobre él está en el segundo libro de los Reyes, esparcido entre los capítulos 2 y 13, aunque ya había
sido presentado en 1 Re 19, 19-21, cuando fue llamado por Elías a seguirlo. Buena parte de estas
narraciones tienen el sabor de aquellas historias que, por su forma extraordinaria (y a veces exagerada),
llevan a la gente a pensar. Encontramos en ellas una predilección por el milagro o por las acciones
“extrañas”. De aquí la particularidad de Eliseo: sus intervenciones no siempre tienen lugar como
resultado directo la denuncia de alguna injusticia, o el anuncio de una intervención divina, como en el
caso de los profetas anteriores a él. A veces, hasta nos preguntamos lo que ciertas intervenciones del
profeta tienen que ver con su misión en sí.

A juzgar por el tenor de estas narraciones populares, Eliseo es un especialista en “milagros acuáticos”:
hace que paren las aguas del Jordán para cruzar (2 Re 2, 14), hace potable el agua en Jericó (2, 21),
manda al leproso Naamán a bañarse en el Jordán para curarse (5, 10) e indica el lugar donde se hundió
un hacha en el río (6, 6). Pero encontramos también otras historias milagrosas del tenor popular: los
niños de Betel destrozados por dos osos (2, 23-24), la multiplicación del aceite de la viuda (4, 1-7), la
sunamita y su hijo resucitado (4, 9-37), la comida envenenada y vuelta buena (4, 38-41), la
multiplicación de los panes (4, 42-44) y la resurrección de un muerto (13, 21).

Pero vayamos con cuidado. El gusto por lo extraordinario en estas narraciones no debe desviarnos del
mensaje más profundo que encierran: El Señor actuaba por la palabra y las acciones de Eliseo, entre los
pequeños y los grandes, en Israel y fuera de él. Las demás narraciones sobre este profeta muestran otra
característica suya: acompañar y dirigir los movimientos políticos, ejerciendo un liderazgo notable,
orientado por el espíritu del Señor (Qo 48, 13). En este campo, Eliseo fue más radical que Elías,
llegando, con gran probabilidad, a apoyar la rebelión de Jehú, que puso fin a la dinastía de Omrí.

Encontramos a Eliseo totalmente involucrado en los eventos políticos que marcaron la primera mitad
del siglo IX a.C.: en la guerra de Joram contra Mesá, rey de Moab (2 Re 3, 4-27); en la guerra contra
Siria, destacando sus milagros (2 Re 6, 8-23); en la subida de Jazael al trono de Siria (2 Re 6, 24 – 7,
2); en la unción de Jehú como rey de Israel (9, 1-10) y en el anuncio de la victoria contra Siria (13,
14-20).

Se va confirmando y profundizando el profetismo como un movimiento con rasgos políticos a partir de
la óptica de los pobres. Profundizaremos esto en el tercer nivel de nuestro estudio bíblico.
99               ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6

Amós, la voz de los campesinos
A mediado del siglo VIII, en tiempos de Jeroboam II, un hombre salió de Técoa, en Judá, y comenzó a
circular por las principales ciudades del reino del Norte, diciendo algunas cosas incómodas. Era Amós
“vaquero y picador de sicomoros”, como él mismo define su profesión (Am 7, 14). Su lugar preferido
para hablar en público era el santuario de Betel, pues allí encontraba siempre mucha gente que venía a
ofrecer sus sacrificios y a traer sus ofrendas, agradeciendo a Dios por la prosperidad que le estaba
concediendo al pueblo.

Sin embargo, esta prosperidad era falsa, porque, como ya vimos, la explotación y la injusticia, el robo y
el soborno permitía que algunos se recostaran en divanes de marfil y celebraran fiestas interminables
(Am 6, 1-7), mientras aumentaba el número de pobres y excluidos. La gente no se daba cuenta de esto.
Seguía creyendo en la propaganda engañosa de las autoridades gubernamentales. Se dejaba convencer
por la predicación espiritualista de los líderes religiosos, que legitimaban la situación, haciendo
peligrosas concesiones al baalismo.

Amós se propuso ser la voz de los campesinos, levantándose contra este sistema de explotación e
injusticia, claramente identificado como idolatría, porque llevaba al abandono del Señor y de su
proyecto (Alianza), para servir a otros dioses, es decir, a otros proyectos que esclavizan y matan. Este
grito suyo en defensa del pobre es para él un “rugido del Señor”, un imperativo al cual no puede resistir
(3, 3-8). Esta es su vocación profética.

Sus intervenciones, por tanto, están siempre marcadas por la claridad de la opción social al lado de los
desheredados, los excluidos y los afectados por la injusticia (cf. Am 2, 6-8; 3, 13-15; 5, 10-13; y
especialmente 8, 4-6). Tal opción generó claramente un conflicto, que no duró mucho: parece que la
actuación de Amós no pasó de dos años. La clase dirigente de la nación estaba llevando al país a la
ruina, pero parece que sólo Amós se daba cuenta. Él profetizó la muerte del rey, la deportación del
pueblo e, incluso, el avance de las tropas asirias sobre el país. Era una declaración de quiebra del
sistema pregonado por los dirigentes políticos y religiosos. Esto costó a Amós su expulsión de Israel
por parte del sacerdote de Betel, Amasías (Am 7, 10-17).

Con Amós comenzó una nueva fase en el profetismo de Israel, que contribuyó inmensamente al
enriquecimiento del material bíblico. Sus palabras, su vida y sus reflexiones pasan a consignarse por
escrito, dando origen a la literatura profética. Inicia la “época de oro” del profetismo bíblico. A partir
de Amós, los profetas no sólo cuestionarán algunas políticas erradas de los gobernantes, sino todo el
sistema monárquico de Israel y de Judá, decretando el fracaso de la sociedad basada en este esquema.

Oseas: la batalla contra la baalización del Señor Dios
La profecía de Amós logró despertar la sensibilidad de más gente hacia los asuntos del reino del Norte.
Después de él, aparece Oseas, denunciando con el mismo vigor los pecados de Israel, ahora
identificación como la “prostitución” del pueblo, que abandonó el proyecto del Señor para servir el
proyecto de Baal (cf. Os 4, 2.4, 10; 6, 7-10; 10, 4; 12, 2.8-9). Esta óptica es reforzada por la experiencia
personal de Oseas (a menos que se trate sólo de un artificio literario): su matrimonio fracasó cuando su
mujer lo abandonó y se entregó a la prostitución (probablemente a la “prostitución sagrada” en los ritos
baálicos de la fecundidad). Pero él la amaba y, cuando ella volvió a casa, la recibió de nuevo y la
perdonó (Os 1, 2 – 3, 5).

Esta experiencia le dio a Oseas el marco para pensar la relación entre el Señor e Israel, su pueblo. Ante
la infidelidad a la Alianza (“prostitución”), que Oseas percibe como la causa central de toda aquella
100              ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
situación difícil del pueblo, no queda otra salida sino convertirse al Señor, que perdonará, porque ama a
su pueblo. De ahí la denuncia al culto idolátrico, que es el principal tema de Oseas.

Sin embargo, él no es, ni de lejos, un liturgista que quiere reformar los ritos, o un religioso
tradicionalista que se queja del abandono de los usos antiguos. A partir de la religión, Oseas logró
llegar a todos los sectores de la vida de Israel: la política, la economía y la educación, demostrando con
claridad que un proyecto de sociedad que pretenda tener la bendición del Señor, debe articularse
necesariamente según la justicia y el derecho, el amor y la ternura (Os 2, 21).

Parece que la predicación de Oseas tampoco dio resultado. Él también se dio cuenta de que su gente
caminaba hacia la ruina. Tal vez tuvo la mala suerte de ver los sucesos contra los cuales había
prevenido y alertado al pueblo: la llegada del enemigo (Asiria) y la devastación definitiva del reino, a
causa de su infidelidad. Bajo los escombros de la sociedad israelita, el mensaje de este profeta se
infiltra y se abre como una tímida flor, delicada en sus pétalos, pero firme en su color y en su perfume.
El amor del Señor supera y redime también la infidelidad de su pueblo.

El pueblo que redactó la obra elohísta
Felizmente, además de los profetas hubo más gente en el reino del Norte que no sucumbió ante la
destrucción lenta y gradual del yahvismo, que causó la pérdida de la identidad religiosa y, en
consecuencia, la degradación de la calidad de vida del pueblo. Era un grupo de personas cuyos rasgos y
nombres se pierden en el anonimato de gente sencilla, que conservó en su corazón y en su memoria la
semilla de lo que podríamos llamar un buen sentido religioso (pero no sólo religioso, como veremos).
Y sucedió que la semilla se desarrolló y dio frutos.

El el camino tortuoso del reino de Israel, encontramos a esta gente que saca a la luz algunas tradiciones
memoriales del pasado. ¿Recuerdan a los patriarcas y matriarcas que dieron origen al pueblo; la
Alianza que Dios selló con ellos; a Moisés y la liberación del pueblo de la opresión de Egipto; el
camino por el desierto donde Dios entregó su Ley para defender la Alianza; el tiempo de las tribus, en
que las del Norte tuvieron un papel importante en la ocupación de Canaán; los personajes y lugares que
hicieron historia en el pueblo del Norte (José, Raquel, Efraín, Manasés, Siquem)? Estas memorias y
reflexiones de la gente del Norte están reunidas en la “obra elohísta”. Se llama así porque designa a
Dios como Elohim. La tradición “elohísta” está esparcida por el Pentateuco, pero se concentra más en
el libro del Éxodo.

Escritos de la época

Libro del profeta Amós
El libro del profeta Amós trae una pequeña presentación de él mismo, con una exhortación (Am 1, 1-2).
Habla del juicio a las naciones vecinas de Israel -Damasco, Gaza, Filistea, Tiro, Fenicia, Edom, Amón,
Moab y Judá- y también de Israel (Am 1, 3 – 2, 16). Retoma advertencias y amenazas a Israel (Am 3, 1
-6, 14). Presenta las visiones del profeta en forma de juicio contra la casa de Israel (Am 7, 1 – 9, 10). El
profeta concluye con la promesa de la restauración del reino davídico (Am 9, 11-12), la prosperidad
material (Am 13 – 14) y la ocupación sin fin de la patria reconquistada (Am 15). Es probable que los
versículos de Am 9, 11-15 y otros como los oráculos contra Edom sean del tiempo del Exilio.

Libro del profeta Oseas
El libro del profeta Oseas, después de la presentación del profeta (Os 1, 1), habla del matrimonio de
Oseas y de su valor simbólico. El profeta ama a una mujer que le es infiel. Esta experiencia le sirve
para hablar del amor de Dios hacia su pueblo infiel (Os 1, 2-3). Oseas denuncia la infidelidad y la
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corrupción de Israel; hace una fuerte advertencia a Judá y a Israel que viven una guerra fratricida y,
finalmente, anuncia los castigos que pueden venir si no hay conversión (Os 4, 1 – 14, 1). Las amenazas,
sin embargo, no son la última palabra del profeta: anima a Israel a retomar el camino de la conversión y
renovación interior: “Vuelve, Israel, a tu Dios, pues has tropezado por tus culpas” (Os 14, 2).

Obra elohísta
La obra elohísta nació en el reino del Norte. Refleja la mentalidad de una parte del pueblo del norte,
que guardó en el corazón su manera de comprender a Dios, incluso ante el avance del baalismo y del
sincretismo promovidos por los reyes del Norte. Los temas más frecuentes de esta obra son: la santidad
de Dios, la promesa también para los de fuerza y las exigencias éticas de la Alianza.

La santidad de Dios
Ante el creciente sincretismo entre el yahvismo y el baalismo, promovido por los reyes y asimilado por
los sacerdotes, la tradición elohísta acentúa la grandeza de Dios, su santidad y majestad. Dios es el
Excelso, que habita en alturas inaccesibles. Su comunicación con los seres humanos se da por medio de
los ángeles, sus mensajeros, o en sueños, antigua forma de presagio. Con esta concepción de Dios, el
elohísta combate tres tentaciones: la perniciosa representación del Señor mediante becerros; su
inaceptable identificación con Baal (del que se hacían imágenes para su uso doméstico); y la peligrosa
concepción de Dios antropomórfica de Dios, muy fuerte en el Sur. En una de sus demostraciones de
lucidez, el elohísta recuerda que, ya en tiempos de Moisés, el pueblo pagó con su propia vida la
fabricación del becerro de oro y su adoración como representación del Señor (Ex 32).

Promesa también “para los de fuera”
Otro elemento notable de la obra elohísta es la promesa de Dios a Ismael, el hijo de Abraham con Agar,
esclava de Sara: aunque no fuera “el hijo de la promesa”, Dios siguió bendiciendo al niño, oyendo sus
gritos, salvándolo de la muerte en el desierto y prometiéndole hacer de él una gran nación (Gn 21,
8-21). La salvación puede también pasar por otro camino... fuera de la “casa de Abraham”. ¿Qué
significa esto para el pueblo del Norte, separado de sus hermanos del Sur?

Exigencias éticas de la Alianza
La Alianza entre Dios y el pueblo pierde, en el Norte, su carácter cultual (rasgo más fuerte en el Sur,
por la presencia e importancia del Templo), para ganar uno más ético y moral, sin perder lo primero: la
fidelidad del pueblo a la Alianza se mediría por la práctica de la justicia y el respeto al prójimo y al
bien común (Ex 21, 1 – 22, 20 y 22, 21 – 27; 23, 1-9). En este código de ética social, los profetas del
Norte formularon sus terribles denuncias de las injusticias cometidas en el reino de Israel (compare por
ejemplo, Ex 22, 25-26 con Am 2, 8). Desde el punto de vista cultural, la novedad es que este código
permite el culto al Señor en los diversos lugares donde Él se reveló y tomó posesión (Ex 20, 24).

Para un mayor conocimiento de la mentalidad presente en esta importante obra literaria, podemos leer:
ex 2, 1-10 (Moisés); Ex 3, 1-15 (señor, el “nombre” de Dios); Ex 20, 22 a 23, 19 (el Código de la
Alianza).

Salmo 58
Dios es el Juez de los jueces terrenos. El salmo denuncia la perversidad de los jueces con el mismo
vigor de los antiguos profetas. Apela a la hora de la justicia divina, que “dará su fruto al justo” (11-12).

Tiene algunos puntos de contacto con la predicación de Miqueas, Nahum y Oseas cuando reclama la
práctica de la justicia en nombre del Señor. Refleja la rebeldía de los fieles ante tanta impiedad y, por
eso, invoca la venganza de Dios sobre sus jueces impíos (7-10).
102              ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
Escritos sobre la época
El reino de Israel nació como consecuencia de la opresión económica del rey Salomón sobre las tribus
del Norte. Jeroboam comenzó en el 931 el reino de Israel, en el Norte, y Roboam el reino de Judá, en el
Sur. La misma opresión que justificó la división del reino causó su ruina.

El reino del Norte terminó en el 722 con la destrucción de Samaría, su capital, para nunca más
levantarse. El reino del Sur, a pesar de ser menor y más pobre, siguió de pie algún tiempo más, aunque
pagando el precio del vasallaje, como veremos en el próximo estudio. A este período hacen referencia
los escritos de 1 Re 12 – 22; 2 Re 1 – 15; Si 48, que fueron escritos mucho después y retroproyectados
para este período.


Tarea: Para la próxima reunión traer periódicos viejos, arena y piedras.
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                   4. BUSCAR A DIOS POR CAMINOS TORTUOSOS

El reino del Norte no soportó la opresión del rey Salomón y se constituyó en un reino independiente
del Sur. Pero la vida del pueblo no mejoró en nada. Había prosperidad para los poderosos y miseria
para la mayoría, inestabilidad política, idolatría e infidelidad a la Alianza.

