Este documento describe el origen y los primeros años de la Orden de los Caballeros Templarios. Se formó a finales del siglo XI para proteger a los peregrinos cristianos que viajaban a Tierra Santa. Los templarios vivían como monjes guerreros y tomaron un voto de pobreza y castidad. Ayudaron a defender el recién establecido Reino de Jerusalén de los ataques musulmanes.
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ORDEN DE LOS POBRES
SOLDADOS DE CRISTO
Los Caballeros Templarios
“NON NOBIS DOMINE, NON NOBIS.
SED NOMINI TUO DA GLORIAM”
Con este lema, damos comienzo a
la historia de una de las Órdenes
militar y religiosa más importante
y temida de la cristiandad: La
Orden De Los Caballeros Templarios.
INTRODUCCION
Los “Santos Lugares”, tan ignorados por algunos y tan
venerados por otros. Enclaves, que en una etapa de nuestra
historia, fueron motivo de las batallas más cruentas, por la
cristiandad conocida:”Las Santas Cruzadas”.
Se dice que “la fe mueve montañas”, pero en esta ocasión, fue
algo o mucho más que montañas.
Corría el final del siglo XI, y el temido fin
del mundo del año mil, no había tenido
lugar. Parece que habría que esperar otro
milenio para el temido cataclismo. No
obstante, la angustia que este temido
hecho desató en todo el orden cristiano,
fortaleció el poder de la iglesia, hasta
extremos que jamás antes se habían
conocido.
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Jerusalén y Los Santos Lugares; meta para multitud de
peregrinos que querían ver con sus propios ojos y sentir bajo
sus pies, los escenarios que originaron los hechos que
cimentaban su fe. Esos peregrinajes, algunos de ellos
penitenciales, eran alentados y organizados por la Iglesia. Se
presentaba la peregrinación a Jerusalén como el clímax de la
vida espiritual de un hombre: una ruptura de los lazos que lo
ataban al mundo, con Jerusalén, la Ciudad Santa, como la
antecámara del mundo por venir. Así como el buen musulmán
estaba obligado a ir en peregrinación a La Meca al menos una
vez en su vida, del mismo modo la ambición de muchos
cristianos devotos era tocar el Santo Sepulcro antes de morir.
De hecho la actitud de
los cristianos del siglo
XI respecto a Jerusalén
y Tierra Santa era
obsesiva.
Aunque bajo dominio
árabe, los peregrinos
cristianos fueron, en
general, tratados
correctamente. Uno de
los primeros gobernantes islámicos, el califa Umar ibn al-
Jattab, permitía a los cristianos llevar a cabo todos sus rituales
salvo cualquier tipo de celebración en público. Sin embargo, a
comienzos del siglo XI, el califa fatimí Huséin al-Hakim Bi-
Amrillah comenzó a perseguir a los cristianos en Palestina,
persecución que llevaría, en 1009, a la destrucción del templo
más sagrado para ellos, la Iglesia del Santo Sepulcro. Más
adelante suavizó las medidas contra los cristianos y, en lugar
de perseguirles, creó un impuesto para todos los peregrinos
de esa confesión que quisiesen entrar en Jerusalén. Sin
embargo, lo peor estaba todavía por llegar:
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Un grupo de musulmanes turcos, los
selyúcidas, muy poderosos, agresivos
y fundamentalistas en cuanto a la
interpretación y cumplimiento de los
preceptos del Islam, comenzó su
ascenso al poder. Los selyúcidas veían a
los peregrinos cristianos como
contaminadores de la fe, por lo que
decidieron terminar con ellos. En ese
momento comenzaron a surgir historias
llenas de barbarie sobre el trato a los
peregrinos, que fueron pasando de boca en boca hasta la
cristiandad occidental. Estas historias, no obstante, en lugar
de disuadir a los peregrinos, hicieron que el viaje a Tierra
Santa se tiñese de un aura mucho más sagrada de la que ya
tenía con anterioridad.
En marzo de 1095, Alejo I envió
mensajeros al Concilio de
Piacenza para solicitar al papa Urbano
II ayuda frente a los turcos. La
solicitud del emperador se encontró
con una respuesta favorable de
Urbano, que esperaba reparar el Gran
Cisma de Oriente y Occidente, que
había ocurrido cuarenta años antes, y
reunificar a la Iglesia bajo el mando
del papado como "obispo jefe y prelado en todo el mundo"
(según sus palabras en Clermont), mediante la ayuda a las
iglesias orientales en un momento de necesidad.
El Papa Urbano II, no tuvo dificultad en convencer a reyes y
nobles de la necesidad de rescatar los Santos Lugares de
manos de los “infieles”. La invitación a una cruzada masiva
contra los turcos arribaría en forma de embajadas francesas e
inglesas a las cortes de los reinos medievales más
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importantes: Francia, Inglaterra, Alemania y Hungría, donde
el último no habría podido enlistarse en las primeras cruzadas
por el luto que se guardaba tras la muerte del rey San Ladislao
I de Hungría (1046-1095), que duraría cerca de tres años.
El Papa Urbano II eventualmente
consideró a Ladislao I como un
candidato apropiado para comandar la
Primera Cruzada, puesto que el rey
húngaro era ampliamente conocido por
su porte caballeresco y sus luchas
contra los invasores cumanos, sin
embargo, éste falleció escasos meses
antes de la primera cruzada mientras
llevaba a cabo una campaña militar
contra el reino de bohemia en 1095.
