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I - ¿QUÉ ES LA MISERICORDIA?
1
En el lenguaje diario, la mise-
ricordia es un sentimiento
que inspira una actitud y ciertos
gestos. El diccionario da la si-
guiente definición: “Virtud que
hace al hombre compadecerse
del dolor o infortunio ajenos”.
En efecto, se trata de un co-
razón que se vuelve sensible a
toda situación de miseria por la
que pasa nuestro prójimo.
La compasión es una manera
de expresar la misericordia que
consiste en compartir el estado
de quien sufre, aunque no pue-
da ponerse completamente en
el lugar de aquel que sufre.
Pero la misericordia también
se practica respecto al que no
sufre, pero que hace sufrir a los
demás. En ese caso, ya no se
trata de un sentimiento, sino
de un acto de nuestra voluntad
que consiste en perdonar.
Así, cuando hablamos de mi-
sericordia hacemos referencia,
al mismo tiempo, al sentimiento
de compasión con respecto al
que está sufriendo y al acto vo-
luntario de perdonar y de borrar
el mal que ha cometido.
EL DIOS DE LA MISERICORDIA
Hay algo que resulta extraño.
¡Dios no es misericordia en sí!
No lo es en su ser, en su esen-
cia y en su naturaleza. Dios que
es Amor no expresa ese Amor
dentro de su comunión trinitaria
por la misericordia. En efecto,
¿por qué Padre, Hijo y Espíritu
Santo tendrían que hacerse mi-
sericordia? Y tampoco Dios es
Creador por misericordia. Él Es,
es la Vida, es Espíritu, es Amor,
y para Él eso basta. Se basta a
sí mismo.
Pero si afirmamos que “Dios
es misericordioso” es que ha
tenido que hacerse tal. Enton-
ces nos preguntamos, ¿por qué
Dios se ha vuelto misericordio-
so para el hombre? La respues-
ta es sencilla y la encontramos
a lo largo de toda la Biblia y de
la Historia de la Salvación: a
causa de la miseria del hombre
y del mundo, heridos y marca-
dos por el mal y el pecado.
“Porque así como reinó el pe-
cado causando la muerte, así
también, por Jesucristo nuestro
Señor, reinará la gracia causando
una justificación que conduce a
la vida eterna. (Rm. 5, 21). Frente
a esta realidad Dios pone su co-
razón en el centro de la miseria y
así se manifiesta su “miseri-cor-
dia” (poner el corazón en la mise-
ria del otro). Y así es como Dios
se hace “misericordioso”.
MISERICORDIOSOS
COMO EL PADRE (Lc.6,36)
Tema Pastoral 2016
“Misericordia: es la vía que une a Dios y al hombre, porque
abre el corazón a la esperanza de ser amados sin tener en
cuenta el límite de nuestro pecado.”
“Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente
de alegría, serenidad y paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia es la
palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia es la ley funda-
mental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al
hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une a Dios
y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados sin tener en cuenta
el límite de nuestro pecado.” (Papa Francisco,“Miserocordiæ vultus”, § 2)
El Santo Padre nos invita con estas palabras a celebrar el Año Jubilar de la Miseri-
cordia que va a comenzar con la apertura de la Puerta Santa en Roma, en las cate-
drales y santuarios del mundo entero del 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre de 2016.
El Santuario de Lourdes, por decisión de Mons. Brouwet, se hace eco de esta invitación del Papa Francisco y con
una alegría inmensa ofrece sus reflexiones relacionadas con la misericordia para ayudar a todos los peregrinos
a vivir este Año Jubilar acompañados por Nuestra Señora de Lourdes, Madre de Misericordia, y por Bernardita,
testigo de la misericordia de Dios.
LA MISERICORDIA, DON DEL
PADRE, DON DEL HIJO Y DON
DEL ESPÍRITU SANTO.
Si Dios es Misericordia esto sig-
nifica que la misericordia es un
don.
Don del Padre porque nos
entrega a su Unigénito. Porque
“tanto amó Dios al mundo, que
entregó a su Hijo único... (Jn 3,
16). Porque Dios no envió a su
Hijo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por
él.” (Jn 3, 17)
Don del Hijo, que se entre-
ga a nosotros para revelarnos
la misericordia del Padre: “Por
eso me ama el Padre, porque
yo entrego mi vida para poder
recuperarla. Nadie me la quita,
sino que la entrego libremente.
Tengo poder para entregarla y
tengo poder para recuperarla:
Este mandato he recibido de mi
Padre.” (Jn 10, 17)
Don del Espíritu Santo: “El
Espíritu del Señor está sobre
mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar
el Evangelio a los pobres, para
anunciar a los cautivos la liber-
tad y a los ciegos, la vista. Para
dar libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia
del Señor.” (Lc 4, 18-19)
“Con la mirada fija en Jesús
y en su rostro misericordioso
podemos percibir el amor de
la Santísima Trinidad. La mi-
sión que Jesús ha recibido del
Padre ha sido la de revelar el
misterio del amor divino en ple-
nitud. «Dios es amor» (1 Jn 4,
8.16), afirma por primera y úni-
ca vez en toda la Sagrada Es-
critura el evangelista Juan. Este
amor se ha hecho ahora visible
y tangible en toda la vida de
Jesús. Su persona no es otra
cosa sino amor. Un amor que
se dona gratuitamente. Sus re-
laciones con las personas que
se le acercan dejan ver algo
único e irrepetible. Los signos
que realiza, sobre todo hacia
los pecadores, hacia las per-
sonas pobres, excluidas, enfer-
mas y sufrientes llevan consigo
el distintivo de la misericordia.
En Él todo habla de miseri-
cordia. Nada en Él es falto de
compasión.” (Papa Francisco,
“Misericordiæ vultus”, § 8)
LA IGLESIA, SACRAMENTO DE
LA MISERICORDIA DE CRISTO.
“La misericordia es la viga
maestra que sostiene la vida
de la Iglesia. Todo en su acción
pastoral debería estar revesti-
do por la ternura con la que se
dirige a los creyentes; nada en
su anuncio y en su testimonio
hacia el mundo puede carecer
de misericordia. La credibilidad
de la Iglesia pasa a través del
camino del amor misericordio-
so y compasivo. La Iglesia «vive
un deseo inagotable de brindar
misericordia » (Papa Francisco,
“Misericordiæ vultus”, § 8). Tal
vez por mucho tiempo nos he-
mos olvidado de mostrar y de
andar por la vía de la misericor-
dia. Por una parte, la tentación
de procurar siempre y solamen-
te justicia ha hecho olvidar que
ella es el primer paso, necesa-
rio e indispensable; la Iglesia no
obstante necesita ir más lejos
para alcanzar una meta más
alta y más significativa. Por otra
parte, es triste constatar cómo
la experiencia del perdón en
nuestra cultura se desvanece
cada vez más. Incluso la pa-
labra misma en algunos mo-
mentos parece evaporarse. Sin
el testimonio del perdón, sin
embargo, queda solo una vida
infecunda y estéril, como si se
viviese en un desierto desola-
do. Ha llegado de nuevo para
la Iglesia el tiempo de encargar-
se del anuncio alegre del per-
dón. Es tiempo de retornar a lo
esencial para hacernos cargo
de las debilidades y dificultades
de nuestros hermanos. El per-
dón es una fuerza que resuci-
ta a una vida nueva e infunde
el valor para mirar el futuro con
esperanza.” (Papa Francisco,
“Misericordiæ Vultus”, § 10)
“El lenguaje y los gestos de la
Iglesia deben transmitir miseri-
cordia para penetrar en el co-
razón de las personas y moti-
varlas a reencontrar el camino
de vuelta al Padre. Donde la
Iglesia esté presente, allí debe
ser evidente la misericordia del
Padre. Dondequiera que haya
cristianos, cualquiera debería
poder encontrar un oasis de
misericordia.” (Papa Francisco,
“Misericordiæ vultus”, § 12)
LA MISERICORDIA CREA LA
FRATERNIDAD: “LAS OBRAS
DE MISERICORDIA.”
