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QUÉ ES
LA PSICOSOMÁTICA
Del silencio de las emociones
a la enfermedad
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Colección Qué es...
3
Teresa Sánchez Sánchez
QUÉ ES
LA PSICOSOMÁTICA
Del silencio de las emociones
a la enfermedad
BIBLIOTECA NUEVA
4
Cubierta: A. Imbert
Edición digital, 2014
© Teresa Sánchez Sánchez
© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid
Almagro, 38
28010 Madrid
www.bibliotecanueva.es
editorial@bibliotecanueva.es
5
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de
reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin
contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de
los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad
intelectual (arts. 270 y sigs. Código Penal). El Centro Español de Derechos
Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
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Cubierta: A. Imbert
Edición digital, 2014
© Teresa Sánchez Sánchez
© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid
Almagro, 38
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www.bibliotecanueva.es
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ISBN: 978-84-16095-22-3
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de
reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin
contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de
los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad
intelectual (arts. 270 y sigs. Código Penal). El Centro Español de Derechos
Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
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INTRODUCCIÓN .—¿HAY UN CAUCE QUE ENLACE LAS EMOCIONES Y LA ENFERMEDAD?
CAPÍTULO 1.—ELEMENTOS ESENCIALES DE LA TEORIZACIÓN PSICO - SOMÁTICA DEL IPSO: VOCABULARIO E
HIPÓTESIS BÁSICOS
1. De las emociones a la enfermedad
2. La original propuesta de la Escuela de París
3. Premisas inexcusables que distinguen el andamiaje teórico del IPSO
4. Piedras angulares del proceso psicosomático
CAPÍTULO 2.—DE LO TRAUMÁTICO E INELABORABLE A LO SOMATI- ZADO: MECANISMOS Y PROCESOS DE LA
DESCOMPENSACIÓN
1. De lo traumático e inelaborado
2. El espesor del preconsciente
3. Nueva clasificación nosográfica
4. Neurosis de carácter y neurosis de comportamiento
5. Fijaciones, regresiones y desorganizaciones progresivas
5.1. Fijaciones somáticas
5.2. Regresiones somáticas
5.3. Desorganizaciones progresivas
CAPÍTULO 3.—VARIEDAD DE SOMATIZACIONES Y SINGULARIDAD DE LOS SOMATIZADORES
1. ¿Ante qué tipo de somatización podemos encontrarnos?
2. El investigador psicosomático, lector del cuerpo
3. Indicadores que hay que consignar
4. Estabilizaciones psicosomáticas singulares
5. Somatización benigna y maligna
6. Otros factores coadyuvantes y pronósticos
9
CAPÍTULO 4.—ABORDAJE DE LOS PACIENTES PSICOSOMÁTICOS. OBJETI- VOS, TÉCNICA Y
DIFICULTADES ESPECIALES
1. Conduciendo la entrevista psicosomática
2. Peculiaridades de la técnica
3. Peculiaridades de la psicoterapia
4. Ciertas dificultades especiales
CAPÍTULO 5.—EL DOLOR FÍSICO COMO DUELO DE SÍ MISMO. CONCRE- CIONES ONTOLÓGICAS Y
OBSERVACIONES PSICOANALÍTICAS
1. El cuerpo doliente
2. El silencio y el ruido: el dolor como grito del cuerpo
3. Ontología psíquica del dolor
4. Metapsicología del dolor
5. Dolor y duelo de sí mismo
CAPÍTULO 6.—LA IDENTIFICACIÓN CON EL OBJETO PERDIDO. UNA EXPLICACIÓN PSICODINÁMICA DE LA
MORBILIDAD DURANTE EL PE- RÍODO DE DUELO
1. Exegesis del concepto freudiano de identificación con el Objeto
Perdido
2. Desbrozando conceptos confusos
3. Pérdida de objeto. Muerte y duelo
4. Condiciones del duelo normal
5. Condiciones del duelo patológico
6. Somatización y morbilidad en el período de duelo
7. Conclusión
BIBLIOGRAFÍA
10
A mis tíos Eugenio y Amelia, que cosieron con
maestría muchos agujeros en mi vida. Y por la dignidad y
entereza con que se miden con la enfermedad propia y
ajena
11
¿Pero puede un cuerpo dimitir de la realidad? ¿Puede un cuerpo, ante la
agresión del mundo… sustraerse a sus funciones, negarse a seguir siendo cuerpo,
suspender sus razones, abdicar de ser lo que es; esto es, abdicar de ser una máquina
sensible? ¿Puede un cuerpo decir: «Basta, no quiero ir más allá, esto es demasiado
para mí»? ¿Puede un cuerpo olvidarse de sí mismo?
El 2 de enero de 1941, en la aldea de Mieux, en la Bretaña francesa, no muy
lejos del mar, a la vista de noventa y un civiles ardiendo en el holocausto de una
iglesia de piedra, un cuerpo respondió a todas esas preguntas con un rotundo «Sí».
Aquel día, un hombre llamado Kurt Crüwell perdió la sensibilidad.
Años más tarde…
En aquel mudo corazón se agolpaban emociones tan antiguas como el mundo y
la sucia fábula que lo nombra. Kurt penetraba al fin en ese minuto pavoroso en que
todo hombre debe rendir cuentas con la eternidad o con la pura nada, ese minuto
después del cual ya sólo queda la experiencia de la carne, la vieja carcasa una y mil
veces herida por el clima, la terca carne nacida para la ternura y, sin embargo,
siempre condenada al sufrimiento, la innoble encarnadura llevada de aquí para allá
como un traje antiguo y caduco, pero por eso mismo tan cómodo; sí, el viejo cuerpo,
la vieja piel, el yo levantado sobre el cimiento de las células y de los tendones y de
los huesos, el viejo armazón lleno de heridas y de cicatrices y de quemaduras que
conforman la auténtica memoria del tiempo, la vieja prosa de la carne profanada y
agredida y mancillada y aun así transformada en salve o en aleluya o en hosanna, la
vieja y siempre cálida sustancia sobre la que se sustenta el mundo afanoso y violento
y aterrador; sí, sólo eso, unos cuantos centímetros de piel cubriendo un corazón
fatigado que decidió pararse a la temprana edad de treinta y un años, un corazón que
perteneció a un sastre que fue organista que fue amante que fue hijo que fue soldado
de un ejército de leyenda que fue espectador de hecatombes que fue hombre sin
sensibilidad que fue piloto en el Atlántico que fue guardián de los muertos que fue
aspirante a padre que fue extranjero entre los suyos y apátrida en todas partes para al
fin venir a ser, otra vez, sólo y ya para siempre, la carne de Kurt.
Pasajes de La ofensa,
RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN
Seix Barral, 2007
Ilustran el traumatismo y su conversión en trauma inelaborable, la depresión
esencial, la vida operatoria en la que se sumió el personaje, la ausencia de
mentalización y subjetivación del dolor y la carencia de representaciones y memorias.
Kurt fue un autómata insensibilizado hasta que, años después, el retorno de lo
reprimido provocó un après coup que desencadenó una súbita desorganización
progresiva causante de un infarto fulminante.
12
INTRODUCCIÓN
¿Hay un cauce que enlace
las emociones y la enfermedad?
No es muy frecuente oír referencias a la Psicosomática fuera del ámbito
psicoanalítico. Esta vetusta denominación aparece a menudo circunscrita
temporalmente a las aportaciones de A. Garma en sus primeros estudios aplicados en
Argentina (años 30 y 40 del pasado siglo), cuyos ecos e influencia tempranos fueron
debilitándose paulatina o espacialmente a ciertos enclaves que pertenecen al área de
influencia geográfica y teórica del IPSO parisino que dio sus primeros pasos de la
mano de Marty, de M’Uzan, David y Fain al final de los años 60. Argentina y Francia
han constituido epicentros radiales de la investigación y de la promoción de la teoría
psicosomática, de desigual aceptación tanto en el ámbito de la Psicología como de la
Medicina, y por supuesto de la Psicoterapia. Así puede afirmar C. Smadja que la
Psicosomática:
… médica en su expresión, psicológica en su intencionalidad, representa
un verdadero híbrido desde el punto de vista epistemológico (C. Smadja,
2005, pág. 137).
El término, por tanto, puede parecer obsoleto y en desuso, pero no la realidad a
la que remite, que es el monismo cuerpo-mente o soma-psique, que rompe con los
dualismos del idealismo platónico, reeditado por el racionalismo cartesiano. La
existencia de una unidad psicosomática no es hoy día discutida ni puesta en
entredicho por ningún científico sensato, mínimamente informado de la conexión, y
hasta yuxtaposición, de lo neurológico y lo mental, o de las imbricaciones profundas
13
entre lo neurológico, lo psíquico y lo inmunológico. La psicosomática supuso un
cambio de paradigma, pues dejó de usarse como expresión adjetival y pasó a usarse
como sustantivo, eliminándose su adscripción a la medicina. Trazó un nuevo objeto
de estudio y pergeñó un nuevo enfoque, renunciando a esquemas semiológicos y a
criterios diagnósticos procedentes de la medicina. No hallamos mejor síntesis que la
expuesta por este autor, que condensa además todos los elementos que componen una
visión compleja de este ámbito de conocimiento:
Entendemos por Psicosomática una relación específica entre
fenómenos somáticos y un modo de organización psíquica caracterizada
por indicadores originales: Alexitimia, Pensamiento operatorio,
Sobreadaptación, Depresión esencial, Trastornos en el Universo
simbólico, Desmesura del Ideal, Angustia difusa, Alteraciones en el
Sistema Percepción-Conciencia con predominio del desmentido y fallo
en la Coraza Antiestímulos con mayor disposición traumática (R.
D’Alvia, 1995, pág. 124).
Pese a la indiscutible existencia de un conjunto de fenómenos, cuando menos
limítrofes entre lo psíquico (mental) y lo orgánico (sistémico-fisiologico), en los
textos psicológicos académicos se opta por una referencia, menos connotada
psicoanalíticamente, a los «trastornos psicofisiológicos» o a «manifestaciones
somáticas del estrés», acaparando y sintetizando este agente causal, en una re-ductiva
sinécdoque, todos los factores psicológicos que conducen variablemente en tiempo y
gravedad a la aparición de una disfunción esporádica o permanente en algún órgano o
sistema corporal que quiebra el equilibrio bio-psicosocial y relacional que hoy se
acepta como sinónimo de salud. Hemos de matizar que no existe realmente una
diferencia esencial entre psicosomático y psicofisiológico, pues el «soma» alude al
extremo fisiológico, biológico, previo a lo corporal y carente del simbolismo y el
investimiento libidinal e identificatorio del cuerpo. La psicosomática (o cualquiera de
los apodos o alias con que se la quiera rebautizar) demanda un abordaje
interdisciplinar y no se agota en ninguna de las vías o conductos bilaterales que se
formulen: ni el psico-social, ni el bio-social, ni el bio-psicológico. Pero, ¿cómo
interaccionan el plano afectivo y el plano psicofisiológico?
¿En qué medida, y por qué vía, las excitaciones convertidas en
representaciones psíquicas pueden modificar la constitución genética así
como todos los engramas-adquisiciones (el flujo de informaciones) que
resisten antes y después de la mielinización del cerebro y su maduración
sensoriomotriz? ¿Puede el entorno relacional modificar, y en qué grado,
el gen y el proceso neurofisiológico del cerebro en general? O bien,
¿acaso la fuerza evolutiva del proceso neurofisiológico, dominante y
determinante, se convierte, por así decirlo, en el primer organizador y,
en cuanto tal, es poco o difícilmente modificable por la interacción
relacional? (N. Nicolaïdis, 2000).
Dudas razonables que, en cualquier caso, nos permiten hipotetizar que en todo
14
caso el entramado afectivo (vínculo, apego, urdimbre…) pueda ser el segundo
organizador de lo psíquico, pudiendo simultáneamente revertir sobre lo
neurofisiológico y lo genético, facilitando o inhibiendo, estimulando o retardando
multitud de conexiones, efectos, instauraciones o desapariciones. Lo psíquico puede
verse como la cúspide integradora (mentalización) del aflujo de estímulos
procedentes del interior del organismo (fuente excitatoria endógena) y de los
provenientes del exterior (fuente exógena de carácter ambiental o socio-relacional).
Cuando la función del pensamiento, control, organización y defensa del psiquismo se
adecuan a la estimulación causada por un suceso o evento, éste se inserta en la
corriente biográfica o narrativa del sujeto sin mayores dificultades, pero cuando el
aparato psíquico se ve desbordado y se bloquea su sistema de drenaje de la tensión o
no se activan las defensas oportunas para trasmitir al sujeto la percepción de dominio
y de preservación de su Yo, se desencadena un estado de astasis peligroso. Deja de
activarse la angustia-señal de alarma y, en su lugar, sólo afloran angustias difusas
perturbadoras pero innominadas y no codificadas por el Yo. Entonces puede aparecer
la defensa somática o la derivación a través del cuerpo de los excedentes tensionales
no tramitados mentalmente.
Lo energético primitivo, primario, preverbal y desorganizado se plasma en una
eclosión perturbadora que se aleja funcionalmente de la homeostasis y de la salud. Se
ha consumado, entonces, la escisión psique-soma. Se expulsa fuera del psiquismo el
trauma que no puede procesarse. El daño producido es la somatización (enfermedad o
accidente somático), que deja una huella de vulnerabilidad corporal que favorece las
compulsiones repetidoras ante situaciones de desequilibrio posteriores. Ello se debe a
la «memoria corporal» o «memoria humoral» del organismo. Así lo plantea un
clásico:
La organización psíquica corona la estructura psicosomática
individual y de su estabilidad y funcionamiento depende el
establecimiento de mecanismos mentales que permiten ejercer una
adecuada barrera, protectora y selectiva de los estímulos, admitiendo una
progresión, elaboración y descarga de la excitación, en el plano mental.
Si esto estuviera impedido, se crea un estado de sobrecarga que revierte
hacia los órganos sensibles (C. R. L. Calatroni, 1993, pág. 17).
En la literatura sobre Psicosomática es fácil encontrar una disyuntiva. Muchos
autores plantean que ante un desbordamiento externo o un aluvión pulsional interno,
el individuo ha de optar por una desorganización somática o una desorganización
psíquica. Esta bifurcación matiza en paralelo dos formas de desintegración: la
primera destruye poco o mucho al cuerpo, conduciendo ocasionalmente a la muerte, y
la segunda amenaza o rompe al Yo, afectando a la identidad y a la trayectoria
histórico-existencial del sujeto. Psicosomática y psicosis, equiparadas en gravedad y
en fatalidad, señalan no obstante el predominio del proceso primario, pero en la
enfermedad orgánica se usa un lenguaje infantil primario (el lenguaje preverbal del
infante que no ha accedido a la palabra y a los símbolos) y en la psicosis se accede a
unas representaciones mentales más cargadas de símbolos, palabras. En cierto modo,
ambas patologías son equivalentes en cuanto al vacío del espacio mental, lo que las
15
distingue es el tipo de vacío, que es originario, temprano, en la psicosomática, pero en
cambio es fruto de la dinamitación del espacio psíquico en las psicosis.
Lo relativo a la Psicosomática no es ni mucho menos claro. Para varios
psicoanalistas, encabezados por A. Green, el síntoma orgánico remite a lo pre-
psíquico, su origen último se remonta a la existencia de un trauma precoz y previo a
la posibilidad de su inscripción mental, es decir, un trauma acaecido cuando aún no
hay sensu stricto un sujeto que lo recupere interpretativamente. Sólo el soma puede
responder, el cuerpo biológico, dado que el cuerpo psíquico o cuerpo «erógeno» aún
no se ha instalado. A. Green (2000) sitúa el germen del trastorno psicosomático en
una suerte de «agnosia psíquica» fruto de una desobjetalización precoz, en muchos
casos subsiguiente a la ausencia de investimientos maternos («complejo de la madre
muerta»), que a su vez produce una congelación afectiva persistente y degradante. El
psiquismo se negativiza y pierde capacidad de mediación entre el soma y la realidad.
El preconsciente se adelgaza en extremo y no desarrolla el arbritraje necesario entre
los afectos y las representaciones. Por ello:
… el impacto económico de las excitaciones externas e internas corre el
riesgo de volverse traumático y por lo tanto desorganizador (A. Green,
2000, pág. 145).
Para otros, liderados por Alexander y otros miembros de la escuela de Chicago,
todo cuerpo es cuerpo psíquico desde un principio, una metáfora de las funciones
mentales, por lo que, dependiendo del tipo de trauma y del tipo de personalidad
psíquica, el drama se representará en un escenario orgánico o sistémico u otro. Cada
órgano, como cada representación mental, tendría su propio código susceptible de
conocerse e interpretarse, reconduciendo el conflicto por una vía psíquica menos
nociva y peligrosa para la supervivencia. Chiozza navega por estas aguas y sus
numerosos textos lo atestiguan. Él podría suscribir que existe una relación biunívoca
y no casual entre la elección del órgano o de la enfermedad y el perfil o tipología de
carácter del sujeto afectado.
Para unos, el cuerpo enfermo no expresa nada, salvo el dominio de thanatos, es
un campo de batalla para la expresión de las pulsiones de muerte (E. Rappoport de
Aisenberg, 2004), mientras que otros juzgan que cada órgano enfermo es un canal
para la relibidinización del cuerpo, por la vía masoquista, pero ligando lo mortífero al
narcisismo de vida de superior entidad y fuerza (B. Rosenberg, 1995). No puede
aplicarse al enfermo somático el modelo de la conversión histérica, dada la
indeterminación y la carencia de simbolismo que poseen sus síntomas. Por este
motivo, entre otros, algunos autores franceses sitúan el trastorno somático fuera de lo
psíquico, manteniendo la dicotomía en las enfermedades: las que sólo afectan y se
originan en el cuerpo, las que afectan y se originan en la psique, reservando un
territorio de intersección ocupado por las que se originan en la psique y se expresan
en el cuerpo, es decir, las conversiones histéricas.
Pensamos que toda lectura que indague cuantitativa-mente en las proporciones
relativas de lo psíquico y lo orgánico (lo constitucional, genético, metabólico), de las
representaciones pulsionales o de lo inmunitario, por separado, cual compartimentos
estancos, es una forma de restituir el dualismo. Abogamos por un interaccionismo
16
permanente entre ambos, dado que esos componentes forman parte de una unidad
psicosomática indisoluble. Tanto es así que suscribimos la impresión de P. Marty de
que no hay enfermedades específicamente psicosomáti-cas, pues ello entrañaría la
existencia de otras que escapan a esa interacción.
Zubiri (2005) rechaza categóricamente que psicosomático guarde sinonimia con
«de origen desconocido», porque la causación remite siempre a la imbricación del
funcionamiento mental con su soporte orgánico. C. Smadja se plantea el grado de
compatibilidad entre la «lógica freudiana y la lógica martyana» pues la primera
conserva —a través del patrón de las conversiones histéricas— un dualismo
implícito, en tanto que la segunda apuesta por unmonismo radical que concierne tanto
a la índole del fenómeno psicosomático como a sus propiedades y modos de
funcionamiento:
… las causalidades psíquica y somática están indisociablemente ligadas
unas a otras por su inserción en la cadena de los acontecimientos
evolutivos (C. Smadja, 2000, pág. 67).
Con todo, la contraposición en las lecturas sobre lo psicosomático comienza en
la misma designación: quienes hablan de lo psico-somático (Winnicott, McDougall,
Green) o quienes hablan de lo psicosomático (Marty y el IPSO en su conjunto). La
conservación o no del guión marca la contraposición entre concepciones separadoras
de sistemas o niveles de acción (lo psíquico y lo somático) aunque susceptibles de
interrelación, y concepciones monistas (puede que reduccionistas desde una óptica
freudiana). El guión («-») delimitador no es un problema meramente semántico ni
baladí, ya que señala que, a juicio de algunos psicoanalistas, el intervalo de lo que no
es sólo somático pero tampoco psíquico todavía. Apunta al «entre», a esa forma
limítrofe pero ignota de expresión de la pulsión que es desconocida para el
psicoanalista o el médico convencionales. El guión configura el espacio de la
hibridación del fenómeno, pero no lo aparta del psicoanálisis, sino que éste incluye la
psicosomática como una de sus áreas colaterales.
El enfoque de la Psicosomática tiende hacia la mayor apertura del ángulo de
visión e interpretación, yendo desde la enfermedad al enfermo que la padece,
contrariamente a la angosta mirada de la medicina organicista convencional que
omite o ciega al enfermo para centrarse exclusivamente en la enfermedad que lo
aflige. Es precisa una visión global, por debajo del disfraz de salud psíquica que
muestran superficialmente estos enfermos, como si todo lo anómalo saturara el
cuerpo dejando incólume y liberado el espíritu, preservado de otras alteraciones del
pensar o del sentir. Pero la verdad que anida tras el cuerpo somatizador es la de un
«alma amurallada», inaccesible, anestesiada, vacía…, engullida en un agujero negro
emocional (E. Castellano-Maury, 1994) que tiene al cuerpo enfermo como recadero
de lo borrado (E. Mollejo, 2006).
Si vemos sólo un cuerpo enfermo y nos dejamos engañar por el manto de salud
mental o por la planicie adaptativa de su conducta, estaremos soslayando la única
lectura que podría llevarnos a construir puentes entre el soma y la psique. J.
McDougall nos advierte de una evidencia: el enfermo somático está enfermo de
normalidad (en esa modalidad ramplona de ajuste a la realidad, contacto mundano y
17
respuestas estereotipadas). Es un «normópata» que:
… ha construido un muro de pseudonormalidad alrededor de sí mismo
para poder hacer frente al mundo a pesar del grave dolor interno en su
contacto con otros (J. McDougall, 1982-1983, pág. 381).
Lo interesante, en todo caso, es contemplar que no toda locura se instala en lo
psíquico puesto que hay locuras que se instalan y expresan en el cuerpo. El precio,
por supuesto, es la estereotipia del contacto con la realidad, de los vínculos afectivos,
de la inserción en lo laboral, la sobreadaptación, la mente deshabitada pero
miméticamente funcional, apta para el trabajo de vivir en la periferia del mundo, pero
mutilando el contacto con los afectos profundos (alexitimia, pensamiento operatorio).
No conviene ignorar que:
El síndrome orgánico está basado en los núcleos mudos de la
historia del sujeto, en experiencias previas a la adquisición de la palabra
(J. E. Fischbein, 1995, pág. 146).
El espinoso camino que hay que recorrer durante el tiempo relacional de la
psicoterapia psicosomática consistirá en resignificar el cuerpo, resituarlo en las
coordenadas psicológicas de las que se extravió o que nunca tuvo. El paciente ha
tomado su enfermedad como un objeto de relación totalitario y compulsivo. La
relación terapéutica deberá cumplimentar la función de «objeto transicional» en tanto
se reconstruya el propio cuerpo como objeto de relación y los objetos externos como
depositarios de su libido. Para ello ha de realizar el viaje costoso anímica-mente de
soportar el dolor mental que orilló mediante el dolor corporal, aceptando sentirse
enfermo además de estar enfermo. Ese ser enfermo no circunstanciado abre las
compuertas a la comunicación entre su psique y su soma, elimina la escisión pretérita
y revitaliza los aletargados y ‘herrumbrados’ representantes pulsionales.
