Si nos arrepentimos de corazón, Dios no tarda en perdonamos y así iniciamos nuestro proceso de conversión, rechazando el pecado, dejando de pecar. Venceremos si permanecemos en nuestro Señor Jesucristo y El en nosotros.
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
¿Podemos dejar de pecar?
1.
2. “Yo soy la vid; vosotros los
sarmientos. El que permanece en
mí y yo en él, ése da mucho fruto;
Porque separados de mi no podéis
hacer nada." Jn. 15:5.
3. Nos pide nuestro Señor Jesucristo que permanezcamos en Él.
Si permanecemos en Él, Él permanecerá en nosotros.
Si no permanecemos en Él, Él no permanecerá en nosotros y
no daremos fruto.
Jesús, nuestro Señor, nos invita a que permanezcamos en
comunión con Él, unidos a Él, en comunicación con Él.
Por lo tanto, si acogemos su pedido y entramos en obediencia,
debemos esforzarnos por permanecer en Él; si esto hacemos,
daremos mucho fruto, como Él mismo nos dice.
4. ¿Y cómo sabemos que permanecemos en Él?
Nos lo dice el Apóstol Juan:
En esto sabemos que permanecemos en Él y Él en
nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.
1 Juan 4:13
Por lo tanto ¿qué fruto daremos permaneciendo en
nuestro Señor Jesucristo y Él en nosotros?:
El fruto del Espíritu Santo
5. El Espíritu
Santo es la
promesa de
nuestro Señor
Jesucristo,
como vemos en
el Evangelio del
Apóstol Juan:
…”y yo pediré al Padre y os dará otro
Paráclito, para que esté con vosotros
para siempre”. Juan 14: 16
“Aún tengo muchas cosas que
decirles, pero ahora no las pueden
soportar. Pero cuando Él, el Espíritu
de verdad venga, los guiará a toda la
verdad..." Juan 16:12-13.
Jesús dice: "Pero el Consolador, el
Espíritu Santo, a quien el Padre
enviará en Mi nombre, Él les enseñará
todas las cosas, y les recordará todo
lo que les he dicho". Juan 14:26
6. Si permanecemos en comunión con Él, permanecemos en comunión
con su Santo Espíritu y daremos el fruto que el mismo Espíritu nos
inspire.
San Pablo nos enseña cuál es este fruto:
Manifestándose el fruto del Espíritu
Santo en nuestras vidas, es como
sabemos que permanecemos en
Jesús, nuestro Señor y Él en nosotros.
Si vivimos según el Espíritu,
obremos también según el
Espíritu. Gálatas 5: 25.
Obrar es, en todo, obedecer a
Dios.
En cambio el fruto del Espíritu es amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre,
dominio de sí; contra tales cosas no hay
ley. Gálatas 5:22-23
7. Ya vimos en Gálatas 5:22-23
todas las vitaminas que tiene el
fruto del Espíritu Santo.
En esta reflexión hablaremos
solamente del Dominio de Sí.
8. Dejando De Pecar
Con el fruto del Espíritu Santo de dominio propio recibimos
la gracia de resistir la tentación de quebrantar la ley de
Dios.
Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de
timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza.
2 Timoteo 1:7
La templanza es el mismo dominio propio.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice lo siguiente de
la templanza:
9. Asegura el dominio de la voluntad
sobre los instintos y mantiene los
deseos en los límites de la honestidad.
La persona moderada orienta hacia el
bien sus apetitos sensibles, guarda
una sana discreción y no se deja
arrastrar “para seguir la pasión de su
corazón” (cf Si 5,2; 37, 27-31). La
templanza es a menudo alabada en el
Antiguo Testamento: “No vayas detrás de
tus pasiones, tus deseos refrena” (Si 18,
30). En el Nuevo Testamento es llamada
“moderación” o “sobriedad”. Debemos
“vivir con moderación, justicia y piedad en
el siglo presente” (Tt 2, 12).
