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Armando Arjona
Off
Un puñetazo de sol entra por la ventana y el Hombre vuelve a la
realidad. Se levanta y siente el frío del suelo en las plantas de los pies. Un
ligero escalofrío recorre su espalda. Entra en el baño, mea, se rasca la cabeza,
se lava la cara, bosteza una vez más y finalmente lanza un violento estornudo
contra el espejo. Todo son diminutas gotitas que deforman su imagen creando
una versión borrosa de sí mismo. El Hombre piensa en Lewis Carroll, toca el
espejo con la punta del dedo y después se siente un poco estúpido.
Dos estornudos más.
El Hombre piensa en llamar al trabajo exagerando los síntomas y así
tomarse el día libre para ir al cine o leer un buen libro, pero entonces recuerda
que esa misma mañana tiene una reunión muy importante en la que debe
hacer una exposición y, sinceramente, prefiere un paquete de pañuelos antes
que una mala cara de su jefe.
El Hombre no es una persona muy extrovertida, prefiere pasar
desapercibido, no llamar demasiado la atención de los demás, sin embargo
aquella mañana en el trayecto en autobús hacía la oficina, se gana el Oscar al
Mejor Protagonista.
Estornudos y más estornudos seguidos de una tos ronca. Pañuelos y
más pañuelos empapados una y otra vez. Las miradas de los pasajeros se
centran en ese extraño pasajero que da la sensación de estar poseído más que
de tener un simple resfriado. Las madres apartan a sus hijos del “señor
enfermo” mientras las señoras más mayores comentan entre ellas cuál es el
mejor remedio casero para esa tos tan seca. “Miel con limón” va ganando.
El autobús llega a la parada, el Hombre baja apresuradamente no sin
antes dejar un estornudo de recuerdo, y corre hacia el enorme edificio negro
que aglutina innumerables empresas entre las cuales se encuentra su oficina.
Atraviesa la puerta de cristal ignorando el saludo del portero. Entra en los
lavabos y se encierra en uno de los compartimentos para sonarse la nariz con
todas sus fuerzas. Finalmente, tose varias veces hasta escupir en el váter una
masa informe que prefiere no mirar, y se mete un caramelo mentolado en la
boca con un largo suspiro. Respira durante unos segundos saboreando el
oxígeno. Sale del urinario e intenta recomponer su imagen frente al enorme
espejo horizontal que recorre la pared. Parece recién escupido de un huracán.
Despeinado, ojos hinchados, camisa por fuera, frente empapada en sudor,
corbata torcida, pielecitas alrededor de las fosas nasales. Nadie convence a
nadie con pielecitas en la nariz aunque su exposición tenga fuegos artificiales,
piensa el Hombre. Sin embargo, lo que más le llama la atención es el estado de
sus manos, excesivamente secas y agrietadas con unas pequeñas manchas
rosadas.
A los quince minutos, el Hombre no lo soporta más.
El presidente ya ha hecho su típico discurso motivador y ahora está hablando
el responsable del departamento de contabilidad. Sin embargo, el Hombre no
ha entendido una sola palabra de lo que se ha dicho ya que, las manchas
rosadas que se habían originado en sus manos, se han ido extendiendo a lo
largo de los brazos produciéndole un escozor insoportable. Se rasca
violentamente debajo de la mesa intentando disimular ante las miradas
extrañadas de algunos compañeros, mientras estornuda a cada minuto
interrumpiendo la exposición que está teniendo lugar. Deberían inventar el
papel higiénico impermeable, piensa el Hombre secándose otra vez la nariz
con un trozo de papel húmedo. De pronto, nota cómo las manchas alcanzan el
pecho, las piernas y el cuello. Con cierta naturalidad, se desabrocha el botón
de la camisa y se rasca la piel, ya cuarteada y enrojecida, como si hubiese
dormido en un colchón plagado de pulgas. Una gota de sudor caliente y
viscoso baja por su frente como señal del fuego que se ha iniciado en el
bosque seco de su pecho. El responsable del departamento de contabilidad
mira al Hombre con desprecio. El Hombre le sonríe y vuelve a estornudar. El
virus, sea el que sea, ha escogido el mejor día para hacer su puñetera entrada
triunfal. De pronto, el Hombre comienza a levantarse de su asiento, quizás el
esfuerzo físico más grande que ha hecho en su vida, y se hace el silencio en la
sala. Intenta decir que se marcha, pero entonces descubre que el interior de su
boca está repleto de llagas que le impiden expresar el más mínimo mensaje. El
escozor sigue aumentando haciendo hervir cada poro de su piel. La excesiva
temperatura está a punto de dejar al Hombre en un estado de aturdimiento tan
grande que el tiempo y el espacio se han empezado a enredar formando una
espiral que tambalea el equilibrio de su cuerpo y nubla su vista por completo.
Inflamación, asfixia, irritación, fuego, vértigo.
Entonces, el jefe, con fingida preocupación, le pregunta si se encuentra
bien y, antes de que el Hombre pueda negar con la cabeza, cae sobre la mesa.
Pérdida de conocimiento.
Nunca he respirado un aire más puro. La zona es extensa y tranquila.
Grandes superficies teñidas de verde salpicadas de rojos, azules y amarillos
que dotan de vivacidad al paisaje. La luz que pasa a través de los inmensos
árboles es agradable. Calienta pero no quema. Escucho los típicos sonidos de
la naturaleza: pájaros, chicharras, abejas, algún río fluyendo ladera abajo. Sin
embargo, me llama la atención el canto de un tipo de ave que no he
escuchado nunca.
Un bolígrafo se desliza sobre el papel cuando el Hombre recobra la
consciencia. Una luz fría y azulada penetra en sus ojos como cuchillos y de
pronto se activa un terrible dolor en la ceja izquierda. Un buen golpe contra la
mesa, recuerda súbitamente.
Se incorpora lentamente sobre la camilla dando un pequeño tirón al
gotero y entonces comprende sin mucho esfuerzo que se encuentra en una
consulta médica.
-¿Cómo se encuentra?
Pregunta el médico que hay tras la mesa.
-¿Qué ha pasado?
-Ha perdido el conocimiento. Sus compañeros de oficina le han traído.
-Estoy mareado.
Dice el Hombre frotándose los ojos.
El médico se levanta y comienza a explicar las posibles causas de un
desvanecimiento mientras el Hombre mira asombrado la piel de sus manos.
Su piel ha vuelto a la normalidad, ya no está cuarteada e inflamada como antes
del desmayo. Rápidamente, examina sus brazos también y descubre con
entusiasmo que los eccemas y picores han desaparecido. Ni siquiera tiene la
nariz taponada o la boca llena de llagas. Es extraño y milagroso a la vez, pero
los continuos estornudos, el moqueo interminable, el calor insoportable y la piel
en ebullición se han extinguido sin dejar huella.
-¿Qué le ocurre?
Pregunta el médico extrañado.
- Me he curado, ya no estoy enfermo…
-¿De qué se ha curado?
El Hombre comienza a relatar las circunstancias que ha sufrido esa
misma mañana con todo detalle y, mientras el médico escucha con sumo
interés, busca en el cuerpo del paciente alguna evidencia de lo que le está
contando sin hallar marca alguna. Finalmente, el médico confiesa al Hombre
que se siente algo desconcertado por su historia, ya que al entrar en la
consulta no presentaba ninguno de los tipos de reacción alérgica que acababa
de describir, incluso le habían tomado la temperatura en dos ocasiones
descartando definitivamente la posibilidad de fiebre.
-¿Me han dado algún medicamento?
Dice el Hombre rascándose un pequeño sarpullido que se le acababa de
formar en la nuca.
-No le hemos administrado ningún medicamento dado que no había motivo
para hacerlo. Usted ha entrado aquí inconsciente, todavía no sé por qué, sin
más síntomas que ese hasta que de pronto ha despertado.
Ante esta explicación, la mirada desconcertada del Hombre se pierde en
un punto fijo donde espera con ansiedad un atisbo de lógica. Sin embargo, un
ardiente picor comienza a cubrir su cuello y parte de la cara sacándole de su
ensimismamiento, a la vez que un corrosivo quemazón invade sus piernas,
brazos y espalda. Pronto se inicia en toda la extensión de la epidermis un
rápido asedio protagonizado por llagas y pústulas hasta culminar en tres
atronadores estornudos empapados de sanguinolenta mucosidad. Rostro
desencajado y lágrimas de dolor. El médico le mira horrorizado mientras los
gritos del Hombre penetran en su cabeza enredándose con la espeluznante
imagen que está presenciando: un paciente casi en carne viva avanzando
hacia él, pidiendo ayuda cubierto de heridas, sangre y saliva que, de repente,
cae al suelo como un trapo.
Tierra húmeda entre los dedos de los pies. No sé por qué, pero estoy
descalzo, tampoco me importa. El canto del extraño pájaro parece haber
encontrado una melodía que me resulta conocida o al menos mis oídos no la
sienten extraña. La suave brisa que se filtra a través de los infinitos pasillos que
crean los troncos, lleva el trino de un lado a otro hasta que finalmente descubro
que el animal cantor se encuentra en lo alto del árbol que tengo detrás.
