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LAS VIOLENCIAS: INCLUSIÓN CRECIENTE
© 1998. CENTRO DE ESTUDIOS SOCIALES, CES
Facultad de Ciencias Humanas
Universidad Nacional de Colombia
Carrera 50 No. 27-70
Unidad Camilo Torres Bloques 5 y 6
Correo electrónico: ces(« bacata use.unal.edu.co
Esta publicación contó con el apoyo de Colciencias, Programa Implantación de Proyec-
tos de Inversión en Ciencia y Tecnología, Sncl, Subproyecto de Apoyo a Centros y Gru
pos de Excelencia 29/90.
Primera edición:
Santafé de Bogotá, mayo de 1998
Portada
Paula triarle
Coordinación editorial
Daniel Ramos, Utópica Ediciones
www.utopica.coin
Printed and made in Colombia
Impreso y hecho en Colombia
Las C O M P I L A D O R E S
J A I M E A R O C H A
iolviolencias:
F E R N A N D O C U B I D E S
inclusión
M Y R I A M J I M E N O
creciente
Facultad de Ciencias Humanas UN
Colección CES
Contenido
Presentación
Marco Palacios...
Introducción
Los editores 26
Primera parte
LOS PROTAGONISTAS
Evolución reciente del conflicto armado en
Colombia: la guerrilla
Camilo Echandía Castilla 35
De lo privado y de lo público en la violencia
colombiana: los paramilitares
Fernando Cubides C 66
El ejército colombiano:
un actor más de la violencia
Andrés Dávila tadrón de Guevara 92
Segunda parte
LÍMITES BORROSOS
Rebeldes y criminales
Mauricio Rubio 121
La violencia política y las dificultades de la
construcción de lo público en Colombia: una
mirada de larga duración
Fernán E. González 163
¿Ciudadanos en annas?
Francisco Gutiérrez Sanín 1 86
Tercera parte
GUERRA Y CASTIGO
Etnia y guerra: relación ausente en los estudios
sobre las violencias colombianas
Jaime Arocha Rodríguez 205
Víctimas y sobrevivientes de la guerra: tres
miradas de género
Donny Meertens 236
Diario de una militancia
María Eugenia Vásquez P 266
El castigo a través de los ojos de los niños
Ximena Tabares 286
Corrección y respeto, amor y miedo en las
experiencias de violencia
Myriam Jimeno 311
Presentación
Marco Palacios
VITALIDAD Y MALESTAR
Las investigaciones de la actual violencia colombiana dan buena
cuenta de la vitalidad de las ciencias sociales en el país. Para la
muestra este volumen en que los profesores de la Universidad Na-
cional Myriam Jimeno, Jaime Arocha y Fernando Cubides reunie-
ron diestramente un grupo de investigadores y temas. El vigor de
estos trabajos que prolongan una línea de muchos años, se alimen-
ta del apoyo en la investigación empírica, del esfuerzo multidisci-
plinario, de la sospecha en los grandes rendimientos de la teoría ge-
neral. Del rico tapiz de hipótesis, hallazgos y conclusiones de este
libro, muchas de las cuales escapan completamente a mi capacidad
profesional (ignoro por ejemplo a Bateson, central según veo en las
hipótesis de Jimeno y Vásquez), quisiera destacar algunas que re-
suelven o dejan abiertos problemas que tienen un claro interés
académico y, acaso, público.
En esta hora de la pospolítica o de la antipolítica, casi todos sus
autores mantienen los pies firmes aunque el pulso agitado en un
terreno que todavía pertenece al gran proyecto de la modernidad.
Este libro deja en claro el malestar de los investigadores frente a
las violencias, explicable por su conciencia cívica.
En casos encontramos una manifiesta tensión existencial, como
en la exposición de María Eugenia Vásquez, sobre los trances de
narrar su propia vida en términos etnográficos, después de haber
pasado 18 años de militancia clandestina en el M-19.
Marco Palacios
LOS CONTEXTOS
Desde ahora quisiéramos proponer que las trayectorias de la pro-
ducción académica sobre la violencia colombiana se entienden me-
jor dando centralidad a la atmósfera cultural y moral predominan-
te en cada momento. Ésta da contexto a los marcos institucionales
en que se realiza la investigación, así como a los orígenes sociales
de los investigadores, afiliaciones ideológicas, ethos profesional y
aún a las técnicas que emplean.
El punto de partida de esta considerable producción es, como
se sabe, el libro clásico La Violencia en Colombia, (1962) de Guzmán,
Fals y Umaña, y, el punto de llegada, el torrente de producciones
posteriores a Colombia: violencia y democracia, (1987) que marca el
otro hito.
LA DÉCADA DE 1960
For los años sesenta el malestar de los académicos engagés se des-
cargaba sobre el sistema político y social y sus clases gobernantes
que no bien salían del túnel dictatorial entraban al oligárquico, y
no sobre los actores armados de las violencias, como parece ser cl
caso de nuestros días. De ahí, quizás, la amplia gama de reacciones
partidarias y periodísticas que nuestro clásico de la violencia susci-
tara en el segundo semestre de 1962.
En algún lugar sugerimos que la interpretación adelantada por
Camilo Torres Restrepo del libro de sus entrañables colegas del
Departamento de Sociología de la Universidad Nacional, sobre lo
que ahora llamamos la violencia clásica, encajaba en una visión exis-
tencialista politizada. La lectura que de él hiciera Camilo —él mis-
mo uno de los pioneros de la moderna sociología colombiana y ca-
pellán universitario—, lindaba en una exaltación de la violencia con-
tra las élites reaccionarias y egoístas que bloqueaban los canales de
ascenso económico, social, cultural y de representaciém política de
las mayorías, en particular del campesinado, y que habían trans-
formado a los políticos del régimen en gentes de manos sucias,
como habría sentenciado Sartre.
Marco Palacios, Interpreting Ea Violencia 111 Colombia. Universitv of Oxford,
St. Anthony's College. Oxford; 26 ele Mayo de 1992 (inédito).
10
Presentación
En la década de los sesenta, la violencia genérica aparecía como
un ejercicio de purificación colectiva, en una clave que habría so-
nado familiar a los anarquistas y narodniki rusos del siglo XIX, La
atmósfera de aquellos años estaba cargada de huracanes sobre el azú-
car, de condenados de la tierra empuñando los fúsiles de la liberación
nacional; de la rebeldía de los estudiantes norteamericanos contra
el servicio militar obligatorio y la guerra en Vietnam; de la lucha
por los derechos civiles y los motines negros en las grandes ciuda-
des de Estados Unidos; de la gran revolución cultural proletaria
maoísta de los guardias rojos con su consigna de un absolutismo
adolescente: La rebelión se justifica; del París de mayo del 68. Ese
año, los Buendía de Macondo entraron a la literatura universal con
el grito atávico del jefe del clan ante un pelotón de fusilamiento:
¡Viva el partido liberal, cabrones!
LOS USOS LEGITIMADORES DE LA HISTORIA
Debe ser imposible documentarlo, pero es válido conjeturar que la
lectura de Los grandes conflictos socioeconómicos de nuestra historia de
Indalecio Liévano Aguirre alimentó la imaginación sociológica de
Camilo Torres. Aparte de sus valores intrínsecos, esta obra obtuvo
inmensa acogida en las clases inedias lectoras que, por esos años,
intentaban inventarse una personalidad propia. El mercadeo fue
esencial en la difusión del trabajo de Liévano. Recordemos que fue
publicado inicialmente por capítulos en dos revistas bogotanas de
gran prestigio social dirigidas por .Alberto Zalamea quien, además,
estuvo al frente de uno de los experimentos de divulgación edito-
rial más importantes de la historia cultural del país: los Festivales del
Libro con sus dos colecciones de diez ejemplares cada uno y cuya
posesión daba señas de identidad a las clases medias. El primer ca-
pítulo de Los grandes conflictos... apareció en Semana, (No. 662, del
1" de Septiembre de 1959) y el último en La Nueva Prensa, (No. 75,
del 6-12 octubre de 1962). En formato de libro (4 vols.), y sin modi-
ficaciones y sin fecha salió con un tiraje de 10.000 ejemplares con
el sello de La Nueva Prensa. En 1964 apareció en un volumen en
Ediciones Tercer Mundo. De entonces a la fecha, ha tenido varias
reimpresiones, y junto con sus biografías de Bolívar y Nuñez, acre-
ditó a Liévano como la pluma más poderosa de la historiografía co-
lombiana en las décadas de 1940 a 1960.
En las luchas ideológicas por la legitimación del Frente Nacional
que, en sus inicios, coincidió con las celebraciones del sesquicente-
1 1
Marco Pa'acios
nario de la Independencia, los historiadores se emplearon a fondo.
Argumentando implícitamente contra el pacto oligárquico de 1957-
58, legatario de las frondas coloniales, actuantes en 1810, Liévano
Aguirre, miembro del círculo íntimo del compañero jefe del MRU,
Alfonso López Michelsen, propuso una reinterpretación del pasa-
do histórico mediante un paradigma dicotómico Austria-Borbón.
La contraposición de las dos dinastías que mandaron en los tres si-
glos de Imperio español en América, no se agotaba en los meros
modos y formas de gobierno. Debía remitirse a los profundos y
prolongados efectos que arrojaron aquellos dos modelos básicos
de gobernar en los valores políticos y en la débil conformación del
pacto social de los colombianos. Sin vacilar, Liévano condenó el
esquema borbón aduciendo que, detrás de un racionalismo mo-
dernizador que hacía tabula rasa de la heterogeneidad social
(implícitamente étnica), había promovido la injusticia. En una veta
muy peculiar de interpretación jesuítica, optó por los Austria. La
piedra angular de este discurso descansaba en la noción de justicia,
conforme a los grandes teólogos jesuítas de Salamanca de los siglos
XVI y XVII. Noción que no está demasiado lejos de las proposicio-
nes más recientes de la economía moral (E.P. Thompson, J.C. Scott)
y que tienen uno de sus pioneros, no siempre reconocido, en Bar-
rington Moore.
La imagen de una oligarquía injusta y manipuladora que hundía
raíces en los conquistadores-encomenderos, fue tomada al vuelo
por Camilo en su estudio de sociología positiva, presentado al Pri-
mer Congreso Nacional de Sociología (Bogotá, 8-10 de marzo de
1963): «La violencia ha constituido para Colombia el cambio socio-
cultural más importante en las áreas campesinas desde la conquista
efectuada por los españoles». Lo específico de este cambio, que
no dudó en calificar de modernizador, fue que la violencia sacudió
la inmovilidad social en las zonas rurales y «simultáneamente produ-
jo una conciencia de clase y dio instrumentos anormales de ascen-
so social... [que] cambiaron las actitudes del campesino colombia-
no, transformándolo en un grupo mayoritario de presión».
" Camilo Torres, "La violencia y los cambios socio-culturales en las áreas rura-
les colombianas", en Cristianismo y revolución, Prólogo, selección y notas de
Óscar Maldonado, Guitemie Oliviéri y Germán Zabala, México, D.F., 1970, p.
227.
3
Ibid., p. 268.
4
Ibid., p. 262.
12
Presentación
En este punto quizás deberíamos subrayar la ausenda del ele-
mento nacional en el argumento de Torres. Tomando en conside-
ración el punto de vista de Jaime Arocha expuesto en este libro,
deberíamos referirnos también a la ausencia del elemento étnico.
Y, sabemos que etnicidad y nación han sido inseparables, así sea en
esa versión oficial y quimérica de la nación mestiza. El tema nos lle-
va al aspecto Maniqueo, con mayúsculas, de nuestra cultura políti-
ca. Maniqueísmo que, por demás, hallamos en los movimientos an-
ticoloniales del siglo XX en cuanto interiorizan y responden a la
matriz cultural de todo colonialismo. La visión maniquea de la so-
ciedad provendría, si empleamos los términos de Lynch en el aná-
lisis del período borbónico hispanoamericano, de la escisión fun-
damental entre el superblanco peninsular (gachupín, chapetón...)
que circunscribió un campo de dominación excluyente de los otros,
indistintamente fuesen blancos criollos, mestizos, mulatos, indios,
negros. Si en este punto interpeláramos a Benedict Anderson so-
bre la originalidad y calidad anticipatoria del proyecto nacional de
Simón Bolívar podríamos decir que su famoso decreto de guerra a
muerte fue, además de eficaz respuesta coyuntural, piedra miliar de
la vida política colombiana que mantendrá latente el maniqueísmo.
Las condiciones sociales e internacionales de nuestros movimien-
tos emancipadores llevaron, sin embargo, a vaciar el maniqueísmo
anticolonial en la lucha faccional interna, en el pernicioso secta-
rismo siempre al acecho y proyectado en la saga de las grandes fa-
milias: bolivarianos y santanderistas. Al menos bajo estas premisas
me parece que adquieren mayor relevancia trabajos de una nueva
generación de investigadores, como los de Fabio López de la Ro-
che y Carlos Mario Perea.
Aunque Camilo cayó en febrero de 1966, combatiendo como
guerrillero del ELN, queda en el corazón de esa década de teología
de la liberación, curas rebeldes y Golconda. En suma, un libro de
fragmentos desgarradores y espeluznantes como el de Monseñor
Guzmán el. al., pudo ser leído y comentado en una clave moral jus-
tificativa de la vía armada castrista a la que ya se había asignado un
origen bolivariano.
LA PRIMAVERA DEL ANÁLISIS SOCIAL
Hasta aquí una referencia al punto de partida. El punto de llegada,
necesariamente más provisional, deja correr un cuarto de siglo. En
este lapso se dispararon las tasas de escolaridad universitaria y la
13
Marco Palacios
bibliografía sobre la Violencia y las violencias profundizó el campo
teórico y metodológico y amplió los horizontes de la sensibilidad
de los lectores. Recordemos algunos de los más eminentes acadé-
micos extranjeros empeñados en esta siembra: Hobsbawm,
Hirschmann, Gilhodés, Oquist, Pécaut. Y tras ellos o con ellos,
empezó a cosechar y resembrar una pléyade de colombianos, nor-
teamericanos y europeos que es difícil enumerar por temor a ex-
cluir algunos. Pero sería absurdo no mencionar a Gonzalo Sán-
chez, Fernán González o Alvaro Camacho. Además de sus aporta-
ciones individuales, o como coautores, han alentado investigacio-
nes de largo aliento en la Universidad Nacional, el Cinep y la Uni-
versidad del Valle.
Quizás del mismo modo que hacia 1960 había investigadores
preparados para emprender esa expedición que resultó en La Vio-
lencia en Colombia, a mediados de la década de 1980, una comuni-
dad ampliada, mejor entrenada y especializada, estaba lista a en-
tregar al gobierno y a la opinión aquel ya célebre Colombia: violen-
cia y democracia. Sin embarco, ni una historia anecdótica de los orí-
genes de estos trabajos (ambos realizados en el marco de contratos
de los académicos con los gobiernos) ni una historia política, social
e intelectual de sus efectos inmediatos serán inteligibles sin hacer
mención a los cambios en sus respectivas atmósferas espirituales.
HACIA LA ÉPOCA SOFT
Dejamos sentado que una perspectiva de largo plazo debe respon-
der al tiempo mundial. Así se comprende mejor en qué forma el
posmodernismo, la cultura mediática y la caída del Muro de Berlín
pusieron fin a la gran tradición política que anunció la Ilustración y
puso en vigencia el ciclo de revoluciones sociales que abrió la Re-
volución francesa. Los sesenta fueron la última explosión del ethos
revolucionario con sus ideologías racionalistas y sus propuestas du-
ras. No obstante, en el festival contestatario del París o el Berkeley
de 1968 ya se advertían síntomas de blandura posindustrial, de ines-
tabilidad de los campos simbólicos, de apelación a lo efímero y
fragmentario. Era la mirada irónica y sin metafísicas puesta sobre
la eficacia instrumental de la técnica del siglo XX, aunque uno de
sus productos, la pildora, daba sustento y sustancia a eso de hacer el
amor y no la guerra.
Cuando salió a la calle el libro de Guzmán el. al., la clase domi-
nante colombiana, identificable por nombres v apellidos y por una
14
Presentación
responsabilidad pública asumida, se podía reducir al hardware: fá-
bricas, bancos, ingenios de azúcar, latifundios ganaderos, propie-
dad de finca raíz urbana. Si el Estado era débil y la política atomi-
zada, no era por su culpa. El sustituto de emergencia era la repre-
sión y la violencia. Lo que se llamaba la alternativa de izquierda
(cuyos intelectuales estaban en la lista negra de la Mano Negra) so-
ñaba con instaurar un nuevo orden directamente derivado de los
paradigmas de la revolución industrial: el hardware del forclismo
(admirado por Lenin, Mussolini y Stalin) pero bajo el modo de
producción socialista y bajo un poder burocrático fuerte, centrali-
zado y vertical, todo en nombre del proletariado y de la nación
proletaria, esto es, de obreros y campesinos, a la que algunas versiones
adosaban una burguesía nacional.
Hoy en día la clase dominante colombiana (si semejante deno-
minación no hace fruncir el ceño a más de uno) se ha transnacio-
nalizado, actúa corporativamente, y su capital está en el software: te-
lecomunicaciones, medios de comunicación de masas, intermedia-
ción mercantil y financiera a la velocidad de los baudios del siste-
ma teleinformático. El hardware quedó, para decirlo metafórica-
mente, en refajo: pola & colombiana. En el caso del Grupo Santo-
domingo y Ardila Lulle, no en el del Sindicato Antioqueño o del
grupo Carvajal, prefiere cierta invisibilidad política, es clara su
proclividad a aparecer más privada que pública, y mantener un
suave control de los medios de comunicacicín de masas. Esto le ha
permitido incrementar su poder. Por lo pronto ha dejado la respon-
sabilidad en manos de una clase política clientelista, que mal admi-
nistra un Estado descentralizado, mal constituido y que no sabe
cómo desplegar sus velas a los vientos neoliberales.
Añadamos a esto que los paradigmas organizacionales soft fue-
ron asimilados con eficiencia pasmosa por el nuevo empresariado
del narcotráfico. Sin embargo su tradicionalismo lo llevé) no sólo a
abrir zoológicos exóticos sino a comprar tierras al por mayor. Ahí
se encontró con las guerrillas izquierdistas que, en cambio, siguen
soñando el sueño fordista dentro de los marcos de un Estado-
nación autoritario y literalmente independiente.
GOBERNABILIDAD
DEMOCRÁTICA Y RETROCESO ESTATAL
Una clave del cambio de atmósfera acaecido entre La Violencia en
Colombia y Colombia: violencia y democracia, podría estar en el térmi-
13
Marco Palacios
no democracia. La corriente académica principal de nuestros días
acepta que la democracia constitucional debe ser el contexto gene-
ral para captar algún sentido a la abigarrada fenomenología de la
violencia colombiana de los últimos diez años. Es el contraste que
Vásquez establece entre cultura clandestina y civilidad. Premisa
abiertamente normativa, cargada de valores y fines: qué medios son
aconsejables para superar el cuadro de violencias y consolidar si-
multáneamente la gobernabilidad democrática. Esto, sin renunciar
a lo positivo, a la formalización teórico-metodológica que construye
tales violencias en objeto específico de investigación social y poder
descubrir sus regularidades y léigicas internas.
Ahora bien, la tensión de lo normativo y lo positivo es un tópico
en las ciencias sociales. Los autores de este libro, como en general
todos los científicos sociales, viven sometidos a su gravitación. Pero
hay un campo de fuerzas mayor que tiene que ver con la tendencia
universal de nuestros días que adquiere velocidad con el fin de la
Guerra Fría: cl retroceso estatal, o sea, el declinar de la autoridad
de los Estados nacionales ante el poderío de los grupos que mane-
jan las telecomunicaciones, el crimen organizado, el proteccionismo
privado de las grandes corporaciones transnacionales (por encima
del viejo proteccionismo estatal), y así sucesivamente. De modo que
no puede ser lo mismo la propuesta normativa a los responsables
políticos de un Estado que opera con el paradigma de intervención
(como en 1962) que a quienes aceptan la racionalidad del mercado
mundial como un a priori incuestionable; sujeto y verbo, ante la
cual el Estado queda de complemento circunstancial.
Si los investigadores colombianos han adherido casi unánima-
mente a la gobernabilidad democrática, no es seguro que sean ple-
namente conscientes de las implicaciones que pueda acarrear a su
orientación investigativa el retraimiento del Estado.
En el libro que nos ocupa, parecería cjue algunos autores inten-
tan resolver la tensión entre lo positivo y lo normativo acudiendo a
la pertinencia de las metodologías. Por esta vía redefinen el campo
de investigación y esbozan rupturas creativas, aunque nunca tota-
les, con la producción previa. A nuestro juicio es el caso de los tra-
bajos de Gutiérrez, Jimeno, Rubio, y Tabares. Del otro lado, los es-
tudios de /Arocha, Cubides, Dávila, González, y Merteens prefieren
seguir explorando el universo empírico dentro de los paradigmas
más o menos establecidos. Unos y otros nos ofrecen resultados
pertinentes y esclarecedores. Pero, a fin de cuentas, esta es una
16
Presentación
cuestión de óptica y matiz. Por lo pronto nos sirve para formular
algunas cuestiones que suscitan en una primera aproximación.
POR LA GEOGRAFÍA
Si bien este libro no tiene ningún propósito enciclopédico, ni se
ofrece como una antología de investigaciones sobre la violencia c o-
lombiana, pone en evidencia el vacío del análisis geográfico. En ese
sentido refleja una situación más general de estos estudios. Aun-
que es notorio el interés en acotar municipalmente la violencia y
de trazar cartografías, como las que de años atrás viene producien-
do Alejandro Reyes Posada, o las más recientes de Camilo Echan-
día o Cubides, Olaya y Ortiz,"' lo cierto es que la especificidad geo-
gráfica (tanto en el sentido convencional como en términos del
imaginario geográfico y los lugares de la memoria) es el eslabón per-
dido de estas violencias. Es paradójico entonces que la mayoría de
trabajos monográficos producidos en el Cinep y la Universidad
Nacional ofrezca un marco temporal y regional adecuado, como
los estudios sobre las colonizaciones del Sumapaz y del Magdalena
Medio, las guerras de esmeralderos, las repúblicas independientes o
las masacres.
Jaime Arocha se vio sorprendido en la noche del 2 de febrero
de 1998 ante un noticiero de televisiém por la obvia ausencia de
«las dimensiones étnicas y sociorraciales de los conflictos políticos
y territoriales que se extienden de manera acelerada por todo el
país». Yo también fui sorprendido por el cubrimiento informativo
de una matanza de campesinos por paramilitares en parajes de To-
caima y Viotá a fines del año pasado. El silencio fue absoluto sobre
Viotá la Roja, un lugar central de la memoria colectiva comunista
desde los años treinta. ¿Viotá, había quedado sepultada por esa
avalancha de Marquetalia, el Pato, Guayahero, Riochiquito y más re-
cientemente de Casa Verde? ¿Cuándo y por qué quedó sepultada?
Como investigador del café anduve en 1974-75 por esos rumbos
de Viotá, un lugar central en la historia cafetera de Colombia. En-
tonces me parecía que tenían sentido las diversas tácticas desple-
gadas por el movimiento campesino comunista de los años cuaren-
El profesor Palacios se refiere al libro de Fernando Cubides, Carlos Migue!
Ortiz v Ana Cecilia Olaya La violencia y el municipio colombiano, 1980-1997, que
se encuentra en esta misma colección editorial del CES [N. del E.].
17
Marco Palacios
ta y cincuenta, entablando alianzas temporales y pragmáticas con
los enemigos de clase, los hacendados que aún quedaban. Así pu-
dieron redefinir mejor el enemigo en un plano eminentemente po-
lítico: el gobierno conservador.