1809 La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los
placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.
10. «Nada hay para el sumo bien como amar a Dios con todo el
corazón, con toda el alma y con toda la mente. [...] lo cual
preserva de la corrupción y de la impureza del amor, que es
lo propio de la templanza; lo que le hace invencible a todas
las incomodidades, que es lo propio de la fortaleza; lo que
le hace renunciar a todo otro vasallaje, que es lo propio de
la justicia, y, finalmente, lo que le hace estar siempre en
guardia para discernir las cosas y no dejarse engañar
subrepticiamente por la mentira y la falacia, lo que es
propio de la prudencia» (San Agustín, De moribus
Catholicae, 1, 25, 46).
11. Con la virtud de la templanza, dominamos nuestra voluntad para
alinearla a la voluntad de Dios y no a nuestros propios instintos,
deseos y pasiones.
San Agustín nos dice que permaneciendo en el Amor a Dios, éste,
por la virtud de la templanza, nos preserva de practicar un amor
impuro y corrupto; nos fortalece para obrar en la fe; nos hace seres
más justos y prudentes, capaces de discernir entre lo bueno y lo
malo, inspirándonos a elegir siempre lo bueno, al unir nuestra
voluntad a la de Dios.
Todos estos dones y virtudes se manifiestan en nosotros
permaneciendo en el Amor a Dios; de esta manera, vivimos y
obramos según el Espíritu Santo. Él es el Amor del Padre y del Hijo,
y con su fruto de dominio propio o templanza, nos ayuda a rechazar
el pecado y nos da la fortaleza para no pecar más.
12. La Palabra de Dios así lo afirma, según vemos en los siguientes versículos:
Todo el que permanece en Él, no peca; todo el que peca, ni le ha visto ni le ha
conocido. 1 Juan 3:6
Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios
permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. 1 Juan 3:9
Sabemos que todo el que ha nacido de Dios, no peca; sino que aquél que nació
de Dios lo guarda y el maligno no lo toca. 1 Juan 5:18
Más claro de ahí, ni el agua.
Según lo leído en los versículos anteriores, la respuesta a la pregunta del título
de esta reflexión es SÍ, PODEMOS DEJAR DE PECAR.
¿Que dejar de pecar no es fácil? Nadie ha dicho que lo es. Esto implica un esfuerzo
diario, segundo a segundo, minuto a minuto, cada día; esfuerzo que realizamos con
la ayuda de nuestro Dios, que nunca nos abandona; esfuerzo con el que
alcanzaremos otras promesas: la promesa del perdón, que nos alcanza otra promesa
más: la de la vida eterna.
13. Aunque nos resulte imposible lo antes expresado o cualquier otra
enseñanza bíblica, no podemos ni debemos andar buscando excusas y
vanas interpretaciones, intentando comprobar la imposibilidad de poner en
práctica dichas enseñanzas, diciendo que eso debe tener una
interpretación diferente que no sabemos, etc., etc. Porque podrá ser difícil
para nosotros los seres humanos ponerlas en práctica, dificultad que nos
la proporciona el mismo pecado, que nos hace resistencia; recordemos,
más bien, que la especialidad de nuestro buen Dios es lo imposible. En
toda la Biblia, desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo, vemos cómo
Dios hace posible lo imposible, pero con un solo ejemplo nos basta: la
Encarnación de nuestro Señor Jesucristo, momento en que el Ángel le
dice a la Virgen María que nada es imposible para Dios. (Cf. Lucas 1:37).
Con Él lo podemos todo. Gloria a Dios.
14. Manifestemos nuestra fe en la Palabra de Dios,
sometiéndonos a obediencia, que implica obrar de acuerdo a
nuestra respuesta de fe. Si no obedecemos, no manifestamos
respuesta alguna a la fe que decimos tener, por lo tanto, no
creemos.