Características de la monarquía del Norte
Después de recorrer la trayectoria del reino de Israel y de haber conocido a los personajes que hicieron
esta historia, podemos ahora delinear las principales características del reino del Norte.

Inestabilidad política
La monarquía norteña surgió como forma de rebelión al estilo extremadamente opresor de Salomón y,
luego, de su hijo Roboam. Las tribus del Norte no veían esta ruptura con el descendiente de David
como una falta a la Alianza con el Señor, sino como una restauración, pues la monarquía en sí misma
no significaba fidelidad a al Alianza. Además, cuando comenzó la monarquía, en tiempos de Samuel, la
petición del pueblo “asígnanos un rey para que nos juzgue” fue interpretada como un desplante al
Señor mismo (1 Sam 8, 7), ¡algo más que un simple quebrantamiento de la Alianza!

En este caso, la promesa de Dios a David de mantener para siempre a un descendiente suyo en su trono
Jerusalén no es el elemento constitutivo de la Alianza entre Dios y su pueblo, sino producto de una
teología elaborada en la corte del rey. Por tanto, el Norte puede tener incluso su propio rey. A este rey,
Dios dirige las mismas palabras que a David y a Salomón: “Si escuchas todo cuanto te ordene, y andad
por mi camino, y haces lo recto a mis ojos (...) estaré contigo y te edificaré una casa estable” (1 Re 11,
38; ver también 2, 3-4).

La fidelidad al código de la Alianza será, entonces, la garantía para una monarquía que goza, por lo
menos teológicamente, de la promesa de estabilidad hecha también a David. Una vez más, la fidelidad
a la Alianza es la clave para garantizar el bienestar del rey y del pueblo. Sólo que esto no sucedió.
Como veremos más adelante, los reyes de Israel fueron todos, sin excepción, considerados pésimos
reyes, y respecto al cumplimiento del requisito de “fidelidad a la Alianza” ninguno fue aprobado. De
ahí la falta de continuidad en la sucesión del trono, con constantes golpes que derrumbaron a los
sucesivos monarcas. ¡Uno de ellos hasta se suicidó! Sólo en los últimos 22 años de existencia, el reino
del Norte tuvo siete reyes.

Prosperidad para unos y miseria para otros
Independiente políticamente de Judá, Israel se sacudió los pesados tributos que pagaba para sostener la
burocracia y la estructura palaciega del gobierno central, así como los proyectos faraónicos ideados por
Salomón, el Grande. El clima es de euforia en el nuevo reino. El dinero que antes iba para Judá,
quedaría ahora en las tribus del Norte. Pero, ¿sería realmente así? El pueblo no demoró mucho en ver
que, a la hora de repartir el pastel, los “de arriba” se quedaban con la mejor parte y los “de abajo” se
debían contentar con las migajas. Esto fue más evidente en el reinado de Ajab (874-853 a.C.). La
situación para el pueblo en el tiempo de este rey de Israel es de penuria, agravada por una prolongada
sequía en la región. Al rey, sin embargo, poco le importa el pueblo. ¡Quiere hallar agua para no tener
que sacrificar sus animales! (1 Re 18, 5).

Es Ajab quien quiere apoderarse de la propiedad de Nabot, un pequeño agricultor que tiene un viñedo
junto al palacio de rey. Inicialmente, el rey le propone un cambio o la compra del terreno. Pero ante la
negativa de Nabot, Ajab se irrita al punto de no querer comer. Le corresponderá a su mujer Jezabel, una
104              ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
extranjera seguidora de Baal, la hazaña de tramar la muerte de Nabot mediante una falsa acusación,
valiéndose de la autoridad del rey. Nabot es asesinado y el rey toma posesión de su viña.

La condenación de tal injusticia no demora en llegar: Elías, el profeta, fulmina con la justicia divina,
anunciando el castigo de Ajab, que tendrá el mismo fin de Nabot (1 Re 21). Nos interesa esta narración
por ser un ejemplo clarísimo del proceso de apropiación de la riqueza, que genera una clase
acomodada, a costa de la explotación y hasta la eliminación del trabajador. La monarquía, en Israel, se
convirtió en un sistema de asesinato y usurpación (1 Re 21, 19a).

Más tarde, el profeta Amós se levantará en defensa de la clase trabajadora del campo, denunciando
abierta y frontalmente la situación de opresión impuesta a los campesinos por parte de la clase dirigente
de Samaría, cuyo lujo y riqueza, “violencia y rapiña en sus palacios” (Am 3, 10), son un insulto a la
miseria de los oprimidos.

Práctica religiosa alternativa al Templo de Jerusalén
La primera preocupación de Jeroboam, aun antes de constituirse un palacio, fue la seguridad: trató de
fortificar Siquem, que fue la primera capital, y Manuel (1 Re 12, 25). Pero lo que más preocupaba
porque podía amenazar la seguridad política del nuevo reino, era la religión. Dijo para sí mismo: “En
esta situación el reino acabará por volver a la casa de David. Si este pueblo continúa subiendo para
ofrecer sacrificios en la Casa de Yahveh en Jerusalén, el corazón de este pueblo volverá a su señor, a
Roboam, rey de Judá, y me matarán” (1 Re 12, 26-27).

Consultando a los suyos, encontró una alternativa para el Arca de la Alianza que estaba en el Templo
de Jerusalén y que atraía a los peregrinos de todas partes: el Señor será representado por un toro, como
símbolo de fortaleza, del poder y del prestigio. El autor de los textos sobre este período, el llamado
deuteronomista, con desprecio e ironía dice Jeroboam “hizo dos becerros de oro” (1 Re 12, 28a).

Es obvio que no se trata de cambiar de divinidad, pues Jeroboam tiene aquí intenciones políticas y no
religiosas. Quiere evitar que el pueblo del Norte acabe volviendo a servir al rey de Judá; entonces, no
se atrevería a imponer la adoración de otro dios a un pueblo que hasta entonces reconocía al Señor
como a su Dios. Los toros son sólo una alternativa para el Arca, que en el Templo de Jerusalén cumplía
el papel de memorial de la presencia del Señor en medio del pueblo. El Arca era como el “pedestal” del
Dios invisible. Estaba en el Santo de los Santos, el espacio más sagrado del Templo, simbolizando la
Alianza que comprometía al pueblo a cumplir su parte, fiel al proyecto del Señor.

Así también, los “becerros” adoptados por Jeroboam sería para el pueblo del Norte un símbolo de la
fuerza del Señor “que te hizo salir de la tierra de Egipto” (1 Re 12, 28b), un memorial de Dios
Liberador, que garantiza la libertad y la vida del pueblo, pues el toro, o el buey, representa mucho para
la gente del Norte, arraigada a la cultura agropecuaria.

Estratégicamente, Jeroboam organiza la religión estableciendo dos santuarios: uno en Betel, cerca de la
frontera con el reino de Judá, al sur; y el otro en Dan, en el extremo norte, para favorecer a las tribus de
aquella región distante del reino. En cada santuario erige un altar. Escoge sacerdotes, aun por fuera del
linaje levítico, y establece las fiestas litúrgicas compitiendo con las de Jerusalén (1 Re 12, 29-33).
Introduce en cada santuario el becerro que fabricó y espera así garantizar la fidelidad del pueblo a su
reinado, mediante la “nacionalización” de la religión. Pero la elección del toro tiene también otras
motivaciones, como veremos a continuación.
105              ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
La baalización del Señor
Al elegir al toro como símbolo de la fuerza del Señor, Jeroboam se apoya en una vieja tradición, que
aparece en el episodio del “becerro del oro” -aquí también reducido irónicamente de toro a becerro-,
fabricado por el pueblo con el consentimiento de Aarón, mientras Moisés recibía de manos de Dios las
tablas de la Ley en el Sinaí (Ex 32). Sin embargo, la figura del toro ya se usaba en las religiones
cananeas como símbolo de Baal. Aunque en el reinado de Salomón se comenzó a tolerar el culta a este
dios, seguía distinguiéndose de yahvismo. Pero ahora empieza un proceso de fusión de elementos de
ambas religiones. Así, aunque Jeroboam no pretendiera sustituir al Señor por Baal, abrió las puertas
para este sincretismo que, más tarde, causaría la identificación del Señor con un baal cualquiera.

De hecho, antes de establecerse en la tierra de Canaán, el pueblo vivía en una cultura seminómada,
donde la idea del Señor como Dios guerrero o pastor se entiende bien. Luego el pueblo fue pasando a
una cultura sedentaria, sostenida por la agricultura y la cría de ganado. Allí se hizo necesaria una nueva
concepción de Dios. Pero todo indica que, en contacto con la religión de Baal, en Canaán, el pueblo
siguió pensando en el Señor como en un Dios “especialista” en guerras, que protege a los rebaños de la
peste y de otras calamidades, pero no entiende nada de lluvias, de fertilidad del suelo ni de ciclos de la
naturaleza. Para estos casos, existe Baal, el dios de la fertilidad. A él se le atribuye la abundancia de la
producción agrícola y pecuaria (Os 2, 7.10-11.23-24).

Podemos entender esto considerando que la religión yahvista estaba demasiado desprovista de símbolos
concretos y muy bien sistematizada internamente de códigos de leyes que exigían una ética social: el
mismo Señor es un Dios invisible del cual no se puede hacer ninguna imagen. El baalismo se presenta
como una forma simple de religión, poco sistematizada, sobre todo sin ninguna exigencia ética y con
una gran ventaja al trabajar la simbología más profunda de la cultura popular: sus imágenes-símbolos
son árboles verdes, los altares son lugares elevados y la representación de la divinidad es muy diversa,
a través de animales bien conocidos: el buey, la serpiente, el león o un ave.

En contacto con esta religión más popular, en Canaán, era inevitable que el pueblo acabara inclinado
hacia ese lado, a pesar de las innumerables advertencias de la Ley, desde tiempos mosaicos (Ex 20, 3-5;
23-24.332-33; 34, 13-17). En vez de sustituir al Señor totalmente por Baal, poco a poco se fue
configurando una concepción del Señor como un baal más, especialista en algunas cosas, pero
impotente en otras.

El profeta Elías, norteño, denunciará esta “baalización” del Señor como una “prostitución” de Israel, la
idolatría que lo llevó a la ruina (Os 13, 2). Pero ya el mismo profeta Ajías, que había transmitido a
Jeroboam la decisión de Dios de dividir el reino y darle diez partes (1Re 11, 29-39), lo denunció
severamente como el responsable de la ruina de Israel, por “haber llevado a pecar a Israel” (1 Re 14,
1-16). Ajías tiene en mente sobre todo la decisión de Jeroboam de presentar una alternativa del Arca de
la Alianza, cambiándola por la imagen del becerro.

Para la religión pura, defendida por el profeta, los becerros no pueden representar al Señor y no pasan
de ser “falsos dioses” (Os 4, 17). Este “pecado de Jeroboam” se va a convertir en un estribillo cantado
por el autor deuteronomista cada vez que evalúe a los reyes de Israel que se sucedieron.

De la dependencia a la anexión definitiva al Imperio Asirio
Al buscar su independencia del monarca de Jerusalén, el reino de Israel apenas ensayó la creación de
un Estado libre, autónomo y soberano. Después de unos 45 años de intento de estructuración del reino,
cuya sede provisional fue Tirsá, al norte de Siquem, y habiendo ya vivido la inestabilidad de tres
“dinastías” que se sucedieron en una secuencia de conspiraciones y de verdaderos baños de sangre, en
106              ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
la que toda la familia del adversario depuesto era asesinada, Israel vislumbró, finalmente, una nueva era
de estabilidad: Omrí (885-874) sube al trono y funda la nueva capital, Samaría. Durante su reinado se
llega incluso a controlar al país vecino de Moab. Parece, entonces, que las cosas van a mejorar.

De hecho, desde los tiempo de Jeroboam I, Israel puede cuidar de sus asuntos internos, porque el
escenario internacional a su alrededor está relativamente tranquilo. No había ninguna nación a la vista
que pudiera amenazar la soberanía del país. Ni siquiera Egipto, que siempre fue una gran potencia de la
región, hasta con intereses de controlar la región de Canaán, representaba ya una amenaza: hacía
mucho tiempo lo afectaba la decadencia que lo había apagado en el escenario internacional. Sólo los
pequeños reinos vecinos, como los de Damasco, el de los filisteos (antiguos enemigos) y el mismo
reino de Judá representaban algún peligro, pues todos luchaban por algo importante para la política de
la época: el dominio sobre los territorios para garantizar el usufructo de las riquezas y, sobre todo, de su
mano de obra, y así fortalecer su reinado. De esta forma, aquí y allá estallaban conflictos entre estos
reinos, en busca de la ampliación de sus territorios. Pero ninguna de estas naciones reunía condiciones
militares, económicas o estratégicas para pensar en formar un vasto imperio.

A partir del reino de Omrí, parecía que las cosas comenzarían a mejorar para Israel. La fundación y la
construcción de la capital definitiva del reino en Samaría, y el control del país de Moab eran signos
promisorios de tiempos estables y prósperos. Pura ilusión. Justamente en ese mismo momento, en el
escenario internacional, algo amenazador comenzó a despertar en el horizonte de estos reinos: Asiria,
antiguo reino situado al Norte de la cuenca mesopotámica, que ya había vivido sus momentos de gloria
por los años 1100 a.C., pero que había entrado luego en decadencia, volvía a despertar como nación
con pretensiones imperialistas. La distancia que separaba Asiria de Samaría no fue obstáculo para que,
en el reinado de Ajab, hijo de Omrí (874- 853), aquel país conquistador llegara a imponer tributos a
Israel. Lo mismo sucedió en tiempos de Jehú (841- 814). Con su política de expansión imperialista,
Asiria dominó sucesivamente a los pueblos vecinos, anexando sus territorios y promoviendo el trueque
de poblaciones, mezclándolas para dificultar su reorganización en una eventual rebelión.

La ilusión de la prosperidad y el fin de Israel
Al pasar por una fase de pequeño declive, entre el 783 y el 745, Asiria debilitó el control sobre las
regiones más apartadas, como Israel y Damasco. Fue la oportunidad para que estos reinos, sobre todo
Israel y Judá, retomaran sus territorios perdidos.

Libres del pago de tributos a los asirios, los dos reinos comenzaron una nueva fase de prosperidad y
crecimiento. Volvió la euforia nacional. Pero, con la prosperidad, volvieron también las injusticias y la
corrupción general, sobre todo por parte de la clase dirigente. El pueblo volvió a ser víctima, esta vez
de sus propios compatriotas. ¡Otra ilusión! Sólo que, ahora, la prosperidad vestía un ropaje religioso:
Baal estaba bendiciendo al pueblo. Para celebrar esta abundancia, su multiplicaron los sacrificios, las
fiestas y los rituales de fecundidad. El pueblo estaba ilusionado y no veía la manipulación que hacían
de su fe. Invocar al Señor con el nombre de Baal se había convertido en algo común (Os 2, 18).

