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Petrus Romanus
Thomas Horn
Defender
Crane, MO
Petrus Romanus: Ha llegado el último Papa
© 2013 Thomas Horn
Una obra en colaboración de Thomas Horn y Cris Putnam
Todos los derechos reservados por Defender Press.
Publicado originalmente en inglés por Defender Press, con el título Petrus Romanus: The Final
Pope is Here
© 2012 Thomas Horn
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas se toman de la versión Reina-Valera ©1960,
Sociedades Bíblicas Unidas. En los casos en que las citas correspondan a otras versiones en español, se
indica entre paréntesis.
Traducido y editado por Interpret The Spirit:
Karin Handley - Adrián Aizpiri
Ilustración, diseño y adaptación de portada por Daniel Wright
ISBN 13: 9780984825646
Impreso en Estados Unidos de América
Printed in the United States of America
Reconocimientos
Queremos expresar nuestro reconocimiento a las siguientes personas, cuya amistad, inspiración,
asistencia e investigación hicieron que fuera posible terminar este libro según lo planeado: a nuestras
amorosas esposas, Shelley Putnam y Nita Horn, a Sue Bradley, Gary Stearman, J. R. Church, Christian
Pinto, Mike Bennett, Mike Tatar Jr., Brian y Sonya Hedrick, Chris White, Majel Hyers, al Pastor John
MacArthur por su excelente serie didáctica sobre el catolicismo romano, y a Daniel Wright, por su
sobresaliente diseño de cubierta. Por supuesto, también agradecemos a Donna Howell, por hacer que lo
que decimos aquí suene mejor de lo que lo escribimos, a Pamela McGrew, cuyo diseño interior siempre
es de lo mejor. Y finalmente, a los muchos miles de amigos que visitan nuestros sitios de Internet y
expresan constantemente su apoyo y cariño. Su afecto nos anima y levanta, en estos momentos tan críticos.
Índice
Contents
Prefacio
Introducción: el momento adecuado lo es todo
PRIMERA SECCIÓN: LA PROFECÍA ESTÁ TOCANDO A LA PUERTA
Capítulo uno: Una visión sobre el monte Janículo
Capítulo dos: La profecía de los Papas y el año 2012
Capítulo tres: El bebé de Rosemarie (Petrus) y los sacerdotes que morían por verlo
Capítulo cuatro: Misticismo, y los guardianes del conocimiento oculto Pitios, romanistas, y el
signo del sexto nudillo
Capítulo cinco: Cúpulas, obeliscos, grimorios y cuadrados mágicos: el oscuro secreto tras
Washington, DC y Ciudad del Vaticano
Capítulo seis: Los Estados Unidos, el Vaticano, el Nuevo Orden Mundial, y la venida del
anticristo
Capítulo siete: Misteriosa Babilonia: ¿la madre de las rameras da a luz una vez más?
Capítulo ocho: Petrus Romanus: ha llegado el último Papa
Epílogo: la llegada de Petrus Romanus
Prefacio
Todo libro que trate sobre profecías medievales tendrá que ser, necesariamente, un libro de
historia. El papado es, muy probablemente, la institución más antigua que existe en nuestros días. Y
aunque buscamos definir el contexto histórico de los temas que presentamos hay tanto por decir que
tenemos que conformarnos con pintar el cuadro a grandes pinceladas, con lo cual inevitablemente no nos
es posible presentar los hechos de modo que conforme a todos los lectores. Ante todo, ofreceremos la
imagen completa. El papado es producto derivado de la primera Iglesia cristiana que surgió de los
hechos del siglo I con Jesús de Nazaret como protagonista, como lo registra la antigua colección de
documentos que conocemos como el Nuevo Testamento. Por cierto, hubo hombres de Dios, hombres
grandes y justos, que tuvieron relación con el catolicismo a lo largo de los años. Pero creemos que Roma
se convirtió en un juggernaut, una fuerza imparable que se embriagó con su propio poder. Nuestro
parámetro de la verdad es la Biblia. El cristianismo está definido por el Nuevo Testamento, que es
parámetro y evaluación necesaria de todo el que afirme ser cristiano.
La formación del canon (regla de fe) del Nuevo Testamento tuvo más de orgánica que de
organizada, y respondió en gran medida al ataque e invasión de libros de herejías que se atribuían
falsamente a los apóstoles. Los académicos detectan que el canon ya se perfilaba como evidente mucho
antes de que cualquier concilio magistral lo declarara como tal. Por ejemplo, John Barton utilizó los
datos de la cantidad de veces que los primeros cristianos y padres de la Iglesia citaban los distintos
libros, y existe una clara distinción en la frecuencia de uso de los libros del Nuevo Testamento y las
obras que no son canónicas.
[1]
También, los cristianos adoptaron la forma del códice en lugar del rollo y
los ejemplos más antiguos dan testimonio de los mismos veintisiete documentos del Nuevo Testamento,
juntos y atados como en un libro.
[2]
De allí que gana credibilidad el argumento de que la formación del
canon fue obra espiritual de Dios, por Su providencial autenticación más que por la autoridad bruta de
los concilios magistrales.
Históricamente, el Nuevo Testamento es una colección de documentos antiguos que es
absolutamente única, revolucionaria. A diferencia de otros libros supuestamente sagrados, explícitamente
afirma y reclama la inspiración divina: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Tim. 3:16). Si bien habrá quienes quieran debatir y
buscar elaborados argumentos en contra, este libro no tiene como propósito defender tal creencia. Más
bien, la presupone. Otro revolucionario aspecto del Nuevo Testamento que a menudo se pasa por alto es
su perspectiva sociopolítica, única y singular. Porque en oposición a cualquier otro sistema religioso en
los documentos del Nuevo Testamento encontramos una imagen inimitable de una sociedad compuesta,
diversa. Lo decimos en el sentido de que se define al mundo como compuesto por dos grupos de
personas, en términos del Evangelio: los creyentes y los no creyentes.
A los creyentes se les encarga la tarea de ser embajadores que entran en terreno hostil, apelando
pacíficamente a los no creyentes para que se reconcilien con Dios (2 Corintios 5:20). Han de hacerlo por
medio del ejemplo humilde y la persuasión, jamás mediante amenazas o coerción. Los mayores
opositores de Jesús eran los líderes religiosos. Hasta se les podría ver como los papas, obispos y
cardinales del judaísmo del siglo I.
De manera similar, se consideran por separado la iglesia y el estado y a los cristianos se les manda
vivir en paz, incluso cuando los gobiernos sean hostiles (cf. Rom. 13). Pensemos en que, antes de
Jesucristo, este concepto de sociedad compuesta y diversa era algo inaudito en la experiencia humana del
mundo. En todas las sociedades anteriores la religión y el estado conformaban un magisterio unificado.
Incluso en el Antiguo Testamento, la iglesia y el estado eran una unidad, como sistema y sacerdocio
teocrático primero, y monárquico más tarde. Si bien había una separación entre las obligaciones y
derechos del sacerdote y el rey, la nación judía era una sociedad sacra unificada. El Nuevo Testamento
echó por tierra el sacerdocio exclusivo para dar lugar al sacerdocio universal del creyente, con
Jesucristo como cabeza. En ninguna parte se llama “sacerdotes” a los líderes de la Iglesia. Se les llama
ancianos o diáconos, y Pedro los anima a actuar: “no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro
cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Ped. 5:3).
En nuestros días, tenemos una ilustración obvia de lo que es un sistema sacro en el Islam, con su
sistema de la ley de sharia. En países como Irán, Arabia Saudita o Yemen, el estado hace cumplir las
leyes religiosas y si uno acepta el Evangelio está arriesgando su vida. De manera similar, en China o
Corea del norte la secta estatal atea encarcela, tortura y ejecuta a los cristianos, acusándolos de ser
disidentes políticos. En el hinduismo el sistema de castas determina la posición de cada persona en la
sociedad. Esta es la oscuridad de las religiones no cristianas. Que revela también lo distinto del reino
instituido por Cristo. Jesús anunció que “el reino de Dios se ha acercado” (Mar. 1:15) pero
simultáneamente dijo que este reino “no es de este mundo” (Juan 18:36). Con todo, cuando Satanás tentó
a Cristo, le ofreció un atajo para poseer todos los reinos de este mundo, y Él lo rechazó (cf. Mat. 4:9). En
consistencia con ello, creemos que la separación de la iglesia y el poder temporal es algo esencial al
cristianismo puro. Y el Nuevo Testamento es el único libro religioso que anima y respalda el modo de la
sociedad compuesta por sobre la sociedad sacra. Es evidente que jamás ha existido una “nación
cristiana” o “reino cristiano” en un mapa físico, y solo lo habrá cuando Cristo regrese. Creemos que
Satanás ataca esta enseñanza con vigor, creando confusión. Durante gran parte de la historia, esa
enseñanza pareció haberse perdido y fue recién con la reforma protestante que volvió a salir a la luz.
Debido a esa reforma la sociedad en los Estados Unidos también es compuesta en cuanto a que
como nación, se aboga por la separación de la iglesia y el estado. Y eso, mayormente debido a la
angustia y dificultad de los puritanos y otros grupos que huyeron de las religiones impuestas por el
estado, en Inglaterra y en Roma. Por su puesto, en los Estados Unidos originalmente se buscó mantener a
las iglesias libres del estado, aunque no bajo la forma de eliminar la oración de las escuelas, u otras
distorsiones parecidas. La motivación original era la de ejercer la religión con libertad, no la de librarse
de la religión. Dicho esto, lo que hizo grande a la nación de los Estados Unidos fueron sus raíces
cristianas y su perspectiva basada en el Nuevo Testamento. La Biblia nos enseña a ser ciudadanos
modelo. Porque destaca las virtudes del esfuerzo y el trabajo, de amar al prójimo (incluso a los
enemigos) y de pagar los impuestos. Jesús ilustró a la perfección la visión, la perspectiva de un mundo
compuesto, cuando enseñó: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mat.
22:21). Al meditar en el peso de esa enseñanza, es importante recordar lo diametralmente opuesto del
gobierno romano respecto de Cristo. Pero aún así, Jesús les enseñaba a los creyentes a vivir en esta
dicotomía entre la Iglesia y el estado/el mundo, como embajadores Suyos. Sin embargo, hay un enemigo
muy real que trabaja todo el tiempo en contra de nosotros, y eso implica que estamos en estado de guerra.
El Nuevo Testamento también proclama que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19),
e incluso la traducción católico-romana confirma que: “el mundo entero yace en poder del Maligno.” (1
Juan 5:19)
[3]
(Nótese, sin embargo y con el fin de comparar versiones, que la Traducción en Lenguaje
Actual dice: “el resto de la gente en el mundo está dominada por el diablo”). Por supuesto, hablamos de
Satán, a quien Jesús se refirió como “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31; 14:30). El apóstol Pablo lo
llamó “príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2) y dijo que “el dios de este siglo cegó el
entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo,
el cual es la imagen de Dios” (2 Cor. 4:4). De modo que todo el sistema malvado del mundo recibe la
energía de Satanás por medio de un misterio de iniquidad que funciona las 24 horas del día en oposición
a Dios (2 Tesalonicenses 2:7). El sistema del “mundo” o kosmos es la esfera de influencia del mal por
medio de la cual trabaja y obra Satanás. Al cristiano, entonces, se le enseña: “No améis al mundo, ni las
cosas que están en el mundo” (1 Juan 2:15a). Una de las tesis principales de este libro es que gran parte
del cristianismo protestante y de la Iglesia de Roma comenzó bien, pero abandonó la bifurcación del
Nuevo Testamento y se ha dejado absorber por el sistema del mundo. No intentamos presentar una
imagen equilibrada de la historia de la Iglesia como institución, sino más bien brindar evidencia de
respaldo para nuestra tesis primera y general.
La falsa religión invariablemente tendrá que ver con algún tipo de sistema ritualista que tiene como
fin apaciguar la ira o ganar el favor de una deidad. En este limitado sentido el verdadero cristianismo no
es un sistema religioso porque no ofrece un medio para que la gente se acerque a Dios. En el
cristianismo, más bien, es Dios quien se acerca al ser humano. Jesús dijo con toda claridad que Dios fue
Quien hizo la primera movida: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan
6:44). En los sistemas no cristianos, la salvación se gana y se mantiene. Pero en el Nuevo Testamento, se
ofrece la gracia por medio de la fe como medio de salvación. Esa salvación es la obra Dios, no de los
humanos. Más que un sistema, el Nuevo Testamento presenta a un Salvador, y todo lo que se requiere es
fe en Su muerte de propiciación y Su resurrección. Este es, el Evangelio que transforma vidas. Como
ejemplo, ofrecemos la introducción a la carta que Pablo les escribió a los gálatas:
Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo
resucitó de los muertos), y todos los hermanos que están conmigo, a las iglesias de Galacia: Gracia
y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por
nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y
Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (Gálatas 1:1-5)
Este breve pasaje contiene siete cosas esenciales en la fe cristiana: 1) Dios como Padre (v. 1); 2)
Jesús como señor (vv. 1, 3); 3) la resurrección (v. 1); 4) la gracia de Dios Padre (v. 3); 5) Jesús se
entregó a Sí mismo una sola vez por nuestros pecados, para librarnos del mal (v. 4); 6) la muerte de Jesús
fue voluntad del Padre (v. 4); 7) solamente Dios es digno de gloria (v. 5). De allí que cualquier sistema
que se desvíe de estas cosas esenciales dejará de ser cristiano. Con el fin de ser transparentes también
afirmamos los cinco principios teológicos que distinguen a los reformadores: 1) Sola scriptura (“por
Escritura solamente”); 2) Sola fide (“solamente por la fe”); 3) Sola gratia (“por gracia solamente”); 4)
Solus Christus (“solamente por medio de Cristo”); y 5) Soli Deo gloria (“gloria a Dios solamente”).
Ofrecemos esto de manera directa y desde el comienzo mismo porque los argumentos posteriores se
basan en este fundamento, ya pre-supuesto. Albergamos la esperanza de que el lector deje de lado los
ritos y rituales religiosos para abrazar la fe histórica del Nuevo Testamento.
Creemos que Dios creó a los seres humanos a Su imagen y semejanza, para vivir en relación con
Él, en comunidad. Toda relación tiene que ver con la conexión y la comunicación. Y aunque así fue cómo
comenzó todo en el jardín, la Biblia registra con claridad que por rebeldía el ser humano cayó y puso en
riesgo esa relación (Gén. 3ff.). A su debido tiempo Dios se hizo carne, como hombre, en Cristo. Lo hizo
para brindar definitivamente el medio por el cual la humanidad sería restaurada. Jesús también vino para
traernos un sentido, un propósito, y un modelo del sistema de valores del cielo. Y gracias a Su sacrificio
redentor, Dios habita en los creyentes en íntima relación, por medio del Espíritu Santo. Dios llama a los
seres humanos, caídos, por medio de creyentes redimidos mediante el poder del Espíritu Santo. Los
creyentes son Sus embajadores (2 Cor. 5:20) y el Espíritu es el que atrae al que no cree (Juan 6:44).
Solamente por justificación y santificación puede el ser humano volver y ser restaurado a la relación
correcta con Dios. El boleto de viaje al Reino está en la elegante simpleza del Evangelio:
Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de
los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa
para salvación (Romanos 10:9-10)
Queremos extender esta invitación a todos, incluso a los católicos romanos. Para ello, tenemos sin
embargo algunas advertencias.
Ante todo, este libro no califica como no cristianos a todos los católicos romanos. Afirmamos que
los cristianos católicos han logrado algunas cosas muy buenas para el Reino de Dios. Sin embargo, sí
creemos que ciertos dogmas de las iglesias católicas, protestantes de las corrientes principales, y algunas
evangélicas, representan una formidable piedra de tropiezo para el auténtico Evangelio. Por eso nuestra
intención no es la de atacar a los católicos con un libro sobre el último Papa, sino que buscamos dirigir
la atención de todos hacia una advertencia de importancia fundamental.
En segundo lugar, no argumentamos exactamente como los reformadores que el papado
necesariamente es el anticristo. Pero con todo, demostraremos de manera concluyente que hasta hace un
siglo era esta una doctrina definitiva, que sin grandes aspavientos se ha barrido bajo la alfombra de la
historia. El revisionismo es, para nosotros, sospechoso. Y aunque creemos que existen motivos de
sustancia para la clásica posición protestante, se sugieren aquí importantes ajustes y calificaciones.
Tercero: de ninguna manera buscamos establecer fechas para la tribulación, ni para el retorno de
Cristo. Queremos decirlo con toda claridad, para que no se malentienda: No estamos afirmando saber
cuándo volverá el Señor. Sin embargo, sentimos ansias de hablar de una notable cantidad de profecías,
interpretaciones y señales que se conjugan, principalmente de la profecía de los Papas, que está muy
cerca de cumplirse. Las fechas que presentamos son resultado de la investigación de las creencias de
varios expositores cristianos y católicos. No estamos afirmando ni definiendo fechas. En cuarto lugar, la
profecía de los Papas tiene un origen un tanto dudoso y el Vaticano tiene una historia comprobada y
demostrable de revisionismos y falsificaciones. De todos modos, presentamos un análisis crítico que
revela destacadas oportunidades de desafiar la evidencia que respalda la exactitud de la profecía de los
Papas. Nuestro servicio al lector es ante todo el de servir como “centinelas sobre las murallas”
(“atalayas”, Eze. 3:17). Lo que hicimos fue simplemente investigar, y seguimos la evidencia para ver
hacia dónde nos llevaba. Este libro no es más que la presentación de lo que investigamos, para que el
lector lo tome en cuenta.
Introducción: el momento adecuado lo es todo
Las cosas avanzan a paso lento, como un glaciar, hasta que llega el momento…
El escritor y editor Tom Horn ha revelado en reiteradas oportunidades un maravilloso talento para
discernir sucesos que están maduros para ser revelados. En combinación con los talentos para la
investigación académica que aporta Cris Putnam, hoy presentan un avance importantísimo, y lo traen a la
luz del día. Descubrieron, trabajando tras bambalinas en un mundo que se caracteriza por torrentes y
remolinos de información que confunde y desafía, que determinados documentos difíciles de entender,
hoy tienen una pertinencia asombrosa.
A partir de estos documentos, fueron destilando una corriente de estudio, clara y que se pueden
entender. Hoy, han echado luz sobre una oscura profecía que pasa a ser un hecho real y actual, a punto de
dar el salto hacia la concreción en la realidad. Parece que se acerca un momento importante, en que se
levantará un velo.
Salomón dijo en Eclesiastés 3:1: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo
tiene su hora”.
En las páginas de este libro el lector se enfrentará al desafío de ver que el momento de un hecho
largamente esperado está a punto de concretarse, ante los incrédulos ojos del mundo.
Hay algo de proporciones gigantescas que va metiéndose en el paisaje. Y en el mundo entero hay
instituciones que van descubriendo que sus cimientos se están convirtiendo en arena. Que todo está
cambiando. Hay una loca carrera por lograr el rol de ascendente.
Una de esas organizaciones, la burocracia continua más antigua del mundo, la Iglesia católico
romana, ha llegado a un punto crítico…un giro crucial…que muchísimos de los de sus filas han susurrado
a escondidas durante siglos. Ha llegado el momento que se predecía. Y pronto, a medida que avance en
la lectura, encontrará usted respuestas que han estado latentes durante siglos.
Con un diseño estudiado y cuidadoso el Vaticano se erige como un monumento a la atemporalidad.
Su teología nutre las ideas de que están por abrir paso a una Eda de Oro en la que el pontífice que reinará
en los últimos tiempos dará la bienvenida a Cristo en Su Segunda Venida y recibirá de Su mano las llaves
del Reino. Hasta tanto llegue ese preciso momento, la jerarquía católica vive obsesionada por mantener
el estatus quo. Se ve como guardiana del Milenio por venir, y planea estar en el centro del reinado de
Cristo en la Tierra, desde la reconstruida Ciudad Real y el Tercer Templo.
Se toma muy en serio el rol de custodio y considera al mundo exterior como enemigo suyo, como al
diablo mismo. Se ve como pura y fuerte preservadora de la fe. Esta jerarquía considera que sus
tradiciones, a menudo autogeneradas y bastante recientes en origen, son firmes como la roca. Es que ha
construido lo que tal vez sea la barrera burocrática y jurisdiccional más complicada del mundo.
Su procesión de Papas, cardenales y administradores en múltiples niveles se inició en medio de la
Edad Oscura. Con cuidado, con muchísimo cuidado, va avanzando casi a tientas, a medida que pasan los
siglos. Y como sus maestros han sido la procesión de épocas, las guerras – cortas o largas – y las
delicadas negociaciones con las casas reales de Europa, sus reflejos están finamente sintonizados. Ha
perfeccionado el arte del camuflaje, para verse como una cosa en tanto actúa como si fuera otra.
En la superficie, es una iglesia con cientos de tradiciones y creencias. Es un sistema de enseñanza
con una red global de escuelas. Pero debajo de esa superficie, cuenta con una larga historia de manipular
con poder, siempre de manera que el resultado le beneficiara.
Visualmente el Vaticano es un monumento insuperable a la religión del mundo occidental. Sus
laberínticos archivos no tienen igual en términos de su alcance histórico. Permanecen ocultos bajo capas
y capas de historia… ¡a lo largo de un milenio y medio de historia! Sus bibliotecas y laboratorios son un
laberinto de cuidadísimos índices y secreto subterráneo. Hasta tiene un observatorio propio desde donde
sus directores emiten ocasionalmente fantásticos anuncios en cuanto a la posibilidad de que sociedades
extraterrestres visiten la Tierra ¡y pronto!
Visto desde afuera el Vaticano es implacable, inescrutable e impenetrable. Los que están fuera de
la fe verán lo que la “Madre Iglesia” quiere que vean, y nada más que eso.
Pero por dentro están los que saben. Institucionalmente, el Vaticano es quien origina documentación
secreta, es el inventor de lo que hoy conocemos “ultra secreto”. El lugar es una amalgama de bóvedas,
habitaciones dentro de habitaciones, tradiciones arcanas, más justas que los justos, firmes e inamovibles.
Conforma la visión de la callada compostura.
Esos secretos internos solo pueden verse sobre la base de lo que “hay que saber”. Bien conocido
es que en sus niveles más subterráneos se guardan los botines de muchas guerras, en distintos lugares,
secretos, que llegan a los días del sitio de Jerusalén liderado por Vespasiano, y al saqueo del Templo
judío ordenado por su hijo Tito.
Cerca de la Colina Capitolina y la Santa Sede de Ciudad del Vaticano el Arco de Tito sigue siendo
hoy un monumento al saqueo de Jerusalén, en el año 70 D.C. Entre otros elementos del saqueo, pinta la
Menorá del templo en un desfile triunfal por las calles de Roma. Y como ilustración del gusto y
predilección del Vaticano por ocultar las cosas, vaya el siguiente episodio:
En 1996, siendo Papa Juan Pablo II, Shimon Shetreet como Ministro de Asuntos Religiosos de
Israel escribió una carta oficial que se entregó en mano en las oficinas papales. Allí afirmaba haber
encontrado claves en una reciente investigación de la Universidad de Florencia. Dijo que ciertos
documentos antiguos habían revelado que la Menorá y otros valiosos artefactos del templo estaban
guardados con gran celo y en la clandestinidad, en las bóvedas subterráneas del Vaticano.
Con solo imaginar lo que podrían contener los depósitos secretos del Vaticano desde hace tantos
siglos, uno queda estupefacto. Por cierto, hay rollos del siglo I, guardados en atmósferas de nitrógeno
donde la temperatura no varía nunca en más de una fracción de grado. ¿Podría haber retazos de género de
las ropas que vestían los discípulos? ¿Pinturas del siglo I? ¿Rollos hebreos del templo de Herodes,
tomados como botín? ¿Manuscritos originales del Nuevo Testamento?