Y ya sabemos cómo dejar de pecar: Permaneciendo en
comunión con nuestro Señor Jesucristo, lo que nos hará
merecedores de la promesa de recibir el don de su Espíritu
Santo y con Él su fruto.
Lo imposible para nosotros se hace posible, permaneciendo
en Cristo Jesús. Amén.
15. Mucho se oye la
expresión: nuestra
naturaleza
pecaminosa. Sin
embargo, nuestra
naturaleza no puede
ser pecaminosa.
Todo lo que es
natural es bueno
para nosotros; por
otra parte, lo que no
es natural, nos
daña; el pecado nos
daña, por lo tanto no
es natural para
nosotros; naturaleza
y pecado son
incompatibles.
Nuestra naturaleza no
puede ser pecaminosa
porque fuimos creados
a imagen y semejanza
de nuestro Creador,
quien, mientras llevaba
a cabo su colosal y
santa Creación vio que
todo lo creado era
bueno: creó la luz y vio
que era buena; creó el
cielo, la Tierra y los
mares y vio que era
bueno, y la Tierra
produjo hierba y arboles
que dan fruto y vio que
era bueno; y creó las
estrellas, la luna y el sol
y vio que era bueno;
creó los peces, las aves
y vio que era bueno;
creó toda especie de
animales de la tierra y
vio que era bueno, y su
última creación, hecha
a su imagen y
semejanza, para
enseñorear la Tierra y
todo lo que en ella
había creado: el
hombre, varón y
hembra los creo, y vio
que todo lo hecho era
bueno en gran manera.
Y selló su Creación con
su bendición. (Cf. Gn.
1:4, 10, 12, 18, 21, 25,
31)
16. ¿Cómo podría un Dios, que es fuente de toda bondad,
crear algo que no sea bueno?
Por lo tanto, nuestra naturaleza es
buena y aún lo sigue siendo, sólo
que está manchada por el pecado,
por el pecado original, aquél que
cometieron nuestros padres, Adán y Eva.
Se hace necesario, entonces, lavarnos esta mancha.
Nosotros somos lavados en el Bautismo que nos libera del
pecado original, pero el Bautismo no nos quita la
inclinación al pecado, que es lo que llamamos
concupiscencia y, por ello, seguimos pecando.
17. Hacemos la comparación con un vestido muy hermoso, hecho con tela de
muy buena calidad; y un día al sacarlo del armario para lucirlo, lo
encontramos manchado y ya no vemos su belleza; sin embargo, sigue
siendo el mismo vestido bueno y hermoso de siempre. Entonces,
debemos lavarlo para quitarle la mancha y devolverle toda su hermosura y
bondad. Podría ser que con una sola lavada bastara o quizás habría que
darle más de una lavada para que ésta desaparezca para siempre, o
posiblemente, por más que lo lavemos, nunca saldría la mancha.
Como seguimos pecando, producto de nuestra inconstancia en
permanecer en comunión con Dios, debemos seguir lavándonos con otro
sacramento: la confesión o penitencia; y con estas nuevas manchas,
tendríamos que ver, entonces, qué clase de vestido aspiramos a ser: el
que se le quita la mancha de una vez o el que ofrece resistencia a que
ésta desaparezca o aquél al que nunca se le quitará.
Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin
estar vestido de boda? Mas él enmudeció.
Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle
de pies y manos, y echadle en las tinieblas
de afuera; allí será el lloro y el crujir de
dientes. Porque muchos son llamados, y
pocos escogidos. Mateo 22:12-14
18. Por eso la exhortación al arrepentimiento: para que volvamos a la
hermosura del principio de los tiempos, a la belleza de la Creación Divina,
para recuperar nuestra naturaleza buena, para volver a reflejar la imagen
de nuestro Dios bueno, Padre y Creador amoroso.
Ése es el primer paso para dejar de pecar: arrepentirnos de nuestros
pecados, como nos lo aconseja nuestro Dios, en Isaías 55:7:
“Arrepiéntanse, porque Dios está siempre dispuesto a perdonar; Él tiene
compasión de ustedes. Que cambien los malvados su manera de pensar,
y que dejen su mala conducta”
Misericordia, Señor, hemos pecado.