En términos más sencillos: la terapia consistirá en procurar que el enfermo se
abra a su propio proceso mental y a su conocimiento, sin desmentidas ni renegaciones
de lo real de su dolor psíquico. La psicosomática como orientación teórica y técnica
aspira a insuflar sentido al síntoma, que carece de él. Un síntoma puede ser
disfuncional pero en todo caso sirve en el esquema existencial del individuo, cumple
unos cometidos que han de ser presentados al paciente para que inicie su andadura
hacia la re-integración del psique-soma. Así lo reconoce D’Alvia:
… lo insoportable no son los trastornos orgánicos, sino que lo que ocurre
no tiene sentido integral, siendo el síntoma vivido como lo ajeno, lo
separado y excluido de sí mismo. Por eso el alivio comienza cuando se
integra en el universo del paciente algún sentido, alguna nominación que
puede al comenzar ser el diagnóstico de la enfermedad (R. D’Alvia,
2002, pág. 67).
La reactivación de la fantasía, del mundo onírico, de su historización biográfica
sin lagunas, serán indicios ciertos de la ganancia en la calidad de la mentalización,
18
señales inequívocas de que se está entrando en el campo más seguro de la neurosis,
abandonando el letal recurso de la somatización. Entonces, el sujeto estará salvado,
en el cauce de alcanzar un imperfecto equilibrio somatopsíquico, como la mayoría de
las personas, pero ya sin la amenaza ominosa de la desorganización y la muerte. El
criterio de Ferenczi de alcanzar los «óptimos relativos» en cada paciente se amolda
perfectamente a esta finalidad. Renunciar a mantener fijo algún parangón es clave
para no desanimarse o no establecer techos de salud utópicos. Con cada paciente no
ha de pretenderse más que aquello que figure entre sus posibilidades de desarrollo
mental, pero controlando el Yo ideal terapéutico tanto como sus propios
deslizamientos operatorios hacia objetivos excesivamente pragmáticos y vacíos. La
desesperanza del terapeuta es un enemigo contratransferencial tan contraproducente
como el propio desánimo del paciente: trasunto contagioso de la depresión esencial
que le ha llevado a enfermar.
El trabajo terapéutico genéricamente consiste en poner palabras al cuerpo que
ha hablado a través de los síntomas, para que el lenguaje (representación de palabra)
sustituya a la queja, al dolor, a la alteración (representación de cosa). Cuando las
emociones enmudecidas hallan, descifran o inventan un cauce para canalizarse, el
cuerpo no precisa recurrir a quebrantos primitivos. Entonces sobreviene la salud
posible. Una vez restaurados o instalados los códigos afectivos y relacionales, el
código del dolor físico es innecesario. ¡Cuán bella y pertinentemente lo expresa un
autor argentino!:
No existiría auténtico proceso analítico en grado de dar lugar a la
relación si el analista no encontrase palabras capaces de acompañar,
despertar y dar voz a procesos primarios de pensamiento (…) Se trata de
un trabajo incluso doloroso, pero que tiende al placer re-generativo, (…)
de un trabajo que integra la vivencia de intensas experiencias emotivas y
sensoriales con las expresiones verbales edificadoras de nuevos lazos…
Para que esta integración tenga lugar es necesario dar cuerpo a las
palabras, pero también que al cuerpo le sean dedicadas palabras (A.
Rocalbuto, 1995, pág. 169).
El libro que presento tuvo su primer germen en la prematura y terrible
enfermedad de mi madre que, entre otros efectos, llenó mi mente de confusión y
preguntas que, cuando fui adulta, pude canalizar a través de la investigación en
psicosomática y a través de la práctica terapéutica. Más tarde, cristalizó en un Curso
de Doctorado que hube de impartir en 1992 para el postgrado en Psicología Clínica.
Años después, una asociación de estudiosos del Psicoanálisis con sede en Castilla y
León me invitó a impartir una serie de conferencias que estimularon nuevamente mi
deseo de actualizar y compendiar mispropias conclusiones. Finalmente, la posibilidad
y el anhelo de impartir una asignatura optativa en la Universidad Pontificia sobre
Estrés y trastornos psicosomáticos me alentó a configurar un libro que sirviera de
texto-base para los alumnos. Entre medias, las preguntas iniciales y mi incesante
necesidad de resignificar la muerte de mis padres, víctimas ambos de cánceres
devastadores, continuaron siempre latiendo y hasta impulsándome a ciertas
elecciones intelectuales.
19
El resultado consta de 6 capítulos, extensos, pero que constituyen unidades
temáticas indivisibles. El primero es un acercamiento al vocabulario de la
psicosomática, nutrido con explicaciones y desarrollos que pueden facilitar la
inmersión en los procesos y mecanismos inherentes a la somatización, lo que será
objeto del segundo capítulo. El tercero tratará los aspectos relacionales, técnicos y
terapéuticos que han de considerarse en el abordaje y tratamiento de los pacientes
psicosomáticos. El Capítulo cuarto ofrece una elaboración sobre el tipo de
somatizaciones que podemos encontrarnos y la imbricación con las peculiaridades
individuales. El quinto presenta una mirada sobre el dolor, como vértice y vórtice de
la enfermedad y pivote existencial que modula nuestra presencia en el mundo y
nuestras posiciones identitarias. El último capítulo versa y centra, exclusivamente, la
relación entre el duelo y la vulnerabilidad somática, máxime cuando se trata de
duelos patológicos o no elaborados y se yuxtaponen a mecanismos confusionales e
identifica-torios con el «objeto perdido».
Ojalá que el lector encuentre en estas páginas claves sugerentes que le
conduzcan a prevenir en sí mismo o revertir procesos de somatización o, en todo
caso, le ayuden a integrar su propio psiquesoma, a mentalizarlo y coordinarlo con su
transcurrir vital y su historia personal.
20
CAPÍTULO 1
Elementos esenciales de la teorización
psicosomática del IPSO: vocabulario
e hipótesis básicos
Para nosotros el enfermo psicosomático y la enfermedad
psicosomática no existen. Psicosomático es el funcionamiento de todo
ser humano.
I. USOBIAGA, 1997, pág. 55
1. DE LAS EMOCIONES A LA ENFERMEDAD
Vaya por delante nuestra convicción de que no existe una estructura
psicosomática diferenciada y claramente delimitada de otra no-psicosomática. Todo
cuanto nos ocurre ha de tener una lectura psicosomática. El enfermar psicosomático
pasa a tener dos lecturas desequilibradas que acentúan lo fisiológico o lo mental, pero
sólo la lectura interactiva es real y supera el dualismo mente-cuerpo platónico. El
positivismo científico en la medicina y ciencias concomitantes obvió todos los
factores que no se atuvieran a coordenadas mensurables y observables. El
construccionismo reparó la pérdida de factores ideativos y fantasmáticos,
permitiendo, restableciendo y restituyendo las representaciones y los afectos al
escenario psíquico del que habían sido un siglo atrás expulsados.
La posmodernidad y el factor-e (emocional) del que hablan los intelectuales
contemporáneos permiten, sinvergüenza, invocar los factores emocionales como
corresponsables del curso de nuestra existencia, en no menor cuantía que otros,
21
aunque los sutiles hilos a través de los que ejercen su poder sean inevitablemente
neurovegetativos, endocrinos e inmunológicos. Es el cuerpo el que habla de las
emociones, en igual medida a como las emociones traducen sutiles o groseros
cambios producidos en los niveles bioquímicos, metabólicos, fisiológicos y
somáticos. Nada menos que el Premio Príncipe de Asturias Antonio Damasio acepta
la relación entre la bioquímica de las emociones y las alteraciones somáticas:
En todas las emociones, múltiples descargas de respuestas neurales
y químicas cambian el medio interno, las vísceras y el sistema
musculoesquelético por un período determinado y de un modo
determinado (A. Damasio, 2005, pág. 65).
Los sentimientos pueden ser, y con frecuencia son, revelaciones del
estado de la vida en el seno del organismo entero (ibíd, pág. 13).
Cabe decir que lo mismo ocurre en dirección inversa: el cuerpo revela, tanto en
su funcionamiento sano como mórbido, el estado de armonía o disarmonía de los
sentimientos. Chiozza (1980) ya juzgaba complementario el conocimiento de las
causas eficientes que producen la enfermedad y la investigación de la significación
inconsciente de la misma.
Pero el IPSO evita el psicologismo, el simbolismo y el mentalismo mágico,
pues hace intervenir en el enfermar somático una conjunción de factores genéticos,
ambientales, hábitos de vida y fallos radicales del aparato psíquico. Los cambios
bioquímicos, genéticos, tóxicos, etc., son desencadenantes o coadyuvantes necesarios,
pero no suficientes. Nos explican el cómo mecánico, pero no el porqué ni el sentido.
De hecho, Marty se ufanaba de que la psicosomática es una teoría que niega la visión
general de que la enfermedad es resultado de un ataque exterior provocado por
agentes tóxicos, nutricionales o ambientales, para implantar una visión diferente, más
que evolutiva, contraevolutiva, pero internalista:
… postula que el individuo es capaz de destruir él mismo su cuerpo,
parcialmente o totalmente y ya no solamente de manera teórica como en
las neurosis, sino de manera práctica, efectiva… La psicosomática
sugiere inmediatamente la idea de auto-destrucción efectiva (P. Marty,
2001, pág. 23).
La noción de organización psicosomática se refiere, pues, a
… la forma en que sus particularidades somáticas y psíquicas se han ido
estableciendo y entretejiendo a lo largo de su desarrollo para hacer del
sujeto lo que es. La estructura fundamental es el resultado de los
avatares de la historia personal del individuo, de las peripecias
biológicas y afectivas de su desarrollo y de sus particularidades
genéticas, hereditarias y constitucionales (E. Castellano, 2000, pág. 55-
56).
22
La misma autora subraya que la estructura psicosomática rara vez se encuentra
en estado puro y describe un modo de enfermar prototípico pero que luego ha de
acoplarse a cada singularidad. Estructura que había pasado desapercibida quizá por
constituir «una patología en negativo» (2003, pág. 55).
Así pues, comprender el significado del acontecimiento del enfermar y su
singularidad humana es el primer eslabón para comenzar su transformación.
2. LA ORIGINAL PROPUESTA DE LA ESCUELA DE PARÍS
En el Congreso de Psicoanálisis de Lenguas Románicas celebrado en Barcelona
en 1962 se fundó el IPSO. Sus abanderados fueron David, Fain, Marty y M’Uzan.
Los primeros trabajos en que cristalizó el nuevo pensamiento fueron «Movimientos
individuales de vida y de muerte» (1976) y «El orden psicosomático» (1984). Su
modelo explicativo del enfermar somático tiene tres claves:
a) Monista (defiende la unidad funcional psiquesoma, sin barras o guiones
separadores que perpetúen la dualidad). Es monista «tanto en lo referente a la
naturaleza material de los fenómenos como a sus propiedades, es decir, a sus modos
de funcionamiento» (C. Smadja, 1995, pág. 8). Freud consideraba que el psicoanalista
debía detenerse en la frontera de lo somático por sus distintas propiedades respecto a
lo psíquico. Sin embargo, el continente oscuro (el cuerpo) es abordado por Marty
desde una óptica nueva: la evolutiva. Existe un continuo de lo somático a lo psíquico
y de ambos a lo corporal. El cuerpo no es una parte del binomio, sino que integra y
recapitula el binomio.
b) Evolucionista (regido por el movimiento progresivo de las pulsiones de
vida). Para Marty, lo interesante es comprender el origen de las funciones orgánicas y
su inscripción en el desarrollo evolutivo de la persona. El potencial vital varía en
calidad y en cantidad dependiendo de los individuos, de los avatares de su existencia
y de la edad, y puede debilitarse o enlentecerse en circunstancias o momentos
especiales por la intervención de las pulsiones de muerte. Las pulsiones de vida y de
muerte sirven de intermediación entre la percepción externa y el trabajo de
representación mental. Representación interna constructiva, vincular, positiva (que
empuja progresivamente al crecimiento y al desarrollo), o representación destructiva,
desunitiva y desorganizadora (que empuja a la regresión maligna y, en última
instancia, a la muerte).
c) Económica (admite procesos sensoriomotrices o mentales como alternativas
en la expresión y evacuación de las tensiones y desequilibrios mentales). La
alternancia que establece quedaría reflejada en «o se actúa o se piensa». El punto de
vista económico tiene más importancia que el tópico o el dinámico, pero no es sólo
cuestión de quantums pulsionales en circulación, sino de jerarquías organizadoras que
se van adoptando evolutivamente. La somatización supone el triunfo de niveles de
organización jerárquica inferior, más primarios y débiles, proclives a desbordarse.
La iniciativa adoptada por el IPSO recicla, casi 100 años después, las teorías
freudianas de modelo hidráulico sobre las neurosis actuales como respuesta al
desbordamiento excitatorio de estimulaciones propio o exteroceptivas.
23
Lasmanifestaciones somáticas de la ansiedad bruta serían canalizaciones primarias
que descargarían la tensión acumulada. El mal de órgano desaparecería en cuanto se
suministrara al sujeto una vía de drenaje evacuatoria que sustituyera a la
musculoesqueletal. IPSO se alejó desde el principio de la interpretación simbólica de
la enfermedad, no compartiendo este punto de vista característico de la Escuela
Argentina de psicosomática y de los brillantes escritos de Garma, Rascovsky o
Chiozza sobre algunos trastornos característicos. La enfermedad somática no tiene
significado ni es necesariamente reversible aun cuando se la dote de sentido o se
establezcan las coordenadas vitalistas que nos permitan entender por qué emergió o
por qué eligió esa trama o esa figura concreta.
Lo cierto es que, cualquiera que sea su origen último, a diferencia de los
síntomas histéricos, en el síntoma somático, el sujeto pierde el control sobre los
procesos neurovegetativos, endocrinos o neurológicos que son el detonante inmediato
y directo de la disfunción o de la lesión.
3. PREMISAS INEXCUSABLES QUE DISTINGUEN EL ANDAMIAJE TEÓRICO DEL IPSO
Nos ayudan a entender el camino que conduce a la somatización.
— El traumatismo degenera en trauma: Traumatismo es toda acumulación
desbordante de excitaciones que son, por la inmediatez y lo inesperado de la
situación, o por la inmadurez o déficit de mentalización del Yo, o por la ausencia de
figuras de contención o holding, inelaborables psíquicamente. Si no existen
representaciones mentales que puedan pulsionalizar y fantasmatizar los
acontecimientos, el aluvión de excitaciones genera trauma. La inmovilidad, bloqueo o
petrificación psíquica del mundo imaginario relacionado con dicha sobreexcitación,
además de la fascinación y la cooperación de ciertas representaciones inconscientes
arcaicas pueden convertir el traumatismo en trauma. Trauma que puede ser
acumulativo o aniquilador.
— El funcionamiento evacuatorio: La incapacidad de ligar la tensión y
excitación somáticas mediante defensas neuróticas o representaciones que doten de
un anclaje mental que permita entender lo que está pasando, favorece la pura
descarga sensoriomotriz. La calma vuelve tras el drenaje. Si no hay inhibición en este
aparato mental primitivo y expulsivo, no puede hablarse de funcionamiento mental
propiamente dicho. De hecho, se da una ausencia de mediación del pasado en la
elaboración del traumatismo debido a un funcionamiento defectuoso de los
mecanismos de represión. «El individuo operatorio no sufre de reminiscencias» (E.
Castellano-Maury, 2003, pág. 56).
— La hiperinvestidura de lo real-factual para rellenar de materia palpable el
clivaje del mundo interno arrasado por el trauma. El sujeto en esta tesitura se vuelca
en la sobreadaptación (D. Liberman), en la seudonormalidad (J. McDougall),
alcanzando una rigidificación robotizada y mecánica de la que se ha abolido lo
afectivo e imaginativo. Es muy útil el concepto de A. Green de «alucinación
negativa»: no ver lo que sin embargo existe, propicia la expulsión o encarnación en lo
visible y operacional de la fisiología del daño psíquico invisible e impensable.
24
— ¿Qué hay más real que el dolor? La termodinámica psicosomática establece
una fluctuación: a menor tolerancia al dolor mental, tanto más probable será el dolor
corporal. Para Bion la madurez dependía de la soportabilidad ante el dolor mental.
Madurar es asumir el cambio catastrófico, contener el displacer de la supervivencia,
encajar el conocimiento, asumir la violencia desorganizadora del crecimiento.
Cuando el dolor mental es inasumible por la imposibilidad de pensar, el sujeto se
ataca a sí mismo. La enfermedad emerge como contra-dolor psíquico garante de la
negación: «no pasa nada». El dolor del cuerpo niega el contacto con la realidad
misma del inconsciente. Lo real engulle lo imaginario, anestesia el dolor psíquico y
sirve de pantalla de su percepción. «Cuando progresa el ruido somático, el ruido
psíquico disminuye» (C. Botella, 1998).
— El balancín psicosomático se decanta sobre el cuerpo primitivo (hay quien
se refiere a la enfermedad psicosomática como «histeria arcaica»), invierte el sentido
evolutivo de progreso y entra en una dinámica contraevolutiva hacia el primitivismo
(H. Jackson se anticipó en el siglo XIX a esta explicación, si bien lo aplicó a
enfermedades degenerativas y a demencias) ontogenético. Se produce la regresión al
cuerpo bruto, al cuerpo no metaforizado, asemántico. Cuando el cuerpo primario
toma la iniciativa en ausencia de un cuerpo psíquico o un cuerpo simbólico, la
enfermedad está servida, y si en el camino involutivo no tropieza con diques de
contención (puntos de fijación neuróticos), el pronóstico no será muy favorable. Son
las fallas en el funcionamiento psíquico de un individuo las que le hacen vulnerable
ante la enfermedad física. La regresión cabalgaría hacia la desorganización,
arrastrando en su camino a las pulsiones de muerte (disfrazadas a menudo de
cansancio, descenso en el tono vital, inmunodeficiencia, depresión latente, etc.). Dice
M. de M’Uzan que «el síntoma psicosomático es estúpido», que no tiene sentido. En
efecto, no revela sino el fracaso en el proceso de figurabilidad, la ausencia del
fantasma. Tan es así que para el IPSO la regla de oro, en su sentido más operatorio
es: «o fantaseas, o mueres».
4. PIEDRAS ANGULARES DEL PROCESO PSICOSOMÁTICO
Todos somos psicosomáticos, y todos con variable intensidad y frecuencia
atravesamos episodios o momentos en que nuestro funcionamiento psicosomático
condensa los fenómenos que siguen. La gravedad, reversibilidad y letalidad de los
mismos marcarán la diferencia entre las personas. Pero no cometamos el error de
escuchar, leer o atribuir esos elementos a otros, siempre a otros factores
circunstanciales o externos. Seamos autorreferentes: ¡nos va la vida!
De entre las condiciones preparatorias o coadyuvantes en la formación del
síntoma psicosomático, Pierre Marty destaca tres factores que aquí completaremos
con tres más:
A) Depresión esencial. El concepto tiene un precedente en la depresión
anaclítica de Spitz, en la depresión blanca o depresión latente, en la depresión vacía o
depresión inconclusa, en la depresión sin objeto, incluso enla depresión inmunitaria,
pues de todas estas formas se la conoce. I. Usobiaga la define así:
25
Se trata de una depresión de larga duración, una depresión sorda que
nunca ha sido elaborada ni considerada como tal, pero que marca en el
individuo un tono vital bajo desde su infancia (2002, pág. 7).
Es el referente clínico de las depresiones sin expresión. La depresión esencial
es asintomática, plana, se presenta como un déficit de energía, cansancio, desilusión,
apatía y un élan vital bajo, cuasi desconectado de las recompensas placenteras del
mundo. Se trata de un caldo de cultivo sordo, sin manifestaciones obvias de dolor
mental o de déficit narcisístico. Lo que captura la atención del psicosomatólogo es el
demasiado escaso dolor psíquico que se muestra, la conformidad con el leve malestar,
la dificultad para dejarse llevar o buscar el placer. La «frigidez afectiva» es la nota
sobresaliente en una fenomenología abúlica y de tono bajo, que no obstante transmite
un desamparo profundo y muy antiguo, no reconocido pero padecido, un
desbordamiento jamás superado y que ha dejado lastres perdurables:
… la reserva del Ello no está vaciada, sino casi cerrada. El compromiso
pulsional no tiene curso… Sólo permanece aparentemente investida una
fórmula relacional… que se encuentra en comportamientos más o menos
automáticos, de los que algunos están, sin embargo, muy comprometidos
pulsionalmente (el hecho de comer, por ejemplo). Se buscan en vano los
deseos; no se encuentran más que intereses maquinales (P. Marty, 1976,
pág. 75).
Smadja (2005) lo relaciona con el fracaso o la debilidad en la dramatización
histérica, siendo esa inexpresividad del dolor la resultante. El paciente no se ha
permitido nunca la tristeza, entendida como experiencia humana de la pérdida y del
anhelo. Sencillamente es alguien que no osa esperar nada distinto de cuanto se le ha
dado o deshacerse de cuanto le frustra o le hace infeliz. Carece incluso de la
percepción de frustración, dado queacata lo real cual le viene sin oposición, sin
rebeldía, sin comparación con otros estados posibles. A veces el pasivo conformismo
tiene un aire de fatalidad, derrotismo o cinismo desesperanzado. Pero no hay queja, ni
demanda, ni expectativa de cambio.
La depresión esencial lleva incorporada la sordina que amortigua el dolor
psíquico que no puede ser representado. El revestimiento externo es de anestesia,
indiferencia, confundida a veces con empaque, serenidad o resistencia a los embates
de la vida. Paradójicamente este tono de la «depresión esencial» puede remitir o
invertirse, dando lugar a una mejora en el humor, cuando ya ha aparecido la
enfermedad somática. La paradoja psicosomá-tica aquí se revela de la siguiente
forma: cuando el cuerpo enferma, se relibidiniza la vida, se restaura el placer de
existir, se recatectizan los deseos y se revalorizan los contactos (I. Usobiaga, 1995).
Juan Muro resalta el carácter silencioso y discreto, su textura de frialdad, la
distancia emocional, la desconexión transferencial de pacientes en depresión esencial.
Se acompaña a veces de angustias difusas, sin objeto ni representación mental. M.
Zubiri (2002) decía a propósito de esto que hay una clínica negativa, caracterizada
por el borrado, por la ausencia de algo que debería haber y no hay. No se aleja de lo
escrito por P. Marty:
26
Menos espectacular que la depresión melancólica, conduce más
seguramente a la muerte. El instinto de muerte es señor y dueño de la
depresión esencial (1990, pág. 40).