Las tradiciones del Vaticano son profundas y completas, y a menudo rayan los misterios más
asombrosos. Pero cada tanto, hay engañosas “filtraciones” que distraen porque apuntan en la dirección
equivocada. Ha habido películas recientes que publicitan la naturaleza oscura y secreta de esta antigua
institución. El código Da Vinci y Ángeles y demonios, han plantado una fuerte sugestión en la conciencia
del público. ¡Hay algo que está a punto de sacarse a la luz!
Y aunque el Vaticano se protege y se ha protegido siempre, de alguna manera jamás echó tierra
sobre la antigua profecía del siglo XII de San Malaquías, que habló de un gran mal que surgiría un día del
trono Papal. Entraría en escena el último Papa y con él, vendrían los sucesos de los últimos tiempos.
El libro que tiene usted en sus manos existe para echar luz, más brillante, sobre la famosa
predicción. Y también para traer cautivantes noticias e información, que en este mundo caótico ¡tienen
sentido!
El futuro ha llegado en medio de un remolino de sucesos que se retroalimentan y van revelando un
entorno global que parece estar alineado justamente para que aparezca este Papa de la profecía. Su
misteriosa figura parece estar a punto de dar el salto para entrar de lleno en el mundo moderno. Y cuando
lo haga, estará totalmente al tanto de las asombrosas revelaciones que están por salir a la luz ante la
atónita mirada de un mundo ingenuo y engañado.
Hay secretos de las bóvedas de la historia a punto de salir a flote en un mar que inunda las calles
del mundo. Este hombre, de fundamental y solemne importancia y significado ¿está surgiendo incluso en
medio de un mundo que cae en el desorden moral, espiritual, y financiero? Hay quienes le han llamado
“Pedro, el romano”.
¿Quién es él, en realidad? Siga leyendo y descubra su secreto. Su momento parece haber llegado. Y
el momento indicado lo es todo.
Gary Stearman
Prophecy in the News [Profecía en las noticias]
PRIMERA SECCIÓN:
LA PROFECÍA ESTÁ TOCANDO A LA PUERTA
Capítulo uno: Una visión sobre el monte Janículo
Malaquías se sentía confundido, sin aliento. Jadeaba, y un sudor frío le bañaba el rostro. Se
preguntaba si estaría por ver al Señor o si se trataba de otra visión de esas que eran como un hechizo.
Quería descansar. Bernardo, ¡Oh! ¿dónde está Bernardo? Y entonces recordó. Confusión…tanta
confusión sobre el papado. Las palabras llegaban, con furia y velocidad, una vez más. Bailaban en su
mente frases en latín litúrgico. ¿Es que el diablo había tomado el papado? Schismaticus, papas y
antipapas, locos de poder, políticos, representando un papel en la casa de Dios. Las profecías de los
papas eran como ramas enredadas en su afiebrada conciencia; el dragón, oh, no, el dragón, Draco
depreffus y luego, Anguinus uir ¿sería este un Papa serpiente? Tan solo el año pasado había muerto el
antipapa Anacleto, el veinticinco de enero de 1138, permitiendo finalmente que ascendiera a la Santa
Sede el designado Inocencio II. Cuando los cardenales conspiradores habían lanzado su golpe, Inocencio
II huyó de Roma ante la oposición, bajo su nombre verdadero, Gregorio Papareschi, y fue el querido
Bernardo quien lo refugió en la abadía. Había sido este año, nada más que el Papa Inocencio había
podido recuperar la Santa Sede, y por ello, esta peregrinación desde Irlanda a Roma.
La fatiga empezaba a esfumarse y Malaquías recordó qué era lo que le había llevado ese día al
monte Janículo. Después de su arduo viaje de Irlanda a Roma, el breve respiro en la Abadía de Clairvaux
(o Claraval) en el Valle de Abisinia, le había dado esperanzas. Sin embargo, y aunque quería a Bernardo,
la amargura de la carcoma le infectaba el alma. Había pedido permiso a su santidad para terminar sus
días con su leal amigo Bernardo, en retiro, en la abadía. Lamentablemente el pontífice solo había
aumentado sus responsabilidades, nombrándolo Delegado Papal para toda Irlanda. Pero Malaquías
estaba muy cansado de todo, tan agobiado y cansado. ¿Qué era lo que presionaba al Papa? ¿Cristo no les
había dicho a Sus discípulos: “el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mateo
20:26)? La bestia llegaría algún día y Malaquías lo sabía…Bellua infatiabilis. Fue entonces que supo
que los papas habían aceptado el indecible trato y ya no habría vuelta atrás. Después de que se
cumplieran los tiempos, Petrus Romanus marcaría el final de Mysterium Babylon magna.
¿El hombre que tuvo la visión del último Papa?
En el modesto asentamiento de Armagh, en la tierra bella, vasta y de color esmeralda del norte de
Irlanda, un noble y jefe llamado Lector Ua Morgair y su bien instruida esposa celebraban en 1094 el
amanecer de una nueva vida en su hijo, Máel Máedoc Ua Morgair. Ninguno de los dos podría haber
sabido que ese pequeñito que acababa de nacer sería una figura central en la profecía del fin de los
tiempos.
De niño, Máel Máedóc Ua Morgair (“Malaquías”, en versión más moderna y del inglés vernáculo)
vivía alegre en medio de los sonidos que conocía y el ambiente familiar iluminado por las velas de la
Catedral de Armagh. Fue su padre, el culto Lector de Armagh, quien se hizo cargo personalmente de su
educación, hasta el fatídico día de la muerte de Lector en 1102. Malaquías, su hermano y su hermana,
quedaron a cargo de su madre. Sola, era una mujer que San Bernardo de Clairvaux describió como “una
mujer cristiana, responsable y laboriosa”.
[4]
Conforme pasaban los años, Malaquías siguió estudiando con Imar (o Imhar) O’Haglan como
mentor. Era un hombre que centraba sus enseñanzas en el renunciamiento a los placeres terrenales para
preservar el alma eterna. Tras los pasos de asceta de O’Haglan, Malaquías mostraba tener astuta
percepción dentro de los muros de la catedral y la paupérrima celda subterránea donde O’Haglan pasaba
sus días como ermitaño. A pesar de las protestas de su hermana y los conocidos de la escuela cuando la
autoflagelación, la penitencia y otras prácticas religiosas pasaron a ser más importantes que el ser un
profesor inspirado como lo había sido su padre, Malaquías seguía buscando oportunidades para expresar
su pasión por la Iglesia y la vida que creía estaba destinado a llevar por elección de Dios. Cada día se
acercaba más a los efectos de la autoridad y visión de O’Haglan. Pronto, Malaquías adoptó el uso de los
cánticos gregorianos a su régimen, además del celo por la reforma de la Iglesia.
Cuando el joven tenía veintidós años el arzobispo Cellach de Armagh (o Ceollach, Celso), a quien
O’Haglan conocía bien, lo encontró excepcional y prometedor, al punto que dejó de lado la ley canónica
y ordenó al muchacho como diácono tres años antes de lo acostumbrado. En 1119 lo designó vicario
general y confió a Malaquías la tarea de reformar la diócesis, durante la ausencia del arzobispo. Los
cambios observados en la diócesis fueron inmediatos y extraordinarios. Los sermones de penitencia que
daba Malaquías encendían la pasión en la gente común e inspiraban a los laicos a respetar las reglas
canónicas de la Iglesia.
Eventualmente, Malaquías se dirigió a Lismore para repasar y pulir su conocimiento del canon bajo
la dirección y los consejos del académico y famoso Obispo Malchus. (San Bernardo escribe que el
Obispo Malchus era “un hombre anciano, lleno de días y virtudes, y la sabiduría de Dios estaba en
él”.
[5]
Explica también que más adelante se reconoció que el obispo había obrado dos milagros. Uno, en
que había sanado a un muchacho de una enfermedad mental. El joven luego fue su portero. El otro milagro
fue “cuando el santo se puso los dedos en los oídos y sintió que de allí salían dos cosas parecidas a unos
lechones”.
[6]
Para San Bernardo es importante destacar estas cosas en cuanto a la reputación del Obispo
Malchus “para que se sepa qué tipo de preceptor tenía Malaquías, en el conocimiento de las cosas
santas”.
[7]
No hace falta mencionar que Malaquías trabajaba y estudiaba con otras personas cuyos
nombres en la Iglesia resultaban importantes).
Aunque el propósito de su viaje a Lismore era el de pasar un tiempo estudiando, en calma,
Malaquías no estuvo ocioso allí y aprovechó cada oportunidad para hablar sobre los asuntos de la época
en la Iglesia, tema que le interesaba y a menudo el mismo Malchus lo mandaba “a predicar la palabra de
Dios a la gente y a corregir muchas prácticas de maldad que se habían ido instalando a lo largo de los
años. Tuvo mucho éxito. Para reformar el clero instituyó reglas respecto del celibato y la disciplina
eclesiástica, reinstaurando el recitado de las horas canónicas. Pero lo más importante es que les devolvió
los sacramentos a las personas comunes, al enviar a buenos sacerdotes para que instruyeran a los
ignorantes. Regresó a Armagh en 1123”.
[8]
Ese mismo año Malaquías fue nombrado Abad de Bangor, y allí asistió en la obra de
reconstrucción de la abadía y la formación de un seminario. Pero lo más importante fue que a partir de
entonces, se le atribuyeron una serie de milagros, y el don de la profecía. Una de las profecías más
notables, y que cuesta descartar como producto de la mera casualidad, halla su cumplimiento en el siglo
veinte:
Irlanda sufrirá opresión inglesa durante una semana de siglos [700 años] pero preservará su
fidelidad a Dios y Su Iglesia. Al término de este tiempo será liberada y los ingleses a su vez tendrán
que sufrir severo castigo. Pero Irlanda será instrumental en la tarea de llevar a los ingleses de nuevo
a la unidad de la Fe.
La dominación anglo-normanda de Irlanda se hizo efectiva un siglo después de la predicción de
Malaquías. La independencia de la parte sur de Irlanda llegó 700 años más tarde, a principios del
siglo XX. Si la predicción no es apócrifa, antecede al cisma entre la Iglesia de Inglaterra y la fe
católica, con una anticipación de cuatro siglos, e implica que el anglicanismo caerá en algún
momento del futuro cercano, cuando termine su reinado el último Papa.
[9]
Sin embargo, Ives DuPont afirma que esto comenzó en el siglo doce y que terminó después de la
Segunda Guerra Mundial. Dice: “La liberación llegó en etapas: la Primera Guerra Mundial, la
independencia dentro del imperio británico, la Segunda Guerra Mundial, y la independencia total. Así,
Irlanda estuvo bajo el gobierno británico durante siete siglos”.
[10]
Sin embargo, se aplica igualmente al
secularismo rampante de Inglaterra, en última instancia conquistado por el cristianismo.
A los treinta años, Malaquías ya era el Obispo Malaquías de Down y Connor. John Hogue dice, de
la nueva posición de Malaquías: “El obispado se consideraba uno de los agujeros más negros de Irlanda
para la fe. Malaquías se enfrentaría a una moratoria de diezmos de la iglesia, a la escasez de sacerdotes y
una falta todavía mayor de clérigos célibes; le daban escalofríos al ver que se oficiaban los sacramentos
de manera improvisada sobre la base del rechazo a la ley canónica y la preferencia por los rituales
irlandeses nativos y con frecuencia, semipaganos”.
[11]
Malaquías jamás había visto antes una cohesión tan laxa a las leyes de Dios dentro de los muros de
la Iglesia. La disciplina, las ofrendas, el diezmo, las primicias en ofrenda y el ir a confesarse eran cosas
del pasado. Se celebraban matrimonios ilegales. Los cristianos se comportaban como paganos... “Jamás
había encontrado hombres tan desvergonzados en cuanto a la moral, tan muertos en cuanto a los ritos, tan
impíos en cuanto a la fe, tan bárbaros en cuanto a las leyes, tan obstinados en cuanto a la disciplina, tan
impuros en cuanto a la vida”.
[12]
Sin embargo, y porque creía que era “pastor y no un contratado
asalariado”
[13]
Malaquías luchó por corregir los problemas, sin demora y en su entusiasmo descubrió
seguidores dispuestos a acompañarlo en la tarea de restablecer la devoción a los rituales.
En esa época dice la leyenda que Malaquías tuvo un sueño en el que se le apareció una mujer que
reveló su identidad diciéndole que era la esposa del arzobispo Cellach. Le entregó a Malaquías un
cayado de pastor y desapareció. Cuando lo contó a los de su compañía, todos consideraron que era
importante porque durante unas quince generaciones, los que ocupaban altos puestos en Armagh, tanto en
la política secular como en la Iglesia, siempre mantenían los puestos dentro de las jerarquías familiares.
Como resultado, era norma nominar a un familiar como sucesor de un arzobispo, como si fuera una
herencia, en lugar de hacerlo según las obras de la Iglesia. El arzobispo Cellach, sin embargo, quedó
impresionado por el ministerio de Malaquías e ignoró las expectativas de su familia. Con la expectativa
de que Malaquías pudiera llevar nueva vida y esperanzas a la Iglesia, y porque quería poner freno a la
sucesión hereditaria a los puestos, Cellach les encargó a sus subordinados que difundieran la noticia de
que sería Malaquías quien ocuparía su puesto como arzobispo de Armagh. Cuando Malaquías se enteró
de ello, no se sorprendió. Lo que había visto en su sueño era justamente eso y a pocos días de la muerte
de Cellach Malaquías recibió el cayado de éste (que también había visto en el sueño) y una carta que
confirmaba la noticia de su ascenso.
La familia de Cellach enfureció ante el escándalo. Se sentían estafados ante la decisión de nombrar
como arzobispo a alguien que no pertenecía a la familia, y entre ellos y Malaquías la tensión fue en
aumento. El primo de Cellach, Murtagh (o “Murtough”, “Muirchetrach”) imaginaba que él era digno del
puesto y su familia le defendió durante su campaña por llegar a ser arzobispo, al punto de estar
dispuestos incluso a utilizar la fuerza para reclamar el puesto si era necesario. La gente de la Iglesia
apoyaba a Malaquías, porque también querían poner fin a la sucesión hereditaria.
Pasaron tres años, y Malaquías permanecía en el monasterio, no porque se negara a ser arzobispo
sino porque no quería participar de una guerra entre Murtagh la Iglesia. El delegado papal eventualmente
se hartó, asqueado ante la tiranía de Murtagh y la Iglesia ordenó a Malaquías que tomara su puesto so
pena de excomulgarlo. Malaquías accedió y en respuesta a la orden recibida aceptó su posición de
arzobispo desde la distancia con el fin de evitar el desastre de la guerra político-religiosa. Negoció con
el delegado: si la Iglesia alguna vez recuperaba la libertad en cuestión de la sucesión, él a su vez se
tomará una licencia para poder tener tiempo para estudiar y apartarse del puesto asumido por obligación.
Se mantuvo a salvo fuera de las murallas de la ciudad, y tuvo poder para gobernar como reconocido
arzobispo de Armagh, sin tomar posesión inmediata de su Sede.
Cuando Murtagh murió en 1134, reveló que el hermano de Cellach, Niall, sería su sucesor. Durante
esa época la gente en general creía que quien estuviera en posición del Bastón de San Patricio (el Bachal
Isu o “Cayado de Jesús”) y del Libro de los Evangelios (o Libro Sagrado) era el verdadero arzobispo.
Por eso, Niall vio una oportunidad y la aprovechó. Con el fin de verse como legítimo arzobispo por
derecho propio, robó estos dos artículos de la catedral de Armagh. A pesar de que no hay detalles o
información precisa sobre el tema de la recuperación de lo robado por Nial (la mayoría de los registros
señalan que hubo una pequeña guerra entre las dos partes, con el rumor de que fue la diplomacia de
Malaquías que le pudo poner fin, además del hecho de que recuperó los elementos comprándoselos a
Niall), lo cierto es que, eventualmente Malaquías los recuperó y ocupó su lugar como primado en la
ciudad de la catedral de Armagh. “En 1138, habiendo violado la tradición de la sucesión hereditaria,
habiendo rescatado a Armagh de la opresión, restaurando la disciplina eclesiástica, restableciendo la
moral cristiana y viendo que todo estaba tranquilo, Malaquías renunció a su puesto según lo acordado en
un principio”.
[14]
Malaquías se retiró a Bangor para vivir en paz durante un tiempo, disfrutando de la
camaradería de los otros monjes, pero con pocas exigencias de horarios, y para estudiar en soledad.
Eventualmente Malaquías sintió la necesidad de poder reunirse con el Papa Inocencio II en Roma
para reconocer oficialmente a los arzobispos (y las Sedes) de Armagh y Cashel con un palio, un manto de
lana como marca oficial de autoridad, con el fin de que se estableciera la jurisdicción del arzobispado
por sobre las provincias eclesiásticas y también para obtener el favor y bendición del Papa sobre los
avances dentro de la Iglesia. En 1139 reunió a algunos compañeros para que viajaran con él, consiguió
animales de carga y se dirigió a Roma. Atravesaría Escocia, Inglaterra y Francia. Fue durante sus viajes
que llegó a la Abadía cisterciense de Clairvaux (o Claraval) donde conoció al futuro santo Bernardo (que
sería luego su principal biógrafo). Malaquías se detuvo allí para descansar durante poco tiempo, y quedó
encantado con la abadía. También trabó amistad con el abad. El abad Bernardo tenía una visión
particular e inusual del ministerio. Mantenía el cuerpo en forma practicando artes marciales y quienes
estuvieran junto a él debían estar dispuestos en todo momento a defender a la Iglesia, costara lo que
costara. Para Malaquías este hombre demostró ser un manantial de pasión religiosa y cuando llegó el
momento de dejar la abadía para proseguir con su peregrinaje a Roma, en secreto planeó que pediría
pasar los años de su retiro recluido en Clairvaux.
Dieciséis meses después de iniciado el viaje Malaquías llegó por fin a Roma, con el corazón y la
mente llenos de alegría y esperanza. Enseguida le llevaron ante el Papa Inocencio II para una audiencia
oficial. Inocencio aprobó el pedido de los palios que presentó Malaquías, pero bajo condiciones
estrictas: Malaquías tendría que asumir nuevas responsabilidades. Era ahora el delegado papal en
Irlanda, con lo intrincado de la política que acompañaba su posición. No era esto lo que había querido.
Desesperadamente deseaba la paz y serenidad de la abadía. Fue al dejar la ciudad de las siete colinas
sintiendo tal frustración, al ver el bellísimo paisaje del oeste desde el monte Janículo, que vino a él la
imagen de Roma en llamas. Se incendiaría, debido a lo poco piadosos que eran sus papas.
La leyenda dice que Malaquías experimentó lo que hoy se considera una visión famosa, llamada
comúnmente “La profecía de los Papas”. La profecía es una lista de versos en latín que predicen cada uno
de los papas católico-romanos, desde el Papa Celestino II hasta el último, “Pedro el romano”, cuyo
reinado acabaría en la destrucción de Roma. Según esta antigua profecía el próximo Papa (después de
Benedicto XVI) será el último pontífice, Petrus Romanus, o Pedro el romano.
El último segmento de la profecía dice:
In persecutione extrema S. R. E. sedebit Petrus Romanus, qui pascet oves in multis
tribulationibus: quibus transactis civitas septicollis deruetur et judex tremendus judicabit
populum. Finis.
[15]
En español:
Durante la última persecución de la Santa Iglesia Romana reinará.
Pedro el Romano, quien apacentará a su rebaño entre muchas tribulaciones;
tras lo cual, la ciudad de las siete colinas será destruida y el tremendo Juez juzgará a su pueblo.
Fin.
[16]
Buenas y malas noticias
Después de estudiar la historia de la profecía de los papas y la literatura académica pertinente,
tenemos buenas y malas noticias. ¿Cómo es eso? ¿Qué quiere oír primero las malas? Claro que sí, no hay
problema. Saquémonos de encima lo desagradable.
La mala noticia es que parte de la profecía puede ser falsa, un invento de fines del siglo XVI.
Decimos invento en referencia a que hay algo falso. Casi la mitad de las profecías, las primeras setenta
predicciones más o menos, pueden ser vaticinia ex evento (profecías a partir del hecho). parece
probable que alguien alteró irrevocablemente el documento medieval original y que el original, o está
oculto o se perdió. Según los que conocen los vericuetos interiores del Vaticano, hay evidencia suficiente
de que un bibliotecario del Vaticano descubrió el manuscrito original del siglo XII en 1556. Aún así, la
primera publicación conocida de la “Profecía de los Papas de Malaquías” se hallaba en el enorme
volumen de mil ochocientas páginas de Arnold de Wion, titulado Lignum Vitae (Árbol de la Vida),
publicado en 1595. Ese texto se presentará y analizará más abajo. Pero aunque tenemos buenas razones
para creer que existe un documento mucho más antiguo, tenemos que aceptar que la instancia más antigua
de la profecía surgió a la luz casi cuatrocientos años después de su mentado origen, en 1139. A pesar de
la leyenda que dice que estuvo guardada bajo llave en una oscura bóveda del Vaticano durante esos
cuatrocientos años, los escépticos tienen motivos válidos para descreerlo. Con todo, podría ser la obra
de san Malaquías, muy mal copiada por un falsificador. Por supuesto que esto le vendría muy bien a la
práctica católico-romana demostrada por la Donación de Constantino y Los decretos pseudo-isidros.
Como alternativa hay quienes sugieren que se trata de parte de la obra de Nostradamus, inteligentemente
disfrazada para proteger su identidad. Si bien no se puede conocer con certeza quién fue el verdadero
profeta, el autor sí lo fue. Lo supiera o no.
La noticia buena es que la Profecía de los Papas, con todos los efectos, sigue siendo una profecía
auténtica. A pesar de la superficial falta de sinceridad que se detecta en la primera sección de
“profecías”, las predicciones posteriores a la publicación muestran cumplimientos asombrosos. No
contamos con análisis críticos que puedan descartar con fundamento algunos de los casi increíbles
cumplimientos posteriores a 1595. De hecho, estamos en el 111, de los 112, y los que creen argumentan
que han observado que la precisión va aumentando con el tiempo. Pero vamos a ocuparnos primero de
las malas noticias. Como demostraremos aquí, la predilección del Vaticano por la propaganda es algo
indiscutible a lo largo de la historia. En la tradición de Roma de alterar documentos antiguos con fines
políticos, la profecía de los papas supuestamente se usó como propaganda a favor de las ambiciones
papales del cardenal Girolamo Simoncelli. Sin embargo, si fue así, la confabulación no funcionó porque
Simoncelli perdió y quienes ganaron fueron Gregorio XIV, Inocencio IX y Clemente VIII. Aunque
contamos con evidencia textual de tal conspiración sugerimos que el lector se mantenga objetivo con
paciencia, porque hay hallazgos todavía más asombrosos.
