El relato cuenta la historia de Fabián, un niño de 7 años que quería ser pastor como su padre. Un día, mientras cuidaba del rebaño, Fabián siguió a una oveja que se separó y terminó cayendo en una grieta en una gran roca, quedando atrapado. Curro, el perro del rebaño, siguió el aroma de las semillas de canela que llevaba Fabián en su zurrón y ayudó a encontrar a Fabián. Su familia lo rescató y celebraron su cumpleaños y la Navidad en ag
2. Cuenta la historia, cuando aún no había casitas blancas en la falda del Torcal, y todo era campo
lleno de palmas, que había una casita hecha de piedra y barro donde vivía una familia de pastores. El
más pequeño de la casa se llamaba Fabián y aún no había cumplido los siete años. Eran cuatro
hermanos y los tres mayores querían especialmente a Fabián, pues era muy pequeño en
comparación con el resto de sus hermanos. Era bajito y de pelo rubio. Su melena, llena de rizos
alocados, parecía una madeja de lana hecha de nudos, pues a Fabián el aire de la sierra le alborotaba
la melena cada vez que corría jugando por aquellos campos de palmas.
A Fabián le encantaban las ovejas y su mayor ilusión era ser pastor como su padre. Cada día antes
de que su padre saliera a pastar con el rebaño, Fabián le preguntaba:
- ¿Puedo ir contigo, Papá?
Su padre le respondía seriamente:
- No, sabes que has de quedarte aquí con mamá para que no se quede sola.
En realidad ésa era la excusa, pues Fabián era para todos un regalo, un tesoro al que cuidaban con
esmero y al que protegían demasiado. Pero Fabián, obstinado y testarudo cada día hacía la misma
pregunta.
Fabián nació un día de Nochebuena y pronto se acercaba su cumpleaños. Fue por eso por lo que
su padre, una tarde al regresar con el rebaño, le dijo:
- Fabián, como pronto cumplirás siete años, quiero hacerte un regalo, y es que mañana te
dejaré venir a pastar con nosotros al Torcal.
Fabián sintió una inmensa alegría, pues su sueño de ser un auténtico pastor se cumpliría. Corrió
hacia su casa y empezó a preparar el zurrón. Metió comida, una pequeña cantarilla con agua y
recordó que su padre siempre llevaba en su zurrón unas extrañas semillas que le había dado su
abuelo. El abuelo solía contar que esas semillas eran de un amigo suyo que volvió de las Américas.
Eran semillas de un inmenso árbol de aroma intenso, y del que extraían la corteza para hacer
comidas, mejunjes para curar resfriados y aliviar quemaduras en la boca. Fabián cogió unas cuántas y
así, con su zurrón completo como el de su padre, tenía todo preparado para salir a pastar.
A la mañana siguiente Fabián estaba un poco cansado, pues no había podido dormir mucho
pensando en la aventura de ser pastor; pero no le importaba, pues para él iba a ser un día muy
especial. Salió su padre en cabeza junto con Curro, un perro que les ayudaba a cuidar del rebaño.
Curro era un perro de pelo rizado y negro, muy inteligente, pues siempre estaba atento a las
instrucciones que su padre le daba a modo de silbidos. Detrás de todo el ganado, Fabián seguía los
pasos de sus hermanos, fijándose en cada movimiento para aprender a ser un buen pastor. En muy
poco ya estaban en lo alto del Torcal, en una de las zonas con más pasto de la sierra. Tras unas horas,
3. su padre y hermanos decidieron almorzar y descansar un poco del pastoreo. Era usual que en el
descanso de la siesta, su padre y sus hermanos se turnaban para vigilar el rebaño, y Fabián quiso ser
el primero en vigilar.
- Papá, por favor, yo quiero ser el primero en cuidar de las ovejas, sólo necesito que me dejes
tu bastón y verás cómo cuido del rebaño –le dijo Fabián a su padre.
Su padre lo miró muy serio, y no muy convencido acabó asintiendo con la cabeza. Para Fabián era
muy importante que su padre confiara en él. Fabián vigilaba constantemente, y contaba una y otra
vez las ovejas, para ver que estaban todas y no faltara ninguna; pero a Fabián le encantaba jugar con
Curro y una de las veces que volvió de contar el rebaño, se dio cuenta de que una oveja se separaba
del rebaño. Fabián comenzó a llamarla. Decidió seguirla para traerla de vuelta. La oveja se veía cada
vez más pequeña entre las piedras y Fabián la seguía con empeño.
Tanto anduvo que cuando quiso darse cuenta ya no veía ni la oveja ni al rebaño, ni siquiera a su
padre o hermanos. Siguió por un pequeño sendero de tierra que acababa en una gran roca situada
bajo sus pies. Mirando a la lejanía, Fabián perdió pie y cayó en una grieta enorme que tenía la roca.
Fueron sólo unos metros de profundidad, pero lo suficiente como para no poder salir de allí. Miraba
a la izquierda y a la derecha, y sólo veía el interior de aquella piedra gris. Mirando hacia arriba veía el
azul del cielo. Fabián comenzó a llorar, pues estaba triste por haber perdido la oveja y haberse
perdido él. Había sido un fracaso como pastor y ahora no sabía si volvería a ver a su familia. Se
acercaba la noche y, pese a los gritos de Fabián nadie le había escuchado. Fue entonces cuando
escuchó los ladridos de Curro y volvió a gritar fuertemente:
- ¡Aquí, Curro, aquiiiiií!
Mirando hacia arriba vio el rostro de su padre con ojos de asombro al ver que su pequeño estaba
en ese agujero. Tiró una cuerda y se la pasó a Fabián para que la atara a su cintura, mientras que sus
hermanos tiraban del otro extremo sacándolo hacia la escasa luz del atardecer. Fue Curro, quién
olfateando el fuerte aroma de aquellas semillas que Fabián llevaba en su zurrón, siguió el rastro
hasta encontrar la grieta donde estaba el pequeño Fabián.
Al volver a casa, su madre los esperaba preocupada asomada a la puerta, y se asustó mucho
cuando vio a Fabián desaliñado, con rasguños y una mirada triste. El padre le contó que a pesar del
peligro lo habían encontrado, sano y salvo.
Toda la familia había decidido, en agradecimiento, celebrar la Nochebuena con un estupendo
cumpleaños para Fabián. Su madre le preparó su postre favorito, arroz con leche de oveja y canela;
pues esas mágicas semillas de aquél árbol del que hablaba su abuelo, provenían del árbol de la
canela. Desde entonces, y para recordar la buena suerte, todas las navidades su madre preparaba
dulces y postres aderezados con canela, ya que fue ese dulce e intenso olor a canela lo que salvó a
Fabián.
4. Cuenta la leyenda que en el Torcal, cuando sopla el viento, pastores y senderistas pueden oler ese
aroma a canela, aunque nadie puede ver el árbol que desprende ese olor, y es que ¿sabéis qué?
Cuando Fabián estuvo dentro de esa roca se cayeron algunas semillas del zurrón y quién sabe si creció
un enorme árbol de canela en el corazón de la Sierra.
FIN
María del Mar Cuesta Mérida
Villanueva de la Concepción,
Málaga