El Yo del deprimido esencial cumple sus funciones de defensa e integración, no
está sometido a la ley, sino que vive la ley. Menos dañado en apariencia que en las
depresiones clásicas, el aparato mental puede coordinar y ejecutar ciertas funciones:
comer, dormir, la sexualidad. Lo ideal sería poder hacer un abordaje precoz de la
depresión esencial, antes de que se disuelvan con medicamentos sus signos
prodrómicos (las angustias difusas) o que su cronificación termine coagulándose en
síntomas somáticos severos.
Muchos autores vinculan la depresión esencial al fracaso en el vínculo
primario. Boschan afirma: «para tener ganas de vivir, tiene que haber habido otro con
ganas de que vivamos» (P. J. Boschan, 1998, pág. 169). El que siente que sobra
puede generar una reacción autodestructiva larvada y lenta, predisponiendo una
indiferencia esencial en el plano de los intereses vitales, desatendiendo las
manifestaciones de la pulsión de vida y dejándose obrar por los agentes letales, en
una actitud como de ¡¿qué más da lo que me pase?! Los investigadores del IPSO no
tienen duda alguna de que esta depresión esencial aumenta la morbilidad
predisponiendo sordamente la libre eclosión invasora de las enfermedades.
Naturalmente en el proceso han de intervenir los sistemas autonómicos, hormonales e
inmunitarios. Es lo que Sebeok llama endosemiótica.
La depresión blanca se expresa a través de una percepción de futilidad de las
cosas, con un desinvestimiento del Yo y de los objetos. La mirada y el deseo
sobrevuelan por la periferia de las cosas, no adhiriéndose a nada, no depositando
identificación proyectiva alguna sobre nada. La excesiva densidad de lo real satura la
vivencia y abole la libidinización. Casi siempre se camufla de hiperactividad rayana
en la omnipotencia. ¿Cómo detectar la depresión en alguien que aparenta estar
henchido de energía a la vista de la incesante e irrefrenable sucesión de acciones y
tareas en las que se vuelca?
El deprimido esencial sostiene su autoestima en la eficacia de sus actividades,
en lo imprescindible de su presencia, en la valoración fáctica que el entorno concede
a su solvente ejecutoria personal y/o profesional. El deprimido esencial es un «trapero
del tiempo», como diría J. A. Marina, un devorador de urgencias y segundos que no
le alcanzan para la actividad que despliega. Sin indulgencia para el descanso, el ocio,
el juego. Dice no tener tiempo para deprimirse, ignorante de que su depresión, por
insidiosa y silente, es la más mortífera. ¿Recuerdan a Escarlata O’Hara cuando
exclamaba: «¡Mañana lloraré!»? En su hoy le asaltan demasiados imponderables que
atender para percatarse de la conmoción del mundo interno. Aplazar o renegar la
percepción del dolor psíquico es el mecanismo recurrente de este tipo de
personalidad. Sólo que ese mañana nunca llega porque la descarga sensoriomotriz
deviene escudo defensivo sin igual para expulsar los duelos.
Tempranamente, P. Marty, M. de M’Uzan y Ch. David (1967), en La
investigación psicosomática, nos dejaron un retrato robot que, además de literario,
nos recuerda a lo que en otros ámbitos se ha designado como síndrome de Bartleby,
27
en alusión al escribiente de Melville, quien ante cualquier requerimiento o demanda
laboral, invariablemente contestaba «preferiría no hacerlo». Al igual que Bartleby, el
sujeto psicosomático aparece como ese:
… personaje aparentemente mortecino, a menudo angostamente realista,
algo somero, que creía moverse en la evidencia y del que se desprendía
una vaga tristeza (…). (1967, pág. 327). También lo designa como
«paciente sin relieve» (1990, pág. 109).
Si pasa desapercibida es porque desaparece a ratos o porque se solapa tras las
enfermedades somáticas; no suele considerarse lo bastante preocupante como para
solicitar o merecer consulta. No se evalúa la apatía como síntoma, ni se la relaciona
con un objeto (o su pérdida) concreto. La larga duración de la misma invita a
considerarla un rasgo de carácter, inherente al sujeto. De ellos se comenta: «Él es así:
un poco soso, un poco ausente, parece que todo le da igual, que nada le entusiasme».
El peso, la duración y la gravedad de la depresión blanca van a determinar,
junto a otros factores, el derrumbe vital, el desfondamiento, el desbordamiento de la
pulsión de vida, su colapso y el inicio de la involución desorganizadora.
B) Pensamiento operatorio. Suele ir a la par de las perturbaciones somáticas.
Consiste en un modo de estar en el mundo pobre en contenidos mentales y afectos
ligados a personas. La narración de los padecimientos que presenta el paciente es
descriptiva, concreta, factual, rala en adjetivación o adornos, secuencial, lógica y
centrada en los hechos, en las situaciones, en lo objetivable y constatable, y
desprovista de valor libidinal. Su percepción de la experiencia es rala y ramplona, al
modo de una crónica plana y lineal, sin signos ortográficos o alteraciones en el ritmo.
No se da pensamiento asociativo ni connotación desde la subjetividad. La exactitud
descriptiva es tan sorprendente como la banalidad que rige la selección de sus
informaciones. El estilo de su discurso es una ventana que permite ver la absoluta
mutilación del sujeto en aras de la fidelidad absoluta a los hechos, pero la asepsia
despoja lo que expresa de alma, de deseo. (S. Pérez Galdós, 1987). El individuo, en
pensamiento operatorio, cesa por completo en sus conductas perversas y
sublimatorias. Su pensamiento es socialmente correcto, como lo es su actuación y se
acerca a la robotización y a los automatismos. El nexo entre ideas y pensamientos es
sustituido por un mosaico de conductas (P. Marty, 1990). Decía L. Kreisler que el
sujeto operatorio «padecía la realidad más que vivirla», su materialidad empírica y
utilitaria termina por empobrecer sus capacidades cognitivas, evolucionando hacia
una neurosis de comportamiento:
Capacidades asociativas pobres, puesto que es incapaz de atribuir a
los objetos, a las personas, a las actividades, otras cualidades que no
sean las que derivan de datos puramente descriptivos, fruto de la
percepción directa, restituida en relatos anónimos, desprovistos de vida
intensa (L. Kreisler, 1985, pág. 81).
28
Toda excitación que no pueda ser reducida a las coordenadas factuales y
espacio-temporales, todo cuanto no puede ser pensado en términos de solución, salida
concreta o conexión inmediata, se desecha del aparato mental. Diríase que hay una
exigencia absoluta de simplicidad, inmediatez, claridad e inambigüedad. Además, el
sujeto operatorio no es capaz de aceptar ni siquiera provisionalmente la tensión
desagradable, trata de vivir en entornos aconflictuales, de crear o recrear ámbitos de
calma, tranquilidad, rutina y monotonía. Cualquier excitación o irrupción de la vida
puede devenir traumática porque no hay capacidad para contener y ligar el aflujo de
tensiones. Beno Rosenberg (1995) hablaba del «masoquismo guardián de la vida», y
es éste el que le falta al operatorio, intolerante al sufrimiento neurótico (frustración,
decepción, expectativas truncadas…). El Dasein está interrumpido, y con él la
conciencia y contención del dolor. Precariedad del trabajo de pensamiento que
conduce a la alternativa orgánica y desorganizadora. Chevnik lo connota así:
Técnicamente correcto, fecundo en el campo de lo abstracto. En los
relatos de estos pacientes emergen, predominantemente contenidos
«razonables», la mayor parte concretos y con una clara orientación
pragmática, tenazmente adheridos a la descripción de lo circunstancial.
Estas manifestaciones verbales, impersonales, que pueden ser breves o
con muchos detalles, muestran en general una gran exactitud y la
referencia a la realidad es abrumadora (M. Chevnik, 1983, pág. 1085).
Aparece una relación blanca en la que no se vehicula nada más que los
problemas cotidianos ligados a la supervivencia o a la consecución de objetivos
concretos. A menudo, el sujeto se expresa recurriendo a la tercera persona,
molestándole cualquier expresión o vivencia extraordinaria. Se muestra como «un
tipo corriente», como una «persona del montón». La normalidad no es un déficit de
singularidad, sino una coraza para no visualizar ellos mismos ni permitir que otros lo
hagan nada peculiar. La estereotipia es de tal magnitud que se jactan de ser «muy
normalitos», desdeñando y aborreciendo a quien exhibe, aunque no sea de forma
altiva, su excelencia. Este particular fue constatado desde el principio por los
investigadores clínicos de IPSO:
El sujeto niega su propia originalidad como niega la originalidad del
prójimo… Este nuevo rasgo, denominado por nosotros con el término de
reduplicación proyectiva, hace de nuestro personaje alguien que se
reconoce íntegramente en el «otro», imagen de sí mismo moldeada por
entero en una forma idéntica, carente de características individuales
notables. Incapaz de discriminar entre las cualidades del prójimo,
manifiesta también una negativa absoluta a introyectarlas, de forma que
si el otro afirma una originalidad irreductible pierde enseguida todo
valor objetal (P. Marty, M. de M’Uzan y Ch. David, 1967, pág. 322).
Para el sujeto operatorio, mimetizarse con el entorno, pasar desapercibido, ser
como todo el mundo, es una garantía de supervivencia y de adaptación. A lo ancho de
su vida procurará no desviarse del centro matemático de la curva normal.
29
Pierre Marty hablaba de pensamiento operatorio, de vida operatoria y de
lenguaje operatorio, recalcando respecto a éste que no es necesariamente pobre,
esquemático en cuanto al verbo o la composición. A menudo, el lenguaje es
tecnicista, erudito y elegante, pero no es más que una pátina culta y refinada de una
línea operatoria. (E. Castellano, 1998). Aunque sea culto, abstracto y complejo
idiomáticamente, suele estar «desconectado de sus fuentes pulsionales». El discurso
operatorio no es, por fuerza, infantil o hiperrealista, sino desprovisto de afecto, sin
calor. Especifica:
Éste (el pensamiento) se presenta como una actividad consciente, sin
nexo orgánico con un funcionamiento fantasmático de nivel apreciable
que dobla e ilustra la acción sin verdaderamente significarla… No
queremos decir que se trate de un pensamiento rudimentario, pues puede
ser fecundo técnicamente, por ejemplo en el campo de la abstracción,
pero le falta siempre la referencia a un objeto interno vivo (P. Marty, M.
de M’Uzan y Ch. David, 1967, pág. 33).
En el funcionamiento operatorio trata de negarse el contacto con lo
inconsciente. La operatividad práctica compensa el silencio de las representaciones y
ejerce un efecto autocalmante, permitiendo proseguir la vida en una horizontalidad
sin sobresaltos como si nunca pasara nada (C. Smadja, 2005). El terapeuta se sitúa
ante un mosaico de detalles, minucias, gestos y giros intrascendentes y se obstina en
encontrar, más allá de eso mismo, aquel significante pulsional o aquel entramado
fantasmático que está oculto. En vano. Manuel de Miguel lo expresa así:
El déficit de representaciones, materia prima de los procesos
mentales, se acompaña de un sobreinvestimiento de la acción y una
fragilidad extrema a las heridas narcisistas que completan lo que
llamamos pensamiento o vida operatoria. Tener un conflicto supone para
estas personas un fracaso y, por tanto, una herida narcisista de la que hay
que evadirse a través de una acción específica, … mecanismos que
constituyen el correlato metapsicológico del pensamiento operatorio
(1997, pág. 121).
La vida se diluye en una cadena de tareas que realizar, proveyendo la balsámica
sensación de lo correcto y de lo pleno. Lo emocional y relacional parece trivial o
baladí a sus ojos, en tanto que se magnifica el valor de lo actuado, de sus frutos
concretos. (M. Zubiri e I. Usobiaga, 1988). La existencia transcurre repleta de
ocupaciones utilitarias, bien sean intelectuales, laborales, deportivas, ociosas, pero no
se tiene el espacio psíquico para la emergencia de la ensoñación, la regresión y el
contacto con el deseo. Desconcierta y confunde la adherencia a la vida operatoria, su
monotonía cansina o prolija transmite la impresión de estar ante una alambrada verbal
o factual que tapa un hueco, éste señala una ineptitud para establecer contacto con los
objetos internos —no conservados, como señalábamos en el apartado anterior—.
Rotundamente, M. Utrilla adjudica a este factor el aumento de la vulnerabilidad ante
los traumatismos:
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Sabemos que no podemos considerar la muerte como en la
concepción popular, sino como una desaparición, progresiva e insidiosa,
de la capacidad de pensar. Se trata de la muerte del psiquismo
reemplazado por el imperio de la acción o la enfermedad somática (M.
Utrilla, 2004, pág. 132).
En ocasiones extremas, el sujeto se acerca a la fobia de pensar de la que
hablaba E. Kestemberg. El borrado de las funciones psíquicas, unido a la pérdida de
«calidad libidinal», la neutralización y negativización de las representaciones —
afirman querer vivir sin pensar— temporalmente garantiza que el Yo se adapte a las
condiciones adversas a las que se enfrenta («vivir el día a día», «ir poco a poco»,
«centrarse en el momento y en los pasos concretos»…). «Hipocondríacos de lo real»,
«buscadores de recetas» los denomina Smadja (1998). Recuerda R. D’Alvia que el
paciente operatorio no tolera no ser el que más trabaja, el más productivo, el que más
vende, el que más éxito tiene, el empleado modelo, el punto de referencia. «De su
responsabilidad hace un ideal» (R. D’Alvia, 1993).
Pierre Marty, en «La investigación psicosomática» (1967), equipara el
pensamiento operatorio en la psicosomática a la represión neurótica y al delirio para
las psicosis, considera que configura una organización mental original, no
dependiente de las estructuras límite (bordeline). El pensamiento operatorio es un
pensamiento motriz. El despliegue comportamental se instala en un aparato mental
que es puro arco reflejo y sistema phi, pródigo en representaciones de cosa pero
carente de representaciones de palabra o elaboración mental:
… el sujeto está separado de su inconsciente… sacamos la impresión de
un tabicamiento estanco… un sujeto cuya primera impresión es la de una
adaptación social correcta, y aun excelente… cierto empobrecimiento en
la comunicación interpersonal, asociado a una desecación y una
esclerosis de la expresión verbal (1967, pág. 321).
… era preciso, pues, tomarse en serio la pobreza del lenguaje y
aceptarla, hasta cierto punto, por sí misma. Esta pobreza no podía
imputarse ni a una debilidad determinada ni a una insuficiencia cultural,
… La degradación del lenguaje se debía a que éste se veía reducido a
una función pragmática e instrumental, y, por esta razón, estaba
desvitalizado (Ibíd, pág. 327).
Las características de la vida operatoria diferenciadas por C. Smadja (2005)
son:
— Cronicidad: continuidad en el tiempo e irreversibilidad del estado
operatorio, aunque eventualmente funciona sólo durante períodos
críticos espaciados, permitiendo en este caso que aparezcan
regresiones reorganizadoras.
— Ceguera al mundo imaginario y sordera a los representantes
pulsionales.
— Propensión a la somatización (aunque no necesariamente), adicción,
31
impulsividad y descargas violentas (psicopatía, sociopatía).
A estas características, A. Green (2000) agrega otras:
— «Locura privada» (despojamiento de subjetividad); pensamiento
convencional, conformista y gris, sin aditivo alguno que lo
personalice.
— «Reduplicación proyectiva»: el Otro es una proyección masiva del Yo,
por lo que no se metabolizan las diferencias y se suprime de raíz la
percepción de la alteridad. El objeto no cuenta (Smadja, 2005,
página 197), la realidad está desobjetalizada (A: Green).
— «Agnosia psíquica» o «afasia del inconsciente»: El inconsciente recibe
significantes pero no emite.
El contrapunto del pensamiento operatorio está en la escucha operatoria que se
produce en el terapeuta. Si el paciente está tan adherido a lo real exterior y se resiste
al encuentro consigo mismo, el terapeuta puede suspender su búsqueda del
significado y de las conexiones emocionales, perdiéndose igualmente en detalles
anodinos, triviales, irrelevantes, en lugar de mantener una verdadera atención
flotante. Soportar el aburrimiento de un discurso sin nexos inconscientes es todo un
reto. El vacío de la palabra desencadena un desconcierto preciso en el terapeuta: ¿por
dónde entro en la selva del discurso para encontrar los frutos psicológicos? Para el
psicoanálisis, a diferencia de la visión mantenida por la psicología conductista u otras
orientaciones sistémicas, el buen funcionamiento mental tiene manifestaciones
floridas, ruidosas, a nivel del discurso y de las efusiones emocionales. Se expresa en
quejas, lamentos, demandas, protestas, etc. Todo ello falta en el discurso operatorio,
caracterizado por la negatividad: la indiferencia, la calma, la enunciación sosa de las
ideas y la construcción regular y monótona de las oraciones.
La propuesta de A. Fine para superar el escollo de la escucha operatoria es
marcarse el objetivo de restablecer el cuerpo libidinal a partir del soma biológico
enfermo:
Nosotros tratamos de hacer entrar el cuerpo sufriente en un discurso
que supere su positividad, su naturalidad biológica. Tratamos de estar en
una escucha, aunque no se convierta en interpretación, que, más allá de
la queja somática, intente recuperar el cuerpo fantasmático, el cuerpo
erógeno, reconstruirlo activando nuevamente funciones de
representación de todo orden. Intentamos hacer recuperar una suerte de
equilibrio que, sin oponerse totalmente a la enfermedad, tornaría más
dificultoso su desarrollo. Y eso, apostando a «la humanidad de tales
sujetos», a pesar de sus zonas de sombra, a pesar también de los diseños
que habían mostrado a esos sujetos como robotizados (A. Fine, 2000,
pág. 96).
C) Déficit de mentalización. El IPSO establece un fallo esencial en la
32
adquisición de niveles de pensamiento lógico, formal y simbólico. Tal falla dificulta
la secundarización de los procesos sensoriales y lagunas en las cadenas asociativas,
recuerdos y conexiones significantes. No es por lo general una cuestión de presencia
o ausencia radicales de mentalización, sino de aptitud irregular o inestable para
construir o ligar representaciones acerca de lo vivido, por lo que la secuencia
biográfica está interrumpida, desconectada, hecha jirones o completamente olvidada
o trivializada. En ocasiones se trata sólo de una inhibición temporal que tiene lugar en
una franja vital concreta pero que luego puede restablecerse sin dificultad, salvo que
haya acarreado algún «accidente somático» durante su transcurso. El aparato psíquico
no conquista por distintos motivos ciertas funciones yoicas de soporte, contención,
organización de los flujos internos excitatorios. P. Marty (1995) señalaba algunos de
estos factores:
— exposición a sucesos que intensifiquen la presión instintiva,
— exposición a sucesos que reanimen demasiado ciertos conflictos,
— exposición a sucesos que inhiban o colapsen las capacidades
elaborativas,
— exposición a sucesos que obstruyan las vías de expresión instintiva.
Dada la pluriformidad de circunstancias,
La duración de las desorganizaciones mentales de este orden es
infinitamente variable, según los momentos, para un mismo individuo y
para cada individuo. Puede ser sólo de unas horas, de algunos días, o de
algunas semanas. Las desorganizaciones pueden repetirse, dejando
intervalos de reorganización (P. Marty, 1976, pág. 21).
Cuando la elaboración mental fracasa, obliga al cuerpo a tramitar las relaciones
y tensiones pulsionales o periféricas (causadas, por ejemplo, por el desbordamiento
originado por estresores externos) al margen de la mente:
Al paciente mal mentalizado lo que le sobra es realidad real. Para él
todo depende del exterior… las mentalizaciones defectuosas se adhieren
al entorno y a las modas y dan la impresión de absoluto conformismo (E.
Castellano-Maury, 1998, pág. 38).
Winnicott (1949), ajeno por supuesto a la Escuela de París, sostenía este
desplazamiento. Para él, la mente está en el cuerpo, es una función del psiquesoma.
Pero la psique y el soma son un continuo del que uno elabora lo emocional y otro lo
corporal en relación con la adaptación reclamada por el entorno. Lo mental aparece
para suplir o complementar alteraciones producidas en la continuidad del desarrollo
psicosomático. Lo mental, con todas sus complejidades, afectará a la configuración
del self. El modelo médico nos obliga a situar y ubicar la mente en el cerebro. Pero la
mente es una función globalno localizada en parte alguna del cuerpo, sino en la
totalidad del Yo-corporal que nos aporta la identidad. Así vista, la enfermedad
psicosomática tiene un objetivo:
33
… apartar a la psique de la mente y devolverla a su originaria e íntima
asociación con el soma (D.W. Winnicott, 1949, pág. 345).
Bottenberg estipula que toda emoción es susceptible de analizarse en una tríada
reactiva: la comportamental —lo que se hace—, la fisiológica —lo que nos ocurre a
nivel neurovegetativo—, la cognitiva —lo que pensamos o evaluamos a tenor de la
experiencia que vivenciamos—. Pues bien, en ciertos sujetos, los tres sistemas de
respuesta no covarían simultáneamente o no lo hacen en el mismo sentido. Es
posible, y así se demuestra reiteradamente, con emociones de ansiedad y angustia
entre otras, que la intensificación de un componente no se acompaña de una
intensificación en los demás.
Las personas con déficit de mentalización vivencian las sacudidas afectivas en
los planos de lo sensoriomotriz (comportamentales y fisiológicos), pero dicha
sacudida no queda enganchada a representación cognitiva alguna. Por lo que el sujeto
puede percibir un incremento excitatorio en su organismo (sudoración, temblor,
palpitaciones, pinzamiento gástrico, fatiga respiratoria), pero no hallar dentro de sí
una fantasía, recuerdo o suceso real con el que enlazarlo. Se sorprendía P. Marty
cuando S. Nacht cuestionaba su diagnóstico de un paciente con «neurosis
cefalálgica», es decir, se sorprendía de la extrañeza de Nacht ante la aparente mezcla
de dos planos inconciliables: el de la neurosis y el de lo fisiológico, y Marty se
defendía con cierta provocación, aduciendo que los planos de la representación y la
biología habían estado siempre intrincados entre sí desde la misma definición
freudiana de neurosis. Observaba con sorna:
… (hemos olvidado) los «acting out» que transfieren a un plano
muscular aquello que quisiéramos conservar en un plano afectivo, o las
múltiples manifestaciones viscerales, verdaderas fugas, que nuestros
enfermosnos relatan en el curso de su tratamiento. Como si las bases
mismas de la neurosis, su fuente energética, las pulsiones, no fueran de
esencia orgánica (P. Marty, 2001, pág. 12).