En la historia reciente, el tratamiento más popular y exhaustivo de la Profecía de los Papas es, sin
dudas, el libro El Último Papa, escrito por el autor y autoproclamado “profeta” John Hogue. Su biografía
es bastante impactante y suele aparecer como invitado en el programa de radio Coast to coast. Hemos
recurrido a sus conocimientos académicos. Aunque no le vaya demasiado bien con sus propias
predicciones, se le reconoce y respeta por su estudio de Nostradamus. Hogue ha hecho un trabajo
interesante sobre la profecía de Malaquías, pero prometemos que el lector tiene que enterarse primero de
la mayor parte de lo que no se ha contado. Por ejemplo, en su éxito de ventas de 2000 Hogue lamenta que
se haya perdido para siempre una de las fuentes más antiguas respecto de la profecía de Malaquías, una
obra italiana muy valiosa. “Existió un trabajo titulado La Profezia de ‘Sommi Pontefici Romani
publicada en Ferrara en 1794. Su autor era anónimo, pero afirmaba haber rastreado los datos y
documentos originales hasta la época anterior al descubrimiento de Wion y Ciaconnius del manuscrito
original de Malaquías. Desafortunadamente la última copia de Profezia, preservada en el convento de
Rimini, se destruyó cuando las fuerzas revolucionarias francesas saquearon y cerraron el convento en
1797. Si nos hubiera llegado esa obra podriamoas contar con evidencia objetiva que respaldara el papel
de Ciacconius o de Wion como recopiladores, y no como supuestos falsificadores”.
[17]
Dejando de lado a los revolucionarios franceses, tenemos algo que decirle a John Hogue y a todos
aquellos que han caído en la fascinación de esta profecía. Encontramos la copia que quedaba del “Libro
Perdido”, y logramos negociar a través de la Universidad de Yale. El libro revela que Hogue confundió
los datos. La Profezia no se quemó en Rimini, pero afirma que había un antiguo manuscrito en un
monasterio del lugar. Específicamente, menciona “un manuscrito que podría ser anterior al siglo XVI, en
posesión de los monjes olivetos de Rimini”.
[18]
El libro “perdido” de 1794 también ha provisto
revelaciones que cambian las reglas del juego, como veremos más adelante.
Históricamente, la Profecía de los Papas ha tenido seguidores y detractores. Hace cuatrocientos
años, cuando faltaban tantos Papas, no era más que una novedad. Pero ahora que queda poco tiempo el
pronóstico se vuelve más urgente y la crítica, más cáustica, como era de esperar. A partir del siglo XIX
los jesuitas, con excepción de uno, han expresado sus críticas y como resultado, la edición más reciente
de la Enciclopedia Católica sugiere que la profecía es una falsificación de fines del siglo XVI, en tanto
que la edición más antigua de 1911 admite: “no es concluyente si adoptamos la teoría de Cucherat de que
estuvieron escondidos en los archivos esos 400 años”.
[19]
Se refiere al autor del siglo diecinueve, el
Abad Cucherat, uno de los pocos que presentó argumentos a favor de la autenticidad de la profecía, en su
libro, Revue du monde catholique, publicado en 1871. Con todo, los estudiosos tienen razones para creer
que la profecía en realidad no estuvo oculta durante cuatrocientos años porque hay manuscritos similares
como el Vaticinia de summis ponntificibus, de 1280, que parecen seguir el modelo de la profecía de
Malaquías. Sin embargo, la mayoría de los académicos críticos señalan que el biógrafo e íntimo amigo
de Malaquías, san Bernardo, no menciona la profecía papal en Vida de San Malaquías de Armagh.
[20]
Este argumento a partir del silencio es frecuente en la literatura. Tampoco contribuyen demasiado la
mayoría de las fuentes académicas. El Oxford Dictionary of the Christian Church es rotundo: “Lo que
se conoce como Profecías de Malaquías, contenidas en un documento que se escribió aparentemente en
1590 no tienen relación con san Malaquías, con la excepción del caso de la errónea adjudicación de su
autoría”.
[21]
La mayoría de los académicos jesuitas presentan un frente común. El primero en decir que
la profecía de Malaquías era un falso invento fue Claude François Menestrier (1631-1705), cuya obra
Réfutation des Prophéties, faussement attribuée à Saint Malachie sur l’élection des papes se convirtió
en el principal argumento jesuita, y afirmaba que en 1590 había habido una conspiración en el cónclave
papal, urdida por un cardenal.
En la misma línea M. J. O’Brien en su An Historical and Critical Account of the So-Called
Prophecy of St. Malachy Regarding the Succession of Popes [Estudio histórico y crítico de la mal
llamada profecía de san Malaquías sobre la sucesión de los Papas] presenta un demoledor intento de
refutar tal profecía. Herbert Thurston, otro jesuita, fue un prolífico crítico de fines del siglo diecinueve.
Argumenta que “jamás se ha presentado o aducido la más mínima evidencia que demuestre que la
profecía de san Malaquías sobre los Papas se haya citado, u oído al menos, antes de que Wion la
publicara en 1595”.
[22]
En realidad, no es así porque el estimado estudioso católico John Lupia afirma
que el bibliotecario del Vaticano Onofrio Panvinio o Panvinius, “en 1556 comenzó a corregir y revisar el
catálogo de la Biblioteca Vaticana [y] redescubrió el manuscrito del siglo XII escrito por san Malaquías,
y aparenta ser el primero en publicar sobre sus profecías en 1557”.
[23]
Además de varias referencias
oblicuas hablaremos de otra posible referencia a las profecías, publicada por Nicholas Sanders en 1571.
Casi todos los estudiosos crean una bifurcación en la lista de 112 frases en latín, a partir de la número
veintiséis, debido a las circunstancias en torno a su publicación. Pero aun así, y como descubrimos
bastante evidencia que muestra que el manuscrito estaba en circulación al menos en 1570, dividiremos la
lista allí. Al hacerlo, se establecen dos capas de contexto en la profecía. Es un ángulo de estudio que
adaptamos de los académicos bíblicos.
En los estudios bíblicos la exégesis siempre consiste en un intento por determinar la intención
original del autor para el lector original, y será esa la metodología que usaremos. Por ejemplo, cuando
los académicos estudian los Evangelios del Nuevo Testamento, toman en cuenta capas de contexto. Está
el contexto en el que Jesús interactúa con el entorno histórico original, y también el contexto en el que el
autor del Evangelio presenta su relato a un público posterior. Mediante estudios muy detallados, se
revela que cada uno de los autores de os Evangelios, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, enmarcan los hechos
de la vida de Jesús de manera única, que está de acuerdo con sus propios propósitos teológicos y
evangelísticos. El contexto subyacente de Jesús puede asimilarse al estudiar al judaísmo del siglo I en
Israel. Estudiamos a los fariseos para entender las críticas de Jesús respecto de sus tradiciones. Y de la
misma manera, la capa superior del contexto del autor puede discernirse según cómo éste presente a
Jesús. Con todo, suele ser particular el orden en que se presenta determinada historia en cada uno de los
Evangelios. Para ello, el estudiante necesita concentrarse y adoptar el “pensamiento vertical” para
encontrar el potencial significado e importancia.
Uno preguntaría entonces: “¿Está afirmando algo el autor con el lugar que ha elegido para esta
parábola?”. El contexto del evangelista nos habla de por qué y cómo fue seleccionando, organizando y
adaptando el material histórico sobre Jesús. Al mismo tiempo, el estudioso tiene que adoptar el
“pensamiento horizontal” que implica leer cada perícopa con la consciencia de los paralelos a cada
pasaje en los otros Evangelios.
[24]
Si bien cada uno de los cuatro relatos preserva datos históricos
reales, no siempre son cronológicamente idénticos, debido a la capa secundaria de contexto que guarda
relación con los propósitos o intención particular de Marcos, de Mateo, de Lucas y de Juan. Esta
metodología también nos sirve para hallar aspectos nuevos y entender la Profecía de los Papas.
A primera vista pareciera haber al menos dos niveles de contexto histórico: el del autor original, y
el de quien publicó el escrito. Vamos a examinar la posibilidad de que haya capas de contexto todavía
más profundas. Eso, en el próximo capítulo. Por ahora podremos aceptar la leyenda de Malaquías, o
quizá la del pseudoepígrafo, en el nivel del contexto más bajo. Para determinar el nivel superior, el del
editor o comentador, veremos que ya ha sido sugerido que un emisario papal, Nicholas Sanders (1530-
1581) puede haber hecho referencia a una versión celta original de la profecía ante Roma, durante el
papado de Pío V (1566-72).
[25]
Si bien puede haber hecho una referencia oblicua a la profecía en un
libro publicado en 1571, también se ha sugerido que la primera publicación que evidenciaba la influencia
de la profecía de Malaquías fue la obra de Panvinio, Epitome romanorum pontifcum (Venecia, 1557). La
segunda mención más antigua es, aparentemente, la de Girolamo Muzio, en su Il choro Pontificale de
1570.
[26]
Hay registros también de que aparecía mencionada la profecía específicamente en un relato
manuscrito de don Alfonso Ciacconus, un académico dominicano español de Roma, en el año 1590.
[27]
En esa época se reconocía a Ciacconus como experto en paleografía grecorromana y manuscritos
antiguos, además de ser respetado por sus estudios de la historia del papado. Aparentemente, el editor,
Dom Wion, había recibido el texto de alguien y acudió a Ciacconus para pedir su opinión. Ciacconus
autenticó el manuscrito, de manera ostensible. No podemos saber con precisión cuándo se lo alteró,
aunque la evidencia textual y circunstancial señala que el manuscrito original se modificó ya en 1570 a
159 para promover a un papable en particular (según dicen algunos). Mientras tanto (1570-1595), siguió
circulando de manera subrepticia entre los cardenales, creando bastante barullo. Wion lo publicó con los
papas anteriores con nombre, y las interpretaciones de los complimientos, en 1595.
Así, hemos podido discernir dos capas de contexto:
• Nivel inferior de contexto histórico: documento original, posiblemente escrito por san
Malaquías o un pseudoepígrafo, aproximadamente en 1139-1571.
• Nivel superior de contexto histórico: cuando se impusieron alteraciones y se añadieron
interpretaciones, aproximadamente en 1571-1595.
Al examinar las páginas digitalizadas del texto original en latín, del año 1595, incluso sin
comprender el latín uno puede notar que las explicaciones de los lemas junto a los nombres de los Papas,
dejan de aparecer al momento de la publicación. Wion afirmaba que había sido Ciacconius quien añadió
las interpretaciones, pero O’Brien cuestiona esto muy en serio, y sugiere que fue alguien más, que
simplemente copió parte de la breve historia de los Papas escrita por Onuphrius Panvinius, Epitome
romanum Pontificum usque ad Paulum IV, obra impresa en Venecia en 1557. Basa su argumento en que
las interpretaciones que presenta Wion se condicen con la obra de Pavinius pero no con el libro del
mismo Ciacconus sobre los papas, Viltae et res Gesltae Romanoruom Pontificum el Cardinalium,
impreso en 1601. Si bien es cierto que la obra de Ciacconius se parece a la de Panvinius, también hay
áreas importantes de desacuerdo, que Ciacconius aclaró explícitamente. O’Brien estudia este problema:
“Ahora, si Ciacconius fue quien interpretó las profecías, como lo afirma Wion, Ciacconius habría
conspirado contra sí mismo porque en el libro de Wion encontramos justamente aquellos de los que él
mismo se queja. Entonces, ¿quién es el intérprete? ¿Panvinius? ¿O será que tanto la profecía como la
explicación provienen de la misma pluma? ¿No habrá sido engañado Wion (dado su carácter, algo fácil
de lograr) para que de buena fe se le diera la profecía haciéndole creer que era la del gran
sanMalaquías?”
[28]
John N. Lupia, un estudioso contemporáneo con buenas credenciales, supone que fue
al revés: que Panvinius en realidad cambió su libro basándose en la profecía. Lupia escribe: “En 1557
Panvinio publicó una historia de los ponífices desde los orígenes hasta Paulo IV (1555-1559). Efectuó
correcciones y añadió cosas, basándose en las profecías de san Malaquías”.
[29]
Más allá de quién haya
sido el intérprete de Wion, el último comentario en el Lignum Vitae se refería a Urbano VII, que murió en
1590, el último nombre papal en la lista era el de Clemente VIII, que asumió en 1592 justo antes de que
se publicara la profecía, en 1595. Si leemos el texto en latín, bajo “Crux Romulea…Clemens VIII”, la
última página simplemente presenta los lemas restantes en tres columnas, y la última es la famosa estrofa
apocalíptica centrada en Petrus Romanus y la destrucción de Misteriosa Babilonia con sede central en la
colina del Vaticano en la ciudad de las siete colinas.
Aquí, el texto original en latín del Lignum Vitae de 1595:
El segundo párrafo dice: “Existen aún tres epístolas de san Bernardo dirigidas a san Malaquías
(viz., 313, 316 y 317). Se informa que el mismo Malaquías fue el autor de algunos breves tratados,
ninguno de los cuales he visto hasta ahora, con excepción de una profecía suya sobre los Soberanos
Pontífices. Esta, como es breve y por lo que sabemos, nunca se imprimió, se incluye aquí, porque muchas
personas lo han pedido”.
[30]
Nótese que la última descripción es la de Clemente, 1592
En la extrema persecución de la santa iglesia romana estará sentado Pedro el romano, que
apacentará a sus ovejas en muchas tribulaciones; y cuando acaben estas cosas la ciudad de las siete
colinas será destruida el terrible juez juzgará a su pueblo. Fin.
Las últimas dos líneas escritas por Wion dicen: “Lo que se ha agregado a los Papas no es obra de
Malaquías sino del Padre Alfonso Giacon de la orden de los Predicadores, intérprete de esta profecía”.
Podría sonar confuso a la luz de lo que dijimos antes sobre Ciacconius. Giacon también es Chacon o
Ciacconius, porque era español. Su nombre, Alfonso Chacon, se italianizó para preservar el sonido suave
de la “ch”, y quedó Ciacconius o, como dice Wion, Giacon. Pero esta última línea revela que la profecía
original no era más que una serie de frases en latín, confusas, y que Giacon, Ciacconius, añadió el
nombre de cada Papa y explicó de qué manera la profecía se aplicaba a él. Como era experto en
paleografía y manuscritos paleocristianos y medievales, tiene peso la afirmación que hace Wion sobre la
autenticación y participación de Ciacconius.
Como los comentarios terminan con Urbano VII, que murió en 1590, y el último nombre papal que
aparece en la lista es el de Clemente VIII, el jesuita Claude François Menestrier (1631-1705) creyó que
la profecía había aparecido recién en 1590. A partir de esa suposición observó que la profecía siguiente,
después de Urbano, era “ex antquitate Urbis”, que significa “desde la antigua ciudad”, sin que se
ofreciera interpretación. Es este el punto crítico en el que los estudiosos detectan un intento por influir en
el cónclave, cuando Gregorio XIIII (XIV) enfrentaba oposición de parte de un tal Girolamo Simoncelli.
Si uno no tuviera en cuenta las menciones anteriores de la profecía, la teoría sonaría convincente. Como
ejemplo representativo del trabajo detectivesco del académico, aparece Louis Moreri, nacido en
Provenza en 1643, y doctor en teología. Fue el autor del aclamado Dictionnaire Historique. Como obra
de toda su vida este diccionario contiene una variedad de información tan enorme que se considera
precursor de la enciclopedia moderna. En la edición de 1759 leemos:
“Le atribuyen [a Malaquías] una profecía sobre los Papas, a partir de Celestino II. Hasta el fin del
mundo. Pero los instruidos encontraron de qué manera se falsificó esta profecía durante el cónclave
de 1590. Quienes lo hicieron fueron los que apoyaban al cardenal Simoncelli, designado con estas
palabras. “De anlzguilale [Tom: this term only shows in google related to this work. Is the spelling
correct?] Urbis”, porque venía de Orvieto. en latín, “Urbs vetus”.
[31]
El argumento es que el oráculo “de la antigua ciudad” parecería predecir a Girolamo Simoncelli
que en ese momento era cardenal de Orvieto, que también significa “ciudad vieja”. Es esta la opinión que
predomina entre los académicos críticos de Malaquías. Podrán estar en lo cierto, porque sí parece casi
demasiado perfecto. Al parecer, los conspiradores esperaban influir en el cónclave papal, animando a
los votantes a seguir los dichos del muy venerado san Malaquías. Pero incluso en ese caso, tal episodio
no daría por tierra con la profecía en su totalidad y existen suficientes causas como para cuestionar esta
teoría de la conspiración. El autor anónimo del “libro perdido” de 1794 afirma haberse adentrado en los
archivos del Vaticano, para finalmente desacreditar la teoría de la conspiración de Simoncelli:
“Hemos consultado buenos relatos históricos, incluso aunque varios son del período controversial
de 1590 (incluye gran cantidad de informes manuscritos secretos del momento de los cónclaves) y
sin embargo no hay indicio alguno de la conspiración, ni de ninguna alteración de la profecía que en
tales circunstancias ya no despertaba interés en la curiosidad de “los otros”. De hecho, por el
contrario, no hay dudas de que el cónclave, que en todo aspecto fue uno de los más reñidos porque
había dos grandes rivales, ninguno de los presentes respaldaba a Simoncelli”.
[32]
Según este texto, ni un solo cardenal apoyaba a Simoncelli. Al parecer, se ha dado por tierra
entonces con la teoría de la conspiración en el cónclave de 1590, iniciada por Menestrier. John Lupia
observa: “Menestrier afirmó que las profecías eran un invento que databa del cónclave de 1590 en que
fue elegido Gregorio XIV, e incluso nombra al falsificador como seguidor del cardenal Simoncelli
porque aparentemente quería que su candidato obtuviera la victoria. Pero hay dos ediciones de las
profecías de san Malaquías anteriores a 1590 que muestran que lo que dijo Menestrier es imposible e
inválido a la vez”.
[33]
La nueva evidencia es una bofetada a los críticos jesuitas. Pero no fue esta la
razón más convincente para que se pensara que el manuscrito de Malaquías había sido alterado.
Para demostrar por qué muchos dicen que al menos algunos de los lemas anteriores a 1590 se
escribieron después de los hechos, utilizaremos una analogía de la apologética contra las sectas,
específicamente con respecto al mormonismo. Joseph Smith afirmaba que milagrosamente había
traducido el Libro del Mormón directamente a partir de láminas de oro, escritas por una mano divina.
Así, de las láminas de oro al manuscrito de Smith solo hubo una generación. Entonces uno podría esperar
que el Libro del Mormón fuera escritura sagrada, traducida de la manera más pura y directa. El obstáculo
insalvable para afirmar la veracidad del libro del Mormón se demuestra mediante el hecho de que
cuando el libro del Mormón da como referencia pasajes de la Biblia en hebreo, el texto sigue casi a la
perfección la versión de la Biblia en inglés, del rey Jacobo. Por ejemplo, donde la versión del rey
Jacobo presenta cursiva, también lo hace el libro del Mormón. Es obvio que esto demuestra que Smith
copió sus referencias de una Biblia, de la versión del rey Jacobo, y no de material antiguo como las
mitológicas láminas de oro. Sucede algo parecido (que trataremos en mayor detalle en otro capítulo) con
lo que se conoce como Donación de Constantino. Durante siglos, los Papas usaron este documento
falsificado para reclamar titularidad sobre ciertas tierras, antes de que un estudioso académico
demostrara que estaba escrito en un estilo del latín que no existía en el momento en que supuestamente se
había escrito. En el caso de la Profecía de los Papas contamos con evidencia de características similares.
Como estamos examinando el nivel superior de contexto de la época del editor que la publicó
(específicamente las interpretaciones brindadas antes de 1590) se hace aparente que se manipularon en
línea con aquello que estaba disponible en ese momento. Los libros no eran cosa fácil de conseguir. La
profecía sigue las descripciones y detalles hallados en una obra sobre la historia de los Papas, escrita
por Onuphrius Panvinius: Epitome romanorum Pontificum usque ad Paulum IV, que se imprimió en
Venecia en 1557. La profecía sigue de manera transparente esta obra de referencia. O’Brien argumentó:
“Cualquiera que abra esta obra y compare el relato sobre los Papas que presenta desde Celestino II a
Paulo IV, con la parte que se corresponde de la “Profecía de san Malaquías” llegará a la conclusión de
que el autor de esta última, sino fue Panvinius mismo, tiene que haber sido alguien que siguió muy de
cerca el relato de Panvinius”.
[34]
No es solo una afirmación. Su evidencia es detallada y específica:
En el Epitome de Panvinius se mencionan las “armas” de los Papas, aunque no en todos los casos.
Allí donde sí aparecen, por lo general encontramos que figuran en la profecía. Y cuando no, la
profecía es un juego de palabras o una descripción en torno al nombre del Papa, su país, su familia o
título cuando era cardenal. Además, hallamos en Panvinius los mismos antipapas que aparecen en la
profecía. E incluso cuando el apellido, las armas o el título cardenalicio de Panvinius están errados,
encontramos que el falsificador de la profecía concuerda perfectamente con él.
[35]
En otras palabras, concuerda demasiado porque, incluso allí donde la historia papal de Panvinius
comete unos pocos errores, las interpretaciones de la profecía siguen lo que dicen esos errores. Con lo
cual solo podría entenderse que alguien utilizó el libro de Panvinius, o que fue Panvinius mismo. John
Lupia argumenta que Panvinius fue quien descubrió el manuscrito de Malaquías y que modificó su
historia papal para que concordara con la profecía. Suena un tanto sospechoso, y más bien parece que se
trata de todo lo contrario. Es más que probable que Panvinius descubriera el antiguo documento y lo
modificara, para que concordara con su historia papal. Después de todo, solo estaría siguiendo la
preferencia bien conocida e instalada de Roma por alterar un documento auténtico y antiguo, para que se
condiga con propósitos nuevos. Como veremos más adelante, las profecías posteriores a la fecha de
publicación cambian su enfoque y revelan con claridad que hay dos capas de contexto. La profecía
original (el contexto histórico inferior, o más antiguo) parece haberse manipulado para que concuerde
con la interpretación (el nivel superior, posterior, de fines del siglo XVI). El tiro de partida de O’Brien
es certero:
Según Wion, la profecía de Malaquías no era más que una serie de frases en latín sin sentido alguno.
¿Cómo pudo saber el supuesto intérprete con qué Papa comenzar? ¿Cómo se convenció de incluir a
los antipapas?
[36]
Aunque la incredulidad de O’Brien es evidente, la respuesta a la primera pregunta es trivial. Según
la leyenda el Papa Inocencio II (r. 1130-43) llamó a Malaquías para que fuera a Roma, en 1139. Así, la
profecía comenzó con el Papa que siguió a Inocencio II, que fue Celestino II (r. 1143-44). El segundo
acertijo en cuanto a los antipapas es mucho más problemático. Por ejemplo, en la profecía de Malaquías,
las predicciones 6 de Octavio (“Victor IV”) (1159-1164); 7 de Pascual III (1165-1168); 8 de Calixto III
(1168-1177), son antipapas. Los antipapas eran Papas alternativos elegidos en oposición a un Papa en
funciones, en tiempos de cismas o controversias. El problema es que estos antipapas se oponían a
Alejandro III (1159-81) pero en realidad hubo otro antipapa, Inocencio III (1178-1180) que no está
incluido en la profecía.
[37]
Lo que hace que esto sea revelador es que es exactamente así como lo
registró Panvinius. Tampoco Panvinius nombra a Inocencio III. De modo que tanto si Panvinius cambió su
texto para ajustarlo a la profecía, como si modificó la profecía para adaptarla a su libro, tenemos el
hecho de que la inclusión de algunos antipapas y la exclusión de otros, conforma evidencia patente de que
hubo alteraciones.
