2. Misericordia es la disposición a compadecerse
de los trabajos y miserias ajenas. Se manifiesta
en amabilidad, asistencia al necesitado,
especialmente de perdón y reconciliación. Es
más que un sentido de simpatía, es una práctica.
3. 1) Visitar a los enfermos
2) Dar de comer al hambriento
3) Dar de beber al sediento
4) Dar posada al peregrino
5) Vestir al desnudo
6) Visitar a los presos
7) Enterrar a los difuntos
4. En la antigüedad era común observar personas enfermas por los
caminos y en las plazas de los pueblos. Durante la Edad Media, la
caridad de los monjes en medio de guerras y epidemias fue
convirtiendo algunos monasterios en lugares de hospedaje para gente
herida o gravemente enferma. Hoy existen innumerables hospitales y
clínicas para atender de la mejor forma posible a quien padece algún
mal.
La Iglesia consciente de esto ha querido manifestar su cercanía a todas
aquellas personas que de alguna u otra manera están enfermas. Por
este motivo ha instituido las llamadas obras de misericordia
corporales. Una de ellas es: visitar a los enfermos. Para ello los
católicos tienen como modelo al mismo Jesucristo, que a lo largo de su
vida pública mostró una especial predilección hacia quienes sufren.
Ciegos, cojos, paralíticos, leprosos… a todos los recibe y los cura. Todos
contemplan en Él, el rostro amable de un Dios, que al hacerse hombre,
nos comprende mejor y se compadece de nuestras debilidades físicas.
5. Por bondad de Dios tengo comida, tengo vestido, tengo casa. Si además mi
corazón es agradecido, si me dejo guiar por la gracia de Dios, sabré compartir
lo que he recibido, tendré la generosidad suficiente para dar de comer al
hambriento.
En ese gesto sencillo, solidario, justo, lo importante no es lo que yo hago. Lo
importante es que el otro reciba ayuda. Porque su mirada pide algo de comer,
porque su corazón espera una mano amiga, porque su cuerpo está débil y
enfermizo.
Es importante recordar, cuando podemos ofrecer comida al hambriento, que él
es el protagonista. Quizá pensamos que somos nosotros los que hacemos, los
que damos, o incluso los que nos sacrificamos. Pero nuestro gesto empieza a
ser realmente bello cuando el otro ocupa el lugar más importante de nuestros
pensamientos y de nuestro gesto amigo.
6. Hoy muchos hombres sufren de sed en el mundo. Personas que no
tienen al alcance alguna gota de agua con la que saciar su sed. Es
verdad que se habla hoy en día también de la sed espiritual que
muchos hombres llevan dentro, de la sed de sentido en la vida, pero
esto no quita que se sufra también en varios lugares de nuestro
planeta una fuerte sed física. El Papa Francisco, en la
encíclica Laudato Si’ habla sobre cómo la violencia en el corazón del
hombre se manifiesta en los síntomas de contaminación del agua y
que afecta su disponibilidad.
Dar de beber al sediento implica un trabajo a largo plazo para
permitir que futuras generaciones tengan agua para vivir, pero
también es una oportunidad para dar de beber a Cristo hoy en aquel
hombre o mujer que tiene sed.
7. Todos somos peregrinos en la historia, nacemos y
peregrinamos hacia un destino mistérico. Mientras vamos
de camino todos necesitamos sentirnos alojados y nos da
miedo vivir en la intemperie, desalojados, sin techo, ser
transeúntes sin referencia de hogar y de calor humano y
familiar.
8. Siempre hay en nuestro ropero o placard, alguna ropa que ya no usamos y que
está en buenas condiciones, y que podemos obsequiársela a un pobre que no
tiene vestido. Entonces el cuerpo de ese pobre, la carne de aquel cuerpo
hablará a Dios de nosotros, de nuestra caridad, y Dios nos colmará de
bendiciones de todo tipo.
Dios fue el primero que realizó esta obra de vestir al desnudo, pues lo hizo
cuando vistió con túnicas a Adán y Eva, después de que cometieron el pecado.
Imitemos entonces a Dios, y vistamos a los pobres hombres que están
desnudos, con harapos, como lo hizo Martín de Tours, aquel soldado que
servía al ejército romano allá por el siglo IV, cuando repartió su capa con el
pordiosero que estaba congelándose y tiritando de frío en ese invierno duro
en Amiens. En la noche siguiente, Cristo se le aparece vestido con la media
capa para agradecerle su gesto. Lo que hagamos a uno de nuestros hermanos,
lo hacemos a Cristo.
9. Para un cristiano, visitar a los presos, no es un acto de justicia,
ni un mero hecho filantrópico. Visitar un preso es un genuino
acto de caridad revestido con un adorno especial que
llamamos misericordia. Ser misericordioso es más que un
sentido de simpatía, exige una entrega del corazón y de la
inteligencia para compadecerse de las miserias ajenas: las
obras de misericordia son las manos de la caridad.
10. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal que posee
una fuerte dimensión espiritual porque implica, necesariamente, el acto
de rezar por los difuntos. Desde esta perspectiva, nos sentimos
interpelados a reflexionar, además, sobre la muerte y sobre el sentido
de la vida
La Iglesia nos ofrece la oportunidad de enterrar a los muertos en un
Cementerio o Campo Santo. De esta forma, el cementerio es tierra
bendecida y consagrada a Dios, es un lugar apto para orar por aquellas
personas que nos han precedido en el encuentro definitivo con el Señor.