Contra esta situación de falsa confianza, de esconder las injusticias con un culto alienado y de hacer
alianza con los antiguos enemigos del pueblo (con Egipto ya debilitado), surgieron en el norte dos
profetas: Amós, hacia el 750, y Oseas, poco después, sobre los cuales ya hablamos. Estos dos
personajes, sin duda alguna, abrieron un nuevo camino en la manera de pensar, practicar y conservar la
“palabra de Dios”. Ellos dieron un nuevo carácter a una corriente que contribuyó enormemente al
enriquecimiento de la espiritualidad bíblica y al mismo contenido de la Biblia: la corriente profética. La
predicación de Amós y Oseas no surtió efecto inmediato. El país tomó por un camino sin retorno, por
culpa de la irresponsabilidad de los dirigentes y de la ignorancia y desorientación del pueblo.
107              ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6
En el 745, los asirios volvieron con mayor fuerza y reiniciaron, con Teglat- Falasar III (745-727), las
campañas de conquista. En poco tiempo, Asiria volvió a ejercer su dominio sobre los pueblos vecinos,
llegando más tarde hasta Egipto. En el 722 ó 721, luego de haber conquistado una parte de Galilea y de
estar mandando en la política de Israel, cambiando al rey Pecaj (737-732) por Oseas (732-724), Asiria
tomó definitivamente el reino de Israel y conquistó Samaría.

Fue el golpe final para el reino del Norte, que nunca más se levantará como nación. La población fue
deportada y mezclada con otros pueblos vencidos, mientras su propio territorio era ocupado a su vez
por otros deportados. El historiador deuteronomista dice que este fue el origen de la religión de los
samaritanos, una especie de mezcla entre baalismo y yahvismo, que ya no era tan puro en Israel. Ahora
empeoraba con esta venida de paganos a la región.

Conclusión
Así termina la historia del reino del Norte, en la visión del autor deuteronomista. Su consideración final
sobre la caída de Israel está en 2 Re 17, 7-41. En los versículos 22-23 es tajante: “Cometieron los
israelitas todos los pecados que hizo Jeroboam, y no se apartaron de ellos, hasta que Yahveh apartó a
Israel de su presencia, como había anunciado por medio de todos sus siervos los profetas; deportó a
Israel de su tierra a Asiria, hasta el día de hoy”. Y en 18, 12, concluye: “Esto sucedió porque no
escucharon la voz de Yahveh su Dios y violaron su alianza y todo cuanto había ordenado Moisés,
siervo de Yahveh. No lo escucharon y no lo practicaron”.

Sin embargo, la práctica religiosa en el reino del Norte, Israel, descentralizada, era más popular y
guardaba rasgos más auténticos de la enseñanza de Moisés y del yahvismo que la religión del reino del
Sur, Judá, centralizada y manipulada teológicamente por la ideología davídica de la corte.

                          Cuadro cronológico de la monarquía davídica
                                Reino del Norte (931-722 a.C.)

Imperio                                              Asiria
Años                                                 931 a 722 a.C.
Época                                                Monarquía davídica – Reino de Israel
Personajes extra­bíblicos                            Homero
Personajes bíblicos                                  Ajías­Jeroboam I; 
                                                     Elías­Ajab; 
                                                     Eliseo­Jehú, 
                                                     Amós­Jeroboam II­Oseas
Realidad, problemas y situación del pueblo           Capital: Samaría
                                                     Descomposición moral y religiosa
                                                     Crece la acumulación de riqueza y la idolatría
                                                     Elías se enfrenta al sistema del rey
                                                     Exilio en Nínive (722­721 a.C.)
Escritos de la época                                 Elohísta, Amós, Oseas, Salmo 58
Escritos sobre la época                              1 Re 12 – 22; 2 Re 1 ­15; 17; Eclesiástico 48
108   ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6