La cuestión apunta al hecho de que alguien, probablemente Panvinius, redactó las profecías previas
a 1590 para que concordaran con el libro de Panvinius. Si fue para influir en un cónclave, la idea tiene
sentido. La obra de Panvinius era una fuente de consulta con autoridad en ese momento, y muy
probablemente, la única a la que tenía acceso la mayoría de la gente. Al manipular todos los lemas
previos a 1590 para que su cumplimiento fuera obvio y pudiera ser verificado por cualquier cardenal con
cierto conocimiento, se dio inicio a una ingeniosa conspiración que promovería a Simoncelli como
candidato con destino divino. La inclusión de los antipapas hace que parezca probable que ocurrió algo
de tal naturaleza. Como el nivel inferior del contexto histórico, el texto original, no era más que una serie
de nebulosas frases en latín, ¿cómo podrían haberlo sabido alguien como Panvinius, el supuesto
intérprete Ciacconius, o el editor Wion (que descubrió la lista más de cuatrocientos años después de que
fuera escrita), para incluir únicamente a estos antipapas específicamente? Simplemente, no es algo
plausible. Si no están incluidos los antipapas, la lista entera pierde su sincronización. Por supuesto que el
texto original no dejó instrucciones a tal efecto. pero aún así, está sincronizado, aunque no con la
historia…sino ¡con el libro de Panvinius!
En resumen, hay mucha evidencia que señala a Panvinius o a un pseudoepígrafo del siglo dieciséis
que tomó como referencia el libro de Panvinius para todas las profecías hasta el Papa Paulo IV de 1559
(allí termina el libro de Panvinius). Los cinco Papas que hubo entre él y Urbano VII (Pío IV, Pío V,
Gregorio XIII y Sixto V) serían recordados por ser recientes, y cualquiera podría describirlos con
facilidad. Lo que creemos es que quienquiera que haya perpetrado la treta utilizó un documento profético
real, modificó el texto anterior para que coincidiera con el texto principal sobre la historia del
Pontificado en esa época. Si bien la evidencia respalda la idea de que se alteraron las profecías más
antiguas, lo que no explica es qué sucedió en los últimos cuatrocientos años, desde que la publicara
Wion.
Acrósticos, anagramas, y ¿un código de conspiración en la vida real?
De las dos capas de contexto histórico de las que hablamos antes, centraremos la atención en el
nivel inferior, el más antiguo. Si bien podemos entender que el redactor tuviera sus motivos para
modificar las frases anteriores a 1590 no hay razón lógica para que un falsificador del siglo dieciséis
inventara una lista tan larga hacia el futuro. Más todavía, no hay razón por la que pronosticaría la
destrucción de Roma, cuando los papistas tienen tanto interés invertido en, justamente, todo lo contrario.
Es este un potente argumento a favor de que las profecías posteriores a 1595 son de hecho una
representación precisa del documento original. Es probable que jamás sepamos con certeza quién
escribió el original, pero bien puede haber sido Malaquías. La razón por la que las profecías posteriores
a la publicación tienen un carácter diferente y una concreción más extraña, irónica y hasta sarcástica, es
que muy probablemente se trata de profecías auténticas.
Ya hemos sugerido antes que Nicholas Sanders, un inglés, puede haber tomado como referencia el
documento original cuando fue a Roma desde las Islas Británicas. Sanders (1530-1581) era un profesor
de Oxford, con un trasfondo decididamente católico romano, y fue un eslabón más en la larga cadena de
misioneros que se enviaron a Irlanda con el fin de combatir la difusión del protestantismo. Sus escritos se
consideran la base de la mayoría de las historias católicas y romanas sobre la Reforma en Inglaterra. No
sorprende que, debido a la dudosa naturaleza de esa obra, las escandalosas afirmaciones y calumnias que
contenía le valieran a Sanders el mote de “Dr. Slanders” [Dr. Calumnias] en Inglaterra.
El contexto histórico de este período es el de la confusión y la crisis en torno a la reforma de
Inglaterra, cuando Isabel I, hija de Enrique VIII, llegó al trono de Inglaterra e Irlanda en 1558,
defendiendo la teología protestante. Los católicos temían represalias por su cruel trato a los protestantes,
y tuvieron miedo. Por eso Sanders, leal al Papa, dejó su puesto de profesor en Oxford en 1560 y se
dirigió a Roma, y allí fue sacerdote y doctor en teología. Roma fue algo bueno para Sanders, mientras
duró.
Estando en Roma, se codeaba con papistas influyentes como el cardenal Hosius. Fue durante ese
período que publicó los libros que veremos más adelante. Pero luego conspiró con James Fitzmaurice
Fitzgerald para lanzar una invasión papal militar a Irlanda. Querían asegurar que Irlanda fuera del Papa, y
sacar de allí a los protestantes. Sanders y Fitzgerald enviaron unos seiscientos soldados españoles e
italianos bajo la autoridad papal, que desembarcaron en el puerto de Smerwick en Irlanda y fueron
instigadores de la Segunda Rebelión de Desmond. Si bien lograron éxitos superficiales, la campaña fue
un fracaso en última instancia y se cree que Sanders murió de hambre e inanición, oculto en un área
remota de Irlanda, en 1581.
Fue durante los días de gloria en Roma, más o menos en 1571, que Sanders escribió De Visibili
Monarchia Ecclesiae (“De la monarquía de la visible Iglesia”) que brindó el primer relato de los
esfuerzos y problemas de los católicos romanos de Inglaterra a consecuencia de la Reforma. Aunque el
propósito del libro era el de generar compasión por los católicos ingleses, los académicos sospecharon a
partir de su lectura que bien puede haber tenido acceso al documento original de la Profecía de los
Papas. La clave que sugiere que tiene que haber conocido la Profecía de los Papas es que en su libro
argumenta: “…para medir los tiempos, ¡no hay nada más aconsejable que la serie de pontífices
romanos!”.
[38]
Es una disertación que deriva de un libro extremadamente raro, escrito en francés, y cuyo título de
La Mystérieuse Prophétie des Papes [“La misteriosa profecía de los Papas”], que se publicó en 1951.
Hemos tenido la buena fortuna de encontrar una copia de este manuscrito de más de sesenta años, que con
diligencia hicimos traducir al inglés. Lo que encontramos es asombroso: nada más ni nada menos que un
código de conspiración en la vida real. Escrito por René Thibaut (1883-1952), un jesuita belga, el libro
es una lectura meticulosa de la profecía que llega a conclusiones completamente distintas a las de sus
escépticos predecesores. El autor adopta la metodología del místico, además de la del académico, y
presenta un convincente argumento en cuanto a que la profecía de los Papas es una profecía real y
sobrenatural. Pero argumenta que el autor de la profecía probablemente no sea san Malaquías si no
alguien que profetizó con un pseudónimo en su honor, del mismo modo en que un judío anónimo del
período del segundo templo podría haber sido quien compuso el libro 1 de Enoc, probablemente editando
material de fuentes antiguas.
[39]
Lo que tomó en cuenta Thibaut, y que sus hermanos jesuitas más severos
decidieron no tomar en cuenta, son las capas de contexto histórico de las que hablamos antes. Reconoce
una capa de texto auténtica y más antigua, que algún intruso del siglo dieciséis modificó.
Thibaut concuerda en cierta medida con el análisis anterior de que las profecías más antiguas se
cambiaron, pero argumenta que las últimas cuarenta y una sugieren la existencia de un documento mucho
más antiguo y de origen celta. A pesara de que se muestra renuente a autenticar la leyenda, se refiere al
autor como Pseudo-Malaquías, y considera que es irlandés. Basa su proposición en el uso estilístico de
los números y juegos de palabras que forman muchos acrósticos y anagramas.
[40]
En su comentario sobre
el estilo, observa: “Nótese que esta forma de dividir las palabras para discernir diversos significados es
un método al que eran aficionados los antiguos irlandeses”.
[41]
Se puede ver un simple ejemplo de
anagrama en el texto en latín “Peregrinus apostolicus”
[42]
que era la profecía del Papa número noventa
y seis de la lista, Pío VI. El anagrama no solo revela el nombre del Papa, sino que lo repite: Peregrinus
Apostolicus. ¡Así es! El nombre “Pius” [Pío] está incrustado visiblemente en el texto original en latín
¡dos veces! ¿Puede usted imaginar que tal vez tengamos ahora incluso un tercer nivel de contexto para
examinar?
Esta aparición del nombre “Pius” es bastante asombrosa, considerando que tenemos una copia
publicada que data de casi doscientos años antes de que fuera elegido Pío VI. Además, argumenta que la
copla encriptada en “Peregrino apostólico” significa tanto Pío VI como el siguiente Papa Pío VII, ambos
obligados al exilio en el extranjero (es decir, peregrinos). Sugiere también que la repetición sirve como
dicho poético. Es decir que “¡Pius! ¡Pius!” es como el grito de entusiasmo de un marino que grita
“¡Tierra! ¡Tierra!”, al ver que eludirá el mal destino del náufrago en medio de la tormenta.
[43]
Demuestra que sucede lo mismo con muchos patrones de palabras y números incrustados en la lista, y los
incorpora a cuadros e ilustraciones con detalles. Su obra es todo un desafío, y echa luz sobre lo más
complejo. Lo que resulta más electrizante es su cálculo de los cuarenta Papas anteriores a Petrus
Romanus. Nos dejó atónitos su demostración de que muchos de estos criptogramas apuntan a un año en
particular. Pero primero, distingue al profeta de Malaquías de los que han fijado fechas para el fin del
mundo en el pasado:
Incluso si se lo creyera, uno no tiene derecho a compararlo con los falsos profetas que en tiempos
difíciles como los de hoy anunciaban la inminente llegada del anticristo y el Juicio Final. Porque, a
diferencia de esos pájaros de mal agüero, nuestro profeta tiene tan poca intención de asustar a sus
contemporáneos que brinda una lista de 40 Papas ¡antes de esa suprema fecha de vencimiento! 40
Papas, es decir ¡más de cuatro siglos! Exactamente, en el caso actual, ¡440 años! El profeta da un
promedio de pontificado de 11 años. ¿Cómo lo sabemos? Lo veremos luego, cuando en muchos
aspectos pasemos de la elección de Gregorio XIII (1572) a 2012 y el Juicio de Dios (negrita
añadida por los autores).
[44]
Al momento de escribir esto, estamos a dos días de la Navidad de 2011. A riesgo de sonar como
“pájaros de mal agüero” ¡el año 2012 ya llegó! Hace más de sesenta años Thibaut calculó la ominosa
fecha de 2012 mediante la cuenta de la duración promedio de cada papado hasta el momento en que
escribió su libro, hacia 1950: once años. Hemos verificado su aritmética y la extrapolamos a nuestros
días. Y es asombroso, porque el promedio de once años presenta una exactitud de tres décimas, de
1/1000. Para su cálculo, tomando en cuenta el promedio de once años por papado y un total de cuarenta
Papas (11x40), extrapoló 440 años a partir de 1572 (1572 +440) y llegó a la fecha de llegada de Petrus
Romanus, en 2012.
[45]
Eso significa que el año 2012 se veía como “horizonte de los sucesos” en el final
de los tiempos, al menos en opinión de un sacerdote jesuita, ya antes de que nacieran la mayoría de
nuestros lectores.
En el pasado, cuando la gasolina costaba diecinueve centavos por galón, y por cierto mucho antes
del frenesí apocalíptico en torno a la cuenta larga del calendario de los mayas, Thibaut calculó el año
2012 a partir de la Profecía de los Papas. Notemos además que la cita de su libro afirma “en muchos
aspectos”, con lo que está diciendo que llega al 2012 a partir de varios métodos distintos de análisis
criptográfico. Veremos estos métodos después de repasar algo del trasfondo, que es importante. Pero en
cuanto al último año, su cálculo es exclusivo: 2012. De hecho, aunque él reconoce (como nosotros) la
necedad de establecer una fecha para la venida de Cristo, se centra en 2012 solo porque cree que la
profecía lo exige, nada más que por eso. Como el suyo es un libro raro y está escrito en francés, habrá
pocos lectores de nuestro libro que puedan verificar estas afirmaciones como lo hemos hecho nosotros.
Pero en Google Books pueden encontrarse extractos donde uno puede verificar muchas instancias de
2012.
[46]
A modo de ilustración, si se busca con la computadora el texto del libro en el original en
francés, el término “2012” aparece veinticuatro veces. Afirma que hay tantos factores que señalan al
2012 como culminación, que la profecía lo exige. Pero aun así, lo representa más como conclusión de una
era que como la gran tribulación.
[47]
Es casi como un ruego especial. Parece que no quería aceptar el
final profetizado de Roma. Thibaut termina con una frase que lo exonera: “L’année 2012 dira si, oui ou
non, le prophête a vu clair” [El año 2012 mostrará si el profeta vio con claridad, o no”].
[48]
Así será.
Capítulo dos: La profecía de los Papas y el año 2012
“Gloria de Dios es encubrir un asunto; pero honra del rey es escudriñarlo” (Proverbios 25:2)
Cuando empezamos a investigar la profecía, lo hicimos con una saludable dosis de escepticismo. A
la luz de la contra-reforma y la bien documentada predilección vaticana por falsificar documentos, uno
podría sospechar que la Profecía de los Papas es alguna clase de manipulación. Cuando inicialmente nos
zambullimos en lo académico del tema, nuestras peores sospechas parecían hallar confirmación. Desde el
principio, la evidencia de que las profecías anteriores a 1590 se habían escrito después de los hechos,
era tan convincente que pensamos en dejar el proyecto. Pero había algunos cumplimientos notables en el
siglo veinte, como el de Benedicto XV, al que se le adjudicaba el lema Religio depopulate, que
ameritaban un estudio serio y pausado. Existen documentos que acreditan la historia de la profecía en el
siglo dieciséis, por lo que todo lema cumplido después de esa época exigía que se lo considerara en
serio.
Más todavía, a medida que avanzaba nuestra investigación, hubo temas irresueltos que caían en su
lugar y encajaban, con resultados inesperados. Hemos encontrado un tesoro de material de consulta que
pocas veces se menciona en la literatura popular. En el peor de los casos, lo que tenemos es un engaño
jesuita o algo de propaganda papal. Y si es así, entonces como mínimo esta obra brinda una plataforma
desde donde podrán refutarse algunos errores en la teología. Pero aunque no tenemos ilusiones de
grandeza, y no nos vemos como profetas del fin de los tiempos, con revelación especial, sí hay algo
notable en el tesoro que encontramos durante nuestro trabajo de investigación. Hemos preguntado si esta
profecía es realmente auténtica, y llegamos a la conclusión de que como mínimo hay fuerte evidencia de
que Roma promovió (y promueve) la profecía a propósito, incluso aunque algunos jesuitas hayan dicho
que es falsa. Por eso no podíamos descartar que Roma hubiera organizado las cosas de acuerdo con una
profecía católica. Y en ciertos casos, claramente lo han hecho. Con todo, algunos de los cumplimientos
escapan al control humano. Y aunque creemos que los demonios pueden adivinar con conocimiento y
manipular los hechos para dar la ilusión de una profecía, solamente Dios puede inspirar una profecía real
(Isaías 46:9.10). Así que, ¿Por qué permitiría el Dios de la Biblia la Profecía de los Papas? Tenemos
tres consideraciones para proponer:
Ante todo, permítanos proponer una lógica muy simple. Dios utiliza los sucesos menos pensados
para cumplir Su soberano propósito. Tiene esa capacidad única de dar vuelta las tablas de maneras
inesperadas. Pensemos en cómo usó Dios los diabólicos designios de Satán en contra de Jesús. Satán se
metió solito en las manos del Padre, asegurándose su propia derrota en la propiciación de los pecados
del mundo (1 Juan 2:2). La inquisición cósmica acabó cuando Satanás, el gran inquisidor cósmico, se
derrotó a sí mismo. Al parecer su contraparte terrenal (“el gran inquisidor”) también acaba con un
destino similar. A través de la cruz del Calvario, efectivamente, Dios “despojando a los principados y a
las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15). En la
Profecía de los Papas, Misterio Babilonia y su Pontifex Maximi son también un horror público cuando la
Ciudad de las Siete Colinas queda envuelta en llamas. Da escalofríos el imaginar algo así.
En segundo lugar, a partir de las Escrituras se hace aparente que Dios tiene un sentido de la ironía
que no puede compararse con nada. Con solo leer el Antiguo Testamento veremos a Dios derramando Sus
emociones en tono sardónico, como lo hace un amante traicionado: “Y nunca más sacrificarán sus
sacrificios a los demonios, tras de los cuales han fornicado” (Lev. 17:7). Y “Andad y clamad a los
dioses que os habéis elegido; que os libren ellos en el tiempo de vuestra aflicción” (Jueces 10:14).
Pensemos en cómo provoca y se burla de los sacerdotes de Baal el profeta Elías: “Gritad en alta voz,
porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que
despertarle” (1 Rey. 18:27). En algunas versiones en hebreo, leemos: “Gritad, porque es un dios. Tal vez
esté meditando, o haciendo sus necesidades…”. Lo que decimos aquí es que Dios aprecia la ironía y a
menudo utiliza el sarcasmo. También aprecia los acertijos inteligentes (Proverbios 25:2).
Tercero: Dios con frecuencia usa a las personas menos pensadas. Desde la perspectiva católica,
tenemos las palabras del Papa Benedicto XIV: ““Los receptores de profecías pueden ser ángeles,
demonios, hombres, mujeres, niños, paganos o gentiles; tampoco es necesario que a un hombre se le
otorgue el don de una disposición particular para recibir la luz profética si su juicio e inteligencia están
adaptados para hacer manifiestas las cosas que Dios le revela. Aún cuando los méritos morales son muy
útiles para un profeta, no es necesaria para obtener el don de la profecía”.
[49]
Con la debida cautela,
estamos de acuerdo con este Papa y creemos que hay que recordar también el sueño de Nabucodonosor,
en Daniel 2. Dios eligió a un arrogante narcisista rey pagano para revelar una profecía que abarcaría
desde el año 605 a.C. hasta la segunda venida de Cristo. Por supuesto que hizo falta un santo siervo de
Dios, Daniel, para interpretar el sueño. De manera similar Dios usó a Balaam, hechicero contratado por
el rey moabita Balac, que tenía terror del avance de la multitud de israelitas. Por eso mandó llamar a
Balaam, un oscuro hechicero que vive hoy en la infamia profética (2 Pedro 2:15; Judas 11; Apocalipsis
2:14). Pero a pesar de su incorregible postura Dios lo usó para profetizar: “Lo veré, mas no ahora; Lo
miraré, mas no de cerca; Saldrá estrella de Jacob, Y se levantará cetro de Israel, Y herirá las sienes de
Moab, Y destruirá a todos los hijos de Set” (Números 24:17).
Ronald Allen, profesor de Escrituras hebreas en el Seminario Bautista Western, escribe: “En
concordancia con muchos los de la iglesia primitiva y el judaísmo antiguo creemos que este texto habla,
ineludiblemente, de la venida del Mesías. Que la profecía viniera de alguien indigno la hace todavía más
dramática y asombrosa”.
[50]
Así, vemos que Dios usa a los personajes y situaciones menos esperados
para transmitirnos Su mensaje. La profecía de este hombre de Petor, unos mil años antes del nacimiento
de Cristo y proveniente de alguien hostil, probablemente haya sido lo que llevó a los sabios de Oriente
hasta Belén. El autor desconocido de La profezia, una obra supuestamente perdida, también usó a Balaam
como ejemplo, destacando que el don de la profecía: “es esencialmente un don sobrenatural otorgado por
la gracia de Dios, por medio del cual Él certifica la verdad de Su fe al comunicarse a través distintas
almas, incluso a veces infieles como Balaam, que en estados alterados recibieron inspiración espontánea
para hablar milagrosamente del más sublime misterio de Dios”.
[51]
Si llegamos a la conclusión de que la
Profecía de los papas es profecía auténtica, entonces es una imposible ironía de justa lógica que de hecho
fuera inspirada. Tenemos que decidir entonces dónde trazar la línea que separa lo auténtico de lo
falsificado.
John Hogue reconoce que hay una línea demarcadora después de 1590 “más o menos en la mitad de
la lista de sucesión los lemas de san Malaquías sufren una crisis de credibilidad”.
[52]
Concuerda con la
hipótesis de la conspiración jesuita en que la profecía fue un recurso de propaganda del siglo dieciséis.
Pero el hecho de que se la falsificara no es causa de preocupación en última instancia, porque argumenta:
“Tanto si las frases en latín se compusieron en 1140, como si alguien bajo el seudónimo de un santo
medieval las inventó en 1590 o un poco más, el autor sigue, es de todos modos un profeta”.
[53]
Hogue
califica la precisión de las profecías de Malaquías posteriores a 1590 con un puntaje de más o menos 80
por ciento, aunque observa que las predicciones solo parecen ir haciéndose más y más precisas a medida
que pasa el tiempo. Es decir que para Hogue, las más recientes demuestran una exactitud más notable
todavía. Concuerda con que los jesuitas se ocuparon de desacreditar la profecía porque se anunciaba el
fin del papado, y eso era intolerable, más allá de quién fuera el que lo dijese. De allí que Roma buscaría
desacreditar la profecía, porque la escatología católica promueve la idea de que la Iglesia romana
conquista el mundo y no, como anuncia la profecía de Malaquías, que la ciudad de las siete colinas será
destruida durante el reinado de Petrus Romanus. ¿Cree Roma que está destinada a ser destruida?
Por eso es tan intrigante la obra a favor, de ese único jesuita: René Thibaut. Su trasfondo ha sido
difícil de rastrear. Sabemos que nació en Bélgica, en una pequeñísima municipalidad llamada Ciney, el
13 de diciembre de 1883. Ingresó a la orden jesuita en septiembre de 1901. Enseñaba en la Universidad
De Namur, fundada por la orden de los jesuitas en 1831, en Namur, Bélgica. Sus obras publicadas sobre
teología y estudios bíblicos son exclusivamente en francés, pero hemos traducido algunos de los títulos,
como ejemplo: El significado de las palabras de Cristo (1940); El significado del Dios Hombre
(1946), y por supuesto, la que nos ocupa: La misteriosa profecía de los Papas (1951).
[54]
Murió a los
sesenta y nueve años en Egenhoven, Bélgica, el 23 de noviembre de 1952, poco después de que se
publicara su libro sobre la Profecía de los papas.
Por supuesto, no fue el único porque otros católicos, como el Abad Cucherat y el autor anónimo de
La profezia dei sommi pontefici romani han argumentado a favor de la veracidad de la profecía. En
oposición a las dramáticas especulaciones de Hogue respecto de que se quemó el supuesto libro perdido
que contenía evidencia del relato de Cucherat sobre la visión del monte Janículo (libro que ubicamos,
hicimos traducir, y leímos) el autor desconocido admite que la profecía puede haber sido escrita por
Malaquías, o no. Dice:
¿Y qué, si no fue Malaquías? Aun así uno podría preguntarse: “¿Cuáles son los beneficios de tal
argumento?” ¿Quién ha afirmado sin lugar a duda alguna que el autor ha sido el santo? Nadie hasta
ahora lo ha intentado y lejos de exigirlo acordamos que se desconoce quién fue el autor.
[55]
Incluso en ese caso, el autor anónimo sí mencionaba un manuscrito más antiguo, que estaba en el
monasterio de Rimini, y un autor posterior, Joseph Maire, dice que se quemó.
[56]
El autor sin identificar
dice que tendríamos que juzgar la profecía por sus méritos y no por su supuesto autor. En la era moderna
contamos con lo que es quizá uno de los argumentos mejor presentados, publicado por Tan Books: The
Prophecies of St. Malachy [Las profecías de san Malaquías], con comentarios del académico católico
Peter Bander van Duren, un experto británico en heráldica y órdenes de caballero. Bander escribe: “Es
justo decir que la gran mayoría de las predicciones de Malaquías sobre los sucesivos Papas son de una
precisión asombrosa, si tomamos en cuenta siempre que solo brinda un mínimo de información”.