Gregorio Marañón hizo experimentos sobre esto. La vivencia a-mentalizada de
la excitación emocional provoca dos reacciones básicas: unos sujetos la reconocen
como una experiencia del cuerpo, ajena a cualquier correlato experiencial: son cosas
que le pasan al cuerpo sin más y no se trata de darles sentido o enlazarlas con
elementos subjetivos o biográficos. En otros, es necesaria la conexión y
resignificación (un après coup) que busca representaciones reales o ficticias a las que
atribuir las alteraciones y los desequilibrios homeostáticos constatados. A este
procedimiento Manuel de Miguel lo designa como histerización secundaria: el
paciente agrega un significado a un síntoma que originariamente no tenía. Así se
puede decir, por ejemplo, algo tan metafórico como que «en la rectocolitis
hemorrágica el intestino llora sangre» (N. Nicolaïdis, 2000).
La función mental básica es la secundarización de los procesos primarios. Para
realizarla, recurrimos a fantasías, recuerdos, imágenes, ideas o elaboraciones
complejas. La mala mentalización se enlaza con la indisponibilidad de las
representaciones mentales que podrían ligar las tensiones o excitaciones desatadas
34
por los traumas vividos, y también con la desconexión de los afectos asociados a
dichas representaciones. La evocación de los hechos, de los estímulos, se produce en
una dimensión meramente sensorial, a lo sumo racional, pero no hay nexos
relacionales o causales entre la reacción sensorial y algún impacto afectivo interno.
(O. Garrone, 1998). Todos ellos pueden tener un diferente grado de conciencia, pero
las que atemperan la inquietud despertada por las reacciones fisiológicas son aquellas
que podemos detectar e interpretar, no las que permanezcan en un umbral pre-
consciente o marginales a la conciencia por efecto de la represión u otras defensas.
Carlos Amaral (1999) retoma el lenguaje de Bion para señalar la simplicidad o
defecto de las representaciones mentales en los psicosomáticos. La «incapacidad de
pensar pensamientos» se debe al fracaso del continente mental para controlar la
tensión psíquica. El síntoma psicosomático es, incluso, un acting-out de un soma no
integrado en la corriente mental e histórica. El aparato mental se torna expulsivo y
recurre a esta neurosis del comportamiento que es el enfermar somático para «no
tener que enterarse de que existen otros planos del ser». El psicosomático no realiza
insight, por lo tanto no liga la tensión y la representación. El insight es una fórmula
inductivo-deductiva del pensamiento. Ese ¡zas, esto tiene que ver con esto! une de
nuevo un cable cortado. Quien no aprende, sólo repite, y no puede introducir claves
de transformación. E. Castellano clarifica:
Una mentalización limitada deja a los conflictos existenciales sin
traducción psíquica, reducidos a una pura cantidad de excitación que
favorece unos estados de desvalimiento inelaborables que preceden o
acompañan habitualmente las somatizaciones (E. Castellano, 2000, pág.
63).
J. E. Fischbein (1986) califica a la somatización como pasaje al acto en el
cuerpo, a través del cual el aparato psíquico desbordado o rendido intenta la
estabilización y evita la desintegración. Afirma:
… considero a las enfermedades psicosomáticas como trastornos
narcisistas en los que predomina la escisión del aparato mental del
sujeto. Son estados en los que fracasan los medios de expresión psíquica.
El espacio mental para la fantasía está anulado y la tensión es drenada
corporalmente. A nivel mental aparece un [espacio] blanco con el que el
paciente se siente preservado de la sensación de angustia (1986, pág.
1025).
¿Por qué se desencadena? La dirección del interrogante apunta hacia el fallo en
la función mental de la madre. Ella no contuvo la intensidad de las excitaciones
primarias del hijo, no le suministró ni la empatía, ni la contención, ni el reverie
suficiente, como para que los desbordamientos preverbales del infante pudieran
aguardar la aparición de representaciones eficaces que lo sostuvieran. M. Masud R.
Khan (1963) asigna a esta mala gestión de las tensiones del hijo por parte de su madre
la responsabilidad del fracaso futuro de la mentalización, conditio sine qua non de su
concepto de trauma acumulativo. La ineficacia de la madre en su función
35
paraexcitadora estrangula la gestación y el desarrollo del Yo como freno resiliente a
las dificultades de la vida:
Cuando estos fracasos de la madre en su papel como protección
contra las excitaciones son significativamente frecuentes y provocan
irrupciones en el psique-soma del niño, que éste no tiene medios para
eliminar, configuran un núcleo de reacción patógena (M. Khan, 1963,
pág. 128).
Juan Muro (2006) especifica que la calidad y la cantidad de las
representaciones que suceden a nivel pre-consciente dependen de tres factores:
— El espesor del preconsciente: a expensas de la abundancia de asociaciones
transversales y longitudinales.
— La permeabilidad para permitir el paso del inconsciente a la conciencia.
— La regularidad de su funcionamiento.
Dependiendo del grado de mentalización alcanzado, según el criterio del IPSO
cabe encontrar:
— Neurosis de comportamiento.
— Neurosis mal mentalizadas.
— Neurosis de mentalización incierta.
— Neurosis bien mentalizadas.
Esta jerarquización enoja a A. Green al juzgar que en realidad no hay pacientes
de mentalización incierta (o intermitente), sino psicoanalistas con limitadas
capacidades interpretativas, bien sea por sus características personales, bien sea por
dificultades formativas, lo que entorpece su escucha y su pensamiento, llevándoles a
una contratransferencia proyectiva de su incapacidad para comprender.
Las tres últimas forman las neurosis de carácter. La mentalización sirve para
detener los movimientos contraevolutivos de la pulsión de muerte y generar
mecanismos reorganizadores. Volveré en otro momento sobre ellas y su estudio
diferencial.
La compensación o descompensación, el equilibrio o decantación entre las
modalidades de descarga: sensorio-motriz o mental determinarán el resultado. Si sólo
se utiliza la primera vía se entra en funcionamiento operatorio. Cuando la carencia de
mentalización es total y el sujeto roza el primitivismo mental, el resultado es la pura
hiperactividad física hasta llegar al agotamiento, las conductas adictivas, la lisofilia,
etc.
Cierto es que lo pensable o impensable, lo representable o irrepresentable,
depende tanto del hecho en sí, como del sujeto. Hay experiencias para las que no hay
horma previa y que es imposible construir. Falta la envoltura o continente mental.
Abunda la literatura sobre los duelos traumáticos y patológicos, los duelos imposibles
y el dolor irrepresentable. Cuando se entra en este territorio, no debemos presuponer
36
que exista un fracaso estructural de la función mental, sino un desbordamiento de la
mente que puede ser más o menos pasajero y acarrear consecuencias más o menos
letales. Lo impensable colapsa el aparato psíquico y genera un impasse que impide la
formación de representaciones de cualquier tipo. Expresa la desesperación de este
estado J. L. López-Peñalver (2005) apuntando al caso en que el contenido-dolor es
tan terrible que disuelve el propio continente mental. Y entonces, ¿qué hacer? No
habiendo defensas neuróticas disponibles, porque tal vez nunca se han erigido, o bien
fracasan eventualmente, sólo quedan tres opciones:
— recurrir a procedimientos autocalmantes,
— intentar una hiperinvestidura de lo cotidiano (sobrevivir en el día a día,
anestesiando el dolor insoportable).
— elegir la somatización.
Es curioso, en este sentido, que la dificultad de mentalización asociada a los
grandes traumas inelaborablesproduzcan una suspensión de todas las formas de
figuración: sueños, creatividad, palabra. El proceso secundario pareciera que se
licuara. Manuela Utrilla (1988) acentúa y diversifica la importancia por su ausencia
de tres procesos mentales que deberían intervenir para dar otra salida al dolor mental
o a las excitaciones pulsionales. Ella propone un funcionamiento en arco que iría
desde el inconsciente primario (biológico) a lo real, omitiéndose (renegándose) todos
los dinamismos intermedios: no interviene ni el inconsciente secundario (artífice del
trabajo de la represión), lo que anula el camino de la neurosis; ni el preconsciente
(artífice del trabajo de la representación), lo que invalida el proceso de la
mentalización o psiquización yoica del sufrimiento; ni la conciencia (responsable del
trabajo de la racionalización), lo que ciega la alternativa de la comprensión e
intelectualización.
Pierre Marty y Michael Fain (1959) reinterpretaron la organización
psicosomática como consecuencia de ausencia de inhibición intelectual de la energía
pulsional o excitatoria externa. Esto es: la inhibición intelectual sirve para frenar o
interceptar la descarga directa de la tensión fisiológica, la ralentiza, aplaza, reprime o
transforma, le da sentido o la contiene. Por tanto, cuando falla o no existe tal barrera
inhibitoria, la energía primitiva desborda al yo corporal precariamente envuelto y se
evacua a través de sus órganos. Pareciera, por tanto, que la somatización es un
mecanismo antineurótico. La enfermedad llena el vacío representacional. Se acorta la
vida, pero tiene un sentido.
Estos fracasos en el «registro mental de la experiencia afectiva» (P. J. Boschan,
1998, pág. 172) equivalen a una catatonía cognitiva, al mutismo ideativo, al vacío
desértico de lo imaginario. El fracaso metabólico grave deja inservible el
pensamiento, permitiéndole sólo papillas o pedazos de realidad leves y concretos, e
intervenciones puramente instrumentales en el mundo. Es el sujeto «normal» con un
aparato psíquico frágil, aunque sobreadaptado y rigurosamente funcional o
normotípico. Según P. Marty (1982), es el caso de la mitad de la población
postindustrial. Una sociedad que lleva al hombre a descubrir su inesencialidad y la
37
conveniencia de adaptarsesuperficialmente a los apremios de la vida, sacrificando su
mundo interno en el proceso. Su caída en la «factualidad» o ritualidad tiene el mismo
punto de obcecación y rigidez que es propia también de los obsesivos. Cabría, por
tanto, observar una concomitancia entre el obsesivo (viscoso y compulsivo en el
pensamiento) y el psicosomático (viscoso y compulsivo en la acción) (R. Asseo,
1992-1993).
D) Alexitimia. Es éste un concepto no perteneciente a la teorización de IPSO, al
menos con esta denominación, aunque como veremos está en la intersección de los
tres procesos y conceptos que anteriormente hemos analizado. El concepto en sí
pertenece a Sifneos con un significado fiel a su etimología. En un texto de 1972,
Psicoterapia breve y crisis emocional, definió A-lexi-timia como falta de
verbalización de afectos. Se trata de una carencia o de un deterioro temporal de las
funciones cognitivas y afectivas que puede servir de ayuda, durante períodos
especialmente graves y traumáticos, para evadir el dolor y el terror psíquico o el
desbordamiento mental. (J. Otero, 2004). En sí señala una ausencia, más que un
síntoma, una imposibilidad más que una disfunción. El autor del término —del Beth
Israel Hospital de Boston— la denota como «Estilo cognitivo caracterizado por
inhabilidad para verbalizar sentimientos y discriminarlos, por el cual el sujeto
presenta una tendencia a la acción frente a situaciones conflictivas». El debate sobre
esta cuestión se sitúa en el interrogante de si debemos considerarla un síntoma, un
rasgo de la personalidad o un estilo relacional.
Los equivalentes sinonímicos más próximos a éste serían el de «pensamiento
operatorio» de Marty, o el de «dislexia de los afectos» de Bodni, o el de
«analfabetismo emocional» propuesto por Alonso Fernández. J. Otero (2000) realizó
un minucioso repaso a las abundantes y no siempre concordantes hipótesis
explicativas sobre alexitimia, agrupándolas en tres modelos: el neuroanatómico, el
sociocultural y el psicodinámico. Si elidimos los dos primeros, pues no pertenecen al
foco de nuestro interés en este trabajo, respecto al modelo explicativo de
índolepsicodinámica, el autor relaciona la alexitimia con defectos graves en la
comunicación de la madre con su bebé, con la resomatización de las tensiones que
tienden a ser evacuadas y descargadas, con déficits en la capacidad simbólica, con
oscilaciones y alternancias en la calidad de las mentalizaciones, con la necesidad de
defenderse de inundaciones pulsionales susceptibles de experimentarse como
desvalimiento y desesperanza.
Aunque se ha discutido mucho en torno a este constructo tratando de
dictaminar si estamos ante una defensa contra un conflicto emocional saturador o no
integrable o si, por el contrario, estamos ante un rasgo estable y primario, la mayoría
de los investigadores se decantan por la segunda opción, aunque no es inexacto
afirmar que en ocasiones puede ser primaria (estructural) y muy frecuentemente
secundaria (defensiva). No obstante, cualquiera puede atravesar transitoria y
circunstancialmente por estados de alexitimia que no comprometan ni modifiquen
sustancialmente el habitual recurso mentalizador. Cabe distinguir la alexitimia global
—en la que lo afectivo no está inscrito como lenguaje ni se procesa a nivel cognitivo,
si no es de forma burda y primaria— y las alexitimias comprensiva o expresiva.
La alexitimia comprensiva presenta una especial dificultad en la decodificación
38
de los gestos, expresiones y manifestaciones conductuales que traducen las
emociones de los otros, cual si se tratara de un idioma indescifrable cuyo alcance no
puede valorarse. El sujeto de esta índole no puede recibir el mensaje, tanto si
proviene de fuera como si procede de su propio interior —fisiológico, somático o
ideativo—. Es más: ni siquiera sospecha que los signos que visualiza —si es que su
bajo nivel atencional se lo permite— porten mensaje alguno. Simplemente, dirá, «son
cosas que me pasan». Otra variante de la alexitimia comprensiva es la que permite
recibir el mensaje pero no logra darle una correcta interpretación. Esto es: sabe que
hay un contenido emocional, pero desconoce cuál o confunde su naturaleza. Así, por
ejemplo, no discernirá entre el enfado o la tristeza, entre el miedo y la angustia, o
entre la sorpresa y el asco, por referirme sólo a las emociones más básicas. Ésta es,
como sabemos, laclave de los incontables malentendidos que entorpecen la correcta
comunicación interpersonal.
La alexitimia expresiva, por su parte, se manifiesta en la dificultad para
transformar el mundo emocional interno en un lenguaje común, entendible por el
entorno y poco distorsionado. Efectivamente, no se trata sólo de que este alexitímico
sea ágrafo en cuanto a los afectos, sino que a menudo equivoca también las
manifestaciones con que trata de evidenciarlos, haciendo un uso desvitalizado de
palabras vitales (afectivas) y desoyendo los signos corporales (lenguaje) para
semantizarlos.
En ambos casos, o no hay inscripción de los signos emocionales o no hay
discriminación o hay torpeza sorprendente y estupor ante el mundo interno. El
resultado, en cualquier caso, es un sujeto estereotipado, rígido, sin modulación o
matización afectivas en su comportamiento, aburrido, anodino y gris. A la alexitimia,
como a cualquier trastorno que exprese la dificultad de conexión con el mundo
interno, se le asocian numerosos rasgos colaterales: pobreza fantasmática, anhedonía,
aminorado deseo o impulso sexual, actitud silente, seca, áspera y ausente
(desvinculada), intercalada de eventuales explosiones afectivas.
La correlación de los rasgos enunciados con trastornos de conducta violenta,
maltrato, terrorismo, trastornos alimentarios, conflictos parentales o conyugales,
propensión al acoso o al mobbing, etc., es una evidencia empírica largamente
documentada por las investigaciones recientes. Este individuo-seta, trasluce
insensibilidad, frialdad, hermetismo e irritación al contacto o al vínculo interpersonal.
Evitará a todo trance toda situación de intimidad excesiva o recurrirá a filtros que
sesguen la relación tolerable (televisión, lugares públicos, multitudes…) Le incomoda
el ruido emocional que, provenga de donde provenga, él carece de recursos para
filtrar psicológica-mente.
André Green aduce que los alexitímicos tienen el síndrome del «eso es todo».
Como pacientes requieren un proceso psicopedagógico previo para ser alfabetizados
en lo emocional y en sus expresiones fisiológicas, somáticas y cognitivas. El paciente
se incomoda ante el intento dehurgar en planos dinámicos, narrativos o biográficos.
Cuentan qué les ocurre, pero no cómo se sienten. Exclaman: «¿Eso qué es?» o «¿qué
tiene que ver con mi dolor de cabeza?» Obtener información deviene un trabajo
laborioso, de sacacorchos o de sabueso. Captar piezas significativas del puzle para
reconstruir e historizar, sobre todo historizar se convierte en tarea tediosa. Y es que el
39
alexitímico carece de perspectiva.
Joyce McDougall (1982) habla del «antipaciente en terapia», esbozando un
retrato-robot que a todo clínico le resulta familiar:
— Tiene abolida la curiosidad: le molestan las preguntas y no le inquieta no
saber.
— Suprime la empatía con el terapeuta: no trata de explicarse para asegurarse
que le entienden, sólo espera que le adivinen y que le solucionen el
problema que les preocupa, por supuesto sin husmear en su vida privada
y sin remover su pasado.
— Sufren, así creen, lo normal, lo que les corresponde, porque el mundo es
complejo, un valle de lágrimas y no tienen suerte.
— Son simplistas, secos, ásperos, adustos, poco habladores, buscan al
«experto técnico», manteniendo a raya al experto humano.
— Son obedientes, corteses y disciplinados en el plano formal de la relación
terapeuta-enfermo, y acaban por matar el deseo de saber del otro,
alimentando el pasotismo y la indiferencia del otro.
— Censuran la intervención de términos o indagaciones emocionales en el
proceso, porque lo juzgan baladí, trivial e intangible. Hay que derivar y
focalizar el sufrimiento en el único ámbito registrable: el biológico.
— Bloquean cualquier línea asociativa que no se relacione directamente con el
problema actual. El aquí y el ahora, el presentismo, hiperrealismo y la
concreción no admiten variantes, digresiones o conjeturas que, a buen
seguro, juzgarán distractoras y fútiles.
— La pobreza onírica y de ensoñaciones es equiparable a la pobreza lúdica, a
la tacañería del tiempo, a la ausencia plena de creatividad, innovación o
estética.
— Viven pendientes del qué dirán y se atienen obsesivamente a la
deseabilidad social, sobre todo evitan significarse con algún elemento que
les singularice o les convierta en excéntricos, originales o bizarros.
— Se esclavizan gustosamente al orden convencional, a los parámetros
mecánicos del funcionamiento social vigente.
Este paciente «pseudonormal» (McDougall, J. 1982), «inmunodeprimido a
nivel mental» (Fain), es bocetado así por I. Usobiaga:
Su relato es el de una enumeración de sus dolencias o vivencias, sin
ningún vestigio de representación mental. Dan la impresión de una gran
pobreza mental, afectiva, e incluso de capacidad intelectual (1997, pág.
59).
En cierto modo, el alexitímico se solapa y confunde en los descriptores trazados
por Marty respecto a la «personalidad alérgica esencial». Aunque también existe
parentesco con la personalidad esquizoide. Tizón señala:
40
(Los alexitímicos o pacientes operatorios) tienden a relacionarse de
forma pasiva y dependiente, presentando en primer plano síntomas
físicos y comportamientos, no asocian, sino que nos empujan a
interrogarles…, niegan y escinden lo emocional y lo relacional, …
disocian las coincidencias entre lo biológico y lo relacional y, sin
embargo, presentan intensas ansiedades ante las separaciones (2000,
pág. 179).
Algunos psicosomatólogos recientes piensan que la alexitimia se aprende y se
interioriza a partir del fracaso en la función paraexcitadora de la madre. Alega
Fischbein:
Faltan los pensamientos y las palabras que puedan dar cuenta de las
escenas que los sustentan. Son repeticiones de experiencias muy
tempranas de falta de procesamiento materno de las demandas
corporales del bebé (1986, pág. 1032).
Manuel de Miguel se abona a la hipótesis de que la alexitimia es una defensa y
exige un esfuerzo activo para desconectar el sentido y romper las tramas que enlazan
afecto y vivencias, por lo que los afectos actúan como un «foco irritativo interno sin
posibilidad de elaboración» (pág. 121). La mente infantil que no ha internalizado la
función de contención y representación de las estimula-ciones huye del afecto
sospechando el desequilibrio mental, la locura incluso, que éste inducirá. Esta
connotación «infantil» unida al concepto de alexitimia, nos hace pensar que todo
infante es alexitímico para los afectos, por lo que un adulto alexitímico estará
destapando su parte más infantil, concretamente la de los terrores más primitivos en
un portentoso esfuerzo de insensibilidad y anestesia para evitar su retorno y, por
consiguiente, la retraumati-zación (así opinó Kristal al estudiar a los supervivientes
del holocausto). McDougall sostiene que:
… la alexitimia es una defensa poco común y extrema contra los terrores
primitivos. Es evidente también que cuanto más frágil sea el sujeto, más
fuertes necesitan ser las murallas defensivas. La creación de tales
estructuras es el trabajo de una vida, y aunque el mantenimiento de una
fortaleza así puede ser costoso para los pacientes, en lo que se refiere a
desorganizaciones físicas y psíquicas, puede que no sean capaces de
afrontar ningún tipo de incursión en su sólida estructura de la
personalidad (J. McDougall, 1983, pág. 384).
Pero sin lenguaje, el cuerpo toma la iniciativa de hablar —López Peñalver
distingue entre «el cuerpo hablado y el cuerpo hablante»— reemplazando el código
emocional en vez de acompañarlo. El cuerpo enfermo deviene mediador del
intercambio comunicativo. La expresión facial de piedra, de corcho o de madera, la
amimia, la rigidez postural, todo indica la pésima relación del alexitímico con su
cuerpo:
41
… muchos pacientes psicosomáticos alexitímicos hablan de sus
cuerpos como si fueran objetos extraños, o como si no tuvieran certeza
de sus zonas y sus funciones (J. McDougall, 1982-1983, pág. 380).
Como se ha comprobado, ser alexitímico es el principal factor de riesgo de
somatizaciones. La magnitud, sorpresa o reversibilidad de las mismas diferirá en
covariación con otros factores de riesgo antes señalados. Es conveniente preguntarse,
no obstante:
… ¿qué cantidad de afectos no procesados psíquica-mente pueden
actuar desde el interior del individuo como incrementadores de
excitación que desborda la capacidad psíquica y generan síntomas
orgánicos (R. D’Alvia, 1996, pág. 36).
E) Sobreadaptación: En consonancia con todo lo anterior, y aunque este
concepto procede de un autor, D. Liberman, al margen del IPSO, cabe casi deducir la
existencia de un mecanismo recurrente ligado a la vida operatoria y al déficit de
mentalización. Este factor, cuya vinculación con las somatizaciones se ha
comprobado reiteradamente, se presenta en personalidades de precaria maduración
psíquica aunque den la apariencia de ser extremadamente cuerdas, impresión que
viene provocada por su alta productividad y eficacia. Su percepción del tiempo es la
de un tesoro que hay que aprovechar al máximo y no desperdiciar, por lo que lo
saturan de exigencias traducibles en réditos visibles y universalmente reconocidos
como fructuosos. Fácilmente degeneran hacia una adicción al trabajo, muy loable
desde el punto de vista social, pero perniciosa desde el ángulo familiar y afectivo:
La vida de estas personas es una cuestión de principios formales con
obligaciones a cumplir. Trabajo, relaciones familiares, vacaciones, vida
sexual incluso extramarital, fines de semana y hasta el mismo
psicoanálisis: todo es trabajo para ellos. Tienen temor al ocio sin reglas
(D. Liberman y cols., 1982, pág. 847).