¿Desde cuándo y por qué, los auloproclamados herederos de
esas luchas por la tierra, es decir, las Farc, dejaron de comprender
el matiz social, de plantear posibles alianzas o rupturas, según el
caso, con los enemigos de clase? ¿Desde cuándo éstos se convirtie-
ron de clase antagónica, objeto de lucha ideológica y política, en
material individual sccuestrable?
¿Cómo se proyectaba este cambio de fines y medios en el ima-
ginario geográfico? Es decir, ¿podía explicar el eclipse de una mito-
logía nacional de la izquierda {Viotá la Roja) en una leyenda de
aparatos militares, de Casas verdes que hoy busca ser leyenda inter-
nacional?
Circunscrito al Alto Baudó, Arocha replantea el tema de la for-
mación histórica de! territorio y crítica, válidamente a nuestro jui-
cio, «el ocultamiento de identidad [étnica] de esos pueblos», «el ve-
lo que [algunos informes de colegas académicos] tienden sobre his-
torias de construcción territorial protagonizadas por los afrodes-
cendientes... los mecanismos de coexistencia no violenta que desa-
rrollaron en su interacción con los indígenas y las franjas territoria-
les bioétnicas que como consecuencia de esa interacción pacífica
habían construido». Todo un programa que Arocha y otros han
desarrollado en su disciplina, pero que es una llamada de atención
a historiadores, politólogos, economistas, sociólogos, lingüistas. El
acotamiento de la dimensión geográfica le permite entender la te-
rritorialidad étnica y criticarnos por velar la etnicidad en cl análisis
del conflicto.
Por estos caminos de la geografía también trasiega el sociólogo
Fernando Cubides quien ya había mostrado la complejidad de la
trama de coca y guerrilla en la colonización del oriente amazónico.
Al enfocar ahora la trayectoria paramilitar, encuentra una lógica
económica desembozada que parte de esta hipótesis sobre la guerrilla
de Alejandro Reyes: «En Colombia los conflictos sociales por la tie-
rra han sido sustituidos por las luchas por el dominio territorial».
Según Cubides el principio también puede aplicarse a los paramili-
tares. Dejando de lado la pertinencia de la hipótesis de Reyes (que
deja sin explicar cl porqué, y separa lucha por la tierra de control te-
rritorial de un modo arbitrario), Cubides encuentra en la expan-
18
Presentación
sión de los paramilitares una racionalidad económica que, a dife-
rencia de la atribuida a las guerrillas, parecería estribar en su fun-
cionalidad con la reconstitución del orden social jerárquico de la
sociedad agraria, así la economía agraria se modernice sobre líneas
capitalistas. Esta funcionalidad paramilitar sería eliminar el riesgo
(pie la guerrilla introduce en los mercados de tierras y, añadiría-
mos, de mano de obra. En ése sentido y pese a su camuflaje mo-
derno, para el nuevo terrateniente los paras serían lo que fueron
los pájaros para los nuevos cafeteros del Quindío geográfico hace
cuarenta años.
Reconozcamos que en este caso, como en la especulaciém que
acabamos de esbozar sobre el imaginario geográfico, el mapa cog-
nitivo no está bien levantado del todo y que, pasado el asombro de
constatar el carácter telúrico del guerrillero, como propuso Cari
Schmitt, debemos afinar los instrumentos para ver las líneas cruza-
das entre luchas por la tierra y control territorial. En el Viotá de la
época de la violencia clásica, hacendados y comunistas negociaron
la mutua protección de un cordón de seguridad de las incursiones
del Ejército y la policía chulavita. a cambio de paz social y oferta
adecuada de mano de obra para las haciendas.
PÚBLICO-PRIVADO
Uno de los planteamientos más sugestivos de Cubides es que «la
propia eficacia de un tipo de violencia... ha conducido el ciclo de lo
privado a lo público en el caso de los paramilitares». Si arriba men-
cionamos las tensiones entre lo normativo y lo positivo, es el mo-
mento de señalar las que median entre lo público y lo privado. Pa-
ra entenderlas, al menos desde el punto de vista de un historiador,
tenemos los trabajos de Herbert Braun. Lo que muestran, va sea
en el caso del bogotazo o en el más íntimo (para Braun) de negociar
la liberación de su cuñado, secuestrado por una guerrilla, es la ma-
leabilidad de los campos público y privado, el correr y descorrer de
las cortinas que separan uno de otro. Como el de las lealtades e
identidades (de clase, étnicas, religiosas, clientelarcs, de género,
ideológicas, nacionales), el terreno de lo público y lo privado es
movedizo. Aquí estamos, como dice Merleens, ante una cambiante
simbología, aunque es evidente el achicamiento del espacio público
en los últimos años v la vuelta a lo que el Papa llama capitalismo
salvaje.
Marco Palacios
Los linos análisis de Merleens. a través de esas tres miradas de
género (las cambiantes representaciones simbólicas desde la violen-
cia clásica a la actual, las mujeres como actores y víctimas de la vio-
lencia y los sobrevivientes de la guerra) enriquece nuestro conoci-
miento de los patrones de cambio social y del papel de la mujer,
más adaptable a la adversidad que el hombre y, en un plano más
general, al peso de la pobreza y por ende de la necesidad de luchar
por la subsistencia con todos los medios, incluido el propio cuer-
po, que las viudas desplazadas con hijos deben enfrentar. Por esa
vía dolorosa del desplazamiento, concluye Merteens, «se presenta
repetidamente la disyuntiva entre la criminalidad y la solidaridad,
pero también se abren posibilidades de nuevos proyectos de vida
de hombres v mujeres que impliquen una transformación de las
tradicionales relaciones de género».
La lucha por sobrevivir con los hijos no da tregua ni tiempo a
entregarse a las emociones y contribuye a obliterar el dolor, como
en el caso de la monja budista que introduce el trabajo de Jimeno.
Este trabajo, basado en un estudio multidisciplinario de 264 adul-
tos, en su mayoría mujeres de bajos ingresos y con más de cinco
años de residencia en Bogotá (cuyos resultados se recogen en M.
Jimeno c 1. Roldan, Las sombras arbitrarias. Violencia y autoridad en
Colombia, Bogotá, 1997) lleva a reflexionar sobre el tema central de
la construcción de ciudadanía que aquí aborda Francisco Gutié-
rrez.
Podemos hacer girar el trabajo de Jimeno alrededor de la auto-
ridad como socialización (aspecto tratado detenidamente en el ar-
tículo de Ximena Tabares, El castigo a través de los ojos de los niños) y
como representación: «Todo el conjunto familiar —dice Jimeno—
indica que se entiende la vida familiar como una entidad vulnera-
ble, amenazada por el desorden y el desacato a la autoridad». Los
traumas de la socialización de la autoridad no superados y acaso
agravados en el cambio generacional por esa ambivalencia de amor
y corrección, llevan entonces a que la autoridad sea «aprehendida
como una entidad impredecible, contradictoria, rígida...». Al me-
nos en estos grupos de bajos ingresos, «convierten la nociém de au-
toridad en el sustrato cultural y emocional para las interacciones
violentas». De este modo, el miedo y la desconfianza dominan las
descripciones del vecindario, la ciudad y ciertas instituciones. El re-
sultado es la pasividad ciudadana, la apatía política.
Esta forma de representarse la autoridad, familiar o estatal, hu-
biera aterrado a Hobbes; pero también a Hegel, a Napoleón y a la
20
Presentación
Reina Victoria y, muchos siglos atrás, a Confucio, todos ellos em-
peñados en honrarla pública y privadamente como fuente de con-
vivencia. En la Colombia de fines del siglo XX, los efectos de esta
representación en la formación ciudadana moderna no podrían ser
más negativos, como advierte Jimeno apelando a la autoridad de
Arendt y Giddens.
HOBBES EN LOS TRÓPICOS I
Estamos entonces en el reino de la ilegitimidad profunda, para re-
formular una frase de Jimeno. Atravesamos un campo minado por
la incertidumbre que empieza en el hogar. Aquí entraría a jugar
Hobbes mejor que nadie, como recuerda irónicamente Francisco
Gutiérrez. Su ensayo quiere señalar algunos atajos que la violencia
ofrece a la construcción ciudadana. Atajos en los que criminalidad y
solidaridad no son disyuntiva, como en Merteens, sino complemen-
tarios.
Gutiérrez no estudia madres con hijos, sino varones creciditos,
victimarios citadinos y no víctimas rurales, adolescentes y jóvenes
en su mayoría.
Sin que haya una filiación intelectual directa con el análisis de
Camilo Torres mencionado arriba, Gutiérrez intenta mostrar cómo
la violencia contemporánea también es un canal anormal de movi-
lidad, aunque, a diferencia de la campesina que estudió Camilo, la
actual está más institucionalizada de lo que se supone usualmente,
al grado que no es ni hobbesiana ni simple anarquía. Además, a di-
ferencia de Camilo, que creyó tratar con la violencia como una
fuerza modernizadora, Gutiérrez se encuentra con una doble im-
postura; del lado social y estatal y del lado de los actores armados.
Se apoya en «entrevistas a profundidad a milicianos y guerrilleros
de Bogotá, Medellín y Cali y en el registro de juicios, debates y
conciliaciones protagonizados por tales actores». Este material le
da para proponer la variante colombiana de un tipo de ciudadanía
armada, de buen pedigree como nos lo recuerda. Es un tipo de ciu-
dadanía «que se parece a la ciudadanía; habla el lenguaje de los de-
rechos, de las virtudes y de la pedagogía». Se trata de una amplia-
ción de la ciudadanía a lo Marshall pero mediante el chantaje de
hacerse peligroso que obliga a los chantajistas a estar en el juego
contumaz de rotar entre el adentro gregario y plasmado de recipro-
cidad de sus bandas o grupos, y el afuera que es el mundo social en
general, y particularmente, un territorio. Mundo amoral en que «la
21
Marco Palacios
ley es el gobierno con licencia para matar». Mundo incierto por la
presencia de un Estado faltón. En estas condiciones operar adentro.
con metodologías acaso premodernas (mañosas) permite disfrazar
la violencia de pedagogía movilizadora, que comienza como una
forma de autocontrol (la disciplina de la banda) para proyectarla
en el control sobre el territorio, cuya población habría sido despo-
seída de las normas de la economía moral por el Estado faltón. «Por
eso, en un giro perverso... la violencia se articula en un lenguaje de
derechos e incorporaciones; simula por tanto el lenguaje de los
ciudadanos. Ofrece un repertorio intelectual muy potente para le-
gitimarse».
Ahora bien, si Gutiérrez es convincente mostrando cómo la vio-
lencia es cohesiva para el grupo de adentro, y acaso de abajo, no se
interesa tanto por saber si cohesiona o disgrega el mundo del afue-
ra, es decir, el tejido socia! e institucional normal. Supongo que la
hipótesis subyacente es que no hay tal normalidad en Colombia.
Habrá que esperar los desarrollos de este ágil e inteligente ar-
gumento, del que sólo quisiera tomar un tema que se ha vuelto
crucial en los estudios más recientes de las violencias: el del indivi-
dualismo que nos lleva al artículo de Mauricio Rubio.
HOBBES EN LOS TRÓPICOS II
De todos los trabajos de este libro el único que trae prescripciones
explícitas de política es el de Mauricio Rubio y, por eso, amerita al-
gunos comentarios generales previos. De tiempo acá los economis-
tas vienen colonizando territorios abandonados por los criminólo-
gos, los sociólogos v los penalistas. Sería un error suponer que la
principal explicaciém de este fenómeno (que ya se conoció en la
economía educativa) deba buscarse en la evidente superioridad de
los economistas en el manejo técnico de la estadística. ¿Acaso no se
desarrolló la criminología moderna (Lombroso y Ferri) a partir de
minuciosos análisis de la estadística social francesa?
La colonización de que hablamos no tiene por contexto un im-
perialismo disciplinar. Por el contrario, tiene como uno de sus re-
ferentes implícitos la economía del costo de transacción! y su im-
pacto en la organización económica e institucional. Disciplinaria-
mente hablando estamos ante el entrecruce de economía, derecho
v teoría de las organizaciones. El contexto real quizás tenga mucho
más que ver con las consecuencias del retroceso del Estado, el sig-
22
Presentación
no de nuestros tiempos. De allí se derivan el descubrimiento de las
políticas públicas y su papel en la reforma del Estado, ideología pres-
crita específicamente por el Banco Mundial hace más de 10 años. A
nuestro juicio, un aspecto bastante positivo de la reforma del Esta-
do tiene que ver con el papel que se le concede a las dimensiones
institucionales y, por ende, a la idoneidad atribuida a teorías que
emigraron de la sociología, como el análisis de las organizacio-
nes.,Éstas, junto con los avances de la teoría legal y algunos con-
ceptos centrales de la economía neoclásica, han mostrado un gran
poder explicativo, y en el campo profesional en que me muevo, cl
del historiador, ha refinado de una manera extraordinaria la capa-
cidad de predecir el pasado, como lo demuestran Dougias North y
sus seguidores. Más acotadamente, los cnfocpies de Robert Bates
sobre la historia cafetera colombiana han develado esquinas que
apenas sospechábamos.
Con esta breve digresión! expresamos la importancia del trabajo
de Mauricio Rubio que viene con este bagaje. Puede leerse como
una racionalización sobre las líneas de la reforma del Estado. Su
«crítica a la tradicional distinción entre el delito político y el delito
común» desarrollada con economía de palabras y precisión con-
ceptual obliga a preguntarse por lo tradicional de la distinción! entre
estos dos tipos de delito que Rubio localiza en pensadores del siglo
pasado.
No deja de ser irónico que los progresistas estén siendo arrinco-
nados como tradicionalistas. Pero quizás el problema sea más de va-
lores políticos y del peso de la tradición! intelectual en las ciencias
sociales que de hallazgos científicos, como los que se manejan
acumulativamente en las ciencias naturales. A diferencia de un físi-
co moderno, por ejemplo, un científico social moderno sí tiene que
darle autoridad a Hobbes, a los moralistas escoceses (con Adam
Smith a la cabeza), a los utilitaristas ingleses, para comprender sus
modernos seguidores (economistas y politólogos) la teoría de la
elección racional. Un físico no tiene por qué estudiar la física de Co-
pérnico, o la de Newton en la misma forma. En otras palabras, en
la ciencia social el peso de la tradición cuenta; los campos de incer-
tidumbre son más amplios, o dicho de otra manera, los campos
modelizahles matemáticamente son muy estrechos y no siempre sig-
nificativos, ni con capacidad de predicción!.
Con esas premisas entiendo la impaciencia de Rubio por el ape-
go del pensamiento jurídico colombiano a pensadores del siglo pasa-
do. Quizás más que Radbruch, entre nosotros influyó en estos
2 a)
Marco Palacios
asuntos Víctor Hugo y la épica de Jean Valjean. Aún en un autor
de izquierda liberal y muy influyente como Luis Carlos Pérez, {Los
delitos políticos. Interpretación jurídica del 9 de abril, Bogotá, 1948, y
Ea guerrilla ante los jueces militares, Bogotá, 1987) encontramos el
peso de las teorías del padre Mariana sobre el tiranicidio, por
ejemplo.
Lo que una sociedad considere desviación, contravención, delito
depende de cómo sienta que afectan su moralidad, fuerza cohesiva
que antecede y procede al individuo y sus elecciones, racionales o
no. En la medida en que el delito esté definido por el Estado (y no
por una noción subjetiva de justicia) estamos ante una definición
política.
En condiciones de baja legitimidad de la autoridad, acatarla o
atacarla suele ser, desde el punto de vista de la moralidad social,
un dilema muy difícil de resolver. En nuestro caso, la Constitución
establece las posibilidades de amnistía e indulto, potestades que no
recaen en el ooder indicia!, sino en el ejecutivo y el Congreso. Es
decir, potestades eminentemente políticas.
Si a fines del siglo XX pensamos con categorías del siglo XVI y
XVII es otro problema, que no se resuelve quizás con los enuncia-
dos convencionales de delito político o delito común, pues estos son
apenas la transcripción de convicciones más profundas, nacidas
por ejemplo de las experiencias de la violencia de los años cuarenta
v cincuenta, aún no superadas.
Esto no invalida preguntarse —como hace Rubio— sobre la vali-
dez de motivos, naturaleza del altruismo, conexión de conductas
abiertamente criminales para obtener fines políticos y así sucesi-
vamente. También son válidas las preocupaciones sobre la impuni-
dad en el sistema judicial como costo cero para cualquier tipo de
delincuente.
Esto queda ilustrado elocuentemente en el estudio del impacto
de los agentes armados sobre la administración de justicia local. La
secuencia es, más o menos, así: la presencia de actores armados en
un municipio causa el mal desempeño de la administración de jus-
ticia, aumentan los índices de impunidad y de este modo aumen-
tan las tasas de criminalidad:
La presencia de dos agentes armados en un municipio colom-
biano tiene sobre las prioridades de investigación de la justicia un
efecto similar al (jue tendría el paso de una sociedad pacífica a una
situación! de guerra civil.
21
Presentación
Tenemos más problemas con el aparte testimonial y el análisis
de guerrilla y delincuencia, salvando el asunto de que el guerrillero
del ELN o las Farc no cabría en las definiciones de Hobsbawm del
bandido social —prepolítico y actor en un medio en que el Estado
centralizado moderno apenas se constituye—, el guerrillero de
nuestros días sí responde a un patrón que investigadores como
Andrés Péñate han llamado clientelismo armado. Una manifestación
de la precariedad del Estado moderno en Colombia, pues, como se
sabe, la guerrilla de alguna manera tiene cjue reflejar a su adversa-
rio. En cuanto a la base empírica de esta sección habría que am-
pliar el foco, puesto que de 59 notas de pie de página, 25 son de
las entrevistas de Medina Gallego con Gahino, sobre una fase supe-
rada del ELN, o sea, antes de Anorí, así como las dos citas de Me-
dardo Correa. En cuanto a las Farc habría que hacer más trabajo
de campo, al estilo de Merteens o Gutiérrez.
Si la desinstitucionalización de la justicia es tan grave y apre-
miante, algo similar pasaría con el Ejército colombiano, tal como lo
presenta Andrés Dávila. Su argumento es que «el Ejército no tiene
la centralidad y el peso específico que, por tamaño, recursos y nivel
de institucionalización y profesionalización, le deberían dar una
ventaja comparativa clara en el desarrollo y definición de la lucha
armada». La proposición se ilustra siguiendo la evolución del lide-
razgo y el pensamiento militar colombianos en los años del conflic-
to armado, circa 1962 hasta la fecha. Allí se traza una parábola que
va de la complejidad y activismo militares bajo el liderazgo de Ruiz
Novoa a fases del aislamiento, empobrecimiento conceptual y debi-
litamiento. La cima se alcanza hacia 1964 v el punto más bajo de ca-
lidad de liderazgo y visión bajo el comando de Bedoya.
Interesa destacar de qué modo Dávila encuentra una racionali-
dad al repliegue militar del conflicto. Parte de dos grandes supues-
tos: a) La ausencia de liderazgo civil, «de bandazos más que de ci-
clos» en las políticas de represión negociación, v de múltiples acto-
res (narcos, paras, y guerrillas); y b. De una organización militar
napoleónica, o sea, una «organización basada en los esquemas de
la guerra regular» que ha mantenido a pesar de cpie «su principal
enemigo histórico es la guerrilla».
No voy a comentar el ensayo de mi colega y amigo Fernán Gonzá-
lez. Aquí resume sus aportes a la historiografía y a la comprensión
de las violencias recientes en un ágil y claro comentario cpie reco-
Marco Palacios
mentíamos debe leerse primero (para el lector que se ha tomado el
trabajo de inspeccionar estas notas).
González resume con autoridad el estado del debate.
Este libro lienta a comparar el cuadro de las violencias colombia-
nas con el cuadro de Ea casa grande, la novela de Alvaro Cepeda
Samudio. Por ejemplo, los estudios de Jimeno, Merteens y Tabares
nos ponen en frente del drama que se despliega en torno a La
Hermana, El Padre, El Hermano y los Hijos; Dávila nos habla de
Los Soldados y El Decreto; Gutiérrez, de El Pueblo. Irrevocable-
mente un Jueves, un Viernes, un Sábado lodos los personajes en-
trecruzan sus caminos y acaso compartan un destino común. En-
tonces se desvanecen los muros reales e imaginados de cada familia
frente a un drama colectivo, así sea percibido en la intimidad. En la
novela el drama es la masacre de las bananeras.
Su couivalcnte en este libro es el desplazamiento forzado que
Merleens divide en dos momentos de resonancia bíblica: «El de la
destrucción de vidas, de bienes y de lazos sociales; (el mundo del
barco sin bahía) y el de la supervivencia y la reconstrucción del pro-
yecto de vida y del tejido social en la ciudad». Destrucción y re-
construcción cs quizás lo (¡ue estamos atravesando en todos los ór-
denes de la vida social en este país nuestro cjue ya no cs del sagra-
do Corazón.
México, D.F., febrero de 1998
26
Introducción
Al imaginar la publicación que hoy lanzamos, nos preguntábamos
si persistencia e inclusión creciente reflejaban las tendencias fun-
damentales de las violencias en Colombia. A fin de resolver ese in-
terrogante, le propusimos a autores de muy diversas afiliaciones
disciplinarias y teómcas que desarrollaran contribuciones para este
volumen. Obtenidas ellas, es evidente que nuestro palpito era acer-
tado. El llegar a este tipo de predicciones resulta infortunado ante
un panorama frente al cual todos los colombianos manifiestan has-
tío. Empero, es preferible sugerir que, en nuestra calidad doble de
ciudadanos y académicos, nos hagamos a una paciencia que serene
nuestros análisis y los saque del coyunturalismo que parecería ha-
ber militado contra la predicción. Para esta compilación! no sólo
nos propusimos superar este componente inmediatista que carac-
teriza a buena parte de la sabiduría convencional sobre la violencia
en Colombia, sino (pie variaran los énfasis explicativos. El lector no
se encontrará con las antiguas panaceas explicativas de la ausencia
del estado, la lucha de clases o la debilidad de los partidos políti-
cos, sino con llamados de atención sobre las enormes diferencias
en la forma como actores en conflicto pueden medir el tiempo de
sus estrategias o los límites imprecisos que caracterizan hoy a la so-
ciedad y al delito político.
Nos ha parecido litil hacer explícitos los criterios anteriores al lec-
tor, pues quien dice compilación, se refiere a un resumen posible
del estado del conocimiento de un problema sin la pretensión! de la
exhaustividad, y en eso se diferencia de los compendios, de las ex-
posiciones enciclopédicas o de los libros de texto. En ese sentido el
Los editores
principal criterio con que solicitamos las colaboraciones de los en-
sayistas fue, claro, el de la diversidad; como quien procura recom-
poner el todo sumando las partes, acudiendo a enfoques poco te-
nidos en cuenta en las compilaciones existentes hasta ahora, sin
excluir por ello a los más frecuentes, buscamos en todo caso, ofre-
cer al lector, aquello que los anglosajones denominan an overview,
un panorama, el más completo a la fecha, pero sin la idea de abar-
car todos los componentes del problemas o la totalidad de las eta-
pas del proceso. Con todo una visión panorámica no es, por fuer-
za, una visión superficial.
En momentos en que la proliferación de hechos violentos ha
ido afectando la sensibilidad colectiva, y en que hay indicios de que
junto con la intensificación y el incremento en sus diversas mani-
festaciones se presenta una percepción rutinizada de los mismos, la
investigación social debe hacer lo suyo. Así lo suyo pueda ser visto
como un conjunto de consideraciones intempestivas. Nótese que la
mayoría de los ensayistas coinciden en afirmar que se ha vuelto un
imperativo contrarrestar la tendencia a que los hechos de violencia
sean tolerados como si se trataran de un mal necesario. Observe-
mos además cómo, en la actualidad —en la presentación periodísti-
ca por ejemplo, particularmente en prensa escrita—, los hechos de
violencia se han ido desplazando hacia sitios cada vez más secunda-
rios, minimizados y banalizados, y para los hechos de la violencia
política, cuando no revisten de la espectacularidad de las primeras
páginas, ha renacido una suerte de crónica judicial, es decir, el
mismo tratamiento que hace medio siglo se le daba a los hechos
puramente delictivos e individuales, lo que en sí mismo da cuenta
del nivel de saturación al que se ha llegado.