“Es mi vivo deseo que el pue-
blo cristiano reflexione durante
el Jubileo sobre las obras de
misericordia corporales y es-
pirituales. Redescubramos las
obras de misericordia cor-
porales:
Dar de comer al hambriento.
Dar de beber al sediento.
Vestir al desnudo.
Acoger al forastero.
Asistir a los enfermos.
Visitar a los presos.
Enterrar a los muertos.
Y no olvidemos las obras de
misericordia espirituales:
Dar consejo al que lo necesita.
Enseñar al que no sabe.
Corregir al que yerra.
Consolar al triste.
Perdonar las ofensas.
Soportar con paciencia a las
personas molestas.
Rogar a Dios por los vivos y
por los difuntos.”
(Papa Francisco, “Misericordiæ
Vultus”, § 15)
En el Evangelio, la Bienaven-
turanza de la Misericordia:
“Dichosos los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán miseri-
cordia” (Mt. 5, 7), nos enseña que:
- es solidaridad y compromi-
so de amor eficaz hacia los
hermanos en la necesidad y
en la miseria.
- es perdón y reconciliación
de las ofensas recibidas y
cometidas.
El Señor nos enseña que prac-
ticar la misericordia es un cami-
2
no universal que crea lazos de
fraternidad entre los hombres.
Es el mensaje de la parábola
del Buen Samaritano (Lc. 10,
29-37). Al final de la Parábola,
Jesús pregunta: “¿Cuál de es-
tos tres te parece que se portó
como prójimo del que cayó en
manos de los bandidos?”
Esto quiere decir que no todos
se comportaron como herma-
nos del herido. Podrían haberlo
sido, pero de hecho el único fue
“el que practicó la misericordia
con él”. Para Jesús, ser her-
mano no es algo “automático”,
como un derecho adquirido.
No somos hermanos mientras
no nos hayamos portado como
tales y, estamos invitados a ser-
lo practicando la misericordia.
El Evangelio nos enseña que,
de hecho, no somos herma-
nos. La experiencia del odio, la
división, la injusticia y la violen-
cia nos enseña todos los días
que es lo contrario. No somos
hermanos, pero estamos invi-
tados a serlo. En efecto, Jesús
nos invita y da la fuerza para
“convertirnos en hermanos”.
Pero eso depende de una op-
ción concreta que nos debe-
mos y que compromete nues-
tra libertad, la de ser caritativos
y misericordiosos.
El samaritano se ha convertido
en el hermano del herido. No
por su religión, por su raza, su
nacionalidad o ideología, sino
simplemente por la práctica de
una acción de misericordia.
Así, mi prójimo no es el que
comparte mi religión, mi patria,
mi familia o mis ideas. Mi próji-
mo es aquel con quien compar-
to mi vida porque nos necesita-
mos unos a otros.
Para acercarse al hombre heri-
do, el Buen Samaritano ha teni-
do que hacer un esfuerzo para
salir de sí mismo, de su raza,
de su religión y de sus prejui-
cios. “... porque los judíos no
se tratan con los samaritanos.”
(Jn. 4, 9). Ha tenido que dejar
de lado su mundo y sus intere-
ses personales. Ha abandona-
do sus proyectos, ha dado su
tiempo y su dinero. En lo que se
refiere a los demás personajes
de la parábola, el sacerdote y el
levita, no quisieron abandonar
sus proyectos considerándolos
más importantes que la invita-
ción a ser hermanos del herido.
Ser hermano de alguien su-
pone salir de “nuestro mundo”
para entrar en el “mundo del
otro”. Compartir su cultura, su
mentalidad, sus necesidades y
su pobreza.
Hacerse hermano de otro es
como un éxodo, una reconcilia-
ción. Las “obras de misericor-
dia” son la ocasión que se nos
brinda durante la peregrinación
de nuestra vida, para ser “mise-
ricordiosos como el Padre”, es
decir, justos y caritativos para
estar en comunión los unos
con los otros.
LA MISERICORDIA QUE VA
MÁS LEJOS QUE LA JUSTICIA:
EL PERDÓN.
La misericordia como perdón
de las ofensas es la otra cara
del amor fraterno. Si la mise-
ricordia como compromiso
construye la fraternidad, el per-
dón mutuo reconstruye y con-
solida la fraternidad. Evita que
la división y el rencor que pro-
ducen las ofensas paralicen a la
comunidad.
¿Qué es la reconciliación cris-
tiana? La reconciliación es la
vuelta a la amistad o a la fra-
ternidad entre personas, fami-
lias, grupos sociales o países,
llamados a ser hermanos que
han roto esa fraternidad o esta
amistad. La reconciliación es
más grande que la “concilia-
ción” (que es un acuerdo, más
o menos provisional entre las
partes): es la restauración de la
fraternidad destruida. Por eso
la reconciliación adquiere la for-
ma de un “regreso”, de una re-
construcción, de un reencuen-
tro: “Me pondré en camino a
donde está mi padre...” (Lc. 15,
18). “... Se puso en camino a
donde estaba su padre...”, en
esta parábola, el hijo pródigo
trata de volver a la casa del pa-
dre.
La celebración del sacramen-
to de la reconciliación es el lugar
donde la conversión a Dios y la
reconciliación con Él y con los
demás se convierte un aconte-
cimiento real en nuestras vidas.
Ahí, real y sacramentalmente
nos arrepentimos de las faltas
cometidas y recibimos la pre-
sencia de Dios, que nos espera
para recibir nuestra conversión
y nos da su gracia de amor y
misericordia.
En la celebración de este sa-
cramento, el encuentro vivifi-
cante con Cristo toma la forma
del perdón y de la misericordia.
Es verdad que estamos invi-
tados a arrepentirnos y pedir
perdón, fuera del sacramento
de la reconciliación. Pero esos
arrepentimientos son como
una preparación para el gran
encuentro sacramental con
Aquel que es la fuente de toda
misericordia: Jesucristo. Al mis-
mo tiempo, nuestro arrepen-
timiento y nuestra conversión
son confirmados por la gracia
del sacramento y adquieren así
una dimensión eclesial, es de-
cir, para el bien de todo el Cuer-
po de Cristo, de toda la Iglesia.
En conclusión, nuestra au-
téntica participación en el sa-
cramento de la reconciliación
nos introduce en una auténtica
experiencia del Espíritu Santo,
que nos identifica con la muerte
de Cristo, lo que significa mo-
rir a nuestros propios pecados,
a sus raíces, a las tendencias
profundas del mal que está en
nosotros y que tan sólo el Espí-
ritu puede arrancar.
La celebración de este sacra-
mento es un comenzar de nue-
vo perpetuo, un fortalecimiento
de nuestro espíritu para ir más
allá de nuestras debilidades y
tentaciones. Es una experien-
cia que nos hace encontrarnos
con el rostro misericordioso de
Cristo.