Su hiperadaptación es una huida hacia la realidad (la actividad psicomotriz o
intelectual es agotadora, con tintes hipomaníacos) dado que carecen de espacio
psíquico interno y éste está desplazado hacia el espacio psíquico externo. La
hipercatexia de lo pragmático para negar la pérdida del objeto interno así como de
vínculos calmantes y de apoyo, empuja a la práctica de actividades extenuantes, a una
sobreexigencia corporal o intelectual de responsabilidad máxima que coloca al
organismo en un estado de estrés crónico. Caen prisioneros del personaje titánico u
omnipotente que su narcisismo ha necesitado crear. Ni se quiere ni se tiene tiempo
para pararse a pensar o a sentir algo fuera de la frenética dedicación a lo real (M.
Chevnik, 1983). La hiperactividad y la dispersión en tareas innumerables toman la
partida y rellenan el vacío y el silencio del mundo interno. La fatiga generada por
compromisos heterogéneos induce una sordina que evita la introspección y el dolor
mental. La descripción de D. Liberman no deja lugar a dudas:
42
Estos pacientes generalmente son líderes productivos exigidos y
exigentes que constituyen el sostén estable del medio familiar y social en
el que se desempeñan. Se trata de figuras destacadas en su área de
trabajo que cumplen funciones que los vuelven necesarios o
imprescindibles para los demás. Para ellos el trabajo es indispensable y
crean en relación a éste una trama rígida que les asegure una actividad
casi ininterrumpida. No conciben el ocio, ni mucho menos lo pueden
disfrutar. No admiten ninguna actividad que no sea altamente
productiva. Lo que producen es beneficioso para el medio en el que
actúan y crean problemáticas de lealtad mutua. En la mayoría de los
casos observados, son pacientes que han escalado posiciones
socioeconómicas importantes. Han debido luchar mucho para obtener lo
que tienen o mantener lo que recibieron (D. Liberman y cols., 1982, pág.
846).
El sujeto simula tener un Yo de acero, ser alguien concienzudo y responsable,
recibiendo por ello elogios y admiración, la costra perfecta para que aún le cueste
máscomprender el monopolio, la absorción o la trampa que le está tendiendo su
narcisismo deficiente. Requiere y diseña obligaciones, normas, horarios, formalidad y
estatismo, no hay noción de transcurrir ni de proceso. Su tiempo es congelado y
cíclico, rutinario y previsible, cual si desearan conservar la ilusión de tener todo el
tiempo por delante y que todo pudiera realizarse, de tener muchas vidas y de
preservar la juventud. No se sienten envejecer ni amoldan sus esfuerzos o energías a
la edad o al estado del organismo. La sobreexigencia puede ser de tres tipos (R.
Fernández, 2002):
— esquizoide, por carencia de registros de tacto y contacto,
— hipomaníaca, por ambición de éxito, estatus y superación de los límites,
— compulsiva, por afán de control y autodominio.
El paciente sobreadaptado se obliga a sobreponerse a cualquier obstáculo y a
crecerse ante las contrariedades. Necesita sentirse invencible, irreductible, más que
victorioso. ¿Cómo percibirse vulnerable o en riesgo? ¿De qué modo, sino como un
freno, va a registrar su flaqueza somática o sus achaques? La enfermedad será un
boicot a sus propósitos, raramente una alerta que le advierta de que está traspasando
límites que debiera respetar:
En la sobreadaptación, la realidad es forzada hasta el límite de la
mayor exigencia posible. Aparece una adecuación exagerada, en relación
con la cual el paciente crea un uso abusivo de la realidad externa, en
detrimento de su realidad psíquica constantemente saboteada…, a
expensas de un alto costo psíquico y corporal (Ibíd., Liberman y cols.,
1982, pág. 851).
Los riesgos señalados por Liberman en estos individuos y que los convierten en
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¿Qué es la psicosomática (Qué es). Del silencio de las emociones a la enfermedad.pdf

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  • 2. QUÉ ES LA PSICOSOMÁTICA Del silencio de las emociones a la enfermedad 2
  • 4. Teresa Sánchez Sánchez QUÉ ES LA PSICOSOMÁTICA Del silencio de las emociones a la enfermedad BIBLIOTECA NUEVA 4
  • 5. Cubierta: A. Imbert Edición digital, 2014 © Teresa Sánchez Sánchez © Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid Almagro, 38 28010 Madrid www.bibliotecanueva.es editorial@bibliotecanueva.es 5
  • 6. Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos. 6
  • 7. Cubierta: A. Imbert Edición digital, 2014 © Teresa Sánchez Sánchez © Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid Almagro, 38 28010 Madrid www.bibliotecanueva.es editorial@bibliotecanueva.es 7
  • 8. ISBN: 978-84-16095-22-3 Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos. 8
  • 9. INTRODUCCIÓN .—¿HAY UN CAUCE QUE ENLACE LAS EMOCIONES Y LA ENFERMEDAD? CAPÍTULO 1.—ELEMENTOS ESENCIALES DE LA TEORIZACIÓN PSICO - SOMÁTICA DEL IPSO: VOCABULARIO E HIPÓTESIS BÁSICOS 1. De las emociones a la enfermedad 2. La original propuesta de la Escuela de París 3. Premisas inexcusables que distinguen el andamiaje teórico del IPSO 4. Piedras angulares del proceso psicosomático CAPÍTULO 2.—DE LO TRAUMÁTICO E INELABORABLE A LO SOMATI- ZADO: MECANISMOS Y PROCESOS DE LA DESCOMPENSACIÓN 1. De lo traumático e inelaborado 2. El espesor del preconsciente 3. Nueva clasificación nosográfica 4. Neurosis de carácter y neurosis de comportamiento 5. Fijaciones, regresiones y desorganizaciones progresivas 5.1. Fijaciones somáticas 5.2. Regresiones somáticas 5.3. Desorganizaciones progresivas CAPÍTULO 3.—VARIEDAD DE SOMATIZACIONES Y SINGULARIDAD DE LOS SOMATIZADORES 1. ¿Ante qué tipo de somatización podemos encontrarnos? 2. El investigador psicosomático, lector del cuerpo 3. Indicadores que hay que consignar 4. Estabilizaciones psicosomáticas singulares 5. Somatización benigna y maligna 6. Otros factores coadyuvantes y pronósticos 9
  • 10. CAPÍTULO 4.—ABORDAJE DE LOS PACIENTES PSICOSOMÁTICOS. OBJETI- VOS, TÉCNICA Y DIFICULTADES ESPECIALES 1. Conduciendo la entrevista psicosomática 2. Peculiaridades de la técnica 3. Peculiaridades de la psicoterapia 4. Ciertas dificultades especiales CAPÍTULO 5.—EL DOLOR FÍSICO COMO DUELO DE SÍ MISMO. CONCRE- CIONES ONTOLÓGICAS Y OBSERVACIONES PSICOANALÍTICAS 1. El cuerpo doliente 2. El silencio y el ruido: el dolor como grito del cuerpo 3. Ontología psíquica del dolor 4. Metapsicología del dolor 5. Dolor y duelo de sí mismo CAPÍTULO 6.—LA IDENTIFICACIÓN CON EL OBJETO PERDIDO. UNA EXPLICACIÓN PSICODINÁMICA DE LA MORBILIDAD DURANTE EL PE- RÍODO DE DUELO 1. Exegesis del concepto freudiano de identificación con el Objeto Perdido 2. Desbrozando conceptos confusos 3. Pérdida de objeto. Muerte y duelo 4. Condiciones del duelo normal 5. Condiciones del duelo patológico 6. Somatización y morbilidad en el período de duelo 7. Conclusión BIBLIOGRAFÍA 10
  • 11. A mis tíos Eugenio y Amelia, que cosieron con maestría muchos agujeros en mi vida. Y por la dignidad y entereza con que se miden con la enfermedad propia y ajena 11
  • 12. ¿Pero puede un cuerpo dimitir de la realidad? ¿Puede un cuerpo, ante la agresión del mundo… sustraerse a sus funciones, negarse a seguir siendo cuerpo, suspender sus razones, abdicar de ser lo que es; esto es, abdicar de ser una máquina sensible? ¿Puede un cuerpo decir: «Basta, no quiero ir más allá, esto es demasiado para mí»? ¿Puede un cuerpo olvidarse de sí mismo? El 2 de enero de 1941, en la aldea de Mieux, en la Bretaña francesa, no muy lejos del mar, a la vista de noventa y un civiles ardiendo en el holocausto de una iglesia de piedra, un cuerpo respondió a todas esas preguntas con un rotundo «Sí». Aquel día, un hombre llamado Kurt Crüwell perdió la sensibilidad. Años más tarde… En aquel mudo corazón se agolpaban emociones tan antiguas como el mundo y la sucia fábula que lo nombra. Kurt penetraba al fin en ese minuto pavoroso en que todo hombre debe rendir cuentas con la eternidad o con la pura nada, ese minuto después del cual ya sólo queda la experiencia de la carne, la vieja carcasa una y mil veces herida por el clima, la terca carne nacida para la ternura y, sin embargo, siempre condenada al sufrimiento, la innoble encarnadura llevada de aquí para allá como un traje antiguo y caduco, pero por eso mismo tan cómodo; sí, el viejo cuerpo, la vieja piel, el yo levantado sobre el cimiento de las células y de los tendones y de los huesos, el viejo armazón lleno de heridas y de cicatrices y de quemaduras que conforman la auténtica memoria del tiempo, la vieja prosa de la carne profanada y agredida y mancillada y aun así transformada en salve o en aleluya o en hosanna, la vieja y siempre cálida sustancia sobre la que se sustenta el mundo afanoso y violento y aterrador; sí, sólo eso, unos cuantos centímetros de piel cubriendo un corazón fatigado que decidió pararse a la temprana edad de treinta y un años, un corazón que perteneció a un sastre que fue organista que fue amante que fue hijo que fue soldado de un ejército de leyenda que fue espectador de hecatombes que fue hombre sin sensibilidad que fue piloto en el Atlántico que fue guardián de los muertos que fue aspirante a padre que fue extranjero entre los suyos y apátrida en todas partes para al fin venir a ser, otra vez, sólo y ya para siempre, la carne de Kurt. Pasajes de La ofensa, RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN Seix Barral, 2007 Ilustran el traumatismo y su conversión en trauma inelaborable, la depresión esencial, la vida operatoria en la que se sumió el personaje, la ausencia de mentalización y subjetivación del dolor y la carencia de representaciones y memorias. Kurt fue un autómata insensibilizado hasta que, años después, el retorno de lo reprimido provocó un après coup que desencadenó una súbita desorganización progresiva causante de un infarto fulminante. 12
  • 13. INTRODUCCIÓN ¿Hay un cauce que enlace las emociones y la enfermedad? No es muy frecuente oír referencias a la Psicosomática fuera del ámbito psicoanalítico. Esta vetusta denominación aparece a menudo circunscrita temporalmente a las aportaciones de A. Garma en sus primeros estudios aplicados en Argentina (años 30 y 40 del pasado siglo), cuyos ecos e influencia tempranos fueron debilitándose paulatina o espacialmente a ciertos enclaves que pertenecen al área de influencia geográfica y teórica del IPSO parisino que dio sus primeros pasos de la mano de Marty, de M’Uzan, David y Fain al final de los años 60. Argentina y Francia han constituido epicentros radiales de la investigación y de la promoción de la teoría psicosomática, de desigual aceptación tanto en el ámbito de la Psicología como de la Medicina, y por supuesto de la Psicoterapia. Así puede afirmar C. Smadja que la Psicosomática: … médica en su expresión, psicológica en su intencionalidad, representa un verdadero híbrido desde el punto de vista epistemológico (C. Smadja, 2005, pág. 137). El término, por tanto, puede parecer obsoleto y en desuso, pero no la realidad a la que remite, que es el monismo cuerpo-mente o soma-psique, que rompe con los dualismos del idealismo platónico, reeditado por el racionalismo cartesiano. La existencia de una unidad psicosomática no es hoy día discutida ni puesta en entredicho por ningún científico sensato, mínimamente informado de la conexión, y hasta yuxtaposición, de lo neurológico y lo mental, o de las imbricaciones profundas 13
  • 14. entre lo neurológico, lo psíquico y lo inmunológico. La psicosomática supuso un cambio de paradigma, pues dejó de usarse como expresión adjetival y pasó a usarse como sustantivo, eliminándose su adscripción a la medicina. Trazó un nuevo objeto de estudio y pergeñó un nuevo enfoque, renunciando a esquemas semiológicos y a criterios diagnósticos procedentes de la medicina. No hallamos mejor síntesis que la expuesta por este autor, que condensa además todos los elementos que componen una visión compleja de este ámbito de conocimiento: Entendemos por Psicosomática una relación específica entre fenómenos somáticos y un modo de organización psíquica caracterizada por indicadores originales: Alexitimia, Pensamiento operatorio, Sobreadaptación, Depresión esencial, Trastornos en el Universo simbólico, Desmesura del Ideal, Angustia difusa, Alteraciones en el Sistema Percepción-Conciencia con predominio del desmentido y fallo en la Coraza Antiestímulos con mayor disposición traumática (R. D’Alvia, 1995, pág. 124). Pese a la indiscutible existencia de un conjunto de fenómenos, cuando menos limítrofes entre lo psíquico (mental) y lo orgánico (sistémico-fisiologico), en los textos psicológicos académicos se opta por una referencia, menos connotada psicoanalíticamente, a los «trastornos psicofisiológicos» o a «manifestaciones somáticas del estrés», acaparando y sintetizando este agente causal, en una re-ductiva sinécdoque, todos los factores psicológicos que conducen variablemente en tiempo y gravedad a la aparición de una disfunción esporádica o permanente en algún órgano o sistema corporal que quiebra el equilibrio bio-psicosocial y relacional que hoy se acepta como sinónimo de salud. Hemos de matizar que no existe realmente una diferencia esencial entre psicosomático y psicofisiológico, pues el «soma» alude al extremo fisiológico, biológico, previo a lo corporal y carente del simbolismo y el investimiento libidinal e identificatorio del cuerpo. La psicosomática (o cualquiera de los apodos o alias con que se la quiera rebautizar) demanda un abordaje interdisciplinar y no se agota en ninguna de las vías o conductos bilaterales que se formulen: ni el psico-social, ni el bio-social, ni el bio-psicológico. Pero, ¿cómo interaccionan el plano afectivo y el plano psicofisiológico? ¿En qué medida, y por qué vía, las excitaciones convertidas en representaciones psíquicas pueden modificar la constitución genética así como todos los engramas-adquisiciones (el flujo de informaciones) que resisten antes y después de la mielinización del cerebro y su maduración sensoriomotriz? ¿Puede el entorno relacional modificar, y en qué grado, el gen y el proceso neurofisiológico del cerebro en general? O bien, ¿acaso la fuerza evolutiva del proceso neurofisiológico, dominante y determinante, se convierte, por así decirlo, en el primer organizador y, en cuanto tal, es poco o difícilmente modificable por la interacción relacional? (N. Nicolaïdis, 2000). Dudas razonables que, en cualquier caso, nos permiten hipotetizar que en todo 14
  • 15. caso el entramado afectivo (vínculo, apego, urdimbre…) pueda ser el segundo organizador de lo psíquico, pudiendo simultáneamente revertir sobre lo neurofisiológico y lo genético, facilitando o inhibiendo, estimulando o retardando multitud de conexiones, efectos, instauraciones o desapariciones. Lo psíquico puede verse como la cúspide integradora (mentalización) del aflujo de estímulos procedentes del interior del organismo (fuente excitatoria endógena) y de los provenientes del exterior (fuente exógena de carácter ambiental o socio-relacional). Cuando la función del pensamiento, control, organización y defensa del psiquismo se adecuan a la estimulación causada por un suceso o evento, éste se inserta en la corriente biográfica o narrativa del sujeto sin mayores dificultades, pero cuando el aparato psíquico se ve desbordado y se bloquea su sistema de drenaje de la tensión o no se activan las defensas oportunas para trasmitir al sujeto la percepción de dominio y de preservación de su Yo, se desencadena un estado de astasis peligroso. Deja de activarse la angustia-señal de alarma y, en su lugar, sólo afloran angustias difusas perturbadoras pero innominadas y no codificadas por el Yo. Entonces puede aparecer la defensa somática o la derivación a través del cuerpo de los excedentes tensionales no tramitados mentalmente. Lo energético primitivo, primario, preverbal y desorganizado se plasma en una eclosión perturbadora que se aleja funcionalmente de la homeostasis y de la salud. Se ha consumado, entonces, la escisión psique-soma. Se expulsa fuera del psiquismo el trauma que no puede procesarse. El daño producido es la somatización (enfermedad o accidente somático), que deja una huella de vulnerabilidad corporal que favorece las compulsiones repetidoras ante situaciones de desequilibrio posteriores. Ello se debe a la «memoria corporal» o «memoria humoral» del organismo. Así lo plantea un clásico: La organización psíquica corona la estructura psicosomática individual y de su estabilidad y funcionamiento depende el establecimiento de mecanismos mentales que permiten ejercer una adecuada barrera, protectora y selectiva de los estímulos, admitiendo una progresión, elaboración y descarga de la excitación, en el plano mental. Si esto estuviera impedido, se crea un estado de sobrecarga que revierte hacia los órganos sensibles (C. R. L. Calatroni, 1993, pág. 17). En la literatura sobre Psicosomática es fácil encontrar una disyuntiva. Muchos autores plantean que ante un desbordamiento externo o un aluvión pulsional interno, el individuo ha de optar por una desorganización somática o una desorganización psíquica. Esta bifurcación matiza en paralelo dos formas de desintegración: la primera destruye poco o mucho al cuerpo, conduciendo ocasionalmente a la muerte, y la segunda amenaza o rompe al Yo, afectando a la identidad y a la trayectoria histórico-existencial del sujeto. Psicosomática y psicosis, equiparadas en gravedad y en fatalidad, señalan no obstante el predominio del proceso primario, pero en la enfermedad orgánica se usa un lenguaje infantil primario (el lenguaje preverbal del infante que no ha accedido a la palabra y a los símbolos) y en la psicosis se accede a unas representaciones mentales más cargadas de símbolos, palabras. En cierto modo, ambas patologías son equivalentes en cuanto al vacío del espacio mental, lo que las 15
  • 16. distingue es el tipo de vacío, que es originario, temprano, en la psicosomática, pero en cambio es fruto de la dinamitación del espacio psíquico en las psicosis. Lo relativo a la Psicosomática no es ni mucho menos claro. Para varios psicoanalistas, encabezados por A. Green, el síntoma orgánico remite a lo pre- psíquico, su origen último se remonta a la existencia de un trauma precoz y previo a la posibilidad de su inscripción mental, es decir, un trauma acaecido cuando aún no hay sensu stricto un sujeto que lo recupere interpretativamente. Sólo el soma puede responder, el cuerpo biológico, dado que el cuerpo psíquico o cuerpo «erógeno» aún no se ha instalado. A. Green (2000) sitúa el germen del trastorno psicosomático en una suerte de «agnosia psíquica» fruto de una desobjetalización precoz, en muchos casos subsiguiente a la ausencia de investimientos maternos («complejo de la madre muerta»), que a su vez produce una congelación afectiva persistente y degradante. El psiquismo se negativiza y pierde capacidad de mediación entre el soma y la realidad. El preconsciente se adelgaza en extremo y no desarrolla el arbritraje necesario entre los afectos y las representaciones. Por ello: … el impacto económico de las excitaciones externas e internas corre el riesgo de volverse traumático y por lo tanto desorganizador (A. Green, 2000, pág. 145). Para otros, liderados por Alexander y otros miembros de la escuela de Chicago, todo cuerpo es cuerpo psíquico desde un principio, una metáfora de las funciones mentales, por lo que, dependiendo del tipo de trauma y del tipo de personalidad psíquica, el drama se representará en un escenario orgánico o sistémico u otro. Cada órgano, como cada representación mental, tendría su propio código susceptible de conocerse e interpretarse, reconduciendo el conflicto por una vía psíquica menos nociva y peligrosa para la supervivencia. Chiozza navega por estas aguas y sus numerosos textos lo atestiguan. Él podría suscribir que existe una relación biunívoca y no casual entre la elección del órgano o de la enfermedad y el perfil o tipología de carácter del sujeto afectado. Para unos, el cuerpo enfermo no expresa nada, salvo el dominio de thanatos, es un campo de batalla para la expresión de las pulsiones de muerte (E. Rappoport de Aisenberg, 2004), mientras que otros juzgan que cada órgano enfermo es un canal para la relibidinización del cuerpo, por la vía masoquista, pero ligando lo mortífero al narcisismo de vida de superior entidad y fuerza (B. Rosenberg, 1995). No puede aplicarse al enfermo somático el modelo de la conversión histérica, dada la indeterminación y la carencia de simbolismo que poseen sus síntomas. Por este motivo, entre otros, algunos autores franceses sitúan el trastorno somático fuera de lo psíquico, manteniendo la dicotomía en las enfermedades: las que sólo afectan y se originan en el cuerpo, las que afectan y se originan en la psique, reservando un territorio de intersección ocupado por las que se originan en la psique y se expresan en el cuerpo, es decir, las conversiones histéricas. Pensamos que toda lectura que indague cuantitativa-mente en las proporciones relativas de lo psíquico y lo orgánico (lo constitucional, genético, metabólico), de las representaciones pulsionales o de lo inmunitario, por separado, cual compartimentos estancos, es una forma de restituir el dualismo. Abogamos por un interaccionismo 16
  • 17. permanente entre ambos, dado que esos componentes forman parte de una unidad psicosomática indisoluble. Tanto es así que suscribimos la impresión de P. Marty de que no hay enfermedades específicamente psicosomáti-cas, pues ello entrañaría la existencia de otras que escapan a esa interacción. Zubiri (2005) rechaza categóricamente que psicosomático guarde sinonimia con «de origen desconocido», porque la causación remite siempre a la imbricación del funcionamiento mental con su soporte orgánico. C. Smadja se plantea el grado de compatibilidad entre la «lógica freudiana y la lógica martyana» pues la primera conserva —a través del patrón de las conversiones histéricas— un dualismo implícito, en tanto que la segunda apuesta por unmonismo radical que concierne tanto a la índole del fenómeno psicosomático como a sus propiedades y modos de funcionamiento: … las causalidades psíquica y somática están indisociablemente ligadas unas a otras por su inserción en la cadena de los acontecimientos evolutivos (C. Smadja, 2000, pág. 67). Con todo, la contraposición en las lecturas sobre lo psicosomático comienza en la misma designación: quienes hablan de lo psico-somático (Winnicott, McDougall, Green) o quienes hablan de lo psicosomático (Marty y el IPSO en su conjunto). La conservación o no del guión marca la contraposición entre concepciones separadoras de sistemas o niveles de acción (lo psíquico y lo somático) aunque susceptibles de interrelación, y concepciones monistas (puede que reduccionistas desde una óptica freudiana). El guión («-») delimitador no es un problema meramente semántico ni baladí, ya que señala que, a juicio de algunos psicoanalistas, el intervalo de lo que no es sólo somático pero tampoco psíquico todavía. Apunta al «entre», a esa forma limítrofe pero ignota de expresión de la pulsión que es desconocida para el psicoanalista o el médico convencionales. El guión configura el espacio de la hibridación del fenómeno, pero no lo aparta del psicoanálisis, sino que éste incluye la psicosomática como una de sus áreas colaterales. El enfoque de la Psicosomática tiende hacia la mayor apertura del ángulo de visión e interpretación, yendo desde la enfermedad al enfermo que la padece, contrariamente a la angosta mirada de la medicina organicista convencional que omite o ciega al enfermo para centrarse exclusivamente en la enfermedad que lo aflige. Es precisa una visión global, por debajo del disfraz de salud psíquica que muestran superficialmente estos enfermos, como si todo lo anómalo saturara el cuerpo dejando incólume y liberado el espíritu, preservado de otras alteraciones del pensar o del sentir. Pero la verdad que anida tras el cuerpo somatizador es la de un «alma amurallada», inaccesible, anestesiada, vacía…, engullida en un agujero negro emocional (E. Castellano-Maury, 1994) que tiene al cuerpo enfermo como recadero de lo borrado (E. Mollejo, 2006). Si vemos sólo un cuerpo enfermo y nos dejamos engañar por el manto de salud mental o por la planicie adaptativa de su conducta, estaremos soslayando la única lectura que podría llevarnos a construir puentes entre el soma y la psique. J. McDougall nos advierte de una evidencia: el enfermo somático está enfermo de normalidad (en esa modalidad ramplona de ajuste a la realidad, contacto mundano y 17