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  • 1. 82 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 VI. EN BUSCA DE LA VIDA, EL PUEBLO CAMBIA LA HISTORIA. Reino de Israel Introducción. Ahora comenzamos el sexto capítulo de la formación. En él se aborda el período en que el pueblo del norte formo un reino aparte, después de la muerte del rey Salomón. El capítulo esta organizado en cuatro bloques temáticos. El tema “El estado: del servicio al pueblo a la esclavitud del pueblo” estudia el paso que Israel dio de la organización tribal al estado monárquico. Analiza como el Estado del rey Salomón, que debería estar al servicio de todos, comenzó a cobrar impuestos y exigir cosas cada vez más difíciles, dejando al pueblo en una situación semejante a aquella en que sus antepasados vivían en Egipto. El segundo tema “Norte-Sur, una costura mal hecha”, muestra las consecuencias de la política opresora de Salomón: con su muerte, su hijo Roboam pierde las diez tribus del norte, que habían sido muy maltratadas y no lo reconocieron como nuevo rey. Se forma así el reino de Israel del Norte, bajo el liderazgo de Jeroboam. “Cuando cada uno participa, el pueblo construye la historia” es el tercer tema. Por un lado, retrata los personajes de la historia oficial del reino, los reyes y sus cortes. Por otro, muestra la historia del pueblo que, liderado por los profetas, escribe su versión de los hechos y ve la acción de Dios que interviene y conduce todo. El tema “Buscar a Dios por los caminos tortuosos” aborda la idolatría del reino del norte y la infidelidad a la alianza con Dios que lleva al pueblo a la ruina y al reino a la destrucción definitiva. El estudio de este capítulo arrojará una nueva luz sobre el sentido de las contradicciones que existieron y existen aún en la historia, y dejará clara la presencia de Dios que se comunica constantemente e invita a escribir una historia nueva, por medio de personas y gestos proféticos. 1. EL ESTADO: DEL SERVICIO DEL PUEBLO A LA ESCLAVITUD DEL PUEBLO. Los impuestos, las tarifas o contribuciones hacen parte de la vida diaria de todos los seres humanos constituidos en sociedad desde tiempos remotos. Todas las instituciones estatales o religiosas reciben contribuciones por su servicio. El problema surge cuando estas son superiores y/o no atienden a las necesidades de la sociedad. Retomando el camino hecho: En el estudio anterior, profundizamos el origen de la monarquía en Israel con Saúl, su ampliación y restructuración con David y la consolidación del reino con Salomón. Estudiamos también las consecuencias de la política de estos reyes para el pueblo de Israel. Quedó claro que la monarquía trajo algunos beneficios, pero causó muchos daños a la vida del pueblo. Entre estos daños están: la pérdida de la organización que el pueblo tenía antes, la explotación del trabajo y la opresión económica sobre los productores. La misma fe también quedo lesionada porque el culto fue centralizado en el Templo de Jerusalén, causando problemas para la gente que vivía en regiones distantes de la capital. En este estudio profundizaremos lo que sucedió a la muerte de Salomón en el 931 a.C. El Norte proclama su independencia del Sur, y el reino se divide en dos. Comenzaremos por el estudio del reino de Norte, llamado Israel, el cual duró poco: del 931 al 722 a.C. Estudiaremos los acontecimientos que
  • 2. 83 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 desembocaron en la independencia del Norte, lo que pasó después y como este intento de autonomía fue muriendo hasta la extinción del reino. Este es un período turbulento y complejo, pero de fundamental importancia para la Biblia, pues en sus dos siglos de existencia, el reino de Israel fue palco de grandes acontecimientos y de personajes bíblicos, como los reyes y los profetas. Lo que se produjo allí contribuyó enormemente a la elaboración y ampliación del material bíblico, como veremos más adelante. La clave para comprender lo que está en el origen de la ascensión y caída del reino del Norte es la cuestión de los impuestos. Al analizar desde esta perspectiva la historia de este breve período del pueblo de la Biblia, podemos entender mejor los motivos que llevaron al Norte a separarse del Sur. Queda más clara también, para nosotros, la actuación de los profetas en este contexto y sus críticas al régimen. Comprenderemos, entonces, por que el Reino de Israel se hundió. Nuestros impuestos de cada día: “Hay que pagar para nacer, hay que pagar para vivir, hay que pagar para morir”. Así resume una canción popular brasileña la realidad que afecta a todos los seres humanos, en cualquier país, desde los tiempos más remotos: los impuestos, las tarifas o contribuciones que cobran a los individuos las instituciones estatales o religiosas. En la tierra de Israel, el pueblo también tenía que pagar impuestos. Una cosa es la teoría y otra la práctica: Desde el punto de vista teórico, el impuesto sería el pago por un servicio. Todos los individuos de una sociedad no pueden cuidar al mismo tiempo del trabajo, de la defensa, de las contribuciones públicas, etc. Por eso, pagan para obtener a cambio tales servicios que ellos mismos no pueden prestar con eficiencia. Este pago viene impuesto. Pero, ¿a quién pagan? Teóricamente, el impuesto se paga a quien esta en condiciones de realizar o garantizar los servicios que la sociedad requiere. Pero en la práctica la historia es más compleja. Para comprender el problema de los impuestos, vamos a tomar el ejemplo de la seguridad, de la defensa de la sociedad. Del voluntario al soldado: A medida que las sociedades antiguas se van organizando, buscan soluciones para el problema de la seguridad. ¿Quién va a defender a la sociedad de los ataques enemigos, que ponen en riesgo su propia existencia? Cuanto mayor es el número de individuos en una sociedad, más difícil se hace defenderlos a todos. Dejar a los esfuerzos de cada uno el resultado sería la total disgregación de las sociedades. Alguien tiene que ser el responsable, mientras los demás se dedican a otras actividades vitales, como la agricultura, la caza y la producción. Un grupo especial de guerreros debe cuidar la defensa de la sociedad. En las sociedades menores y más colectivizadas, este servicio es voluntario, movido por el sentido comunitario de solidaridad y defensa del bien común. No necesita ser permanente, porque en tiempos de paz no hacen falta guerreros. Estos pueden dedicarse a tareas comunes. El voluntario no exige un pago, por que todo el pueblo contribuye espontáneamente con los víveres para su sustento. Así lo hicieron y hacen hasta hoy las naciones indígenas. Igualmente lo hizo el pueblo de Israel en la época de la confederación de las doce tribus. Poco a poco, sin embargo, nace la necesidad de un ejército permanente, bien equipado. Sobre todo, cuando el objetivo ya no es sólo defender la sociedad, especialmente los bienes de los más ricos, sino atacar a otros pueblos para conquistarlos y enriquecerse con el botín de la batalla, apropiándose de sus tierras, de su producción y de su mano de obra. Los vencidos se convierten en esclavos del vencedor. En este caso, el ejército pasa a ser un instrumento de poder en manos de los reyes. Entonces, el servicio ya no será voluntario sino obligatorio. Los guerreros pasan a ser soldados, a recibir un sueldo. El
  • 3. 84 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 pueblo tendrá que pagar impuestos para mantener el ejército del rey. Esto sucedió también en Israel, a partir de la monarquía. El estado: un intento de solución para los problemas del pueblo: A medida que las sociedades humanas se fueron articulando, creciendo y perfeccionando, también se hicieron cada vez más complejas. ¿Cómo organizar la sociedad para garantizar el bien común? Por una parte, el “voluntariado” se hizo ineficaz en ciertos casos. Por otra, el ejercicio del poder de liderazgo en una sociedad se especializó y se convirtió en un cargo disputado. La creación del “Estado” fue la salida para solucionar los problemas de organización de la sociedad. Este estaría compuesto por personas dedicadas a cuestiones de interés común. Poco a poco, el Estado pasó a ser responsable de la seguridad y la defensa de las personas y bienes (se crea un ejército permanente); por la administración de la producción (se organiza el comercio y acuña una moneda); por la administración de la justicia (se crea un tribunal); por la construcción de espacios comunes: murallas, edificios, silos, reservas de agua, caminos y vías públicas. Al pasar del sistema tribal al régimen monárquico, Israel comenzó a organizarse como Estado, con un poder centralizado. El rey y su corte, amparados por el ejército, se convirtieron, en la sociedad israelita, en los responsables de diversos servicios a la nación. Para mantenerse, este Estado estableció impuestos. El pueblo esperaba obtener, a cambio, tales servicios. El servicio público del Estado: Hoy día, con la evolución tecnológica, el Estado es la institución que cuida, o por menos debería cuidar, de la organización de casi todos los ámbitos de la vida social: alimentación, salud, educación, vivienda, trabajo, seguridad, comercio, industria, transporte, justicia, energía, comunicación, deportes, etc. Los Estados modernos dividen estas tareas en diversos ministerios: Agricultura, Educación, Salud, Trabajo, Transportes, etc. El servicio prestado por el Estado a los ciudadanos se llama “servicio público”. En los Estados democráticos modernos, quien debe garantizar la prestación de este servicio es el poder ejecutivo, también conocido como “gobierno”. A cambio de este servicio, la población, incluso quienes trabajan para el Estado o en él (los funcionarios públicos y los políticos del ejecutivo), deben pagar al Estado. La forma de este pago es el impuesto. En tiempos de Israel, el encargado del servicio público era el rey. Este nombraba funcionarios para administrar las diversas áreas y regiones del reino. Toda esta “burocracia estatal” debería garantizar la prestación de servicios esenciales para el pueblo, con miras al bien común. Los impuestos en Israel: En Israel se cobraban tasas por los santuarios, los impuestos pagados a los reyes y otros tributos según los imperios que dominaran. Las tasas del santuario: El pueblo de la Biblia, naturalmente, también tuvo problemas con algunas tasas obligatorias. Inicialmente las tasas tenían un carácter sagrado, de contribución para el santuario, para el Señor. El que las recibía era Moisés, y luego los sacerdotes y los levitas. Básicamente eran cuatro tasas que los israelitas debían pagar al santuario. De estas, dos eran obligatorias (el diezmo y el tributo anual por persona) y dos se cobraban sólo en casos especiales (la multa por el pecado y el rescate de un voto hecho). a. El tributo anual por persona: Todos los hombres a partir de los veinte años pagaban el valor de medio siclo, moneda de plata que pesaba 5,7 gramos, aproximadamente (Ex 30,13; 38,24-26). En el Nuevo Testamento el valor de este tributo era de un didracma, moneda de plata que pesaba unos 7 gramos (Mt 17,24). Este tributo era justificado como un “rescate” de la persona. En Israel, todos
  • 4. 85 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 “pertenecían” al Señor, todos eran nazir, es decir, “consagrados”. Quien era consagrado debía cumplir con ciertas exigencias. Sin embargo, al pagar esta tasa al santuario, la persona pagaba su “rescate” y quedaba dispensada de tales observancias. b. La tasa y la multa por el pecado: El que trasgredió la ley ha infringido el derecho del Señor y del prójimo (Lv 4, 5,15-16). Esto es pecado. El infractor queda “debiendo” al Señor. Entonces paga la tasa con el valor de un animal (novillo, buey, oveja, etc.), acrecentada por la multa de un quinto, es decir, un 20%. Esta penalidad es semejante a nuestras multas de tránsito o a las finanzas previstas para ciertos delitos. c. Los diversos rescates de personas y bienes consagrados: Además de las personas, podían estar consagrados al Señor por un voto los animales, las casas, los campos y hasta una parte del diezmo (Lv 27,2-33; Nm 3,47; 18,16.21-32). Los valores de las tasas variaban según la edad, el sexo y la especie. A semejanza del impuesto por persona, todo lo consagrado al Señor podía ser “rescatado” mediante el pago de una tasa. Encontramos algo semejante hoy en las “conmutaciones” de votos y promesas de difícil realización, que a veces hacen los fieles para alcanzar una gracia y que luego no cumplen. El sacerdote “conmuta”, es decir, cambia la promesa hecha por otra mas difícil de cumplir. d. El diezmo anual: El pueblo de Israel tiene el usufructo de la tierra, pero su verdadero dueño es el Señor. Por eso, la décima parte de todo lo que el suelo produce y de los rebaños, es entregado al Señor (Dt 14,22-29; Lv 27,30-33) El israelita debía ofrecerlo al Señor en el santuario, comiéndolo en la presencia del Señor (Dt 14,23-26). Por pertenecer al Señor, estos productos no podían ser incluidos en el voto de promesa. Pero si alguien lo hacía, podía rescatar el diezmo incluido en el voto pagando una multa del 20% de su valor. Esta regla valía solamente para el diezmo de los productos del suelo, no para el de los rebaños. Cada tres años, el diezmo debía dejarse para los pobres (Dt 14,28-19). A estas tasas deben añadirse los diversos sacrificios estipulados por el santuario: sacrificio de reparación, de expiación por la impureza, de alabanza y comunión y de acción de gracias. Todo esto tiene para Israel un valor sagrado, pues de esta forma se ofrece culto a Dios. Otros significados tienen los impuestos estipulados por el rey. Vamos a estudiarlos a continuación. Los impuestos del rey: Los reyes de Israel también fijaban impuestos para el pueblo. En el régimen monárquico, el rey concentra las funciones que en la república competen a los tres poderes. El pueblo queda sujeto a la benevolencia o capricho de su monarca. Muchas veces, llevados por la ambición de riqueza y del poder, los reyes del mundo se apoderaron de las tierras de sus súbditos, obligándolos a servir al ejército y a poner sus hijas al servicio del soberano. Los reyes de Israel no escaparon a esta regla: apenas llegaron al poder, comenzaron a abusar del pueblo. A menudo el cobro de los impuestos era forzado, servía para enriquecer al rey y a su corte en vez de mejorar la vida del pueblo. Los impuestos eran, en verdad, una forma de expropiar los bienes de los súbditos. Tenían un amparo legal, eran oficiales, indiscutibles e irrevocables. ¡Ay de quien no los pagara! Previendo esto, el líder popular Samuel, último de la época de la confederación de las tribus de Israel, alertó a sus compañeros que les pedían la institución de un rey: “El rey tomará a los hijos de ustedes y los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrán que correr delante de su carro […]. Tomará a sus hijas para perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará sus campos, sus viñas y sus mejores olivares y se los dará a sus servidores. Tomará el diezmo de sus cultivos y sus viñas para dárselo a sus eunucos y
  • 5. 86 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 a sus servidores. Tomará sus criados y criadas, y a los mejores bueyes y asnos y los hará trabajar para él. Sacará el diezmo de sus rebaños y ustedes mismos serán sus esclavos” (1 S 8,11-17). El pueblo es el que paga los “platos rotos”: Estos son los impuestos más comunes que los reyes establecían, según las circunstancias y los intereses de cada uno. a. El diezmo del rey: Se hizo público el dramático caso del agricultor Nabot, que perdió la tierra, la viña y la vida a causa de la ambición del rey Ajab (1R 21). Pero la explotación de los reyes sobre el pueblo no se mostraba siempre así, descarada. La forma más común de explotar era por medio de los impuestos. En el texto de 1S 8,11-17, trascrito anteriormente, vemos que el rey también cobraba un diezmo, es decir, la décima parte de toda la producción agrícola y pecuaria de cada ciudadano israelita (ver también Am 7,1). Este diezmo con seguridad también se extendía al comercio (1R 10,15). b. Impuestos por vasallaje: Cuando era presionado por el rey de un país más poderoso, el rey exigía los impuestos a todos los israelitas. Tenemos dos ejemplos: Menajem, rey de Israel entre el 743 y el 738 a.C., cobró cerca de una libra de plata a cada notable del país, para pagar a Pul (Teglat-Falasar III), rey de Asiria, las treinta y cuatro toneladas de plata exigidas por este rey para dejar a Israel en paz (2R 15,19-20). También Joacaz, rey de Judá en el año 609 a.C., vencido por el faraón Nekó, creó mas impuestos para el pueblo con el fin de pagar las tres toneladas y media de plata y los treinta y cuatro kilos de oro exigidos por el rey de Egipto (2R 23,33-35). Más adelante daremos otros ejemplos de estos impuestos y de sus efectos sobre la población. c. Otros impuestos: En las sucesivas dominaciones extranjeras sobre Israel, los impuestos aumentaron. Los persas cobraban a Israel un tributo territorial, un impuesto por persona y hasta algunos peajes (Esd 4,13). Mas tarde, los seléucidas pasaron a cobrar, también, un impuesto sobre la sal y una “corona” o palma de oro como “ofrenda” (1M 10,29:13,37; 2M 14,4), además de los tradicionales impuestos sobre los productos de la tierra. Los romanos, hacia el final del período del Antiguo Testamento, cobraban los impuestos territoriales y personales (Rm 13,7; Mc 12,14), además de las tarifas de aduana (Rm 13,7; Mt 9,9). Los tributos podían ser pagados en dinero o en mercancías (animales, aceite, trigo) (2Cro 17,11). El “dinero” era inicialmente una cantidad pesada de oro o de plata. La acuñación de monedas (de oro, plata, cobre o latón) de diversos pesos y valores comenzó en el siglo VII a.C. en Grecia. Algunos emperadores a veces eximían a ciertas ciudades o personas de pagar impuestos. Por ejemplo, el rey de Persia dispenso de los tributos e impuestos al personal del Templo de Jerusalén (Esd 7,24). Mas tarde, de los seléucidas reconocen la independencia de la ciudad santa, dispensándola por entero de cualquier tributo (1M 15,5). Pero Pompeyo restableció este tributo en el 53 a.C. a partir de entonces, pasó a pagarse a los romanos. Consecuencias de los impuestos en la vida del pueblo: Desde que Israel asumió el régimen monárquico y quiso “ser como las otras naciones”, el sistema tributario del Estado se convirtió en la forma consagrada de ejercicio del poder real en el país. Pero, cuando la carga tributaria es excesiva, el pueblo se rebela. ¿Quién aguantara vivir para pagar al Estado y nunca recibir a cambio un buen servicio público, además de ver a las personas que mandan en ese Estado cada vez más ricas y poderosas, mientras el pueblo se empobrece y debilita? Fue principalmente por esto que el pueblo de las tribus del Norte acabó rebelándose y rompiendo con el hijo de Salomón. Pensaron que la creación de un reino independiente resolvería el problema. ¡Pobre pueblo! No entiende que la causa de los problemas no está en las personas, sino en el modelo sociopolítico.