3
II - LOURDES, LA PEREGRINACIÓN DE LA MISERICORDIA
LA PUERTA
DE LA MISERICORDIA
“La peregrinación es un signo
peculiar en el Año Santo, por-
que es imagen del camino que
cada persona realiza en su exis-
tencia. La vida es una peregri-
nación y el ser humano es viator
“caminante”, un peregrino que
recorre su camino hasta alcan-
zar la meta anhelada. También
para llegar la Puerta Santa en
Roma y en cualquier otro lugar,
cada uno deberá realizar, según
sus propias fuerzas, una pere-
grinación. Esto será un signo
del hecho de que también la
misericordia es una meta por
alcanzar y que requiere com-
promiso y sacrificio. La peregri-
nación, entonces, sea estímulo
para la conversión: atravesando
la Puerta Santa nos dejaremos
abrazar por la misericordia de
Dios y nos comprometeremos
a ser misericordiosos con los
demás como el Padre lo es con
nosotros” (Papa Francisco, “Mi-
sericordiæ Vultus”, § 14).
En este año jubilar, nuestra pe-
regrinación, personal o comu-
nitaria, ofrecerá la ocasión de
pasar por la Puerta de la Miseri-
cordia, que estará situada en la
entrada San Miguel. Esta puerta
estará en comunicación directa
con el Calvario Bretón y allí po-
dremos contemplar a Jesús cru-
cificado, muerto por nosotros y
puerta de la misericordia. Al mis-
mo tiempo contemplaremos a la
Virgen María, madre del crucifi-
cado, al pie de la Cruz.
“Junto a la cruz de Jesús,
estaban su madre y la herma-
na de su madre, María, la de
Cleofás, y María la Magdale-
na. Jesús, al ver a su Madre
y cerca al discípulo que tanto
quería, dijo a su Madre: Mu-
jer, ahí tienes a tu hijo. Luego,
dijo al discípulo: Ahí tienes
a tu Madre. Y desde aquella
hora, el discípulo la recibió en
su casa”. (Jn. 19, 25-27)
“Ahí tienes a tu hijo...”, estas
palabras pronunciadas por Je-
sús no son una simple reco-
mendación que hace a su ma-
dre; son una manera de poner
en evidencia una nueva forma
de ser engendrado en la mater-
nidad de María.
“El discípulo que Jesús tanto
quería...” es al que Jesús ama
con un amor predilecto, el amor
que ocupa el primer lugar en la
relación: “No sois vosotros los
que me habéis elegido, soy yo
quien os he elegido; y os he
destinado para que vayáis y deis
fruto, y vuestro fruto dure.” (Jn.
15, 16). Se trata también de un
amor que hace del otro un “dis-
cípulo”, un “amigo”, es el amor
que “perfecciona” (hace per-
fecto): “Si guardáis mis manda-
mientos, permaneceréis en mi
amor” (Jn. 15, 10). Y el fruto de
ese amor es la alegría perfecta:
“Os he hablado de esto para
que mi alegría esté en vosotros,
y vuestra alegría llegue a pleni-
tud.” (Jn. 15, 11)
La expresión “el discípulo que
Jesús tanto amaba” no es tan-
to la indicación de un amor de
predilección por un discípulo en
particular, como una explicación
que aspira a situar al discípulo
como tal en la esfera del amor y
la misericordia. La expresión tie-
ne un valor simbólico y designa
a todos los creyentes. Es el cre-
yente el que es confiado a María
y el que la recibe como Madre.
Es el peregrino el que es confia-
do a María.
En este sentido es como hay
que entender: “Y desde aquella
hora, el discípulo la recibió en su
casa” (Jn. 19, 27). Ese “su casa”
no indica solamente la casa, sino
también los bienes propios que
le pertenecen como discípulo: el
vínculo de fe que le une a Cristo
y que se expresa en la práctica
del mandamiento de amor. En
este espacio espiritual es donde
el discípulo recibe a María como
madre. En ese espacio espiritual
es también donde Bernardita y
los peregrinos de todos los tiem-
pos acogen la presencia de Ma-
ría como madre.
María, madre de misericordia,
está siempre presente en la vida
del creyente al servicio de la
alianza entre su Hijo y sus dis-
cípulos. Y esta alianza tiene un
nombre: la misericordia.
El 11 de febrero de 1858, Ber-
nardita recibe la gracia de “hacer
bien la señal de la cruz”: “Quise
hacer la señal de la cruz, pero
fui incapaz de llevar la mano a la
frente, hasta que la Señora hizo
la señal de la cruz, y entonces yo
también pude hacerla”.
Para “hacer bien la señal de la
cruz” le bastó con mirar a la Se-
ñora y hacerla como ella la hizo.
Numerosos testigos nos dicen
que con ese gesto sencillo, hacer
bien la señal de la cruz, parecía
que ella entraba en una realidad
diferente. Esa otra realidad es la
que el Señor nos propone en el
Evangelio: pasar del pecado a la
gracia, del egoísmo al compar-
tir, de la división a la comunión,
del aislamiento al encuentro, de
la tristeza a la alegría, del odio al
perdón, etc.
Pasando por la puerta de la
Misericordia estamos invitados,
con María y Bernardita, a hacer
la señal de la cruz para mostrar
de esa manera nuestra decisión
de entrar en la realidad de la gra-
cia de la misericordia para noso-
tros y para todos con quienes
nos encontramos.
LA GRUTA
La Gruta de Lourdes es el lugar
donde Bernardita Soubirous
vio 18 veces, a la Virgen María,
Madre de Dios, entre el 11 de
febrero y el 16 de julio de 1858.
Este encuentro entre estas dos
personas tuvo lugar en vista de
un tercer encuentro, el de Cris-
to. De hecho, durante todas las
apariciones, la Virgen se presen-
ta siempre como la que se pone
al servicio de Bernardita para
hacerle descubrir poco a poco
por medio de una catequesis
y una pedagogía extraordina-
ria, en presencia de la fuente al
5
fondo de la gruta. La fuente que
Bernardita descubrió durante la
novena aparición es el símbolo
de todo el mensaje que María
confía a Bernardita. Esta fuente
simboliza la persona misma de
Cristo. Cuando la Señora dice
a Bernardita: “Vaya a beber y a
lavarse en la fuente” es una in-
vitación que le hace para que
entre en el misterio de la vida de
su Hijo. No basta con descubrir
la fuente (Cristo), hay que beber
y lavarse en ella. Eso quiere de-
cir alimentarse con la Palabra de
Dios y dejarse transformar por
su presencia sacramental en la
Reconciliación y la Eucaristía.
La Gruta es también el lugar
del silencio y de la oración ne-
cesaria para dialogar con el Se-
ñor.
La Gruta es también el lugar
de un comienzo, de un arran-
que, de una partida, de una no-
vedad, la Gruta es un lugar de
encuentro, donde el hombre y
la mujer se descubren bellos a
los ojos de Dios, amables a los
ojos de los demás.
En la Gruta de Lourdes nacen
amores y amistades para toda
una vida y son muchos los que
oyen la llamada y reciben la gra-
cia de consagrar su existencia
al Señor y a sus hermanos.
Delante de la Gruta descubri-
mos la presencia maternal de
María y tenemos la experiencia
de ese rostro maternal de la
Iglesia, por lo que la Gruta es un
lugar de acogida, de escucha,
de comprensión, de apertura al
otro, lugar de preferir al otro a sí
mismo, expresado por el don y
el servicio a los demás.
La Gruta es el reflejo de la hu-
manidad nueva, de una nueva
creación.
La Gruta es la belleza de la
Inmaculada Concepción, el
maravilloso encuentro entre la
Santísima Virgen y Bernardita, y
la gracia que se sigue de todo
eso, ha marcado para siempre
estos lugares.