El Hombre despierta sobresaltado en una habitación absolutamente
oscura. Únicamente, un débil haz de luz que proviene de una pequeña ventana
situada en la puerta, atraviesa la oscuridad como una daga aunque no es
suficiente para adivinar la longitud del habitáculo. El Hombre se acerca
rápidamente a la luz e inspecciona sus manos y sus brazos siendo testigo de
que nuevamente la enfermedad ha desaparecido y de que se halla
completamente desnudo. En ese momento, dos cabezas aparecen en la
diminuta ventana mostrando un gran interés e inquietud por el cuerpo del
Hombre e inmediatamente el extraño paciente corre a ocultarse en la
oscuridad. De pronto, un chasquido suena en el interior de la fría habitación
accionando los fluorescentes dejando al Hombre totalmente al descubierto.
Después, un zumbido eléctrico da paso a la voz del médico a través de un
altavoz situado en alguna pared.
-No se asuste. Soy el médico que le ha atendido hace unas horas y él es un
compañero del D.E.I., Departamento de Enfermedades Infecciosas, que ha
venido a ayudarme.
-Pero, ¿qué ocurre? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué estoy desnudo?
-Sé que ahora se siente confuso, pero era necesario aislarle e iniciar con usted
un protocolo de cuarentena. No sabemos si su afección puede ser contagiosa,
solo sabemos que cuando cae inconsciente los síntomas desaparecen, y por
eso un equipo especializado le ha quitado la ropa, para poder tener una visión
completa de toda su piel en todo momento y poder realizar todas las pruebas
pertinentes. Le aseguro que únicamente nosotros le observaremos durante
todo el proceso.
El Hombre parece haber comprendido las palabras del médico, pues su
silencio así lo demuestra, sin embargo, sus ojos y su respiración dicen otra
cosa. La estancia es más grande de lo que parecía en un principio. Tan grande
como vacía. Solo hay una cama en una esquina con dos mantas a los pies y un
retrete. La luz blanquecina que irradian los tubos del techo agravaba la
sensación de frío y da un aspecto artificial al entorno. El Hombre recuerda su
habitación, y sus zapatillas de estar por casa, y sus abrigos, y su pijama, y sus
calcetines, y su cama, y apuesta todas esas mismas cosas a que no va a
volver a verlas jamás. Apuesta que moriría desnudo y escamado en ese
congelador. De pronto, la rabia y la humillación se apoderan de él y se lanza
contra la puerta como una fiera contra la alambrada exigiendo su libertad.
Manotazos, insultos y saliva verde explotando contra el cristal hacen retroceder
a los médicos. La cara del Hombre, cubierta ya de una costra rojiza, alberga los
ojos más asustados que han visto en su vida y que al final acaban estallando
en lágrimas de súplica y desesperación. Los picores aparecen de nuevo y la
temperatura comienza a subir imparable mientras el extraño paciente llora de
forma inconsolable. En ese momento, el experto en enfermedades infecciosas,
una persona enjuta y huesuda de voz grave, le pide que relate lo que está
empezando a ver, pero el Hombre se encuentra prácticamente en shock.
-¡De momento, la única cura solo se encuentra en aquello que experimenta
cuando está en coma, ya que, por alguna razón, en ese momento desaparece
la enfermedad! ¡Rápido! ¡Díganos lo que está viendo!
Espeta el médico del D.E.I.
-¡Estoy en medio de un páramo!
Dice por fin el Hombre retorciéndose de dolor.
-¿¡Un páramo!? ¿¡Dónde!?
-¡No lo sé!
-¡Descríbalo! ¡Necesitamos toda la información posible!
Sin embargo, el cuerpo del Hombre cubierto de bambollas, se desploma ante
los ojos asombrados de los médicos antes de que pueda explicar su extraño
sueño.
Llegar a la primera rama ha sido difícil. Creo que me he hecho una
herida en la frente al rozar contra la corteza mientras subía. Estoy cansado,
pero ha merecido la pena porque desde aquí las vistas son increíbles. El prado
se extiende mucho más de lo que me había parecido desde abajo debido a la
frondosidad que me rodea, sin embargo ahora sé que existe una llanura verde
que parece no tener fin y que invita a correr y rebozarse por la hierba. El trino
vuelve a aparecer. Me levanto haciendo equilibrio sobre la rama y continúo
subiendo. Me pregunto cómo volveré a bajar cuando llegue arriba del todo,
aunque quizá no pueda volver a bajar nunca.
La enfermedad es metódica: comienza con algunos estornudos que
multiplican la cantidad de mucosas. Un ligero picor se inicia en cuello, brazos y
piernas extendiéndose a todo el cuerpo hasta convertirse en eccemas
descamados que inflaman y cuartean el cien por cien de la piel. Finalmente,
una fiebre repentina y excesiva bloquea la mente del paciente hasta que entra
en estado comatoso. Diez minutos. Es en este punto cuando todos los
síntomas comienzan a desaparecer lentamente hasta que el cuerpo vuelve a la
normalidad y el enfermo despierta para volver a sufrir nuevamente todo el
proceso de la extraña alergia.
Durante semanas esta es la vida que el Hombre conoce en su habitáculo
de veinte metros cuadrados al que ya se ha acostumbrado. Despertar una y
otra vez de una visión en la que trepa un árbol simplemente por el deseo
incontenible de ver qué hay arriba del todo, comer algo mientras les explica sus
experiencias a los médicos y volver a sumergirse en una turbulenta neblina que
le transporta al mejor lugar en el que ha estado jamás. Últimamente, el Hombre
piensa que, aunque el viaje es doloroso, prefiere pasar el mayor número de
horas que pueda entre las ramas, que en la fría habitación.
Un día, nada más recuperar el conocimiento, el médico de la voz grave
que está esperando tras la puerta, le propone un par de experimentos. El
Hombre se sienta en una esquina y obedece a las indicaciones: cerrar los ojos
y escuchar.
Enseguida percibe sonidos del médico al otro lado. Algunos pasos, una
tos seca, (seguramente fuma) y unos pequeños sonidos electrónicos. Mientras
tanto, allí sentado, con la mirada vuelta hacia sí mismo, comienza a escuchar
su respiración. Lenta, pausada, amplia, viva. Entonces, recuerda un artículo
que leyó hace unos meses en el que explicaban la existencia de unas cabinas
herméticas absolutamente insonorizadas donde se hacían pruebas para ver
cuánto tiempo aguantaba la gente allí dentro. Por lo visto, el cerebro humano
está acostumbrado a recibir sonidos continuamente, así que, en ese lugar
donde todo está totalmente en silencio, erradicado cualquier tipo de sonido, el
cerebro comienza una búsqueda desesperada hasta encontrar el único ruido
posible: uno mismo. El latido del corazón, el crujir de los huesos, el rugido del
estómago, la respiración. De este modo, el cerebro entra en un bucle del que
no puede escapar y al final la persona encerrada en aquella sala se vuelve
loca. ¿Me está ocurriendo a mí lo mismo?, piensa el Hombre. Esta alergia
inclasificable, el sueño del árbol, este habitáculo. ¿Me he quedado encerrado
dentro de mí mismo y todo esto es consecuencia de la locura? En ese
momento, la respiración pasa a un segundo plano y los primeros acordes
realizados por varios violines inundan la habitación. Hacía mucho tiempo que
no escuchaba música e inmediatamente su piel se estremece. El Hombre
pregunta cuál es el nombre de la obra y el médico le dice que se trata de “La
Danza Macabra” de Saint Saëns, pero que ahora debe concentrarse en la
música y dejarse llevar.
Violines, violas, cellos e instrumentos de viento se deslizan y entremezclan.
Percusión de fondo, pero muy presente. De pronto, entran las trompetas y los
trombones dando una personalidad majestuosa al conjunto. Un vals siniestro,
pero precioso, piensa el Hombre. Ojalá hubiese nacido doscientos años atrás
para poder bailar esta pieza con alguna dama en un enorme salón. Eso está
bien, me gusta. El salón principal de un castillo donde cientos de parejas giran
y giran con la música sobre sí mismas alrededor de toda la estancia. Ella me
mira a través de su máscara veneciana. Sí, todos llevamos máscaras y capas y
espadas, y los carruajes nos aguardan en la parte de atrás. Todo es oscuro y
hermoso a la vez, como en aquel relato de Edgar Allan Poe. No recuerdo el
título. Creo que acaba de entrar en el salón Vincent Price. No te distraigas.
Concéntrate en la dama que hay entre tus brazos y solo gira y baila. Gira y
baila. Gira y baila… De pronto, una pequeña exclamación del médico
desconecta al Hombre del palacio, el salón y la dama enmascarada.
- ¿Qué ocurre?
Pregunta el Hombre abriendo los ojos.
- Nada. No se preocupe. Vamos a pasar al segundo experimento. Coja lo que
le he dejado en la bandeja de la comida, por favor.
Dice el médico mientras termina de hacer unas anotaciones en su cuaderno y
apaga la música.
El Hombre abre el compartimento donde suelen dejarle las cuatro
comidas del día y encuentra un libro. Lo coge entre sus manos y siente su
peso, su tacto y su olor mientras se sienta en medio del habitáculo. Parece una
recopilación de relatos de misterio con pinta de haber pasado por muchas
manos, pues sus hojas están amarillentas y tienen algunas marcas. El autor no
le suena de nada, sin embargo, el título, acompañado de una ilustración muy
trabajada en la que se ve a un hombre con múltiples cabezas, es sugerente e
invita a la lectura.
-Por favor, no lo miré.
Ordena el médico.
-Antes, música. Ahora, un libro. ¿Estos son los tipos de antídotos que receta a
sus pacientes?