[57]
Thibaut y Bander no son los únicos porque hay otros académicos contemporáneos impactados por la
profecía.
Martin Lings fue un académico islámico, guardián de manuscritos y libros impresos orientales del
museo británico, y amigo de C. S. Lewis. También él publicó escritos apoyando la Profecía de los Papas,
en la publicación profesional Studies in Comparative Religion [Estudios de religión comparada].
[58]
Lings escribe: “Sus breves descripciones siguen siendo tan adecuadas que los escépticos confirmados se
han visto movidos a preguntarse si los cardenales no eligen a veces un Papa que se ajuste a la profecía, o
en otros casos, si el Papa mismo no actuó deliberadamente para que se ‘cumpla’ la profecía”.
[59]
Para
ser francos, cuando leímos esos escritos en realidad sentimos que así era. En ese caso, su artículo
publicado por un medio profesional respetable fue uno de los primeros en argumentar que se trataba de
un auténtico oráculo profético. Porque añade: “La profecía refiere, no pocas veces, a cosas imprevisibles
sobre las que ni los Papas ni los cardenales podrían tener el más mínimo control”.
[60]
Señala también
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HA LLEGADO EL ULTIMO PAPA

  • 1.
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  • 4. Petrus Romanus: Ha llegado el último Papa © 2013 Thomas Horn Una obra en colaboración de Thomas Horn y Cris Putnam Todos los derechos reservados por Defender Press. Publicado originalmente en inglés por Defender Press, con el título Petrus Romanus: The Final Pope is Here © 2012 Thomas Horn A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas se toman de la versión Reina-Valera ©1960, Sociedades Bíblicas Unidas. En los casos en que las citas correspondan a otras versiones en español, se indica entre paréntesis. Traducido y editado por Interpret The Spirit: Karin Handley - Adrián Aizpiri Ilustración, diseño y adaptación de portada por Daniel Wright ISBN 13: 9780984825646 Impreso en Estados Unidos de América Printed in the United States of America
  • 5. Reconocimientos Queremos expresar nuestro reconocimiento a las siguientes personas, cuya amistad, inspiración, asistencia e investigación hicieron que fuera posible terminar este libro según lo planeado: a nuestras amorosas esposas, Shelley Putnam y Nita Horn, a Sue Bradley, Gary Stearman, J. R. Church, Christian Pinto, Mike Bennett, Mike Tatar Jr., Brian y Sonya Hedrick, Chris White, Majel Hyers, al Pastor John MacArthur por su excelente serie didáctica sobre el catolicismo romano, y a Daniel Wright, por su sobresaliente diseño de cubierta. Por supuesto, también agradecemos a Donna Howell, por hacer que lo que decimos aquí suene mejor de lo que lo escribimos, a Pamela McGrew, cuyo diseño interior siempre es de lo mejor. Y finalmente, a los muchos miles de amigos que visitan nuestros sitios de Internet y expresan constantemente su apoyo y cariño. Su afecto nos anima y levanta, en estos momentos tan críticos. Índice
  • 6. Contents Prefacio Introducción: el momento adecuado lo es todo PRIMERA SECCIÓN: LA PROFECÍA ESTÁ TOCANDO A LA PUERTA Capítulo uno: Una visión sobre el monte Janículo Capítulo dos: La profecía de los Papas y el año 2012 Capítulo tres: El bebé de Rosemarie (Petrus) y los sacerdotes que morían por verlo Capítulo cuatro: Misticismo, y los guardianes del conocimiento oculto Pitios, romanistas, y el signo del sexto nudillo Capítulo cinco: Cúpulas, obeliscos, grimorios y cuadrados mágicos: el oscuro secreto tras Washington, DC y Ciudad del Vaticano Capítulo seis: Los Estados Unidos, el Vaticano, el Nuevo Orden Mundial, y la venida del anticristo Capítulo siete: Misteriosa Babilonia: ¿la madre de las rameras da a luz una vez más? Capítulo ocho: Petrus Romanus: ha llegado el último Papa Epílogo: la llegada de Petrus Romanus
  • 7.
  • 8. Prefacio Todo libro que trate sobre profecías medievales tendrá que ser, necesariamente, un libro de historia. El papado es, muy probablemente, la institución más antigua que existe en nuestros días. Y aunque buscamos definir el contexto histórico de los temas que presentamos hay tanto por decir que tenemos que conformarnos con pintar el cuadro a grandes pinceladas, con lo cual inevitablemente no nos es posible presentar los hechos de modo que conforme a todos los lectores. Ante todo, ofreceremos la imagen completa. El papado es producto derivado de la primera Iglesia cristiana que surgió de los hechos del siglo I con Jesús de Nazaret como protagonista, como lo registra la antigua colección de documentos que conocemos como el Nuevo Testamento. Por cierto, hubo hombres de Dios, hombres grandes y justos, que tuvieron relación con el catolicismo a lo largo de los años. Pero creemos que Roma se convirtió en un juggernaut, una fuerza imparable que se embriagó con su propio poder. Nuestro parámetro de la verdad es la Biblia. El cristianismo está definido por el Nuevo Testamento, que es parámetro y evaluación necesaria de todo el que afirme ser cristiano. La formación del canon (regla de fe) del Nuevo Testamento tuvo más de orgánica que de organizada, y respondió en gran medida al ataque e invasión de libros de herejías que se atribuían falsamente a los apóstoles. Los académicos detectan que el canon ya se perfilaba como evidente mucho antes de que cualquier concilio magistral lo declarara como tal. Por ejemplo, John Barton utilizó los datos de la cantidad de veces que los primeros cristianos y padres de la Iglesia citaban los distintos libros, y existe una clara distinción en la frecuencia de uso de los libros del Nuevo Testamento y las obras que no son canónicas. [1] También, los cristianos adoptaron la forma del códice en lugar del rollo y los ejemplos más antiguos dan testimonio de los mismos veintisiete documentos del Nuevo Testamento, juntos y atados como en un libro. [2] De allí que gana credibilidad el argumento de que la formación del canon fue obra espiritual de Dios, por Su providencial autenticación más que por la autoridad bruta de los concilios magistrales. Históricamente, el Nuevo Testamento es una colección de documentos antiguos que es absolutamente única, revolucionaria. A diferencia de otros libros supuestamente sagrados, explícitamente afirma y reclama la inspiración divina: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Tim. 3:16). Si bien habrá quienes quieran debatir y buscar elaborados argumentos en contra, este libro no tiene como propósito defender tal creencia. Más bien, la presupone. Otro revolucionario aspecto del Nuevo Testamento que a menudo se pasa por alto es su perspectiva sociopolítica, única y singular. Porque en oposición a cualquier otro sistema religioso en los documentos del Nuevo Testamento encontramos una imagen inimitable de una sociedad compuesta, diversa. Lo decimos en el sentido de que se define al mundo como compuesto por dos grupos de personas, en términos del Evangelio: los creyentes y los no creyentes. A los creyentes se les encarga la tarea de ser embajadores que entran en terreno hostil, apelando pacíficamente a los no creyentes para que se reconcilien con Dios (2 Corintios 5:20). Han de hacerlo por medio del ejemplo humilde y la persuasión, jamás mediante amenazas o coerción. Los mayores opositores de Jesús eran los líderes religiosos. Hasta se les podría ver como los papas, obispos y cardinales del judaísmo del siglo I. De manera similar, se consideran por separado la iglesia y el estado y a los cristianos se les manda vivir en paz, incluso cuando los gobiernos sean hostiles (cf. Rom. 13). Pensemos en que, antes de Jesucristo, este concepto de sociedad compuesta y diversa era algo inaudito en la experiencia humana del mundo. En todas las sociedades anteriores la religión y el estado conformaban un magisterio unificado.
  • 9. Incluso en el Antiguo Testamento, la iglesia y el estado eran una unidad, como sistema y sacerdocio teocrático primero, y monárquico más tarde. Si bien había una separación entre las obligaciones y derechos del sacerdote y el rey, la nación judía era una sociedad sacra unificada. El Nuevo Testamento echó por tierra el sacerdocio exclusivo para dar lugar al sacerdocio universal del creyente, con Jesucristo como cabeza. En ninguna parte se llama “sacerdotes” a los líderes de la Iglesia. Se les llama ancianos o diáconos, y Pedro los anima a actuar: “no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Ped. 5:3). En nuestros días, tenemos una ilustración obvia de lo que es un sistema sacro en el Islam, con su sistema de la ley de sharia. En países como Irán, Arabia Saudita o Yemen, el estado hace cumplir las leyes religiosas y si uno acepta el Evangelio está arriesgando su vida. De manera similar, en China o Corea del norte la secta estatal atea encarcela, tortura y ejecuta a los cristianos, acusándolos de ser disidentes políticos. En el hinduismo el sistema de castas determina la posición de cada persona en la sociedad. Esta es la oscuridad de las religiones no cristianas. Que revela también lo distinto del reino instituido por Cristo. Jesús anunció que “el reino de Dios se ha acercado” (Mar. 1:15) pero simultáneamente dijo que este reino “no es de este mundo” (Juan 18:36). Con todo, cuando Satanás tentó a Cristo, le ofreció un atajo para poseer todos los reinos de este mundo, y Él lo rechazó (cf. Mat. 4:9). En consistencia con ello, creemos que la separación de la iglesia y el poder temporal es algo esencial al cristianismo puro. Y el Nuevo Testamento es el único libro religioso que anima y respalda el modo de la sociedad compuesta por sobre la sociedad sacra. Es evidente que jamás ha existido una “nación cristiana” o “reino cristiano” en un mapa físico, y solo lo habrá cuando Cristo regrese. Creemos que Satanás ataca esta enseñanza con vigor, creando confusión. Durante gran parte de la historia, esa enseñanza pareció haberse perdido y fue recién con la reforma protestante que volvió a salir a la luz. Debido a esa reforma la sociedad en los Estados Unidos también es compuesta en cuanto a que como nación, se aboga por la separación de la iglesia y el estado. Y eso, mayormente debido a la angustia y dificultad de los puritanos y otros grupos que huyeron de las religiones impuestas por el estado, en Inglaterra y en Roma. Por su puesto, en los Estados Unidos originalmente se buscó mantener a las iglesias libres del estado, aunque no bajo la forma de eliminar la oración de las escuelas, u otras distorsiones parecidas. La motivación original era la de ejercer la religión con libertad, no la de librarse de la religión. Dicho esto, lo que hizo grande a la nación de los Estados Unidos fueron sus raíces cristianas y su perspectiva basada en el Nuevo Testamento. La Biblia nos enseña a ser ciudadanos modelo. Porque destaca las virtudes del esfuerzo y el trabajo, de amar al prójimo (incluso a los enemigos) y de pagar los impuestos. Jesús ilustró a la perfección la visión, la perspectiva de un mundo compuesto, cuando enseñó: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mat. 22:21). Al meditar en el peso de esa enseñanza, es importante recordar lo diametralmente opuesto del gobierno romano respecto de Cristo. Pero aún así, Jesús les enseñaba a los creyentes a vivir en esta dicotomía entre la Iglesia y el estado/el mundo, como embajadores Suyos. Sin embargo, hay un enemigo muy real que trabaja todo el tiempo en contra de nosotros, y eso implica que estamos en estado de guerra. El Nuevo Testamento también proclama que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19), e incluso la traducción católico-romana confirma que: “el mundo entero yace en poder del Maligno.” (1 Juan 5:19) [3] (Nótese, sin embargo y con el fin de comparar versiones, que la Traducción en Lenguaje Actual dice: “el resto de la gente en el mundo está dominada por el diablo”). Por supuesto, hablamos de Satán, a quien Jesús se refirió como “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31; 14:30). El apóstol Pablo lo llamó “príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2) y dijo que “el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Cor. 4:4). De modo que todo el sistema malvado del mundo recibe la energía de Satanás por medio de un misterio de iniquidad que funciona las 24 horas del día en oposición
  • 10. a Dios (2 Tesalonicenses 2:7). El sistema del “mundo” o kosmos es la esfera de influencia del mal por medio de la cual trabaja y obra Satanás. Al cristiano, entonces, se le enseña: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo” (1 Juan 2:15a). Una de las tesis principales de este libro es que gran parte del cristianismo protestante y de la Iglesia de Roma comenzó bien, pero abandonó la bifurcación del Nuevo Testamento y se ha dejado absorber por el sistema del mundo. No intentamos presentar una imagen equilibrada de la historia de la Iglesia como institución, sino más bien brindar evidencia de respaldo para nuestra tesis primera y general. La falsa religión invariablemente tendrá que ver con algún tipo de sistema ritualista que tiene como fin apaciguar la ira o ganar el favor de una deidad. En este limitado sentido el verdadero cristianismo no es un sistema religioso porque no ofrece un medio para que la gente se acerque a Dios. En el cristianismo, más bien, es Dios quien se acerca al ser humano. Jesús dijo con toda claridad que Dios fue Quien hizo la primera movida: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44). En los sistemas no cristianos, la salvación se gana y se mantiene. Pero en el Nuevo Testamento, se ofrece la gracia por medio de la fe como medio de salvación. Esa salvación es la obra Dios, no de los humanos. Más que un sistema, el Nuevo Testamento presenta a un Salvador, y todo lo que se requiere es fe en Su muerte de propiciación y Su resurrección. Este es, el Evangelio que transforma vidas. Como ejemplo, ofrecemos la introducción a la carta que Pablo les escribió a los gálatas: Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos), y todos los hermanos que están conmigo, a las iglesias de Galacia: Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (Gálatas 1:1-5) Este breve pasaje contiene siete cosas esenciales en la fe cristiana: 1) Dios como Padre (v. 1); 2) Jesús como señor (vv. 1, 3); 3) la resurrección (v. 1); 4) la gracia de Dios Padre (v. 3); 5) Jesús se entregó a Sí mismo una sola vez por nuestros pecados, para librarnos del mal (v. 4); 6) la muerte de Jesús fue voluntad del Padre (v. 4); 7) solamente Dios es digno de gloria (v. 5). De allí que cualquier sistema que se desvíe de estas cosas esenciales dejará de ser cristiano. Con el fin de ser transparentes también afirmamos los cinco principios teológicos que distinguen a los reformadores: 1) Sola scriptura (“por Escritura solamente”); 2) Sola fide (“solamente por la fe”); 3) Sola gratia (“por gracia solamente”); 4) Solus Christus (“solamente por medio de Cristo”); y 5) Soli Deo gloria (“gloria a Dios solamente”). Ofrecemos esto de manera directa y desde el comienzo mismo porque los argumentos posteriores se basan en este fundamento, ya pre-supuesto. Albergamos la esperanza de que el lector deje de lado los ritos y rituales religiosos para abrazar la fe histórica del Nuevo Testamento. Creemos que Dios creó a los seres humanos a Su imagen y semejanza, para vivir en relación con Él, en comunidad. Toda relación tiene que ver con la conexión y la comunicación. Y aunque así fue cómo comenzó todo en el jardín, la Biblia registra con claridad que por rebeldía el ser humano cayó y puso en riesgo esa relación (Gén. 3ff.). A su debido tiempo Dios se hizo carne, como hombre, en Cristo. Lo hizo para brindar definitivamente el medio por el cual la humanidad sería restaurada. Jesús también vino para traernos un sentido, un propósito, y un modelo del sistema de valores del cielo. Y gracias a Su sacrificio redentor, Dios habita en los creyentes en íntima relación, por medio del Espíritu Santo. Dios llama a los seres humanos, caídos, por medio de creyentes redimidos mediante el poder del Espíritu Santo. Los creyentes son Sus embajadores (2 Cor. 5:20) y el Espíritu es el que atrae al que no cree (Juan 6:44). Solamente por justificación y santificación puede el ser humano volver y ser restaurado a la relación correcta con Dios. El boleto de viaje al Reino está en la elegante simpleza del Evangelio:
  • 11. Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación (Romanos 10:9-10) Queremos extender esta invitación a todos, incluso a los católicos romanos. Para ello, tenemos sin embargo algunas advertencias. Ante todo, este libro no califica como no cristianos a todos los católicos romanos. Afirmamos que los cristianos católicos han logrado algunas cosas muy buenas para el Reino de Dios. Sin embargo, sí creemos que ciertos dogmas de las iglesias católicas, protestantes de las corrientes principales, y algunas evangélicas, representan una formidable piedra de tropiezo para el auténtico Evangelio. Por eso nuestra intención no es la de atacar a los católicos con un libro sobre el último Papa, sino que buscamos dirigir la atención de todos hacia una advertencia de importancia fundamental. En segundo lugar, no argumentamos exactamente como los reformadores que el papado necesariamente es el anticristo. Pero con todo, demostraremos de manera concluyente que hasta hace un siglo era esta una doctrina definitiva, que sin grandes aspavientos se ha barrido bajo la alfombra de la historia. El revisionismo es, para nosotros, sospechoso. Y aunque creemos que existen motivos de sustancia para la clásica posición protestante, se sugieren aquí importantes ajustes y calificaciones. Tercero: de ninguna manera buscamos establecer fechas para la tribulación, ni para el retorno de Cristo. Queremos decirlo con toda claridad, para que no se malentienda: No estamos afirmando saber cuándo volverá el Señor. Sin embargo, sentimos ansias de hablar de una notable cantidad de profecías, interpretaciones y señales que se conjugan, principalmente de la profecía de los Papas, que está muy cerca de cumplirse. Las fechas que presentamos son resultado de la investigación de las creencias de varios expositores cristianos y católicos. No estamos afirmando ni definiendo fechas. En cuarto lugar, la profecía de los Papas tiene un origen un tanto dudoso y el Vaticano tiene una historia comprobada y demostrable de revisionismos y falsificaciones. De todos modos, presentamos un análisis crítico que revela destacadas oportunidades de desafiar la evidencia que respalda la exactitud de la profecía de los Papas. Nuestro servicio al lector es ante todo el de servir como “centinelas sobre las murallas” (“atalayas”, Eze. 3:17). Lo que hicimos fue simplemente investigar, y seguimos la evidencia para ver hacia dónde nos llevaba. Este libro no es más que la presentación de lo que investigamos, para que el lector lo tome en cuenta.
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  • 13. Introducción: el momento adecuado lo es todo Las cosas avanzan a paso lento, como un glaciar, hasta que llega el momento… El escritor y editor Tom Horn ha revelado en reiteradas oportunidades un maravilloso talento para discernir sucesos que están maduros para ser revelados. En combinación con los talentos para la investigación académica que aporta Cris Putnam, hoy presentan un avance importantísimo, y lo traen a la luz del día. Descubrieron, trabajando tras bambalinas en un mundo que se caracteriza por torrentes y remolinos de información que confunde y desafía, que determinados documentos difíciles de entender, hoy tienen una pertinencia asombrosa. A partir de estos documentos, fueron destilando una corriente de estudio, clara y que se pueden entender. Hoy, han echado luz sobre una oscura profecía que pasa a ser un hecho real y actual, a punto de dar el salto hacia la concreción en la realidad. Parece que se acerca un momento importante, en que se levantará un velo. Salomón dijo en Eclesiastés 3:1: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”. En las páginas de este libro el lector se enfrentará al desafío de ver que el momento de un hecho largamente esperado está a punto de concretarse, ante los incrédulos ojos del mundo. Hay algo de proporciones gigantescas que va metiéndose en el paisaje. Y en el mundo entero hay instituciones que van descubriendo que sus cimientos se están convirtiendo en arena. Que todo está cambiando. Hay una loca carrera por lograr el rol de ascendente. Una de esas organizaciones, la burocracia continua más antigua del mundo, la Iglesia católico romana, ha llegado a un punto crítico…un giro crucial…que muchísimos de los de sus filas han susurrado a escondidas durante siglos. Ha llegado el momento que se predecía. Y pronto, a medida que avance en la lectura, encontrará usted respuestas que han estado latentes durante siglos. Con un diseño estudiado y cuidadoso el Vaticano se erige como un monumento a la atemporalidad. Su teología nutre las ideas de que están por abrir paso a una Eda de Oro en la que el pontífice que reinará en los últimos tiempos dará la bienvenida a Cristo en Su Segunda Venida y recibirá de Su mano las llaves del Reino. Hasta tanto llegue ese preciso momento, la jerarquía católica vive obsesionada por mantener el estatus quo. Se ve como guardiana del Milenio por venir, y planea estar en el centro del reinado de Cristo en la Tierra, desde la reconstruida Ciudad Real y el Tercer Templo. Se toma muy en serio el rol de custodio y considera al mundo exterior como enemigo suyo, como al diablo mismo. Se ve como pura y fuerte preservadora de la fe. Esta jerarquía considera que sus tradiciones, a menudo autogeneradas y bastante recientes en origen, son firmes como la roca. Es que ha construido lo que tal vez sea la barrera burocrática y jurisdiccional más complicada del mundo. Su procesión de Papas, cardenales y administradores en múltiples niveles se inició en medio de la Edad Oscura. Con cuidado, con muchísimo cuidado, va avanzando casi a tientas, a medida que pasan los siglos. Y como sus maestros han sido la procesión de épocas, las guerras – cortas o largas – y las delicadas negociaciones con las casas reales de Europa, sus reflejos están finamente sintonizados. Ha perfeccionado el arte del camuflaje, para verse como una cosa en tanto actúa como si fuera otra. En la superficie, es una iglesia con cientos de tradiciones y creencias. Es un sistema de enseñanza con una red global de escuelas. Pero debajo de esa superficie, cuenta con una larga historia de manipular con poder, siempre de manera que el resultado le beneficiara. Visualmente el Vaticano es un monumento insuperable a la religión del mundo occidental. Sus laberínticos archivos no tienen igual en términos de su alcance histórico. Permanecen ocultos bajo capas y capas de historia… ¡a lo largo de un milenio y medio de historia! Sus bibliotecas y laboratorios son un
  • 14. laberinto de cuidadísimos índices y secreto subterráneo. Hasta tiene un observatorio propio desde donde sus directores emiten ocasionalmente fantásticos anuncios en cuanto a la posibilidad de que sociedades extraterrestres visiten la Tierra ¡y pronto! Visto desde afuera el Vaticano es implacable, inescrutable e impenetrable. Los que están fuera de la fe verán lo que la “Madre Iglesia” quiere que vean, y nada más que eso. Pero por dentro están los que saben. Institucionalmente, el Vaticano es quien origina documentación secreta, es el inventor de lo que hoy conocemos “ultra secreto”. El lugar es una amalgama de bóvedas, habitaciones dentro de habitaciones, tradiciones arcanas, más justas que los justos, firmes e inamovibles. Conforma la visión de la callada compostura. Esos secretos internos solo pueden verse sobre la base de lo que “hay que saber”. Bien conocido es que en sus niveles más subterráneos se guardan los botines de muchas guerras, en distintos lugares, secretos, que llegan a los días del sitio de Jerusalén liderado por Vespasiano, y al saqueo del Templo judío ordenado por su hijo Tito. Cerca de la Colina Capitolina y la Santa Sede de Ciudad del Vaticano el Arco de Tito sigue siendo hoy un monumento al saqueo de Jerusalén, en el año 70 D.C. Entre otros elementos del saqueo, pinta la Menorá del templo en un desfile triunfal por las calles de Roma. Y como ilustración del gusto y predilección del Vaticano por ocultar las cosas, vaya el siguiente episodio: En 1996, siendo Papa Juan Pablo II, Shimon Shetreet como Ministro de Asuntos Religiosos de Israel escribió una carta oficial que se entregó en mano en las oficinas papales. Allí afirmaba haber encontrado claves en una reciente investigación de la Universidad de Florencia. Dijo que ciertos documentos antiguos habían revelado que la Menorá y otros valiosos artefactos del templo estaban guardados con gran celo y en la clandestinidad, en las bóvedas subterráneas del Vaticano. Con solo imaginar lo que podrían contener los depósitos secretos del Vaticano desde hace tantos siglos, uno queda estupefacto. Por cierto, hay rollos del siglo I, guardados en atmósferas de nitrógeno donde la temperatura no varía nunca en más de una fracción de grado. ¿Podría haber retazos de género de las ropas que vestían los discípulos? ¿Pinturas del siglo I? ¿Rollos hebreos del templo de Herodes, tomados como botín? ¿Manuscritos originales del Nuevo Testamento? Las tradiciones del Vaticano son profundas y completas, y a menudo rayan los misterios más asombrosos. Pero cada tanto, hay engañosas “filtraciones” que distraen porque apuntan en la dirección equivocada. Ha habido películas recientes que publicitan la naturaleza oscura y secreta de esta antigua institución. El código Da Vinci y Ángeles y demonios, han plantado una fuerte sugestión en la conciencia del público. ¡Hay algo que está a punto de sacarse a la luz! Y aunque el Vaticano se protege y se ha protegido siempre, de alguna manera jamás echó tierra sobre la antigua profecía del siglo XII de San Malaquías, que habló de un gran mal que surgiría un día del trono Papal. Entraría en escena el último Papa y con él, vendrían los sucesos de los últimos tiempos. El libro que tiene usted en sus manos existe para echar luz, más brillante, sobre la famosa predicción. Y también para traer cautivantes noticias e información, que en este mundo caótico ¡tienen sentido! El futuro ha llegado en medio de un remolino de sucesos que se retroalimentan y van revelando un entorno global que parece estar alineado justamente para que aparezca este Papa de la profecía. Su misteriosa figura parece estar a punto de dar el salto para entrar de lleno en el mundo moderno. Y cuando lo haga, estará totalmente al tanto de las asombrosas revelaciones que están por salir a la luz ante la atónita mirada de un mundo ingenuo y engañado. Hay secretos de las bóvedas de la historia a punto de salir a flote en un mar que inunda las calles del mundo. Este hombre, de fundamental y solemne importancia y significado ¿está surgiendo incluso en medio de un mundo que cae en el desorden moral, espiritual, y financiero? Hay quienes le han llamado “Pedro, el romano”.
