Reconciliación exige misericordia, perdón y fraternidad
1. RECONCILIAOS – nos dice el Señor.
(2ª. Cor. 5, 17 – 21).
Queridos amigos: Hemos de reconocer que en más de una ocasión nos falta la
concordia con nosotros mismos y con los demás.
Tal vez, nos venga bien aceptar la invitación del Señor: Reconciliaos con
vosotros mismos, con los demás y con Dios.
¿Qué es la reconciliación?
La reconciliación exige misericordia, perdón y fraternidad.
Misericordia. Es la actitud y la acción que está en el centro de la parábola del
hijo pródigo. (Lc. 15, 1 – 32).
Al Padre “se le conmueven las entrañas” ante sus hijos. Ante el cumplidor y
legalista y ante el vicioso e irresponsable.
La misericordia lleva consigo “dejarse afectar” por la situación de uno mismo o
de los demás.
La misericordia lleva consigo “dejarse reconciliar” y abrirse a la gracia del
perdón.
Si hay algo que revela fuertemente esta parábola, es la miseria y la misericordia,
el vacío y la plenitud, la tristeza y la alegría desbordante.
Se da misericordia, porque el padre “se deja conmover” por la miseria, la
mezquindad, el vacío o la tristeza, y hace lo que puede para que desaparezca esa
miseria, tristeza o vacío.
La misericordia se da, cuando dejamos que se nos conmuevan las entrañas a
favor del pobre o miserable.
Perdón. La reconciliación exige perdón.
Cristo, testigo de la misericordia de Dios, hace realidad la reconciliación
acogiendo, curando, sanando y perdonando. “Él ha venido a curar enfermos, a
romper cadenas, a salvar a los perdidos, a devolver la paz y el amor por el
perdón”.
El perdón lleva consigo aceptar mi pecado, mi miseria, mi vacío o mi
insatisfacción y tratar de buscar reconciliación conmigo mismo.
El perdón nos lleva a vivir la fraternidad, que es otro elemento fundamental de la
reconciliación.
La fraternidad nos lleva a reconocer lo que cada uno es y lo que puede aportar.
La fraternidad nos impulsa a ser misericordiosos y a perdonar; a sentir
compasión y ejercitarla; a reconciliarnos con nosotros mismos, con Dios y con
los demás.
La fraternidad nos impulsa a acoger a quienes se sienten discriminados; a saber
escuchar el corazón y los sentimientos de las personas; a saber conmovernos
ante la necesidad, el sufrimiento o el gozo y la alegría de haber sido recuperado.
En la base de toda fraternidad está la justicia, la solidaridad, el perdón y el
servicio.
La reconciliación lleva consigo “gustar y ver qué bueno es el Señor”. (Sal. 33),
y creer que la caridad suscita caridad.
Gabriel.
4º. Domingo de Cuaresma. Ciclo. C. Madrid. 10 de marzo de 2013.