Dice con ironía el hombre rascándose la cabeza.
-Únicamente es una prueba experimental, ya se lo he dicho antes.
-¿Pero qué espera de este experimento?
-Todavía no se lo puedo decir. Pero si esta parte sale bien podré darle un
diagnóstico aproximado.
Al Hombre todo aquello le empieza a parecer una tomadura de pelo. Si
quiere hacer experimentos que se los haga a sí mismo y que a él le deje en paz
con su maldita alergia o lo que quiera que sea. Sin embargo, la curiosidad le
obliga a asentir sumisamente y a poner toda su atención en la grave voz que
surge de los altavoces.
La primera indicación es simplemente sostener el libro entre las manos,
mirar a la pared y esperar. Durante unos minutos, los ojos del médico
examinan con minuciosidad el cuerpo desnudo del Hombre para realizar una
descripción detallada en su cuaderno de la agresiva transformación que está a
punto de iniciarse.
Estornudo. Respingo. Tos ronca. Picor en nuca y brazos. Estornudo.
Manchas rojas en las manos. Frío. Estornudo. Respingo. Estornudo. Picor en
las piernas y escozor en el pecho. Estornudo. Rascar, rascar, rascar. Picor en
hombros y cuello. Rascar. Frío. Piel roja cuarteada. Estornudo. Calor. Latido en
los pies, en la cabeza. Escozor en espalda. Estornudo. Estornudo. Estornudo.
Calor. Más calor. Eccemas. Rascar. Dolor. Calor. Escozor. Respingo.
Estornudo. Mareo. Eccemas. Rascar. Dolor. Calor. Escozor. Respingo.
Estornudo. Confusión. Calor, calor, calor…
-¡Rápido! ¡Lea! ¡LEA!
Grita el médico.
El Hombre, haciendo uso de sus últimas fuerzas, coge el libro y lo abre
por una página cualquiera. Intenta leer, pero con la visión nublada y una fiebre
que le encoge por momentos, es imposible. Las letras se mezclan en su
cabeza unas con otras, los párrafos son enormes bloques de tinta impresa y el
tacto de las hojas en las yemas de los dedos le provoca un dolor insoportable
que le llega hasta la punta de la coronilla.
-¡Haga un esfuerzo! ¡Concéntrese en la lectura! ¡Déjese llevar por la historia!
Vuelve a ordenar el médico.
De repente, unas cuantas palabras cobran sentido y le sugieren una
imagen que se incrusta en su cabeza desdoblándose rápidamente en más
imágenes. Pasa a la siguiente línea y el autor, con las primeras palabras,
consigue que el Hombre abandone la fría estancia llevándole hasta una ciudad
laberíntica y adoquinada donde un intrépido detective persigue a un peligroso
asesino por encima de los tejados grises y deformados. Sonidos de motores
acelerados hostigándole. Disparos de los secuaces rebotando en sus oídos. La
lluvia comienza a caer con fuerza y los tejados se convierten en traicioneras
cascadas. El asesino resbala, pero consigue agarrarse a una tubería. El
detective le alcanza, saca su pistola y le apunta mientras le recuerda todos los
años que va a pasar en la cárcel. De pronto, un disparo de un francotirador
escondido en los tejados de enfrente, alcanza al detective en el hombro y éste
cae al vacío sobre un montón de basura. Una mujer llora en una habitación
verde. Algunas fotos en blanco y negro en la pared recuerdan una vida
tranquila y familiar. El teléfono suena y la mujer contesta apresuradamente. La
voz al otro lado dice: “¡Escúcheme! ¡Deje de leer! ¡El experimento funciona!”.
Inmediatamente, el Hombre vuelve a la habitación un tanto confundido, ya que
la voz que cree estar escuchando a través del teléfono no es otra que la del
médico hablándole por el altavoz con gran entusiasmo.
-¡Funciona! ¡Sabía que era posible!
-¿Qué es lo que funciona?
Pregunta el Hombre desconcertado.
-¡Mírese las manos!
El Hombre observa sus dedos con atención. Después sus brazos, el pecho, las
piernas, los pies. En ninguna de esas partes hay rastro alguno de los síntomas
que hace un momento le estaban devorando. Sin embargo, sigue despierto, no
se ha desmayado ni está soñando, no trepa un enorme árbol. El Hombre mira
al médico desconcertado.
-Acabo de descubrir cómo funciona su extraña enfermedad. –dice el médico-
Cuando usted come, habla con nosotros, mira las paredes de esta habitación,
orina, se muerde las uñas, hace la cama, habla consigo mismo y todas las
cosas que tienen que ver con lo que hay a nuestro alrededor, su cuerpo
reacciona de forma violenta como bien conoce. Sin embargo, cuando cae
inconsciente a causa de esas reacciones, cuando sueña mientras duerme,
cuando escucha música o cuando lee un libro, la enfermedad desaparece.
-¿Y eso qué quiere decir?
-Quiere decir que la clave de todo es su imaginación. Su mente no reconoce
como realidad aquello que toca, huele o saborea, ni siquiera el hecho
consciente de sentirse aquí ahora mismo. Para su cerebro, la verdadera
realidad es todo aquello que fabrica su imaginación, por eso cuando está
despierto y no utiliza la fantasía, se produce un error en su sistema y su cuerpo
reacciona de esa forma tan terrible como mecanismo de defensa. Su
imaginación es la cura de su enfermedad.
-¿Me está diciendo que tengo alergia a la realidad?
Pregunta el Hombre después de un estornudo.
-No sabría decirle si eso puede ser posible, pero si tuviese que dar un
diagnóstico, seguramente sería ese.
Luz, oxígeno, agua, tiempo, frío, sonidos, formas, objetos, rojo, sólido,
salado, olores, duro, graves, azul, distancias, calor, áspero, amargo, hambre,
líquido, suave, agudos, ácido, bello, estático, blando, comunicación, sueño,
gas, sexo, verde, respiración, dulce, liso, oscuro, aire, feo, gravedad,
movimiento, silencio, arrugado, sociedad.
Ahora todo a su alrededor le resulta amenazador. Desde la luz
blanquecina que le ciega, hasta el frío que siente en las plantas de sus pies. El
aire que respira mezclado con los olores que provienen de las tuberías, los
sabores de la cena de la noche anterior o cualquier sonido que perciban sus
oídos, incluso el latido de su propio corazón. Se siente como un feto recién
nacido enfrentándose al infinito. Un ser desnudo y frágil frente al monstruo que
todo lo abarca, que todo lo contiene y todo lo ocupa. ¿Cómo vencer a un
enemigo que te rodea continuamente? ¿Cómo te escondes de alguien a quien
necesitas para seguir viviendo?
-¡Ayúdeme, por favor! ¡Sáqueme de aquí!
Grita el Hombre aterrorizado mientras golpea la puerta.
-¡No puedo hacer eso! ¡No sabemos si es contagioso!
-¡No lo soporto más!
-¡Debe aguantar!
-¡No voy a poder! ¡Máteme! ¡Esa es la verdadera cura!
-¡No diga eso! ¡Encontraremos la forma de que pueda hacer una vida normal!
El Hombre se derrumba en un llanto desolador mientras su alergia comienza a
cubrir toda su piel.
-¡Coja el libro y déjese llevar por la historia! ¡Volveré lo antes posible!
El médico echa a correr a través del largo pasillo donde los gritos del paciente
rebotan durante unos instantes hasta que, repentinamente, se apagan.
Sin darme cuenta se ha hecho de noche, pero extrañamente no hace
frío. Me atrevería a decir que las estrellas se están esforzando en calentar este
inesperado lugar, este espacio situado en alguna parte que no alcanzo a
comprender y que cada vez siento más lógico y real. No sé por qué tengo
recuerdos de sitios oscuros y fríos, pero ahora no quiero pensar en eso, solo
quiero dormirme mientras observo La Luna allá arriba, en lo más alto, blanca,
pura, enorme y redonda cubriéndolo todo. Mañana continuaré mi viaje
ascendente cuando el trino vuelva a sonar de nuevo.
A la mañana siguiente, el Hombre despierta bien arropado, con un
pijama nuevo y calcetines de algodón. Qué bien sienta volver a estar en casa
otra vez. Disfrutar del sol entrando suavemente por la ventana, darse una
ducha con geles perfumados, tomar un buen café con un pedazo de bizcocho
de chocolate mientras escuchas las noticias en la radio, lavarse los dientes con
pasta “anti-caries aliento clorofila”, sentir el tacto de un buen traje de marca y
finalmente salir de casa dando comienzo a un buen día de trabajo. Sin
embargo, la realidad es otra ya que el Hombre continua estando en el mismo
habitáculo frío de veinte metros cuadrados con fluorescentes en el techo. No
obstante, algo ha cambiado allí dentro.
Decenas de cuadros de todas las formas y tamaños, corrientes artísticas
y técnicas pictóricas están repartidos por todo el espacio. Un televisor enorme
con un reproductor DVD junto con una colección increíble de películas que
abarca desde joyas del cine mudo hasta las últimas superproducciones
plagadas de efectos especiales. Estanterías llenas de discos de música donde
poder escoger entre una ópera de Mozart o un concierto de The Doors
pasando por grabaciones inéditas de John Coltrane o las primeras partituras de
Danny Elfman. Libros y más libros. Columnas inmensas que surgen del suelo y
casi llegan al techo donde se mezclan las palabras de Shakespeare, Allan Poe,
Bukowski, Verne, Bolaño, Kafka, Conan Doyle, Huxley o Chejov. Después de
vagar tanto tiempo por un desierto áspero y asfixiante, por fin ha encontrado un
lugar donde poder respirar y sentirse seguro ante un mal que no pretende
detenerse jamás. Lo único que debe hacer es pasar el mayor tiempo posible
desconectado de la realidad y aferrarse con todas sus fuerzas a ese lugar
donde habitan las historias que imaginamos. Historias que surgen de la más
diminuta semilla atravesando la tierra en dirección al cielo hasta convertirse en
enormes árboles que, con sus infinitas ramificaciones, son capaces de llegar a
cualquier lugar.