Y de esta manera, continuamos nuestra vida por el camino hacia
nuestra conversión.
19. El Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 1989 nos dice lo siguiente en relación
a la conversión:
1989 La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la
justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: “Convertíos
porque el Reino de los cielos está cerca” (Mt 4, 17). Movido por la gracia, el hombre
se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo
alto.
“La justificación no es solo remisión de los pecados, sino también santificación y
renovación del interior del hombre” (Concilio de Trento: DS 1528).
En el numeral anterior, aparece el término justificación, que se define de la siguiente
manera:
Justificar es el acto divino por el cual Dios declara justo a un pecador penitente o lo
considera justo.
Y en el numeral 1992, nos dice quién hizo méritos para que seamos justificados, cómo
fuimos justificados y cómo se nos concede la justificación:
1992 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la
cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de
propiciación por los pecados de todos los hombres. La justificación es concedida por
el Bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a la justicia de Dios que nos hace
interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de
Cristo, y el don de la vida eterna (Cf. Concilio de Trento: DS 1529)
20. Entonces, ya estamos justificados ante Dios, y no por méritos propios. Con su
sacrificio en la cruz, nuestro Señor Jesucristo ganó méritos ante Dios Padre para
considerarnos justos ante Él; y al ser lavados por el Bautismo, se nos concede la
justificación, al quedar libres de pecado, gracia conferida por este sacramento.
Todo esto enmarcado en el poder de la Misericordia Divina.
Pero si leemos bien el numeral 1989 en su
inicio, para que esta justificación continúe
obrando en nosotros, como consecuencia de
seguir pecando, debe evidenciarse una conversión
en nuestras vidas. El numeral 1989 nos dice que la
conversión es la que obra la justificación.
La misma definición de la palabra justificar nos lo dice: Dios declara justo al
pecador penitente, es decir, al pecador que se arrepiente, confiesa sus pecados
y continúa por el camino de la conversión y persevera en él, apartándose del
pecado: así es como obra en nosotros la justificación, la cual tiene por fin la
gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida eterna.
21. El numeral 1993 nos confirma lo antes expresado:
1993 La justificación establece la colaboración entre la gracia de
Dios y la libertad del hombre. Por parte del hombre se expresa en
el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la
conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del
Espíritu Santo que lo previene y lo custodia:
«Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación
del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada en absoluto
al recibir aquella inspiración, puesto que puede también
rechazarla; y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede
dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de Él»
[Concilio de Trento: DS 1525).
22. Resumiendo:
Méritos para ser justificados: Con su sacrificio en la cruz, Jesús,
nuestro Señor, nos consigue los méritos para ser considerados justos
ante Dios Padre.
Concesión de la Justificación: Ésta se nos concede por el Bautismo, al
quedar limpios de todo pecado.
Qué obra la Justificación: La conversión, porque con ella
manifestamos nuestra voluntad de permanecer en el Amor a Dios,
rechazando todo pecado, con la firmeza de no volver a pecar.
La conversión implica arrepentimiento, confesión de nuestros pecados y
ayudados por la Divina Gracia, firme propósito de no volver a pecar.
Fin de la Justificación: La gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida
eterna.
23. ¿Qué le sucede entonces al
pecador impenitente,
aquél que no se arrepiente de
sus pecados?
24. La respuesta la encontramos en Juan 3:36:
El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al
Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él.
El pecador impenitente no obedece, por lo que sobre él
permanece la ira de Dios; de persistir en su desobediencia, en él
no obrará la justificación y no logrará alcanzar el fin de ésta.
Pero no es el pecado el que tiene la última palabra, sino Dios,
que siempre está dispuesto a perdonarnos si nos arrepentimos,
como ya leímos en Isaías 55:7.