  • 15. ¿Quién es él, en realidad? Siga leyendo y descubra su secreto. Su momento parece haber llegado. Y el momento indicado lo es todo. Gary Stearman Prophecy in the News [Profecía en las noticias]
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  • 17. PRIMERA SECCIÓN: LA PROFECÍA ESTÁ TOCANDO A LA PUERTA
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  • 19. Capítulo uno: Una visión sobre el monte Janículo Malaquías se sentía confundido, sin aliento. Jadeaba, y un sudor frío le bañaba el rostro. Se preguntaba si estaría por ver al Señor o si se trataba de otra visión de esas que eran como un hechizo. Quería descansar. Bernardo, ¡Oh! ¿dónde está Bernardo? Y entonces recordó. Confusión…tanta confusión sobre el papado. Las palabras llegaban, con furia y velocidad, una vez más. Bailaban en su mente frases en latín litúrgico. ¿Es que el diablo había tomado el papado? Schismaticus, papas y antipapas, locos de poder, políticos, representando un papel en la casa de Dios. Las profecías de los papas eran como ramas enredadas en su afiebrada conciencia; el dragón, oh, no, el dragón, Draco depreffus y luego, Anguinus uir ¿sería este un Papa serpiente? Tan solo el año pasado había muerto el antipapa Anacleto, el veinticinco de enero de 1138, permitiendo finalmente que ascendiera a la Santa Sede el designado Inocencio II. Cuando los cardenales conspiradores habían lanzado su golpe, Inocencio II huyó de Roma ante la oposición, bajo su nombre verdadero, Gregorio Papareschi, y fue el querido Bernardo quien lo refugió en la abadía. Había sido este año, nada más que el Papa Inocencio había podido recuperar la Santa Sede, y por ello, esta peregrinación desde Irlanda a Roma. La fatiga empezaba a esfumarse y Malaquías recordó qué era lo que le había llevado ese día al monte Janículo. Después de su arduo viaje de Irlanda a Roma, el breve respiro en la Abadía de Clairvaux (o Claraval) en el Valle de Abisinia, le había dado esperanzas. Sin embargo, y aunque quería a Bernardo, la amargura de la carcoma le infectaba el alma. Había pedido permiso a su santidad para terminar sus días con su leal amigo Bernardo, en retiro, en la abadía. Lamentablemente el pontífice solo había aumentado sus responsabilidades, nombrándolo Delegado Papal para toda Irlanda. Pero Malaquías estaba muy cansado de todo, tan agobiado y cansado. ¿Qué era lo que presionaba al Papa? ¿Cristo no les había dicho a Sus discípulos: “el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mateo 20:26)? La bestia llegaría algún día y Malaquías lo sabía…Bellua infatiabilis. Fue entonces que supo que los papas habían aceptado el indecible trato y ya no habría vuelta atrás. Después de que se cumplieran los tiempos, Petrus Romanus marcaría el final de Mysterium Babylon magna. ¿El hombre que tuvo la visión del último Papa? En el modesto asentamiento de Armagh, en la tierra bella, vasta y de color esmeralda del norte de Irlanda, un noble y jefe llamado Lector Ua Morgair y su bien instruida esposa celebraban en 1094 el amanecer de una nueva vida en su hijo, Máel Máedoc Ua Morgair. Ninguno de los dos podría haber sabido que ese pequeñito que acababa de nacer sería una figura central en la profecía del fin de los tiempos. De niño, Máel Máedóc Ua Morgair (“Malaquías”, en versión más moderna y del inglés vernáculo) vivía alegre en medio de los sonidos que conocía y el ambiente familiar iluminado por las velas de la Catedral de Armagh. Fue su padre, el culto Lector de Armagh, quien se hizo cargo personalmente de su educación, hasta el fatídico día de la muerte de Lector en 1102. Malaquías, su hermano y su hermana, quedaron a cargo de su madre. Sola, era una mujer que San Bernardo de Clairvaux describió como “una mujer cristiana, responsable y laboriosa”. [4] Conforme pasaban los años, Malaquías siguió estudiando con Imar (o Imhar) O’Haglan como mentor. Era un hombre que centraba sus enseñanzas en el renunciamiento a los placeres terrenales para preservar el alma eterna. Tras los pasos de asceta de O’Haglan, Malaquías mostraba tener astuta percepción dentro de los muros de la catedral y la paupérrima celda subterránea donde O’Haglan pasaba
  • 20. sus días como ermitaño. A pesar de las protestas de su hermana y los conocidos de la escuela cuando la autoflagelación, la penitencia y otras prácticas religiosas pasaron a ser más importantes que el ser un profesor inspirado como lo había sido su padre, Malaquías seguía buscando oportunidades para expresar su pasión por la Iglesia y la vida que creía estaba destinado a llevar por elección de Dios. Cada día se acercaba más a los efectos de la autoridad y visión de O’Haglan. Pronto, Malaquías adoptó el uso de los cánticos gregorianos a su régimen, además del celo por la reforma de la Iglesia. Cuando el joven tenía veintidós años el arzobispo Cellach de Armagh (o Ceollach, Celso), a quien O’Haglan conocía bien, lo encontró excepcional y prometedor, al punto que dejó de lado la ley canónica y ordenó al muchacho como diácono tres años antes de lo acostumbrado. En 1119 lo designó vicario general y confió a Malaquías la tarea de reformar la diócesis, durante la ausencia del arzobispo. Los cambios observados en la diócesis fueron inmediatos y extraordinarios. Los sermones de penitencia que daba Malaquías encendían la pasión en la gente común e inspiraban a los laicos a respetar las reglas canónicas de la Iglesia. Eventualmente, Malaquías se dirigió a Lismore para repasar y pulir su conocimiento del canon bajo la dirección y los consejos del académico y famoso Obispo Malchus. (San Bernardo escribe que el Obispo Malchus era “un hombre anciano, lleno de días y virtudes, y la sabiduría de Dios estaba en él”. [5] Explica también que más adelante se reconoció que el obispo había obrado dos milagros. Uno, en que había sanado a un muchacho de una enfermedad mental. El joven luego fue su portero. El otro milagro fue “cuando el santo se puso los dedos en los oídos y sintió que de allí salían dos cosas parecidas a unos lechones”. [6] Para San Bernardo es importante destacar estas cosas en cuanto a la reputación del Obispo Malchus “para que se sepa qué tipo de preceptor tenía Malaquías, en el conocimiento de las cosas santas”. [7] No hace falta mencionar que Malaquías trabajaba y estudiaba con otras personas cuyos nombres en la Iglesia resultaban importantes). Aunque el propósito de su viaje a Lismore era el de pasar un tiempo estudiando, en calma, Malaquías no estuvo ocioso allí y aprovechó cada oportunidad para hablar sobre los asuntos de la época en la Iglesia, tema que le interesaba y a menudo el mismo Malchus lo mandaba “a predicar la palabra de Dios a la gente y a corregir muchas prácticas de maldad que se habían ido instalando a lo largo de los años. Tuvo mucho éxito. Para reformar el clero instituyó reglas respecto del celibato y la disciplina eclesiástica, reinstaurando el recitado de las horas canónicas. Pero lo más importante es que les devolvió los sacramentos a las personas comunes, al enviar a buenos sacerdotes para que instruyeran a los ignorantes. Regresó a Armagh en 1123”. [8] Ese mismo año Malaquías fue nombrado Abad de Bangor, y allí asistió en la obra de reconstrucción de la abadía y la formación de un seminario. Pero lo más importante fue que a partir de entonces, se le atribuyeron una serie de milagros, y el don de la profecía. Una de las profecías más notables, y que cuesta descartar como producto de la mera casualidad, halla su cumplimiento en el siglo veinte: Irlanda sufrirá opresión inglesa durante una semana de siglos [700 años] pero preservará su fidelidad a Dios y Su Iglesia. Al término de este tiempo será liberada y los ingleses a su vez tendrán que sufrir severo castigo. Pero Irlanda será instrumental en la tarea de llevar a los ingleses de nuevo a la unidad de la Fe. La dominación anglo-normanda de Irlanda se hizo efectiva un siglo después de la predicción de Malaquías. La independencia de la parte sur de Irlanda llegó 700 años más tarde, a principios del siglo XX. Si la predicción no es apócrifa, antecede al cisma entre la Iglesia de Inglaterra y la fe
  • 21. católica, con una anticipación de cuatro siglos, e implica que el anglicanismo caerá en algún momento del futuro cercano, cuando termine su reinado el último Papa. [9] Sin embargo, Ives DuPont afirma que esto comenzó en el siglo doce y que terminó después de la Segunda Guerra Mundial. Dice: “La liberación llegó en etapas: la Primera Guerra Mundial, la independencia dentro del imperio británico, la Segunda Guerra Mundial, y la independencia total. Así, Irlanda estuvo bajo el gobierno británico durante siete siglos”. [10] Sin embargo, se aplica igualmente al secularismo rampante de Inglaterra, en última instancia conquistado por el cristianismo. A los treinta años, Malaquías ya era el Obispo Malaquías de Down y Connor. John Hogue dice, de la nueva posición de Malaquías: “El obispado se consideraba uno de los agujeros más negros de Irlanda para la fe. Malaquías se enfrentaría a una moratoria de diezmos de la iglesia, a la escasez de sacerdotes y una falta todavía mayor de clérigos célibes; le daban escalofríos al ver que se oficiaban los sacramentos de manera improvisada sobre la base del rechazo a la ley canónica y la preferencia por los rituales irlandeses nativos y con frecuencia, semipaganos”. [11] Malaquías jamás había visto antes una cohesión tan laxa a las leyes de Dios dentro de los muros de la Iglesia. La disciplina, las ofrendas, el diezmo, las primicias en ofrenda y el ir a confesarse eran cosas del pasado. Se celebraban matrimonios ilegales. Los cristianos se comportaban como paganos... “Jamás había encontrado hombres tan desvergonzados en cuanto a la moral, tan muertos en cuanto a los ritos, tan impíos en cuanto a la fe, tan bárbaros en cuanto a las leyes, tan obstinados en cuanto a la disciplina, tan impuros en cuanto a la vida”. [12] Sin embargo, y porque creía que era “pastor y no un contratado asalariado” [13] Malaquías luchó por corregir los problemas, sin demora y en su entusiasmo descubrió seguidores dispuestos a acompañarlo en la tarea de restablecer la devoción a los rituales. En esa época dice la leyenda que Malaquías tuvo un sueño en el que se le apareció una mujer que reveló su identidad diciéndole que era la esposa del arzobispo Cellach. Le entregó a Malaquías un cayado de pastor y desapareció. Cuando lo contó a los de su compañía, todos consideraron que era importante porque durante unas quince generaciones, los que ocupaban altos puestos en Armagh, tanto en la política secular como en la Iglesia, siempre mantenían los puestos dentro de las jerarquías familiares. Como resultado, era norma nominar a un familiar como sucesor de un arzobispo, como si fuera una herencia, en lugar de hacerlo según las obras de la Iglesia. El arzobispo Cellach, sin embargo, quedó impresionado por el ministerio de Malaquías e ignoró las expectativas de su familia. Con la expectativa de que Malaquías pudiera llevar nueva vida y esperanzas a la Iglesia, y porque quería poner freno a la sucesión hereditaria a los puestos, Cellach les encargó a sus subordinados que difundieran la noticia de que sería Malaquías quien ocuparía su puesto como arzobispo de Armagh. Cuando Malaquías se enteró de ello, no se sorprendió. Lo que había visto en su sueño era justamente eso y a pocos días de la muerte de Cellach Malaquías recibió el cayado de éste (que también había visto en el sueño) y una carta que confirmaba la noticia de su ascenso. La familia de Cellach enfureció ante el escándalo. Se sentían estafados ante la decisión de nombrar como arzobispo a alguien que no pertenecía a la familia, y entre ellos y Malaquías la tensión fue en aumento. El primo de Cellach, Murtagh (o “Murtough”, “Muirchetrach”) imaginaba que él era digno del puesto y su familia le defendió durante su campaña por llegar a ser arzobispo, al punto de estar dispuestos incluso a utilizar la fuerza para reclamar el puesto si era necesario. La gente de la Iglesia apoyaba a Malaquías, porque también querían poner fin a la sucesión hereditaria. Pasaron tres años, y Malaquías permanecía en el monasterio, no porque se negara a ser arzobispo sino porque no quería participar de una guerra entre Murtagh la Iglesia. El delegado papal eventualmente
  • 22. se hartó, asqueado ante la tiranía de Murtagh y la Iglesia ordenó a Malaquías que tomara su puesto so pena de excomulgarlo. Malaquías accedió y en respuesta a la orden recibida aceptó su posición de arzobispo desde la distancia con el fin de evitar el desastre de la guerra político-religiosa. Negoció con el delegado: si la Iglesia alguna vez recuperaba la libertad en cuestión de la sucesión, él a su vez se tomará una licencia para poder tener tiempo para estudiar y apartarse del puesto asumido por obligación. Se mantuvo a salvo fuera de las murallas de la ciudad, y tuvo poder para gobernar como reconocido arzobispo de Armagh, sin tomar posesión inmediata de su Sede. Cuando Murtagh murió en 1134, reveló que el hermano de Cellach, Niall, sería su sucesor. Durante esa época la gente en general creía que quien estuviera en posición del Bastón de San Patricio (el Bachal Isu o “Cayado de Jesús”) y del Libro de los Evangelios (o Libro Sagrado) era el verdadero arzobispo. Por eso, Niall vio una oportunidad y la aprovechó. Con el fin de verse como legítimo arzobispo por derecho propio, robó estos dos artículos de la catedral de Armagh. A pesar de que no hay detalles o información precisa sobre el tema de la recuperación de lo robado por Nial (la mayoría de los registros señalan que hubo una pequeña guerra entre las dos partes, con el rumor de que fue la diplomacia de Malaquías que le pudo poner fin, además del hecho de que recuperó los elementos comprándoselos a Niall), lo cierto es que, eventualmente Malaquías los recuperó y ocupó su lugar como primado en la ciudad de la catedral de Armagh. “En 1138, habiendo violado la tradición de la sucesión hereditaria, habiendo rescatado a Armagh de la opresión, restaurando la disciplina eclesiástica, restableciendo la moral cristiana y viendo que todo estaba tranquilo, Malaquías renunció a su puesto según lo acordado en un principio”. [14] Malaquías se retiró a Bangor para vivir en paz durante un tiempo, disfrutando de la camaradería de los otros monjes, pero con pocas exigencias de horarios, y para estudiar en soledad. Eventualmente Malaquías sintió la necesidad de poder reunirse con el Papa Inocencio II en Roma para reconocer oficialmente a los arzobispos (y las Sedes) de Armagh y Cashel con un palio, un manto de lana como marca oficial de autoridad, con el fin de que se estableciera la jurisdicción del arzobispado por sobre las provincias eclesiásticas y también para obtener el favor y bendición del Papa sobre los avances dentro de la Iglesia. En 1139 reunió a algunos compañeros para que viajaran con él, consiguió animales de carga y se dirigió a Roma. Atravesaría Escocia, Inglaterra y Francia. Fue durante sus viajes que llegó a la Abadía cisterciense de Clairvaux (o Claraval) donde conoció al futuro santo Bernardo (que sería luego su principal biógrafo). Malaquías se detuvo allí para descansar durante poco tiempo, y quedó encantado con la abadía. También trabó amistad con el abad. El abad Bernardo tenía una visión particular e inusual del ministerio. Mantenía el cuerpo en forma practicando artes marciales y quienes estuvieran junto a él debían estar dispuestos en todo momento a defender a la Iglesia, costara lo que costara. Para Malaquías este hombre demostró ser un manantial de pasión religiosa y cuando llegó el momento de dejar la abadía para proseguir con su peregrinaje a Roma, en secreto planeó que pediría pasar los años de su retiro recluido en Clairvaux. Dieciséis meses después de iniciado el viaje Malaquías llegó por fin a Roma, con el corazón y la mente llenos de alegría y esperanza. Enseguida le llevaron ante el Papa Inocencio II para una audiencia oficial. Inocencio aprobó el pedido de los palios que presentó Malaquías, pero bajo condiciones estrictas: Malaquías tendría que asumir nuevas responsabilidades. Era ahora el delegado papal en Irlanda, con lo intrincado de la política que acompañaba su posición. No era esto lo que había querido. Desesperadamente deseaba la paz y serenidad de la abadía. Fue al dejar la ciudad de las siete colinas sintiendo tal frustración, al ver el bellísimo paisaje del oeste desde el monte Janículo, que vino a él la imagen de Roma en llamas. Se incendiaría, debido a lo poco piadosos que eran sus papas. La leyenda dice que Malaquías experimentó lo que hoy se considera una visión famosa, llamada comúnmente “La profecía de los Papas”. La profecía es una lista de versos en latín que predicen cada uno de los papas católico-romanos, desde el Papa Celestino II hasta el último, “Pedro el romano”, cuyo
  • 23. reinado acabaría en la destrucción de Roma. Según esta antigua profecía el próximo Papa (después de Benedicto XVI) será el último pontífice, Petrus Romanus, o Pedro el romano. El último segmento de la profecía dice: In persecutione extrema S. R. E. sedebit Petrus Romanus, qui pascet oves in multis tribulationibus: quibus transactis civitas septicollis deruetur et judex tremendus judicabit populum. Finis. [15] En español: Durante la última persecución de la Santa Iglesia Romana reinará. Pedro el Romano, quien apacentará a su rebaño entre muchas tribulaciones; tras lo cual, la ciudad de las siete colinas será destruida y el tremendo Juez juzgará a su pueblo. Fin. [16] Buenas y malas noticias Después de estudiar la historia de la profecía de los papas y la literatura académica pertinente, tenemos buenas y malas noticias. ¿Cómo es eso? ¿Qué quiere oír primero las malas? Claro que sí, no hay problema. Saquémonos de encima lo desagradable. La mala noticia es que parte de la profecía puede ser falsa, un invento de fines del siglo XVI. Decimos invento en referencia a que hay algo falso. Casi la mitad de las profecías, las primeras setenta predicciones más o menos, pueden ser vaticinia ex evento (profecías a partir del hecho). parece probable que alguien alteró irrevocablemente el documento medieval original y que el original, o está oculto o se perdió. Según los que conocen los vericuetos interiores del Vaticano, hay evidencia suficiente de que un bibliotecario del Vaticano descubrió el manuscrito original del siglo XII en 1556. Aún así, la primera publicación conocida de la “Profecía de los Papas de Malaquías” se hallaba en el enorme volumen de mil ochocientas páginas de Arnold de Wion, titulado Lignum Vitae (Árbol de la Vida), publicado en 1595. Ese texto se presentará y analizará más abajo. Pero aunque tenemos buenas razones para creer que existe un documento mucho más antiguo, tenemos que aceptar que la instancia más antigua de la profecía surgió a la luz casi cuatrocientos años después de su mentado origen, en 1139. A pesar de la leyenda que dice que estuvo guardada bajo llave en una oscura bóveda del Vaticano durante esos cuatrocientos años, los escépticos tienen motivos válidos para descreerlo. Con todo, podría ser la obra de san Malaquías, muy mal copiada por un falsificador. Por supuesto que esto le vendría muy bien a la práctica católico-romana demostrada por la Donación de Constantino y Los decretos pseudo-isidros. Como alternativa hay quienes sugieren que se trata de parte de la obra de Nostradamus, inteligentemente disfrazada para proteger su identidad. Si bien no se puede conocer con certeza quién fue el verdadero profeta, el autor sí lo fue. Lo supiera o no. La noticia buena es que la Profecía de los Papas, con todos los efectos, sigue siendo una profecía auténtica. A pesar de la superficial falta de sinceridad que se detecta en la primera sección de “profecías”, las predicciones posteriores a la publicación muestran cumplimientos asombrosos. No contamos con análisis críticos que puedan descartar con fundamento algunos de los casi increíbles cumplimientos posteriores a 1595. De hecho, estamos en el 111, de los 112, y los que creen argumentan
  • 24. que han observado que la precisión va aumentando con el tiempo. Pero vamos a ocuparnos primero de las malas noticias. Como demostraremos aquí, la predilección del Vaticano por la propaganda es algo indiscutible a lo largo de la historia. En la tradición de Roma de alterar documentos antiguos con fines políticos, la profecía de los papas supuestamente se usó como propaganda a favor de las ambiciones papales del cardenal Girolamo Simoncelli. Sin embargo, si fue así, la confabulación no funcionó porque Simoncelli perdió y quienes ganaron fueron Gregorio XIV, Inocencio IX y Clemente VIII. Aunque contamos con evidencia textual de tal conspiración sugerimos que el lector se mantenga objetivo con paciencia, porque hay hallazgos todavía más asombrosos. En la historia reciente, el tratamiento más popular y exhaustivo de la Profecía de los Papas es, sin dudas, el libro El Último Papa, escrito por el autor y autoproclamado “profeta” John Hogue. Su biografía es bastante impactante y suele aparecer como invitado en el programa de radio Coast to coast. Hemos recurrido a sus conocimientos académicos. Aunque no le vaya demasiado bien con sus propias predicciones, se le reconoce y respeta por su estudio de Nostradamus. Hogue ha hecho un trabajo interesante sobre la profecía de Malaquías, pero prometemos que el lector tiene que enterarse primero de la mayor parte de lo que no se ha contado. Por ejemplo, en su éxito de ventas de 2000 Hogue lamenta que se haya perdido para siempre una de las fuentes más antiguas respecto de la profecía de Malaquías, una obra italiana muy valiosa. “Existió un trabajo titulado La Profezia de ‘Sommi Pontefici Romani publicada en Ferrara en 1794. Su autor era anónimo, pero afirmaba haber rastreado los datos y documentos originales hasta la época anterior al descubrimiento de Wion y Ciaconnius del manuscrito original de Malaquías. Desafortunadamente la última copia de Profezia, preservada en el convento de Rimini, se destruyó cuando las fuerzas revolucionarias francesas saquearon y cerraron el convento en 1797. Si nos hubiera llegado esa obra podriamoas contar con evidencia objetiva que respaldara el papel de Ciacconius o de Wion como recopiladores, y no como supuestos falsificadores”. [17] Dejando de lado a los revolucionarios franceses, tenemos algo que decirle a John Hogue y a todos aquellos que han caído en la fascinación de esta profecía. Encontramos la copia que quedaba del “Libro Perdido”, y logramos negociar a través de la Universidad de Yale. El libro revela que Hogue confundió los datos. La Profezia no se quemó en Rimini, pero afirma que había un antiguo manuscrito en un monasterio del lugar. Específicamente, menciona “un manuscrito que podría ser anterior al siglo XVI, en posesión de los monjes olivetos de Rimini”. [18] El libro “perdido” de 1794 también ha provisto revelaciones que cambian las reglas del juego, como veremos más adelante. Históricamente, la Profecía de los Papas ha tenido seguidores y detractores. Hace cuatrocientos años, cuando faltaban tantos Papas, no era más que una novedad. Pero ahora que queda poco tiempo el pronóstico se vuelve más urgente y la crítica, más cáustica, como era de esperar. A partir del siglo XIX los jesuitas, con excepción de uno, han expresado sus críticas y como resultado, la edición más reciente de la Enciclopedia Católica sugiere que la profecía es una falsificación de fines del siglo XVI, en tanto que la edición más antigua de 1911 admite: “no es concluyente si adoptamos la teoría de Cucherat de que estuvieron escondidos en los archivos esos 400 años”. [19] Se refiere al autor del siglo diecinueve, el Abad Cucherat, uno de los pocos que presentó argumentos a favor de la autenticidad de la profecía, en su libro, Revue du monde catholique, publicado en 1871. Con todo, los estudiosos tienen razones para creer que la profecía en realidad no estuvo oculta durante cuatrocientos años porque hay manuscritos similares como el Vaticinia de summis ponntificibus, de 1280, que parecen seguir el modelo de la profecía de Malaquías. Sin embargo, la mayoría de los académicos críticos señalan que el biógrafo e íntimo amigo de Malaquías, san Bernardo, no menciona la profecía papal en Vida de San Malaquías de Armagh. [20] Este argumento a partir del silencio es frecuente en la literatura. Tampoco contribuyen demasiado la