Amanecer, día, atardecer y noche, son conceptos que el Hombre ya no
comprende. Su concepción del tiempo comienza a deformarse hasta llegar a
concluir en su mente que un día puede pasar en un chasquear de dedos o, por
el contrario, que el chasquido puede durar veinticuatro horas.
Pronto se acostumbra a su nueva condición de consumidor compulsivo de
cultura. A los pocos días ya es capaz de solapar la lectura de “Hamlet” con la
visión de “Brazil”, o la contemplación de “El Grito” de Munch durante horas
hasta despedir el día escuchando “Una Noche en el Monte Pelado” de
Mussorgsky. Solo de esta forma es posible mantener dormida a la bestia que
habita bajo su piel. Se puede decir que el experto del D.E.I. ha encontrado una
cura definitiva, sin embargo la consecuencia inmediata al remedio es el derribo
total del muro que hay entre realidad y ficción dificultando cada vez más la
comunicación entre el paciente del módulo 17 y el médico.
Después de aquella noche no volví a escuchar el trino nunca más.
Dorian Grey dice que seguramente haya emigrado o haya anidado en otro
árbol de este lugar. Buenos días, ¿cómo se encuentra? Sin embargo, en los
últimos días he continuado ascendiendo, rama a rama, hasta llegar a lo más
alto de la copa. Está más delgado. Debe intentar volver aquí de vez en cuando
para comer en condiciones, si no podría caer enfermo. Berenice me dijo
anoche que hoy seguro que amanecería un día precioso y razón no le ha
faltado. ¿Se encuentra bien? Colinas bañadas por el sol surgen como pliegues
de un manto verde mientras el río corre plateado hacia el horizonte. ¿Está
escuchando lo que le estoy diciendo? Las diferentes especies animales
cumplen con sus habituales instintos y eso hace que me sienta más cercano a
ellos, más libre. Intente conectar con esta parte. Intente conectar conmigo. No
cambiaría este lugar por nada del mundo. Watson hablando con Don Quijote
como de costumbre, Tyler Durden intentando seducir a la Señora Dalloway, el
Capitán Nemo inmerso en sus experimentos, Charlot haciendo equilibrios entre
las ramas, Norman Bates compartiendo experiencias con Ricardo III…
¡Escúcheme!
Esta es la situación en casi todas las sesiones que el médico lleva a
cabo con el Hombre, excepto en un par de ocasiones en que consigue
arrancarle alguna respuesta con sentido, y que apunta rápidamente en su
cuaderno para estudiarlo más tarde en su despacho. Por lo visto, el Hombre se
ha instalado en lo alto del árbol desde donde observa el horizonte cada día
durante horas. Según él, allá arriba no le hace falta comer ni dormir, sin
embargo lo más sorprendente es que parece que no está solo. A veces, se le
puede ver hablando en voz alta refiriéndose a un tal Caulfield, Renton o
Samsa, entre otros. El primer médico enseguida lo cataloga de esquizofrénico,
sin embargo el experto del D.E.I. sabe que nada tiene que ver con esa
enfermedad. En un caso tan extraño como el del paciente del módulo 17, nada
puede ser tan común y evidente. No obstante, los dos compañeros saben que
el Hombre ahora vive en la frágil línea que separa la realidad de la ficción y, en
cierta forma, ha dejado de existir. Existencialmente muerto, pensó alguna vez
el segundo médico. Cierto es que sigue respirando, que sigue “volviendo” a la
habitación para comer algo, sin embargo, el diagnóstico definitivo es que el
Hombre ya no pertenece a este mundo. El sentimiento de perder a un paciente
es lo más parecido a perder un hijo, y el médico sabe que su paciente se
esfuma irremediablemente poco a poco. Solo es cuestión de tiempo que la
mirada del Hombre comience a apagarse hasta que su esencia se pierda en
algún lugar desconocido.
Las visiones han desaparecido y me siento más ligero que de
costumbre. Es agradable, pero siento una extraña tristeza. Cada día aquí es
mejor que el anterior. Huckleberry Finn y Tom Sawyer han ido hoy a bañarse al
río con el Doctor Jeckyll, que me ha asegurado que les echaría un ojo mientras
recogía algunas plantas especiales para su laboratorio. Henri Chinaski ha
vuelto a decir que ha visto a gente en otros árboles y la verdad es que, si no
fuese todo el día con una cerveza en la mano, la gente no dudaría tanto de su
palabra. De todas formas, Henri puede que sea muchas cosas, pero no es un
mentiroso.
Es la segunda noche que Berenice se queda conmigo mirando la luna
mientras nos contamos historias de fantasmas. Ella me contó una historia
terrorífica sobre el espíritu de una mujer que aparece y desaparece y yo le
expliqué la extraña sensación que había tenido esa misma tarde durante el
ocaso. A veces pienso en decirle muchas cosas, pero creo que primero las
escribiré en un papel y, cuando tenga el valor suficiente, me aprenderé de
memoria lo que haya escrito y se lo diré.
El médico corre por el largo pasillo que conecta la zona de cuarentena
con la cabina de seguridad y le grita a la enfermera que dónde está el paciente
del módulo 17. Esa señora de pelo corto y ojos diminutos se limita a lanzar un
sonido de interrogación. Entonces, el médico da la orden al agente de
seguridad de conectar la alarma de infectados y buscar inmediatamente al
paciente por todo el edificio. ¿Dónde puede estar?, se pregunta una y otra vez
mientras recuerda el momento en el que ha mirado por la pequeña ventana de
la puerta sin hallar rastro alguno del Hombre.
La enfermera abre las tres cerraduras y el médico entra
apresuradamente esperando encontrar a su paciente acurrucado en un rincón,
pero no es así. El habitáculo es un caótico amasijo de libros, películas y discos
dispersados por todas partes en el que falta la pieza esencial: el paciente.
La pobre enfermera se lleva una nueva bronca de la que el médico no consigue
sonsacar ninguna información útil. El agente de seguridad llega justo cuando la
enfermera abandona la habitación con lágrimas en los ojos para comunicar que
no ha encontrado al paciente ni dentro ni en los alrededores del hospital.
Entonces, el médico le ruega que cierre la puerta y que le deje unos minutos a
solas.
En el módulo 17 todo es silencio y confusión.
El Hombre no puede haber salido tranquilamente por la puerta hasta llegar a la
calle. No habría podido andar ni cincuenta metros, se habría desplomado
mucho antes. Tampoco puede haber salido por el respiradero, es demasiado
estrecho. Entonces, ¿qué ha ocurrido?, suplica de rodillas la mente del médico.
Es el mejor caso clínico que ha desarrollado en toda su carrera y ahora ha
llegado a su fin sin haber encontrado una causa concreta a la extraña infección.
Si hubiese tenido más tiempo, habría podido profundizar más en la mente de
su paciente, habría podido desentrañar la incógnita de su mente, habría
podido, quizás, subir con él a la copa del árbol. Sin embargo, todo lo que le
quedaba era una investigación talada de forma prematura y una habitación
desastrosa. Esta ha sido la salvación de un hombre, piensa mientras coge un
libro del suelo. El arte como salvación, como única esperanza para un mundo
enfermo lleno de heridas, dice en voz alta. Abre el libro por la mitad y entonces
descubre asombrado que las páginas están en blanco. Pasa a las siguientes
páginas y confirma que todas están igual. No hay palabras. No hay historias.
De pronto, una idea irracional cruza por su cabeza y comprueba rápidamente
libros, películas, discos y cuadros. Los discos y las películas han desaparecido,
solo quedan sus cajas vacías. Algunos cuadros están difuminados y a otros
directamente les faltan figuras que formaban parte de la pintura. Termina de
revisar los últimos libros y finalmente comienza a comprender. Su mente
científica no se lo perdonará jamás, pero ahora cree firmemente en la hipótesis
de que el Hombre no ha escapado inexplicablemente, sino que su cuerpo y su
mente por fin se han diluido en el tiempo y en el aire llevándose consigo todos
los relatos, cuentos e historias que se hallaban en el habitáculo. El médico no
puede evitar esbozar una sonrisa que se congela inmediatamente cuando
descubre un dibujo hecho en la parte de atrás de la puerta. Él había intentado
hacerlo en su cuaderno de notas un millón de veces, pero sin duda el que
ahora contempla es el más bonito que jamás ha imaginado. Un árbol enorme
de tronco robusto e infinitas ramas en las que habitan cada uno de los
personajes de las historias que el Hombre ha leído, visto en películas, o incluso
imaginado mientras escuchaba alguna sinfonía. Un árbol que se alimenta de
imaginación y que sostiene en lo alto a un hombre libre.