  • 18. respuestas estereotipadas). Es un «normópata» que: … ha construido un muro de pseudonormalidad alrededor de sí mismo para poder hacer frente al mundo a pesar del grave dolor interno en su contacto con otros (J. McDougall, 1982-1983, pág. 381). Lo interesante, en todo caso, es contemplar que no toda locura se instala en lo psíquico puesto que hay locuras que se instalan y expresan en el cuerpo. El precio, por supuesto, es la estereotipia del contacto con la realidad, de los vínculos afectivos, de la inserción en lo laboral, la sobreadaptación, la mente deshabitada pero miméticamente funcional, apta para el trabajo de vivir en la periferia del mundo, pero mutilando el contacto con los afectos profundos (alexitimia, pensamiento operatorio). No conviene ignorar que: El síndrome orgánico está basado en los núcleos mudos de la historia del sujeto, en experiencias previas a la adquisición de la palabra (J. E. Fischbein, 1995, pág. 146). El espinoso camino que hay que recorrer durante el tiempo relacional de la psicoterapia psicosomática consistirá en resignificar el cuerpo, resituarlo en las coordenadas psicológicas de las que se extravió o que nunca tuvo. El paciente ha tomado su enfermedad como un objeto de relación totalitario y compulsivo. La relación terapéutica deberá cumplimentar la función de «objeto transicional» en tanto se reconstruya el propio cuerpo como objeto de relación y los objetos externos como depositarios de su libido. Para ello ha de realizar el viaje costoso anímica-mente de soportar el dolor mental que orilló mediante el dolor corporal, aceptando sentirse enfermo además de estar enfermo. Ese ser enfermo no circunstanciado abre las compuertas a la comunicación entre su psique y su soma, elimina la escisión pretérita y revitaliza los aletargados y ‘herrumbrados’ representantes pulsionales. En términos más sencillos: la terapia consistirá en procurar que el enfermo se abra a su propio proceso mental y a su conocimiento, sin desmentidas ni renegaciones de lo real de su dolor psíquico. La psicosomática como orientación teórica y técnica aspira a insuflar sentido al síntoma, que carece de él. Un síntoma puede ser disfuncional pero en todo caso sirve en el esquema existencial del individuo, cumple unos cometidos que han de ser presentados al paciente para que inicie su andadura hacia la re-integración del psique-soma. Así lo reconoce D’Alvia: … lo insoportable no son los trastornos orgánicos, sino que lo que ocurre no tiene sentido integral, siendo el síntoma vivido como lo ajeno, lo separado y excluido de sí mismo. Por eso el alivio comienza cuando se integra en el universo del paciente algún sentido, alguna nominación que puede al comenzar ser el diagnóstico de la enfermedad (R. D’Alvia, 2002, pág. 67). La reactivación de la fantasía, del mundo onírico, de su historización biográfica sin lagunas, serán indicios ciertos de la ganancia en la calidad de la mentalización, 18
  • 19. señales inequívocas de que se está entrando en el campo más seguro de la neurosis, abandonando el letal recurso de la somatización. Entonces, el sujeto estará salvado, en el cauce de alcanzar un imperfecto equilibrio somatopsíquico, como la mayoría de las personas, pero ya sin la amenaza ominosa de la desorganización y la muerte. El criterio de Ferenczi de alcanzar los «óptimos relativos» en cada paciente se amolda perfectamente a esta finalidad. Renunciar a mantener fijo algún parangón es clave para no desanimarse o no establecer techos de salud utópicos. Con cada paciente no ha de pretenderse más que aquello que figure entre sus posibilidades de desarrollo mental, pero controlando el Yo ideal terapéutico tanto como sus propios deslizamientos operatorios hacia objetivos excesivamente pragmáticos y vacíos. La desesperanza del terapeuta es un enemigo contratransferencial tan contraproducente como el propio desánimo del paciente: trasunto contagioso de la depresión esencial que le ha llevado a enfermar. El trabajo terapéutico genéricamente consiste en poner palabras al cuerpo que ha hablado a través de los síntomas, para que el lenguaje (representación de palabra) sustituya a la queja, al dolor, a la alteración (representación de cosa). Cuando las emociones enmudecidas hallan, descifran o inventan un cauce para canalizarse, el cuerpo no precisa recurrir a quebrantos primitivos. Entonces sobreviene la salud posible. Una vez restaurados o instalados los códigos afectivos y relacionales, el código del dolor físico es innecesario. ¡Cuán bella y pertinentemente lo expresa un autor argentino!: No existiría auténtico proceso analítico en grado de dar lugar a la relación si el analista no encontrase palabras capaces de acompañar, despertar y dar voz a procesos primarios de pensamiento (…) Se trata de un trabajo incluso doloroso, pero que tiende al placer re-generativo, (…) de un trabajo que integra la vivencia de intensas experiencias emotivas y sensoriales con las expresiones verbales edificadoras de nuevos lazos… Para que esta integración tenga lugar es necesario dar cuerpo a las palabras, pero también que al cuerpo le sean dedicadas palabras (A. Rocalbuto, 1995, pág. 169). El libro que presento tuvo su primer germen en la prematura y terrible enfermedad de mi madre que, entre otros efectos, llenó mi mente de confusión y preguntas que, cuando fui adulta, pude canalizar a través de la investigación en psicosomática y a través de la práctica terapéutica. Más tarde, cristalizó en un Curso de Doctorado que hube de impartir en 1992 para el postgrado en Psicología Clínica. Años después, una asociación de estudiosos del Psicoanálisis con sede en Castilla y León me invitó a impartir una serie de conferencias que estimularon nuevamente mi deseo de actualizar y compendiar mispropias conclusiones. Finalmente, la posibilidad y el anhelo de impartir una asignatura optativa en la Universidad Pontificia sobre Estrés y trastornos psicosomáticos me alentó a configurar un libro que sirviera de texto-base para los alumnos. Entre medias, las preguntas iniciales y mi incesante necesidad de resignificar la muerte de mis padres, víctimas ambos de cánceres devastadores, continuaron siempre latiendo y hasta impulsándome a ciertas elecciones intelectuales. 19
  • 20. El resultado consta de 6 capítulos, extensos, pero que constituyen unidades temáticas indivisibles. El primero es un acercamiento al vocabulario de la psicosomática, nutrido con explicaciones y desarrollos que pueden facilitar la inmersión en los procesos y mecanismos inherentes a la somatización, lo que será objeto del segundo capítulo. El tercero tratará los aspectos relacionales, técnicos y terapéuticos que han de considerarse en el abordaje y tratamiento de los pacientes psicosomáticos. El Capítulo cuarto ofrece una elaboración sobre el tipo de somatizaciones que podemos encontrarnos y la imbricación con las peculiaridades individuales. El quinto presenta una mirada sobre el dolor, como vértice y vórtice de la enfermedad y pivote existencial que modula nuestra presencia en el mundo y nuestras posiciones identitarias. El último capítulo versa y centra, exclusivamente, la relación entre el duelo y la vulnerabilidad somática, máxime cuando se trata de duelos patológicos o no elaborados y se yuxtaponen a mecanismos confusionales e identifica-torios con el «objeto perdido». Ojalá que el lector encuentre en estas páginas claves sugerentes que le conduzcan a prevenir en sí mismo o revertir procesos de somatización o, en todo caso, le ayuden a integrar su propio psiquesoma, a mentalizarlo y coordinarlo con su transcurrir vital y su historia personal. 20
  • 21. CAPÍTULO 1 Elementos esenciales de la teorización psicosomática del IPSO: vocabulario e hipótesis básicos Para nosotros el enfermo psicosomático y la enfermedad psicosomática no existen. Psicosomático es el funcionamiento de todo ser humano. I. USOBIAGA, 1997, pág. 55 1. DE LAS EMOCIONES A LA ENFERMEDAD Vaya por delante nuestra convicción de que no existe una estructura psicosomática diferenciada y claramente delimitada de otra no-psicosomática. Todo cuanto nos ocurre ha de tener una lectura psicosomática. El enfermar psicosomático pasa a tener dos lecturas desequilibradas que acentúan lo fisiológico o lo mental, pero sólo la lectura interactiva es real y supera el dualismo mente-cuerpo platónico. El positivismo científico en la medicina y ciencias concomitantes obvió todos los factores que no se atuvieran a coordenadas mensurables y observables. El construccionismo reparó la pérdida de factores ideativos y fantasmáticos, permitiendo, restableciendo y restituyendo las representaciones y los afectos al escenario psíquico del que habían sido un siglo atrás expulsados. La posmodernidad y el factor-e (emocional) del que hablan los intelectuales contemporáneos permiten, sinvergüenza, invocar los factores emocionales como corresponsables del curso de nuestra existencia, en no menor cuantía que otros, 21
  • 22. aunque los sutiles hilos a través de los que ejercen su poder sean inevitablemente neurovegetativos, endocrinos e inmunológicos. Es el cuerpo el que habla de las emociones, en igual medida a como las emociones traducen sutiles o groseros cambios producidos en los niveles bioquímicos, metabólicos, fisiológicos y somáticos. Nada menos que el Premio Príncipe de Asturias Antonio Damasio acepta la relación entre la bioquímica de las emociones y las alteraciones somáticas: En todas las emociones, múltiples descargas de respuestas neurales y químicas cambian el medio interno, las vísceras y el sistema musculoesquelético por un período determinado y de un modo determinado (A. Damasio, 2005, pág. 65). Los sentimientos pueden ser, y con frecuencia son, revelaciones del estado de la vida en el seno del organismo entero (ibíd, pág. 13). Cabe decir que lo mismo ocurre en dirección inversa: el cuerpo revela, tanto en su funcionamiento sano como mórbido, el estado de armonía o disarmonía de los sentimientos. Chiozza (1980) ya juzgaba complementario el conocimiento de las causas eficientes que producen la enfermedad y la investigación de la significación inconsciente de la misma. Pero el IPSO evita el psicologismo, el simbolismo y el mentalismo mágico, pues hace intervenir en el enfermar somático una conjunción de factores genéticos, ambientales, hábitos de vida y fallos radicales del aparato psíquico. Los cambios bioquímicos, genéticos, tóxicos, etc., son desencadenantes o coadyuvantes necesarios, pero no suficientes. Nos explican el cómo mecánico, pero no el porqué ni el sentido. De hecho, Marty se ufanaba de que la psicosomática es una teoría que niega la visión general de que la enfermedad es resultado de un ataque exterior provocado por agentes tóxicos, nutricionales o ambientales, para implantar una visión diferente, más que evolutiva, contraevolutiva, pero internalista: … postula que el individuo es capaz de destruir él mismo su cuerpo, parcialmente o totalmente y ya no solamente de manera teórica como en las neurosis, sino de manera práctica, efectiva… La psicosomática sugiere inmediatamente la idea de auto-destrucción efectiva (P. Marty, 2001, pág. 23). La noción de organización psicosomática se refiere, pues, a … la forma en que sus particularidades somáticas y psíquicas se han ido estableciendo y entretejiendo a lo largo de su desarrollo para hacer del sujeto lo que es. La estructura fundamental es el resultado de los avatares de la historia personal del individuo, de las peripecias biológicas y afectivas de su desarrollo y de sus particularidades genéticas, hereditarias y constitucionales (E. Castellano, 2000, pág. 55- 56). 22
  • 23. La misma autora subraya que la estructura psicosomática rara vez se encuentra en estado puro y describe un modo de enfermar prototípico pero que luego ha de acoplarse a cada singularidad. Estructura que había pasado desapercibida quizá por constituir «una patología en negativo» (2003, pág. 55). Así pues, comprender el significado del acontecimiento del enfermar y su singularidad humana es el primer eslabón para comenzar su transformación. 2. LA ORIGINAL PROPUESTA DE LA ESCUELA DE PARÍS En el Congreso de Psicoanálisis de Lenguas Románicas celebrado en Barcelona en 1962 se fundó el IPSO. Sus abanderados fueron David, Fain, Marty y M’Uzan. Los primeros trabajos en que cristalizó el nuevo pensamiento fueron «Movimientos individuales de vida y de muerte» (1976) y «El orden psicosomático» (1984). Su modelo explicativo del enfermar somático tiene tres claves: a) Monista (defiende la unidad funcional psiquesoma, sin barras o guiones separadores que perpetúen la dualidad). Es monista «tanto en lo referente a la naturaleza material de los fenómenos como a sus propiedades, es decir, a sus modos de funcionamiento» (C. Smadja, 1995, pág. 8). Freud consideraba que el psicoanalista debía detenerse en la frontera de lo somático por sus distintas propiedades respecto a lo psíquico. Sin embargo, el continente oscuro (el cuerpo) es abordado por Marty desde una óptica nueva: la evolutiva. Existe un continuo de lo somático a lo psíquico y de ambos a lo corporal. El cuerpo no es una parte del binomio, sino que integra y recapitula el binomio. b) Evolucionista (regido por el movimiento progresivo de las pulsiones de vida). Para Marty, lo interesante es comprender el origen de las funciones orgánicas y su inscripción en el desarrollo evolutivo de la persona. El potencial vital varía en calidad y en cantidad dependiendo de los individuos, de los avatares de su existencia y de la edad, y puede debilitarse o enlentecerse en circunstancias o momentos especiales por la intervención de las pulsiones de muerte. Las pulsiones de vida y de muerte sirven de intermediación entre la percepción externa y el trabajo de representación mental. Representación interna constructiva, vincular, positiva (que empuja progresivamente al crecimiento y al desarrollo), o representación destructiva, desunitiva y desorganizadora (que empuja a la regresión maligna y, en última instancia, a la muerte). c) Económica (admite procesos sensoriomotrices o mentales como alternativas en la expresión y evacuación de las tensiones y desequilibrios mentales). La alternancia que establece quedaría reflejada en «o se actúa o se piensa». El punto de vista económico tiene más importancia que el tópico o el dinámico, pero no es sólo cuestión de quantums pulsionales en circulación, sino de jerarquías organizadoras que se van adoptando evolutivamente. La somatización supone el triunfo de niveles de organización jerárquica inferior, más primarios y débiles, proclives a desbordarse. La iniciativa adoptada por el IPSO recicla, casi 100 años después, las teorías freudianas de modelo hidráulico sobre las neurosis actuales como respuesta al desbordamiento excitatorio de estimulaciones propio o exteroceptivas. 23
  • 24. Lasmanifestaciones somáticas de la ansiedad bruta serían canalizaciones primarias que descargarían la tensión acumulada. El mal de órgano desaparecería en cuanto se suministrara al sujeto una vía de drenaje evacuatoria que sustituyera a la musculoesqueletal. IPSO se alejó desde el principio de la interpretación simbólica de la enfermedad, no compartiendo este punto de vista característico de la Escuela Argentina de psicosomática y de los brillantes escritos de Garma, Rascovsky o Chiozza sobre algunos trastornos característicos. La enfermedad somática no tiene significado ni es necesariamente reversible aun cuando se la dote de sentido o se establezcan las coordenadas vitalistas que nos permitan entender por qué emergió o por qué eligió esa trama o esa figura concreta. Lo cierto es que, cualquiera que sea su origen último, a diferencia de los síntomas histéricos, en el síntoma somático, el sujeto pierde el control sobre los procesos neurovegetativos, endocrinos o neurológicos que son el detonante inmediato y directo de la disfunción o de la lesión. 3. PREMISAS INEXCUSABLES QUE DISTINGUEN EL ANDAMIAJE TEÓRICO DEL IPSO Nos ayudan a entender el camino que conduce a la somatización. — El traumatismo degenera en trauma: Traumatismo es toda acumulación desbordante de excitaciones que son, por la inmediatez y lo inesperado de la situación, o por la inmadurez o déficit de mentalización del Yo, o por la ausencia de figuras de contención o holding, inelaborables psíquicamente. Si no existen representaciones mentales que puedan pulsionalizar y fantasmatizar los acontecimientos, el aluvión de excitaciones genera trauma. La inmovilidad, bloqueo o petrificación psíquica del mundo imaginario relacionado con dicha sobreexcitación, además de la fascinación y la cooperación de ciertas representaciones inconscientes arcaicas pueden convertir el traumatismo en trauma. Trauma que puede ser acumulativo o aniquilador. — El funcionamiento evacuatorio: La incapacidad de ligar la tensión y excitación somáticas mediante defensas neuróticas o representaciones que doten de un anclaje mental que permita entender lo que está pasando, favorece la pura descarga sensoriomotriz. La calma vuelve tras el drenaje. Si no hay inhibición en este aparato mental primitivo y expulsivo, no puede hablarse de funcionamiento mental propiamente dicho. De hecho, se da una ausencia de mediación del pasado en la elaboración del traumatismo debido a un funcionamiento defectuoso de los mecanismos de represión. «El individuo operatorio no sufre de reminiscencias» (E. Castellano-Maury, 2003, pág. 56). — La hiperinvestidura de lo real-factual para rellenar de materia palpable el clivaje del mundo interno arrasado por el trauma. El sujeto en esta tesitura se vuelca en la sobreadaptación (D. Liberman), en la seudonormalidad (J. McDougall), alcanzando una rigidificación robotizada y mecánica de la que se ha abolido lo afectivo e imaginativo. Es muy útil el concepto de A. Green de «alucinación negativa»: no ver lo que sin embargo existe, propicia la expulsión o encarnación en lo visible y operacional de la fisiología del daño psíquico invisible e impensable. 24
  • 25. — ¿Qué hay más real que el dolor? La termodinámica psicosomática establece una fluctuación: a menor tolerancia al dolor mental, tanto más probable será el dolor corporal. Para Bion la madurez dependía de la soportabilidad ante el dolor mental. Madurar es asumir el cambio catastrófico, contener el displacer de la supervivencia, encajar el conocimiento, asumir la violencia desorganizadora del crecimiento. Cuando el dolor mental es inasumible por la imposibilidad de pensar, el sujeto se ataca a sí mismo. La enfermedad emerge como contra-dolor psíquico garante de la negación: «no pasa nada». El dolor del cuerpo niega el contacto con la realidad misma del inconsciente. Lo real engulle lo imaginario, anestesia el dolor psíquico y sirve de pantalla de su percepción. «Cuando progresa el ruido somático, el ruido psíquico disminuye» (C. Botella, 1998). — El balancín psicosomático se decanta sobre el cuerpo primitivo (hay quien se refiere a la enfermedad psicosomática como «histeria arcaica»), invierte el sentido evolutivo de progreso y entra en una dinámica contraevolutiva hacia el primitivismo (H. Jackson se anticipó en el siglo XIX a esta explicación, si bien lo aplicó a enfermedades degenerativas y a demencias) ontogenético. Se produce la regresión al cuerpo bruto, al cuerpo no metaforizado, asemántico. Cuando el cuerpo primario toma la iniciativa en ausencia de un cuerpo psíquico o un cuerpo simbólico, la enfermedad está servida, y si en el camino involutivo no tropieza con diques de contención (puntos de fijación neuróticos), el pronóstico no será muy favorable. Son las fallas en el funcionamiento psíquico de un individuo las que le hacen vulnerable ante la enfermedad física. La regresión cabalgaría hacia la desorganización, arrastrando en su camino a las pulsiones de muerte (disfrazadas a menudo de cansancio, descenso en el tono vital, inmunodeficiencia, depresión latente, etc.). Dice M. de M’Uzan que «el síntoma psicosomático es estúpido», que no tiene sentido. En efecto, no revela sino el fracaso en el proceso de figurabilidad, la ausencia del fantasma. Tan es así que para el IPSO la regla de oro, en su sentido más operatorio es: «o fantaseas, o mueres». 4. PIEDRAS ANGULARES DEL PROCESO PSICOSOMÁTICO Todos somos psicosomáticos, y todos con variable intensidad y frecuencia atravesamos episodios o momentos en que nuestro funcionamiento psicosomático condensa los fenómenos que siguen. La gravedad, reversibilidad y letalidad de los mismos marcarán la diferencia entre las personas. Pero no cometamos el error de escuchar, leer o atribuir esos elementos a otros, siempre a otros factores circunstanciales o externos. Seamos autorreferentes: ¡nos va la vida! De entre las condiciones preparatorias o coadyuvantes en la formación del síntoma psicosomático, Pierre Marty destaca tres factores que aquí completaremos con tres más: A) Depresión esencial. El concepto tiene un precedente en la depresión anaclítica de Spitz, en la depresión blanca o depresión latente, en la depresión vacía o depresión inconclusa, en la depresión sin objeto, incluso enla depresión inmunitaria, pues de todas estas formas se la conoce. I. Usobiaga la define así: 25