  • 6. 87 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 El impuesto es también la forma en que una nación domina a otras: La dominación mediante el pago de impuestos o tributos era también la forma más común de imperialismo de una nación sobre otra. Mediante campañas militares, una nación más fuerte consigue someter a otra, imponiéndole el pago de tributos. A medida que una nación se fortalece en la política y en la economía y cuenta con un ejército numeroso y bien equipado, comienza a someter a las pequeñas y débiles naciones vecinas, constituyéndose poco a poco en un imperio. Algunas naciones no tan pequeñas intentan a veces enfrentar al imperio del momento, aliándose para resistir al invasor que amenaza su soberanía. Cuando esta medida no surte efecto, el imperio anexa a su territorio a estas naciones y somete a sus habitantes, convirtiéndolos en súbditos, o exige el pago de tributos a las naciones rebeldes, para eximirlas de la total anexión. En el reino de Israel tenemos los dos casos en tiempos del rey Oseas (732-724 a.C.): en un primer momento Asiria, militarmente fuerte, bajo el gobierno de Salmanasar V (727-722 a.C.), impone un tributo al reino del Norte, para dejarlo en paz. Pero en un segundo momento el rey de Israel trama secretamente una rebelión, contando con el apoyo de Egipto, y deja de pagar el tributo. Entonces, Asiria invade Israel, desmantelando el gobierno de Samaría, destruyendo físicamente la ciudad, anexándola y deportando a su población (2R 17,1-6). Además de estos casos y de los ejemplos ya citados de Menajem y Joacaz, encontramos en la Biblia otros casos de sumisión mediante el pago de impuestos. Podemos citar el caso de Moab, reino vecino de Israel, que somete a Israel al pago de tributos en el tiempo de los jueces (Jc 3,14-156). Mas tarde, David invierte la situación, imponiendo tributos a Moab y a otros pueblos vecinos, que quedaron sujetos al monarca israelita (2S 8,2-13). En tiempos del rey Joram, en el Norte, Moab intentó librarse de este tributo a Israel (2R 3,4-5). Tarea: para la próxima reunión traer periódicos y revistas.
  • 7. 88 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 2. NORTE-SUR, UNA COSTURA MAL HECHA Con la muerte del rey Salomón, el pueblo suplicó a Roboam, heredero del trono: “Tu padre ha hecho pesado nuestro yugo; ahora tu aligera la dura servidumbre de tu padre y el pesado yugo que puso sobre nosotros, y te serviremos” (1R 12,4) Pero él les dijo: “Mi dedo meñique es mas grueso que los lomos de mi padre. Un yugo pesado cargó mi padre, pero yo haré más pesado su yugo, mi padre los azotaba con azotes, peor yo los azotaré con escorpiones” (1R 12,10-11). El Reino de Salomón se dividió en dos. La causas de la división del Reino después de Salomón En el cuarto bloque temático, las familias se organizan para sobrevivir, vimos que, muy posiblemente, Israel y Judá existían como dos grupos distintos, en Canaán, incluso antes de la confederación de las tribus (cerca del 1200 a.C.). Israel, en el Norte, podía ser formado por la coalición de otras tribus menores, aunque no podamos afirmar que esta coalición haya recibido el nombre de “Israel” ya que desde aquella época. La unión de las tribus del Norte con las del Sur, encabezadas por Judá, puede haberse dado por necesidad de ayuda mutua, sobre todo en la defensa contra los ataques de los pueblos vecinos. A esta unión, que resultó en la confederación de tribus, contribuyó en gran medida el hecho de tener una fe común en un Dios único (el Señor, identificado con Él), una misma lengua, una manera semejante de organizar la sociedad y el deseo de liberarse de los reyes de las ciudades-estados de Canaán. Pero parece que las divergencias no se superaron del todo. La línea que unía al Norte y al Sur era muy frágil y la separación entre ellos parecía más bien camuflada. David habría conseguido una cierta unidad durante su reinado, pero conviene saber que sólo después de siete años de reinado en Hebrón, en el Sur, él fue reconocido por las tribus del Norte. Fue el gobierno de Salomón el que abrió profundas heridas en la aparente unidad del Reino. No todo fue pompa y celebración El Reino de Salomón es descrito en el primer libro de los Reyes con una buena dosis de aprobación (1R 3-10). Salomón es el ejemplo del hombre sabio, emprendedor, que ejecuta con diligencia y buen gusto los deseos del Señor acerca de la construcción del Templo, es un eximio comerciante, que consigue mucha riqueza y prestigio. Pero el libro no esconde las fallas de su reinado. Con una franqueza (¿o ingenuidad?) increíble, nos revela los defectos de la tan propalada gloria de Salomón (1R 11). Vamos a estudiar los más notables. Violencia y opresión Desde el punto de vista histórico, encontramos una explicación para la separación del Norte: la política de Salomón, tan cruel y opresora como la de los faraones. Ya no había diferencia entre el tiempo en que los hebreos estaban esclavizados en Egipto y los tiempos de Salomón, Este se había convertido en un gran “faraón”, con sus construcciones gigantescas, el excesivo lujo de los palacios y del templo, un poderoso ejército y la dura explotación económica de los trabajadores para sostener todo esto. Cada vez eran más pesados los impuestos y los trabajos forzados y se abrió paso la conveniencia de una religión centralizada en Jerusalén, que legitimara el poder central de la riqueza de Salomón. La política violenta y opresora de Salomón hizo surgir dos grandes enemigos. Edom y Damasco, que justificarían siempre la existencia de un ejército fuerte en Israel, pues eran amenazas constantes “a la seguridad nacional” (1R 11,14-25). Esta política generó el descontento de las tribus del Norte. La riqueza del rey era sinónimo de la pobreza de la mayoría del pueblo. Su gloria y fama significaban miseria y sufrimiento para los pobres.
  • 8. 89 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 Influencia del paganismo El número exagerado de mujeres con las que Salomón se casó marca el inicio de la desaprobación. No se trata de una forma de elogio a su virililidad ni de ostentación de su poder y riqueza (el hombre podía tener cuantas mujeres pudiera sostener). Aunque esto fuera útil para aumentar su prestigio, para el rey estos matrimonios eran más necesarios, por que, a través de ellos, se hacían pactos comerciales y políticos con los reyes de la localidad de donde venían las mujeres. Generalmente, aquellos reyes entregaban a una de sus hijas como princesa o concubina de Salomón, a cambio de algún beneficio o incluso sumisión. Con la venida de estas mujeres al país, llegó también el culto a sus dioses, y esto tenía que respetarse para no molestar al rey de aquel lugar. Así, por influencia de sus mujeres, Salomón acabó haciendo concesiones peligrosas a los cultos idolátricos (1R 11,1-13). Sin duda, esto no agradó al pueblo, pues representaba la fidelidad religiosa que Dios reprueba, suscitando enemigos en el exterior (1R 11,14ss) y en el interior (1R 11,26ss). Desde el punto de vista teológico, por tanto, la división del Reino es el castigo del Señor porque Salomón cedió a la idolatría, rompiendo la alianza (1R 11,11): abandonó al Señor, no anduvo en sus caminos ni observó sus mandamientos (1R 11,33). El “glorioso” Salomón, presentado como el rey más sabio del mundo, es equiparado aquí a los peores reyes de Judá e Israel, porque hizo todo lo que no debía. Por lo menos ésta es la opinión de los autores deuteronomistas, una corriente teológica surgida más tarde, que se propuso contar toda la historia de la monarquía de Israel. ¿Esclavos de nuevo? ¡NO! El descontento frente a la política de Salomón por parte de las antiguas tribus del Norte venía de lejos. Él ya las había explotado para los trabajos forzados de construcción (1R 5,27; 11,26). Pero la gota que derramó el vaso fue cuando Salomón no pudo pagar la deuda externa contraída con el rey Hiram de Tiro, que le suministraba las maderas finas para los palacios y el templo, y entregó a cambio veinte ciudades del Norte, en Galilea (1R 5,20-25; 9,10-14) El pueblo del Norte se vio de repente apartado del pueblo de Israel, reducido a mercancía de remate. La reacción: los descontentos se rebelan El pueblo no se quedó quieto. Presentó sus quejas a Jeroboam, un norteño que estaba al servicio del rey. Era “valiente y fuerte” (1R 11,28) y demostraba aptitudes para el trabajo. Estas prerrogativas le ganaron el puesto, dado por el rey, de superintendente de los trabajadores del Norte (una especie de presidente de sindicato en nuestros días). Convenía a Salomón aprovechar el liderazgo local para llevar adelante el asunto de los trabajos forzados. No sabemos si el puesto de Jeroboam era remunerado, como el de los oficiales, o si era también un trabajo obligatorio y gratuito para el rey. Ciertamente Jeroboam no estaba feliz de la vida “sirviendo a su amada patria”… De todos modos, se convirtió en el máximo representante de los norteños descontentos y su liderazgo fue confirmado después (1R 12,20). Jeroboam asumió el dolor del pueblo y lideró una rebelión contra la política opresora de Salomón. Un profeta apoya la rebelión En el contexto de la revuelta, Ajías de Silo, un profeta del Norte, anuncia, por medio de una acción simbólica- rasga una manto nuevo en doce pedazos-, que Dios dividirá el Reino. Manda que Jeroboam tome diez. Este fue el número de tribus que se quedaron con Jeroboam, mientras el hijo de Salomón se quedó con dos (1R 11,29-32). Jeroboam se convirtió, así, en una amenaza para la estabilidad del Reino
  • 9. 90 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 de Salomón que, lógicamente, intentó matarlo. El rey logró reprimir la rebelión, y Jeroboam tuvo que huir a Egipto (1R 11,26-40). Allí se quedó hasta la muerte de Salomón (11,40). Ciertamente el rey quería matar a Jeroboam no sólo por este acto aislado, sino también porque él, con seguridad, ya estaba liderando una multitud de descontentos. La lógica del poder consiste en eliminar toda posible oposición al régimen. Saltar de la sartén y caer en las brasas Con la muerte de Salomón, los habitantes del Norte esperaban una política más favorable de parte de Roboam, su hijo sucesor en el trono. Éste fue a Siquem par recibir el aval de los representantes del pueblo del Norte, como nuevo rey. De nuevo liderados por Jeroboam, que había vuelto de Egipto, le expusieron claramente: “Tu padre ha hecho pesado nuestro yugo; ahora tu aligera la dura servidumbre de tu padre y el pesado yugo que puso sobre nosotros, y te serviremos” (1R 12,4). Roboam consultó a sus consejeros más experimentados, que le sugirieron acceder a las peticiones del pueblo. Pero él rechazó la propuesta y prefirió oír a sus amigos más jóvenes, compañeros de infancia. Estos le aconsejaron responder al pueblo insatisfecho: “Un yugo pesado cargo mi padre, pero yo haré más pesado su yugo; mi padre los azotaba con azotes, peor yo los azotaré con escorpiones” (1R 12,11). Antes estas intransigencias del nuevo monarca, las tribus del Norte se rehusaron a reconocer al hijo de Salomón como rey, y se separaron política, religiosa y afectivamente de la dinastía de David (1R 12,16-33). La ineptitud política de Roboam, sucesor de Salomón, que anunciaba un gobierno aún más represivo y explotador, provocó la separación de los norteños y la consiguiente división del Reino. Era en el año 931 a. C. La ilusión de un Reino se rompía en pedazos, como en el gesto simbólico del profeta Ajías de Silo (1R 11,27b-32). A partir de entonces, comenzaron a existir dos reinos en la tierra de Israel: uno en el Sur, conocido como “Reino de Judá”, que abarcaba el antiguo territorio de la tribu de Judá y parte del territorio de la tribu de Benjamín. Este reino mantuvo su capital en Jerusalén y a un descendiente de David como rey. En el Norte, se formó el otro reino conocido como "Reino de Israel", constituido por las otras diez tribus. Este reino fijará más tarde su capital en la ciudad de Samaría. Jeroboam, el líder de la rebelión, será aclamado primero rey del nuevo reino, pero no conseguirá consolidar una dinastía en el trono de Israel. De la independencia a la muerte La rebelión política de las tribus del Norte no significó una aproximación teológica al ideal de la alianza. El profeta Ajías de Silo transmitió un mensaje del Señor, semejante al del profeta Natán a David: "Te tomaré a ti y te haré reinar sobre cuanto desee tu alma, y serás rey de Israel. Si escuchas todo cuanto yo te ordene, y andas por mi camino, y haces lo recto a mis ojos guardando mis decretos y mandamientos como hizo David mi siervo, yo estaré contigo y te edificaré una casa estable como se la edifiqué a David" (1 Re 11, 37-38). Esta promesa pone a Jeroboam en el nivel de un "David del Norte", y al reino de Israel en las mismas condiciones que Judá. Sin embargo, ni Jeroboam ni su hijo Nadab, que le sucedió en el trono, realizaron este ideal. La gran crítica de la historia deuteronomista a todos los reyes del Norte, que se convirtió en un refrán, fue ésta: "Hicieron el mal a los ojos de Dios". Por eso, ninguno de ellos conseguirá establecer una dinastía perenne, como sucedió en el Sur. El Reino de Israel pasará por manos de cinco familias o dinastías distintas, y diecinueve reyes, de los cuales siete fueron asesinados y uno se suicidó. La violencia, la injusticia, la explotación, el soborno, la ambición, el lujo de alguno a costa del empobrecimiento de muchos y la "baalización" del Señor, asociada a una farsa religiosa basada en el ritualismo, hicieron de Reino del Norte un ejemplo del "efecto dominó" en los desastres políticos.
  • 10. 91 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 Fueron 209 años de constantes rebeliones contra el Señor Dios. El punto final de esta historia fue la destrucción definitiva del Reino de Israel con la toma de la capital Samaría por parte del Imperio Asirio, en el 722 a. C. El Reino de Israel desapareció del mapa, para nunca más volver a constituirse como Estado autónomo. Tarea: Busca una o dos personas que no pertenezcan al grupo, que realicen alguna actividad importante en beneficio de la comunidad o de los más necesitados, e invítales a que te cuenten su experiencia.
  • 11. 92 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 3: CUANDO CADA UNO PARTICIPA, EL PUEBLO CONSTRUYE LA HISTORIA La historia de Israel, como la de todos los pueblos, fue construida con la participación de todos. En el reino del Norte se destacan algunos reinos, pero, de modo especial, algunos profetas que actuaron con una conciencia crítica ante los abusos del poder. Los personajes que hacen la historia del reino del Norte. En la Biblia, la historia del período en que existió el reino del Norte se encuentra en los dos libros de los reyes (1R12, 1 a 2R 17). Pero, como siempre sucede en la vida real, los relatos escritos sólo vienen después (y a veces mucho después) de que un puñado de gente ya hizo la historia, ya vivió los acontecimientos con toda su ambigüedad y ya pasó por la incertidumbre del alcance de sus decisiones ante los conflictos de la vida. Finalmente, la historia sólo es tal por que fue hecha por personas que vivieron su momento. Vamos a conocer más de cerca algunas personas que hicieron la historia del reino del Norte. Profundizaremos los hechos que las rodearon y cómo se comportaron ellas ante éstos. Comenzaremos por los reyes, no por que sean más importantes, sino por que su política dejó huellas profundas en el pueblo. Al ser los gobernantes, de cierto modo, tenían el destino de la nación en sus manos. Pero sus opciones infelizmente, llevaron al país a la ruina final, son los villanos de la historia y no de ficción, revela la triste realidad de una nación cuyos dirigentes actúan de manera insensata, insana, incluso en detrimento de un proyecto de sociedad volcado al bien común. Luego, conoceremos mejor a los profetas, los antagonistas de la historia. Ellos eran personas con una profunda y clara visión de su tiempo: de la política, de la economía, de la religión y del escenario internacional de su época. Veían lo que otros no veían (tal vez por que estos últimos estaban obnubilados o tenían intereses en juego). Eran personas lúcidas, capaces de percibir el centro de las cosas y de defender a la sociedad israelita. Ellos revelan la cara viva y despierta de la sociedad que no se dejo contaminar por la propaganda alienante de los poderosos. Eran la voz crítica de la sociedad ante la desafortunada política de los monarcas. Sin la visión crítica de los profetas, la historia nos habría llegado enturbiada, filtrada por los intereses de los poderosos y los opresores. Los profetas nos muestran el lado de los oprimidos. Ayudaron a mantener viva en la memoria del pueblo la esperanza de pueblos mejores. Pero pedían de ambos, reyes y pueblo, los cambios imprescindibles para que la nación no sucumbiera. Finalmente conoceremos a un grupo de personas cuyos rostros sólo podemos imaginar, porque trabajaron anónimamente sin dejar sus firmas al final de la historia. Sus nombres no aparecen en los créditos de la película. Es gente del pueblo, porque el pueblo también hace la historia y cuenta historias que hacen pensar. El pueblo tiene su versión de la historia. Estamos hablando de un número incontable de gente desconocida que, en el reino del Norte, creó, conservó, amplió y después contó y cantó algunas historias sobre el pueblo de Dios. Esta gente prefería llamar a Dios Elohim, en vez de Señor, sus reflexiones y memorias están esparcidas en la Biblia, sobre todo en el Pentateuco. A ese material escrito se decidió llamarlo Tradición Elohísta. A través de estos textos, vamos a conocer lo que el hombre “de la calle” de la época del reino de Israel pensaba de la vida. No vamos a estudiar a todos los diecinueve reyes de Israel. Presentaremos en seguida sus semblanzas sólo como ilustración. Después profundizaremos el estudio de aquellos reyes cuyo gobierno en Israel fue determinante para comprender el ascenso y la caída de tan soñada independencia.