-------
Esa misma noche, el médico sueña que se encuentra con su paciente en
un páramo enorme, verde radiante y eterno como un reloj parado. Hablan de
todo lo que ha ocurrido, de que el Hombre se ha esfumado de pronto y del
dibujo de la puerta. El Hombre le enseña su árbol y le presenta a Oliver Twist y
al Doctor Caligari, pero, de pronto, comienza a escuchar unos extraños gritos
que dicen su nombre. Súbitamente, el médico despierta y encuentra a su mujer
absolutamente desolada hablando por teléfono con el hospital. Dice que ha
sido de repente, que no sabe qué hacer, que su marido ha perdido el
conocimiento.

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  • 2. Un puñetazo de sol entra por la ventana y el Hombre vuelve a la realidad. Se levanta y siente el frío del suelo en las plantas de los pies. Un ligero escalofrío recorre su espalda. Entra en el baño, mea, se rasca la cabeza, se lava la cara, bosteza una vez más y finalmente lanza un violento estornudo contra el espejo. Todo son diminutas gotitas que deforman su imagen creando una versión borrosa de sí mismo. El Hombre piensa en Lewis Carroll, toca el espejo con la punta del dedo y después se siente un poco estúpido. Dos estornudos más. El Hombre piensa en llamar al trabajo exagerando los síntomas y así tomarse el día libre para ir al cine o leer un buen libro, pero entonces recuerda que esa misma mañana tiene una reunión muy importante en la que debe hacer una exposición y, sinceramente, prefiere un paquete de pañuelos antes que una mala cara de su jefe. El Hombre no es una persona muy extrovertida, prefiere pasar desapercibido, no llamar demasiado la atención de los demás, sin embargo aquella mañana en el trayecto en autobús hacía la oficina, se gana el Oscar al Mejor Protagonista. Estornudos y más estornudos seguidos de una tos ronca. Pañuelos y más pañuelos empapados una y otra vez. Las miradas de los pasajeros se centran en ese extraño pasajero que da la sensación de estar poseído más que de tener un simple resfriado. Las madres apartan a sus hijos del “señor enfermo” mientras las señoras más mayores comentan entre ellas cuál es el mejor remedio casero para esa tos tan seca. “Miel con limón” va ganando.
  • 3. El autobús llega a la parada, el Hombre baja apresuradamente no sin antes dejar un estornudo de recuerdo, y corre hacia el enorme edificio negro que aglutina innumerables empresas entre las cuales se encuentra su oficina. Atraviesa la puerta de cristal ignorando el saludo del portero. Entra en los lavabos y se encierra en uno de los compartimentos para sonarse la nariz con todas sus fuerzas. Finalmente, tose varias veces hasta escupir en el váter una masa informe que prefiere no mirar, y se mete un caramelo mentolado en la boca con un largo suspiro. Respira durante unos segundos saboreando el oxígeno. Sale del urinario e intenta recomponer su imagen frente al enorme espejo horizontal que recorre la pared. Parece recién escupido de un huracán. Despeinado, ojos hinchados, camisa por fuera, frente empapada en sudor, corbata torcida, pielecitas alrededor de las fosas nasales. Nadie convence a nadie con pielecitas en la nariz aunque su exposición tenga fuegos artificiales, piensa el Hombre. Sin embargo, lo que más le llama la atención es el estado de sus manos, excesivamente secas y agrietadas con unas pequeñas manchas rosadas. A los quince minutos, el Hombre no lo soporta más. El presidente ya ha hecho su típico discurso motivador y ahora está hablando el responsable del departamento de contabilidad. Sin embargo, el Hombre no ha entendido una sola palabra de lo que se ha dicho ya que, las manchas rosadas que se habían originado en sus manos, se han ido extendiendo a lo largo de los brazos produciéndole un escozor insoportable. Se rasca violentamente debajo de la mesa intentando disimular ante las miradas extrañadas de algunos compañeros, mientras estornuda a cada minuto
  • 4. interrumpiendo la exposición que está teniendo lugar. Deberían inventar el papel higiénico impermeable, piensa el Hombre secándose otra vez la nariz con un trozo de papel húmedo. De pronto, nota cómo las manchas alcanzan el pecho, las piernas y el cuello. Con cierta naturalidad, se desabrocha el botón de la camisa y se rasca la piel, ya cuarteada y enrojecida, como si hubiese dormido en un colchón plagado de pulgas. Una gota de sudor caliente y viscoso baja por su frente como señal del fuego que se ha iniciado en el bosque seco de su pecho. El responsable del departamento de contabilidad mira al Hombre con desprecio. El Hombre le sonríe y vuelve a estornudar. El virus, sea el que sea, ha escogido el mejor día para hacer su puñetera entrada triunfal. De pronto, el Hombre comienza a levantarse de su asiento, quizás el esfuerzo físico más grande que ha hecho en su vida, y se hace el silencio en la sala. Intenta decir que se marcha, pero entonces descubre que el interior de su boca está repleto de llagas que le impiden expresar el más mínimo mensaje. El escozor sigue aumentando haciendo hervir cada poro de su piel. La excesiva temperatura está a punto de dejar al Hombre en un estado de aturdimiento tan grande que el tiempo y el espacio se han empezado a enredar formando una espiral que tambalea el equilibrio de su cuerpo y nubla su vista por completo. Inflamación, asfixia, irritación, fuego, vértigo. Entonces, el jefe, con fingida preocupación, le pregunta si se encuentra bien y, antes de que el Hombre pueda negar con la cabeza, cae sobre la mesa. Pérdida de conocimiento. Nunca he respirado un aire más puro. La zona es extensa y tranquila. Grandes superficies teñidas de verde salpicadas de rojos, azules y amarillos
  • 5. que dotan de vivacidad al paisaje. La luz que pasa a través de los inmensos árboles es agradable. Calienta pero no quema. Escucho los típicos sonidos de la naturaleza: pájaros, chicharras, abejas, algún río fluyendo ladera abajo. Sin embargo, me llama la atención el canto de un tipo de ave que no he escuchado nunca. Un bolígrafo se desliza sobre el papel cuando el Hombre recobra la consciencia. Una luz fría y azulada penetra en sus ojos como cuchillos y de pronto se activa un terrible dolor en la ceja izquierda. Un buen golpe contra la mesa, recuerda súbitamente. Se incorpora lentamente sobre la camilla dando un pequeño tirón al gotero y entonces comprende sin mucho esfuerzo que se encuentra en una consulta médica. -¿Cómo se encuentra? Pregunta el médico que hay tras la mesa. -¿Qué ha pasado? -Ha perdido el conocimiento. Sus compañeros de oficina le han traído. -Estoy mareado. Dice el Hombre frotándose los ojos. El médico se levanta y comienza a explicar las posibles causas de un desvanecimiento mientras el Hombre mira asombrado la piel de sus manos. Su piel ha vuelto a la normalidad, ya no está cuarteada e inflamada como antes del desmayo. Rápidamente, examina sus brazos también y descubre con entusiasmo que los eccemas y picores han desaparecido. Ni siquiera tiene la nariz taponada o la boca llena de llagas. Es extraño y milagroso a la vez, pero
  • 6. los continuos estornudos, el moqueo interminable, el calor insoportable y la piel en ebullición se han extinguido sin dejar huella. -¿Qué le ocurre? Pregunta el médico extrañado. - Me he curado, ya no estoy enfermo… -¿De qué se ha curado? El Hombre comienza a relatar las circunstancias que ha sufrido esa misma mañana con todo detalle y, mientras el médico escucha con sumo interés, busca en el cuerpo del paciente alguna evidencia de lo que le está contando sin hallar marca alguna. Finalmente, el médico confiesa al Hombre que se siente algo desconcertado por su historia, ya que al entrar en la consulta no presentaba ninguno de los tipos de reacción alérgica que acababa de describir, incluso le habían tomado la temperatura en dos ocasiones descartando definitivamente la posibilidad de fiebre. -¿Me han dado algún medicamento? Dice el Hombre rascándose un pequeño sarpullido que se le acababa de formar en la nuca. -No le hemos administrado ningún medicamento dado que no había motivo para hacerlo. Usted ha entrado aquí inconsciente, todavía no sé por qué, sin más síntomas que ese hasta que de pronto ha despertado. Ante esta explicación, la mirada desconcertada del Hombre se pierde en un punto fijo donde espera con ansiedad un atisbo de lógica. Sin embargo, un ardiente picor comienza a cubrir su cuello y parte de la cara sacándole de su ensimismamiento, a la vez que un corrosivo quemazón invade sus piernas,
  • 7. brazos y espalda. Pronto se inicia en toda la extensión de la epidermis un rápido asedio protagonizado por llagas y pústulas hasta culminar en tres atronadores estornudos empapados de sanguinolenta mucosidad. Rostro desencajado y lágrimas de dolor. El médico le mira horrorizado mientras los gritos del Hombre penetran en su cabeza enredándose con la espeluznante imagen que está presenciando: un paciente casi en carne viva avanzando hacia él, pidiendo ayuda cubierto de heridas, sangre y saliva que, de repente, cae al suelo como un trapo. Tierra húmeda entre los dedos de los pies. No sé por qué, pero estoy descalzo, tampoco me importa. El canto del extraño pájaro parece haber encontrado una melodía que me resulta conocida o al menos mis oídos no la sienten extraña. La suave brisa que se filtra a través de los infinitos pasillos que crean los troncos, lleva el trino de un lado a otro hasta que finalmente descubro que el animal cantor se encuentra en lo alto del árbol que tengo detrás. El Hombre despierta sobresaltado en una habitación absolutamente oscura. Únicamente, un débil haz de luz que proviene de una pequeña ventana situada en la puerta, atraviesa la oscuridad como una daga aunque no es suficiente para adivinar la longitud del habitáculo. El Hombre se acerca rápidamente a la luz e inspecciona sus manos y sus brazos siendo testigo de que nuevamente la enfermedad ha desaparecido y de que se halla completamente desnudo. En ese momento, dos cabezas aparecen en la diminuta ventana mostrando un gran interés e inquietud por el cuerpo del Hombre e inmediatamente el extraño paciente corre a ocultarse en la