Con trayectorias, enfoques y énfasis disímiles, para los compila-
dores el pertenecer a un mismo Centro de Investigación, el CES, el
compartirlo como ambiente de trabajo, ha conllevado una dinámi-
ca y unas posibilidades de intercambio que están en el origen de la
idea de la compilación que hoy presentamos. Fueron varias las se-
siones en las cuales escuchamos recíprocamente, asistimos a la ges-
tación de un proyecto de investigación, intercambiamos notas c
impresiones de lecturas de autores de cuya pertinencia estuvimos
persuadidos, o en las cuales se hizo patente nuestra mutua perple-
jidad a la hora de responder los consabidos interrogantes institu-
cionales acerca de las prioridades de investigación en el marco de
nuestras disciplinas, o de ofrecer los inevitables balances sobre lo
ya investigado y lo que resta por investigar de un problema tan
28
Introducción
complejo como es el de la intensidad v diversidad de las violencias
colombianas. La frecuencia de los intercambios pero también la
recurrencia de los interrogantes y presiones externas nos fueron
convenciendo de la validez v de la necesidad de un esfuerzo como
el que tiene en sus manos el lector o la lectora. No encontramos en
la literatura explorada, como tampoco en las realidades sociales de
los países más afines al nuestro, paradigmas de validez incontrasta-
ble, o analogías con capacidad explicativa cierta y aplicable a nues-
tro caso. Así es que, como una suerte de exorcismo contra la incer-
tidumbre, el libro se gestó) a partir de un inventario compartido
acerca de los ángulos y temáticas derivadas en los que el vacío de
conocimiento fuera más notorio, en donde, luego, la sumatoria de
dimensiones parciales condujese de modo paulatino a una visión
de conjunto menos arbitraria.
También hemos tratado de ir más allá de la viclimización del hecho
violento, pues estereotipa las condiciones y los sujetos. Supone que
paz y violencia, conflicto y armonía, son tan sólo categorías mora-
les y se encuentran como opuestos en la vida social. En efecto, toda
sociedad delimita, con mayor o menor ambigüedad, lo que consi-
dera agresión inaceptable o antisocial y al hacerlo traza límites mo-
rales y diseña sistemas de sanción y de castigo para los infractores.
Pero el analista no puede mirar tan sólo a través de ellos, so pena
de diluir la especificidad social y psicológica de los hechos violen-
tos y caer en la bipolaridad simplista. Por otro lado, el conflicto y la
agresión hacen parte de la vida social y no son necesariamente las
contrapartes de la convivencia. Por el contrario, Georges Balandier
ha mostrado cómo orden y desorden no son contrarios, sino posi-
ciones cambiantes en un siempre precario e inestable sistema de
acciones y representaciones.
La separación víctima-victimario no da cuenta del acto violento
como una interacción social mediada por los aprendizajes cultura-
les y oculta sus complejas asociaciones emocionales, irreductibles a
la patologización de la violencia o al socorrido esquema de malos
contra buenos. Como es conocido, buena parte de la atracción que
tiene para las personas el empleo de la violencia es su alta eficacia
instrumental y su capacidad expresiva. Este libro sugiere que cuan-
do la imposición del dolor se hace confusa, y no se corresponde
29
Los editores
con la infracción, cae en la injusticia, y el castigo se vuelve ilegítimo
v violento para quien lo sufre.
Pero ¿es tan tajante la separación entre lo que acontece entre
las personas en un acto violento ocurrido en la familia y la manera
como las personas aprenden la forma de relacionarse con otros y
de enfrentar los conflictos? Las implicaciones emocionales y cogni-
tivas de las experiencias de violencia están firmemente entrelazadas
con implicaciones de gran intensidad, pero también de gran ambi-
güedad. Las experiencias son estructuradas por ciertos elementos
culturales, en especial por las nociones de autoridad, corrección y
respeto.
Pensábamos que éste sería un texto sobre aproximaciones desde la
teoría de la práctica o teoría de lo agencial. Empero, al final, nos
hallamos ante enfoques sobre las fuerzas estructurales y también
sobre los agentes sociales; la publicación resalta el modelaje de la
cultura, o la acción y la emoción individuales. Con mesurada ambi-
ción, este libro ofrece una perspectiva integral sobre la violencia
presente en la sociedad colombiana en la cual estructura y agencia
están presentes y muestran distintas facetas y vínculos. La violencia
es diseccionada en perspectivas, protagonistas, y temas específicos,
pero al mismo tiempo se trata de hacer evidente su imbricación
con aspectos centrales de la sociedad y la cultura.
Este logro en el contexto de lo relacional explica el que varios
de los autores incluidos hagan referencia a la ecología mental de
Gregory Bateson, epistemólogo británico quien jamás estudió) vio-
lencias rurales o urbanas, tribales o metropolitanas. En cambio sí
señaló la forma como —dentro de los procesos mentales— la eco-
nomía de pensamiento desemboca en la inconcientización de los
mecanismos de aprendizaje y de lo aprendido, hasta convertirlos a
ambos en patrones en el tiempo o hábitos. Segundos instintos, en pa-
labras de don Agustín Nieto Caballero, no sólo por el automatismo
del comportamiento (jue puede depender de ellos, sino por la
enorme dificultad de desaprenderlos.
Sumando mecanicismo e inaccesibilidad con impunidad, se ha
despolitizado la explicación de uno de los fenómenos que más
preocupó a la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colom-
bia: la creciente eliminación de los procesos de arbitraje del con-
30
Introducción
flicto social v político. Nuevas investigaciones han hallado que los
violentólogos no vislumbraban el arbitraje del conflicto por fuera
de la gestión estatal y que, al margen del Estado, las comunidades
locales habían desarrollado mecanismos muy creativos para supe-
rar sus desavenencias territoriales, económicas, sociales y políticas.
Por otra parte, la forma como Bateson ilumina las funciones
evolutivas del discurso de la comunicación no verbal fue funda-
mental para comenzar a enfocar rasgos que tampoco le habían in-
cumbido a la violentología: gestos y muecas —responsables de la
expresión de emociones y sentimientos, por lo tanto, de la calidad
de las relaciones entre personas—, rituales y ceremonias que sirven
a la catarsis o a la disuasión de la agresión armada. En fin, patrones
de coexistencia dialogante cuya inclusión tendrá que alcanzarse
con el fin de perfeccionar los catálogos de las formas de negocia-
ción y de enriquecer los rasgos de una civilidad que no debe seguir
siendo opacada por el excesivo énfasis en las conductas violentas.
Su visibilización promete que contribuciones como esta delimiten
alternativas más optimistas que las de la persistencia y la inclusión
crecientes.
Los compiladores
31
PRIMERA PARTE
Los protagonistas
Evolución reciente del conflicto
armado en Colombia: la guerrilla
Camilo Echandía Castilla*
INTRODUCCIÓN
Las guerrillas colombianas han dejado de ser organizaciones con
influencia exclusiva en zonas de colonización y en clara defensa del
campesinado y las luchas agrarias para convertirse en una fuerza
armada que en la actualidad se encuentra empeñada en la consoli-
dación de amplios territorios. La lógica que se impone en la con-
quista de nuevos territorios se encuentra en relación directa con el
potencial estratégico que representan.
La evidencia que se presenta en este trabajo —que reconoce éste
y otros cambios en la naturaleza del conflicto armado—, permitirá
también entrar a discutir las interpretaciones corrientes que hacen
énfasis, por una parte, en el carácter esencialmente bandoleril de la
guerrilla colombiana y, por otra, en las condiciones objetivas como
explicación de su presencia. De acuerdo con esta última interpreta-
ción, el vacío que deja el Estado en la represión del delito y en la
mediación de los conflictos es llenado por la guerrilla que actúa
como juez, conciliador y policía, haciendo que la población recla-
me su presencia en cuanto considera que garantiza el orden.
Profesor Titular de la Universidad Externado de Colombia e investigador de
Paz Pública de la Universidad de los Andes. En los últimos diez años el autor
se ha desempeñado como asesor de la oficina de paz de la Presidencia de la
República. El presente trabajo resume algunas de los trabajos realizados
durante este tiempo, que han sido presentados en diversos seminarios y
artículos.
9
.5
Camilo Echandía
Por último, se llamará la atención sobre cómo la dimensión y el
alcance que ha adquirido la presencia territorial de la guerrilla
permite prever que las manifestaciones del conflicto armado ten-
derán a ser más intensas en las áreas vitales para el desempeño
global de la economía y, en la medida en que las condiciones socia-
les y políticas lo permitan, afectarán en forma creciente el área ur-
bana. En este sentido la insurgcncia estaría transitando hacia una
guerra de desgaste y no de posiciones y movimientos, como se ha
anunciado recientemente.
M a p a I. Localizador! de los bloques de los frentes de las Farc en 1995
Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz, 1995.
CRECIMIENTO DE LA GUERRILLA
Como se puede observar en los mapas y el gráfico que se presentan
a lo largo de este artículo (que dan cuenta en primer término de la
localización actual de las organizaciones insurgentes y en segundo
lugar de los momentos en que su crecimiento se ha acelerado), no
cabría mayor duda sobre la manera deliberada en que las guerrillas
han puesto en marcha una estrategia donde se conjugan al menos
tres propósitos: 1. lograr una alta dispersión de los frentes; 2. Di-
versificar las finanzas; y 3. Aumentar la influencia a nivel local.
3fi
Evolución reciente del conflicto armado...
La localización actual de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia, Farc, que se presenta en el mapa 1, da cuenta de la
existencia de sesenta y dos frentes distribuidos en siete bloques:
Oriental (22), Sur (10), Magdalena Medio (8), Noroccidental (8),
Central (5), Norte (5) y Occidental (4).1
Por su parte el Ejército de Liberación Nacional, ELN, contaba ya
en 1996 con cinco frentes de guerra: Nororiental, Norte, Norocci-
dental, Suroccidental y Central. Como se observa en el mapa 2, los
cinco frentes de guerra reúnen 41 "frentes" y ocho regionales que
en general corresponden a los núcleos urbanos.
De la comparación de los dos mapas adjuntos, se concluye que
las zonas donde la presencia de los bloques de frentes de las Farc
es fuerte y activa (en el oriente, sur, suroccidente y Urabá), el desa-
rrollo de los frentes de guerra del ELN es incipiente y su accionar
armado ostensiblemente bajo. Lo mismo ocurre donde existe ma-
yor desarrollo de los frentes de guerra del ELN (en el norte, noroc-
cidente y nororiente), la presencia y acción de las Farc son bajas.
En este sentido se podría afirmar que sin desconocer la coinciden-
cia de las Farc y el ELN en muchas regiones, existe una división del
espacio que se expresa en los énfasis diferentes en la presencia y la
intensidad del accionar de cada una de las organizaciones a través
de sus estructuras de frentes.
En el caso de las Farc, a partir de la Séptima Conferencia en
1982, se adoptó una estrategia de crecimiento basada en el desdo-
blamiento de los frentes existentes; se determinó entonces que ca-
da frente sería ampliado a dos hasta conseguir la creación de un
frente por departamento y para ello se prioriza la diversificación de
las finanzas. En cuanto a los determinantes financieros que hicie-
ron posible el aumento de frentes, en la primera mitad de la déca-
da de los ochenta la coca juega un papel decisivo. Los recursos de-
rivados de la coca hacen posible el numero creciente de frentes
que se consolidan en los departamentos de Meta, Guaviare y Ca-
quetá. Así mismo, las Farc se vinculan a esta actividad en los depar-
Se tienen en cuenta 62 frentes de los cuales se conoce su ubicación y activi-
dad armada, a pesar de que se habla de que en 1996 existían ya 66. La ubica-
ción y el nivel de acción de los otros frentes (62,63,64 y 65) se desconoce.
Es de anotar que los nombres que reciben los frentes están asociados con la
historia y los nombres de los comandantes y fundadores de la organización,
sin que tengan mayor significado para el común de los colombianos.
37
Camilo Echandía
tamcntos de Putumayo, Cauca, Santander y en la Sierra Nevada de
Santa Marta.
M a p a 2. localización de los frentes de guerra del ELN en 1995.
Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz, 1995.
En cumplimiento de las decisiones adoptadas en la Séptima
Conferencia, las Farc, cuyos núcleos iniciales de expansión nacie-
ron en zonas de colonización, experimentan en los años ochenta
modificaciones importantes. Es así c o ^ o comienzan a quedar ins-
critas en zonas que experimentaron transformaciones hacia la ga-
nadería (Meta, Caquetá, Magdalena Medio, Córdoba), o hacia la
agricultura comercial (zona bananera de Urabá, partes de Santan-
der y sur del Cesar), c incluso en zonas de explotación petrolera
(Magdalena Medio, Sarare, Putumayo) y aurífera (Bajo Cauca An-
tioqueño y sur de Bolívar). Así mismo, se fueron situando en áreas
fronterizas (Sarare, Norte de Santander, Putumayo, Urabá) y en
zonas costeras (Sierra Nevada, Urabá, occidente del Valle), explica-
ble esto por su vinculaciém con actividades de contrabando.
En el caso del ELN, es también hacia comienzos de la década de
los años ochenta cuando resurge y comienza a registrar un creci-
miento significativo de sus frentes luego de la derrota que sufrie-
ran las Fuerzas Militares, FF.MM., en la Operación Anori en 1973.
3,S
Evolución reciente del conflicto armado..
G r á f i c o I. Evolución del número de frentes de las guerrillas
(1978-1996)
.-, ,_—, p -f' -*(• •-* <fi •
78 79 80 81 82 83 84 85 86 87 88 89 90 91 92 93 94 95 96
EPL ELN FARC
Fuente: Observatorio de violencia, Oficina Alto Comisionado para la Paz
Como en el caso de las Farc, su crecimiento se deriva del fortale-
cimiento económico que logró mediante la aplicación de la extor-
sión a las compañías extranjeras encargadas de la construcción del
Oleoducto Caño Limón-Coveñas, práctica que a su vez se constitu-
ye en su principal fuente de financiamiento. Luego, cuando la pro-
ducción petrolera de Arauca comenzó, el "frente" Domingo Laín
desarrolló hábiles esquemas clicntelistas para desviar recursos del
erario público de esta región y ganar amigos.
Coincidiendo con estas circunstancias favorables al desarrollo
del ELN, en 1983 tuvo lugar la denominada Reunión Nacional de
Héroes y Mártires de Anorí en la que se decidió desdoblar los
"frentes" existentes. En esc entonces existían los hoy denominados
frentes de guerra nororiental y noroccidental. El primero contaba
Andrés PÉÑATE. Arauca: Politics and oil in a Colombina Province. University of
Oxford, St. Anthony's College. Oxford: 1991.
4
Un frente guerrillero es «[...] una instancia político-militar y de masas». Va-
rios frentes guerrilleros y regionales (estructuras urbanas) «conforman un
frente de guerra, cuyas características están dadas por la actividad socioeco-
nómica de la región. [...] Un frente de guerra es el conjunto de estructuras
urbanas y rurales que desarrollan la política de la organización en una gran
región del país y que por sus características exige un diseño estratégico espe-
cífico». En: Marta HARNECKER. Unidad que multiplica. Quito: Ediciones Quime-
ra, 1988.
39
Camilo Echandía
con los "frentes"1
Domingo Laín en la región del Sarare y Camilo
Torres en la parle del Magdalena Medio de los departamentos de
Santander y Cesar. El segundo correspondía al "frente" José nto-
nio Galán.
Se puede afirmar entonces que la expansión del ELN es espe-
cialmente significativa entre 1984 y 1986, coincidiendo con el ha-
llazgo del pozo de petróleo Caño Limón, la construcción del oleo-
ducto hasta Coveñas y el inicio del bombeo de crudo. Indudable-
mente este proceso le permitió formar una base financiera que ex-
plica su muy rápido crecimiento. Posteriormente el ELN continuó
ubicándose en áreas de extracción del crudo y siguiendo el reco-
rrido del oleoducto.
El Ejército Popular de Liberación, EPL, por su parte, se concen-
tró en la década del ochenta principalmente en las zonas de desa-
rrollo agroindustrial, con énfasis en Urabá; en zonas con capas de
campesinos y colonos y de expansión de nuevos grupos de terrate-
nientes (Urabá y Córdoba), y en la región del Viejo Caldas. Amplió
también su influencia en Antioquia y en zonas de Putumayo y Nor-
te de Santander, donde coexisten explotaciones petroleras y zonas
de colonización. En los centros urbanos tuvo alguna tradición des-
de la década del setenta en las ciudades, especialmente en Mede-
llín. El EPL firmé) con el Gobierno de Bclisario Betancur un acuer-
do de cese al fuego en 1984 que, como las Farc, utilizó para expan-
dirse a nuevas zonas y aumentar el numero de combatientes apro-
vechando la ausencia de iniciativa de la Fuerza Pública en su con-
tra. El accionar militar del EPL se reanudó a partir de la segunda
mitad de 1985, después de la toma del Palacio de Justicia por parte
del M-19 y del asesinato de Óscar William Calvo.
La guerrilla ha crecido en Colombia en forma vertiginosa en los
últimos años. Al comparar la presencia de las organizaciones ar-
madas en 1985 con la presencia más reciente, se descubre que 173
municipios registraban en el pasado presencia guerrillera, mientras
que en 1991 esta suma llega a 437 y en 1995 se registra en 622.'
La expresión "frente" es en este caso un sinónimo de cuadrilla que no se
debe confundir con el frente (sin comillas) que hace referencia a un conjunto
de cuadrillas o "frentes" que operan en una región determinada.
La presencia de la guerrilla ha sido determinada en el monitoreo que a nivel
municipal realiza la oficina de Paz de la Presidencia de la República. Esta pre-
sencia no revela control territorial, sino que da cuenta de los municipios don-
(continúa en la página siguiente)
40
Evolución reciente del conflicto armado...
Gráfico 2. Evolución de !a presencia municipal de la guerrilla en la
última década, según estructuras y tipos de desarrollo
Estructura urbana
Capitales de departamento
Ciudades secundarias
Estructura agricultura comercial
Con predominio de población urbana
Con predominio de población rural
Estructura de campesinado acomodado
Campesinado cafetero
Campesinado no cafetero
Estructura de colonización
Colonización interna
Colonización de frontera
Estructura rural atrasada
Periferia rural marginada
Latifundio ganadero y agrícola litoral Caribe
Minifundio litoral Caribe
Minifundio andino
B
•- M i l i
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•-•"(--i i +=*=* i
• 1995 1 1 9 8 50 10 20 30 40 50 60 70 80 90 100
Fuente: Observatorio de la violencia, Oficina Alto Comisionado para la Paz
Los conjuntos municipales según actividad agropecuaria donde
las organizaciones guerrilleras han incursionado en proporción
mayor, como se observa en el gráfico 2, corresponden a los muni-
cipios de campesinado medio cafetero donde la presencia de estas
organizaciones en 1985 se registraba en el 2% de los municipios,
mientras que en 1995 llega al 53%; al latifundio ganadero y agrícola
del Litoral Caribe donde la presencia guerrillera en 1985 se encon-
traba en el 8% de los municipios y en 1995 alcanza el 59%; a la
agricultura comercial de tipo empresarial y de alta población rural
donde la presencia guerrillera se registraba en el 13% de los muni-
cipios y en 1995 se extiende al 71%.
de la guerrilla ha registrado algún tipo de actividad armada. Esta información
tiende a coincidir con los resultados del Censo Nacional de Personerías reali-
zado por la Procuraduría General de la Nación en el último semestre de 1993,
donde la mitad de los municipios colombianos registran presencia guerrillera.
Por otra parte, el censo revela que 138 municipios cuentan con presencia de
grupos paramilitares o de autodefensa.
41
Camilo Echandía
Así mismo, los municipios andinos de minifundio deprimido y
estable han experimentado un ostensible incremento en la presen-
cia de las organizaciones guerrilleras que en 1985 llegaba al 13% en
ambos casos, mientras que en 1995 se registra en el 56% y 53% en
cada caso. En la estructura rural de campesinado medio no cafete-
ro, la presencia guerrillera afectaba en 1985 el 15% de los munici-
pios, mientras que en 1995 llega al 58%.
Como se observa en el gráfico 2, en los municipios que pertene-
cen a la estructura urbana también se ha incrementado la presencia
de organizaciones guerrilleras, aúneme dadas las características de
los centros urbanos, la guerrilla ejerce una presión sobre la pobla-
ción muchísimo menor que en las zonas rurales y apartadas.
La presencia de la guerrilla se ha incrementado a partir de 1985
—aunque en una proporción menor que en los casos mencionados
anteriormente— en los siguientes conjuntos: en el minifundio de la
Costa Atlántica, con el 6.5% de los municipios afectados en 1985,
se pase» en 1995 al 26%; en la periferia rural marginal con 15% de
los municipios afectados en 1985, la guerrilla se extendió al 49% en
1995; en la agricultura comercial de tipo empresarial con una alta
población urbana, en 1985 el 25% de los municipios tenía presen-
cia de grupos guerrilleros y, una década más tarde, dicha presencia
alcanza el 56%.
En los municipios de colonización interna y de frontera, donde
tradicionalmente la guerrilla ha tenido una fuerte presencia, se re-
gistra también el proceso de expansión aunque proporcionalmente
menor que en todos los casos mencionados anteriormente. De he-
cho, en las zonas de colonización la guerrilla ejerce gran influencia
y es así como la presencia guerrillera que en 1985 se registraba en
62% de los municipios de colonización interna y en 44% de los de
colonización de frontera, se extiende en 1995 al 93% de los muni-
cipios de colonización interna y al 81% de los de colonización de
frontera.
La presentación de estas tendencias en la expansión guerrillera
en la última década' ha suscitado interpretaciones muy diversas
Camilo ECHANDÍA. Violencia y desarrollo en el municipio colombiano. Bogotá:
Dañe, Boletín Estadístico No. 476, noviembre de 1992; Principales tendencias en
la expansión territorial de la guerrilla colombiayia, (1985-1994). Bogotá; documen-
to presentado al Seminario Análisis de los Factores de Violencia en Colombia,
DNP, 1994; Evolución de la presencia municipal de la guerrilla en ¡a última década,
i continúa en la página siguiente)
42
Evolución reciente del conflicto armado...
por paite de los estudiosos del tema. Para algunos, contrastar las
categorías de desarrollo municipal con la presencia guerrillera en
poco contribuye a explicar la razón de dicha presencia:
El cuadro nos dice que la guerrilla crece y se asienta en cual-
quiera de las categorías. Su presencia y tasa de cambio no están
asociadas a las categorías municipales. En el primer período pesan
más aquí que allá v entre los períodos crecen más en unos que en
otros, pero lo esencial es que la guerrilla crece para todos lados
(naturalmente las tasas más altas de crecimiento corresponden a las
categorías con menor presencia previa). Los elementos de enlace
que permiten o estimulan que la guerrilla se multiplicarle no están
asociados con ningún tipo de estructura productiva y grado de de-
sarrollo municipal.