La Gruta es un lugar que acoge
nuestra humanidad tal y como
es, con sus alegrías y sus penas,
sus heridas, sus frustraciones,
sus fracasos y sus triunfos. Y al
mismo tiempo, es un lugar don-
de tenemos la experiencia de la
irrupción de Dios en la persona
de María. Como dice el Após-
tol san Pablo “donde abundó el
pecado, sobreabundó la gracia”
(Rm. 5, 20).
La Gruta es por eso el lugar de
todas las misericordias.
LAS PISCINAS Y LAS FUENTES
En la Gruta de Lourdes, Ma-
ría introdujo a Bernardita en el
Evangelio. La catequesis de
María llega a Bernardita en lo
que ella es: su condición hu-
mana marcada por el pecado.
Al mismo tiempo, la toca en su
realidad, su pobreza, su igno-
rancia, su enfermedad, su in-
digencia.
Durante las apariciones peni-
tenciales (de la 8a
a la 11a
), por
petición de la Señora, Bernar-
dita realizó tres gestos: andar
de rodillas y besar el suelo de
la Gruta, comer algunas hierbas
y embadurnarse la cara con el
fango de la Gruta.
Estos gestos son bíblicos,
eminentemente penitenciales
que nos remiten a los momen-
tos importantes de la Pasión del
Hijo de Dios.
Andar de rodillas y besar el
suelo de la Gruta: es el gesto
de la humillación del Hijo de Dios,
es el gesto de la Encarnación.
“Tened entre vosotros los senti-
mientos propios de Cristo Jesús.
Él, a pesar de su condición divi-
na, no hizo alarde de su categoría
de Dios; al contrario, se despojó
de su rango y tomó la condición
de esclavo, pasando por uno de
tantos. Y así, actuando como
un hombre cualquiera, se reba-
jó hasta someterse incluso a la
muerte, y una muerte de cruz.”
(Flp. 2, 5-8)
Comer algunas hierbas que
crecían en el interior de la
Gruta. Las hierbas amargas del
libro del Éxodo nos hablan del
cordero inmolado con el que los
hebreos piden los favores de
Dios: “El diez de este mes, cada
uno procurará un animal para
su familia, uno para cada fami-
lia. A la hora del crepúsculo, lo
inmolará toda la asamblea de la
comunidad de Israel. Después
tomarán un poco de su san-
gre, y marcarán con ella los dos
postes y el dintel de la puerta
de las casas donde lo coman.
Y esa misma noche comerán
la carne asada al fuego, con
panes sin levadura y hierbas
amargas” (Ex. 12, 1). Las hier-
bas amargas en la Biblia signifi-
can el pecado, lo que hace mal
al hombre. Y he aquí a Bernar-
dita, a imagen del cordero de
Dios, que come esas hierbas
significándonos que el hombre
ha sido liberado del pecado por
el sacrificio del cordero de Dios,
Jesucristo.
El fango que desfigura el ros-
tro de Bernardita es la imagen
del “siervo paciente de Dios”,
del que nos habla el profeta
Isaías (Is. 52,14).
Estos gestos realizados por
Bernardita, respondiendo a la
petición repetida de la Señora,
tienen como finalidad hacernos
descubrir otra realidad. An-
dar de rodillas y besar el sue-
lo son gestos de humillación y
son también gestos de ternura
hacia el suelo de la Gruta. Los
otros dos, comer hierbas y to-
mar barro, expresan el deseo
de limpiar ese suelo. Hay que
pasar por esa purificación para
que pueda aparecer lo que está
oculto y que es el verdadero te-
soro: la fuente. Hay que amar
al hombre, hijo de Dios, que es
pecador, para librarlo del peca-
do, para que pueda descubrir
en su corazón la fuente de amor
y de caridad, ya que el hombre
ha sido creado a imagen y se-
mejanza de Dios: “Vaya a beber
y a lavarse en la fuente”, dijo
María a Bernardita el 25 de fe-
brero durante la novena apari-
ción.
En la contemplación del Hijo del
Hombre desfigurado, coronado
de espinas, ensangrentado, con-
templamos lo trágico de la histo-
ria de los hombres. Pero simultá-
6
neamente, en el Hijo del Hombre
se manifiesta el amor de Dios
hacia la humanidad: “Uno de los
soldados le atravesó el costado
con la lanza, y al punto salió san-
gre y agua.” (Jn. 19, 34)
Haciendo el gesto de beber
y lavarnos expresamos la ne-
cesidad de esta purificación
de nuestros sentimientos y
palabras para que podamos
comunicarnos con nuestros
hermanos, no a un nivel super-
ficial, sino al nivel de la fuente
de la caridad que dormita en
nosotros. Igual que en la Sama-
ritana, nuestra conversión es
posible según las palabras de
Cristo: “El agua que yo le daré
se convertirá dentro de él en un
surtidor de agua que salta has-
ta la Vida eterna.” (Jn. 4, 14)
Pasando por las piscinas y
haciendo el gesto del agua, los
peregrinos quieren significar el
deseo de ser purificados por la
gracia de Dios y, al mismo tiem-
po, expresar el deseo de ha-
cer brotar de lo más profundo
de su corazón la caridad, que
ya está en él, para comunicar-
la a los demás. En conclusión,
estamos invitados a darnos de
beber unos a otros, lo que quie-
re decir dar al otro lo mejor de
nosotros mismos. Tengo sed
de la misericordia de mi herma-
no y mi hermano tiene sed de
la misericordia de mi corazón.
El esposo debe poder beber y
lavarse en el corazón misericor-
dioso de su esposa y viceversa.
La familia está llamada a comu-
nicarse en lo más profundo de
la misericordia.
LA CAPILLA
DE LA RECONCILIACIÓN
El 11 de febrero de 1858, Ber-
nardita, afectada ya por el asma,
la desnutrición y el hambre va
junto a una gruta húmeda y os-
cura buscando leña y huesos.
Y en ese momento, después de
haber escuchado como “una
ráfaga de viento”, vuelve su mi-
rada hacia la Gruta y ve a una
Señora vestida de blanco y ro-
deada de un halo de luz que se
refleja en su cara, convirtiéndo-
se así en el signo de la luz.
María refleja la luz de Aquel
que es la luz, Cristo.
Y si Bernardita refleja esa luz
en su cara es porque su co-
razón está iluminado por esa
luz. Al mismo tiempo, esa luz
le muestra las tinieblas de su
corazón. Por eso la muchacha,
el sábado siguiente, va a bus-
car al P. Pomian para confiarle
la extraordinaria experiencia
que acaba de vivir y confesarse
por primera vez en su vida. En-
cuentro con el sacerdote muy
significativo porque nos sugiere
que esa misma luz que ve en la
Gruta se encuentra en el sacra-
mento de la reconciliación y de
la eucaristía, en la vida sacra-
mental y en la vida dentro de la
Iglesia. “Cristo es la luz de los
pueblos. Por ello este sacrosan-
to Sínodo, reunido en el Espíri-
tu Santo, desea ardientemente
iluminar a todos los hombres,
anunciando el Evangelio a toda
criatura con la claridad de Cris-
to, que resplandece sobre la faz
de la Iglesia.” (Con. Vat. II Lu-
men Gentium, n°1)
En frente del Centro de Aco-
gida de enfermos Notre-Dame,
lugar de encuentro de las per-
sonas enfermas y de los hos-
pitalarios, al otro lado del río
Gave, se encuentra la Capilla
de la Reconciliación. Está en
el antiguo emplazamiento del
Asilo Notre-Dame. Es un bello
símbolo: Dios quiere la curación
total del hombre. Enfermedad
y pecado tienen que ser bien
diferenciados. Jesús es muy
claro en este punto. Pero el ser
humano sufre por estar dividi-
do. Aspira a la reconciliación:
consigo mismo, con los demás,
con el mundo que le rodea y
también con Dios, su Creador y
Salvador.