  • 8. oscuridad. De pronto, un chasquido suena en el interior de la fría habitación accionando los fluorescentes dejando al Hombre totalmente al descubierto. Después, un zumbido eléctrico da paso a la voz del médico a través de un altavoz situado en alguna pared. -No se asuste. Soy el médico que le ha atendido hace unas horas y él es un compañero del D.E.I., Departamento de Enfermedades Infecciosas, que ha venido a ayudarme. -Pero, ¿qué ocurre? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué estoy desnudo? -Sé que ahora se siente confuso, pero era necesario aislarle e iniciar con usted un protocolo de cuarentena. No sabemos si su afección puede ser contagiosa, solo sabemos que cuando cae inconsciente los síntomas desaparecen, y por eso un equipo especializado le ha quitado la ropa, para poder tener una visión completa de toda su piel en todo momento y poder realizar todas las pruebas pertinentes. Le aseguro que únicamente nosotros le observaremos durante todo el proceso. El Hombre parece haber comprendido las palabras del médico, pues su silencio así lo demuestra, sin embargo, sus ojos y su respiración dicen otra cosa. La estancia es más grande de lo que parecía en un principio. Tan grande como vacía. Solo hay una cama en una esquina con dos mantas a los pies y un retrete. La luz blanquecina que irradian los tubos del techo agravaba la sensación de frío y da un aspecto artificial al entorno. El Hombre recuerda su habitación, y sus zapatillas de estar por casa, y sus abrigos, y su pijama, y sus calcetines, y su cama, y apuesta todas esas mismas cosas a que no va a volver a verlas jamás. Apuesta que moriría desnudo y escamado en ese
  • 9. congelador. De pronto, la rabia y la humillación se apoderan de él y se lanza contra la puerta como una fiera contra la alambrada exigiendo su libertad. Manotazos, insultos y saliva verde explotando contra el cristal hacen retroceder a los médicos. La cara del Hombre, cubierta ya de una costra rojiza, alberga los ojos más asustados que han visto en su vida y que al final acaban estallando en lágrimas de súplica y desesperación. Los picores aparecen de nuevo y la temperatura comienza a subir imparable mientras el extraño paciente llora de forma inconsolable. En ese momento, el experto en enfermedades infecciosas, una persona enjuta y huesuda de voz grave, le pide que relate lo que está empezando a ver, pero el Hombre se encuentra prácticamente en shock. -¡De momento, la única cura solo se encuentra en aquello que experimenta cuando está en coma, ya que, por alguna razón, en ese momento desaparece la enfermedad! ¡Rápido! ¡Díganos lo que está viendo! Espeta el médico del D.E.I. -¡Estoy en medio de un páramo! Dice por fin el Hombre retorciéndose de dolor. -¿¡Un páramo!? ¿¡Dónde!? -¡No lo sé! -¡Descríbalo! ¡Necesitamos toda la información posible! Sin embargo, el cuerpo del Hombre cubierto de bambollas, se desploma ante los ojos asombrados de los médicos antes de que pueda explicar su extraño sueño. Llegar a la primera rama ha sido difícil. Creo que me he hecho una herida en la frente al rozar contra la corteza mientras subía. Estoy cansado,
  • 10. pero ha merecido la pena porque desde aquí las vistas son increíbles. El prado se extiende mucho más de lo que me había parecido desde abajo debido a la frondosidad que me rodea, sin embargo ahora sé que existe una llanura verde que parece no tener fin y que invita a correr y rebozarse por la hierba. El trino vuelve a aparecer. Me levanto haciendo equilibrio sobre la rama y continúo subiendo. Me pregunto cómo volveré a bajar cuando llegue arriba del todo, aunque quizá no pueda volver a bajar nunca. La enfermedad es metódica: comienza con algunos estornudos que multiplican la cantidad de mucosas. Un ligero picor se inicia en cuello, brazos y piernas extendiéndose a todo el cuerpo hasta convertirse en eccemas descamados que inflaman y cuartean el cien por cien de la piel. Finalmente, una fiebre repentina y excesiva bloquea la mente del paciente hasta que entra en estado comatoso. Diez minutos. Es en este punto cuando todos los síntomas comienzan a desaparecer lentamente hasta que el cuerpo vuelve a la normalidad y el enfermo despierta para volver a sufrir nuevamente todo el proceso de la extraña alergia. Durante semanas esta es la vida que el Hombre conoce en su habitáculo de veinte metros cuadrados al que ya se ha acostumbrado. Despertar una y otra vez de una visión en la que trepa un árbol simplemente por el deseo incontenible de ver qué hay arriba del todo, comer algo mientras les explica sus experiencias a los médicos y volver a sumergirse en una turbulenta neblina que le transporta al mejor lugar en el que ha estado jamás. Últimamente, el Hombre piensa que, aunque el viaje es doloroso, prefiere pasar el mayor número de horas que pueda entre las ramas, que en la fría habitación.
  • 11. Un día, nada más recuperar el conocimiento, el médico de la voz grave que está esperando tras la puerta, le propone un par de experimentos. El Hombre se sienta en una esquina y obedece a las indicaciones: cerrar los ojos y escuchar. Enseguida percibe sonidos del médico al otro lado. Algunos pasos, una tos seca, (seguramente fuma) y unos pequeños sonidos electrónicos. Mientras tanto, allí sentado, con la mirada vuelta hacia sí mismo, comienza a escuchar su respiración. Lenta, pausada, amplia, viva. Entonces, recuerda un artículo que leyó hace unos meses en el que explicaban la existencia de unas cabinas herméticas absolutamente insonorizadas donde se hacían pruebas para ver cuánto tiempo aguantaba la gente allí dentro. Por lo visto, el cerebro humano está acostumbrado a recibir sonidos continuamente, así que, en ese lugar donde todo está totalmente en silencio, erradicado cualquier tipo de sonido, el cerebro comienza una búsqueda desesperada hasta encontrar el único ruido posible: uno mismo. El latido del corazón, el crujir de los huesos, el rugido del estómago, la respiración. De este modo, el cerebro entra en un bucle del que no puede escapar y al final la persona encerrada en aquella sala se vuelve loca. ¿Me está ocurriendo a mí lo mismo?, piensa el Hombre. Esta alergia inclasificable, el sueño del árbol, este habitáculo. ¿Me he quedado encerrado dentro de mí mismo y todo esto es consecuencia de la locura? En ese momento, la respiración pasa a un segundo plano y los primeros acordes realizados por varios violines inundan la habitación. Hacía mucho tiempo que no escuchaba música e inmediatamente su piel se estremece. El Hombre pregunta cuál es el nombre de la obra y el médico le dice que se trata de “La
  • 12. Danza Macabra” de Saint Saëns, pero que ahora debe concentrarse en la música y dejarse llevar. Violines, violas, cellos e instrumentos de viento se deslizan y entremezclan. Percusión de fondo, pero muy presente. De pronto, entran las trompetas y los trombones dando una personalidad majestuosa al conjunto. Un vals siniestro, pero precioso, piensa el Hombre. Ojalá hubiese nacido doscientos años atrás para poder bailar esta pieza con alguna dama en un enorme salón. Eso está bien, me gusta. El salón principal de un castillo donde cientos de parejas giran y giran con la música sobre sí mismas alrededor de toda la estancia. Ella me mira a través de su máscara veneciana. Sí, todos llevamos máscaras y capas y espadas, y los carruajes nos aguardan en la parte de atrás. Todo es oscuro y hermoso a la vez, como en aquel relato de Edgar Allan Poe. No recuerdo el título. Creo que acaba de entrar en el salón Vincent Price. No te distraigas. Concéntrate en la dama que hay entre tus brazos y solo gira y baila. Gira y baila. Gira y baila… De pronto, una pequeña exclamación del médico desconecta al Hombre del palacio, el salón y la dama enmascarada. - ¿Qué ocurre? Pregunta el Hombre abriendo los ojos. - Nada. No se preocupe. Vamos a pasar al segundo experimento. Coja lo que le he dejado en la bandeja de la comida, por favor. Dice el médico mientras termina de hacer unas anotaciones en su cuaderno y apaga la música. El Hombre abre el compartimento donde suelen dejarle las cuatro comidas del día y encuentra un libro. Lo coge entre sus manos y siente su peso, su tacto y su olor mientras se sienta en medio del habitáculo. Parece una
  • 13. recopilación de relatos de misterio con pinta de haber pasado por muchas manos, pues sus hojas están amarillentas y tienen algunas marcas. El autor no le suena de nada, sin embargo, el título, acompañado de una ilustración muy trabajada en la que se ve a un hombre con múltiples cabezas, es sugerente e invita a la lectura. -Por favor, no lo miré. Ordena el médico. -Antes, música. Ahora, un libro. ¿Estos son los tipos de antídotos que receta a sus pacientes? Dice con ironía el hombre rascándose la cabeza. -Únicamente es una prueba experimental, ya se lo he dicho antes. -¿Pero qué espera de este experimento? -Todavía no se lo puedo decir. Pero si esta parte sale bien podré darle un diagnóstico aproximado. Al Hombre todo aquello le empieza a parecer una tomadura de pelo. Si quiere hacer experimentos que se los haga a sí mismo y que a él le deje en paz con su maldita alergia o lo que quiera que sea. Sin embargo, la curiosidad le obliga a asentir sumisamente y a poner toda su atención en la grave voz que surge de los altavoces. La primera indicación es simplemente sostener el libro entre las manos, mirar a la pared y esperar. Durante unos minutos, los ojos del médico examinan con minuciosidad el cuerpo desnudo del Hombre para realizar una descripción detallada en su cuaderno de la agresiva transformación que está a punto de iniciarse.
