Las ciudades europeas crecieron espectacularmente en el siglo XIX debido a la emigración de campesinos a las ciudades, lo que dio lugar a una nueva civilización urbana pero también a barrios pobres con viviendas apiñadas y falta de servicios. A su vez, las ciudades reflejaban la desigualdad social a través de lujosos barrios residenciales y barrios pobres donde vivían inmigrantes trabajadores.