La capilla de la reconciliación es
la más bella de todas las capillas
del Santuario, no por su belleza
material sino por la belleza de lo
que se vive en el interior de ese
edificio. Un penitente, animado
por su deseo de conversión por
el perdón pedido y recibido, y al
mismo tiempo el sacerdote, mi-
nistro de la misericordia, vuelven
a decir de manera concreta el
“Sí” de la alianza de misericordia
que Dios hace con toda la hu-
manidad.
LOSCENTROSDEACOGIDADE
ENFERMOS:NOTRE-DAME, SAINT
FRAIYSALUSINFIRMORUM
“Los Centros de Acogida de
enfermos no serían más que
estructuras colectivas pareci-
das a tantas otras, si no estu-
vieran las Hospitalidades, esas
decenas de miles de volunta-
rios que, cada año, dedican su
tiempo y gastan su dinero para
acompañar o acoger en Lour-
des a las personas enfermas o
discapacitadas.
Lourdes es un lugar donde
muchas personas pueden vivir
la parábola del Buen Samari-
tano. El Samaritano se detuvo,
cuando quizás tenía prisa. No
retrocedió frente a las heridas
del hombre medio muerto. Tam-
bién los Hospitalarios, detienen
la marcha de sus ocupaciones
o de su ocio y aceptan mirar a
aquellos que nuestra forma ac-
tual de vivir relega a menudo a
lugares aparte.
El Samaritano se alegra de en-
contrar un albergue al que pue-
de llevar con toda seguridad al
herido al borde del camino. Se lo
confía a otro, sin desentenderse
de él ya que volverá y pagará el
resto. Es un buen ejemplo para
los hospitalarios: el enfermo no
les pertenece.
Esto no sería Lourdes si hu-
biéramos construido hermosos
Centros para enfermos, con un
personal cualificado, pero sin
la gratuidad de la presencia de
los voluntarios. Sería una lásti-
ma para las personas acogidas,
pero también para los volunta-
rios, ya que servir es un camino
de descubrimientos, un camino
de fe en el Servidor. Es estupen-
do que haya tantos jóvenes que
quieran desempeñar ese servi-
cio”. (Monseñor Jacques Perrier
“El Evangelio de Lourdes”).
P. Horacio Brito,
Misionero de la Inmculada Concepción de Lourdes
Capellán.
©SanctuaireNotre-DamedeLourdes-Impression :ImprimeriedelaGrotte-Novembre2015
Oración del Jubileo
Señor Jesucristo,
tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cie-
lo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu
rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del
dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente
en una criatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el
Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche
como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el
don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su
omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en
el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y
glorioso.
Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debili-
dad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en
la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se
sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción, para que el
Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia
pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres,
proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a
los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti
que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los
siglos.
Amén.
Papa FRANCISCO
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  • 1. I - ¿QUÉ ES LA MISERICORDIA? 1 En el lenguaje diario, la mise- ricordia es un sentimiento que inspira una actitud y ciertos gestos. El diccionario da la si- guiente definición: “Virtud que hace al hombre compadecerse del dolor o infortunio ajenos”. En efecto, se trata de un co- razón que se vuelve sensible a toda situación de miseria por la que pasa nuestro prójimo. La compasión es una manera de expresar la misericordia que consiste en compartir el estado de quien sufre, aunque no pue- da ponerse completamente en el lugar de aquel que sufre. Pero la misericordia también se practica respecto al que no sufre, pero que hace sufrir a los demás. En ese caso, ya no se trata de un sentimiento, sino de un acto de nuestra voluntad que consiste en perdonar. Así, cuando hablamos de mi- sericordia hacemos referencia, al mismo tiempo, al sentimiento de compasión con respecto al que está sufriendo y al acto vo- luntario de perdonar y de borrar el mal que ha cometido. EL DIOS DE LA MISERICORDIA Hay algo que resulta extraño. ¡Dios no es misericordia en sí! No lo es en su ser, en su esen- cia y en su naturaleza. Dios que es Amor no expresa ese Amor dentro de su comunión trinitaria por la misericordia. En efecto, ¿por qué Padre, Hijo y Espíritu Santo tendrían que hacerse mi- sericordia? Y tampoco Dios es Creador por misericordia. Él Es, es la Vida, es Espíritu, es Amor, y para Él eso basta. Se basta a sí mismo. Pero si afirmamos que “Dios es misericordioso” es que ha tenido que hacerse tal. Enton- ces nos preguntamos, ¿por qué Dios se ha vuelto misericordio- so para el hombre? La respues- ta es sencilla y la encontramos a lo largo de toda la Biblia y de la Historia de la Salvación: a causa de la miseria del hombre y del mundo, heridos y marca- dos por el mal y el pecado. “Porque así como reinó el pe- cado causando la muerte, así también, por Jesucristo nuestro Señor, reinará la gracia causando una justificación que conduce a la vida eterna. (Rm. 5, 21). Frente a esta realidad Dios pone su co- razón en el centro de la miseria y así se manifiesta su “miseri-cor- dia” (poner el corazón en la mise- ria del otro). Y así es como Dios se hace “misericordioso”. MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE (Lc.6,36) Tema Pastoral 2016 “Misericordia: es la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados sin tener en cuenta el límite de nuestro pecado.” “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, serenidad y paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia es la ley funda- mental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados sin tener en cuenta el límite de nuestro pecado.” (Papa Francisco,“Miserocordiæ vultus”, § 2) El Santo Padre nos invita con estas palabras a celebrar el Año Jubilar de la Miseri- cordia que va a comenzar con la apertura de la Puerta Santa en Roma, en las cate- drales y santuarios del mundo entero del 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre de 2016. El Santuario de Lourdes, por decisión de Mons. Brouwet, se hace eco de esta invitación del Papa Francisco y con una alegría inmensa ofrece sus reflexiones relacionadas con la misericordia para ayudar a todos los peregrinos a vivir este Año Jubilar acompañados por Nuestra Señora de Lourdes, Madre de Misericordia, y por Bernardita, testigo de la misericordia de Dios.