  • 14. Estornudo. Respingo. Tos ronca. Picor en nuca y brazos. Estornudo. Manchas rojas en las manos. Frío. Estornudo. Respingo. Estornudo. Picor en las piernas y escozor en el pecho. Estornudo. Rascar, rascar, rascar. Picor en hombros y cuello. Rascar. Frío. Piel roja cuarteada. Estornudo. Calor. Latido en los pies, en la cabeza. Escozor en espalda. Estornudo. Estornudo. Estornudo. Calor. Más calor. Eccemas. Rascar. Dolor. Calor. Escozor. Respingo. Estornudo. Mareo. Eccemas. Rascar. Dolor. Calor. Escozor. Respingo. Estornudo. Confusión. Calor, calor, calor… -¡Rápido! ¡Lea! ¡LEA! Grita el médico. El Hombre, haciendo uso de sus últimas fuerzas, coge el libro y lo abre por una página cualquiera. Intenta leer, pero con la visión nublada y una fiebre que le encoge por momentos, es imposible. Las letras se mezclan en su cabeza unas con otras, los párrafos son enormes bloques de tinta impresa y el tacto de las hojas en las yemas de los dedos le provoca un dolor insoportable que le llega hasta la punta de la coronilla. -¡Haga un esfuerzo! ¡Concéntrese en la lectura! ¡Déjese llevar por la historia! Vuelve a ordenar el médico. De repente, unas cuantas palabras cobran sentido y le sugieren una imagen que se incrusta en su cabeza desdoblándose rápidamente en más imágenes. Pasa a la siguiente línea y el autor, con las primeras palabras, consigue que el Hombre abandone la fría estancia llevándole hasta una ciudad laberíntica y adoquinada donde un intrépido detective persigue a un peligroso asesino por encima de los tejados grises y deformados. Sonidos de motores acelerados hostigándole. Disparos de los secuaces rebotando en sus oídos. La
  • 15. lluvia comienza a caer con fuerza y los tejados se convierten en traicioneras cascadas. El asesino resbala, pero consigue agarrarse a una tubería. El detective le alcanza, saca su pistola y le apunta mientras le recuerda todos los años que va a pasar en la cárcel. De pronto, un disparo de un francotirador escondido en los tejados de enfrente, alcanza al detective en el hombro y éste cae al vacío sobre un montón de basura. Una mujer llora en una habitación verde. Algunas fotos en blanco y negro en la pared recuerdan una vida tranquila y familiar. El teléfono suena y la mujer contesta apresuradamente. La voz al otro lado dice: “¡Escúcheme! ¡Deje de leer! ¡El experimento funciona!”. Inmediatamente, el Hombre vuelve a la habitación un tanto confundido, ya que la voz que cree estar escuchando a través del teléfono no es otra que la del médico hablándole por el altavoz con gran entusiasmo. -¡Funciona! ¡Sabía que era posible! -¿Qué es lo que funciona? Pregunta el Hombre desconcertado. -¡Mírese las manos! El Hombre observa sus dedos con atención. Después sus brazos, el pecho, las piernas, los pies. En ninguna de esas partes hay rastro alguno de los síntomas que hace un momento le estaban devorando. Sin embargo, sigue despierto, no se ha desmayado ni está soñando, no trepa un enorme árbol. El Hombre mira al médico desconcertado. -Acabo de descubrir cómo funciona su extraña enfermedad. –dice el médico- Cuando usted come, habla con nosotros, mira las paredes de esta habitación, orina, se muerde las uñas, hace la cama, habla consigo mismo y todas las cosas que tienen que ver con lo que hay a nuestro alrededor, su cuerpo
  • 16. reacciona de forma violenta como bien conoce. Sin embargo, cuando cae inconsciente a causa de esas reacciones, cuando sueña mientras duerme, cuando escucha música o cuando lee un libro, la enfermedad desaparece. -¿Y eso qué quiere decir? -Quiere decir que la clave de todo es su imaginación. Su mente no reconoce como realidad aquello que toca, huele o saborea, ni siquiera el hecho consciente de sentirse aquí ahora mismo. Para su cerebro, la verdadera realidad es todo aquello que fabrica su imaginación, por eso cuando está despierto y no utiliza la fantasía, se produce un error en su sistema y su cuerpo reacciona de esa forma tan terrible como mecanismo de defensa. Su imaginación es la cura de su enfermedad. -¿Me está diciendo que tengo alergia a la realidad? Pregunta el Hombre después de un estornudo. -No sabría decirle si eso puede ser posible, pero si tuviese que dar un diagnóstico, seguramente sería ese. Luz, oxígeno, agua, tiempo, frío, sonidos, formas, objetos, rojo, sólido, salado, olores, duro, graves, azul, distancias, calor, áspero, amargo, hambre, líquido, suave, agudos, ácido, bello, estático, blando, comunicación, sueño, gas, sexo, verde, respiración, dulce, liso, oscuro, aire, feo, gravedad, movimiento, silencio, arrugado, sociedad. Ahora todo a su alrededor le resulta amenazador. Desde la luz blanquecina que le ciega, hasta el frío que siente en las plantas de sus pies. El aire que respira mezclado con los olores que provienen de las tuberías, los sabores de la cena de la noche anterior o cualquier sonido que perciban sus oídos, incluso el latido de su propio corazón. Se siente como un feto recién
  • 17. nacido enfrentándose al infinito. Un ser desnudo y frágil frente al monstruo que todo lo abarca, que todo lo contiene y todo lo ocupa. ¿Cómo vencer a un enemigo que te rodea continuamente? ¿Cómo te escondes de alguien a quien necesitas para seguir viviendo? -¡Ayúdeme, por favor! ¡Sáqueme de aquí! Grita el Hombre aterrorizado mientras golpea la puerta. -¡No puedo hacer eso! ¡No sabemos si es contagioso! -¡No lo soporto más! -¡Debe aguantar! -¡No voy a poder! ¡Máteme! ¡Esa es la verdadera cura! -¡No diga eso! ¡Encontraremos la forma de que pueda hacer una vida normal! El Hombre se derrumba en un llanto desolador mientras su alergia comienza a cubrir toda su piel. -¡Coja el libro y déjese llevar por la historia! ¡Volveré lo antes posible! El médico echa a correr a través del largo pasillo donde los gritos del paciente rebotan durante unos instantes hasta que, repentinamente, se apagan. Sin darme cuenta se ha hecho de noche, pero extrañamente no hace frío. Me atrevería a decir que las estrellas se están esforzando en calentar este inesperado lugar, este espacio situado en alguna parte que no alcanzo a comprender y que cada vez siento más lógico y real. No sé por qué tengo recuerdos de sitios oscuros y fríos, pero ahora no quiero pensar en eso, solo quiero dormirme mientras observo La Luna allá arriba, en lo más alto, blanca, pura, enorme y redonda cubriéndolo todo. Mañana continuaré mi viaje ascendente cuando el trino vuelva a sonar de nuevo.