Para otros, el ejercicio de contrastar es más esclarecedor, pues
el hecho de que la guerrilla haya incrementado su presencia en
municipios con mayor grado de desarrollo y el énfasis puesto en
los municipios con predominio de agricultura comercial, estaría
indicando todo un propósito estratégico. Lo anterior n o significa
que haya disminuido su presencia en áreas tradicionales de asen-
tamiento, en los municipios con predominio de colonización, sino
que la ha diversificado. Los municipios en cuyo territorio la gue-
rrilla se implantó inicialmente vienen siendo áreas de refugio; los
municipios en d o n d e adquirió una presencia significativa antes de
1985, aproximadamente, áreas para la captación de recursos —
aprovisionamiento logístico—; y los municipios d o n d e busca ex-
pandirse y consolidar su influencia, áreas preferentes para la confron-
tación armada.
segiín estructuras y tipos de desarrollo. En: INFORMES DE PAZ. Bogotá: publicación
de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, octubre de 1996, número 2.
Fernando GAITÁN al referirse a las tendencias de expansión guerrillera entre
1985 y 1991. Fát: "Una indagación sobre las causas de violencia en Colombia",
en: Malcom DEAS y Fernando GAITÁN. DOS ensayos especulativos sobre la violencia
en Colombia. Bogotá: Fonadc-DNP, 1995. P. 247.
9
Fernando CUBIDF.S, Ana Cecilia OLAYA y Carlos Miguel ORTIZ, Violencia y de-
sarrollo municipal. Bogotá: Universidad Nacional, Centro de Estudios Sociales,
mayo de 1995. Una nueva versión de este trabajo, actualizada por los propios
autores, se encuentra en esta misma colección editorial del CES bajo el título
La violencia y el municipio colombiano, 1980-1997 [N. del E.].
Santiago ESCOBAR. Algunos elementos para el análisis de la estructuración del
movimiento guerrillero en Colombia. Bogotá: Presidencia de la República, Conse-
(continúa en la página siguiente)
43
Camilo Echandía
Por otra parle, el crecimiento de la guerrilla en el nivel urbano
a un ritmo mucho mayor de lo que crece a nivel global, como se ha
visto, estaría evidenciando la existencia de un plan de crecimiento
y de consolidación de la influencia política. Dicho plan sobreviene
cuando se han consolidado suficientes zonas de contención como pa-
ra hacer imperativa la construcción y consolidación de zonas de ex-
pansión. Este análisis se basa en el desarrollo de la guerrilla salva-
doreña, donde, primero, el avance hacia lo urbano coincidió con la
especialización del aparato clandestino y, segundo, d o n d e las acti-
vidades económicas predadoras e intermitentes que caracterizaron
a la guerrilla de la primera etapa dieron lugar a una actividad eco-
nómica continuada: la extorsión, el secuestro y el cobro de u n im-
puesto revolucionario.
El crecimiento sostenido y acelerado de la guerrilla ha tenido
como elementos propulsores esenciales unas definiciones estraté-
gicas en lo militar, lo político y lo económico, cuya implementación
y articulación ha orientado sus líneas de expansión y sin duda, ha
contribuido fundamentalmente a lograr los impresionantes avances
de la última década. Es así como en lo militar tenemos la definición
de áreas de despliegue estratégico y el desarrollo de campañas con
objetivos específicos; en lo económico, la estructuración de planes
de finanzas, de metas por frentes y, sobre todo, la explotación de
las actividades económicas y las áreas de mayor potencial por me-
dio de una gran creatividad y flexibilidad para sustraer parte del
excedente económico; y finalmente, en lo político, la apelación me-
tódica y sistemática al recurso del terror combinada con un cabal
aprovechamiento de las inequidades sociales, de los desequilibrios
regionales, del desempleo juvenil rural y de la precariedad del Es-
tado, sobre todo en su potencial coercitivo y de justicia, para ganar
apoyos forzados y voluntarios.
jería para la Paz, marzo de 1995.
ll
El tipo de racionalidad económica, las fornras de financiación características
de las diferentes organizaciones guerrilleras según su estrategia y grado de
organización, son analizadas por R.T. NAYLOR. The Insurgent Economy: Black
Market Operation of Guerrilla Organizations. En: CRIME, LAW AN'DSOCIAL
CHANCE 20, 1993.
12
Alfredo RANGEL. El poder local: objetivo actual de la guerrilla. Ponencia pre-
sentada al Seminario Descentralización y Orden Público. Bogotá: Fescol-
Milenio, julio de 1996.
44
Evolución reciente del conflicto armado..
Gráfico 3. Comparación de la actividad armada entre las
guerrillas (1985-1990 y 1991-1996)
4000
• 91-96 Q 85-90
Fuente: Observatorio de la violencia, Oficina Alto Comisionado para la Paz
Lo dicho hasta aquí permite concluir que la localización de las
organizaciones guerrilleras evidencia la existencia de propósitos es-
tratégicos en el avance de la insurgencia, que a su vez dejan con
poco piso las explicaciones fundamentadas en las condiciones objeti-
vas que de acuerdo con esta visión, propiciaron su origen y poste-
rior desarrollo en las zonas rurales donde el Estado no está presen-
te. Si se considera la evolución de la insurgencia desde sus oríge-
nes, tiende cada vez más a existir mayor claridad en cuanto a que
las guerrillas de los años sesenta en Colombia y América Latina
surgieron, ante todo, como resultado de una decisión subjetiva en
un contexto histórico y cultural apropiado. Como afirma el soció-
logo Eduardo Pizarro al realizar un análisis convincente sobre esta
materia: «Las interpretaciones esquemáticas que hacen énfasis en
la pobreza generalizada, el cerramiento del sistema político o la au-
sencia del Estado, como causas de la emergencia de polos guerri-
lleros, simplemente no tienen ninguna pertinencia explicativa».
Como se ha visto, no hay un patrón único que explique la ubi-
cación de las guerrillas, éstas han transformado su condición de
guerrillas rurales con influencia exclusiva en zonas periféricas a or-
ganizaciones que pretenden consolidar su influencia en amplias
zonas del territorio nacional —incluso urbanas— y, para ello, han
aplicado una estrategia que articula circunstancias económicas, po-
I:Í
Eduardo PIZARRO, Insurgencia sin revolución (la guerrilla colombiana en una
perspectiva comparada). Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1996.
45
Camilo Echandía
líricas y militares. La guerrilla de hoy ha cambiado su manera de
buscar el poder, sus formas de acción militar, de movilización de
sectores sociales y de consecución de finanzas para subsistir como
organizaciones armadas. La estrategia que ha puesto en práctica —
cjue consiste en haber transformando buena parte del territorio
nacional en teatro de la confrontación armada—, le permite disper-
sar y disminuir la contundencia en la acción contrainsurgente de
las Fuerzas Armadas, EF.AA. La nueva geografía del conflicto ar-
mado refleja con claridad cómo la guerrilla se extiende de manera
cada vez más evidente hacia las zonas que le representan ventajas
estratégicas en la confrontación.
INTENSIDAD DEL CONFLICTO ARMADO Y LAS
MANIFESTACIONES DE VIOLENCIA
La información estadística que se presenta en los gráficos 3 y 4
permite apreciar cambios muy significativos en el accionar de la in-
surgencia a partir de la presente década y que ponen al descubierto
la enorme capacidad ofensiva con que cuenta en el presente.
Las acciones propias de la confrontación y las víctimas que en
ella se producen, así como los sabotajes a la infraestructura eco-
nómica aumentan ostensiblemente su participación en el conjunto
de acciones armadas, mientras que las acciones típicas de finan-
ciamiento (asaltos a poblaciones, entidades y vehículos de transpor-
te) disminuyen la suya. Estos cambios expresan la mayor capacidad
militar con que cuentan hoy los grupos guerrilleros, en buena me-
dida por haber logrado diversificar las prácticas de financiamiento
que hoy dependen en alto grado del secuestro, la extorsión y las
actividades relacionadas con la producción de drogas.
En términos cuantitativos, las acciones típicas de la confronta-
ción armada; contactos, emboscadas, hostigamientos y ataques a
instalaciones militares, representan el 62% de las acciones registra-
das entre 1985 y 1996. Se observa también que el 26% de las accio-
nes guerrilleras corresponden a sabotajes contra la infraestructura
petrolera, eléctrica y de comunicaciones, y contra la propiedad pri-
vada (fincas, maquinaria y equipo, vehículos, etc.). El 12% restante,
se distribuye entre los asaltos a entidades públicas y privadas
(bancos, comercio, etc.); las acciones de piratería terrestre contra el
transporte de carga y de pasajeros y finalmente los ataques a pe-
queñas poblaciones.
46
Evolución reciente del conflicto armado...
G r á f i c o 4. Comparación de la intensidad de las acciones más
recurrentes en el conflicto armado (1985-1990 y 1991-1996)
Secuestros de civiles
Asesinatos de civiles
Miembros IT.AA, muertos
Guerrilleros muertos
Contactos Ft.AA. Guerrilla
Actos de sabotaje
Hostigamientos
Emboscadas
Piratería terrestre
Ataques a instalaciones
Asaltos a entidades
Asaltos a poblaciones
Fuente: Observatorio de la violencia, Oficina A l t o Comisionado para la Paz
La distribución de las acciones armadas a nivel departamental
permite determinar la concentración de hechos de este tipo en las
diferentes circunscripciones. Durante los últimos doce años un po-
co más del 70% de las acciones armadas se registran en nueve de-
partamentos: Antioquia, 20%; Santander, 14%; Norte de Santan-
der, 7%; Cesar, 7%; Arauca, 6%; Meta, 5%; Cundinamarca, 5%;
Cauca, 4%; y Bolívar, 4%. Por otra parte, Córdoba, Caldas y Risa-
ralda experimentaron importantes reducciones en la intensidad del
conflicto armado en 1992 como consecuencia de la desmovilización
del EPL. A partir de 1993, la disminución en la actividad de la gue-
rrilla se mantiene únicamente en Córdoba. Risaralda y Caldas. No
obstante esta mejoría, en el presente estos departamentos se en-
cuentran afectados por la presencia activa de tres frentes de las
Farc y un reducto disidente del EPL,
47
Camilo Echandía
En el resto del país se produce un aumento sostenido en la in-
tensidad del conflicto armado. Los departamentos donde se obser-
va un elevado incremento, son; Guajira, Nariño, Guaviare, Quin-
dío, Cundinamarca, Meta y Casanare. En lodos estos departamen-
tos, excepto en el caso de Guaviare, se ha observado un fuerte
avance de los grupos guerrilleros en los últimos cuatro años. En
efecto, las Farc y el ELN han incrementado en forma ostensible su
Mapa 3. Municipios con elevada actividad armada de la guerrilla (1993-1995).
Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz, 1993-1995.
48
Evolución reciente del conflicto armado...
presencia en La Guajira, Nariño, Quincho y Casanare. Así mismo,
las Farc registraron —luego de las operaciones de las FF.AA. contra
los campamentos del secretariado en La Uribe (Meta)— un fuerte
desplazamiento de su fuerza armada hacia Cundinamarca.
La intensidad del conflicto armado también ha aumentado de ma-
nera preocupante en los últimos años en los departamentos de;
Magdalena, Atlántico, Antioquia, Boyacá, Cesar, Tollina, Caquetá,
Santander, Bolívar, Norte de Santander, Huila y Arauca. Se obser-
va un leve incremento en la intensidad del conflicto en: Cauca, Va-
lle, Sucre y Putumayo.
En el nivel municipal, el mapa 3 muestra cómo las localidades
más afectadas por los altos niveles de actividad armada de la guerri-
lla corresponden a los municipios donde prima la colonización de
frontera, agricultura comercial con énfasis en los que concentran la
población en centros urbanos, y los de latifundio ganadero y agrí-
cola en la región caribe. Estos conjuntos de municipios han sido
afectados en mayor proporción por la elevada actividad armada de
la guerrilla y se localizan primordialmente en las zonas donde tra-
dicionalmente han operado los frentes guerrilleros.
Se observa en los últimos años cómo otros tipos de municipios
también han sido afectados: minifundio deprimido de la región
andina, campesinado medio no cafetero, agricultura comercial y
colonización interna.
En la estructura urbana se aprecia la presencia activa de la gue-
rrilla en las cinco ciudades mas importantes del país. Aproxima-
damente la mitad de las capitales de departamento han registrado
un elevado número de acciones de la guerrilla entre 1985 y 1996.
Las ciudades secundarías se han visto afectadas por el accionar
guerrillero. Los conjuntos municipales donde se registran las varia-
ciones más fuertes coinciden con el patrón de expansión de la in-
surgencia de los últimos diez años. Existe en el país una corres-
pondencia muy significativa entre los altos niveles de violencia y la
presencia de organizaciones armadas ilegales. Si se analizan los 342
municipios que entre 1993 y 1995 registraron elevada intensidad
del conflicto armado (mapa 3), las mayores tasas de secuestro
(mapa 4) o de asesinato (mapa 5), se descubre que en 284, es decir,
en el 83% de estos municipios, se encuentra presente la guerrilla.
Es importante precisar que en 99 de los municipios críticos con
presencia guerrillera, la violencia se manifiesta de manera exclusiva
en la elevada intensidad del conflicto armado, mientras que 93
municipios, además de encontrarse afectados por la intensa activi-
19
Camilo Echandía
dad guerrillera, también presentan elevado índice de secuestros o
asesinatos. En los restantes 92 municipios con presencia guerrille-
ra, se registran altas tasas de secuestro o asesinato sin que las ac-
ciones propias del conflicto armado sean significativas. 58 munici-
pios sin presencia guerrillera se vieron afectados por los elevados
indicadores de secuestro o asesinato entre 1993 y 1995.
De acuerdo con la información disponible, las organizaciones
paramilitares, de justicia privada y al servicio del narcotráfico, se
M a p a 4 . Municipios con elevado índice de secuestro (1993-1995).
Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz.
59
Evolución reciente del conflicto armado...
encuentran presentes cu 152 de los 342 municipios que entre 1993
y 1995 registraron altos índices de violencia e inseguridad.
La relación más fuerte se establece con los municipios afectados
por la elevada intensidad del conflicto armado guerrillero, de los
cuales 112, es decir el 58%, registran presencia paramilitar. En se-
gundo lugar, 77 de los municipios con elevada tasa de secuestro —
que representan el 50%— cuentan con la presencia de estos actores
de violencia. Los municipios críticos por tener elevado índice de
M a p a 5. Municipios con elevado índice de homicidios cometidos por actores orga-
nizados (1993-1995).
Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz.
51
Camilo Echandía
asesinatos y presencia de organizaciones armadas no guerrilleras
son 54, los cuales representan el 40%.
Se podría inferir que la elevada correspondencia entre munici-
pios con altos índices de violencia y presencia de actores armados
ilegales parece ser suficiente para desencadenar y exacerbar proce-
sos violentos. Por otra parte, existe en el país una relación muy es-
trecha entre la expansión de los grupos insurgentes hacia nuevas
regiones, el surgimiento de organizaciones armadas ilegales que se
les oponen y el incremento de la violencia, que deja con poco piso
las consideraciones corrientes acerca de la irrelevancia de la violen-
cia asociada al conflicto armado. En esta línea de análisis ya se co-
mienzan a producir los primeros estudios; uno de los más recientes
logré) determinar que en el ámbito rural la guerrilla es el principal
agente de violencia con el 34.5%; le siguen la delincuencia común
con el 32.6%, los paramilitares con el 13.7%, y el narcotráfico con
el 11.6%.14
La relación entre la presencia de la guerrilla y los elevados índi-
ces de secuestro es muy estrecha, como se infiere al comparar los
mapas 3 y 4. En efecto, en departamentos como Arauca, Caquetá,
Casanare, Cesar, Córdoba, Bolívar, Norte de Santander y Antio-
quia, las zonas afectadas por la actividad armada de la guerrilla
coinciden con los municipios cuya tasa de secuestro por cada cien
mil habitantes se encuentra por encima de la tasa promedio nacio-
nal y en algunos casos corresponde a las más elevadas a nivel na-
cional. Por otra parte, en los departamentos donde la insurgencia
ha incrementado de manera ostensible su presencia entre 1987 y
1995, los índices de secuestro también han aumentado. Es así como
la tasa de secuestro ha sufrido incrementos considerables a partir
de 1987 y se coloca en 1995 por encima del promedio nacional en
la Guajira, Cesar, Magdalena, Norte de Santander, Nariño, Cauca,
Tolima, Huila, Casanare y Antioquia.
En lodos estos casos, el incremento del secuestro se produce de
manera paralela con el avance de la guerrilla, aportando una prue-
ba más de cómo la incursión de la insurgencia en nuevos territo-
rios va acompañada del deterioro de la seguridad.
"Incidencia de la violencia en el ámbito rural (1999-1994)". En: INFORMES DE
PAZ, NO. 6. Bogotá: marzo de 1997.
Evolución reciente del conflicto armado...
En los futimos años, como se puede observar en el gráfico 3, la
guerrilla incrementó los secuestros. Las principales víctimas son
ganaderos y agricultores seguidos por los comerciantes. La guerri-
lla recurre al secuestro en procura del fortalecimiento de sus finan-
Mapa 6. Municipios con elevado índice de homicidio (1993-1995)
Fuente; Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz.
zas. En efecto, los ingresos de las guerrilla por concepto de secues-
tro en 1995 representan alrededor del 35% de todas sus finanzas,
constituyéndose así en la segunda fuente de recursos después del
narcotráfico —que representa el 54% en el caso de las Farc— y de la
53
Camilo Echandía
extorsión al sector minero con una participación del 53% en las fi-
nanzas del ELX. El secuestro, fuera de constituir una de las princi-
pales fuentes de íinanciamiento a la que acude la guerrilla, también
se utiliza para atemorizar y de esta forma abrir paso al cobro regu-
lar de la extorsión a ganaderos, agricultores, comerciantes, empre-
sarios y contratistas en las regiones donde incursiona por vez pri-
mera.
El avance de la guerrilla y el incremento inherente de las mani-
festaciones de violencia se tornan aún más graves con la prolifera-
ción de grupos armados ilegales de variada naturaleza y origen que
al actuar para neutralizar la acción de los primeros contribuyen de
manera significativa a intensificar la violencia. ' Como se observa
en el mapa 5, las muertes violentas atribuidas a paramilitares, or-
ganizaciones de justicia privada y la guerrilla registran los índices
más elevados en los municipios de Casanare, Cesar, Antioquia,
Guajira y Norte de Santander; en todos estos departamentos la
guerrilla ha incursionado con fuerza. En Caquctá, Meta, Arauca y
Santander, donde la presencia guerrillera tradicionaimentc ha sido
elevada, las tasas de asesinato superan el promedio nacional. La
importancia estratégica que zonas como el Urabá, el Magdalena
Medio o el Piedcmonte casanareño representan para los diferentes
actores armados en competencia, ha hecho que en el afán por con-
solidar su dominio territorial, la población civil haya sido converti-
da en objetivo militar, dando una clara muestra del nivel de degra-
dación que alcanza el conflicto interno en la actualidad.
Por otra parte, cuando se comparan los municipios afectados
por el homicidio en general con los municipios críticos por el alto
índice de muertes causadas por los actores organizados, se descu-
bre una alta correspondencia en la geografía de ambos fenómenos,
lo que a su vez permite insistir en que los altos niveles de violencia
tienen una relación muy fuerte con la presencia de dichos actores.
Esta interpretación se basa en la comparación del mapa 5, donde
se presentan los municipios que registraron durante los mismos
periodos tasas de muertes cometidas por actores organizados que
superaron también en más del doble el promedio nacional, con el
La vigencia de estructuras armadas no guerrilleras con coberturamullirre-
gional, con un alio grado de coordinación v un mando aparentemente unifi-
cado, con una doctrina común de operaciones v con ambición de poder, es
cada vez más un hecho consultable en Colombia,
54
Evolución reciente del conflicto armado...
mapa 6, donde se presentan los municipios que en el periodo 1993-
1995 registraron lasas de homicidio eme superan en más del doble
la tasa promedio nacional. Si bien no coinciden necesariamente
uno a uno los municipios, sí lo hacen en buena medida las regio-
nes. Se encuentran en ambos casos municipios con tasas eme supe-
ran en el doble o más la nacional en: el norte del Valle, el Eje Cafe-
tero, el Urabá, Medellín y los municipios vecinos, el sur del Cesar,
la región del Río Minero en el occidente de Bovacá, y el piedemon-
te de la Cordillera Oriental (municipios dispersos de Casanare,
Arauca, Meta, Caquetá y algo de Putumayo).
La evidencia presentada permite controvertir la afirmación co-
rriente en el sentido de que alrededor del ochenta por ciento de
los homicidios en Colombia responde a la violencia cotidiana.
Una interpretación también diferente se desprende del análisis de
las cifras que viene produciendo el Instituto de Medicina Legal y
Ciencias Forenses. Se observa que en las regiones más violentas,
donde se registran la mitad de los homicidios que ocurren en el pa-
ís, la principal causa reconocida es el ajuste de cuentas, mientras que
en los departamentos más pacíficos, donde ocurre tan sólo el 20%
de los homicidios, la cansa que sobresale son las riñas producidas
por el consumo de alcohol, y los problemas de la convivencia y la
intolerancia. Estas tendencias sugieren que la violencia intencional
tiene un peso mayor dentro de los homicidios de lo que tradicio-
nalmente se había considerado.
No obstante, el enorme desconocimiento sobre los autores de
las muertes en el país, se ha aceptado por parte de las autoridades
y de los estudiosos, que las violencias que están cobrando el mayor
número de víctimas sobrepasan a las que se generan en los actores
organizados; guerrilla, paramilitares, grupos de justicia privada v
organizaciones armadas al servicio del narcotráfico. Como se ha
visto en las localidades urbanas y rurales, la presencia de los acto-
res organizados se asocia estrechamente con las alias tasas de ho-
micidios indiscriminados, a la vez cine también son altos los homi-
El porcentaje se deduce de las víctimas que según las autoridades fueron
asesinadas por las guerrillas y otros grupos organizados (total homicidios me-
nos víctimas de grupos organizados).
' Ver el análisis de las cifras de Medicina Legal para 1996, en: PAZ PL'BLICA-
Universidad de los Andes, carta No, 1. Bogotá; publicación del Programa de
Estudios sobre Seguridad, Justicia v Violencia de la Universidad de los Andes,
julio de 1997.
Camilo Echandía
cidios selectivos. Adicionalmente como lo señala un estudio recién-
te, ' en las zonas rurales de colonización y los barrios periféricos de
las ciudades en acelerada expansión, se observa como factor co-
mún una sociedad débil aunque dinámica, con un Estado incapaz
de constituirse en mediador de los conflictos, funciones que termi-
nan desempeñando las organizaciones armadas ilegales que se im-
ponen a través de la violencia.
INTIMIDACIÓN Y
PODER LOCAL DE LA GUERRILLA
Por otra parte, resulta bastante alta la convergencia entre las áreas
de influencia histórica de la guerrilla y las poblaciones que en el
presente manifiestan simpatía por los grupos alzados en armas. De
esta forma se estaría evidenciando que la fuerte expansión territo-
rial de la guerrilla registrada en los últimos años, no guarda rela-
ción con su potencial político ni electoral, y que incluso ha decaído
de manera ostensible en la zonas tradicionalmente bajo su influen-
cia.
La expansión territorial de la guerrilla no se traduce en un ma-
yor poder de convocatoria, sino más bien en el incremento de su
capacidad de intimidación para así aumentar su influencia a nivel
local.
A través de la intimidación la guerrilla elige alcaldes y conceja-
les, determina a quiénes deben favorecer los nombramientos, los
contratos, las inversiones físicas, los programas sociales, etc. La
presión de la guerrilla se manifiesta en asesínalos, secuestros y
amenazas que recaen en dirigentes políticos, candidatos, alcaldes,
concejales y funcionarios. Los municipios donde la guerrilla busca
ampliar' su poder a través de la intimidación pertenecen a las zonas
donde la incursión guerrillera se ha producido en forma relativa-
mente reciente (de 1985 en adelante), y en su mayoría coinciden
con los patrones de expansión ya identificados.