  • 2. LA MISERICORDIA, DON DEL PADRE, DON DEL HIJO Y DON DEL ESPÍRITU SANTO. Si Dios es Misericordia esto sig- nifica que la misericordia es un don. Don del Padre porque nos entrega a su Unigénito. Porque “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único... (Jn 3, 16). Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Jn 3, 17) Don del Hijo, que se entre- ga a nosotros para revelarnos la misericordia del Padre: “Por eso me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: Este mandato he recibido de mi Padre.” (Jn 10, 17) Don del Espíritu Santo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la liber- tad y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.” (Lc 4, 18-19) “Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La mi- sión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en ple- nitud. «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16), afirma por primera y úni- ca vez en toda la Sagrada Es- critura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus re- laciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las per- sonas pobres, excluidas, enfer- mas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de miseri- cordia. Nada en Él es falto de compasión.” (Papa Francisco, “Misericordiæ vultus”, § 8) LA IGLESIA, SACRAMENTO DE LA MISERICORDIA DE CRISTO. “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revesti- do por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordio- so y compasivo. La Iglesia «vive un deseo inagotable de brindar misericordia » (Papa Francisco, “Misericordiæ vultus”, § 8). Tal vez por mucho tiempo nos he- mos olvidado de mostrar y de andar por la vía de la misericor- dia. Por una parte, la tentación de procurar siempre y solamen- te justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesa- rio e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa. Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la pa- labra misma en algunos mo- mentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desola- do. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargar- se del anuncio alegre del per- dón. Es tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El per- dón es una fuerza que resuci- ta a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza.” (Papa Francisco, “Misericordiæ Vultus”, § 10) “El lenguaje y los gestos de la Iglesia deben transmitir miseri- cordia para penetrar en el co- razón de las personas y moti- varlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. Donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. Dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia.” (Papa Francisco, “Misericordiæ vultus”, § 12) LA MISERICORDIA CREA LA FRATERNIDAD: “LAS OBRAS DE MISERICORDIA.” “Es mi vivo deseo que el pue- blo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y es- pirituales. Redescubramos las obras de misericordia cor- porales: Dar de comer al hambriento. Dar de beber al sediento. Vestir al desnudo. Acoger al forastero. Asistir a los enfermos. Visitar a los presos. Enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: Dar consejo al que lo necesita. Enseñar al que no sabe. Corregir al que yerra. Consolar al triste. Perdonar las ofensas. Soportar con paciencia a las personas molestas. Rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.” (Papa Francisco, “Misericordiæ Vultus”, § 15) En el Evangelio, la Bienaven- turanza de la Misericordia: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán miseri- cordia” (Mt. 5, 7), nos enseña que: - es solidaridad y compromi- so de amor eficaz hacia los hermanos en la necesidad y en la miseria. - es perdón y reconciliación de las ofensas recibidas y cometidas. El Señor nos enseña que prac- ticar la misericordia es un cami- 2
  • 3. no universal que crea lazos de fraternidad entre los hombres. Es el mensaje de la parábola del Buen Samaritano (Lc. 10, 29-37). Al final de la Parábola, Jesús pregunta: “¿Cuál de es- tos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?” Esto quiere decir que no todos se comportaron como herma- nos del herido. Podrían haberlo sido, pero de hecho el único fue “el que practicó la misericordia con él”. Para Jesús, ser her- mano no es algo “automático”, como un derecho adquirido. No somos hermanos mientras no nos hayamos portado como tales y, estamos invitados a ser- lo practicando la misericordia. El Evangelio nos enseña que, de hecho, no somos herma- nos. La experiencia del odio, la división, la injusticia y la violen- cia nos enseña todos los días que es lo contrario. No somos hermanos, pero estamos invi- tados a serlo. En efecto, Jesús nos invita y da la fuerza para “convertirnos en hermanos”. Pero eso depende de una op- ción concreta que nos debe- mos y que compromete nues- tra libertad, la de ser caritativos y misericordiosos. El samaritano se ha convertido en el hermano del herido. No por su religión, por su raza, su nacionalidad o ideología, sino simplemente por la práctica de una acción de misericordia. Así, mi prójimo no es el que comparte mi religión, mi patria, mi familia o mis ideas. Mi próji- mo es aquel con quien compar- to mi vida porque nos necesita- mos unos a otros. Para acercarse al hombre heri- do, el Buen Samaritano ha teni- do que hacer un esfuerzo para salir de sí mismo, de su raza, de su religión y de sus prejui- cios. “... porque los judíos no se tratan con los samaritanos.” (Jn. 4, 9). Ha tenido que dejar de lado su mundo y sus intere- ses personales. Ha abandona- do sus proyectos, ha dado su tiempo y su dinero. En lo que se refiere a los demás personajes de la parábola, el sacerdote y el levita, no quisieron abandonar sus proyectos considerándolos más importantes que la invita- ción a ser hermanos del herido. Ser hermano de alguien su- pone salir de “nuestro mundo” para entrar en el “mundo del otro”. Compartir su cultura, su mentalidad, sus necesidades y su pobreza. Hacerse hermano de otro es como un éxodo, una reconcilia- ción. Las “obras de misericor- dia” son la ocasión que se nos brinda durante la peregrinación de nuestra vida, para ser “mise- ricordiosos como el Padre”, es decir, justos y caritativos para estar en comunión los unos con los otros. LA MISERICORDIA QUE VA MÁS LEJOS QUE LA JUSTICIA: EL PERDÓN. La misericordia como perdón de las ofensas es la otra cara del amor fraterno. Si la mise- ricordia como compromiso construye la fraternidad, el per- dón mutuo reconstruye y con- solida la fraternidad. Evita que la división y el rencor que pro- ducen las ofensas paralicen a la comunidad. ¿Qué es la reconciliación cris- tiana? La reconciliación es la vuelta a la amistad o a la fra- ternidad entre personas, fami- lias, grupos sociales o países, llamados a ser hermanos que han roto esa fraternidad o esta amistad. La reconciliación es más grande que la “concilia- ción” (que es un acuerdo, más o menos provisional entre las partes): es la restauración de la fraternidad destruida. Por eso la reconciliación adquiere la for- ma de un “regreso”, de una re- construcción, de un reencuen- tro: “Me pondré en camino a donde está mi padre...” (Lc. 15, 18). “... Se puso en camino a donde estaba su padre...”, en esta parábola, el hijo pródigo trata de volver a la casa del pa- dre. La celebración del sacramen- to de la reconciliación es el lugar donde la conversión a Dios y la reconciliación con Él y con los demás se convierte un aconte- cimiento real en nuestras vidas. Ahí, real y sacramentalmente nos arrepentimos de las faltas cometidas y recibimos la pre- sencia de Dios, que nos espera para recibir nuestra conversión y nos da su gracia de amor y misericordia. En la celebración de este sa- cramento, el encuentro vivifi- cante con Cristo toma la forma del perdón y de la misericordia. Es verdad que estamos invi- tados a arrepentirnos y pedir perdón, fuera del sacramento de la reconciliación. Pero esos arrepentimientos son como una preparación para el gran encuentro sacramental con Aquel que es la fuente de toda misericordia: Jesucristo. Al mis- mo tiempo, nuestro arrepen- timiento y nuestra conversión son confirmados por la gracia del sacramento y adquieren así una dimensión eclesial, es de- cir, para el bien de todo el Cuer- po de Cristo, de toda la Iglesia. En conclusión, nuestra au- téntica participación en el sa- cramento de la reconciliación nos introduce en una auténtica experiencia del Espíritu Santo, que nos identifica con la muerte de Cristo, lo que significa mo- rir a nuestros propios pecados, a sus raíces, a las tendencias profundas del mal que está en nosotros y que tan sólo el Espí- ritu puede arrancar. La celebración de este sacra- mento es un comenzar de nue- vo perpetuo, un fortalecimiento de nuestro espíritu para ir más allá de nuestras debilidades y tentaciones. Es una experien- cia que nos hace encontrarnos con el rostro misericordioso de Cristo. 3
  • 4.