11. 1) Enseñar al que no sabe
2) Dar buen consejo al que lo necesita
3) Corregir al que se equivoca
4) Perdonar al que nos ofende
5) Consolar al triste
6) Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
7) Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos
12. Cuando nos hablan de enseñar o aprender, lo primero que se nos
viene a la cabeza es un maestro. Aquellos seres que nos han
enseñado algo para el futuro. Así, al escuchar esta obra de
misericordia debemos recordar al Maestro que vino a este mundo a
enseñarnos cómo vivir para ser felices en esta vida y en la otra.
Aquel Jesús que traía fascinados con sus enseñanzas a los judíos que
le escuchaban, "porque les enseñaba como quien tiene autoridad y
no como sus escribas" (cf. Mt 7,29; Mc 1,22).
13. Dar buen consejo al que lo necesita es sobre todo una actitud del
corazón; es querer ayudar, consolar, estimular, fortalecer con un
corazón bueno y magnánimo, buscando el auténtico bien de esa
persona. De allí tiene que nacer el consejo; pues cuando nace del
amor y del interés por el otro, será bien recibido y al mismo tiempo
hará maravillas a la persona que busca una ayuda.
14. Hay correcciones que nacen desde actitudes negativas. Esto ocurre
cuando uno corrige porque el otro le molesta, porque quiere vivir
tranquilo, porque siente envidia ante lo bueno de una persona o porque
se fija sólo en lo malo que encuentra en un familiar, un compañero, un
conocido.
En ocasiones esas correcciones apuntan a defectos reales, incluso
pueden ayudar a quien las recibe. Pero arrancan con un vicio de fondo
que muchas veces se refleja en la forma: un extraño deseo de dañar al
otro, de humillarle, de hacerle ver que uno es superior y que el otro, por
ser inferior, tendría que doblegarse.
15. Yo perdono… pero no olvido. Esta frase quizá la hemos escuchado
más de una vez en labios de una persona que ha sufrido a causa de
otro. Con frases como ésta los cristianos buscamos esquivar el
compromiso evangélico de perdonar a nuestros enemigos. No nos
engañemos: el Evangelio, si no duele, no es Evangelio. Perdonar al
que nos ofende no es nada fácil. Sin embargo, esta obra de
misericordia se halla al centro del mensaje de Jesús de Nazaret.
Cuando Cristo invita a perdonar a los que nos hacen el mal su
intención no es la de promover la injusticia, invitándonos a soportar
pasivamente el mal que nos hagan. A lo que invita es a liberar el
corazón del odio y del rencor. Ante la injusticia que padecemos
tenemos dos opciones: o guardamos rencores o perdonamos de
verdad. Quien odia vive triste, traumado, insatisfecho; quien
perdona vive en paz, es libre, y puede alcanzar más fácilmente la
felicidad.
16. Esta obra de misericordia es más profunda de lo que parece. Se trata
de reconocer en cada ser humano la necesidad de consuelo, de
cercanía, de una mano que te dé palmaditas en la espalda y te diga
“¡Ánimo, tú puedes!” cuando ya no puedes más.
Pero… Si todo ser humano tiene necesidad de consuelo, y entre ellos
yo, ¿por qué debería yo buscar consolar, si yo mismo tengo necesidad
de recibirlo? La respuesta es simple: así funciona la vida. En esto
consiste el arte de vivir; en que mientras tú tienes heridas por sanar te
dedicas a curar las heridas de los que te rodean.
Todo ser humano tiene necesidad de consuelo, sobre todo cuando se
está atravesando por una especial dificultad; de modo que todos
estamos llamados a ser al mismo tiempo consoladores y consolados.
17. Conforme se crece en la vida uno se ve a sí mismo con mayor realismo. Nos
damos cuenta de nuestros defectos: somos impacientes, celosos, envidiosos…
En algunos momentos parece que hemos superado estos vicios, pero la realidad
es que siempre vuelven, convirtiéndose en la cruz que debemos cargar. Una cruz
que hace sufrir no sólo a los demás, sino también a nosotros mismos.
En estas situaciones, cuánto agradece nuestro corazón el que una persona
soporte con paciencia la manifestación de nuestros defectos. ¿Verdad que esto
provoca un dulce consuelo para nuestra alma? Es con estas personas, las que
saben soportarnos, con las que más queremos estar, porque nos quieren como
de verdad somos.
18. Esta obra de misericordia tiene un fundamento muy profundo, porque gracias a
nuestro bautismo hemos sido “injertados en Cristo”, empezamos a formar parte
de su Cuerpo Místico. Gracias a esta íntima unión con Él, podemos recibir los
infinitos tesoros de gracia que el Padre nos ha dado por los méritos de la
muerte y resurrección de Jesucristo, haciéndonos sus hijos por medio de su Hijo
Unigénito.
Ahora, si somos miembros visibles del cuerpo de Cristo, ¿no se encargará Él de
atender las oraciones que le hacemos por aquellos que tantos queremos?. Él es
el primer interesado en nuestro bien, el que conoce nuestras necesidades
mucho antes de que se las manifestemos. Al ver un gesto de oración sincera por
el bien de otra persona, su amor misericordioso no puede quedarse indiferente