Se vislumbra en este sentido la salvadorización del conflicto co-
lombiano, especialmente con la transformación creciente de los al-
caldes en objetivos militares como forma de consolidar el poder en
las zonas estratégicas, procedimiento que empezó en El Salvador a
Ci BIDÉS. OLAYA y ORTIZ, op. di.
Evolución reciente del conflicto armado...
M a p a 7. Municipios donde la intimidación de la guerrilla llevó a que se presentaran
renuncias de candidatos a las alcaldías y concejos en los comicios de octubre de
1997.
{c~l Renunciaron algunos candidatos
•mü Renunciaron todos los candidatos
^ ^ al concejo o a las alcaldías
m m Renunciaron todos los candidatos
al concejo y a las alcaldías
Fuente: Registraduría de la Nación,
octubre de 1997.
Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz.
mediados de los ochenta y que escaló y degradó de manera terrible
el conflicto.
El número de municipios intimidados por la guerrilla, los gru-
pos paramilitares y el narcotráfico, pasa de doscientos. La aterra-
dora estadística se desprende de los reportes de asesinato, secues-
tro y amenazas puestas en conocimiento de las autoridades y las
denuncias diarias que recibe la Federación Colombiana de Munici-
pios. Esta información muestra que el mayor número de localida-
des afectadas se encuentra en las zonas que han registrado en los
últimos diez años una fuerte expansión de la guerrilla así como el
surgimiento de los grupos que se le oponen. A nivel local, estas or-
Jesús A. BEJAR.ANO. Inseguridad y violencia: sus efectos en el sector agropecuario.
REVISTA NACIONAL DE AGRICULTURA de la SAC No. 914-915, 1996.
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Jaime arocha, fernando cubides, myriam jimeno las violencias inclusion creciente (1998)

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  • 3. © 1998. CENTRO DE ESTUDIOS SOCIALES, CES Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia Carrera 50 No. 27-70 Unidad Camilo Torres Bloques 5 y 6 Correo electrónico: ces(« bacata use.unal.edu.co Esta publicación contó con el apoyo de Colciencias, Programa Implantación de Proyec- tos de Inversión en Ciencia y Tecnología, Sncl, Subproyecto de Apoyo a Centros y Gru pos de Excelencia 29/90. Primera edición: Santafé de Bogotá, mayo de 1998 Portada Paula triarle Coordinación editorial Daniel Ramos, Utópica Ediciones www.utopica.coin Printed and made in Colombia Impreso y hecho en Colombia
  • 4. Las C O M P I L A D O R E S J A I M E A R O C H A iolviolencias: F E R N A N D O C U B I D E S inclusión M Y R I A M J I M E N O creciente Facultad de Ciencias Humanas UN Colección CES
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  • 6. Contenido Presentación Marco Palacios... Introducción Los editores 26 Primera parte LOS PROTAGONISTAS Evolución reciente del conflicto armado en Colombia: la guerrilla Camilo Echandía Castilla 35 De lo privado y de lo público en la violencia colombiana: los paramilitares Fernando Cubides C 66 El ejército colombiano: un actor más de la violencia Andrés Dávila tadrón de Guevara 92 Segunda parte LÍMITES BORROSOS Rebeldes y criminales Mauricio Rubio 121
  • 7. La violencia política y las dificultades de la construcción de lo público en Colombia: una mirada de larga duración Fernán E. González 163 ¿Ciudadanos en annas? Francisco Gutiérrez Sanín 1 86 Tercera parte GUERRA Y CASTIGO Etnia y guerra: relación ausente en los estudios sobre las violencias colombianas Jaime Arocha Rodríguez 205 Víctimas y sobrevivientes de la guerra: tres miradas de género Donny Meertens 236 Diario de una militancia María Eugenia Vásquez P 266 El castigo a través de los ojos de los niños Ximena Tabares 286 Corrección y respeto, amor y miedo en las experiencias de violencia Myriam Jimeno 311
  • 8. Presentación Marco Palacios VITALIDAD Y MALESTAR Las investigaciones de la actual violencia colombiana dan buena cuenta de la vitalidad de las ciencias sociales en el país. Para la muestra este volumen en que los profesores de la Universidad Na- cional Myriam Jimeno, Jaime Arocha y Fernando Cubides reunie- ron diestramente un grupo de investigadores y temas. El vigor de estos trabajos que prolongan una línea de muchos años, se alimen- ta del apoyo en la investigación empírica, del esfuerzo multidisci- plinario, de la sospecha en los grandes rendimientos de la teoría ge- neral. Del rico tapiz de hipótesis, hallazgos y conclusiones de este libro, muchas de las cuales escapan completamente a mi capacidad profesional (ignoro por ejemplo a Bateson, central según veo en las hipótesis de Jimeno y Vásquez), quisiera destacar algunas que re- suelven o dejan abiertos problemas que tienen un claro interés académico y, acaso, público. En esta hora de la pospolítica o de la antipolítica, casi todos sus autores mantienen los pies firmes aunque el pulso agitado en un terreno que todavía pertenece al gran proyecto de la modernidad. Este libro deja en claro el malestar de los investigadores frente a las violencias, explicable por su conciencia cívica. En casos encontramos una manifiesta tensión existencial, como en la exposición de María Eugenia Vásquez, sobre los trances de narrar su propia vida en términos etnográficos, después de haber pasado 18 años de militancia clandestina en el M-19.
  • 9. Marco Palacios LOS CONTEXTOS Desde ahora quisiéramos proponer que las trayectorias de la pro- ducción académica sobre la violencia colombiana se entienden me- jor dando centralidad a la atmósfera cultural y moral predominan- te en cada momento. Ésta da contexto a los marcos institucionales en que se realiza la investigación, así como a los orígenes sociales de los investigadores, afiliaciones ideológicas, ethos profesional y aún a las técnicas que emplean. El punto de partida de esta considerable producción es, como se sabe, el libro clásico La Violencia en Colombia, (1962) de Guzmán, Fals y Umaña, y, el punto de llegada, el torrente de producciones posteriores a Colombia: violencia y democracia, (1987) que marca el otro hito. LA DÉCADA DE 1960 For los años sesenta el malestar de los académicos engagés se des- cargaba sobre el sistema político y social y sus clases gobernantes que no bien salían del túnel dictatorial entraban al oligárquico, y no sobre los actores armados de las violencias, como parece ser cl caso de nuestros días. De ahí, quizás, la amplia gama de reacciones partidarias y periodísticas que nuestro clásico de la violencia susci- tara en el segundo semestre de 1962. En algún lugar sugerimos que la interpretación adelantada por Camilo Torres Restrepo del libro de sus entrañables colegas del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional, sobre lo que ahora llamamos la violencia clásica, encajaba en una visión exis- tencialista politizada. La lectura que de él hiciera Camilo —él mis- mo uno de los pioneros de la moderna sociología colombiana y ca- pellán universitario—, lindaba en una exaltación de la violencia con- tra las élites reaccionarias y egoístas que bloqueaban los canales de ascenso económico, social, cultural y de representaciém política de las mayorías, en particular del campesinado, y que habían trans- formado a los políticos del régimen en gentes de manos sucias, como habría sentenciado Sartre. Marco Palacios, Interpreting Ea Violencia 111 Colombia. Universitv of Oxford, St. Anthony's College. Oxford; 26 ele Mayo de 1992 (inédito). 10
  • 10. Presentación En la década de los sesenta, la violencia genérica aparecía como un ejercicio de purificación colectiva, en una clave que habría so- nado familiar a los anarquistas y narodniki rusos del siglo XIX, La atmósfera de aquellos años estaba cargada de huracanes sobre el azú- car, de condenados de la tierra empuñando los fúsiles de la liberación nacional; de la rebeldía de los estudiantes norteamericanos contra el servicio militar obligatorio y la guerra en Vietnam; de la lucha por los derechos civiles y los motines negros en las grandes ciuda- des de Estados Unidos; de la gran revolución cultural proletaria maoísta de los guardias rojos con su consigna de un absolutismo adolescente: La rebelión se justifica; del París de mayo del 68. Ese año, los Buendía de Macondo entraron a la literatura universal con el grito atávico del jefe del clan ante un pelotón de fusilamiento: ¡Viva el partido liberal, cabrones! LOS USOS LEGITIMADORES DE LA HISTORIA Debe ser imposible documentarlo, pero es válido conjeturar que la lectura de Los grandes conflictos socioeconómicos de nuestra historia de Indalecio Liévano Aguirre alimentó la imaginación sociológica de Camilo Torres. Aparte de sus valores intrínsecos, esta obra obtuvo inmensa acogida en las clases inedias lectoras que, por esos años, intentaban inventarse una personalidad propia. El mercadeo fue esencial en la difusión del trabajo de Liévano. Recordemos que fue publicado inicialmente por capítulos en dos revistas bogotanas de gran prestigio social dirigidas por .Alberto Zalamea quien, además, estuvo al frente de uno de los experimentos de divulgación edito- rial más importantes de la historia cultural del país: los Festivales del Libro con sus dos colecciones de diez ejemplares cada uno y cuya posesión daba señas de identidad a las clases medias. El primer ca- pítulo de Los grandes conflictos... apareció en Semana, (No. 662, del 1" de Septiembre de 1959) y el último en La Nueva Prensa, (No. 75, del 6-12 octubre de 1962). En formato de libro (4 vols.), y sin modi- ficaciones y sin fecha salió con un tiraje de 10.000 ejemplares con el sello de La Nueva Prensa. En 1964 apareció en un volumen en Ediciones Tercer Mundo. De entonces a la fecha, ha tenido varias reimpresiones, y junto con sus biografías de Bolívar y Nuñez, acre- ditó a Liévano como la pluma más poderosa de la historiografía co- lombiana en las décadas de 1940 a 1960. En las luchas ideológicas por la legitimación del Frente Nacional que, en sus inicios, coincidió con las celebraciones del sesquicente- 1 1
  • 11. Marco Pa'acios nario de la Independencia, los historiadores se emplearon a fondo. Argumentando implícitamente contra el pacto oligárquico de 1957- 58, legatario de las frondas coloniales, actuantes en 1810, Liévano Aguirre, miembro del círculo íntimo del compañero jefe del MRU, Alfonso López Michelsen, propuso una reinterpretación del pasa- do histórico mediante un paradigma dicotómico Austria-Borbón. La contraposición de las dos dinastías que mandaron en los tres si- glos de Imperio español en América, no se agotaba en los meros modos y formas de gobierno. Debía remitirse a los profundos y prolongados efectos que arrojaron aquellos dos modelos básicos de gobernar en los valores políticos y en la débil conformación del pacto social de los colombianos. Sin vacilar, Liévano condenó el esquema borbón aduciendo que, detrás de un racionalismo mo- dernizador que hacía tabula rasa de la heterogeneidad social (implícitamente étnica), había promovido la injusticia. En una veta muy peculiar de interpretación jesuítica, optó por los Austria. La piedra angular de este discurso descansaba en la noción de justicia, conforme a los grandes teólogos jesuítas de Salamanca de los siglos XVI y XVII. Noción que no está demasiado lejos de las proposicio- nes más recientes de la economía moral (E.P. Thompson, J.C. Scott) y que tienen uno de sus pioneros, no siempre reconocido, en Bar- rington Moore. La imagen de una oligarquía injusta y manipuladora que hundía raíces en los conquistadores-encomenderos, fue tomada al vuelo por Camilo en su estudio de sociología positiva, presentado al Pri- mer Congreso Nacional de Sociología (Bogotá, 8-10 de marzo de 1963): «La violencia ha constituido para Colombia el cambio socio- cultural más importante en las áreas campesinas desde la conquista efectuada por los españoles». Lo específico de este cambio, que no dudó en calificar de modernizador, fue que la violencia sacudió la inmovilidad social en las zonas rurales y «simultáneamente produ- jo una conciencia de clase y dio instrumentos anormales de ascen- so social... [que] cambiaron las actitudes del campesino colombia- no, transformándolo en un grupo mayoritario de presión». " Camilo Torres, "La violencia y los cambios socio-culturales en las áreas rura- les colombianas", en Cristianismo y revolución, Prólogo, selección y notas de Óscar Maldonado, Guitemie Oliviéri y Germán Zabala, México, D.F., 1970, p. 227. 3 Ibid., p. 268. 4 Ibid., p. 262. 12
  • 12. Presentación En este punto quizás deberíamos subrayar la ausenda del ele- mento nacional en el argumento de Torres. Tomando en conside- ración el punto de vista de Jaime Arocha expuesto en este libro, deberíamos referirnos también a la ausencia del elemento étnico. Y, sabemos que etnicidad y nación han sido inseparables, así sea en esa versión oficial y quimérica de la nación mestiza. El tema nos lle- va al aspecto Maniqueo, con mayúsculas, de nuestra cultura políti- ca. Maniqueísmo que, por demás, hallamos en los movimientos an- ticoloniales del siglo XX en cuanto interiorizan y responden a la matriz cultural de todo colonialismo. La visión maniquea de la so- ciedad provendría, si empleamos los términos de Lynch en el aná- lisis del período borbónico hispanoamericano, de la escisión fun- damental entre el superblanco peninsular (gachupín, chapetón...) que circunscribió un campo de dominación excluyente de los otros, indistintamente fuesen blancos criollos, mestizos, mulatos, indios, negros. Si en este punto interpeláramos a Benedict Anderson so- bre la originalidad y calidad anticipatoria del proyecto nacional de Simón Bolívar podríamos decir que su famoso decreto de guerra a muerte fue, además de eficaz respuesta coyuntural, piedra miliar de la vida política colombiana que mantendrá latente el maniqueísmo. Las condiciones sociales e internacionales de nuestros movimien- tos emancipadores llevaron, sin embargo, a vaciar el maniqueísmo anticolonial en la lucha faccional interna, en el pernicioso secta- rismo siempre al acecho y proyectado en la saga de las grandes fa- milias: bolivarianos y santanderistas. Al menos bajo estas premisas me parece que adquieren mayor relevancia trabajos de una nueva generación de investigadores, como los de Fabio López de la Ro- che y Carlos Mario Perea. Aunque Camilo cayó en febrero de 1966, combatiendo como guerrillero del ELN, queda en el corazón de esa década de teología de la liberación, curas rebeldes y Golconda. En suma, un libro de fragmentos desgarradores y espeluznantes como el de Monseñor Guzmán el. al., pudo ser leído y comentado en una clave moral jus- tificativa de la vía armada castrista a la que ya se había asignado un origen bolivariano. LA PRIMAVERA DEL ANÁLISIS SOCIAL Hasta aquí una referencia al punto de partida. El punto de llegada, necesariamente más provisional, deja correr un cuarto de siglo. En este lapso se dispararon las tasas de escolaridad universitaria y la 13
  • 13. Marco Palacios bibliografía sobre la Violencia y las violencias profundizó el campo teórico y metodológico y amplió los horizontes de la sensibilidad de los lectores. Recordemos algunos de los más eminentes acadé- micos extranjeros empeñados en esta siembra: Hobsbawm, Hirschmann, Gilhodés, Oquist, Pécaut. Y tras ellos o con ellos, empezó a cosechar y resembrar una pléyade de colombianos, nor- teamericanos y europeos que es difícil enumerar por temor a ex- cluir algunos. Pero sería absurdo no mencionar a Gonzalo Sán- chez, Fernán González o Alvaro Camacho. Además de sus aporta- ciones individuales, o como coautores, han alentado investigacio- nes de largo aliento en la Universidad Nacional, el Cinep y la Uni- versidad del Valle. Quizás del mismo modo que hacia 1960 había investigadores preparados para emprender esa expedición que resultó en La Vio- lencia en Colombia, a mediados de la década de 1980, una comuni- dad ampliada, mejor entrenada y especializada, estaba lista a en- tregar al gobierno y a la opinión aquel ya célebre Colombia: violen- cia y democracia. Sin embarco, ni una historia anecdótica de los orí- genes de estos trabajos (ambos realizados en el marco de contratos de los académicos con los gobiernos) ni una historia política, social e intelectual de sus efectos inmediatos serán inteligibles sin hacer mención a los cambios en sus respectivas atmósferas espirituales. HACIA LA ÉPOCA SOFT Dejamos sentado que una perspectiva de largo plazo debe respon- der al tiempo mundial. Así se comprende mejor en qué forma el posmodernismo, la cultura mediática y la caída del Muro de Berlín pusieron fin a la gran tradición política que anunció la Ilustración y puso en vigencia el ciclo de revoluciones sociales que abrió la Re- volución francesa. Los sesenta fueron la última explosión del ethos revolucionario con sus ideologías racionalistas y sus propuestas du- ras. No obstante, en el festival contestatario del París o el Berkeley de 1968 ya se advertían síntomas de blandura posindustrial, de ines- tabilidad de los campos simbólicos, de apelación a lo efímero y fragmentario. Era la mirada irónica y sin metafísicas puesta sobre la eficacia instrumental de la técnica del siglo XX, aunque uno de sus productos, la pildora, daba sustento y sustancia a eso de hacer el amor y no la guerra. Cuando salió a la calle el libro de Guzmán el. al., la clase domi- nante colombiana, identificable por nombres v apellidos y por una 14
  • 14. Presentación responsabilidad pública asumida, se podía reducir al hardware: fá- bricas, bancos, ingenios de azúcar, latifundios ganaderos, propie- dad de finca raíz urbana. Si el Estado era débil y la política atomi- zada, no era por su culpa. El sustituto de emergencia era la repre- sión y la violencia. Lo que se llamaba la alternativa de izquierda (cuyos intelectuales estaban en la lista negra de la Mano Negra) so- ñaba con instaurar un nuevo orden directamente derivado de los paradigmas de la revolución industrial: el hardware del forclismo (admirado por Lenin, Mussolini y Stalin) pero bajo el modo de producción socialista y bajo un poder burocrático fuerte, centrali- zado y vertical, todo en nombre del proletariado y de la nación proletaria, esto es, de obreros y campesinos, a la que algunas versiones adosaban una burguesía nacional. Hoy en día la clase dominante colombiana (si semejante deno- minación no hace fruncir el ceño a más de uno) se ha transnacio- nalizado, actúa corporativamente, y su capital está en el software: te- lecomunicaciones, medios de comunicación de masas, intermedia- ción mercantil y financiera a la velocidad de los baudios del siste- ma teleinformático. El hardware quedó, para decirlo metafórica- mente, en refajo: pola & colombiana. En el caso del Grupo Santo- domingo y Ardila Lulle, no en el del Sindicato Antioqueño o del grupo Carvajal, prefiere cierta invisibilidad política, es clara su proclividad a aparecer más privada que pública, y mantener un suave control de los medios de comunicacicín de masas. Esto le ha permitido incrementar su poder. Por lo pronto ha dejado la respon- sabilidad en manos de una clase política clientelista, que mal admi- nistra un Estado descentralizado, mal constituido y que no sabe cómo desplegar sus velas a los vientos neoliberales. Añadamos a esto que los paradigmas organizacionales soft fue- ron asimilados con eficiencia pasmosa por el nuevo empresariado del narcotráfico. Sin embargo su tradicionalismo lo llevé) no sólo a abrir zoológicos exóticos sino a comprar tierras al por mayor. Ahí se encontró con las guerrillas izquierdistas que, en cambio, siguen soñando el sueño fordista dentro de los marcos de un Estado- nación autoritario y literalmente independiente. GOBERNABILIDAD DEMOCRÁTICA Y RETROCESO ESTATAL Una clave del cambio de atmósfera acaecido entre La Violencia en Colombia y Colombia: violencia y democracia, podría estar en el térmi- 13
  • 15. Marco Palacios no democracia. La corriente académica principal de nuestros días acepta que la democracia constitucional debe ser el contexto gene- ral para captar algún sentido a la abigarrada fenomenología de la violencia colombiana de los últimos diez años. Es el contraste que Vásquez establece entre cultura clandestina y civilidad. Premisa abiertamente normativa, cargada de valores y fines: qué medios son aconsejables para superar el cuadro de violencias y consolidar si- multáneamente la gobernabilidad democrática. Esto, sin renunciar a lo positivo, a la formalización teórico-metodológica que construye tales violencias en objeto específico de investigación social y poder descubrir sus regularidades y léigicas internas. Ahora bien, la tensión de lo normativo y lo positivo es un tópico en las ciencias sociales. Los autores de este libro, como en general todos los científicos sociales, viven sometidos a su gravitación. Pero hay un campo de fuerzas mayor que tiene que ver con la tendencia universal de nuestros días que adquiere velocidad con el fin de la Guerra Fría: cl retroceso estatal, o sea, el declinar de la autoridad de los Estados nacionales ante el poderío de los grupos que mane- jan las telecomunicaciones, el crimen organizado, el proteccionismo privado de las grandes corporaciones transnacionales (por encima del viejo proteccionismo estatal), y así sucesivamente. De modo que no puede ser lo mismo la propuesta normativa a los responsables políticos de un Estado que opera con el paradigma de intervención (como en 1962) que a quienes aceptan la racionalidad del mercado mundial como un a priori incuestionable; sujeto y verbo, ante la cual el Estado queda de complemento circunstancial. Si los investigadores colombianos han adherido casi unánima- mente a la gobernabilidad democrática, no es seguro que sean ple- namente conscientes de las implicaciones que pueda acarrear a su orientación investigativa el retraimiento del Estado. En el libro que nos ocupa, parecería cjue algunos autores inten- tan resolver la tensión entre lo positivo y lo normativo acudiendo a la pertinencia de las metodologías. Por esta vía redefinen el campo de investigación y esbozan rupturas creativas, aunque nunca tota- les, con la producción previa. A nuestro juicio es el caso de los tra- bajos de Gutiérrez, Jimeno, Rubio, y Tabares. Del otro lado, los es- tudios de /Arocha, Cubides, Dávila, González, y Merteens prefieren seguir explorando el universo empírico dentro de los paradigmas más o menos establecidos. Unos y otros nos ofrecen resultados pertinentes y esclarecedores. Pero, a fin de cuentas, esta es una 16
  • 16. Presentación cuestión de óptica y matiz. Por lo pronto nos sirve para formular algunas cuestiones que suscitan en una primera aproximación. POR LA GEOGRAFÍA Si bien este libro no tiene ningún propósito enciclopédico, ni se ofrece como una antología de investigaciones sobre la violencia c o- lombiana, pone en evidencia el vacío del análisis geográfico. En ese sentido refleja una situación más general de estos estudios. Aun- que es notorio el interés en acotar municipalmente la violencia y de trazar cartografías, como las que de años atrás viene producien- do Alejandro Reyes Posada, o las más recientes de Camilo Echan- día o Cubides, Olaya y Ortiz,"' lo cierto es que la especificidad geo- gráfica (tanto en el sentido convencional como en términos del imaginario geográfico y los lugares de la memoria) es el eslabón per- dido de estas violencias. Es paradójico entonces que la mayoría de trabajos monográficos producidos en el Cinep y la Universidad Nacional ofrezca un marco temporal y regional adecuado, como los estudios sobre las colonizaciones del Sumapaz y del Magdalena Medio, las guerras de esmeralderos, las repúblicas independientes o las masacres. Jaime Arocha se vio sorprendido en la noche del 2 de febrero de 1998 ante un noticiero de televisiém por la obvia ausencia de «las dimensiones étnicas y sociorraciales de los conflictos políticos y territoriales que se extienden de manera acelerada por todo el país». Yo también fui sorprendido por el cubrimiento informativo de una matanza de campesinos por paramilitares en parajes de To- caima y Viotá a fines del año pasado. El silencio fue absoluto sobre Viotá la Roja, un lugar central de la memoria colectiva comunista desde los años treinta. ¿Viotá, había quedado sepultada por esa avalancha de Marquetalia, el Pato, Guayahero, Riochiquito y más re- cientemente de Casa Verde? ¿Cuándo y por qué quedó sepultada? Como investigador del café anduve en 1974-75 por esos rumbos de Viotá, un lugar central en la historia cafetera de Colombia. En- tonces me parecía que tenían sentido las diversas tácticas desple- gadas por el movimiento campesino comunista de los años cuaren- El profesor Palacios se refiere al libro de Fernando Cubides, Carlos Migue! Ortiz v Ana Cecilia Olaya La violencia y el municipio colombiano, 1980-1997, que se encuentra en esta misma colección editorial del CES [N. del E.]. 17
  • 17. Marco Palacios ta y cincuenta, entablando alianzas temporales y pragmáticas con los enemigos de clase, los hacendados que aún quedaban. Así pu- dieron redefinir mejor el enemigo en un plano eminentemente po- lítico: el gobierno conservador. ¿Desde cuándo y por qué, los auloproclamados herederos de esas luchas por la tierra, es decir, las Farc, dejaron de comprender el matiz social, de plantear posibles alianzas o rupturas, según el caso, con los enemigos de clase? ¿Desde cuándo éstos se convirtie- ron de clase antagónica, objeto de lucha ideológica y política, en material individual sccuestrable? ¿Cómo se proyectaba este cambio de fines y medios en el ima- ginario geográfico? Es decir, ¿podía explicar el eclipse de una mito- logía nacional de la izquierda {Viotá la Roja) en una leyenda de aparatos militares, de Casas verdes que hoy busca ser leyenda inter- nacional? Circunscrito al Alto Baudó, Arocha replantea el tema de la for- mación histórica de! territorio y crítica, válidamente a nuestro jui- cio, «el ocultamiento de identidad [étnica] de esos pueblos», «el ve- lo que [algunos informes de colegas académicos] tienden sobre his- torias de construcción territorial protagonizadas por los afrodes- cendientes... los mecanismos de coexistencia no violenta que desa- rrollaron en su interacción con los indígenas y las franjas territoria- les bioétnicas que como consecuencia de esa interacción pacífica habían construido». Todo un programa que Arocha y otros han desarrollado en su disciplina, pero que es una llamada de atención a historiadores, politólogos, economistas, sociólogos, lingüistas. El acotamiento de la dimensión geográfica le permite entender la te- rritorialidad étnica y criticarnos por velar la etnicidad en cl análisis del conflicto. Por estos caminos de la geografía también trasiega el sociólogo Fernando Cubides quien ya había mostrado la complejidad de la trama de coca y guerrilla en la colonización del oriente amazónico. Al enfocar ahora la trayectoria paramilitar, encuentra una lógica económica desembozada que parte de esta hipótesis sobre la guerrilla de Alejandro Reyes: «En Colombia los conflictos sociales por la tie- rra han sido sustituidos por las luchas por el dominio territorial». Según Cubides el principio también puede aplicarse a los paramili- tares. Dejando de lado la pertinencia de la hipótesis de Reyes (que deja sin explicar cl porqué, y separa lucha por la tierra de control te- rritorial de un modo arbitrario), Cubides encuentra en la expan- 18
  • 18. Presentación sión de los paramilitares una racionalidad económica que, a dife- rencia de la atribuida a las guerrillas, parecería estribar en su fun- cionalidad con la reconstitución del orden social jerárquico de la sociedad agraria, así la economía agraria se modernice sobre líneas capitalistas. Esta funcionalidad paramilitar sería eliminar el riesgo (pie la guerrilla introduce en los mercados de tierras y, añadiría- mos, de mano de obra. En ése sentido y pese a su camuflaje mo- derno, para el nuevo terrateniente los paras serían lo que fueron los pájaros para los nuevos cafeteros del Quindío geográfico hace cuarenta años. Reconozcamos que en este caso, como en la especulaciém que acabamos de esbozar sobre el imaginario geográfico, el mapa cog- nitivo no está bien levantado del todo y que, pasado el asombro de constatar el carácter telúrico del guerrillero, como propuso Cari Schmitt, debemos afinar los instrumentos para ver las líneas cruza- das entre luchas por la tierra y control territorial. En el Viotá de la época de la violencia clásica, hacendados y comunistas negociaron la mutua protección de un cordón de seguridad de las incursiones del Ejército y la policía chulavita. a cambio de paz social y oferta adecuada de mano de obra para las haciendas. PÚBLICO-PRIVADO Uno de los planteamientos más sugestivos de Cubides es que «la propia eficacia de un tipo de violencia... ha conducido el ciclo de lo privado a lo público en el caso de los paramilitares». Si arriba men- cionamos las tensiones entre lo normativo y lo positivo, es el mo- mento de señalar las que median entre lo público y lo privado. Pa- ra entenderlas, al menos desde el punto de vista de un historiador, tenemos los trabajos de Herbert Braun. Lo que muestran, va sea en el caso del bogotazo o en el más íntimo (para Braun) de negociar la liberación de su cuñado, secuestrado por una guerrilla, es la ma- leabilidad de los campos público y privado, el correr y descorrer de las cortinas que separan uno de otro. Como el de las lealtades e identidades (de clase, étnicas, religiosas, clientelarcs, de género, ideológicas, nacionales), el terreno de lo público y lo privado es movedizo. Aquí estamos, como dice Merleens, ante una cambiante simbología, aunque es evidente el achicamiento del espacio público en los últimos años v la vuelta a lo que el Papa llama capitalismo salvaje.