  • 5. II - LOURDES, LA PEREGRINACIÓN DE LA MISERICORDIA LA PUERTA DE LA MISERICORDIA “La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, por- que es imagen del camino que cada persona realiza en su exis- tencia. La vida es una peregri- nación y el ser humano es viator “caminante”, un peregrino que recorre su camino hasta alcan- zar la meta anhelada. También para llegar la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, según sus propias fuerzas, una pere- grinación. Esto será un signo del hecho de que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere com- promiso y sacrificio. La peregri- nación, entonces, sea estímulo para la conversión: atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros” (Papa Francisco, “Mi- sericordiæ Vultus”, § 14). En este año jubilar, nuestra pe- regrinación, personal o comu- nitaria, ofrecerá la ocasión de pasar por la Puerta de la Miseri- cordia, que estará situada en la entrada San Miguel. Esta puerta estará en comunicación directa con el Calvario Bretón y allí po- dremos contemplar a Jesús cru- cificado, muerto por nosotros y puerta de la misericordia. Al mis- mo tiempo contemplaremos a la Virgen María, madre del crucifi- cado, al pie de la Cruz. “Junto a la cruz de Jesús, estaban su madre y la herma- na de su madre, María, la de Cleofás, y María la Magdale- na. Jesús, al ver a su Madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su Madre: Mu- jer, ahí tienes a tu hijo. Luego, dijo al discípulo: Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa”. (Jn. 19, 25-27) “Ahí tienes a tu hijo...”, estas palabras pronunciadas por Je- sús no son una simple reco- mendación que hace a su ma- dre; son una manera de poner en evidencia una nueva forma de ser engendrado en la mater- nidad de María. “El discípulo que Jesús tanto quería...” es al que Jesús ama con un amor predilecto, el amor que ocupa el primer lugar en la relación: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.” (Jn. 15, 16). Se trata también de un amor que hace del otro un “dis- cípulo”, un “amigo”, es el amor que “perfecciona” (hace per- fecto): “Si guardáis mis manda- mientos, permaneceréis en mi amor” (Jn. 15, 10). Y el fruto de ese amor es la alegría perfecta: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a pleni- tud.” (Jn. 15, 11) La expresión “el discípulo que Jesús tanto amaba” no es tan- to la indicación de un amor de predilección por un discípulo en particular, como una explicación que aspira a situar al discípulo como tal en la esfera del amor y la misericordia. La expresión tie- ne un valor simbólico y designa a todos los creyentes. Es el cre- yente el que es confiado a María y el que la recibe como Madre. Es el peregrino el que es confia- do a María. En este sentido es como hay que entender: “Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa” (Jn. 19, 27). Ese “su casa” no indica solamente la casa, sino también los bienes propios que le pertenecen como discípulo: el vínculo de fe que le une a Cristo y que se expresa en la práctica del mandamiento de amor. En este espacio espiritual es donde el discípulo recibe a María como madre. En ese espacio espiritual es también donde Bernardita y los peregrinos de todos los tiem- pos acogen la presencia de Ma- ría como madre. María, madre de misericordia, está siempre presente en la vida del creyente al servicio de la alianza entre su Hijo y sus dis- cípulos. Y esta alianza tiene un nombre: la misericordia. El 11 de febrero de 1858, Ber- nardita recibe la gracia de “hacer bien la señal de la cruz”: “Quise hacer la señal de la cruz, pero fui incapaz de llevar la mano a la frente, hasta que la Señora hizo la señal de la cruz, y entonces yo también pude hacerla”. Para “hacer bien la señal de la cruz” le bastó con mirar a la Se- ñora y hacerla como ella la hizo. Numerosos testigos nos dicen que con ese gesto sencillo, hacer bien la señal de la cruz, parecía que ella entraba en una realidad diferente. Esa otra realidad es la que el Señor nos propone en el Evangelio: pasar del pecado a la gracia, del egoísmo al compar- tir, de la división a la comunión, del aislamiento al encuentro, de la tristeza a la alegría, del odio al perdón, etc. Pasando por la puerta de la Misericordia estamos invitados, con María y Bernardita, a hacer la señal de la cruz para mostrar de esa manera nuestra decisión de entrar en la realidad de la gra- cia de la misericordia para noso- tros y para todos con quienes nos encontramos. LA GRUTA La Gruta de Lourdes es el lugar donde Bernardita Soubirous vio 18 veces, a la Virgen María, Madre de Dios, entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858. Este encuentro entre estas dos personas tuvo lugar en vista de un tercer encuentro, el de Cris- to. De hecho, durante todas las apariciones, la Virgen se presen- ta siempre como la que se pone al servicio de Bernardita para hacerle descubrir poco a poco por medio de una catequesis y una pedagogía extraordina- ria, en presencia de la fuente al 5
  • 6. fondo de la gruta. La fuente que Bernardita descubrió durante la novena aparición es el símbolo de todo el mensaje que María confía a Bernardita. Esta fuente simboliza la persona misma de Cristo. Cuando la Señora dice a Bernardita: “Vaya a beber y a lavarse en la fuente” es una in- vitación que le hace para que entre en el misterio de la vida de su Hijo. No basta con descubrir la fuente (Cristo), hay que beber y lavarse en ella. Eso quiere de- cir alimentarse con la Palabra de Dios y dejarse transformar por su presencia sacramental en la Reconciliación y la Eucaristía. La Gruta es también el lugar del silencio y de la oración ne- cesaria para dialogar con el Se- ñor. La Gruta es también el lugar de un comienzo, de un arran- que, de una partida, de una no- vedad, la Gruta es un lugar de encuentro, donde el hombre y la mujer se descubren bellos a los ojos de Dios, amables a los ojos de los demás. En la Gruta de Lourdes nacen amores y amistades para toda una vida y son muchos los que oyen la llamada y reciben la gra- cia de consagrar su existencia al Señor y a sus hermanos. Delante de la Gruta descubri- mos la presencia maternal de María y tenemos la experiencia de ese rostro maternal de la Iglesia, por lo que la Gruta es un lugar de acogida, de escucha, de comprensión, de apertura al otro, lugar de preferir al otro a sí mismo, expresado por el don y el servicio a los demás. La Gruta es el reflejo de la hu- manidad nueva, de una nueva creación. La Gruta es la belleza de la Inmaculada Concepción, el maravilloso encuentro entre la Santísima Virgen y Bernardita, y la gracia que se sigue de todo eso, ha marcado para siempre estos lugares. La Gruta es un lugar que acoge nuestra humanidad tal y como es, con sus alegrías y sus penas, sus heridas, sus frustraciones, sus fracasos y sus triunfos. Y al mismo tiempo, es un lugar don- de tenemos la experiencia de la irrupción de Dios en la persona de María. Como dice el Após- tol san Pablo “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm. 5, 20). La Gruta es por eso el lugar de todas las misericordias. LAS PISCINAS Y LAS FUENTES En la Gruta de Lourdes, Ma- ría introdujo a Bernardita en el Evangelio. La catequesis de María llega a Bernardita en lo que ella es: su condición hu- mana marcada por el pecado. Al mismo tiempo, la toca en su realidad, su pobreza, su igno- rancia, su enfermedad, su in- digencia. Durante las apariciones peni- tenciales (de la 8a a la 11a ), por petición de la Señora, Bernar- dita realizó tres gestos: andar de rodillas y besar el suelo de la Gruta, comer algunas hierbas y embadurnarse la cara con el fango de la Gruta. Estos gestos son bíblicos, eminentemente penitenciales que nos remiten a los momen- tos importantes de la Pasión del Hijo de Dios. Andar de rodillas y besar el suelo de la Gruta: es el gesto de la humillación del Hijo de Dios, es el gesto de la Encarnación. “Tened entre vosotros los senti- mientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divi- na, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se