El anuncio formal sería en el Concilio de Clermont, que se
reunió en el corazón de Francia el 27 de noviembre de 1095,
el papa Urbano pronunció un inspirado sermón frente a una
gran audiencia de nobles y clérigos franceses. Hizo un
llamamiento a su audiencia para que arrebatasen el control de
Jerusalén de las manos de los musulmanes y, para enfatizar su
llamamiento, explicó que Francia sufría sobrepoblación, y que
la tierra de Canaán se encontraba a su disposición rebosante
de leche y de miel. Habló de los problemas de la violencia
entre los nobles y que la solución era girarse para ofrecer la
espada al servicio de Dios: "Haced que los ladrones se vuelvan
caballeros." Habló de las recompensas tanto terrenales como
espirituales, ofreciendo el perdón de los pecados a todo aquel
que muriese en la misión divina. Urbano hizo esta promesa
investido de la legitimidad espiritual que le daba el cargo
papal, y la multitud se dejó llevar en el frenesí religioso y en el
entusiasmo por la misión interrumpiendo su discurso con
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gritos de Deus vult! (¡Dios lo quiere!) que habría de
convertirse en el lema de la Primera Cruzada. (1096-1099).
Fue una larga y sangrienta campaña, en la
que los cristianos no se distinguieron por su
benevolencia, precisamente. En julio de 1099
el último reducto de los turcos, la mezquita
de Al-Aqsa, construida sobre el antiguo
templo de Salomón, fue arrasada en un
verdadero baño de sangre. Un cronista de la época describía
como la sangre procedente de los amputados cuerpos, bajaba
por las calles como un rio de “rojas aguas”.
Tierra Santa, tras su conquista fue separada en varios
estados diferentes que en Europa occidental. Se conocieron
como Outremer, es decir Ultramar. Antioquia, Condado de
Edesa, Condado de Tripoli y más al sur, el reino de Jerusalén,
gobernada por Godofredo de Buillon, quien, no queriendo
llamarse rey donde Jesucristo llevó la corona de espinas,
adoptó el titulo de “Defensor del Santo Sepulcro”.
El Papa Urbano II había muerto
en Roma dos semanas antes del
triunfo cruzado. Varios candidatos
optaron al reino de Jerusalén tras la
muerte de Godofredo. Hubo
desacuerdos entre los francos que
concluyeron con la elección del
hermano de este, Balduino el cual
teniendo menos escrúpulos que su
hermano para aceptar el titulo real y así el día de Navidad de
1100, en la iglesia de la Natividad, fue coronado rey de
Jerusalén como Balduino I.
La escasez de recursos humanos en Outremer fue
endémica desde el comienzo. En otoño de 1099, tras la
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derrota del ejército egipcio, la mayoría de los cruzados
supervivientes emprendió su regreso a casa. Godofredo se
quedó con unos trescientos caballeros y unos mil soldados de
infantería. Balduino I al subir al trono no contaba con más de
estos efectivos.
La escasez de recursos y las condiciones facilitaron que
los peregrinos estuviesen más expuestos en los caminos a los
Santos Lugares. Algunos de estos peregrinos iban armados,
pero la gran mayoría solo portaban una bolsa y el cayado de
peregrino: la distinción entre cruzado y peregrino seguía
siendo imprecisa.
Estos no solo rezaban en la Iglesia del Santo Sepulcro
para cumplir sus votos sino que visitaban los numerosos
santuarios de Judea y Samaria.
En Jerusalén se hallaba la
Cúpula de la Roca –convertida
ahora en iglesia –conocida por
los cruzados como el Templo del
Señor. La casa de Simeón, con el
lecho de la Virgen y la cuna del
Niño Jesús. La puerta de Josafat,
iglesia construida sobre la casa
de Joaquín y Ana, padres de la Virgen. La casa de Zacarías,
donde nació Juan el Bautista. El lugar donde Jesús enseño el
Padre Nuestro a sus discípulos… y un sinfín de lugares
relacionados con la vida y milagros de Nuestro Señor.
Una ruta muy visitada por peregrinos cristianos
conducía al este desde Jerusalén hasta Jericó y el rio Jordán,
en cuyas aguas tomaban un rebautismo ritual. En el camino
pasaban por emblemáticos enclaves: La piedra que Jesús
utilizó para subir al asno el Domingo de Ramos. El lugar
donde la Sagrada Familia había descansado durante su huida
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a Egipto… Cualquier lugar referenciado en las Sagradas
Escrituras era motivo de paso veneración por el peregrino.
Debido a la naturaleza del terreno y la hostilidad de
los pobladores musulmanes, la ruta era especialmente
insegura. Desde el momento del desembarco en Jaffa o
Cesárea, los peregrinos eran vulnerables al ataque de
merodeadores sarracenos, bandoleros beduinos y miembros
de un ejercito derrotado. Solo los peregrinos armados podían
defenderse. Las fuerzas a disposición de Balduino I ya estaban
exigidas plenamente custodiando las fortalezas estratégicas y
los puertos del Mediterráneo.
Se hacia necesario proteger y al tiempo dar cobijo
y sustento a los viajeros, cada vez mas
numerosos, que movidos por su fe, llegaban
desde todos los rincones de Europa. Con este fin,
se crearon órdenes religiosas como la de la
Sagrada Orden Hospitalaria de San Juan de
Jerusalén en el 1110 y la de los Hermanos
Hospitalarios Teutónicos en el 1112.
En este ambiente, y bajo esta circunstancia, nació en el
1118 una humilde, casi insignificante Orden, constituida por
tan solo nueve hombres: bPauperes Commilitones Christib, Los
Pobres Soldados de Cristo.
Fray b José Manuel López Claverías.
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