  • 26. Se trata de una depresión de larga duración, una depresión sorda que nunca ha sido elaborada ni considerada como tal, pero que marca en el individuo un tono vital bajo desde su infancia (2002, pág. 7). Es el referente clínico de las depresiones sin expresión. La depresión esencial es asintomática, plana, se presenta como un déficit de energía, cansancio, desilusión, apatía y un élan vital bajo, cuasi desconectado de las recompensas placenteras del mundo. Se trata de un caldo de cultivo sordo, sin manifestaciones obvias de dolor mental o de déficit narcisístico. Lo que captura la atención del psicosomatólogo es el demasiado escaso dolor psíquico que se muestra, la conformidad con el leve malestar, la dificultad para dejarse llevar o buscar el placer. La «frigidez afectiva» es la nota sobresaliente en una fenomenología abúlica y de tono bajo, que no obstante transmite un desamparo profundo y muy antiguo, no reconocido pero padecido, un desbordamiento jamás superado y que ha dejado lastres perdurables: … la reserva del Ello no está vaciada, sino casi cerrada. El compromiso pulsional no tiene curso… Sólo permanece aparentemente investida una fórmula relacional… que se encuentra en comportamientos más o menos automáticos, de los que algunos están, sin embargo, muy comprometidos pulsionalmente (el hecho de comer, por ejemplo). Se buscan en vano los deseos; no se encuentran más que intereses maquinales (P. Marty, 1976, pág. 75). Smadja (2005) lo relaciona con el fracaso o la debilidad en la dramatización histérica, siendo esa inexpresividad del dolor la resultante. El paciente no se ha permitido nunca la tristeza, entendida como experiencia humana de la pérdida y del anhelo. Sencillamente es alguien que no osa esperar nada distinto de cuanto se le ha dado o deshacerse de cuanto le frustra o le hace infeliz. Carece incluso de la percepción de frustración, dado queacata lo real cual le viene sin oposición, sin rebeldía, sin comparación con otros estados posibles. A veces el pasivo conformismo tiene un aire de fatalidad, derrotismo o cinismo desesperanzado. Pero no hay queja, ni demanda, ni expectativa de cambio. La depresión esencial lleva incorporada la sordina que amortigua el dolor psíquico que no puede ser representado. El revestimiento externo es de anestesia, indiferencia, confundida a veces con empaque, serenidad o resistencia a los embates de la vida. Paradójicamente este tono de la «depresión esencial» puede remitir o invertirse, dando lugar a una mejora en el humor, cuando ya ha aparecido la enfermedad somática. La paradoja psicosomá-tica aquí se revela de la siguiente forma: cuando el cuerpo enferma, se relibidiniza la vida, se restaura el placer de existir, se recatectizan los deseos y se revalorizan los contactos (I. Usobiaga, 1995). Juan Muro resalta el carácter silencioso y discreto, su textura de frialdad, la distancia emocional, la desconexión transferencial de pacientes en depresión esencial. Se acompaña a veces de angustias difusas, sin objeto ni representación mental. M. Zubiri (2002) decía a propósito de esto que hay una clínica negativa, caracterizada por el borrado, por la ausencia de algo que debería haber y no hay. No se aleja de lo escrito por P. Marty: 26
  • 27. Menos espectacular que la depresión melancólica, conduce más seguramente a la muerte. El instinto de muerte es señor y dueño de la depresión esencial (1990, pág. 40). El Yo del deprimido esencial cumple sus funciones de defensa e integración, no está sometido a la ley, sino que vive la ley. Menos dañado en apariencia que en las depresiones clásicas, el aparato mental puede coordinar y ejecutar ciertas funciones: comer, dormir, la sexualidad. Lo ideal sería poder hacer un abordaje precoz de la depresión esencial, antes de que se disuelvan con medicamentos sus signos prodrómicos (las angustias difusas) o que su cronificación termine coagulándose en síntomas somáticos severos. Muchos autores vinculan la depresión esencial al fracaso en el vínculo primario. Boschan afirma: «para tener ganas de vivir, tiene que haber habido otro con ganas de que vivamos» (P. J. Boschan, 1998, pág. 169). El que siente que sobra puede generar una reacción autodestructiva larvada y lenta, predisponiendo una indiferencia esencial en el plano de los intereses vitales, desatendiendo las manifestaciones de la pulsión de vida y dejándose obrar por los agentes letales, en una actitud como de ¡¿qué más da lo que me pase?! Los investigadores del IPSO no tienen duda alguna de que esta depresión esencial aumenta la morbilidad predisponiendo sordamente la libre eclosión invasora de las enfermedades. Naturalmente en el proceso han de intervenir los sistemas autonómicos, hormonales e inmunitarios. Es lo que Sebeok llama endosemiótica. La depresión blanca se expresa a través de una percepción de futilidad de las cosas, con un desinvestimiento del Yo y de los objetos. La mirada y el deseo sobrevuelan por la periferia de las cosas, no adhiriéndose a nada, no depositando identificación proyectiva alguna sobre nada. La excesiva densidad de lo real satura la vivencia y abole la libidinización. Casi siempre se camufla de hiperactividad rayana en la omnipotencia. ¿Cómo detectar la depresión en alguien que aparenta estar henchido de energía a la vista de la incesante e irrefrenable sucesión de acciones y tareas en las que se vuelca? El deprimido esencial sostiene su autoestima en la eficacia de sus actividades, en lo imprescindible de su presencia, en la valoración fáctica que el entorno concede a su solvente ejecutoria personal y/o profesional. El deprimido esencial es un «trapero del tiempo», como diría J. A. Marina, un devorador de urgencias y segundos que no le alcanzan para la actividad que despliega. Sin indulgencia para el descanso, el ocio, el juego. Dice no tener tiempo para deprimirse, ignorante de que su depresión, por insidiosa y silente, es la más mortífera. ¿Recuerdan a Escarlata O’Hara cuando exclamaba: «¡Mañana lloraré!»? En su hoy le asaltan demasiados imponderables que atender para percatarse de la conmoción del mundo interno. Aplazar o renegar la percepción del dolor psíquico es el mecanismo recurrente de este tipo de personalidad. Sólo que ese mañana nunca llega porque la descarga sensoriomotriz deviene escudo defensivo sin igual para expulsar los duelos. Tempranamente, P. Marty, M. de M’Uzan y Ch. David (1967), en La investigación psicosomática, nos dejaron un retrato robot que, además de literario, nos recuerda a lo que en otros ámbitos se ha designado como síndrome de Bartleby, 27
  • 28. en alusión al escribiente de Melville, quien ante cualquier requerimiento o demanda laboral, invariablemente contestaba «preferiría no hacerlo». Al igual que Bartleby, el sujeto psicosomático aparece como ese: … personaje aparentemente mortecino, a menudo angostamente realista, algo somero, que creía moverse en la evidencia y del que se desprendía una vaga tristeza (…). (1967, pág. 327). También lo designa como «paciente sin relieve» (1990, pág. 109). Si pasa desapercibida es porque desaparece a ratos o porque se solapa tras las enfermedades somáticas; no suele considerarse lo bastante preocupante como para solicitar o merecer consulta. No se evalúa la apatía como síntoma, ni se la relaciona con un objeto (o su pérdida) concreto. La larga duración de la misma invita a considerarla un rasgo de carácter, inherente al sujeto. De ellos se comenta: «Él es así: un poco soso, un poco ausente, parece que todo le da igual, que nada le entusiasme». El peso, la duración y la gravedad de la depresión blanca van a determinar, junto a otros factores, el derrumbe vital, el desfondamiento, el desbordamiento de la pulsión de vida, su colapso y el inicio de la involución desorganizadora. B) Pensamiento operatorio. Suele ir a la par de las perturbaciones somáticas. Consiste en un modo de estar en el mundo pobre en contenidos mentales y afectos ligados a personas. La narración de los padecimientos que presenta el paciente es descriptiva, concreta, factual, rala en adjetivación o adornos, secuencial, lógica y centrada en los hechos, en las situaciones, en lo objetivable y constatable, y desprovista de valor libidinal. Su percepción de la experiencia es rala y ramplona, al modo de una crónica plana y lineal, sin signos ortográficos o alteraciones en el ritmo. No se da pensamiento asociativo ni connotación desde la subjetividad. La exactitud descriptiva es tan sorprendente como la banalidad que rige la selección de sus informaciones. El estilo de su discurso es una ventana que permite ver la absoluta mutilación del sujeto en aras de la fidelidad absoluta a los hechos, pero la asepsia despoja lo que expresa de alma, de deseo. (S. Pérez Galdós, 1987). El individuo, en pensamiento operatorio, cesa por completo en sus conductas perversas y sublimatorias. Su pensamiento es socialmente correcto, como lo es su actuación y se acerca a la robotización y a los automatismos. El nexo entre ideas y pensamientos es sustituido por un mosaico de conductas (P. Marty, 1990). Decía L. Kreisler que el sujeto operatorio «padecía la realidad más que vivirla», su materialidad empírica y utilitaria termina por empobrecer sus capacidades cognitivas, evolucionando hacia una neurosis de comportamiento: Capacidades asociativas pobres, puesto que es incapaz de atribuir a los objetos, a las personas, a las actividades, otras cualidades que no sean las que derivan de datos puramente descriptivos, fruto de la percepción directa, restituida en relatos anónimos, desprovistos de vida intensa (L. Kreisler, 1985, pág. 81). 28
  • 29. Toda excitación que no pueda ser reducida a las coordenadas factuales y espacio-temporales, todo cuanto no puede ser pensado en términos de solución, salida concreta o conexión inmediata, se desecha del aparato mental. Diríase que hay una exigencia absoluta de simplicidad, inmediatez, claridad e inambigüedad. Además, el sujeto operatorio no es capaz de aceptar ni siquiera provisionalmente la tensión desagradable, trata de vivir en entornos aconflictuales, de crear o recrear ámbitos de calma, tranquilidad, rutina y monotonía. Cualquier excitación o irrupción de la vida puede devenir traumática porque no hay capacidad para contener y ligar el aflujo de tensiones. Beno Rosenberg (1995) hablaba del «masoquismo guardián de la vida», y es éste el que le falta al operatorio, intolerante al sufrimiento neurótico (frustración, decepción, expectativas truncadas…). El Dasein está interrumpido, y con él la conciencia y contención del dolor. Precariedad del trabajo de pensamiento que conduce a la alternativa orgánica y desorganizadora. Chevnik lo connota así: Técnicamente correcto, fecundo en el campo de lo abstracto. En los relatos de estos pacientes emergen, predominantemente contenidos «razonables», la mayor parte concretos y con una clara orientación pragmática, tenazmente adheridos a la descripción de lo circunstancial. Estas manifestaciones verbales, impersonales, que pueden ser breves o con muchos detalles, muestran en general una gran exactitud y la referencia a la realidad es abrumadora (M. Chevnik, 1983, pág. 1085). Aparece una relación blanca en la que no se vehicula nada más que los problemas cotidianos ligados a la supervivencia o a la consecución de objetivos concretos. A menudo, el sujeto se expresa recurriendo a la tercera persona, molestándole cualquier expresión o vivencia extraordinaria. Se muestra como «un tipo corriente», como una «persona del montón». La normalidad no es un déficit de singularidad, sino una coraza para no visualizar ellos mismos ni permitir que otros lo hagan nada peculiar. La estereotipia es de tal magnitud que se jactan de ser «muy normalitos», desdeñando y aborreciendo a quien exhibe, aunque no sea de forma altiva, su excelencia. Este particular fue constatado desde el principio por los investigadores clínicos de IPSO: El sujeto niega su propia originalidad como niega la originalidad del prójimo… Este nuevo rasgo, denominado por nosotros con el término de reduplicación proyectiva, hace de nuestro personaje alguien que se reconoce íntegramente en el «otro», imagen de sí mismo moldeada por entero en una forma idéntica, carente de características individuales notables. Incapaz de discriminar entre las cualidades del prójimo, manifiesta también una negativa absoluta a introyectarlas, de forma que si el otro afirma una originalidad irreductible pierde enseguida todo valor objetal (P. Marty, M. de M’Uzan y Ch. David, 1967, pág. 322). Para el sujeto operatorio, mimetizarse con el entorno, pasar desapercibido, ser como todo el mundo, es una garantía de supervivencia y de adaptación. A lo ancho de su vida procurará no desviarse del centro matemático de la curva normal. 29
  • 30. Pierre Marty hablaba de pensamiento operatorio, de vida operatoria y de lenguaje operatorio, recalcando respecto a éste que no es necesariamente pobre, esquemático en cuanto al verbo o la composición. A menudo, el lenguaje es tecnicista, erudito y elegante, pero no es más que una pátina culta y refinada de una línea operatoria. (E. Castellano, 1998). Aunque sea culto, abstracto y complejo idiomáticamente, suele estar «desconectado de sus fuentes pulsionales». El discurso operatorio no es, por fuerza, infantil o hiperrealista, sino desprovisto de afecto, sin calor. Especifica: Éste (el pensamiento) se presenta como una actividad consciente, sin nexo orgánico con un funcionamiento fantasmático de nivel apreciable que dobla e ilustra la acción sin verdaderamente significarla… No queremos decir que se trate de un pensamiento rudimentario, pues puede ser fecundo técnicamente, por ejemplo en el campo de la abstracción, pero le falta siempre la referencia a un objeto interno vivo (P. Marty, M. de M’Uzan y Ch. David, 1967, pág. 33). En el funcionamiento operatorio trata de negarse el contacto con lo inconsciente. La operatividad práctica compensa el silencio de las representaciones y ejerce un efecto autocalmante, permitiendo proseguir la vida en una horizontalidad sin sobresaltos como si nunca pasara nada (C. Smadja, 2005). El terapeuta se sitúa ante un mosaico de detalles, minucias, gestos y giros intrascendentes y se obstina en encontrar, más allá de eso mismo, aquel significante pulsional o aquel entramado fantasmático que está oculto. En vano. Manuel de Miguel lo expresa así: El déficit de representaciones, materia prima de los procesos mentales, se acompaña de un sobreinvestimiento de la acción y una fragilidad extrema a las heridas narcisistas que completan lo que llamamos pensamiento o vida operatoria. Tener un conflicto supone para estas personas un fracaso y, por tanto, una herida narcisista de la que hay que evadirse a través de una acción específica, … mecanismos que constituyen el correlato metapsicológico del pensamiento operatorio (1997, pág. 121). La vida se diluye en una cadena de tareas que realizar, proveyendo la balsámica sensación de lo correcto y de lo pleno. Lo emocional y relacional parece trivial o baladí a sus ojos, en tanto que se magnifica el valor de lo actuado, de sus frutos concretos. (M. Zubiri e I. Usobiaga, 1988). La existencia transcurre repleta de ocupaciones utilitarias, bien sean intelectuales, laborales, deportivas, ociosas, pero no se tiene el espacio psíquico para la emergencia de la ensoñación, la regresión y el contacto con el deseo. Desconcierta y confunde la adherencia a la vida operatoria, su monotonía cansina o prolija transmite la impresión de estar ante una alambrada verbal o factual que tapa un hueco, éste señala una ineptitud para establecer contacto con los objetos internos —no conservados, como señalábamos en el apartado anterior—. Rotundamente, M. Utrilla adjudica a este factor el aumento de la vulnerabilidad ante los traumatismos: 30
  • 31. Sabemos que no podemos considerar la muerte como en la concepción popular, sino como una desaparición, progresiva e insidiosa, de la capacidad de pensar. Se trata de la muerte del psiquismo reemplazado por el imperio de la acción o la enfermedad somática (M. Utrilla, 2004, pág. 132). En ocasiones extremas, el sujeto se acerca a la fobia de pensar de la que hablaba E. Kestemberg. El borrado de las funciones psíquicas, unido a la pérdida de «calidad libidinal», la neutralización y negativización de las representaciones — afirman querer vivir sin pensar— temporalmente garantiza que el Yo se adapte a las condiciones adversas a las que se enfrenta («vivir el día a día», «ir poco a poco», «centrarse en el momento y en los pasos concretos»…). «Hipocondríacos de lo real», «buscadores de recetas» los denomina Smadja (1998). Recuerda R. D’Alvia que el paciente operatorio no tolera no ser el que más trabaja, el más productivo, el que más vende, el que más éxito tiene, el empleado modelo, el punto de referencia. «De su responsabilidad hace un ideal» (R. D’Alvia, 1993). Pierre Marty, en «La investigación psicosomática» (1967), equipara el pensamiento operatorio en la psicosomática a la represión neurótica y al delirio para las psicosis, considera que configura una organización mental original, no dependiente de las estructuras límite (bordeline). El pensamiento operatorio es un pensamiento motriz. El despliegue comportamental se instala en un aparato mental que es puro arco reflejo y sistema phi, pródigo en representaciones de cosa pero carente de representaciones de palabra o elaboración mental: … el sujeto está separado de su inconsciente… sacamos la impresión de un tabicamiento estanco… un sujeto cuya primera impresión es la de una adaptación social correcta, y aun excelente… cierto empobrecimiento en la comunicación interpersonal, asociado a una desecación y una esclerosis de la expresión verbal (1967, pág. 321). … era preciso, pues, tomarse en serio la pobreza del lenguaje y aceptarla, hasta cierto punto, por sí misma. Esta pobreza no podía imputarse ni a una debilidad determinada ni a una insuficiencia cultural, … La degradación del lenguaje se debía a que éste se veía reducido a una función pragmática e instrumental, y, por esta razón, estaba desvitalizado (Ibíd, pág. 327). Las características de la vida operatoria diferenciadas por C. Smadja (2005) son: — Cronicidad: continuidad en el tiempo e irreversibilidad del estado operatorio, aunque eventualmente funciona sólo durante períodos críticos espaciados, permitiendo en este caso que aparezcan regresiones reorganizadoras. — Ceguera al mundo imaginario y sordera a los representantes pulsionales. — Propensión a la somatización (aunque no necesariamente), adicción, 31
  • 32. impulsividad y descargas violentas (psicopatía, sociopatía). A estas características, A. Green (2000) agrega otras: — «Locura privada» (despojamiento de subjetividad); pensamiento convencional, conformista y gris, sin aditivo alguno que lo personalice. — «Reduplicación proyectiva»: el Otro es una proyección masiva del Yo, por lo que no se metabolizan las diferencias y se suprime de raíz la percepción de la alteridad. El objeto no cuenta (Smadja, 2005, página 197), la realidad está desobjetalizada (A: Green). — «Agnosia psíquica» o «afasia del inconsciente»: El inconsciente recibe significantes pero no emite. El contrapunto del pensamiento operatorio está en la escucha operatoria que se produce en el terapeuta. Si el paciente está tan adherido a lo real exterior y se resiste al encuentro consigo mismo, el terapeuta puede suspender su búsqueda del significado y de las conexiones emocionales, perdiéndose igualmente en detalles anodinos, triviales, irrelevantes, en lugar de mantener una verdadera atención flotante. Soportar el aburrimiento de un discurso sin nexos inconscientes es todo un reto. El vacío de la palabra desencadena un desconcierto preciso en el terapeuta: ¿por dónde entro en la selva del discurso para encontrar los frutos psicológicos? Para el psicoanálisis, a diferencia de la visión mantenida por la psicología conductista u otras orientaciones sistémicas, el buen funcionamiento mental tiene manifestaciones floridas, ruidosas, a nivel del discurso y de las efusiones emocionales. Se expresa en quejas, lamentos, demandas, protestas, etc. Todo ello falta en el discurso operatorio, caracterizado por la negatividad: la indiferencia, la calma, la enunciación sosa de las ideas y la construcción regular y monótona de las oraciones. La propuesta de A. Fine para superar el escollo de la escucha operatoria es marcarse el objetivo de restablecer el cuerpo libidinal a partir del soma biológico enfermo: Nosotros tratamos de hacer entrar el cuerpo sufriente en un discurso que supere su positividad, su naturalidad biológica. Tratamos de estar en una escucha, aunque no se convierta en interpretación, que, más allá de la queja somática, intente recuperar el cuerpo fantasmático, el cuerpo erógeno, reconstruirlo activando nuevamente funciones de representación de todo orden. Intentamos hacer recuperar una suerte de equilibrio que, sin oponerse totalmente a la enfermedad, tornaría más dificultoso su desarrollo. Y eso, apostando a «la humanidad de tales sujetos», a pesar de sus zonas de sombra, a pesar también de los diseños que habían mostrado a esos sujetos como robotizados (A. Fine, 2000, pág. 96). C) Déficit de mentalización. El IPSO establece un fallo esencial en la 32
  • 33. adquisición de niveles de pensamiento lógico, formal y simbólico. Tal falla dificulta la secundarización de los procesos sensoriales y lagunas en las cadenas asociativas, recuerdos y conexiones significantes. No es por lo general una cuestión de presencia o ausencia radicales de mentalización, sino de aptitud irregular o inestable para construir o ligar representaciones acerca de lo vivido, por lo que la secuencia biográfica está interrumpida, desconectada, hecha jirones o completamente olvidada o trivializada. En ocasiones se trata sólo de una inhibición temporal que tiene lugar en una franja vital concreta pero que luego puede restablecerse sin dificultad, salvo que haya acarreado algún «accidente somático» durante su transcurso. El aparato psíquico no conquista por distintos motivos ciertas funciones yoicas de soporte, contención, organización de los flujos internos excitatorios. P. Marty (1995) señalaba algunos de estos factores: — exposición a sucesos que intensifiquen la presión instintiva, — exposición a sucesos que reanimen demasiado ciertos conflictos, — exposición a sucesos que inhiban o colapsen las capacidades elaborativas, — exposición a sucesos que obstruyan las vías de expresión instintiva. Dada la pluriformidad de circunstancias, La duración de las desorganizaciones mentales de este orden es infinitamente variable, según los momentos, para un mismo individuo y para cada individuo. Puede ser sólo de unas horas, de algunos días, o de algunas semanas. Las desorganizaciones pueden repetirse, dejando intervalos de reorganización (P. Marty, 1976, pág. 21). Cuando la elaboración mental fracasa, obliga al cuerpo a tramitar las relaciones y tensiones pulsionales o periféricas (causadas, por ejemplo, por el desbordamiento originado por estresores externos) al margen de la mente: Al paciente mal mentalizado lo que le sobra es realidad real. Para él todo depende del exterior… las mentalizaciones defectuosas se adhieren al entorno y a las modas y dan la impresión de absoluto conformismo (E. Castellano-Maury, 1998, pág. 38). Winnicott (1949), ajeno por supuesto a la Escuela de París, sostenía este desplazamiento. Para él, la mente está en el cuerpo, es una función del psiquesoma. Pero la psique y el soma son un continuo del que uno elabora lo emocional y otro lo corporal en relación con la adaptación reclamada por el entorno. Lo mental aparece para suplir o complementar alteraciones producidas en la continuidad del desarrollo psicosomático. Lo mental, con todas sus complejidades, afectará a la configuración del self. El modelo médico nos obliga a situar y ubicar la mente en el cerebro. Pero la mente es una función globalno localizada en parte alguna del cuerpo, sino en la totalidad del Yo-corporal que nos aporta la identidad. Así vista, la enfermedad psicosomática tiene un objetivo: 33