  • 12. 93 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 Cronología de los reyes del norte En el siguiente cuadro cronológico, los reyes que tiene un hijo como sucesor están en letra itálica los reyes cuyos nombres aparecen en negrilla serán objeto de nuestros análisis, debido a su importancia para los destinos del reino del Norte. REY AÑO REFERENCIA BÍBLICA Jeroboam I 931-910 1Re 12, 1 – 14, 20 Nadab 910-909 1 Re 15, 25-31 Basá 909-886 1 Re 15, 33-34; 16, 1-7 Elá 886-885 1 Re 16, 8-14 Zimrí 885 (7 días) 1 Re 16, 15-22 Omrí 885-874 1 Re 16, 23-28 Ajab 874-853 1 Re 16, 29 – 17, 1; 18, 1- 22,40 Ocozías 853-852 1 Re 22, 52-54; 2 Re 1, 1-18 Joram (hermano de Ocozías) 852-841 2 Re 3, 1-27 Jehú 841-814 2 Re 9, 1 – 10, 36 Joacaz 814-798 2 Re 13, 1-9 Joás 798-783 2 Re 13, 10-25 Jeroboam II 783-743 2 Re 14, 23-29 Zacarías 743 (6 semanas) 2 Re 15, 8-12 Sal-lum 743 (1 mes) 2 Re 15, 13-16 Menajem 743-738 2 Re 15, 17-22 Pecajías 738-737 2 Re 15, 23-26 Pecaj 737-732 2 Re 15, 27-31 Oseas 732-724 2 Re 17, 1-6 Toma de Samaría 722-721 2 Re 17, 5-41 Jeroboam I Ya conocemos mucho sobre este primer monarca del nuevo reino separado del antiguo reino davídico. Reinó aproximadamente entre el 931 y el 910 A.c. Residía en Trisa, más al norte del país. Ejercía un liderazgo entre los norteños desde los tiempos del rey Salomón, cuando trabajaba gratuitamente para él. Fue en esta época que Jeroboam lideró una rebelión contra la política opresora del rey de Jerusalén. Era, por tanto, candidato natural a ocupar el trono del recién formado reino de Israel, después de la ruptura con Roboam, hijo y sucesor de Salomón en el trono de Jerusalén. Es importante resaltar aquí, sin embargo, que Jeroboam fue de cierta manera “llamado” por Dios para ser rey, por medio del profeta Ajáis de Silo (1 Re 11, 29ss), a ejemplo de lo que sucedió con Saúl y David, ungidos por el profeta Samuel (1 SAM 10, 1; 16, 12-13), y con Salomón, legitimado por el profeta Natán (1 Re 1, 34). Vimos también la preocupación de Jeroboam por la religión. Fue él quien instituyó los dos santuarios nacionales de Betel y Dan, con sus altares, sus fiestas y sus sacerdotes y sus nuevas representaciones del Señor, el becerro de oro. Ya reflexionaremos bastante sobre las motivaciones y las consecuencias de estas actitudes del rey de Israel para la historia del reinado. Vimos que no se trataba de un Dios “alternativo”, sino de una forma alternativa de concebir a Dios y de relacionarse con Él. Conviene, sin embargo, resaltar que aun durante su reinado, el mismo profeta Ajáis se distanció críticamente de Jeroboam a causa de su actitud. Y cuando éste mandó a su esposa disfrazada a buscar a Ajáis, para consultar sobre la suerte de su hijo Abdías, un niño enfermo. Ajáis sentenció, sin dudar, la
  • 13. 94 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 condena por parte del Señor: el niño morirá, toda la casa de Israel será exterminada y el pueblo de Israel será golpeado “como las aguas agitan una caña”, deportado de su tierra (1 Re 14, 1ss). Así, aunque con buenas intenciones, Jeroboam acabó creando las condiciones para la entrada de la idolatría, entendida como manipulación de la divinidad para fines políticos de dominación y explotación del pueblo. Este camino llevó a la pérdida de su conciencia y de su propia autonomía. La profecía de Ajáis demoraría algún tiempo para cumplirse. La muerte del niño se dio de inmediato, apenas su madre volvió de la ciudad (1 Re 14, 17), pero Jeroboam tuvo a otro hijo suyo, Nadab, como sucesor del trono, después de su muerte. Sin embargo, Nadab estaría sólo dos años en el trono. En una conspiración, Basa lo asesinó en Gui vetón, se convirtió en rey de Israel y comenzó a exterminar a toda la casa de Jeroboam. Se cumplió así la otra parte de la profecía. Jeroboam no logró consolidar la dinastía. La propuesta del Señor, hecha por medio de Ajáis, de “construir una casa estable” para Jeroboam, no pudo realizarse porque él se rehusó a cumplir su parte del trato: “Obedecer al Señor y andar por sus caminos” (Cf. 1 Re 11, 38). Omrí Comenzó su reinado aproximadamente en el 885 A.c., en Tirsá. Pero luego de seis años compró a Semer la montaña de Sumaría y en ella fundó y construyó la ciudad de Sumaría como capital del reino del Norte, situada más hacia el centro del país (1 Re 16, 23-26). El hecho generó un clima de euforia, que se propagó a partir de esa época. Consiguió, también, el control del país vecino, Moab. Pero su reinado duró poco: sólo once años. A pesar de esto, estableció un gobierno dinástico por tres generaciones, para un total de 33 años de gobierno. Ciertamente esta dinastía debió su existencia al hecho de que su subida al trono fue, de cierto modo, una decisión democrática. Con el asesinato del rey Ela, hijo de Basa, asumió el poder Zimrí. Los opositores sitiaron la ciudad de Tirsá, acorralaron en el palacio real a Zimrí y éste se suicidó prendiendo fuego sobre sí. El pueblo se dividió, entonces, entre los candidatos al trono Tian y Omrí. Este apoyo del pueblo puede explicar el éxito de su gobierno, continuado por sus descendientes. Ajab El sucesor de Omrí fue su hijo Ajab, que reinó entre el 874 y el 853 a.C. Ajab aplicó una política de explotación y violencia. Era ambicioso y sin escrúpulos en su gobierno. El episodio de la viña de Nabot, tan conocido, se convirtió en la causa de la ruina del mismo Ajab (1 Re 21, 1-29). Fue condenado por el profeta Elías a sufrir la misma muerte de Nabot y al exterminio total de su casa. Según la relectura del autor eso se cumplió en tiempos de Joram, hijo de Ajab (2 Re 9, 22-26). Violencia genera más violencia. Ajab “se arrepintió e hizo penitencia”, obteniendo la misericordia del Señor. Sin embargo, introdujo oficialmente el baalismo en Israel al casarse con Jezabel, hija del rey de los sidonios. Ella trajo el culto de Baal hasta el mismo palacio, convirtiendo al rey en un adepto fervoroso, y desencadenó una violenta persecución contra los profetas del Señor y el asesinato de muchos de ellos. Algunos escaparon gracias a la protección de Abdías, un alto funcionario de la corte, fiel al Señor. Elías también fue perseguido a muerte por Jezabel. Ajab y las guerras Durante el reinado de Ajab, surgió y actuó el profeta Elías. El conjunto de narraciones sobre este profeta recibe el nombre de “Ciclo de Elías” (1 Re 17 – 19; 21; 2 Re 1, 1-2; 18). Dos episodios que ocasionaron un conflicto de fronteras con el país vecino, Aram, se recuerdan para mostrar cuánto despreciaba el rey Ajabal Señor y a sus mensajeros (1 Re 20; 22).
  • 14. 95 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 El primer episodio está relacionado con el rey arameo de Damasco, Ben Hadad II, que quería someter a Israel a su dominio, cobrándole tributo de oro y plata. Pero Ajab se rebeló y hubo una primera guerra entre los dos, en las montañas, de la cual salió victorioso Ajab (1 Re 20, 23). En esa ocasión, un profeta anónimo manifestó el apoyo de Dios a Ajab, con la condición de que “lo reconociera como Señor” (cf. 1 Re 20, 13). Este profeta anónimo previó la vuelta del enemigo, con otra estrategia de combate. La batalla se realizó en la planicie de Afeq, y Ajab venció de nuevo, conservando la vida de Ben Hadad II. El profeta repitió las palabras del Señor, que esperaba el exterminio total de aquellos enemigos. Vino, entonces, el rechazo y la condenación no sólo de Ajab, sino de todo el pueblo de Israel (1 Re 20, 26-43). El segundo episodio involucró también a los arameos, sin definir cuál era su rey. En esta ocasión, Josafat, rey de Judá, que vivía un período de paz con Israel, vino a visitar a Ajab, y éste aprovechó para pedirle apoyo militar para una guerra de reconquista del antiguo territorio de Ramot de Galaad, invadido por los arameos en épocas pasadas. Josafat aceptó combatir junto con Ajab. En este episodio se encuentra la figura de otro profeta del Norte, Miqueas, hijo de Yimlá. Este va, irónicamente, a profetizar la victoria de Ajab, como hacían todos los falsos profetas, en nombre del Señor. Pero en verdad, Miqueas predijo la derrota de Ajab en la batalla de Ramot de Galaad, y así sucedió. Ajab murió en su carro, bañado en su propia sangre. El carro fue lavado con agua de la piscina de Samaría, los perros lamieron la sangre y las prostitutas se bañaron en ella (1 Re 22, 28-38). Se cumplieron así las palabras del profeta Elías (1 Re 21, 19). Faltaba aún verificarse el final de la casa de Ajab, es decir, de sus descendientes. Con la muerte de Ajab, subió al trono Ocozías, su hijo. Reinó sólo un año (853-852); enfermó y murió, sin dejar hijos. Su hermano Joram asumió el poder. Mientras Joram reinaba, el profeta Eliseo, sucesor de Elías, envió a uno de sus discípulos a ungir a Jehú como rey de Israel. Una vez ungido, fue aclamado por el pueblo como rey y de allí partió para la usurpación del trono. Con una flecha certera, en una celada contra el rey Joram, Jehú puso fin a la dinastía de Omrí. Acabó con la casa de Joram y toda la familia real, incluso con Jezabel. Se cumplió, así, la última parte de la profecía de Elías sobre la misión de Jehú (2 Re 10, 1-36). Jehú Jehú se convirtió, entonces, en rey de Israel y reinó del 841 al 814 a.C. Su dinastía fue la más larga en el reino del Norte: duró cuatro generaciones después de él, ¡en total 98 años! El apoyo del profeta Eliseo fue fundamental para este éxito. En su tiempo y en el de los sucesores, comenzaron las guerras contra los países vecinos, principalmente Damasco, por la posesión de territorios. Israel perdió algunas ciudades para Ben Hadad III, rey de Aram (2R 13,3; 6,24) la sombra de Asiria ya comenzaba a caer sobre el belicoso reino de Israel. Jehú llegó a pagar impuesto a Salmanasar III, rey de Asiria, convirtiéndose en su vasallo. Las narraciones sobre el reinado de Jehú son breves y cargadas de brutalidad. Su política religiosa agradó al redactor deuteronomista, pero no logró poner fin a las prácticas cultuales baálicas en el país (2 Re 13, 6). Jeroboam II En tiempos de Joás, padre de Jeroboam II (783-743 a.C., aproximadamente), murió el profeta Eliseo. Joás ya había logrado algunas victorias importantes para el fortalecimiento del reino, como la reconquista de los territorios perdidos ante Ben Hadad II, rey de Damasco. Esto hizo crecer la euforia progresista del reino de Israel.
  • 15. 96 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 Pero su hijo Jeroboam II fue quien restableció completamente los antiguos límites del reino. En el gobierno de Jeroboam II, Asiria dejó de ejercer su influencia sobre la región, pasando por un período de crisis interna. Esto posibilitó el fortalecimiento de los reinos menores, antes amenazados por el Imperio Asirio. Jeroboam obtuvo dividendos políticos de esta situación, imprimiendo a su reinado su carácter de progreso, prosperidad y paz para el pueblo. Era el “milagro económico” de Israel. Este “milagro” fue alimentado por las celebraciones de acción de gracias, que se multiplicaron enormemente en el país. El pueblo era incentivado a producir más, pues el momento era favorable. El incentivo a la producción y las buenas condiciones de la economía, libre de la presión externa de Asiria, generaron un superávit, un excedente de riquezas que podía dejar realmente tranquila a la nación. Pero sería ingenuo pensar que toda la riqueza de Israel, en este período, fue fruto de la buena administración del trabajo y de la producción. Más ingenuo aún sería pensar que esta riqueza se repartió equitativamente entre el pueblo. El profeta Amós, a quien conoceremos más adelante, fue el primer hombre lúcido para percibir las verdaderas causas de esta prosperidad de Israel: la explotación de los campesinos, la injusticia y la alienación religiosa. Después también el profeta Oseas continuará la crítica a esta actitud loca de los dirigentes, que llevará a la nación entera a la quiebra. El que quisiera ver a dónde convergía la riqueza de Israel, tendría que ir a la capital, Samaría. Allí vería las lujosas mansiones, los más sublimes palacios y las interminables fiestas de aquellos que se daban la buena vida. Amós, que mira las cosas por dentro, concluye: todo es fruto de la opresión y del robo a los trabajadores; esta riqueza de algunos está generada por el empobrecimiento del pueblo. Jeroboam cuenta con aliados fundamentales para el sostenimiento de este estado de cosas: los sacerdotes. Estos actuaban principalmente en los santuarios de Betel y Dan, considerados “templos del rey” (Am 7, 13), además de los innumerables “lugares altos” (Am 7, 9). Con la legitimación religiosa del status quo (estado establecido o imperante) de su gobierno, el rey podía realmente pensar que todo iba bien, que el “Día del Señor”, aquel tiempo de paz definitiva, estaba cercano. ¡Veremos! Después de Jeroboam II: la ruina del reino Las cosas comenzaron ya a cambiar de rumbo con Zacarías, hijo de Jeroboam II, que lo sucedió en el trono. Estuvo sólo seis meses en el poder, siendo asesinado por Sal-lum, que conspiró contra él, poniendo fin a la dinastía de Jehú. Pero tampoco Sal-lum tuvo éxito: sólo un mes después de usurpar el trono, también fue asesinado por Menajem, que lo sustituyó. Este último fue un gobierno muy violento y tiránico. A pesar de que el libro de los Reyes le atribuye diez años, la cronología histórica apunta a cinco. Menajem arrasó las ciudades que intentaron oponérsele. En Tirsá, su propia ciudad, “rasgó el vientre de todas las mujeres embarazadas” (2 Re 15, 16). Asiria volvió a avanzar sobre la región, imponiendo un pesado tributo al rey: mil talentos de plata (¡unas 34 toneladas!) para que Menajem pudiera permanecer en el poder sin ser molestado por el imperio. El rey pasa a cobrar a los “notables” 50 siclos de plata por persona -aprox. 570 gramos- (2 Re 15, 19-20). ¡Ahora toda la riqueza de Israel se va para el extranjero! Con la muerte de Menajem, su hijo Pecajías asumió el trono, pero en el segundo años de su reinado fue asesinado por Pecaj, su escudero, en una rebelión que contó con el apoyo de más gente insatisfecha. Pecaj reinó durante cinco años a lo sumo, según la cronología histórica, pero el libro de los Reyes le concede veinte. En su tiempo, los reinos vecinos (sirios, filisteos, amonitas, moabitas, y edomitas) propusieron una alianza militar para hacer frente al avance de Asiria (la célebre “Alianza sirio-israelita”). Calcularon mal: Judá no quiso correr el riesgo. Los aliados presionaron a Judá amenazando su trono. El rey Ajaz
  • 16. 97 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 de Judá recurrió entonces a Asiria para protegerse de los aliados. Esta, es una acción punitiva, tomó gran parte del territorio de Israel, anexándola al imperio, y deportó su población (2 Re 15, 23-29). Fue el primer golpe irreparable para la joven nación israelita. Oseas El clima de tensión efervesce y Pecaj acaba siendo asesinado por Oseas (no el profeta homónimo). Éste asume el trono, pero tiene que seguir pagando tributos a Asiria para evitar lo peor. En sus ocho años de reinado (del 732 al 724), Oseas gobernó aparentemente sometido a Asiria, pagándole tributos, pero en secreto hizo una alianza con Egipto para rebelarse contra el dominio asirio. Esta trama fue descubierta por Salmanasar V, entonces rey de Asiria. Al no recibir el tributo debido, marchó contra Israel, apresó a Oseas y consolidó el dominio asirio sobre todo el reino, conquistando y destruyendo la ciudad de Samaría. Deportó a la población y trajo al territorio gente de otros pueblos conquistados (2 Re 15, 30; 17, 1-6). La nación no resistió este segundo golpe. A partir del 721 a.C. el reino de Israel dejó de existir para siempre como Estado autónomo. Una pregunta: ¿Qué lección sacamos de los ejemplos de estos reyes? Los profetas Elías, el tesbita Ya vimos algunas cosas sobre este profeta, que actuó sobre todo en tiempos de Ajab, entre el 874 y el850 a.C. Vale la pena conocer más de cerca a este gran personaje, que es, sin duda, el mayor representante del profetismo, no sólo en el reino del Norte, sino en todo el Antiguo Testamento. Tano que hasta en el Nuevo Testamento se le presenta como la figura síntesis de los profetas (Lc 9, 30 y paralelos). Elías es de Tisbé, en Galaad. Su actuación ya se destaca bastante en comparación con sus predecesores profetas: Natán, Gad y Ajías. Estos aún giraban en torno al palacio. El distanciamiento crítico frente al monarca, iniciado con Samuel, continuado con Natán y profundizado por Ajías, alcanza un nivel más profundo: Elías ni siquiera pone sus pies en el palacio. Al contrario, difícilmente lo encuentra el rey, que envía a todo el ejército en su búsqueda (sobra decir con qué intenciones). Elías representa también un importante avance en la cuestión de lugar social del profeta: éste no sólo defiende a los pobres, criticando la ambición y el abuso de poder de los reyes, sino que además se aparta del punto de vista de quien está en el palacio (como hizo Natán con David en el caso de Betsabé: 2 Sm 11 y 12). Elías llega a vivir con los pobres, experimenta con ellos la penuria de la sequía y la solidaridad de la acogida, del compartir y de la confianza en el poder del Señor. Eso nos muestra el episodio de la viuda de Sarepta (1 Re 17, 7-24). Se identifica con los perseguidos por el poder, siendo él mismo un perseguido y llegando a perder la esperanza cuando siente que su vida corre peligro. Eso lo aprendemos al leer su confrontación con los profetas de Baal en el monte Carmelo (1 Re 18 y 19). Del lado de los pobres, Elías experimenta la acción liberadora del Señor, la fe que nace de la solidaridad y la esperanza que viene del horizonte como una nubecilla, que va creciendo hasta convertirse en una lluvia de bendiciones para el pueblo. Esta cualidad de “hombre del pueblo” hace que los demás lo reconozcan como “hombre de Dios”. En esta convivencia popular se desarrollan los sentimientos de indignación contra la ambición desmesurada y el gobierno irresponsable del rey Ajab, que lo llevaron a acusar violentamente el crimen del rey, en el episodio de la viña de Nabot.