  • 19. Marco Palacios Los linos análisis de Merleens. a través de esas tres miradas de género (las cambiantes representaciones simbólicas desde la violen- cia clásica a la actual, las mujeres como actores y víctimas de la vio- lencia y los sobrevivientes de la guerra) enriquece nuestro conoci- miento de los patrones de cambio social y del papel de la mujer, más adaptable a la adversidad que el hombre y, en un plano más general, al peso de la pobreza y por ende de la necesidad de luchar por la subsistencia con todos los medios, incluido el propio cuer- po, que las viudas desplazadas con hijos deben enfrentar. Por esa vía dolorosa del desplazamiento, concluye Merteens, «se presenta repetidamente la disyuntiva entre la criminalidad y la solidaridad, pero también se abren posibilidades de nuevos proyectos de vida de hombres v mujeres que impliquen una transformación de las tradicionales relaciones de género». La lucha por sobrevivir con los hijos no da tregua ni tiempo a entregarse a las emociones y contribuye a obliterar el dolor, como en el caso de la monja budista que introduce el trabajo de Jimeno. Este trabajo, basado en un estudio multidisciplinario de 264 adul- tos, en su mayoría mujeres de bajos ingresos y con más de cinco años de residencia en Bogotá (cuyos resultados se recogen en M. Jimeno c 1. Roldan, Las sombras arbitrarias. Violencia y autoridad en Colombia, Bogotá, 1997) lleva a reflexionar sobre el tema central de la construcción de ciudadanía que aquí aborda Francisco Gutié- rrez. Podemos hacer girar el trabajo de Jimeno alrededor de la auto- ridad como socialización (aspecto tratado detenidamente en el ar- tículo de Ximena Tabares, El castigo a través de los ojos de los niños) y como representación: «Todo el conjunto familiar —dice Jimeno— indica que se entiende la vida familiar como una entidad vulnera- ble, amenazada por el desorden y el desacato a la autoridad». Los traumas de la socialización de la autoridad no superados y acaso agravados en el cambio generacional por esa ambivalencia de amor y corrección, llevan entonces a que la autoridad sea «aprehendida como una entidad impredecible, contradictoria, rígida...». Al me- nos en estos grupos de bajos ingresos, «convierten la nociém de au- toridad en el sustrato cultural y emocional para las interacciones violentas». De este modo, el miedo y la desconfianza dominan las descripciones del vecindario, la ciudad y ciertas instituciones. El re- sultado es la pasividad ciudadana, la apatía política. Esta forma de representarse la autoridad, familiar o estatal, hu- biera aterrado a Hobbes; pero también a Hegel, a Napoleón y a la 20
  • 20. Presentación Reina Victoria y, muchos siglos atrás, a Confucio, todos ellos em- peñados en honrarla pública y privadamente como fuente de con- vivencia. En la Colombia de fines del siglo XX, los efectos de esta representación en la formación ciudadana moderna no podrían ser más negativos, como advierte Jimeno apelando a la autoridad de Arendt y Giddens. HOBBES EN LOS TRÓPICOS I Estamos entonces en el reino de la ilegitimidad profunda, para re- formular una frase de Jimeno. Atravesamos un campo minado por la incertidumbre que empieza en el hogar. Aquí entraría a jugar Hobbes mejor que nadie, como recuerda irónicamente Francisco Gutiérrez. Su ensayo quiere señalar algunos atajos que la violencia ofrece a la construcción ciudadana. Atajos en los que criminalidad y solidaridad no son disyuntiva, como en Merteens, sino complemen- tarios. Gutiérrez no estudia madres con hijos, sino varones creciditos, victimarios citadinos y no víctimas rurales, adolescentes y jóvenes en su mayoría. Sin que haya una filiación intelectual directa con el análisis de Camilo Torres mencionado arriba, Gutiérrez intenta mostrar cómo la violencia contemporánea también es un canal anormal de movi- lidad, aunque, a diferencia de la campesina que estudió Camilo, la actual está más institucionalizada de lo que se supone usualmente, al grado que no es ni hobbesiana ni simple anarquía. Además, a di- ferencia de Camilo, que creyó tratar con la violencia como una fuerza modernizadora, Gutiérrez se encuentra con una doble im- postura; del lado social y estatal y del lado de los actores armados. Se apoya en «entrevistas a profundidad a milicianos y guerrilleros de Bogotá, Medellín y Cali y en el registro de juicios, debates y conciliaciones protagonizados por tales actores». Este material le da para proponer la variante colombiana de un tipo de ciudadanía armada, de buen pedigree como nos lo recuerda. Es un tipo de ciu- dadanía «que se parece a la ciudadanía; habla el lenguaje de los de- rechos, de las virtudes y de la pedagogía». Se trata de una amplia- ción de la ciudadanía a lo Marshall pero mediante el chantaje de hacerse peligroso que obliga a los chantajistas a estar en el juego contumaz de rotar entre el adentro gregario y plasmado de recipro- cidad de sus bandas o grupos, y el afuera que es el mundo social en general, y particularmente, un territorio. Mundo amoral en que «la 21
  • 21. Marco Palacios ley es el gobierno con licencia para matar». Mundo incierto por la presencia de un Estado faltón. En estas condiciones operar adentro. con metodologías acaso premodernas (mañosas) permite disfrazar la violencia de pedagogía movilizadora, que comienza como una forma de autocontrol (la disciplina de la banda) para proyectarla en el control sobre el territorio, cuya población habría sido despo- seída de las normas de la economía moral por el Estado faltón. «Por eso, en un giro perverso... la violencia se articula en un lenguaje de derechos e incorporaciones; simula por tanto el lenguaje de los ciudadanos. Ofrece un repertorio intelectual muy potente para le- gitimarse». Ahora bien, si Gutiérrez es convincente mostrando cómo la vio- lencia es cohesiva para el grupo de adentro, y acaso de abajo, no se interesa tanto por saber si cohesiona o disgrega el mundo del afue- ra, es decir, el tejido socia! e institucional normal. Supongo que la hipótesis subyacente es que no hay tal normalidad en Colombia. Habrá que esperar los desarrollos de este ágil e inteligente ar- gumento, del que sólo quisiera tomar un tema que se ha vuelto crucial en los estudios más recientes de las violencias: el del indivi- dualismo que nos lleva al artículo de Mauricio Rubio. HOBBES EN LOS TRÓPICOS II De todos los trabajos de este libro el único que trae prescripciones explícitas de política es el de Mauricio Rubio y, por eso, amerita al- gunos comentarios generales previos. De tiempo acá los economis- tas vienen colonizando territorios abandonados por los criminólo- gos, los sociólogos v los penalistas. Sería un error suponer que la principal explicaciém de este fenómeno (que ya se conoció en la economía educativa) deba buscarse en la evidente superioridad de los economistas en el manejo técnico de la estadística. ¿Acaso no se desarrolló la criminología moderna (Lombroso y Ferri) a partir de minuciosos análisis de la estadística social francesa? La colonización de que hablamos no tiene por contexto un im- perialismo disciplinar. Por el contrario, tiene como uno de sus re- ferentes implícitos la economía del costo de transacción! y su im- pacto en la organización económica e institucional. Disciplinaria- mente hablando estamos ante el entrecruce de economía, derecho v teoría de las organizaciones. El contexto real quizás tenga mucho más que ver con las consecuencias del retroceso del Estado, el sig- 22
  • 22. Presentación no de nuestros tiempos. De allí se derivan el descubrimiento de las políticas públicas y su papel en la reforma del Estado, ideología pres- crita específicamente por el Banco Mundial hace más de 10 años. A nuestro juicio, un aspecto bastante positivo de la reforma del Esta- do tiene que ver con el papel que se le concede a las dimensiones institucionales y, por ende, a la idoneidad atribuida a teorías que emigraron de la sociología, como el análisis de las organizacio- nes.,Éstas, junto con los avances de la teoría legal y algunos con- ceptos centrales de la economía neoclásica, han mostrado un gran poder explicativo, y en el campo profesional en que me muevo, cl del historiador, ha refinado de una manera extraordinaria la capa- cidad de predecir el pasado, como lo demuestran Dougias North y sus seguidores. Más acotadamente, los cnfocpies de Robert Bates sobre la historia cafetera colombiana han develado esquinas que apenas sospechábamos. Con esta breve digresión! expresamos la importancia del trabajo de Mauricio Rubio que viene con este bagaje. Puede leerse como una racionalización sobre las líneas de la reforma del Estado. Su «crítica a la tradicional distinción entre el delito político y el delito común» desarrollada con economía de palabras y precisión con- ceptual obliga a preguntarse por lo tradicional de la distinción! entre estos dos tipos de delito que Rubio localiza en pensadores del siglo pasado. No deja de ser irónico que los progresistas estén siendo arrinco- nados como tradicionalistas. Pero quizás el problema sea más de va- lores políticos y del peso de la tradición! intelectual en las ciencias sociales que de hallazgos científicos, como los que se manejan acumulativamente en las ciencias naturales. A diferencia de un físi- co moderno, por ejemplo, un científico social moderno sí tiene que darle autoridad a Hobbes, a los moralistas escoceses (con Adam Smith a la cabeza), a los utilitaristas ingleses, para comprender sus modernos seguidores (economistas y politólogos) la teoría de la elección racional. Un físico no tiene por qué estudiar la física de Co- pérnico, o la de Newton en la misma forma. En otras palabras, en la ciencia social el peso de la tradición cuenta; los campos de incer- tidumbre son más amplios, o dicho de otra manera, los campos modelizahles matemáticamente son muy estrechos y no siempre sig- nificativos, ni con capacidad de predicción!. Con esas premisas entiendo la impaciencia de Rubio por el ape- go del pensamiento jurídico colombiano a pensadores del siglo pasa- do. Quizás más que Radbruch, entre nosotros influyó en estos 2 a)
  • 23. Marco Palacios asuntos Víctor Hugo y la épica de Jean Valjean. Aún en un autor de izquierda liberal y muy influyente como Luis Carlos Pérez, {Los delitos políticos. Interpretación jurídica del 9 de abril, Bogotá, 1948, y Ea guerrilla ante los jueces militares, Bogotá, 1987) encontramos el peso de las teorías del padre Mariana sobre el tiranicidio, por ejemplo. Lo que una sociedad considere desviación, contravención, delito depende de cómo sienta que afectan su moralidad, fuerza cohesiva que antecede y procede al individuo y sus elecciones, racionales o no. En la medida en que el delito esté definido por el Estado (y no por una noción subjetiva de justicia) estamos ante una definición política. En condiciones de baja legitimidad de la autoridad, acatarla o atacarla suele ser, desde el punto de vista de la moralidad social, un dilema muy difícil de resolver. En nuestro caso, la Constitución establece las posibilidades de amnistía e indulto, potestades que no recaen en el ooder indicia!, sino en el ejecutivo y el Congreso. Es decir, potestades eminentemente políticas. Si a fines del siglo XX pensamos con categorías del siglo XVI y XVII es otro problema, que no se resuelve quizás con los enuncia- dos convencionales de delito político o delito común, pues estos son apenas la transcripción de convicciones más profundas, nacidas por ejemplo de las experiencias de la violencia de los años cuarenta v cincuenta, aún no superadas. Esto no invalida preguntarse —como hace Rubio— sobre la vali- dez de motivos, naturaleza del altruismo, conexión de conductas abiertamente criminales para obtener fines políticos y así sucesi- vamente. También son válidas las preocupaciones sobre la impuni- dad en el sistema judicial como costo cero para cualquier tipo de delincuente. Esto queda ilustrado elocuentemente en el estudio del impacto de los agentes armados sobre la administración de justicia local. La secuencia es, más o menos, así: la presencia de actores armados en un municipio causa el mal desempeño de la administración de jus- ticia, aumentan los índices de impunidad y de este modo aumen- tan las tasas de criminalidad: La presencia de dos agentes armados en un municipio colom- biano tiene sobre las prioridades de investigación de la justicia un efecto similar al (jue tendría el paso de una sociedad pacífica a una situación! de guerra civil. 21
  • 24. Presentación Tenemos más problemas con el aparte testimonial y el análisis de guerrilla y delincuencia, salvando el asunto de que el guerrillero del ELN o las Farc no cabría en las definiciones de Hobsbawm del bandido social —prepolítico y actor en un medio en que el Estado centralizado moderno apenas se constituye—, el guerrillero de nuestros días sí responde a un patrón que investigadores como Andrés Péñate han llamado clientelismo armado. Una manifestación de la precariedad del Estado moderno en Colombia, pues, como se sabe, la guerrilla de alguna manera tiene cjue reflejar a su adversa- rio. En cuanto a la base empírica de esta sección habría que am- pliar el foco, puesto que de 59 notas de pie de página, 25 son de las entrevistas de Medina Gallego con Gahino, sobre una fase supe- rada del ELN, o sea, antes de Anorí, así como las dos citas de Me- dardo Correa. En cuanto a las Farc habría que hacer más trabajo de campo, al estilo de Merteens o Gutiérrez. Si la desinstitucionalización de la justicia es tan grave y apre- miante, algo similar pasaría con el Ejército colombiano, tal como lo presenta Andrés Dávila. Su argumento es que «el Ejército no tiene la centralidad y el peso específico que, por tamaño, recursos y nivel de institucionalización y profesionalización, le deberían dar una ventaja comparativa clara en el desarrollo y definición de la lucha armada». La proposición se ilustra siguiendo la evolución del lide- razgo y el pensamiento militar colombianos en los años del conflic- to armado, circa 1962 hasta la fecha. Allí se traza una parábola que va de la complejidad y activismo militares bajo el liderazgo de Ruiz Novoa a fases del aislamiento, empobrecimiento conceptual y debi- litamiento. La cima se alcanza hacia 1964 v el punto más bajo de ca- lidad de liderazgo y visión bajo el comando de Bedoya. Interesa destacar de qué modo Dávila encuentra una racionali- dad al repliegue militar del conflicto. Parte de dos grandes supues- tos: a) La ausencia de liderazgo civil, «de bandazos más que de ci- clos» en las políticas de represión negociación, v de múltiples acto- res (narcos, paras, y guerrillas); y b. De una organización militar napoleónica, o sea, una «organización basada en los esquemas de la guerra regular» que ha mantenido a pesar de cpie «su principal enemigo histórico es la guerrilla». No voy a comentar el ensayo de mi colega y amigo Fernán Gonzá- lez. Aquí resume sus aportes a la historiografía y a la comprensión de las violencias recientes en un ágil y claro comentario cpie reco-
  • 25. Marco Palacios mentíamos debe leerse primero (para el lector que se ha tomado el trabajo de inspeccionar estas notas). González resume con autoridad el estado del debate. Este libro lienta a comparar el cuadro de las violencias colombia- nas con el cuadro de Ea casa grande, la novela de Alvaro Cepeda Samudio. Por ejemplo, los estudios de Jimeno, Merteens y Tabares nos ponen en frente del drama que se despliega en torno a La Hermana, El Padre, El Hermano y los Hijos; Dávila nos habla de Los Soldados y El Decreto; Gutiérrez, de El Pueblo. Irrevocable- mente un Jueves, un Viernes, un Sábado lodos los personajes en- trecruzan sus caminos y acaso compartan un destino común. En- tonces se desvanecen los muros reales e imaginados de cada familia frente a un drama colectivo, así sea percibido en la intimidad. En la novela el drama es la masacre de las bananeras. Su couivalcnte en este libro es el desplazamiento forzado que Merleens divide en dos momentos de resonancia bíblica: «El de la destrucción de vidas, de bienes y de lazos sociales; (el mundo del barco sin bahía) y el de la supervivencia y la reconstrucción del pro- yecto de vida y del tejido social en la ciudad». Destrucción y re- construcción cs quizás lo (¡ue estamos atravesando en todos los ór- denes de la vida social en este país nuestro cjue ya no cs del sagra- do Corazón. México, D.F., febrero de 1998 26
  • 26. Introducción Al imaginar la publicación que hoy lanzamos, nos preguntábamos si persistencia e inclusión creciente reflejaban las tendencias fun- damentales de las violencias en Colombia. A fin de resolver ese in- terrogante, le propusimos a autores de muy diversas afiliaciones disciplinarias y teómcas que desarrollaran contribuciones para este volumen. Obtenidas ellas, es evidente que nuestro palpito era acer- tado. El llegar a este tipo de predicciones resulta infortunado ante un panorama frente al cual todos los colombianos manifiestan has- tío. Empero, es preferible sugerir que, en nuestra calidad doble de ciudadanos y académicos, nos hagamos a una paciencia que serene nuestros análisis y los saque del coyunturalismo que parecería ha- ber militado contra la predicción. Para esta compilación! no sólo nos propusimos superar este componente inmediatista que carac- teriza a buena parte de la sabiduría convencional sobre la violencia en Colombia, sino (pie variaran los énfasis explicativos. El lector no se encontrará con las antiguas panaceas explicativas de la ausencia del estado, la lucha de clases o la debilidad de los partidos políti- cos, sino con llamados de atención sobre las enormes diferencias en la forma como actores en conflicto pueden medir el tiempo de sus estrategias o los límites imprecisos que caracterizan hoy a la so- ciedad y al delito político. Nos ha parecido litil hacer explícitos los criterios anteriores al lec- tor, pues quien dice compilación, se refiere a un resumen posible del estado del conocimiento de un problema sin la pretensión! de la exhaustividad, y en eso se diferencia de los compendios, de las ex- posiciones enciclopédicas o de los libros de texto. En ese sentido el
  • 27. Los editores principal criterio con que solicitamos las colaboraciones de los en- sayistas fue, claro, el de la diversidad; como quien procura recom- poner el todo sumando las partes, acudiendo a enfoques poco te- nidos en cuenta en las compilaciones existentes hasta ahora, sin excluir por ello a los más frecuentes, buscamos en todo caso, ofre- cer al lector, aquello que los anglosajones denominan an overview, un panorama, el más completo a la fecha, pero sin la idea de abar- car todos los componentes del problemas o la totalidad de las eta- pas del proceso. Con todo una visión panorámica no es, por fuer- za, una visión superficial. En momentos en que la proliferación de hechos violentos ha ido afectando la sensibilidad colectiva, y en que hay indicios de que junto con la intensificación y el incremento en sus diversas mani- festaciones se presenta una percepción rutinizada de los mismos, la investigación social debe hacer lo suyo. Así lo suyo pueda ser visto como un conjunto de consideraciones intempestivas. Nótese que la mayoría de los ensayistas coinciden en afirmar que se ha vuelto un imperativo contrarrestar la tendencia a que los hechos de violencia sean tolerados como si se trataran de un mal necesario. Observe- mos además cómo, en la actualidad —en la presentación periodísti- ca por ejemplo, particularmente en prensa escrita—, los hechos de violencia se han ido desplazando hacia sitios cada vez más secunda- rios, minimizados y banalizados, y para los hechos de la violencia política, cuando no revisten de la espectacularidad de las primeras páginas, ha renacido una suerte de crónica judicial, es decir, el mismo tratamiento que hace medio siglo se le daba a los hechos puramente delictivos e individuales, lo que en sí mismo da cuenta del nivel de saturación al que se ha llegado. Con trayectorias, enfoques y énfasis disímiles, para los compila- dores el pertenecer a un mismo Centro de Investigación, el CES, el compartirlo como ambiente de trabajo, ha conllevado una dinámi- ca y unas posibilidades de intercambio que están en el origen de la idea de la compilación que hoy presentamos. Fueron varias las se- siones en las cuales escuchamos recíprocamente, asistimos a la ges- tación de un proyecto de investigación, intercambiamos notas c impresiones de lecturas de autores de cuya pertinencia estuvimos persuadidos, o en las cuales se hizo patente nuestra mutua perple- jidad a la hora de responder los consabidos interrogantes institu- cionales acerca de las prioridades de investigación en el marco de nuestras disciplinas, o de ofrecer los inevitables balances sobre lo ya investigado y lo que resta por investigar de un problema tan 28
  • 28. Introducción complejo como es el de la intensidad v diversidad de las violencias colombianas. La frecuencia de los intercambios pero también la recurrencia de los interrogantes y presiones externas nos fueron convenciendo de la validez v de la necesidad de un esfuerzo como el que tiene en sus manos el lector o la lectora. No encontramos en la literatura explorada, como tampoco en las realidades sociales de los países más afines al nuestro, paradigmas de validez incontrasta- ble, o analogías con capacidad explicativa cierta y aplicable a nues- tro caso. Así es que, como una suerte de exorcismo contra la incer- tidumbre, el libro se gestó) a partir de un inventario compartido acerca de los ángulos y temáticas derivadas en los que el vacío de conocimiento fuera más notorio, en donde, luego, la sumatoria de dimensiones parciales condujese de modo paulatino a una visión de conjunto menos arbitraria. También hemos tratado de ir más allá de la viclimización del hecho violento, pues estereotipa las condiciones y los sujetos. Supone que paz y violencia, conflicto y armonía, son tan sólo categorías mora- les y se encuentran como opuestos en la vida social. En efecto, toda sociedad delimita, con mayor o menor ambigüedad, lo que consi- dera agresión inaceptable o antisocial y al hacerlo traza límites mo- rales y diseña sistemas de sanción y de castigo para los infractores. Pero el analista no puede mirar tan sólo a través de ellos, so pena de diluir la especificidad social y psicológica de los hechos violen- tos y caer en la bipolaridad simplista. Por otro lado, el conflicto y la agresión hacen parte de la vida social y no son necesariamente las contrapartes de la convivencia. Por el contrario, Georges Balandier ha mostrado cómo orden y desorden no son contrarios, sino posi- ciones cambiantes en un siempre precario e inestable sistema de acciones y representaciones. La separación víctima-victimario no da cuenta del acto violento como una interacción social mediada por los aprendizajes cultura- les y oculta sus complejas asociaciones emocionales, irreductibles a la patologización de la violencia o al socorrido esquema de malos contra buenos. Como es conocido, buena parte de la atracción que tiene para las personas el empleo de la violencia es su alta eficacia instrumental y su capacidad expresiva. Este libro sugiere que cuan- do la imposición del dolor se hace confusa, y no se corresponde 29
  • 29. Los editores con la infracción, cae en la injusticia, y el castigo se vuelve ilegítimo v violento para quien lo sufre. Pero ¿es tan tajante la separación entre lo que acontece entre las personas en un acto violento ocurrido en la familia y la manera como las personas aprenden la forma de relacionarse con otros y de enfrentar los conflictos? Las implicaciones emocionales y cogni- tivas de las experiencias de violencia están firmemente entrelazadas con implicaciones de gran intensidad, pero también de gran ambi- güedad. Las experiencias son estructuradas por ciertos elementos culturales, en especial por las nociones de autoridad, corrección y respeto. Pensábamos que éste sería un texto sobre aproximaciones desde la teoría de la práctica o teoría de lo agencial. Empero, al final, nos hallamos ante enfoques sobre las fuerzas estructurales y también sobre los agentes sociales; la publicación resalta el modelaje de la cultura, o la acción y la emoción individuales. Con mesurada ambi- ción, este libro ofrece una perspectiva integral sobre la violencia presente en la sociedad colombiana en la cual estructura y agencia están presentes y muestran distintas facetas y vínculos. La violencia es diseccionada en perspectivas, protagonistas, y temas específicos, pero al mismo tiempo se trata de hacer evidente su imbricación con aspectos centrales de la sociedad y la cultura. Este logro en el contexto de lo relacional explica el que varios de los autores incluidos hagan referencia a la ecología mental de Gregory Bateson, epistemólogo británico quien jamás estudió) vio- lencias rurales o urbanas, tribales o metropolitanas. En cambio sí señaló la forma como —dentro de los procesos mentales— la eco- nomía de pensamiento desemboca en la inconcientización de los mecanismos de aprendizaje y de lo aprendido, hasta convertirlos a ambos en patrones en el tiempo o hábitos. Segundos instintos, en pa- labras de don Agustín Nieto Caballero, no sólo por el automatismo del comportamiento (jue puede depender de ellos, sino por la enorme dificultad de desaprenderlos. Sumando mecanicismo e inaccesibilidad con impunidad, se ha despolitizado la explicación de uno de los fenómenos que más preocupó a la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colom- bia: la creciente eliminación de los procesos de arbitraje del con- 30
  • 30. Introducción flicto social v político. Nuevas investigaciones han hallado que los violentólogos no vislumbraban el arbitraje del conflicto por fuera de la gestión estatal y que, al margen del Estado, las comunidades locales habían desarrollado mecanismos muy creativos para supe- rar sus desavenencias territoriales, económicas, sociales y políticas. Por otra parte, la forma como Bateson ilumina las funciones evolutivas del discurso de la comunicación no verbal fue funda- mental para comenzar a enfocar rasgos que tampoco le habían in- cumbido a la violentología: gestos y muecas —responsables de la expresión de emociones y sentimientos, por lo tanto, de la calidad de las relaciones entre personas—, rituales y ceremonias que sirven a la catarsis o a la disuasión de la agresión armada. En fin, patrones de coexistencia dialogante cuya inclusión tendrá que alcanzarse con el fin de perfeccionar los catálogos de las formas de negocia- ción y de enriquecer los rasgos de una civilidad que no debe seguir siendo opacada por el excesivo énfasis en las conductas violentas. Su visibilización promete que contribuciones como esta delimiten alternativas más optimistas que las de la persistencia y la inclusión crecientes. Los compiladores 31
  • 31.