  • 25. mayoría de las fuentes académicas. El Oxford Dictionary of the Christian Church es rotundo: “Lo que se conoce como Profecías de Malaquías, contenidas en un documento que se escribió aparentemente en 1590 no tienen relación con san Malaquías, con la excepción del caso de la errónea adjudicación de su autoría”. [21] La mayoría de los académicos jesuitas presentan un frente común. El primero en decir que la profecía de Malaquías era un falso invento fue Claude François Menestrier (1631-1705), cuya obra Réfutation des Prophéties, faussement attribuée à Saint Malachie sur l’élection des papes se convirtió en el principal argumento jesuita, y afirmaba que en 1590 había habido una conspiración en el cónclave papal, urdida por un cardenal. En la misma línea M. J. O’Brien en su An Historical and Critical Account of the So-Called Prophecy of St. Malachy Regarding the Succession of Popes [Estudio histórico y crítico de la mal llamada profecía de san Malaquías sobre la sucesión de los Papas] presenta un demoledor intento de refutar tal profecía. Herbert Thurston, otro jesuita, fue un prolífico crítico de fines del siglo diecinueve. Argumenta que “jamás se ha presentado o aducido la más mínima evidencia que demuestre que la profecía de san Malaquías sobre los Papas se haya citado, u oído al menos, antes de que Wion la publicara en 1595”. [22] En realidad, no es así porque el estimado estudioso católico John Lupia afirma que el bibliotecario del Vaticano Onofrio Panvinio o Panvinius, “en 1556 comenzó a corregir y revisar el catálogo de la Biblioteca Vaticana [y] redescubrió el manuscrito del siglo XII escrito por san Malaquías, y aparenta ser el primero en publicar sobre sus profecías en 1557”. [23] Además de varias referencias oblicuas hablaremos de otra posible referencia a las profecías, publicada por Nicholas Sanders en 1571. Casi todos los estudiosos crean una bifurcación en la lista de 112 frases en latín, a partir de la número veintiséis, debido a las circunstancias en torno a su publicación. Pero aun así, y como descubrimos bastante evidencia que muestra que el manuscrito estaba en circulación al menos en 1570, dividiremos la lista allí. Al hacerlo, se establecen dos capas de contexto en la profecía. Es un ángulo de estudio que adaptamos de los académicos bíblicos. En los estudios bíblicos la exégesis siempre consiste en un intento por determinar la intención original del autor para el lector original, y será esa la metodología que usaremos. Por ejemplo, cuando los académicos estudian los Evangelios del Nuevo Testamento, toman en cuenta capas de contexto. Está el contexto en el que Jesús interactúa con el entorno histórico original, y también el contexto en el que el autor del Evangelio presenta su relato a un público posterior. Mediante estudios muy detallados, se revela que cada uno de los autores de os Evangelios, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, enmarcan los hechos de la vida de Jesús de manera única, que está de acuerdo con sus propios propósitos teológicos y evangelísticos. El contexto subyacente de Jesús puede asimilarse al estudiar al judaísmo del siglo I en Israel. Estudiamos a los fariseos para entender las críticas de Jesús respecto de sus tradiciones. Y de la misma manera, la capa superior del contexto del autor puede discernirse según cómo éste presente a Jesús. Con todo, suele ser particular el orden en que se presenta determinada historia en cada uno de los Evangelios. Para ello, el estudiante necesita concentrarse y adoptar el “pensamiento vertical” para encontrar el potencial significado e importancia. Uno preguntaría entonces: “¿Está afirmando algo el autor con el lugar que ha elegido para esta parábola?”. El contexto del evangelista nos habla de por qué y cómo fue seleccionando, organizando y adaptando el material histórico sobre Jesús. Al mismo tiempo, el estudioso tiene que adoptar el “pensamiento horizontal” que implica leer cada perícopa con la consciencia de los paralelos a cada pasaje en los otros Evangelios. [24] Si bien cada uno de los cuatro relatos preserva datos históricos reales, no siempre son cronológicamente idénticos, debido a la capa secundaria de contexto que guarda relación con los propósitos o intención particular de Marcos, de Mateo, de Lucas y de Juan. Esta
  • 26. metodología también nos sirve para hallar aspectos nuevos y entender la Profecía de los Papas. A primera vista pareciera haber al menos dos niveles de contexto histórico: el del autor original, y el de quien publicó el escrito. Vamos a examinar la posibilidad de que haya capas de contexto todavía más profundas. Eso, en el próximo capítulo. Por ahora podremos aceptar la leyenda de Malaquías, o quizá la del pseudoepígrafo, en el nivel del contexto más bajo. Para determinar el nivel superior, el del editor o comentador, veremos que ya ha sido sugerido que un emisario papal, Nicholas Sanders (1530- 1581) puede haber hecho referencia a una versión celta original de la profecía ante Roma, durante el papado de Pío V (1566-72). [25] Si bien puede haber hecho una referencia oblicua a la profecía en un libro publicado en 1571, también se ha sugerido que la primera publicación que evidenciaba la influencia de la profecía de Malaquías fue la obra de Panvinio, Epitome romanorum pontifcum (Venecia, 1557). La segunda mención más antigua es, aparentemente, la de Girolamo Muzio, en su Il choro Pontificale de 1570. [26] Hay registros también de que aparecía mencionada la profecía específicamente en un relato manuscrito de don Alfonso Ciacconus, un académico dominicano español de Roma, en el año 1590. [27] En esa época se reconocía a Ciacconus como experto en paleografía grecorromana y manuscritos antiguos, además de ser respetado por sus estudios de la historia del papado. Aparentemente, el editor, Dom Wion, había recibido el texto de alguien y acudió a Ciacconus para pedir su opinión. Ciacconus autenticó el manuscrito, de manera ostensible. No podemos saber con precisión cuándo se lo alteró, aunque la evidencia textual y circunstancial señala que el manuscrito original se modificó ya en 1570 a 159 para promover a un papable en particular (según dicen algunos). Mientras tanto (1570-1595), siguió circulando de manera subrepticia entre los cardenales, creando bastante barullo. Wion lo publicó con los papas anteriores con nombre, y las interpretaciones de los complimientos, en 1595. Así, hemos podido discernir dos capas de contexto: • Nivel inferior de contexto histórico: documento original, posiblemente escrito por san Malaquías o un pseudoepígrafo, aproximadamente en 1139-1571. • Nivel superior de contexto histórico: cuando se impusieron alteraciones y se añadieron interpretaciones, aproximadamente en 1571-1595. Al examinar las páginas digitalizadas del texto original en latín, del año 1595, incluso sin comprender el latín uno puede notar que las explicaciones de los lemas junto a los nombres de los Papas, dejan de aparecer al momento de la publicación. Wion afirmaba que había sido Ciacconius quien añadió las interpretaciones, pero O’Brien cuestiona esto muy en serio, y sugiere que fue alguien más, que simplemente copió parte de la breve historia de los Papas escrita por Onuphrius Panvinius, Epitome romanum Pontificum usque ad Paulum IV, obra impresa en Venecia en 1557. Basa su argumento en que las interpretaciones que presenta Wion se condicen con la obra de Pavinius pero no con el libro del mismo Ciacconus sobre los papas, Viltae et res Gesltae Romanoruom Pontificum el Cardinalium, impreso en 1601. Si bien es cierto que la obra de Ciacconius se parece a la de Panvinius, también hay áreas importantes de desacuerdo, que Ciacconius aclaró explícitamente. O’Brien estudia este problema: “Ahora, si Ciacconius fue quien interpretó las profecías, como lo afirma Wion, Ciacconius habría conspirado contra sí mismo porque en el libro de Wion encontramos justamente aquellos de los que él mismo se queja. Entonces, ¿quién es el intérprete? ¿Panvinius? ¿O será que tanto la profecía como la explicación provienen de la misma pluma? ¿No habrá sido engañado Wion (dado su carácter, algo fácil de lograr) para que de buena fe se le diera la profecía haciéndole creer que era la del gran sanMalaquías?” [28] John N. Lupia, un estudioso contemporáneo con buenas credenciales, supone que fue
  • 27. al revés: que Panvinius en realidad cambió su libro basándose en la profecía. Lupia escribe: “En 1557 Panvinio publicó una historia de los ponífices desde los orígenes hasta Paulo IV (1555-1559). Efectuó correcciones y añadió cosas, basándose en las profecías de san Malaquías”. [29] Más allá de quién haya sido el intérprete de Wion, el último comentario en el Lignum Vitae se refería a Urbano VII, que murió en 1590, el último nombre papal en la lista era el de Clemente VIII, que asumió en 1592 justo antes de que se publicara la profecía, en 1595. Si leemos el texto en latín, bajo “Crux Romulea…Clemens VIII”, la última página simplemente presenta los lemas restantes en tres columnas, y la última es la famosa estrofa apocalíptica centrada en Petrus Romanus y la destrucción de Misteriosa Babilonia con sede central en la colina del Vaticano en la ciudad de las siete colinas. Aquí, el texto original en latín del Lignum Vitae de 1595: El segundo párrafo dice: “Existen aún tres epístolas de san Bernardo dirigidas a san Malaquías (viz., 313, 316 y 317). Se informa que el mismo Malaquías fue el autor de algunos breves tratados, ninguno de los cuales he visto hasta ahora, con excepción de una profecía suya sobre los Soberanos Pontífices. Esta, como es breve y por lo que sabemos, nunca se imprimió, se incluye aquí, porque muchas personas lo han pedido”.
  • 28.
  • 29. [30] Nótese que la última descripción es la de Clemente, 1592
  • 30. En la extrema persecución de la santa iglesia romana estará sentado Pedro el romano, que apacentará a sus ovejas en muchas tribulaciones; y cuando acaben estas cosas la ciudad de las siete colinas será destruida el terrible juez juzgará a su pueblo. Fin. Las últimas dos líneas escritas por Wion dicen: “Lo que se ha agregado a los Papas no es obra de Malaquías sino del Padre Alfonso Giacon de la orden de los Predicadores, intérprete de esta profecía”. Podría sonar confuso a la luz de lo que dijimos antes sobre Ciacconius. Giacon también es Chacon o Ciacconius, porque era español. Su nombre, Alfonso Chacon, se italianizó para preservar el sonido suave de la “ch”, y quedó Ciacconius o, como dice Wion, Giacon. Pero esta última línea revela que la profecía original no era más que una serie de frases en latín, confusas, y que Giacon, Ciacconius, añadió el nombre de cada Papa y explicó de qué manera la profecía se aplicaba a él. Como era experto en paleografía y manuscritos paleocristianos y medievales, tiene peso la afirmación que hace Wion sobre la autenticación y participación de Ciacconius. Como los comentarios terminan con Urbano VII, que murió en 1590, y el último nombre papal que aparece en la lista es el de Clemente VIII, el jesuita Claude François Menestrier (1631-1705) creyó que la profecía había aparecido recién en 1590. A partir de esa suposición observó que la profecía siguiente, después de Urbano, era “ex antquitate Urbis”, que significa “desde la antigua ciudad”, sin que se ofreciera interpretación. Es este el punto crítico en el que los estudiosos detectan un intento por influir en el cónclave, cuando Gregorio XIIII (XIV) enfrentaba oposición de parte de un tal Girolamo Simoncelli. Si uno no tuviera en cuenta las menciones anteriores de la profecía, la teoría sonaría convincente. Como ejemplo representativo del trabajo detectivesco del académico, aparece Louis Moreri, nacido en Provenza en 1643, y doctor en teología. Fue el autor del aclamado Dictionnaire Historique. Como obra de toda su vida este diccionario contiene una variedad de información tan enorme que se considera precursor de la enciclopedia moderna. En la edición de 1759 leemos: “Le atribuyen [a Malaquías] una profecía sobre los Papas, a partir de Celestino II. Hasta el fin del mundo. Pero los instruidos encontraron de qué manera se falsificó esta profecía durante el cónclave de 1590. Quienes lo hicieron fueron los que apoyaban al cardenal Simoncelli, designado con estas palabras. “De anlzguilale [Tom: this term only shows in google related to this work. Is the spelling correct?] Urbis”, porque venía de Orvieto. en latín, “Urbs vetus”. [31] El argumento es que el oráculo “de la antigua ciudad” parecería predecir a Girolamo Simoncelli que en ese momento era cardenal de Orvieto, que también significa “ciudad vieja”. Es esta la opinión que predomina entre los académicos críticos de Malaquías. Podrán estar en lo cierto, porque sí parece casi demasiado perfecto. Al parecer, los conspiradores esperaban influir en el cónclave papal, animando a los votantes a seguir los dichos del muy venerado san Malaquías. Pero incluso en ese caso, tal episodio no daría por tierra con la profecía en su totalidad y existen suficientes causas como para cuestionar esta teoría de la conspiración. El autor anónimo del “libro perdido” de 1794 afirma haberse adentrado en los archivos del Vaticano, para finalmente desacreditar la teoría de la conspiración de Simoncelli: “Hemos consultado buenos relatos históricos, incluso aunque varios son del período controversial de 1590 (incluye gran cantidad de informes manuscritos secretos del momento de los cónclaves) y sin embargo no hay indicio alguno de la conspiración, ni de ninguna alteración de la profecía que en tales circunstancias ya no despertaba interés en la curiosidad de “los otros”. De hecho, por el contrario, no hay dudas de que el cónclave, que en todo aspecto fue uno de los más reñidos porque había dos grandes rivales, ninguno de los presentes respaldaba a Simoncelli”. [32]
  • 31. Según este texto, ni un solo cardenal apoyaba a Simoncelli. Al parecer, se ha dado por tierra entonces con la teoría de la conspiración en el cónclave de 1590, iniciada por Menestrier. John Lupia observa: “Menestrier afirmó que las profecías eran un invento que databa del cónclave de 1590 en que fue elegido Gregorio XIV, e incluso nombra al falsificador como seguidor del cardenal Simoncelli porque aparentemente quería que su candidato obtuviera la victoria. Pero hay dos ediciones de las profecías de san Malaquías anteriores a 1590 que muestran que lo que dijo Menestrier es imposible e inválido a la vez”. [33] La nueva evidencia es una bofetada a los críticos jesuitas. Pero no fue esta la razón más convincente para que se pensara que el manuscrito de Malaquías había sido alterado. Para demostrar por qué muchos dicen que al menos algunos de los lemas anteriores a 1590 se escribieron después de los hechos, utilizaremos una analogía de la apologética contra las sectas, específicamente con respecto al mormonismo. Joseph Smith afirmaba que milagrosamente había traducido el Libro del Mormón directamente a partir de láminas de oro, escritas por una mano divina. Así, de las láminas de oro al manuscrito de Smith solo hubo una generación. Entonces uno podría esperar que el Libro del Mormón fuera escritura sagrada, traducida de la manera más pura y directa. El obstáculo insalvable para afirmar la veracidad del libro del Mormón se demuestra mediante el hecho de que cuando el libro del Mormón da como referencia pasajes de la Biblia en hebreo, el texto sigue casi a la perfección la versión de la Biblia en inglés, del rey Jacobo. Por ejemplo, donde la versión del rey Jacobo presenta cursiva, también lo hace el libro del Mormón. Es obvio que esto demuestra que Smith copió sus referencias de una Biblia, de la versión del rey Jacobo, y no de material antiguo como las mitológicas láminas de oro. Sucede algo parecido (que trataremos en mayor detalle en otro capítulo) con lo que se conoce como Donación de Constantino. Durante siglos, los Papas usaron este documento falsificado para reclamar titularidad sobre ciertas tierras, antes de que un estudioso académico demostrara que estaba escrito en un estilo del latín que no existía en el momento en que supuestamente se había escrito. En el caso de la Profecía de los Papas contamos con evidencia de características similares. Como estamos examinando el nivel superior de contexto de la época del editor que la publicó (específicamente las interpretaciones brindadas antes de 1590) se hace aparente que se manipularon en línea con aquello que estaba disponible en ese momento. Los libros no eran cosa fácil de conseguir. La profecía sigue las descripciones y detalles hallados en una obra sobre la historia de los Papas, escrita por Onuphrius Panvinius: Epitome romanorum Pontificum usque ad Paulum IV, que se imprimió en Venecia en 1557. La profecía sigue de manera transparente esta obra de referencia. O’Brien argumentó: “Cualquiera que abra esta obra y compare el relato sobre los Papas que presenta desde Celestino II a Paulo IV, con la parte que se corresponde de la “Profecía de san Malaquías” llegará a la conclusión de que el autor de esta última, sino fue Panvinius mismo, tiene que haber sido alguien que siguió muy de cerca el relato de Panvinius”. [34] No es solo una afirmación. Su evidencia es detallada y específica: En el Epitome de Panvinius se mencionan las “armas” de los Papas, aunque no en todos los casos. Allí donde sí aparecen, por lo general encontramos que figuran en la profecía. Y cuando no, la profecía es un juego de palabras o una descripción en torno al nombre del Papa, su país, su familia o título cuando era cardenal. Además, hallamos en Panvinius los mismos antipapas que aparecen en la profecía. E incluso cuando el apellido, las armas o el título cardenalicio de Panvinius están errados, encontramos que el falsificador de la profecía concuerda perfectamente con él. [35] En otras palabras, concuerda demasiado porque, incluso allí donde la historia papal de Panvinius comete unos pocos errores, las interpretaciones de la profecía siguen lo que dicen esos errores. Con lo
  • 32. cual solo podría entenderse que alguien utilizó el libro de Panvinius, o que fue Panvinius mismo. John Lupia argumenta que Panvinius fue quien descubrió el manuscrito de Malaquías y que modificó su historia papal para que concordara con la profecía. Suena un tanto sospechoso, y más bien parece que se trata de todo lo contrario. Es más que probable que Panvinius descubriera el antiguo documento y lo modificara, para que concordara con su historia papal. Después de todo, solo estaría siguiendo la preferencia bien conocida e instalada de Roma por alterar un documento auténtico y antiguo, para que se condiga con propósitos nuevos. Como veremos más adelante, las profecías posteriores a la fecha de publicación cambian su enfoque y revelan con claridad que hay dos capas de contexto. La profecía original (el contexto histórico inferior, o más antiguo) parece haberse manipulado para que concuerde con la interpretación (el nivel superior, posterior, de fines del siglo XVI). El tiro de partida de O’Brien es certero: Según Wion, la profecía de Malaquías no era más que una serie de frases en latín sin sentido alguno. ¿Cómo pudo saber el supuesto intérprete con qué Papa comenzar? ¿Cómo se convenció de incluir a los antipapas? [36] Aunque la incredulidad de O’Brien es evidente, la respuesta a la primera pregunta es trivial. Según la leyenda el Papa Inocencio II (r. 1130-43) llamó a Malaquías para que fuera a Roma, en 1139. Así, la profecía comenzó con el Papa que siguió a Inocencio II, que fue Celestino II (r. 1143-44). El segundo acertijo en cuanto a los antipapas es mucho más problemático. Por ejemplo, en la profecía de Malaquías, las predicciones 6 de Octavio (“Victor IV”) (1159-1164); 7 de Pascual III (1165-1168); 8 de Calixto III (1168-1177), son antipapas. Los antipapas eran Papas alternativos elegidos en oposición a un Papa en funciones, en tiempos de cismas o controversias. El problema es que estos antipapas se oponían a Alejandro III (1159-81) pero en realidad hubo otro antipapa, Inocencio III (1178-1180) que no está incluido en la profecía. [37] Lo que hace que esto sea revelador es que es exactamente así como lo registró Panvinius. Tampoco Panvinius nombra a Inocencio III. De modo que tanto si Panvinius cambió su texto para ajustarlo a la profecía, como si modificó la profecía para adaptarla a su libro, tenemos el hecho de que la inclusión de algunos antipapas y la exclusión de otros, conforma evidencia patente de que hubo alteraciones. La cuestión apunta al hecho de que alguien, probablemente Panvinius, redactó las profecías previas a 1590 para que concordaran con el libro de Panvinius. Si fue para influir en un cónclave, la idea tiene sentido. La obra de Panvinius era una fuente de consulta con autoridad en ese momento, y muy probablemente, la única a la que tenía acceso la mayoría de la gente. Al manipular todos los lemas previos a 1590 para que su cumplimiento fuera obvio y pudiera ser verificado por cualquier cardenal con cierto conocimiento, se dio inicio a una ingeniosa conspiración que promovería a Simoncelli como candidato con destino divino. La inclusión de los antipapas hace que parezca probable que ocurrió algo de tal naturaleza. Como el nivel inferior del contexto histórico, el texto original, no era más que una serie de nebulosas frases en latín, ¿cómo podrían haberlo sabido alguien como Panvinius, el supuesto intérprete Ciacconius, o el editor Wion (que descubrió la lista más de cuatrocientos años después de que fuera escrita), para incluir únicamente a estos antipapas específicamente? Simplemente, no es algo plausible. Si no están incluidos los antipapas, la lista entera pierde su sincronización. Por supuesto que el texto original no dejó instrucciones a tal efecto. pero aún así, está sincronizado, aunque no con la historia…sino ¡con el libro de Panvinius! En resumen, hay mucha evidencia que señala a Panvinius o a un pseudoepígrafo del siglo dieciséis que tomó como referencia el libro de Panvinius para todas las profecías hasta el Papa Paulo IV de 1559