  • 17. 98 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 Elías experimenta también, como profeta, el sabor de la presencia calmada y refrescante del Señor “como brisa de la tarde”, en una de las peores crisis de su vida. Lo vemos en el pasaje de la gruta de Horeb (1 Re 19, 9-18). Su trayectoria entre el pueblo dejó las marcas indelebles de alguien que “es de Dios”. Por eso, las narraciones sobre su vida, recogidas en el “Ciclo de Elías” (1 Re 17-19; 21; 2 Re 1, 1 – 2, 18), terminan casi afirmando: ¡un hombre así no puede morir! La tradición popular cuenta que él “fue arrebatado al cielo por un carro de fuego” (2 Re 2, 11-12). Su imagen quedó tan impresa en la memoria del pueblo que, siglos más tarde, el profeta Malaquías dijo que Elías volvería al final de los tiempos, a preparar al pueblo para el reinado mesiánico (Ml 3, 23-24). Jesús y las comunidades cristianas darán una nueva interpretación a esta experiencia popular del regreso de Elías (Mt 17, 9-13). Su profecía, sin embargo, continúa actuando en el profeta Eliseo, heredero del “espíritu” de Elías, es decir, de su fuerza profética. La transmisión de esta “fuerza” se simboliza en el manto que Eliseo recoge cuando Elías es arrebatado al cielo (2 Re 2, 13ss). Eliseo, el profeta popular El sucesor de Elías era un hombre bastante particular entre los profetas. El conjunto de narraciones sobre él está en el segundo libro de los Reyes, esparcido entre los capítulos 2 y 13, aunque ya había sido presentado en 1 Re 19, 19-21, cuando fue llamado por Elías a seguirlo. Buena parte de estas narraciones tienen el sabor de aquellas historias que, por su forma extraordinaria (y a veces exagerada), llevan a la gente a pensar. Encontramos en ellas una predilección por el milagro o por las acciones “extrañas”. De aquí la particularidad de Eliseo: sus intervenciones no siempre tienen lugar como resultado directo la denuncia de alguna injusticia, o el anuncio de una intervención divina, como en el caso de los profetas anteriores a él. A veces, hasta nos preguntamos lo que ciertas intervenciones del profeta tienen que ver con su misión en sí. A juzgar por el tenor de estas narraciones populares, Eliseo es un especialista en “milagros acuáticos”: hace que paren las aguas del Jordán para cruzar (2 Re 2, 14), hace potable el agua en Jericó (2, 21), manda al leproso Naamán a bañarse en el Jordán para curarse (5, 10) e indica el lugar donde se hundió un hacha en el río (6, 6). Pero encontramos también otras historias milagrosas del tenor popular: los niños de Betel destrozados por dos osos (2, 23-24), la multiplicación del aceite de la viuda (4, 1-7), la sunamita y su hijo resucitado (4, 9-37), la comida envenenada y vuelta buena (4, 38-41), la multiplicación de los panes (4, 42-44) y la resurrección de un muerto (13, 21). Pero vayamos con cuidado. El gusto por lo extraordinario en estas narraciones no debe desviarnos del mensaje más profundo que encierran: El Señor actuaba por la palabra y las acciones de Eliseo, entre los pequeños y los grandes, en Israel y fuera de él. Las demás narraciones sobre este profeta muestran otra característica suya: acompañar y dirigir los movimientos políticos, ejerciendo un liderazgo notable, orientado por el espíritu del Señor (Qo 48, 13). En este campo, Eliseo fue más radical que Elías, llegando, con gran probabilidad, a apoyar la rebelión de Jehú, que puso fin a la dinastía de Omrí. Encontramos a Eliseo totalmente involucrado en los eventos políticos que marcaron la primera mitad del siglo IX a.C.: en la guerra de Joram contra Mesá, rey de Moab (2 Re 3, 4-27); en la guerra contra Siria, destacando sus milagros (2 Re 6, 8-23); en la subida de Jazael al trono de Siria (2 Re 6, 24 – 7, 2); en la unción de Jehú como rey de Israel (9, 1-10) y en el anuncio de la victoria contra Siria (13, 14-20). Se va confirmando y profundizando el profetismo como un movimiento con rasgos políticos a partir de la óptica de los pobres. Profundizaremos esto en el tercer nivel de nuestro estudio bíblico.
  • 18. 99 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 Amós, la voz de los campesinos A mediado del siglo VIII, en tiempos de Jeroboam II, un hombre salió de Técoa, en Judá, y comenzó a circular por las principales ciudades del reino del Norte, diciendo algunas cosas incómodas. Era Amós “vaquero y picador de sicomoros”, como él mismo define su profesión (Am 7, 14). Su lugar preferido para hablar en público era el santuario de Betel, pues allí encontraba siempre mucha gente que venía a ofrecer sus sacrificios y a traer sus ofrendas, agradeciendo a Dios por la prosperidad que le estaba concediendo al pueblo. Sin embargo, esta prosperidad era falsa, porque, como ya vimos, la explotación y la injusticia, el robo y el soborno permitía que algunos se recostaran en divanes de marfil y celebraran fiestas interminables (Am 6, 1-7), mientras aumentaba el número de pobres y excluidos. La gente no se daba cuenta de esto. Seguía creyendo en la propaganda engañosa de las autoridades gubernamentales. Se dejaba convencer por la predicación espiritualista de los líderes religiosos, que legitimaban la situación, haciendo peligrosas concesiones al baalismo. Amós se propuso ser la voz de los campesinos, levantándose contra este sistema de explotación e injusticia, claramente identificado como idolatría, porque llevaba al abandono del Señor y de su proyecto (Alianza), para servir a otros dioses, es decir, a otros proyectos que esclavizan y matan. Este grito suyo en defensa del pobre es para él un “rugido del Señor”, un imperativo al cual no puede resistir (3, 3-8). Esta es su vocación profética. Sus intervenciones, por tanto, están siempre marcadas por la claridad de la opción social al lado de los desheredados, los excluidos y los afectados por la injusticia (cf. Am 2, 6-8; 3, 13-15; 5, 10-13; y especialmente 8, 4-6). Tal opción generó claramente un conflicto, que no duró mucho: parece que la actuación de Amós no pasó de dos años. La clase dirigente de la nación estaba llevando al país a la ruina, pero parece que sólo Amós se daba cuenta. Él profetizó la muerte del rey, la deportación del pueblo e, incluso, el avance de las tropas asirias sobre el país. Era una declaración de quiebra del sistema pregonado por los dirigentes políticos y religiosos. Esto costó a Amós su expulsión de Israel por parte del sacerdote de Betel, Amasías (Am 7, 10-17). Con Amós comenzó una nueva fase en el profetismo de Israel, que contribuyó inmensamente al enriquecimiento del material bíblico. Sus palabras, su vida y sus reflexiones pasan a consignarse por escrito, dando origen a la literatura profética. Inicia la “época de oro” del profetismo bíblico. A partir de Amós, los profetas no sólo cuestionarán algunas políticas erradas de los gobernantes, sino todo el sistema monárquico de Israel y de Judá, decretando el fracaso de la sociedad basada en este esquema. Oseas: la batalla contra la baalización del Señor Dios La profecía de Amós logró despertar la sensibilidad de más gente hacia los asuntos del reino del Norte. Después de él, aparece Oseas, denunciando con el mismo vigor los pecados de Israel, ahora identificación como la “prostitución” del pueblo, que abandonó el proyecto del Señor para servir el proyecto de Baal (cf. Os 4, 2.4, 10; 6, 7-10; 10, 4; 12, 2.8-9). Esta óptica es reforzada por la experiencia personal de Oseas (a menos que se trate sólo de un artificio literario): su matrimonio fracasó cuando su mujer lo abandonó y se entregó a la prostitución (probablemente a la “prostitución sagrada” en los ritos baálicos de la fecundidad). Pero él la amaba y, cuando ella volvió a casa, la recibió de nuevo y la perdonó (Os 1, 2 – 3, 5). Esta experiencia le dio a Oseas el marco para pensar la relación entre el Señor e Israel, su pueblo. Ante la infidelidad a la Alianza (“prostitución”), que Oseas percibe como la causa central de toda aquella
  • 19. 100 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 situación difícil del pueblo, no queda otra salida sino convertirse al Señor, que perdonará, porque ama a su pueblo. De ahí la denuncia al culto idolátrico, que es el principal tema de Oseas. Sin embargo, él no es, ni de lejos, un liturgista que quiere reformar los ritos, o un religioso tradicionalista que se queja del abandono de los usos antiguos. A partir de la religión, Oseas logró llegar a todos los sectores de la vida de Israel: la política, la economía y la educación, demostrando con claridad que un proyecto de sociedad que pretenda tener la bendición del Señor, debe articularse necesariamente según la justicia y el derecho, el amor y la ternura (Os 2, 21). Parece que la predicación de Oseas tampoco dio resultado. Él también se dio cuenta de que su gente caminaba hacia la ruina. Tal vez tuvo la mala suerte de ver los sucesos contra los cuales había prevenido y alertado al pueblo: la llegada del enemigo (Asiria) y la devastación definitiva del reino, a causa de su infidelidad. Bajo los escombros de la sociedad israelita, el mensaje de este profeta se infiltra y se abre como una tímida flor, delicada en sus pétalos, pero firme en su color y en su perfume. El amor del Señor supera y redime también la infidelidad de su pueblo. El pueblo que redactó la obra elohísta Felizmente, además de los profetas hubo más gente en el reino del Norte que no sucumbió ante la destrucción lenta y gradual del yahvismo, que causó la pérdida de la identidad religiosa y, en consecuencia, la degradación de la calidad de vida del pueblo. Era un grupo de personas cuyos rasgos y nombres se pierden en el anonimato de gente sencilla, que conservó en su corazón y en su memoria la semilla de lo que podríamos llamar un buen sentido religioso (pero no sólo religioso, como veremos). Y sucedió que la semilla se desarrolló y dio frutos. El el camino tortuoso del reino de Israel, encontramos a esta gente que saca a la luz algunas tradiciones memoriales del pasado. ¿Recuerdan a los patriarcas y matriarcas que dieron origen al pueblo; la Alianza que Dios selló con ellos; a Moisés y la liberación del pueblo de la opresión de Egipto; el camino por el desierto donde Dios entregó su Ley para defender la Alianza; el tiempo de las tribus, en que las del Norte tuvieron un papel importante en la ocupación de Canaán; los personajes y lugares que hicieron historia en el pueblo del Norte (José, Raquel, Efraín, Manasés, Siquem)? Estas memorias y reflexiones de la gente del Norte están reunidas en la “obra elohísta”. Se llama así porque designa a Dios como Elohim. La tradición “elohísta” está esparcida por el Pentateuco, pero se concentra más en el libro del Éxodo. Escritos de la época Libro del profeta Amós El libro del profeta Amós trae una pequeña presentación de él mismo, con una exhortación (Am 1, 1-2). Habla del juicio a las naciones vecinas de Israel -Damasco, Gaza, Filistea, Tiro, Fenicia, Edom, Amón, Moab y Judá- y también de Israel (Am 1, 3 – 2, 16). Retoma advertencias y amenazas a Israel (Am 3, 1 -6, 14). Presenta las visiones del profeta en forma de juicio contra la casa de Israel (Am 7, 1 – 9, 10). El profeta concluye con la promesa de la restauración del reino davídico (Am 9, 11-12), la prosperidad material (Am 13 – 14) y la ocupación sin fin de la patria reconquistada (Am 15). Es probable que los versículos de Am 9, 11-15 y otros como los oráculos contra Edom sean del tiempo del Exilio. Libro del profeta Oseas El libro del profeta Oseas, después de la presentación del profeta (Os 1, 1), habla del matrimonio de Oseas y de su valor simbólico. El profeta ama a una mujer que le es infiel. Esta experiencia le sirve para hablar del amor de Dios hacia su pueblo infiel (Os 1, 2-3). Oseas denuncia la infidelidad y la
  • 20. 101 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 corrupción de Israel; hace una fuerte advertencia a Judá y a Israel que viven una guerra fratricida y, finalmente, anuncia los castigos que pueden venir si no hay conversión (Os 4, 1 – 14, 1). Las amenazas, sin embargo, no son la última palabra del profeta: anima a Israel a retomar el camino de la conversión y renovación interior: “Vuelve, Israel, a tu Dios, pues has tropezado por tus culpas” (Os 14, 2). Obra elohísta La obra elohísta nació en el reino del Norte. Refleja la mentalidad de una parte del pueblo del norte, que guardó en el corazón su manera de comprender a Dios, incluso ante el avance del baalismo y del sincretismo promovidos por los reyes del Norte. Los temas más frecuentes de esta obra son: la santidad de Dios, la promesa también para los de fuerza y las exigencias éticas de la Alianza. La santidad de Dios Ante el creciente sincretismo entre el yahvismo y el baalismo, promovido por los reyes y asimilado por los sacerdotes, la tradición elohísta acentúa la grandeza de Dios, su santidad y majestad. Dios es el Excelso, que habita en alturas inaccesibles. Su comunicación con los seres humanos se da por medio de los ángeles, sus mensajeros, o en sueños, antigua forma de presagio. Con esta concepción de Dios, el elohísta combate tres tentaciones: la perniciosa representación del Señor mediante becerros; su inaceptable identificación con Baal (del que se hacían imágenes para su uso doméstico); y la peligrosa concepción de Dios antropomórfica de Dios, muy fuerte en el Sur. En una de sus demostraciones de lucidez, el elohísta recuerda que, ya en tiempos de Moisés, el pueblo pagó con su propia vida la fabricación del becerro de oro y su adoración como representación del Señor (Ex 32). Promesa también “para los de fuera” Otro elemento notable de la obra elohísta es la promesa de Dios a Ismael, el hijo de Abraham con Agar, esclava de Sara: aunque no fuera “el hijo de la promesa”, Dios siguió bendiciendo al niño, oyendo sus gritos, salvándolo de la muerte en el desierto y prometiéndole hacer de él una gran nación (Gn 21, 8-21). La salvación puede también pasar por otro camino... fuera de la “casa de Abraham”. ¿Qué significa esto para el pueblo del Norte, separado de sus hermanos del Sur? Exigencias éticas de la Alianza La Alianza entre Dios y el pueblo pierde, en el Norte, su carácter cultual (rasgo más fuerte en el Sur, por la presencia e importancia del Templo), para ganar uno más ético y moral, sin perder lo primero: la fidelidad del pueblo a la Alianza se mediría por la práctica de la justicia y el respeto al prójimo y al bien común (Ex 21, 1 – 22, 20 y 22, 21 – 27; 23, 1-9). En este código de ética social, los profetas del Norte formularon sus terribles denuncias de las injusticias cometidas en el reino de Israel (compare por ejemplo, Ex 22, 25-26 con Am 2, 8). Desde el punto de vista cultural, la novedad es que este código permite el culto al Señor en los diversos lugares donde Él se reveló y tomó posesión (Ex 20, 24). Para un mayor conocimiento de la mentalidad presente en esta importante obra literaria, podemos leer: ex 2, 1-10 (Moisés); Ex 3, 1-15 (señor, el “nombre” de Dios); Ex 20, 22 a 23, 19 (el Código de la Alianza). Salmo 58 Dios es el Juez de los jueces terrenos. El salmo denuncia la perversidad de los jueces con el mismo vigor de los antiguos profetas. Apela a la hora de la justicia divina, que “dará su fruto al justo” (11-12). Tiene algunos puntos de contacto con la predicación de Miqueas, Nahum y Oseas cuando reclama la práctica de la justicia en nombre del Señor. Refleja la rebeldía de los fieles ante tanta impiedad y, por eso, invoca la venganza de Dios sobre sus jueces impíos (7-10).
  • 21. 102 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 Escritos sobre la época El reino de Israel nació como consecuencia de la opresión económica del rey Salomón sobre las tribus del Norte. Jeroboam comenzó en el 931 el reino de Israel, en el Norte, y Roboam el reino de Judá, en el Sur. La misma opresión que justificó la división del reino causó su ruina. El reino del Norte terminó en el 722 con la destrucción de Samaría, su capital, para nunca más levantarse. El reino del Sur, a pesar de ser menor y más pobre, siguió de pie algún tiempo más, aunque pagando el precio del vasallaje, como veremos en el próximo estudio. A este período hacen referencia los escritos de 1 Re 12 – 22; 2 Re 1 – 15; Si 48, que fueron escritos mucho después y retroproyectados para este período. Tarea: Para la próxima reunión traer periódicos viejos, arena y piedras.