Ya sea que estemos en el último aliento del final de nuestras
vidas aquí en la Tierra, si nos arrepentimos, Dios nos perdona; así
fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve
blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana
quedarán. Isaías 1:18
25. La versión contraria
es la que dice que no
podemos dejar de
pecar.
Quienes afirman esto
se basan en un
versículo de la Carta
de San Pablo a los
Romanos, en el que
leemos lo siguiente:
…por cuanto todos
pecaron, y están
destituidos de la
gloria de Dios.
Romanos 3:23
El pecado al que se refiere este versículo, y por el cual
todos somos considerados pecadores, es el pecado
original, que nos salpicó a todos los seres humanos,
creando una deuda que todos debemos pagar, lo que
parece lógico porque sería demasiado carga para un
solo ser humano; pero ni la humanidad entera en su
conjunto posee capacidad para reparar la ofensa; por
eso, nuestro Creador, conociendo nuestra impotencia e
incapacidad, envió a su Hijo a pagar la deuda por
nosotros y justificarnos ante Él. Pero es necesario unir
nuestro esfuerzo al gran sacrificio de nuestro Creador y
el de su Amado Hijo Jesucristo, para desagraviar a
nuestro Dios.
Y es por eso que todos somos pecadores: es la
condición a la que nos sometió el pecado original.
26. Debemos establecer esta
diferencia para evitar la
confusión que podría
generarse con el siguiente
versículo de la 1ra. Carta de
Juan:
“Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos a
nosotros mismos, y la verdad
no está en nosotros. Si
confesamos nuestros
pecados, Él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad. Si
decimos que no hemos
pecado, le hacemos a Él
mentiroso, y su palabra no
está en nosotros.” (1ª Juan
1:8-10).
Una cosa es ser pecador y otra es obrar en pecado.
Recordemos lo que nos dice San Pablo en Gálatas 5: 25: Si
vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu.
Por lo tanto, si obramos en pecado, el Espíritu no está en
nosotros.
Dejar de pecar no quiere decir que dejaremos de ser pecadores;
porque, según San Juan, nos estaríamos engañando nosotros
mismos y le diríamos mentiroso a Dios.
Como habíamos dicho antes, el ser pecadores es la condición a
la que nos sometió el pecado original y, por eso, todos somos
pecadores, es la herencia de nuestros primeros padres.
Pero, el que tengamos esta condición de pecadores no quiere
decir que estemos sometidos a caer en pecado sin poner ningún
esfuerzo de nuestra parte para rechazarlo, cada vez que se nos
presente la tentación.
Rechazar el pecado y dejar de pecar es el esfuerzo que
debemos hacer, ayudados por la Divina Gracia, para pagar
nuestra deuda, para desagraviar a nuestro Dios.
27. Y ya sabemos cómo dejar de pecar…
“...PORQUE SEPARADOS DE MI NO PODÉIS HACER
NADA”
28. Todo lo lograremos si permanecemos en Jesús,
nuestro Señor.
Él mismo nos advierte que separados de Él no
podemos hacer nada.
Seamos, entonces, de esos sarmientos que dan mucho
fruto.
Unidos a nuestro único Dios, real y verdadero; un Dios
vivo y Dios de vivos, no de muertos.
29.
30. Por lo tanto, podemos dejar de pecar, ya que la inclinación al
pecado (la concupiscencia) la moderamos, la templamos y la
dominamos permaneciendo unidos a nuestro Señor Jesucristo;
y mucho fruto daremos, según nos inspire su Espíritu Santo,
que habita en nuestros corazones. Amén.
Ésa es nuestra fe y ésa nuestra esperanza…
... y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos
ha sido dado. Romanos 5: 5
31. Gracias, Señor, porque no nos
abandonaste, no nos dejaste solos
como nos prometiste con tu Palabra
santa y fiel, y nos enviaste tu Espíritu
Santo para guiarnos, para enseñarnos
toda la verdad, para recordarnos todas
tus enseñanzas, para interceder por
nosotros, para protegernos, para
inspirarnos a hacer el bien e inclinarnos
siempre hacia Ti.