  • 33.
  • 34. Evolución reciente del conflicto armado en Colombia: la guerrilla Camilo Echandía Castilla* INTRODUCCIÓN Las guerrillas colombianas han dejado de ser organizaciones con influencia exclusiva en zonas de colonización y en clara defensa del campesinado y las luchas agrarias para convertirse en una fuerza armada que en la actualidad se encuentra empeñada en la consoli- dación de amplios territorios. La lógica que se impone en la con- quista de nuevos territorios se encuentra en relación directa con el potencial estratégico que representan. La evidencia que se presenta en este trabajo —que reconoce éste y otros cambios en la naturaleza del conflicto armado—, permitirá también entrar a discutir las interpretaciones corrientes que hacen énfasis, por una parte, en el carácter esencialmente bandoleril de la guerrilla colombiana y, por otra, en las condiciones objetivas como explicación de su presencia. De acuerdo con esta última interpreta- ción, el vacío que deja el Estado en la represión del delito y en la mediación de los conflictos es llenado por la guerrilla que actúa como juez, conciliador y policía, haciendo que la población recla- me su presencia en cuanto considera que garantiza el orden. Profesor Titular de la Universidad Externado de Colombia e investigador de Paz Pública de la Universidad de los Andes. En los últimos diez años el autor se ha desempeñado como asesor de la oficina de paz de la Presidencia de la República. El presente trabajo resume algunas de los trabajos realizados durante este tiempo, que han sido presentados en diversos seminarios y artículos. 9 .5
  • 35. Camilo Echandía Por último, se llamará la atención sobre cómo la dimensión y el alcance que ha adquirido la presencia territorial de la guerrilla permite prever que las manifestaciones del conflicto armado ten- derán a ser más intensas en las áreas vitales para el desempeño global de la economía y, en la medida en que las condiciones socia- les y políticas lo permitan, afectarán en forma creciente el área ur- bana. En este sentido la insurgcncia estaría transitando hacia una guerra de desgaste y no de posiciones y movimientos, como se ha anunciado recientemente. M a p a I. Localizador! de los bloques de los frentes de las Farc en 1995 Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz, 1995. CRECIMIENTO DE LA GUERRILLA Como se puede observar en los mapas y el gráfico que se presentan a lo largo de este artículo (que dan cuenta en primer término de la localización actual de las organizaciones insurgentes y en segundo lugar de los momentos en que su crecimiento se ha acelerado), no cabría mayor duda sobre la manera deliberada en que las guerrillas han puesto en marcha una estrategia donde se conjugan al menos tres propósitos: 1. lograr una alta dispersión de los frentes; 2. Di- versificar las finanzas; y 3. Aumentar la influencia a nivel local. 3fi
  • 36. Evolución reciente del conflicto armado... La localización actual de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, que se presenta en el mapa 1, da cuenta de la existencia de sesenta y dos frentes distribuidos en siete bloques: Oriental (22), Sur (10), Magdalena Medio (8), Noroccidental (8), Central (5), Norte (5) y Occidental (4).1 Por su parte el Ejército de Liberación Nacional, ELN, contaba ya en 1996 con cinco frentes de guerra: Nororiental, Norte, Norocci- dental, Suroccidental y Central. Como se observa en el mapa 2, los cinco frentes de guerra reúnen 41 "frentes" y ocho regionales que en general corresponden a los núcleos urbanos. De la comparación de los dos mapas adjuntos, se concluye que las zonas donde la presencia de los bloques de frentes de las Farc es fuerte y activa (en el oriente, sur, suroccidente y Urabá), el desa- rrollo de los frentes de guerra del ELN es incipiente y su accionar armado ostensiblemente bajo. Lo mismo ocurre donde existe ma- yor desarrollo de los frentes de guerra del ELN (en el norte, noroc- cidente y nororiente), la presencia y acción de las Farc son bajas. En este sentido se podría afirmar que sin desconocer la coinciden- cia de las Farc y el ELN en muchas regiones, existe una división del espacio que se expresa en los énfasis diferentes en la presencia y la intensidad del accionar de cada una de las organizaciones a través de sus estructuras de frentes. En el caso de las Farc, a partir de la Séptima Conferencia en 1982, se adoptó una estrategia de crecimiento basada en el desdo- blamiento de los frentes existentes; se determinó entonces que ca- da frente sería ampliado a dos hasta conseguir la creación de un frente por departamento y para ello se prioriza la diversificación de las finanzas. En cuanto a los determinantes financieros que hicie- ron posible el aumento de frentes, en la primera mitad de la déca- da de los ochenta la coca juega un papel decisivo. Los recursos de- rivados de la coca hacen posible el numero creciente de frentes que se consolidan en los departamentos de Meta, Guaviare y Ca- quetá. Así mismo, las Farc se vinculan a esta actividad en los depar- Se tienen en cuenta 62 frentes de los cuales se conoce su ubicación y activi- dad armada, a pesar de que se habla de que en 1996 existían ya 66. La ubica- ción y el nivel de acción de los otros frentes (62,63,64 y 65) se desconoce. Es de anotar que los nombres que reciben los frentes están asociados con la historia y los nombres de los comandantes y fundadores de la organización, sin que tengan mayor significado para el común de los colombianos. 37
  • 37. Camilo Echandía tamcntos de Putumayo, Cauca, Santander y en la Sierra Nevada de Santa Marta. M a p a 2. localización de los frentes de guerra del ELN en 1995. Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz, 1995. En cumplimiento de las decisiones adoptadas en la Séptima Conferencia, las Farc, cuyos núcleos iniciales de expansión nacie- ron en zonas de colonización, experimentan en los años ochenta modificaciones importantes. Es así c o ^ o comienzan a quedar ins- critas en zonas que experimentaron transformaciones hacia la ga- nadería (Meta, Caquetá, Magdalena Medio, Córdoba), o hacia la agricultura comercial (zona bananera de Urabá, partes de Santan- der y sur del Cesar), c incluso en zonas de explotación petrolera (Magdalena Medio, Sarare, Putumayo) y aurífera (Bajo Cauca An- tioqueño y sur de Bolívar). Así mismo, se fueron situando en áreas fronterizas (Sarare, Norte de Santander, Putumayo, Urabá) y en zonas costeras (Sierra Nevada, Urabá, occidente del Valle), explica- ble esto por su vinculaciém con actividades de contrabando. En el caso del ELN, es también hacia comienzos de la década de los años ochenta cuando resurge y comienza a registrar un creci- miento significativo de sus frentes luego de la derrota que sufrie- ran las Fuerzas Militares, FF.MM., en la Operación Anori en 1973. 3,S
  • 38. Evolución reciente del conflicto armado.. G r á f i c o I. Evolución del número de frentes de las guerrillas (1978-1996) .-, ,_—, p -f' -*(• •-* <fi • 78 79 80 81 82 83 84 85 86 87 88 89 90 91 92 93 94 95 96 EPL ELN FARC Fuente: Observatorio de violencia, Oficina Alto Comisionado para la Paz Como en el caso de las Farc, su crecimiento se deriva del fortale- cimiento económico que logró mediante la aplicación de la extor- sión a las compañías extranjeras encargadas de la construcción del Oleoducto Caño Limón-Coveñas, práctica que a su vez se constitu- ye en su principal fuente de financiamiento. Luego, cuando la pro- ducción petrolera de Arauca comenzó, el "frente" Domingo Laín desarrolló hábiles esquemas clicntelistas para desviar recursos del erario público de esta región y ganar amigos. Coincidiendo con estas circunstancias favorables al desarrollo del ELN, en 1983 tuvo lugar la denominada Reunión Nacional de Héroes y Mártires de Anorí en la que se decidió desdoblar los "frentes" existentes. En esc entonces existían los hoy denominados frentes de guerra nororiental y noroccidental. El primero contaba Andrés PÉÑATE. Arauca: Politics and oil in a Colombina Province. University of Oxford, St. Anthony's College. Oxford: 1991. 4 Un frente guerrillero es «[...] una instancia político-militar y de masas». Va- rios frentes guerrilleros y regionales (estructuras urbanas) «conforman un frente de guerra, cuyas características están dadas por la actividad socioeco- nómica de la región. [...] Un frente de guerra es el conjunto de estructuras urbanas y rurales que desarrollan la política de la organización en una gran región del país y que por sus características exige un diseño estratégico espe- cífico». En: Marta HARNECKER. Unidad que multiplica. Quito: Ediciones Quime- ra, 1988. 39
  • 39. Camilo Echandía con los "frentes"1 Domingo Laín en la región del Sarare y Camilo Torres en la parle del Magdalena Medio de los departamentos de Santander y Cesar. El segundo correspondía al "frente" José nto- nio Galán. Se puede afirmar entonces que la expansión del ELN es espe- cialmente significativa entre 1984 y 1986, coincidiendo con el ha- llazgo del pozo de petróleo Caño Limón, la construcción del oleo- ducto hasta Coveñas y el inicio del bombeo de crudo. Indudable- mente este proceso le permitió formar una base financiera que ex- plica su muy rápido crecimiento. Posteriormente el ELN continuó ubicándose en áreas de extracción del crudo y siguiendo el reco- rrido del oleoducto. El Ejército Popular de Liberación, EPL, por su parte, se concen- tró en la década del ochenta principalmente en las zonas de desa- rrollo agroindustrial, con énfasis en Urabá; en zonas con capas de campesinos y colonos y de expansión de nuevos grupos de terrate- nientes (Urabá y Córdoba), y en la región del Viejo Caldas. Amplió también su influencia en Antioquia y en zonas de Putumayo y Nor- te de Santander, donde coexisten explotaciones petroleras y zonas de colonización. En los centros urbanos tuvo alguna tradición des- de la década del setenta en las ciudades, especialmente en Mede- llín. El EPL firmé) con el Gobierno de Bclisario Betancur un acuer- do de cese al fuego en 1984 que, como las Farc, utilizó para expan- dirse a nuevas zonas y aumentar el numero de combatientes apro- vechando la ausencia de iniciativa de la Fuerza Pública en su con- tra. El accionar militar del EPL se reanudó a partir de la segunda mitad de 1985, después de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 y del asesinato de Óscar William Calvo. La guerrilla ha crecido en Colombia en forma vertiginosa en los últimos años. Al comparar la presencia de las organizaciones ar- madas en 1985 con la presencia más reciente, se descubre que 173 municipios registraban en el pasado presencia guerrillera, mientras que en 1991 esta suma llega a 437 y en 1995 se registra en 622.' La expresión "frente" es en este caso un sinónimo de cuadrilla que no se debe confundir con el frente (sin comillas) que hace referencia a un conjunto de cuadrillas o "frentes" que operan en una región determinada. La presencia de la guerrilla ha sido determinada en el monitoreo que a nivel municipal realiza la oficina de Paz de la Presidencia de la República. Esta pre- sencia no revela control territorial, sino que da cuenta de los municipios don- (continúa en la página siguiente) 40
  • 40. Evolución reciente del conflicto armado... Gráfico 2. Evolución de !a presencia municipal de la guerrilla en la última década, según estructuras y tipos de desarrollo Estructura urbana Capitales de departamento Ciudades secundarias Estructura agricultura comercial Con predominio de población urbana Con predominio de población rural Estructura de campesinado acomodado Campesinado cafetero Campesinado no cafetero Estructura de colonización Colonización interna Colonización de frontera Estructura rural atrasada Periferia rural marginada Latifundio ganadero y agrícola litoral Caribe Minifundio litoral Caribe Minifundio andino B •- M i l i t'wm¡m 1 L a mmm •-•"(--i i +=*=* i • 1995 1 1 9 8 50 10 20 30 40 50 60 70 80 90 100 Fuente: Observatorio de la violencia, Oficina Alto Comisionado para la Paz Los conjuntos municipales según actividad agropecuaria donde las organizaciones guerrilleras han incursionado en proporción mayor, como se observa en el gráfico 2, corresponden a los muni- cipios de campesinado medio cafetero donde la presencia de estas organizaciones en 1985 se registraba en el 2% de los municipios, mientras que en 1995 llega al 53%; al latifundio ganadero y agrícola del Litoral Caribe donde la presencia guerrillera en 1985 se encon- traba en el 8% de los municipios y en 1995 alcanza el 59%; a la agricultura comercial de tipo empresarial y de alta población rural donde la presencia guerrillera se registraba en el 13% de los muni- cipios y en 1995 se extiende al 71%. de la guerrilla ha registrado algún tipo de actividad armada. Esta información tiende a coincidir con los resultados del Censo Nacional de Personerías reali- zado por la Procuraduría General de la Nación en el último semestre de 1993, donde la mitad de los municipios colombianos registran presencia guerrillera. Por otra parte, el censo revela que 138 municipios cuentan con presencia de grupos paramilitares o de autodefensa. 41
  • 41. Camilo Echandía Así mismo, los municipios andinos de minifundio deprimido y estable han experimentado un ostensible incremento en la presen- cia de las organizaciones guerrilleras que en 1985 llegaba al 13% en ambos casos, mientras que en 1995 se registra en el 56% y 53% en cada caso. En la estructura rural de campesinado medio no cafete- ro, la presencia guerrillera afectaba en 1985 el 15% de los munici- pios, mientras que en 1995 llega al 58%. Como se observa en el gráfico 2, en los municipios que pertene- cen a la estructura urbana también se ha incrementado la presencia de organizaciones guerrilleras, aúneme dadas las características de los centros urbanos, la guerrilla ejerce una presión sobre la pobla- ción muchísimo menor que en las zonas rurales y apartadas. La presencia de la guerrilla se ha incrementado a partir de 1985 —aunque en una proporción menor que en los casos mencionados anteriormente— en los siguientes conjuntos: en el minifundio de la Costa Atlántica, con el 6.5% de los municipios afectados en 1985, se pase» en 1995 al 26%; en la periferia rural marginal con 15% de los municipios afectados en 1985, la guerrilla se extendió al 49% en 1995; en la agricultura comercial de tipo empresarial con una alta población urbana, en 1985 el 25% de los municipios tenía presen- cia de grupos guerrilleros y, una década más tarde, dicha presencia alcanza el 56%. En los municipios de colonización interna y de frontera, donde tradicionalmente la guerrilla ha tenido una fuerte presencia, se re- gistra también el proceso de expansión aunque proporcionalmente menor que en todos los casos mencionados anteriormente. De he- cho, en las zonas de colonización la guerrilla ejerce gran influencia y es así como la presencia guerrillera que en 1985 se registraba en 62% de los municipios de colonización interna y en 44% de los de colonización de frontera, se extiende en 1995 al 93% de los muni- cipios de colonización interna y al 81% de los de colonización de frontera. La presentación de estas tendencias en la expansión guerrillera en la última década' ha suscitado interpretaciones muy diversas Camilo ECHANDÍA. Violencia y desarrollo en el municipio colombiano. Bogotá: Dañe, Boletín Estadístico No. 476, noviembre de 1992; Principales tendencias en la expansión territorial de la guerrilla colombiayia, (1985-1994). Bogotá; documen- to presentado al Seminario Análisis de los Factores de Violencia en Colombia, DNP, 1994; Evolución de la presencia municipal de la guerrilla en ¡a última década, i continúa en la página siguiente) 42
  • 42. Evolución reciente del conflicto armado... por paite de los estudiosos del tema. Para algunos, contrastar las categorías de desarrollo municipal con la presencia guerrillera en poco contribuye a explicar la razón de dicha presencia: El cuadro nos dice que la guerrilla crece y se asienta en cual- quiera de las categorías. Su presencia y tasa de cambio no están asociadas a las categorías municipales. En el primer período pesan más aquí que allá v entre los períodos crecen más en unos que en otros, pero lo esencial es que la guerrilla crece para todos lados (naturalmente las tasas más altas de crecimiento corresponden a las categorías con menor presencia previa). Los elementos de enlace que permiten o estimulan que la guerrilla se multiplicarle no están asociados con ningún tipo de estructura productiva y grado de de- sarrollo municipal. Para otros, el ejercicio de contrastar es más esclarecedor, pues el hecho de que la guerrilla haya incrementado su presencia en municipios con mayor grado de desarrollo y el énfasis puesto en los municipios con predominio de agricultura comercial, estaría indicando todo un propósito estratégico. Lo anterior n o significa que haya disminuido su presencia en áreas tradicionales de asen- tamiento, en los municipios con predominio de colonización, sino que la ha diversificado. Los municipios en cuyo territorio la gue- rrilla se implantó inicialmente vienen siendo áreas de refugio; los municipios en d o n d e adquirió una presencia significativa antes de 1985, aproximadamente, áreas para la captación de recursos — aprovisionamiento logístico—; y los municipios d o n d e busca ex- pandirse y consolidar su influencia, áreas preferentes para la confron- tación armada. segiín estructuras y tipos de desarrollo. En: INFORMES DE PAZ. Bogotá: publicación de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, octubre de 1996, número 2. Fernando GAITÁN al referirse a las tendencias de expansión guerrillera entre 1985 y 1991. Fát: "Una indagación sobre las causas de violencia en Colombia", en: Malcom DEAS y Fernando GAITÁN. DOS ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia. Bogotá: Fonadc-DNP, 1995. P. 247. 9 Fernando CUBIDF.S, Ana Cecilia OLAYA y Carlos Miguel ORTIZ, Violencia y de- sarrollo municipal. Bogotá: Universidad Nacional, Centro de Estudios Sociales, mayo de 1995. Una nueva versión de este trabajo, actualizada por los propios autores, se encuentra en esta misma colección editorial del CES bajo el título La violencia y el municipio colombiano, 1980-1997 [N. del E.]. Santiago ESCOBAR. Algunos elementos para el análisis de la estructuración del movimiento guerrillero en Colombia. Bogotá: Presidencia de la República, Conse- (continúa en la página siguiente) 43
  • 43. Camilo Echandía Por otra parle, el crecimiento de la guerrilla en el nivel urbano a un ritmo mucho mayor de lo que crece a nivel global, como se ha visto, estaría evidenciando la existencia de un plan de crecimiento y de consolidación de la influencia política. Dicho plan sobreviene cuando se han consolidado suficientes zonas de contención como pa- ra hacer imperativa la construcción y consolidación de zonas de ex- pansión. Este análisis se basa en el desarrollo de la guerrilla salva- doreña, donde, primero, el avance hacia lo urbano coincidió con la especialización del aparato clandestino y, segundo, d o n d e las acti- vidades económicas predadoras e intermitentes que caracterizaron a la guerrilla de la primera etapa dieron lugar a una actividad eco- nómica continuada: la extorsión, el secuestro y el cobro de u n im- puesto revolucionario. El crecimiento sostenido y acelerado de la guerrilla ha tenido como elementos propulsores esenciales unas definiciones estraté- gicas en lo militar, lo político y lo económico, cuya implementación y articulación ha orientado sus líneas de expansión y sin duda, ha contribuido fundamentalmente a lograr los impresionantes avances de la última década. Es así como en lo militar tenemos la definición de áreas de despliegue estratégico y el desarrollo de campañas con objetivos específicos; en lo económico, la estructuración de planes de finanzas, de metas por frentes y, sobre todo, la explotación de las actividades económicas y las áreas de mayor potencial por me- dio de una gran creatividad y flexibilidad para sustraer parte del excedente económico; y finalmente, en lo político, la apelación me- tódica y sistemática al recurso del terror combinada con un cabal aprovechamiento de las inequidades sociales, de los desequilibrios regionales, del desempleo juvenil rural y de la precariedad del Es- tado, sobre todo en su potencial coercitivo y de justicia, para ganar apoyos forzados y voluntarios. jería para la Paz, marzo de 1995. ll El tipo de racionalidad económica, las fornras de financiación características de las diferentes organizaciones guerrilleras según su estrategia y grado de organización, son analizadas por R.T. NAYLOR. The Insurgent Economy: Black Market Operation of Guerrilla Organizations. En: CRIME, LAW AN'DSOCIAL CHANCE 20, 1993. 12 Alfredo RANGEL. El poder local: objetivo actual de la guerrilla. Ponencia pre- sentada al Seminario Descentralización y Orden Público. Bogotá: Fescol- Milenio, julio de 1996. 44