  • 22. 103 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 4. BUSCAR A DIOS POR CAMINOS TORTUOSOS El reino del Norte no soportó la opresión del rey Salomón y se constituyó en un reino independiente del Sur. Pero la vida del pueblo no mejoró en nada. Había prosperidad para los poderosos y miseria para la mayoría, inestabilidad política, idolatría e infidelidad a la Alianza. Características de la monarquía del Norte Después de recorrer la trayectoria del reino de Israel y de haber conocido a los personajes que hicieron esta historia, podemos ahora delinear las principales características del reino del Norte. Inestabilidad política La monarquía norteña surgió como forma de rebelión al estilo extremadamente opresor de Salomón y, luego, de su hijo Roboam. Las tribus del Norte no veían esta ruptura con el descendiente de David como una falta a la Alianza con el Señor, sino como una restauración, pues la monarquía en sí misma no significaba fidelidad a al Alianza. Además, cuando comenzó la monarquía, en tiempos de Samuel, la petición del pueblo “asígnanos un rey para que nos juzgue” fue interpretada como un desplante al Señor mismo (1 Sam 8, 7), ¡algo más que un simple quebrantamiento de la Alianza! En este caso, la promesa de Dios a David de mantener para siempre a un descendiente suyo en su trono Jerusalén no es el elemento constitutivo de la Alianza entre Dios y su pueblo, sino producto de una teología elaborada en la corte del rey. Por tanto, el Norte puede tener incluso su propio rey. A este rey, Dios dirige las mismas palabras que a David y a Salomón: “Si escuchas todo cuanto te ordene, y andad por mi camino, y haces lo recto a mis ojos (...) estaré contigo y te edificaré una casa estable” (1 Re 11, 38; ver también 2, 3-4). La fidelidad al código de la Alianza será, entonces, la garantía para una monarquía que goza, por lo menos teológicamente, de la promesa de estabilidad hecha también a David. Una vez más, la fidelidad a la Alianza es la clave para garantizar el bienestar del rey y del pueblo. Sólo que esto no sucedió. Como veremos más adelante, los reyes de Israel fueron todos, sin excepción, considerados pésimos reyes, y respecto al cumplimiento del requisito de “fidelidad a la Alianza” ninguno fue aprobado. De ahí la falta de continuidad en la sucesión del trono, con constantes golpes que derrumbaron a los sucesivos monarcas. ¡Uno de ellos hasta se suicidó! Sólo en los últimos 22 años de existencia, el reino del Norte tuvo siete reyes. Prosperidad para unos y miseria para otros Independiente políticamente de Judá, Israel se sacudió los pesados tributos que pagaba para sostener la burocracia y la estructura palaciega del gobierno central, así como los proyectos faraónicos ideados por Salomón, el Grande. El clima es de euforia en el nuevo reino. El dinero que antes iba para Judá, quedaría ahora en las tribus del Norte. Pero, ¿sería realmente así? El pueblo no demoró mucho en ver que, a la hora de repartir el pastel, los “de arriba” se quedaban con la mejor parte y los “de abajo” se debían contentar con las migajas. Esto fue más evidente en el reinado de Ajab (874-853 a.C.). La situación para el pueblo en el tiempo de este rey de Israel es de penuria, agravada por una prolongada sequía en la región. Al rey, sin embargo, poco le importa el pueblo. ¡Quiere hallar agua para no tener que sacrificar sus animales! (1 Re 18, 5). Es Ajab quien quiere apoderarse de la propiedad de Nabot, un pequeño agricultor que tiene un viñedo junto al palacio de rey. Inicialmente, el rey le propone un cambio o la compra del terreno. Pero ante la negativa de Nabot, Ajab se irrita al punto de no querer comer. Le corresponderá a su mujer Jezabel, una
  • 23. 104 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 extranjera seguidora de Baal, la hazaña de tramar la muerte de Nabot mediante una falsa acusación, valiéndose de la autoridad del rey. Nabot es asesinado y el rey toma posesión de su viña. La condenación de tal injusticia no demora en llegar: Elías, el profeta, fulmina con la justicia divina, anunciando el castigo de Ajab, que tendrá el mismo fin de Nabot (1 Re 21). Nos interesa esta narración por ser un ejemplo clarísimo del proceso de apropiación de la riqueza, que genera una clase acomodada, a costa de la explotación y hasta la eliminación del trabajador. La monarquía, en Israel, se convirtió en un sistema de asesinato y usurpación (1 Re 21, 19a). Más tarde, el profeta Amós se levantará en defensa de la clase trabajadora del campo, denunciando abierta y frontalmente la situación de opresión impuesta a los campesinos por parte de la clase dirigente de Samaría, cuyo lujo y riqueza, “violencia y rapiña en sus palacios” (Am 3, 10), son un insulto a la miseria de los oprimidos. Práctica religiosa alternativa al Templo de Jerusalén La primera preocupación de Jeroboam, aun antes de constituirse un palacio, fue la seguridad: trató de fortificar Siquem, que fue la primera capital, y Manuel (1 Re 12, 25). Pero lo que más preocupaba porque podía amenazar la seguridad política del nuevo reino, era la religión. Dijo para sí mismo: “En esta situación el reino acabará por volver a la casa de David. Si este pueblo continúa subiendo para ofrecer sacrificios en la Casa de Yahveh en Jerusalén, el corazón de este pueblo volverá a su señor, a Roboam, rey de Judá, y me matarán” (1 Re 12, 26-27). Consultando a los suyos, encontró una alternativa para el Arca de la Alianza que estaba en el Templo de Jerusalén y que atraía a los peregrinos de todas partes: el Señor será representado por un toro, como símbolo de fortaleza, del poder y del prestigio. El autor de los textos sobre este período, el llamado deuteronomista, con desprecio e ironía dice Jeroboam “hizo dos becerros de oro” (1 Re 12, 28a). Es obvio que no se trata de cambiar de divinidad, pues Jeroboam tiene aquí intenciones políticas y no religiosas. Quiere evitar que el pueblo del Norte acabe volviendo a servir al rey de Judá; entonces, no se atrevería a imponer la adoración de otro dios a un pueblo que hasta entonces reconocía al Señor como a su Dios. Los toros son sólo una alternativa para el Arca, que en el Templo de Jerusalén cumplía el papel de memorial de la presencia del Señor en medio del pueblo. El Arca era como el “pedestal” del Dios invisible. Estaba en el Santo de los Santos, el espacio más sagrado del Templo, simbolizando la Alianza que comprometía al pueblo a cumplir su parte, fiel al proyecto del Señor. Así también, los “becerros” adoptados por Jeroboam sería para el pueblo del Norte un símbolo de la fuerza del Señor “que te hizo salir de la tierra de Egipto” (1 Re 12, 28b), un memorial de Dios Liberador, que garantiza la libertad y la vida del pueblo, pues el toro, o el buey, representa mucho para la gente del Norte, arraigada a la cultura agropecuaria. Estratégicamente, Jeroboam organiza la religión estableciendo dos santuarios: uno en Betel, cerca de la frontera con el reino de Judá, al sur; y el otro en Dan, en el extremo norte, para favorecer a las tribus de aquella región distante del reino. En cada santuario erige un altar. Escoge sacerdotes, aun por fuera del linaje levítico, y establece las fiestas litúrgicas compitiendo con las de Jerusalén (1 Re 12, 29-33). Introduce en cada santuario el becerro que fabricó y espera así garantizar la fidelidad del pueblo a su reinado, mediante la “nacionalización” de la religión. Pero la elección del toro tiene también otras motivaciones, como veremos a continuación.
  • 24. 105 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 La baalización del Señor Al elegir al toro como símbolo de la fuerza del Señor, Jeroboam se apoya en una vieja tradición, que aparece en el episodio del “becerro del oro” -aquí también reducido irónicamente de toro a becerro-, fabricado por el pueblo con el consentimiento de Aarón, mientras Moisés recibía de manos de Dios las tablas de la Ley en el Sinaí (Ex 32). Sin embargo, la figura del toro ya se usaba en las religiones cananeas como símbolo de Baal. Aunque en el reinado de Salomón se comenzó a tolerar el culta a este dios, seguía distinguiéndose de yahvismo. Pero ahora empieza un proceso de fusión de elementos de ambas religiones. Así, aunque Jeroboam no pretendiera sustituir al Señor por Baal, abrió las puertas para este sincretismo que, más tarde, causaría la identificación del Señor con un baal cualquiera. De hecho, antes de establecerse en la tierra de Canaán, el pueblo vivía en una cultura seminómada, donde la idea del Señor como Dios guerrero o pastor se entiende bien. Luego el pueblo fue pasando a una cultura sedentaria, sostenida por la agricultura y la cría de ganado. Allí se hizo necesaria una nueva concepción de Dios. Pero todo indica que, en contacto con la religión de Baal, en Canaán, el pueblo siguió pensando en el Señor como en un Dios “especialista” en guerras, que protege a los rebaños de la peste y de otras calamidades, pero no entiende nada de lluvias, de fertilidad del suelo ni de ciclos de la naturaleza. Para estos casos, existe Baal, el dios de la fertilidad. A él se le atribuye la abundancia de la producción agrícola y pecuaria (Os 2, 7.10-11.23-24). Podemos entender esto considerando que la religión yahvista estaba demasiado desprovista de símbolos concretos y muy bien sistematizada internamente de códigos de leyes que exigían una ética social: el mismo Señor es un Dios invisible del cual no se puede hacer ninguna imagen. El baalismo se presenta como una forma simple de religión, poco sistematizada, sobre todo sin ninguna exigencia ética y con una gran ventaja al trabajar la simbología más profunda de la cultura popular: sus imágenes-símbolos son árboles verdes, los altares son lugares elevados y la representación de la divinidad es muy diversa, a través de animales bien conocidos: el buey, la serpiente, el león o un ave. En contacto con esta religión más popular, en Canaán, era inevitable que el pueblo acabara inclinado hacia ese lado, a pesar de las innumerables advertencias de la Ley, desde tiempos mosaicos (Ex 20, 3-5; 23-24.332-33; 34, 13-17). En vez de sustituir al Señor totalmente por Baal, poco a poco se fue configurando una concepción del Señor como un baal más, especialista en algunas cosas, pero impotente en otras. El profeta Elías, norteño, denunciará esta “baalización” del Señor como una “prostitución” de Israel, la idolatría que lo llevó a la ruina (Os 13, 2). Pero ya el mismo profeta Ajías, que había transmitido a Jeroboam la decisión de Dios de dividir el reino y darle diez partes (1Re 11, 29-39), lo denunció severamente como el responsable de la ruina de Israel, por “haber llevado a pecar a Israel” (1 Re 14, 1-16). Ajías tiene en mente sobre todo la decisión de Jeroboam de presentar una alternativa del Arca de la Alianza, cambiándola por la imagen del becerro. Para la religión pura, defendida por el profeta, los becerros no pueden representar al Señor y no pasan de ser “falsos dioses” (Os 4, 17). Este “pecado de Jeroboam” se va a convertir en un estribillo cantado por el autor deuteronomista cada vez que evalúe a los reyes de Israel que se sucedieron. De la dependencia a la anexión definitiva al Imperio Asirio Al buscar su independencia del monarca de Jerusalén, el reino de Israel apenas ensayó la creación de un Estado libre, autónomo y soberano. Después de unos 45 años de intento de estructuración del reino, cuya sede provisional fue Tirsá, al norte de Siquem, y habiendo ya vivido la inestabilidad de tres “dinastías” que se sucedieron en una secuencia de conspiraciones y de verdaderos baños de sangre, en
  • 25. 106 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 la que toda la familia del adversario depuesto era asesinada, Israel vislumbró, finalmente, una nueva era de estabilidad: Omrí (885-874) sube al trono y funda la nueva capital, Samaría. Durante su reinado se llega incluso a controlar al país vecino de Moab. Parece, entonces, que las cosas van a mejorar. De hecho, desde los tiempo de Jeroboam I, Israel puede cuidar de sus asuntos internos, porque el escenario internacional a su alrededor está relativamente tranquilo. No había ninguna nación a la vista que pudiera amenazar la soberanía del país. Ni siquiera Egipto, que siempre fue una gran potencia de la región, hasta con intereses de controlar la región de Canaán, representaba ya una amenaza: hacía mucho tiempo lo afectaba la decadencia que lo había apagado en el escenario internacional. Sólo los pequeños reinos vecinos, como los de Damasco, el de los filisteos (antiguos enemigos) y el mismo reino de Judá representaban algún peligro, pues todos luchaban por algo importante para la política de la época: el dominio sobre los territorios para garantizar el usufructo de las riquezas y, sobre todo, de su mano de obra, y así fortalecer su reinado. De esta forma, aquí y allá estallaban conflictos entre estos reinos, en busca de la ampliación de sus territorios. Pero ninguna de estas naciones reunía condiciones militares, económicas o estratégicas para pensar en formar un vasto imperio. A partir del reino de Omrí, parecía que las cosas comenzarían a mejorar para Israel. La fundación y la construcción de la capital definitiva del reino en Samaría, y el control del país de Moab eran signos promisorios de tiempos estables y prósperos. Pura ilusión. Justamente en ese mismo momento, en el escenario internacional, algo amenazador comenzó a despertar en el horizonte de estos reinos: Asiria, antiguo reino situado al Norte de la cuenca mesopotámica, que ya había vivido sus momentos de gloria por los años 1100 a.C., pero que había entrado luego en decadencia, volvía a despertar como nación con pretensiones imperialistas. La distancia que separaba Asiria de Samaría no fue obstáculo para que, en el reinado de Ajab, hijo de Omrí (874- 853), aquel país conquistador llegara a imponer tributos a Israel. Lo mismo sucedió en tiempos de Jehú (841- 814). Con su política de expansión imperialista, Asiria dominó sucesivamente a los pueblos vecinos, anexando sus territorios y promoviendo el trueque de poblaciones, mezclándolas para dificultar su reorganización en una eventual rebelión. La ilusión de la prosperidad y el fin de Israel Al pasar por una fase de pequeño declive, entre el 783 y el 745, Asiria debilitó el control sobre las regiones más apartadas, como Israel y Damasco. Fue la oportunidad para que estos reinos, sobre todo Israel y Judá, retomaran sus territorios perdidos. Libres del pago de tributos a los asirios, los dos reinos comenzaron una nueva fase de prosperidad y crecimiento. Volvió la euforia nacional. Pero, con la prosperidad, volvieron también las injusticias y la corrupción general, sobre todo por parte de la clase dirigente. El pueblo volvió a ser víctima, esta vez de sus propios compatriotas. ¡Otra ilusión! Sólo que, ahora, la prosperidad vestía un ropaje religioso: Baal estaba bendiciendo al pueblo. Para celebrar esta abundancia, su multiplicaron los sacrificios, las fiestas y los rituales de fecundidad. El pueblo estaba ilusionado y no veía la manipulación que hacían de su fe. Invocar al Señor con el nombre de Baal se había convertido en algo común (Os 2, 18). Contra esta situación de falsa confianza, de esconder las injusticias con un culto alienado y de hacer alianza con los antiguos enemigos del pueblo (con Egipto ya debilitado), surgieron en el norte dos profetas: Amós, hacia el 750, y Oseas, poco después, sobre los cuales ya hablamos. Estos dos personajes, sin duda alguna, abrieron un nuevo camino en la manera de pensar, practicar y conservar la “palabra de Dios”. Ellos dieron un nuevo carácter a una corriente que contribuyó enormemente al enriquecimiento de la espiritualidad bíblica y al mismo contenido de la Biblia: la corriente profética. La predicación de Amós y Oseas no surtió efecto inmediato. El país tomó por un camino sin retorno, por culpa de la irresponsabilidad de los dirigentes y de la ignorancia y desorientación del pueblo.
  • 26. 107 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6 En el 745, los asirios volvieron con mayor fuerza y reiniciaron, con Teglat- Falasar III (745-727), las campañas de conquista. En poco tiempo, Asiria volvió a ejercer su dominio sobre los pueblos vecinos, llegando más tarde hasta Egipto. En el 722 ó 721, luego de haber conquistado una parte de Galilea y de estar mandando en la política de Israel, cambiando al rey Pecaj (737-732) por Oseas (732-724), Asiria tomó definitivamente el reino de Israel y conquistó Samaría. Fue el golpe final para el reino del Norte, que nunca más se levantará como nación. La población fue deportada y mezclada con otros pueblos vencidos, mientras su propio territorio era ocupado a su vez por otros deportados. El historiador deuteronomista dice que este fue el origen de la religión de los samaritanos, una especie de mezcla entre baalismo y yahvismo, que ya no era tan puro en Israel. Ahora empeoraba con esta venida de paganos a la región. Conclusión Así termina la historia del reino del Norte, en la visión del autor deuteronomista. Su consideración final sobre la caída de Israel está en 2 Re 17, 7-41. En los versículos 22-23 es tajante: “Cometieron los israelitas todos los pecados que hizo Jeroboam, y no se apartaron de ellos, hasta que Yahveh apartó a Israel de su presencia, como había anunciado por medio de todos sus siervos los profetas; deportó a Israel de su tierra a Asiria, hasta el día de hoy”. Y en 18, 12, concluye: “Esto sucedió porque no escucharon la voz de Yahveh su Dios y violaron su alianza y todo cuanto había ordenado Moisés, siervo de Yahveh. No lo escucharon y no lo practicaron”. Sin embargo, la práctica religiosa en el reino del Norte, Israel, descentralizada, era más popular y guardaba rasgos más auténticos de la enseñanza de Moisés y del yahvismo que la religión del reino del Sur, Judá, centralizada y manipulada teológicamente por la ideología davídica de la corte. Cuadro cronológico de la monarquía davídica Reino del Norte (931-722 a.C.) Imperio Asiria Años 931 a 722 a.C. Época Monarquía davídica – Reino de Israel Personajes extra­bíblicos Homero Personajes bíblicos Ajías­Jeroboam I;  Elías­Ajab;  Eliseo­Jehú,  Amós­Jeroboam II­Oseas Realidad, problemas y situación del pueblo Capital: Samaría Descomposición moral y religiosa Crece la acumulación de riqueza y la idolatría Elías se enfrenta al sistema del rey Exilio en Nínive (722­721 a.C.) Escritos de la época Elohísta, Amós, Oseas, Salmo 58 Escritos sobre la época 1 Re 12 – 22; 2 Re 1 ­15; 17; Eclesiástico 48
  • 27. 108 ESCUELA BÍBLICA – CAPÍTULO 6