  • 33. (allí termina el libro de Panvinius). Los cinco Papas que hubo entre él y Urbano VII (Pío IV, Pío V, Gregorio XIII y Sixto V) serían recordados por ser recientes, y cualquiera podría describirlos con facilidad. Lo que creemos es que quienquiera que haya perpetrado la treta utilizó un documento profético real, modificó el texto anterior para que coincidiera con el texto principal sobre la historia del Pontificado en esa época. Si bien la evidencia respalda la idea de que se alteraron las profecías más antiguas, lo que no explica es qué sucedió en los últimos cuatrocientos años, desde que la publicara Wion. Acrósticos, anagramas, y ¿un código de conspiración en la vida real? De las dos capas de contexto histórico de las que hablamos antes, centraremos la atención en el nivel inferior, el más antiguo. Si bien podemos entender que el redactor tuviera sus motivos para modificar las frases anteriores a 1590 no hay razón lógica para que un falsificador del siglo dieciséis inventara una lista tan larga hacia el futuro. Más todavía, no hay razón por la que pronosticaría la destrucción de Roma, cuando los papistas tienen tanto interés invertido en, justamente, todo lo contrario. Es este un potente argumento a favor de que las profecías posteriores a 1595 son de hecho una representación precisa del documento original. Es probable que jamás sepamos con certeza quién escribió el original, pero bien puede haber sido Malaquías. La razón por la que las profecías posteriores a la publicación tienen un carácter diferente y una concreción más extraña, irónica y hasta sarcástica, es que muy probablemente se trata de profecías auténticas. Ya hemos sugerido antes que Nicholas Sanders, un inglés, puede haber tomado como referencia el documento original cuando fue a Roma desde las Islas Británicas. Sanders (1530-1581) era un profesor de Oxford, con un trasfondo decididamente católico romano, y fue un eslabón más en la larga cadena de misioneros que se enviaron a Irlanda con el fin de combatir la difusión del protestantismo. Sus escritos se consideran la base de la mayoría de las historias católicas y romanas sobre la Reforma en Inglaterra. No sorprende que, debido a la dudosa naturaleza de esa obra, las escandalosas afirmaciones y calumnias que contenía le valieran a Sanders el mote de “Dr. Slanders” [Dr. Calumnias] en Inglaterra. El contexto histórico de este período es el de la confusión y la crisis en torno a la reforma de Inglaterra, cuando Isabel I, hija de Enrique VIII, llegó al trono de Inglaterra e Irlanda en 1558, defendiendo la teología protestante. Los católicos temían represalias por su cruel trato a los protestantes, y tuvieron miedo. Por eso Sanders, leal al Papa, dejó su puesto de profesor en Oxford en 1560 y se dirigió a Roma, y allí fue sacerdote y doctor en teología. Roma fue algo bueno para Sanders, mientras duró. Estando en Roma, se codeaba con papistas influyentes como el cardenal Hosius. Fue durante ese período que publicó los libros que veremos más adelante. Pero luego conspiró con James Fitzmaurice Fitzgerald para lanzar una invasión papal militar a Irlanda. Querían asegurar que Irlanda fuera del Papa, y sacar de allí a los protestantes. Sanders y Fitzgerald enviaron unos seiscientos soldados españoles e italianos bajo la autoridad papal, que desembarcaron en el puerto de Smerwick en Irlanda y fueron instigadores de la Segunda Rebelión de Desmond. Si bien lograron éxitos superficiales, la campaña fue un fracaso en última instancia y se cree que Sanders murió de hambre e inanición, oculto en un área remota de Irlanda, en 1581. Fue durante los días de gloria en Roma, más o menos en 1571, que Sanders escribió De Visibili Monarchia Ecclesiae (“De la monarquía de la visible Iglesia”) que brindó el primer relato de los esfuerzos y problemas de los católicos romanos de Inglaterra a consecuencia de la Reforma. Aunque el propósito del libro era el de generar compasión por los católicos ingleses, los académicos sospecharon a partir de su lectura que bien puede haber tenido acceso al documento original de la Profecía de los
  • 34. Papas. La clave que sugiere que tiene que haber conocido la Profecía de los Papas es que en su libro argumenta: “…para medir los tiempos, ¡no hay nada más aconsejable que la serie de pontífices romanos!”. [38] Es una disertación que deriva de un libro extremadamente raro, escrito en francés, y cuyo título de La Mystérieuse Prophétie des Papes [“La misteriosa profecía de los Papas”], que se publicó en 1951. Hemos tenido la buena fortuna de encontrar una copia de este manuscrito de más de sesenta años, que con diligencia hicimos traducir al inglés. Lo que encontramos es asombroso: nada más ni nada menos que un código de conspiración en la vida real. Escrito por René Thibaut (1883-1952), un jesuita belga, el libro es una lectura meticulosa de la profecía que llega a conclusiones completamente distintas a las de sus escépticos predecesores. El autor adopta la metodología del místico, además de la del académico, y presenta un convincente argumento en cuanto a que la profecía de los Papas es una profecía real y sobrenatural. Pero argumenta que el autor de la profecía probablemente no sea san Malaquías si no alguien que profetizó con un pseudónimo en su honor, del mismo modo en que un judío anónimo del período del segundo templo podría haber sido quien compuso el libro 1 de Enoc, probablemente editando material de fuentes antiguas. [39] Lo que tomó en cuenta Thibaut, y que sus hermanos jesuitas más severos decidieron no tomar en cuenta, son las capas de contexto histórico de las que hablamos antes. Reconoce una capa de texto auténtica y más antigua, que algún intruso del siglo dieciséis modificó. Thibaut concuerda en cierta medida con el análisis anterior de que las profecías más antiguas se cambiaron, pero argumenta que las últimas cuarenta y una sugieren la existencia de un documento mucho más antiguo y de origen celta. A pesara de que se muestra renuente a autenticar la leyenda, se refiere al autor como Pseudo-Malaquías, y considera que es irlandés. Basa su proposición en el uso estilístico de los números y juegos de palabras que forman muchos acrósticos y anagramas. [40] En su comentario sobre el estilo, observa: “Nótese que esta forma de dividir las palabras para discernir diversos significados es un método al que eran aficionados los antiguos irlandeses”. [41] Se puede ver un simple ejemplo de anagrama en el texto en latín “Peregrinus apostolicus” [42] que era la profecía del Papa número noventa y seis de la lista, Pío VI. El anagrama no solo revela el nombre del Papa, sino que lo repite: Peregrinus Apostolicus. ¡Así es! El nombre “Pius” [Pío] está incrustado visiblemente en el texto original en latín ¡dos veces! ¿Puede usted imaginar que tal vez tengamos ahora incluso un tercer nivel de contexto para examinar? Esta aparición del nombre “Pius” es bastante asombrosa, considerando que tenemos una copia publicada que data de casi doscientos años antes de que fuera elegido Pío VI. Además, argumenta que la copla encriptada en “Peregrino apostólico” significa tanto Pío VI como el siguiente Papa Pío VII, ambos obligados al exilio en el extranjero (es decir, peregrinos). Sugiere también que la repetición sirve como dicho poético. Es decir que “¡Pius! ¡Pius!” es como el grito de entusiasmo de un marino que grita “¡Tierra! ¡Tierra!”, al ver que eludirá el mal destino del náufrago en medio de la tormenta. [43] Demuestra que sucede lo mismo con muchos patrones de palabras y números incrustados en la lista, y los incorpora a cuadros e ilustraciones con detalles. Su obra es todo un desafío, y echa luz sobre lo más complejo. Lo que resulta más electrizante es su cálculo de los cuarenta Papas anteriores a Petrus Romanus. Nos dejó atónitos su demostración de que muchos de estos criptogramas apuntan a un año en particular. Pero primero, distingue al profeta de Malaquías de los que han fijado fechas para el fin del mundo en el pasado: Incluso si se lo creyera, uno no tiene derecho a compararlo con los falsos profetas que en tiempos
  • 35. difíciles como los de hoy anunciaban la inminente llegada del anticristo y el Juicio Final. Porque, a diferencia de esos pájaros de mal agüero, nuestro profeta tiene tan poca intención de asustar a sus contemporáneos que brinda una lista de 40 Papas ¡antes de esa suprema fecha de vencimiento! 40 Papas, es decir ¡más de cuatro siglos! Exactamente, en el caso actual, ¡440 años! El profeta da un promedio de pontificado de 11 años. ¿Cómo lo sabemos? Lo veremos luego, cuando en muchos aspectos pasemos de la elección de Gregorio XIII (1572) a 2012 y el Juicio de Dios (negrita añadida por los autores). [44] Al momento de escribir esto, estamos a dos días de la Navidad de 2011. A riesgo de sonar como “pájaros de mal agüero” ¡el año 2012 ya llegó! Hace más de sesenta años Thibaut calculó la ominosa fecha de 2012 mediante la cuenta de la duración promedio de cada papado hasta el momento en que escribió su libro, hacia 1950: once años. Hemos verificado su aritmética y la extrapolamos a nuestros días. Y es asombroso, porque el promedio de once años presenta una exactitud de tres décimas, de 1/1000. Para su cálculo, tomando en cuenta el promedio de once años por papado y un total de cuarenta Papas (11x40), extrapoló 440 años a partir de 1572 (1572 +440) y llegó a la fecha de llegada de Petrus Romanus, en 2012. [45] Eso significa que el año 2012 se veía como “horizonte de los sucesos” en el final de los tiempos, al menos en opinión de un sacerdote jesuita, ya antes de que nacieran la mayoría de nuestros lectores. En el pasado, cuando la gasolina costaba diecinueve centavos por galón, y por cierto mucho antes del frenesí apocalíptico en torno a la cuenta larga del calendario de los mayas, Thibaut calculó el año 2012 a partir de la Profecía de los Papas. Notemos además que la cita de su libro afirma “en muchos aspectos”, con lo que está diciendo que llega al 2012 a partir de varios métodos distintos de análisis criptográfico. Veremos estos métodos después de repasar algo del trasfondo, que es importante. Pero en cuanto al último año, su cálculo es exclusivo: 2012. De hecho, aunque él reconoce (como nosotros) la necedad de establecer una fecha para la venida de Cristo, se centra en 2012 solo porque cree que la profecía lo exige, nada más que por eso. Como el suyo es un libro raro y está escrito en francés, habrá pocos lectores de nuestro libro que puedan verificar estas afirmaciones como lo hemos hecho nosotros. Pero en Google Books pueden encontrarse extractos donde uno puede verificar muchas instancias de 2012. [46] A modo de ilustración, si se busca con la computadora el texto del libro en el original en francés, el término “2012” aparece veinticuatro veces. Afirma que hay tantos factores que señalan al 2012 como culminación, que la profecía lo exige. Pero aun así, lo representa más como conclusión de una era que como la gran tribulación. [47] Es casi como un ruego especial. Parece que no quería aceptar el final profetizado de Roma. Thibaut termina con una frase que lo exonera: “L’année 2012 dira si, oui ou non, le prophête a vu clair” [El año 2012 mostrará si el profeta vio con claridad, o no”]. [48] Así será.
  • 36.
  • 37. Capítulo dos: La profecía de los Papas y el año 2012 “Gloria de Dios es encubrir un asunto; pero honra del rey es escudriñarlo” (Proverbios 25:2) Cuando empezamos a investigar la profecía, lo hicimos con una saludable dosis de escepticismo. A la luz de la contra-reforma y la bien documentada predilección vaticana por falsificar documentos, uno podría sospechar que la Profecía de los Papas es alguna clase de manipulación. Cuando inicialmente nos zambullimos en lo académico del tema, nuestras peores sospechas parecían hallar confirmación. Desde el principio, la evidencia de que las profecías anteriores a 1590 se habían escrito después de los hechos, era tan convincente que pensamos en dejar el proyecto. Pero había algunos cumplimientos notables en el siglo veinte, como el de Benedicto XV, al que se le adjudicaba el lema Religio depopulate, que ameritaban un estudio serio y pausado. Existen documentos que acreditan la historia de la profecía en el siglo dieciséis, por lo que todo lema cumplido después de esa época exigía que se lo considerara en serio. Más todavía, a medida que avanzaba nuestra investigación, hubo temas irresueltos que caían en su lugar y encajaban, con resultados inesperados. Hemos encontrado un tesoro de material de consulta que pocas veces se menciona en la literatura popular. En el peor de los casos, lo que tenemos es un engaño jesuita o algo de propaganda papal. Y si es así, entonces como mínimo esta obra brinda una plataforma desde donde podrán refutarse algunos errores en la teología. Pero aunque no tenemos ilusiones de grandeza, y no nos vemos como profetas del fin de los tiempos, con revelación especial, sí hay algo notable en el tesoro que encontramos durante nuestro trabajo de investigación. Hemos preguntado si esta profecía es realmente auténtica, y llegamos a la conclusión de que como mínimo hay fuerte evidencia de que Roma promovió (y promueve) la profecía a propósito, incluso aunque algunos jesuitas hayan dicho que es falsa. Por eso no podíamos descartar que Roma hubiera organizado las cosas de acuerdo con una profecía católica. Y en ciertos casos, claramente lo han hecho. Con todo, algunos de los cumplimientos escapan al control humano. Y aunque creemos que los demonios pueden adivinar con conocimiento y manipular los hechos para dar la ilusión de una profecía, solamente Dios puede inspirar una profecía real (Isaías 46:9.10). Así que, ¿Por qué permitiría el Dios de la Biblia la Profecía de los Papas? Tenemos tres consideraciones para proponer: Ante todo, permítanos proponer una lógica muy simple. Dios utiliza los sucesos menos pensados para cumplir Su soberano propósito. Tiene esa capacidad única de dar vuelta las tablas de maneras inesperadas. Pensemos en cómo usó Dios los diabólicos designios de Satán en contra de Jesús. Satán se metió solito en las manos del Padre, asegurándose su propia derrota en la propiciación de los pecados del mundo (1 Juan 2:2). La inquisición cósmica acabó cuando Satanás, el gran inquisidor cósmico, se derrotó a sí mismo. Al parecer su contraparte terrenal (“el gran inquisidor”) también acaba con un destino similar. A través de la cruz del Calvario, efectivamente, Dios “despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15). En la Profecía de los Papas, Misterio Babilonia y su Pontifex Maximi son también un horror público cuando la Ciudad de las Siete Colinas queda envuelta en llamas. Da escalofríos el imaginar algo así. En segundo lugar, a partir de las Escrituras se hace aparente que Dios tiene un sentido de la ironía que no puede compararse con nada. Con solo leer el Antiguo Testamento veremos a Dios derramando Sus emociones en tono sardónico, como lo hace un amante traicionado: “Y nunca más sacrificarán sus sacrificios a los demonios, tras de los cuales han fornicado” (Lev. 17:7). Y “Andad y clamad a los dioses que os habéis elegido; que os libren ellos en el tiempo de vuestra aflicción” (Jueces 10:14). Pensemos en cómo provoca y se burla de los sacerdotes de Baal el profeta Elías: “Gritad en alta voz,
  • 38. porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que despertarle” (1 Rey. 18:27). En algunas versiones en hebreo, leemos: “Gritad, porque es un dios. Tal vez esté meditando, o haciendo sus necesidades…”. Lo que decimos aquí es que Dios aprecia la ironía y a menudo utiliza el sarcasmo. También aprecia los acertijos inteligentes (Proverbios 25:2). Tercero: Dios con frecuencia usa a las personas menos pensadas. Desde la perspectiva católica, tenemos las palabras del Papa Benedicto XIV: ““Los receptores de profecías pueden ser ángeles, demonios, hombres, mujeres, niños, paganos o gentiles; tampoco es necesario que a un hombre se le otorgue el don de una disposición particular para recibir la luz profética si su juicio e inteligencia están adaptados para hacer manifiestas las cosas que Dios le revela. Aún cuando los méritos morales son muy útiles para un profeta, no es necesaria para obtener el don de la profecía”. [49] Con la debida cautela, estamos de acuerdo con este Papa y creemos que hay que recordar también el sueño de Nabucodonosor, en Daniel 2. Dios eligió a un arrogante narcisista rey pagano para revelar una profecía que abarcaría desde el año 605 a.C. hasta la segunda venida de Cristo. Por supuesto que hizo falta un santo siervo de Dios, Daniel, para interpretar el sueño. De manera similar Dios usó a Balaam, hechicero contratado por el rey moabita Balac, que tenía terror del avance de la multitud de israelitas. Por eso mandó llamar a Balaam, un oscuro hechicero que vive hoy en la infamia profética (2 Pedro 2:15; Judas 11; Apocalipsis 2:14). Pero a pesar de su incorregible postura Dios lo usó para profetizar: “Lo veré, mas no ahora; Lo miraré, mas no de cerca; Saldrá estrella de Jacob, Y se levantará cetro de Israel, Y herirá las sienes de Moab, Y destruirá a todos los hijos de Set” (Números 24:17). Ronald Allen, profesor de Escrituras hebreas en el Seminario Bautista Western, escribe: “En concordancia con muchos los de la iglesia primitiva y el judaísmo antiguo creemos que este texto habla, ineludiblemente, de la venida del Mesías. Que la profecía viniera de alguien indigno la hace todavía más dramática y asombrosa”. [50] Así, vemos que Dios usa a los personajes y situaciones menos esperados para transmitirnos Su mensaje. La profecía de este hombre de Petor, unos mil años antes del nacimiento de Cristo y proveniente de alguien hostil, probablemente haya sido lo que llevó a los sabios de Oriente hasta Belén. El autor desconocido de La profezia, una obra supuestamente perdida, también usó a Balaam como ejemplo, destacando que el don de la profecía: “es esencialmente un don sobrenatural otorgado por la gracia de Dios, por medio del cual Él certifica la verdad de Su fe al comunicarse a través distintas almas, incluso a veces infieles como Balaam, que en estados alterados recibieron inspiración espontánea para hablar milagrosamente del más sublime misterio de Dios”. [51] Si llegamos a la conclusión de que la Profecía de los papas es profecía auténtica, entonces es una imposible ironía de justa lógica que de hecho fuera inspirada. Tenemos que decidir entonces dónde trazar la línea que separa lo auténtico de lo falsificado. John Hogue reconoce que hay una línea demarcadora después de 1590 “más o menos en la mitad de la lista de sucesión los lemas de san Malaquías sufren una crisis de credibilidad”. [52] Concuerda con la hipótesis de la conspiración jesuita en que la profecía fue un recurso de propaganda del siglo dieciséis. Pero el hecho de que se la falsificara no es causa de preocupación en última instancia, porque argumenta: “Tanto si las frases en latín se compusieron en 1140, como si alguien bajo el seudónimo de un santo medieval las inventó en 1590 o un poco más, el autor sigue, es de todos modos un profeta”. [53] Hogue califica la precisión de las profecías de Malaquías posteriores a 1590 con un puntaje de más o menos 80 por ciento, aunque observa que las predicciones solo parecen ir haciéndose más y más precisas a medida que pasa el tiempo. Es decir que para Hogue, las más recientes demuestran una exactitud más notable todavía. Concuerda con que los jesuitas se ocuparon de desacreditar la profecía porque se anunciaba el fin del papado, y eso era intolerable, más allá de quién fuera el que lo dijese. De allí que Roma buscaría
  • 39. desacreditar la profecía, porque la escatología católica promueve la idea de que la Iglesia romana conquista el mundo y no, como anuncia la profecía de Malaquías, que la ciudad de las siete colinas será destruida durante el reinado de Petrus Romanus. ¿Cree Roma que está destinada a ser destruida? Por eso es tan intrigante la obra a favor, de ese único jesuita: René Thibaut. Su trasfondo ha sido difícil de rastrear. Sabemos que nació en Bélgica, en una pequeñísima municipalidad llamada Ciney, el 13 de diciembre de 1883. Ingresó a la orden jesuita en septiembre de 1901. Enseñaba en la Universidad De Namur, fundada por la orden de los jesuitas en 1831, en Namur, Bélgica. Sus obras publicadas sobre teología y estudios bíblicos son exclusivamente en francés, pero hemos traducido algunos de los títulos, como ejemplo: El significado de las palabras de Cristo (1940); El significado del Dios Hombre (1946), y por supuesto, la que nos ocupa: La misteriosa profecía de los Papas (1951). [54] Murió a los sesenta y nueve años en Egenhoven, Bélgica, el 23 de noviembre de 1952, poco después de que se publicara su libro sobre la Profecía de los papas. Por supuesto, no fue el único porque otros católicos, como el Abad Cucherat y el autor anónimo de La profezia dei sommi pontefici romani han argumentado a favor de la veracidad de la profecía. En oposición a las dramáticas especulaciones de Hogue respecto de que se quemó el supuesto libro perdido que contenía evidencia del relato de Cucherat sobre la visión del monte Janículo (libro que ubicamos, hicimos traducir, y leímos) el autor desconocido admite que la profecía puede haber sido escrita por Malaquías, o no. Dice: ¿Y qué, si no fue Malaquías? Aun así uno podría preguntarse: “¿Cuáles son los beneficios de tal argumento?” ¿Quién ha afirmado sin lugar a duda alguna que el autor ha sido el santo? Nadie hasta ahora lo ha intentado y lejos de exigirlo acordamos que se desconoce quién fue el autor. [55] Incluso en ese caso, el autor anónimo sí mencionaba un manuscrito más antiguo, que estaba en el monasterio de Rimini, y un autor posterior, Joseph Maire, dice que se quemó. [56] El autor sin identificar dice que tendríamos que juzgar la profecía por sus méritos y no por su supuesto autor. En la era moderna contamos con lo que es quizá uno de los argumentos mejor presentados, publicado por Tan Books: The Prophecies of St. Malachy [Las profecías de san Malaquías], con comentarios del académico católico Peter Bander van Duren, un experto británico en heráldica y órdenes de caballero. Bander escribe: “Es justo decir que la gran mayoría de las predicciones de Malaquías sobre los sucesivos Papas son de una precisión asombrosa, si tomamos en cuenta siempre que solo brinda un mínimo de información”. [57] Thibaut y Bander no son los únicos porque hay otros académicos contemporáneos impactados por la profecía. Martin Lings fue un académico islámico, guardián de manuscritos y libros impresos orientales del museo británico, y amigo de C. S. Lewis. También él publicó escritos apoyando la Profecía de los Papas, en la publicación profesional Studies in Comparative Religion [Estudios de religión comparada]. [58] Lings escribe: “Sus breves descripciones siguen siendo tan adecuadas que los escépticos confirmados se han visto movidos a preguntarse si los cardenales no eligen a veces un Papa que se ajuste a la profecía, o en otros casos, si el Papa mismo no actuó deliberadamente para que se ‘cumpla’ la profecía”. [59] Para ser francos, cuando leímos esos escritos en realidad sentimos que así era. En ese caso, su artículo publicado por un medio profesional respetable fue uno de los primeros en argumentar que se trataba de un auténtico oráculo profético. Porque añade: “La profecía refiere, no pocas veces, a cosas imprevisibles sobre las que ni los Papas ni los cardenales podrían tener el más mínimo control”. [60] Señala también