  • 44. Evolución reciente del conflicto armado.. Gráfico 3. Comparación de la actividad armada entre las guerrillas (1985-1990 y 1991-1996) 4000 • 91-96 Q 85-90 Fuente: Observatorio de la violencia, Oficina Alto Comisionado para la Paz Lo dicho hasta aquí permite concluir que la localización de las organizaciones guerrilleras evidencia la existencia de propósitos es- tratégicos en el avance de la insurgencia, que a su vez dejan con poco piso las explicaciones fundamentadas en las condiciones objeti- vas que de acuerdo con esta visión, propiciaron su origen y poste- rior desarrollo en las zonas rurales donde el Estado no está presen- te. Si se considera la evolución de la insurgencia desde sus oríge- nes, tiende cada vez más a existir mayor claridad en cuanto a que las guerrillas de los años sesenta en Colombia y América Latina surgieron, ante todo, como resultado de una decisión subjetiva en un contexto histórico y cultural apropiado. Como afirma el soció- logo Eduardo Pizarro al realizar un análisis convincente sobre esta materia: «Las interpretaciones esquemáticas que hacen énfasis en la pobreza generalizada, el cerramiento del sistema político o la au- sencia del Estado, como causas de la emergencia de polos guerri- lleros, simplemente no tienen ninguna pertinencia explicativa». Como se ha visto, no hay un patrón único que explique la ubi- cación de las guerrillas, éstas han transformado su condición de guerrillas rurales con influencia exclusiva en zonas periféricas a or- ganizaciones que pretenden consolidar su influencia en amplias zonas del territorio nacional —incluso urbanas— y, para ello, han aplicado una estrategia que articula circunstancias económicas, po- I:Í Eduardo PIZARRO, Insurgencia sin revolución (la guerrilla colombiana en una perspectiva comparada). Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1996. 45
  • 45. Camilo Echandía líricas y militares. La guerrilla de hoy ha cambiado su manera de buscar el poder, sus formas de acción militar, de movilización de sectores sociales y de consecución de finanzas para subsistir como organizaciones armadas. La estrategia que ha puesto en práctica — cjue consiste en haber transformando buena parte del territorio nacional en teatro de la confrontación armada—, le permite disper- sar y disminuir la contundencia en la acción contrainsurgente de las Fuerzas Armadas, EF.AA. La nueva geografía del conflicto ar- mado refleja con claridad cómo la guerrilla se extiende de manera cada vez más evidente hacia las zonas que le representan ventajas estratégicas en la confrontación. INTENSIDAD DEL CONFLICTO ARMADO Y LAS MANIFESTACIONES DE VIOLENCIA La información estadística que se presenta en los gráficos 3 y 4 permite apreciar cambios muy significativos en el accionar de la in- surgencia a partir de la presente década y que ponen al descubierto la enorme capacidad ofensiva con que cuenta en el presente. Las acciones propias de la confrontación y las víctimas que en ella se producen, así como los sabotajes a la infraestructura eco- nómica aumentan ostensiblemente su participación en el conjunto de acciones armadas, mientras que las acciones típicas de finan- ciamiento (asaltos a poblaciones, entidades y vehículos de transpor- te) disminuyen la suya. Estos cambios expresan la mayor capacidad militar con que cuentan hoy los grupos guerrilleros, en buena me- dida por haber logrado diversificar las prácticas de financiamiento que hoy dependen en alto grado del secuestro, la extorsión y las actividades relacionadas con la producción de drogas. En términos cuantitativos, las acciones típicas de la confronta- ción armada; contactos, emboscadas, hostigamientos y ataques a instalaciones militares, representan el 62% de las acciones registra- das entre 1985 y 1996. Se observa también que el 26% de las accio- nes guerrilleras corresponden a sabotajes contra la infraestructura petrolera, eléctrica y de comunicaciones, y contra la propiedad pri- vada (fincas, maquinaria y equipo, vehículos, etc.). El 12% restante, se distribuye entre los asaltos a entidades públicas y privadas (bancos, comercio, etc.); las acciones de piratería terrestre contra el transporte de carga y de pasajeros y finalmente los ataques a pe- queñas poblaciones. 46
  • 46. Evolución reciente del conflicto armado... G r á f i c o 4. Comparación de la intensidad de las acciones más recurrentes en el conflicto armado (1985-1990 y 1991-1996) Secuestros de civiles Asesinatos de civiles Miembros IT.AA, muertos Guerrilleros muertos Contactos Ft.AA. Guerrilla Actos de sabotaje Hostigamientos Emboscadas Piratería terrestre Ataques a instalaciones Asaltos a entidades Asaltos a poblaciones Fuente: Observatorio de la violencia, Oficina A l t o Comisionado para la Paz La distribución de las acciones armadas a nivel departamental permite determinar la concentración de hechos de este tipo en las diferentes circunscripciones. Durante los últimos doce años un po- co más del 70% de las acciones armadas se registran en nueve de- partamentos: Antioquia, 20%; Santander, 14%; Norte de Santan- der, 7%; Cesar, 7%; Arauca, 6%; Meta, 5%; Cundinamarca, 5%; Cauca, 4%; y Bolívar, 4%. Por otra parte, Córdoba, Caldas y Risa- ralda experimentaron importantes reducciones en la intensidad del conflicto armado en 1992 como consecuencia de la desmovilización del EPL. A partir de 1993, la disminución en la actividad de la gue- rrilla se mantiene únicamente en Córdoba. Risaralda y Caldas. No obstante esta mejoría, en el presente estos departamentos se en- cuentran afectados por la presencia activa de tres frentes de las Farc y un reducto disidente del EPL, 47
  • 47. Camilo Echandía En el resto del país se produce un aumento sostenido en la in- tensidad del conflicto armado. Los departamentos donde se obser- va un elevado incremento, son; Guajira, Nariño, Guaviare, Quin- dío, Cundinamarca, Meta y Casanare. En lodos estos departamen- tos, excepto en el caso de Guaviare, se ha observado un fuerte avance de los grupos guerrilleros en los últimos cuatro años. En efecto, las Farc y el ELN han incrementado en forma ostensible su Mapa 3. Municipios con elevada actividad armada de la guerrilla (1993-1995). Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz, 1993-1995. 48
  • 48. Evolución reciente del conflicto armado... presencia en La Guajira, Nariño, Quincho y Casanare. Así mismo, las Farc registraron —luego de las operaciones de las FF.AA. contra los campamentos del secretariado en La Uribe (Meta)— un fuerte desplazamiento de su fuerza armada hacia Cundinamarca. La intensidad del conflicto armado también ha aumentado de ma- nera preocupante en los últimos años en los departamentos de; Magdalena, Atlántico, Antioquia, Boyacá, Cesar, Tollina, Caquetá, Santander, Bolívar, Norte de Santander, Huila y Arauca. Se obser- va un leve incremento en la intensidad del conflicto en: Cauca, Va- lle, Sucre y Putumayo. En el nivel municipal, el mapa 3 muestra cómo las localidades más afectadas por los altos niveles de actividad armada de la guerri- lla corresponden a los municipios donde prima la colonización de frontera, agricultura comercial con énfasis en los que concentran la población en centros urbanos, y los de latifundio ganadero y agrí- cola en la región caribe. Estos conjuntos de municipios han sido afectados en mayor proporción por la elevada actividad armada de la guerrilla y se localizan primordialmente en las zonas donde tra- dicionalmente han operado los frentes guerrilleros. Se observa en los últimos años cómo otros tipos de municipios también han sido afectados: minifundio deprimido de la región andina, campesinado medio no cafetero, agricultura comercial y colonización interna. En la estructura urbana se aprecia la presencia activa de la gue- rrilla en las cinco ciudades mas importantes del país. Aproxima- damente la mitad de las capitales de departamento han registrado un elevado número de acciones de la guerrilla entre 1985 y 1996. Las ciudades secundarías se han visto afectadas por el accionar guerrillero. Los conjuntos municipales donde se registran las varia- ciones más fuertes coinciden con el patrón de expansión de la in- surgencia de los últimos diez años. Existe en el país una corres- pondencia muy significativa entre los altos niveles de violencia y la presencia de organizaciones armadas ilegales. Si se analizan los 342 municipios que entre 1993 y 1995 registraron elevada intensidad del conflicto armado (mapa 3), las mayores tasas de secuestro (mapa 4) o de asesinato (mapa 5), se descubre que en 284, es decir, en el 83% de estos municipios, se encuentra presente la guerrilla. Es importante precisar que en 99 de los municipios críticos con presencia guerrillera, la violencia se manifiesta de manera exclusiva en la elevada intensidad del conflicto armado, mientras que 93 municipios, además de encontrarse afectados por la intensa activi- 19
  • 49. Camilo Echandía dad guerrillera, también presentan elevado índice de secuestros o asesinatos. En los restantes 92 municipios con presencia guerrille- ra, se registran altas tasas de secuestro o asesinato sin que las ac- ciones propias del conflicto armado sean significativas. 58 munici- pios sin presencia guerrillera se vieron afectados por los elevados indicadores de secuestro o asesinato entre 1993 y 1995. De acuerdo con la información disponible, las organizaciones paramilitares, de justicia privada y al servicio del narcotráfico, se M a p a 4 . Municipios con elevado índice de secuestro (1993-1995). Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz. 59
  • 50. Evolución reciente del conflicto armado... encuentran presentes cu 152 de los 342 municipios que entre 1993 y 1995 registraron altos índices de violencia e inseguridad. La relación más fuerte se establece con los municipios afectados por la elevada intensidad del conflicto armado guerrillero, de los cuales 112, es decir el 58%, registran presencia paramilitar. En se- gundo lugar, 77 de los municipios con elevada tasa de secuestro — que representan el 50%— cuentan con la presencia de estos actores de violencia. Los municipios críticos por tener elevado índice de M a p a 5. Municipios con elevado índice de homicidios cometidos por actores orga- nizados (1993-1995). Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz. 51
  • 51. Camilo Echandía asesinatos y presencia de organizaciones armadas no guerrilleras son 54, los cuales representan el 40%. Se podría inferir que la elevada correspondencia entre munici- pios con altos índices de violencia y presencia de actores armados ilegales parece ser suficiente para desencadenar y exacerbar proce- sos violentos. Por otra parte, existe en el país una relación muy es- trecha entre la expansión de los grupos insurgentes hacia nuevas regiones, el surgimiento de organizaciones armadas ilegales que se les oponen y el incremento de la violencia, que deja con poco piso las consideraciones corrientes acerca de la irrelevancia de la violen- cia asociada al conflicto armado. En esta línea de análisis ya se co- mienzan a producir los primeros estudios; uno de los más recientes logré) determinar que en el ámbito rural la guerrilla es el principal agente de violencia con el 34.5%; le siguen la delincuencia común con el 32.6%, los paramilitares con el 13.7%, y el narcotráfico con el 11.6%.14 La relación entre la presencia de la guerrilla y los elevados índi- ces de secuestro es muy estrecha, como se infiere al comparar los mapas 3 y 4. En efecto, en departamentos como Arauca, Caquetá, Casanare, Cesar, Córdoba, Bolívar, Norte de Santander y Antio- quia, las zonas afectadas por la actividad armada de la guerrilla coinciden con los municipios cuya tasa de secuestro por cada cien mil habitantes se encuentra por encima de la tasa promedio nacio- nal y en algunos casos corresponde a las más elevadas a nivel na- cional. Por otra parte, en los departamentos donde la insurgencia ha incrementado de manera ostensible su presencia entre 1987 y 1995, los índices de secuestro también han aumentado. Es así como la tasa de secuestro ha sufrido incrementos considerables a partir de 1987 y se coloca en 1995 por encima del promedio nacional en la Guajira, Cesar, Magdalena, Norte de Santander, Nariño, Cauca, Tolima, Huila, Casanare y Antioquia. En lodos estos casos, el incremento del secuestro se produce de manera paralela con el avance de la guerrilla, aportando una prue- ba más de cómo la incursión de la insurgencia en nuevos territo- rios va acompañada del deterioro de la seguridad. "Incidencia de la violencia en el ámbito rural (1999-1994)". En: INFORMES DE PAZ, NO. 6. Bogotá: marzo de 1997.
  • 52. Evolución reciente del conflicto armado... En los futimos años, como se puede observar en el gráfico 3, la guerrilla incrementó los secuestros. Las principales víctimas son ganaderos y agricultores seguidos por los comerciantes. La guerri- lla recurre al secuestro en procura del fortalecimiento de sus finan- Mapa 6. Municipios con elevado índice de homicidio (1993-1995) Fuente; Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz. zas. En efecto, los ingresos de las guerrilla por concepto de secues- tro en 1995 representan alrededor del 35% de todas sus finanzas, constituyéndose así en la segunda fuente de recursos después del narcotráfico —que representa el 54% en el caso de las Farc— y de la 53
  • 53. Camilo Echandía extorsión al sector minero con una participación del 53% en las fi- nanzas del ELX. El secuestro, fuera de constituir una de las princi- pales fuentes de íinanciamiento a la que acude la guerrilla, también se utiliza para atemorizar y de esta forma abrir paso al cobro regu- lar de la extorsión a ganaderos, agricultores, comerciantes, empre- sarios y contratistas en las regiones donde incursiona por vez pri- mera. El avance de la guerrilla y el incremento inherente de las mani- festaciones de violencia se tornan aún más graves con la prolifera- ción de grupos armados ilegales de variada naturaleza y origen que al actuar para neutralizar la acción de los primeros contribuyen de manera significativa a intensificar la violencia. ' Como se observa en el mapa 5, las muertes violentas atribuidas a paramilitares, or- ganizaciones de justicia privada y la guerrilla registran los índices más elevados en los municipios de Casanare, Cesar, Antioquia, Guajira y Norte de Santander; en todos estos departamentos la guerrilla ha incursionado con fuerza. En Caquctá, Meta, Arauca y Santander, donde la presencia guerrillera tradicionaimentc ha sido elevada, las tasas de asesinato superan el promedio nacional. La importancia estratégica que zonas como el Urabá, el Magdalena Medio o el Piedcmonte casanareño representan para los diferentes actores armados en competencia, ha hecho que en el afán por con- solidar su dominio territorial, la población civil haya sido converti- da en objetivo militar, dando una clara muestra del nivel de degra- dación que alcanza el conflicto interno en la actualidad. Por otra parte, cuando se comparan los municipios afectados por el homicidio en general con los municipios críticos por el alto índice de muertes causadas por los actores organizados, se descu- bre una alta correspondencia en la geografía de ambos fenómenos, lo que a su vez permite insistir en que los altos niveles de violencia tienen una relación muy fuerte con la presencia de dichos actores. Esta interpretación se basa en la comparación del mapa 5, donde se presentan los municipios que registraron durante los mismos periodos tasas de muertes cometidas por actores organizados que superaron también en más del doble el promedio nacional, con el La vigencia de estructuras armadas no guerrilleras con coberturamullirre- gional, con un alio grado de coordinación v un mando aparentemente unifi- cado, con una doctrina común de operaciones v con ambición de poder, es cada vez más un hecho consultable en Colombia, 54
  • 54. Evolución reciente del conflicto armado... mapa 6, donde se presentan los municipios que en el periodo 1993- 1995 registraron lasas de homicidio eme superan en más del doble la tasa promedio nacional. Si bien no coinciden necesariamente uno a uno los municipios, sí lo hacen en buena medida las regio- nes. Se encuentran en ambos casos municipios con tasas eme supe- ran en el doble o más la nacional en: el norte del Valle, el Eje Cafe- tero, el Urabá, Medellín y los municipios vecinos, el sur del Cesar, la región del Río Minero en el occidente de Bovacá, y el piedemon- te de la Cordillera Oriental (municipios dispersos de Casanare, Arauca, Meta, Caquetá y algo de Putumayo). La evidencia presentada permite controvertir la afirmación co- rriente en el sentido de que alrededor del ochenta por ciento de los homicidios en Colombia responde a la violencia cotidiana. Una interpretación también diferente se desprende del análisis de las cifras que viene produciendo el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses. Se observa que en las regiones más violentas, donde se registran la mitad de los homicidios que ocurren en el pa- ís, la principal causa reconocida es el ajuste de cuentas, mientras que en los departamentos más pacíficos, donde ocurre tan sólo el 20% de los homicidios, la cansa que sobresale son las riñas producidas por el consumo de alcohol, y los problemas de la convivencia y la intolerancia. Estas tendencias sugieren que la violencia intencional tiene un peso mayor dentro de los homicidios de lo que tradicio- nalmente se había considerado. No obstante, el enorme desconocimiento sobre los autores de las muertes en el país, se ha aceptado por parte de las autoridades y de los estudiosos, que las violencias que están cobrando el mayor número de víctimas sobrepasan a las que se generan en los actores organizados; guerrilla, paramilitares, grupos de justicia privada v organizaciones armadas al servicio del narcotráfico. Como se ha visto en las localidades urbanas y rurales, la presencia de los acto- res organizados se asocia estrechamente con las alias tasas de ho- micidios indiscriminados, a la vez cine también son altos los homi- El porcentaje se deduce de las víctimas que según las autoridades fueron asesinadas por las guerrillas y otros grupos organizados (total homicidios me- nos víctimas de grupos organizados). ' Ver el análisis de las cifras de Medicina Legal para 1996, en: PAZ PL'BLICA- Universidad de los Andes, carta No, 1. Bogotá; publicación del Programa de Estudios sobre Seguridad, Justicia v Violencia de la Universidad de los Andes, julio de 1997.
  • 55. Camilo Echandía cidios selectivos. Adicionalmente como lo señala un estudio recién- te, ' en las zonas rurales de colonización y los barrios periféricos de las ciudades en acelerada expansión, se observa como factor co- mún una sociedad débil aunque dinámica, con un Estado incapaz de constituirse en mediador de los conflictos, funciones que termi- nan desempeñando las organizaciones armadas ilegales que se im- ponen a través de la violencia. INTIMIDACIÓN Y PODER LOCAL DE LA GUERRILLA Por otra parte, resulta bastante alta la convergencia entre las áreas de influencia histórica de la guerrilla y las poblaciones que en el presente manifiestan simpatía por los grupos alzados en armas. De esta forma se estaría evidenciando que la fuerte expansión territo- rial de la guerrilla registrada en los últimos años, no guarda rela- ción con su potencial político ni electoral, y que incluso ha decaído de manera ostensible en la zonas tradicionalmente bajo su influen- cia. La expansión territorial de la guerrilla no se traduce en un ma- yor poder de convocatoria, sino más bien en el incremento de su capacidad de intimidación para así aumentar su influencia a nivel local. A través de la intimidación la guerrilla elige alcaldes y conceja- les, determina a quiénes deben favorecer los nombramientos, los contratos, las inversiones físicas, los programas sociales, etc. La presión de la guerrilla se manifiesta en asesínalos, secuestros y amenazas que recaen en dirigentes políticos, candidatos, alcaldes, concejales y funcionarios. Los municipios donde la guerrilla busca ampliar' su poder a través de la intimidación pertenecen a las zonas donde la incursión guerrillera se ha producido en forma relativa- mente reciente (de 1985 en adelante), y en su mayoría coinciden con los patrones de expansión ya identificados. Se vislumbra en este sentido la salvadorización del conflicto co- lombiano, especialmente con la transformación creciente de los al- caldes en objetivos militares como forma de consolidar el poder en las zonas estratégicas, procedimiento que empezó en El Salvador a Ci BIDÉS. OLAYA y ORTIZ, op. di.
  • 56. Evolución reciente del conflicto armado... M a p a 7. Municipios donde la intimidación de la guerrilla llevó a que se presentaran renuncias de candidatos a las alcaldías y concejos en los comicios de octubre de 1997. {c~l Renunciaron algunos candidatos •mü Renunciaron todos los candidatos ^ ^ al concejo o a las alcaldías m m Renunciaron todos los candidatos al concejo y a las alcaldías Fuente: Registraduría de la Nación, octubre de 1997. Fuente: Observatorio de Violencia de la Consejería para la Paz. mediados de los ochenta y que escaló y degradó de manera terrible el conflicto. El número de municipios intimidados por la guerrilla, los gru- pos paramilitares y el narcotráfico, pasa de doscientos. La aterra- dora estadística se desprende de los reportes de asesinato, secues- tro y amenazas puestas en conocimiento de las autoridades y las denuncias diarias que recibe la Federación Colombiana de Munici- pios. Esta información muestra que el mayor número de localida- des afectadas se encuentra en las zonas que han registrado en los últimos diez años una fuerte expansión de la guerrilla así como el surgimiento de los grupos que se le oponen. A nivel local, estas or- Jesús A. BEJAR.ANO. Inseguridad y violencia: sus efectos en el sector agropecuario. REVISTA NACIONAL DE AGRICULTURA de la SAC No. 914-915, 1996.