reba- jó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.” (Flp. 2, 5-8) Comer algunas hierbas que crecían en el interior de la Gruta. Las hierbas amargas del libro del Éxodo nos hablan del cordero inmolado con el que los hebreos piden los favores de Dios: “El diez de este mes, cada uno procurará un animal para su familia, uno para cada fami- lia. A la hora del crepúsculo, lo inmolará toda la asamblea de la comunidad de Israel. Después tomarán un poco de su san- gre, y marcarán con ella los dos postes y el dintel de la puerta de las casas donde lo coman. Y esa misma noche comerán la carne asada al fuego, con panes sin levadura y hierbas amargas” (Ex. 12, 1). Las hier- bas amargas en la Biblia signifi- can el pecado, lo que hace mal al hombre. Y he aquí a Bernar- dita, a imagen del cordero de Dios, que come esas hierbas significándonos que el hombre ha sido liberado del pecado por el sacrificio del cordero de Dios, Jesucristo. El fango que desfigura el ros- tro de Bernardita es la imagen del “siervo paciente de Dios”, del que nos habla el profeta Isaías (Is. 52,14). Estos gestos realizados por Bernardita, respondiendo a la petición repetida de la Señora, tienen como finalidad hacernos descubrir otra realidad. An- dar de rodillas y besar el sue- lo son gestos de humillación y son también gestos de ternura hacia el suelo de la Gruta. Los otros dos, comer hierbas y to- mar barro, expresan el deseo de limpiar ese suelo. Hay que pasar por esa purificación para que pueda aparecer lo que está oculto y que es el verdadero te- soro: la fuente. Hay que amar al hombre, hijo de Dios, que es pecador, para librarlo del peca- do, para que pueda descubrir en su corazón la fuente de amor y de caridad, ya que el hombre ha sido creado a imagen y se- mejanza de Dios: “Vaya a beber y a lavarse en la fuente”, dijo María a Bernardita el 25 de fe- brero durante la novena apari- ción. En la contemplación del Hijo del Hombre desfigurado, coronado de espinas, ensangrentado, con- templamos lo trágico de la histo- ria de los hombres. Pero simultá- 6
  • 7. neamente, en el Hijo del Hombre se manifiesta el amor de Dios hacia la humanidad: “Uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y al punto salió san- gre y agua.” (Jn. 19, 34) Haciendo el gesto de beber y lavarnos expresamos la ne- cesidad de esta purificación de nuestros sentimientos y palabras para que podamos comunicarnos con nuestros hermanos, no a un nivel super- ficial, sino al nivel de la fuente de la caridad que dormita en nosotros. Igual que en la Sama- ritana, nuestra conversión es posible según las palabras de Cristo: “El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta has- ta la Vida eterna.” (Jn. 4, 14) Pasando por las piscinas y haciendo el gesto del agua, los peregrinos quieren significar el deseo de ser purificados por la gracia de Dios y, al mismo tiem- po, expresar el deseo de ha- cer brotar de lo más profundo de su corazón la caridad, que ya está en él, para comunicar- la a los demás. En conclusión, estamos invitados a darnos de beber unos a otros, lo que quie- re decir dar al otro lo mejor de nosotros mismos. Tengo sed de la misericordia de mi herma- no y mi hermano tiene sed de la misericordia de mi corazón. El esposo debe poder beber y lavarse en el corazón misericor- dioso de su esposa y viceversa. La familia está llamada a comu- nicarse en lo más profundo de la misericordia. LA CAPILLA DE LA RECONCILIACIÓN El 11 de febrero de 1858, Ber- nardita, afectada ya por el asma, la desnutrición y el hambre va junto a una gruta húmeda y os- cura buscando leña y huesos. Y en ese momento, después de haber escuchado como “una ráfaga de viento”, vuelve su mi- rada hacia la Gruta y ve a una Señora vestida de blanco y ro- deada de un halo de luz que se refleja en su cara, convirtiéndo- se así en el signo de la luz. María refleja la luz de Aquel que es la luz, Cristo. Y si Bernardita refleja esa luz en su cara es porque su co- razón está iluminado por esa luz. Al mismo tiempo, esa luz le muestra las tinieblas de su corazón. Por eso la muchacha, el sábado siguiente, va a bus- car al P. Pomian para confiarle la extraordinaria experiencia que acaba de vivir y confesarse por primera vez en su vida. En- cuentro con el sacerdote muy significativo porque nos sugiere que esa misma luz que ve en la Gruta se encuentra en el sacra- mento de la reconciliación y de la eucaristía, en la vida sacra- mental y en la vida dentro de la Iglesia. “Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosan- to Sínodo, reunido en el Espíri- tu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura con la claridad de Cris- to, que resplandece sobre la faz de la Iglesia.” (Con. Vat. II Lu- men Gentium, n°1) En frente del Centro de Aco- gida de enfermos Notre-Dame, lugar de encuentro de las per- sonas enfermas y de los hos- pitalarios, al otro lado del río Gave, se encuentra la Capilla de la Reconciliación. Está en el antiguo emplazamiento del Asilo Notre-Dame. Es un bello símbolo: Dios quiere la curación total del hombre. Enfermedad y pecado tienen que ser bien diferenciados. Jesús es muy claro en este punto. Pero el ser humano sufre por estar dividi- do. Aspira a la reconciliación: consigo mismo, con los demás, con el mundo que le rodea y también con Dios, su Creador y Salvador. La capilla de la reconciliación es la más bella de todas las capillas del Santuario, no por su belleza material sino por la belleza de lo que se vive en el interior de ese edificio. Un penitente, animado por su deseo de conversión por el perdón pedido y recibido, y al mismo tiempo el sacerdote, mi- nistro de la misericordia, vuelven a decir de manera concreta el “Sí” de la alianza de misericordia que Dios hace con toda la hu- manidad. LOSCENTROSDEACOGIDADE ENFERMOS:NOTRE-DAME, SAINT FRAIYSALUSINFIRMORUM “Los Centros de Acogida de enfermos no serían más que estructuras colectivas pareci- das a tantas otras, si no estu- vieran las Hospitalidades, esas decenas de miles de volunta- rios que, cada año, dedican su tiempo y gastan su dinero para acompañar o acoger en Lour- des a las personas enfermas o discapacitadas. Lourdes es un lugar donde muchas personas pueden vivir la parábola del Buen Samari- tano. El Samaritano se detuvo, cuando quizás tenía prisa. No retrocedió frente a las heridas del hombre medio muerto. Tam- bién los Hospitalarios, detienen la marcha de sus ocupaciones o de su ocio y aceptan mirar a aquellos que nuestra forma ac- tual de vivir relega a menudo a lugares aparte. El Samaritano se alegra de en- contrar un albergue al que pue- de llevar con toda seguridad al herido al borde del camino. Se lo confía a otro, sin desentenderse de él ya que volverá y pagará el resto. Es un buen ejemplo para los hospitalarios: el enfermo no les pertenece. Esto no sería Lourdes si hu- biéramos construido hermosos Centros para enfermos, con un personal cualificado, pero sin la gratuidad de la presencia de los voluntarios. Sería una lásti- ma para las personas acogidas, pero también para los volunta- rios, ya que servir es un camino de descubrimientos, un camino de fe en el Servidor. Es estupen- do que haya tantos jóvenes que quieran desempeñar ese servi- cio”. (Monseñor Jacques Perrier “El Evangelio de Lourdes”). P. Horacio Brito, Misionero de la Inmculada Concepción de Lourdes Capellán. ©SanctuaireNotre-DamedeLourdes-Impression :ImprimeriedelaGrotte-Novembre2015
  • 8. Oración del Jubileo Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cie- lo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación. Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una criatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios! Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso. Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debili- dad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios. Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción, para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos. Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. Papa FRANCISCO 8