Gracias, Señor
32. No busquemos la gloria
vana provocándonos los
unos a los otros y
envidiándonos
mutuamente.
Gálatas 5:26
33. El Señor tenga misericordia de
nosotros y nos dé la Gracia de
permanecer siempre unidos a
Él, y que a través de su Espíritu
Santo, nos otorgue el dominio,
la firmeza y la fortaleza para
rechazar el pecado que le
ofende y no volver a pecar más.
Te lo pedimos, Señor.
Amén
34. Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza.
Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene;
mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables,
y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del
Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios.
Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para
bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su
designio. Pues a los que de antemano conoció, también los
predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera Él el
primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos
también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó.
Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra
nosotros? Rm. 8:26-31
AMÉN, GLORIOSO JESÚS
35. En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de
Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de
esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis
un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar:
¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro
espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.
Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y
coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser
también con él glorificados. (Rm 8, 14-17)
36. «Vete, y no peques más»
Juan 8:11
Leer PECADORES SÍ, CORRUPTOS NO DEL PAPA FRANCISCO
38. Anexo la oración a San Juan Pablo II, que inspiró el título de la
portada, con la que seguimos pidiendo su intercesión por la familia,
esperando que abogue por ella ante Dios nuestro Señor, para que
sean eliminados todos los peligros que la acechan y que
contribuyen a su desintegración.
Uno de los tantos, es la falta de dominio de sí mismos, tanto del
hombre como de la mujer, que los conduce a no conformarse con
una sola pareja; introduciéndose así, en la familia, el virus de la
infidelidad, que trae muchas consecuencias, como el deterioro de
la salud física y emocional de las parejas y de la unión que debe
existir entre ellas; y qué decir del mal ejemplo que se les da a los
hijos, que los impulsa a la continuidad de las malas actitudes y
acciones de los padres y, además, la injusticia a la que es sometida
la mujer de tener que aguantar la infidelidad del esposo, porque él
es hombre y los hombres son así; sin embargo, a la esposa infiel
se le repudia de inmediato, es rechazada, juzgada, incriminada y
abandonada.
39. Aboguemos por la igualdad, pero no la igualdad en la que se
practica el si tú eres infiel, yo también; si no por la igualdad en
la que todos nos sometamos a la voluntad de Dios: la fidelidad
de ambos, que es lo que agrada a nuestro Señor, para edificar
una familia sana y santa.
Sin familia sana, no tendremos una sociedad sana, ni mucho
menos santa. ¿¡Existe alguien que no sepa esto!?
40. ¡Oh, San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo danos tu bendición!
Bendice a la Iglesia que tú has amado, servido y guiado, animándola a caminar con coraje
por los senderos del mundo para llevar a Jesús a todos y a todos a Jesús.
Bendice a los jóvenes que han sido tu gran pasión. Concédeles volver a soñar, volver a mirar
hacia lo alto para encontrar la luz que ilumina los caminos de la vida en la Tierra.
Bendice las familias ¡Bendice cada familia!
Tú advertiste el asalto de satanás contra esta preciosa e indispensable chispita de Cielo, que
Dios encendió sobre la Tierra.
San Juan Pablo, con tu oración, protege las familias y cada vida que brota en la familia.
Ruega por el mundo entero, todavía marcado por tensiones, guerras e injusticias. Tú te
opusiste a la guerra invocando el diálogo y sembrando el amor: ruega por nosotros, para que
seamos incansables sembradores de paz.
Oh, San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo, donde te vemos junto a María, haz
descender sobre todos nosotros la bendición de Dios.
Amén
CARDENAL ANGELO COMASTRI VICARIO GENERAL DE SU SANTIDAD PARA LA
CIUDAD DEL VATICANO