  • 18. A la mañana siguiente, el Hombre despierta bien arropado, con un pijama nuevo y calcetines de algodón. Qué bien sienta volver a estar en casa otra vez. Disfrutar del sol entrando suavemente por la ventana, darse una ducha con geles perfumados, tomar un buen café con un pedazo de bizcocho de chocolate mientras escuchas las noticias en la radio, lavarse los dientes con pasta “anti-caries aliento clorofila”, sentir el tacto de un buen traje de marca y finalmente salir de casa dando comienzo a un buen día de trabajo. Sin embargo, la realidad es otra ya que el Hombre continua estando en el mismo habitáculo frío de veinte metros cuadrados con fluorescentes en el techo. No obstante, algo ha cambiado allí dentro. Decenas de cuadros de todas las formas y tamaños, corrientes artísticas y técnicas pictóricas están repartidos por todo el espacio. Un televisor enorme con un reproductor DVD junto con una colección increíble de películas que abarca desde joyas del cine mudo hasta las últimas superproducciones plagadas de efectos especiales. Estanterías llenas de discos de música donde poder escoger entre una ópera de Mozart o un concierto de The Doors pasando por grabaciones inéditas de John Coltrane o las primeras partituras de Danny Elfman. Libros y más libros. Columnas inmensas que surgen del suelo y casi llegan al techo donde se mezclan las palabras de Shakespeare, Allan Poe, Bukowski, Verne, Bolaño, Kafka, Conan Doyle, Huxley o Chejov. Después de vagar tanto tiempo por un desierto áspero y asfixiante, por fin ha encontrado un lugar donde poder respirar y sentirse seguro ante un mal que no pretende detenerse jamás. Lo único que debe hacer es pasar el mayor tiempo posible desconectado de la realidad y aferrarse con todas sus fuerzas a ese lugar
  • 19. donde habitan las historias que imaginamos. Historias que surgen de la más diminuta semilla atravesando la tierra en dirección al cielo hasta convertirse en enormes árboles que, con sus infinitas ramificaciones, son capaces de llegar a cualquier lugar. Amanecer, día, atardecer y noche, son conceptos que el Hombre ya no comprende. Su concepción del tiempo comienza a deformarse hasta llegar a concluir en su mente que un día puede pasar en un chasquear de dedos o, por el contrario, que el chasquido puede durar veinticuatro horas. Pronto se acostumbra a su nueva condición de consumidor compulsivo de cultura. A los pocos días ya es capaz de solapar la lectura de “Hamlet” con la visión de “Brazil”, o la contemplación de “El Grito” de Munch durante horas hasta despedir el día escuchando “Una Noche en el Monte Pelado” de Mussorgsky. Solo de esta forma es posible mantener dormida a la bestia que habita bajo su piel. Se puede decir que el experto del D.E.I. ha encontrado una cura definitiva, sin embargo la consecuencia inmediata al remedio es el derribo total del muro que hay entre realidad y ficción dificultando cada vez más la comunicación entre el paciente del módulo 17 y el médico. Después de aquella noche no volví a escuchar el trino nunca más. Dorian Grey dice que seguramente haya emigrado o haya anidado en otro árbol de este lugar. Buenos días, ¿cómo se encuentra? Sin embargo, en los últimos días he continuado ascendiendo, rama a rama, hasta llegar a lo más alto de la copa. Está más delgado. Debe intentar volver aquí de vez en cuando para comer en condiciones, si no podría caer enfermo. Berenice me dijo
  • 20. anoche que hoy seguro que amanecería un día precioso y razón no le ha faltado. ¿Se encuentra bien? Colinas bañadas por el sol surgen como pliegues de un manto verde mientras el río corre plateado hacia el horizonte. ¿Está escuchando lo que le estoy diciendo? Las diferentes especies animales cumplen con sus habituales instintos y eso hace que me sienta más cercano a ellos, más libre. Intente conectar con esta parte. Intente conectar conmigo. No cambiaría este lugar por nada del mundo. Watson hablando con Don Quijote como de costumbre, Tyler Durden intentando seducir a la Señora Dalloway, el Capitán Nemo inmerso en sus experimentos, Charlot haciendo equilibrios entre las ramas, Norman Bates compartiendo experiencias con Ricardo III… ¡Escúcheme! Esta es la situación en casi todas las sesiones que el médico lleva a cabo con el Hombre, excepto en un par de ocasiones en que consigue arrancarle alguna respuesta con sentido, y que apunta rápidamente en su cuaderno para estudiarlo más tarde en su despacho. Por lo visto, el Hombre se ha instalado en lo alto del árbol desde donde observa el horizonte cada día durante horas. Según él, allá arriba no le hace falta comer ni dormir, sin embargo lo más sorprendente es que parece que no está solo. A veces, se le puede ver hablando en voz alta refiriéndose a un tal Caulfield, Renton o Samsa, entre otros. El primer médico enseguida lo cataloga de esquizofrénico, sin embargo el experto del D.E.I. sabe que nada tiene que ver con esa enfermedad. En un caso tan extraño como el del paciente del módulo 17, nada puede ser tan común y evidente. No obstante, los dos compañeros saben que el Hombre ahora vive en la frágil línea que separa la realidad de la ficción y, en
  • 21. cierta forma, ha dejado de existir. Existencialmente muerto, pensó alguna vez el segundo médico. Cierto es que sigue respirando, que sigue “volviendo” a la habitación para comer algo, sin embargo, el diagnóstico definitivo es que el Hombre ya no pertenece a este mundo. El sentimiento de perder a un paciente es lo más parecido a perder un hijo, y el médico sabe que su paciente se esfuma irremediablemente poco a poco. Solo es cuestión de tiempo que la mirada del Hombre comience a apagarse hasta que su esencia se pierda en algún lugar desconocido. Las visiones han desaparecido y me siento más ligero que de costumbre. Es agradable, pero siento una extraña tristeza. Cada día aquí es mejor que el anterior. Huckleberry Finn y Tom Sawyer han ido hoy a bañarse al río con el Doctor Jeckyll, que me ha asegurado que les echaría un ojo mientras recogía algunas plantas especiales para su laboratorio. Henri Chinaski ha vuelto a decir que ha visto a gente en otros árboles y la verdad es que, si no fuese todo el día con una cerveza en la mano, la gente no dudaría tanto de su palabra. De todas formas, Henri puede que sea muchas cosas, pero no es un mentiroso. Es la segunda noche que Berenice se queda conmigo mirando la luna mientras nos contamos historias de fantasmas. Ella me contó una historia terrorífica sobre el espíritu de una mujer que aparece y desaparece y yo le expliqué la extraña sensación que había tenido esa misma tarde durante el ocaso. A veces pienso en decirle muchas cosas, pero creo que primero las escribiré en un papel y, cuando tenga el valor suficiente, me aprenderé de memoria lo que haya escrito y se lo diré.
  • 22. El médico corre por el largo pasillo que conecta la zona de cuarentena con la cabina de seguridad y le grita a la enfermera que dónde está el paciente del módulo 17. Esa señora de pelo corto y ojos diminutos se limita a lanzar un sonido de interrogación. Entonces, el médico da la orden al agente de seguridad de conectar la alarma de infectados y buscar inmediatamente al paciente por todo el edificio. ¿Dónde puede estar?, se pregunta una y otra vez mientras recuerda el momento en el que ha mirado por la pequeña ventana de la puerta sin hallar rastro alguno del Hombre. La enfermera abre las tres cerraduras y el médico entra apresuradamente esperando encontrar a su paciente acurrucado en un rincón, pero no es así. El habitáculo es un caótico amasijo de libros, películas y discos dispersados por todas partes en el que falta la pieza esencial: el paciente. La pobre enfermera se lleva una nueva bronca de la que el médico no consigue sonsacar ninguna información útil. El agente de seguridad llega justo cuando la enfermera abandona la habitación con lágrimas en los ojos para comunicar que no ha encontrado al paciente ni dentro ni en los alrededores del hospital. Entonces, el médico le ruega que cierre la puerta y que le deje unos minutos a solas. En el módulo 17 todo es silencio y confusión. El Hombre no puede haber salido tranquilamente por la puerta hasta llegar a la calle. No habría podido andar ni cincuenta metros, se habría desplomado mucho antes. Tampoco puede haber salido por el respiradero, es demasiado estrecho. Entonces, ¿qué ha ocurrido?, suplica de rodillas la mente del médico.
  • 23. Es el mejor caso clínico que ha desarrollado en toda su carrera y ahora ha llegado a su fin sin haber encontrado una causa concreta a la extraña infección. Si hubiese tenido más tiempo, habría podido profundizar más en la mente de su paciente, habría podido desentrañar la incógnita de su mente, habría podido, quizás, subir con él a la copa del árbol. Sin embargo, todo lo que le quedaba era una investigación talada de forma prematura y una habitación desastrosa. Esta ha sido la salvación de un hombre, piensa mientras coge un libro del suelo. El arte como salvación, como única esperanza para un mundo enfermo lleno de heridas, dice en voz alta. Abre el libro por la mitad y entonces descubre asombrado que las páginas están en blanco. Pasa a las siguientes páginas y confirma que todas están igual. No hay palabras. No hay historias. De pronto, una idea irracional cruza por su cabeza y comprueba rápidamente libros, películas, discos y cuadros. Los discos y las películas han desaparecido, solo quedan sus cajas vacías. Algunos cuadros están difuminados y a otros directamente les faltan figuras que formaban parte de la pintura. Termina de revisar los últimos libros y finalmente comienza a comprender. Su mente científica no se lo perdonará jamás, pero ahora cree firmemente en la hipótesis de que el Hombre no ha escapado inexplicablemente, sino que su cuerpo y su mente por fin se han diluido en el tiempo y en el aire llevándose consigo todos los relatos, cuentos e historias que se hallaban en el habitáculo. El médico no puede evitar esbozar una sonrisa que se congela inmediatamente cuando descubre un dibujo hecho en la parte de atrás de la puerta. Él había intentado hacerlo en su cuaderno de notas un millón de veces, pero sin duda el que ahora contempla es el más bonito que jamás ha imaginado. Un árbol enorme de tronco robusto e infinitas ramas en las que habitan cada uno de los
  • 24. personajes de las historias que el Hombre ha leído, visto en películas, o incluso imaginado mientras escuchaba alguna sinfonía. Un árbol que se alimenta de imaginación y que sostiene en lo alto a un hombre libre. ------- Esa misma noche, el médico sueña que se encuentra con su paciente en un páramo enorme, verde radiante y eterno como un reloj parado. Hablan de todo lo que ha ocurrido, de que el Hombre se ha esfumado de pronto y del dibujo de la puerta. El Hombre le enseña su árbol y le presenta a Oliver Twist y al Doctor Caligari, pero, de pronto, comienza a escuchar unos extraños gritos que dicen su nombre. Súbitamente, el médico despierta y encuentra a su mujer absolutamente desolada hablando por teléfono con el hospital. Dice que ha sido de repente, que no sabe qué hacer, que su marido ha perdido el conocimiento.