  • 34. … apartar a la psique de la mente y devolverla a su originaria e íntima asociación con el soma (D.W. Winnicott, 1949, pág. 345). Bottenberg estipula que toda emoción es susceptible de analizarse en una tríada reactiva: la comportamental —lo que se hace—, la fisiológica —lo que nos ocurre a nivel neurovegetativo—, la cognitiva —lo que pensamos o evaluamos a tenor de la experiencia que vivenciamos—. Pues bien, en ciertos sujetos, los tres sistemas de respuesta no covarían simultáneamente o no lo hacen en el mismo sentido. Es posible, y así se demuestra reiteradamente, con emociones de ansiedad y angustia entre otras, que la intensificación de un componente no se acompaña de una intensificación en los demás. Las personas con déficit de mentalización vivencian las sacudidas afectivas en los planos de lo sensoriomotriz (comportamentales y fisiológicos), pero dicha sacudida no queda enganchada a representación cognitiva alguna. Por lo que el sujeto puede percibir un incremento excitatorio en su organismo (sudoración, temblor, palpitaciones, pinzamiento gástrico, fatiga respiratoria), pero no hallar dentro de sí una fantasía, recuerdo o suceso real con el que enlazarlo. Se sorprendía P. Marty cuando S. Nacht cuestionaba su diagnóstico de un paciente con «neurosis cefalálgica», es decir, se sorprendía de la extrañeza de Nacht ante la aparente mezcla de dos planos inconciliables: el de la neurosis y el de lo fisiológico, y Marty se defendía con cierta provocación, aduciendo que los planos de la representación y la biología habían estado siempre intrincados entre sí desde la misma definición freudiana de neurosis. Observaba con sorna: … (hemos olvidado) los «acting out» que transfieren a un plano muscular aquello que quisiéramos conservar en un plano afectivo, o las múltiples manifestaciones viscerales, verdaderas fugas, que nuestros enfermosnos relatan en el curso de su tratamiento. Como si las bases mismas de la neurosis, su fuente energética, las pulsiones, no fueran de esencia orgánica (P. Marty, 2001, pág. 12). Gregorio Marañón hizo experimentos sobre esto. La vivencia a-mentalizada de la excitación emocional provoca dos reacciones básicas: unos sujetos la reconocen como una experiencia del cuerpo, ajena a cualquier correlato experiencial: son cosas que le pasan al cuerpo sin más y no se trata de darles sentido o enlazarlas con elementos subjetivos o biográficos. En otros, es necesaria la conexión y resignificación (un après coup) que busca representaciones reales o ficticias a las que atribuir las alteraciones y los desequilibrios homeostáticos constatados. A este procedimiento Manuel de Miguel lo designa como histerización secundaria: el paciente agrega un significado a un síntoma que originariamente no tenía. Así se puede decir, por ejemplo, algo tan metafórico como que «en la rectocolitis hemorrágica el intestino llora sangre» (N. Nicolaïdis, 2000). La función mental básica es la secundarización de los procesos primarios. Para realizarla, recurrimos a fantasías, recuerdos, imágenes, ideas o elaboraciones complejas. La mala mentalización se enlaza con la indisponibilidad de las representaciones mentales que podrían ligar las tensiones o excitaciones desatadas 34
  • 35. por los traumas vividos, y también con la desconexión de los afectos asociados a dichas representaciones. La evocación de los hechos, de los estímulos, se produce en una dimensión meramente sensorial, a lo sumo racional, pero no hay nexos relacionales o causales entre la reacción sensorial y algún impacto afectivo interno. (O. Garrone, 1998). Todos ellos pueden tener un diferente grado de conciencia, pero las que atemperan la inquietud despertada por las reacciones fisiológicas son aquellas que podemos detectar e interpretar, no las que permanezcan en un umbral pre- consciente o marginales a la conciencia por efecto de la represión u otras defensas. Carlos Amaral (1999) retoma el lenguaje de Bion para señalar la simplicidad o defecto de las representaciones mentales en los psicosomáticos. La «incapacidad de pensar pensamientos» se debe al fracaso del continente mental para controlar la tensión psíquica. El síntoma psicosomático es, incluso, un acting-out de un soma no integrado en la corriente mental e histórica. El aparato mental se torna expulsivo y recurre a esta neurosis del comportamiento que es el enfermar somático para «no tener que enterarse de que existen otros planos del ser». El psicosomático no realiza insight, por lo tanto no liga la tensión y la representación. El insight es una fórmula inductivo-deductiva del pensamiento. Ese ¡zas, esto tiene que ver con esto! une de nuevo un cable cortado. Quien no aprende, sólo repite, y no puede introducir claves de transformación. E. Castellano clarifica: Una mentalización limitada deja a los conflictos existenciales sin traducción psíquica, reducidos a una pura cantidad de excitación que favorece unos estados de desvalimiento inelaborables que preceden o acompañan habitualmente las somatizaciones (E. Castellano, 2000, pág. 63). J. E. Fischbein (1986) califica a la somatización como pasaje al acto en el cuerpo, a través del cual el aparato psíquico desbordado o rendido intenta la estabilización y evita la desintegración. Afirma: … considero a las enfermedades psicosomáticas como trastornos narcisistas en los que predomina la escisión del aparato mental del sujeto. Son estados en los que fracasan los medios de expresión psíquica. El espacio mental para la fantasía está anulado y la tensión es drenada corporalmente. A nivel mental aparece un [espacio] blanco con el que el paciente se siente preservado de la sensación de angustia (1986, pág. 1025). ¿Por qué se desencadena? La dirección del interrogante apunta hacia el fallo en la función mental de la madre. Ella no contuvo la intensidad de las excitaciones primarias del hijo, no le suministró ni la empatía, ni la contención, ni el reverie suficiente, como para que los desbordamientos preverbales del infante pudieran aguardar la aparición de representaciones eficaces que lo sostuvieran. M. Masud R. Khan (1963) asigna a esta mala gestión de las tensiones del hijo por parte de su madre la responsabilidad del fracaso futuro de la mentalización, conditio sine qua non de su concepto de trauma acumulativo. La ineficacia de la madre en su función 35
  • 36. paraexcitadora estrangula la gestación y el desarrollo del Yo como freno resiliente a las dificultades de la vida: Cuando estos fracasos de la madre en su papel como protección contra las excitaciones son significativamente frecuentes y provocan irrupciones en el psique-soma del niño, que éste no tiene medios para eliminar, configuran un núcleo de reacción patógena (M. Khan, 1963, pág. 128). Juan Muro (2006) especifica que la calidad y la cantidad de las representaciones que suceden a nivel pre-consciente dependen de tres factores: — El espesor del preconsciente: a expensas de la abundancia de asociaciones transversales y longitudinales. — La permeabilidad para permitir el paso del inconsciente a la conciencia. — La regularidad de su funcionamiento. Dependiendo del grado de mentalización alcanzado, según el criterio del IPSO cabe encontrar: — Neurosis de comportamiento. — Neurosis mal mentalizadas. — Neurosis de mentalización incierta. — Neurosis bien mentalizadas. Esta jerarquización enoja a A. Green al juzgar que en realidad no hay pacientes de mentalización incierta (o intermitente), sino psicoanalistas con limitadas capacidades interpretativas, bien sea por sus características personales, bien sea por dificultades formativas, lo que entorpece su escucha y su pensamiento, llevándoles a una contratransferencia proyectiva de su incapacidad para comprender. Las tres últimas forman las neurosis de carácter. La mentalización sirve para detener los movimientos contraevolutivos de la pulsión de muerte y generar mecanismos reorganizadores. Volveré en otro momento sobre ellas y su estudio diferencial. La compensación o descompensación, el equilibrio o decantación entre las modalidades de descarga: sensorio-motriz o mental determinarán el resultado. Si sólo se utiliza la primera vía se entra en funcionamiento operatorio. Cuando la carencia de mentalización es total y el sujeto roza el primitivismo mental, el resultado es la pura hiperactividad física hasta llegar al agotamiento, las conductas adictivas, la lisofilia, etc. Cierto es que lo pensable o impensable, lo representable o irrepresentable, depende tanto del hecho en sí, como del sujeto. Hay experiencias para las que no hay horma previa y que es imposible construir. Falta la envoltura o continente mental. Abunda la literatura sobre los duelos traumáticos y patológicos, los duelos imposibles y el dolor irrepresentable. Cuando se entra en este territorio, no debemos presuponer 36
  • 37. que exista un fracaso estructural de la función mental, sino un desbordamiento de la mente que puede ser más o menos pasajero y acarrear consecuencias más o menos letales. Lo impensable colapsa el aparato psíquico y genera un impasse que impide la formación de representaciones de cualquier tipo. Expresa la desesperación de este estado J. L. López-Peñalver (2005) apuntando al caso en que el contenido-dolor es tan terrible que disuelve el propio continente mental. Y entonces, ¿qué hacer? No habiendo defensas neuróticas disponibles, porque tal vez nunca se han erigido, o bien fracasan eventualmente, sólo quedan tres opciones: — recurrir a procedimientos autocalmantes, — intentar una hiperinvestidura de lo cotidiano (sobrevivir en el día a día, anestesiando el dolor insoportable). — elegir la somatización. Es curioso, en este sentido, que la dificultad de mentalización asociada a los grandes traumas inelaborablesproduzcan una suspensión de todas las formas de figuración: sueños, creatividad, palabra. El proceso secundario pareciera que se licuara. Manuela Utrilla (1988) acentúa y diversifica la importancia por su ausencia de tres procesos mentales que deberían intervenir para dar otra salida al dolor mental o a las excitaciones pulsionales. Ella propone un funcionamiento en arco que iría desde el inconsciente primario (biológico) a lo real, omitiéndose (renegándose) todos los dinamismos intermedios: no interviene ni el inconsciente secundario (artífice del trabajo de la represión), lo que anula el camino de la neurosis; ni el preconsciente (artífice del trabajo de la representación), lo que invalida el proceso de la mentalización o psiquización yoica del sufrimiento; ni la conciencia (responsable del trabajo de la racionalización), lo que ciega la alternativa de la comprensión e intelectualización. Pierre Marty y Michael Fain (1959) reinterpretaron la organización psicosomática como consecuencia de ausencia de inhibición intelectual de la energía pulsional o excitatoria externa. Esto es: la inhibición intelectual sirve para frenar o interceptar la descarga directa de la tensión fisiológica, la ralentiza, aplaza, reprime o transforma, le da sentido o la contiene. Por tanto, cuando falla o no existe tal barrera inhibitoria, la energía primitiva desborda al yo corporal precariamente envuelto y se evacua a través de sus órganos. Pareciera, por tanto, que la somatización es un mecanismo antineurótico. La enfermedad llena el vacío representacional. Se acorta la vida, pero tiene un sentido. Estos fracasos en el «registro mental de la experiencia afectiva» (P. J. Boschan, 1998, pág. 172) equivalen a una catatonía cognitiva, al mutismo ideativo, al vacío desértico de lo imaginario. El fracaso metabólico grave deja inservible el pensamiento, permitiéndole sólo papillas o pedazos de realidad leves y concretos, e intervenciones puramente instrumentales en el mundo. Es el sujeto «normal» con un aparato psíquico frágil, aunque sobreadaptado y rigurosamente funcional o normotípico. Según P. Marty (1982), es el caso de la mitad de la población postindustrial. Una sociedad que lleva al hombre a descubrir su inesencialidad y la 37
  • 38. conveniencia de adaptarsesuperficialmente a los apremios de la vida, sacrificando su mundo interno en el proceso. Su caída en la «factualidad» o ritualidad tiene el mismo punto de obcecación y rigidez que es propia también de los obsesivos. Cabría, por tanto, observar una concomitancia entre el obsesivo (viscoso y compulsivo en el pensamiento) y el psicosomático (viscoso y compulsivo en la acción) (R. Asseo, 1992-1993). D) Alexitimia. Es éste un concepto no perteneciente a la teorización de IPSO, al menos con esta denominación, aunque como veremos está en la intersección de los tres procesos y conceptos que anteriormente hemos analizado. El concepto en sí pertenece a Sifneos con un significado fiel a su etimología. En un texto de 1972, Psicoterapia breve y crisis emocional, definió A-lexi-timia como falta de verbalización de afectos. Se trata de una carencia o de un deterioro temporal de las funciones cognitivas y afectivas que puede servir de ayuda, durante períodos especialmente graves y traumáticos, para evadir el dolor y el terror psíquico o el desbordamiento mental. (J. Otero, 2004). En sí señala una ausencia, más que un síntoma, una imposibilidad más que una disfunción. El autor del término —del Beth Israel Hospital de Boston— la denota como «Estilo cognitivo caracterizado por inhabilidad para verbalizar sentimientos y discriminarlos, por el cual el sujeto presenta una tendencia a la acción frente a situaciones conflictivas». El debate sobre esta cuestión se sitúa en el interrogante de si debemos considerarla un síntoma, un rasgo de la personalidad o un estilo relacional. Los equivalentes sinonímicos más próximos a éste serían el de «pensamiento operatorio» de Marty, o el de «dislexia de los afectos» de Bodni, o el de «analfabetismo emocional» propuesto por Alonso Fernández. J. Otero (2000) realizó un minucioso repaso a las abundantes y no siempre concordantes hipótesis explicativas sobre alexitimia, agrupándolas en tres modelos: el neuroanatómico, el sociocultural y el psicodinámico. Si elidimos los dos primeros, pues no pertenecen al foco de nuestro interés en este trabajo, respecto al modelo explicativo de índolepsicodinámica, el autor relaciona la alexitimia con defectos graves en la comunicación de la madre con su bebé, con la resomatización de las tensiones que tienden a ser evacuadas y descargadas, con déficits en la capacidad simbólica, con oscilaciones y alternancias en la calidad de las mentalizaciones, con la necesidad de defenderse de inundaciones pulsionales susceptibles de experimentarse como desvalimiento y desesperanza. Aunque se ha discutido mucho en torno a este constructo tratando de dictaminar si estamos ante una defensa contra un conflicto emocional saturador o no integrable o si, por el contrario, estamos ante un rasgo estable y primario, la mayoría de los investigadores se decantan por la segunda opción, aunque no es inexacto afirmar que en ocasiones puede ser primaria (estructural) y muy frecuentemente secundaria (defensiva). No obstante, cualquiera puede atravesar transitoria y circunstancialmente por estados de alexitimia que no comprometan ni modifiquen sustancialmente el habitual recurso mentalizador. Cabe distinguir la alexitimia global —en la que lo afectivo no está inscrito como lenguaje ni se procesa a nivel cognitivo, si no es de forma burda y primaria— y las alexitimias comprensiva o expresiva. La alexitimia comprensiva presenta una especial dificultad en la decodificación 38
  • 39. de los gestos, expresiones y manifestaciones conductuales que traducen las emociones de los otros, cual si se tratara de un idioma indescifrable cuyo alcance no puede valorarse. El sujeto de esta índole no puede recibir el mensaje, tanto si proviene de fuera como si procede de su propio interior —fisiológico, somático o ideativo—. Es más: ni siquiera sospecha que los signos que visualiza —si es que su bajo nivel atencional se lo permite— porten mensaje alguno. Simplemente, dirá, «son cosas que me pasan». Otra variante de la alexitimia comprensiva es la que permite recibir el mensaje pero no logra darle una correcta interpretación. Esto es: sabe que hay un contenido emocional, pero desconoce cuál o confunde su naturaleza. Así, por ejemplo, no discernirá entre el enfado o la tristeza, entre el miedo y la angustia, o entre la sorpresa y el asco, por referirme sólo a las emociones más básicas. Ésta es, como sabemos, laclave de los incontables malentendidos que entorpecen la correcta comunicación interpersonal. La alexitimia expresiva, por su parte, se manifiesta en la dificultad para transformar el mundo emocional interno en un lenguaje común, entendible por el entorno y poco distorsionado. Efectivamente, no se trata sólo de que este alexitímico sea ágrafo en cuanto a los afectos, sino que a menudo equivoca también las manifestaciones con que trata de evidenciarlos, haciendo un uso desvitalizado de palabras vitales (afectivas) y desoyendo los signos corporales (lenguaje) para semantizarlos. En ambos casos, o no hay inscripción de los signos emocionales o no hay discriminación o hay torpeza sorprendente y estupor ante el mundo interno. El resultado, en cualquier caso, es un sujeto estereotipado, rígido, sin modulación o matización afectivas en su comportamiento, aburrido, anodino y gris. A la alexitimia, como a cualquier trastorno que exprese la dificultad de conexión con el mundo interno, se le asocian numerosos rasgos colaterales: pobreza fantasmática, anhedonía, aminorado deseo o impulso sexual, actitud silente, seca, áspera y ausente (desvinculada), intercalada de eventuales explosiones afectivas. La correlación de los rasgos enunciados con trastornos de conducta violenta, maltrato, terrorismo, trastornos alimentarios, conflictos parentales o conyugales, propensión al acoso o al mobbing, etc., es una evidencia empírica largamente documentada por las investigaciones recientes. Este individuo-seta, trasluce insensibilidad, frialdad, hermetismo e irritación al contacto o al vínculo interpersonal. Evitará a todo trance toda situación de intimidad excesiva o recurrirá a filtros que sesguen la relación tolerable (televisión, lugares públicos, multitudes…) Le incomoda el ruido emocional que, provenga de donde provenga, él carece de recursos para filtrar psicológica-mente. André Green aduce que los alexitímicos tienen el síndrome del «eso es todo». Como pacientes requieren un proceso psicopedagógico previo para ser alfabetizados en lo emocional y en sus expresiones fisiológicas, somáticas y cognitivas. El paciente se incomoda ante el intento dehurgar en planos dinámicos, narrativos o biográficos. Cuentan qué les ocurre, pero no cómo se sienten. Exclaman: «¿Eso qué es?» o «¿qué tiene que ver con mi dolor de cabeza?» Obtener información deviene un trabajo laborioso, de sacacorchos o de sabueso. Captar piezas significativas del puzle para reconstruir e historizar, sobre todo historizar se convierte en tarea tediosa. Y es que el 39
  • 40. alexitímico carece de perspectiva. Joyce McDougall (1982) habla del «antipaciente en terapia», esbozando un retrato-robot que a todo clínico le resulta familiar: — Tiene abolida la curiosidad: le molestan las preguntas y no le inquieta no saber. — Suprime la empatía con el terapeuta: no trata de explicarse para asegurarse que le entienden, sólo espera que le adivinen y que le solucionen el problema que les preocupa, por supuesto sin husmear en su vida privada y sin remover su pasado. — Sufren, así creen, lo normal, lo que les corresponde, porque el mundo es complejo, un valle de lágrimas y no tienen suerte. — Son simplistas, secos, ásperos, adustos, poco habladores, buscan al «experto técnico», manteniendo a raya al experto humano. — Son obedientes, corteses y disciplinados en el plano formal de la relación terapeuta-enfermo, y acaban por matar el deseo de saber del otro, alimentando el pasotismo y la indiferencia del otro. — Censuran la intervención de términos o indagaciones emocionales en el proceso, porque lo juzgan baladí, trivial e intangible. Hay que derivar y focalizar el sufrimiento en el único ámbito registrable: el biológico. — Bloquean cualquier línea asociativa que no se relacione directamente con el problema actual. El aquí y el ahora, el presentismo, hiperrealismo y la concreción no admiten variantes, digresiones o conjeturas que, a buen seguro, juzgarán distractoras y fútiles. — La pobreza onírica y de ensoñaciones es equiparable a la pobreza lúdica, a la tacañería del tiempo, a la ausencia plena de creatividad, innovación o estética. — Viven pendientes del qué dirán y se atienen obsesivamente a la deseabilidad social, sobre todo evitan significarse con algún elemento que les singularice o les convierta en excéntricos, originales o bizarros. — Se esclavizan gustosamente al orden convencional, a los parámetros mecánicos del funcionamiento social vigente. Este paciente «pseudonormal» (McDougall, J. 1982), «inmunodeprimido a nivel mental» (Fain), es bocetado así por I. Usobiaga: Su relato es el de una enumeración de sus dolencias o vivencias, sin ningún vestigio de representación mental. Dan la impresión de una gran pobreza mental, afectiva, e incluso de capacidad intelectual (1997, pág. 59). En cierto modo, el alexitímico se solapa y confunde en los descriptores trazados por Marty respecto a la «personalidad alérgica esencial». Aunque también existe parentesco con la personalidad esquizoide. Tizón señala: 40
  • 41. (Los alexitímicos o pacientes operatorios) tienden a relacionarse de forma pasiva y dependiente, presentando en primer plano síntomas físicos y comportamientos, no asocian, sino que nos empujan a interrogarles…, niegan y escinden lo emocional y lo relacional, … disocian las coincidencias entre lo biológico y lo relacional y, sin embargo, presentan intensas ansiedades ante las separaciones (2000, pág. 179). Algunos psicosomatólogos recientes piensan que la alexitimia se aprende y se interioriza a partir del fracaso en la función paraexcitadora de la madre. Alega Fischbein: Faltan los pensamientos y las palabras que puedan dar cuenta de las escenas que los sustentan. Son repeticiones de experiencias muy tempranas de falta de procesamiento materno de las demandas corporales del bebé (1986, pág. 1032). Manuel de Miguel se abona a la hipótesis de que la alexitimia es una defensa y exige un esfuerzo activo para desconectar el sentido y romper las tramas que enlazan afecto y vivencias, por lo que los afectos actúan como un «foco irritativo interno sin posibilidad de elaboración» (pág. 121). La mente infantil que no ha internalizado la función de contención y representación de las estimula-ciones huye del afecto sospechando el desequilibrio mental, la locura incluso, que éste inducirá. Esta connotación «infantil» unida al concepto de alexitimia, nos hace pensar que todo infante es alexitímico para los afectos, por lo que un adulto alexitímico estará destapando su parte más infantil, concretamente la de los terrores más primitivos en un portentoso esfuerzo de insensibilidad y anestesia para evitar su retorno y, por consiguiente, la retraumati-zación (así opinó Kristal al estudiar a los supervivientes del holocausto). McDougall sostiene que: … la alexitimia es una defensa poco común y extrema contra los terrores primitivos. Es evidente también que cuanto más frágil sea el sujeto, más fuertes necesitan ser las murallas defensivas. La creación de tales estructuras es el trabajo de una vida, y aunque el mantenimiento de una fortaleza así puede ser costoso para los pacientes, en lo que se refiere a desorganizaciones físicas y psíquicas, puede que no sean capaces de afrontar ningún tipo de incursión en su sólida estructura de la personalidad (J. McDougall, 1983, pág. 384). Pero sin lenguaje, el cuerpo toma la iniciativa de hablar —López Peñalver distingue entre «el cuerpo hablado y el cuerpo hablante»— reemplazando el código emocional en vez de acompañarlo. El cuerpo enfermo deviene mediador del intercambio comunicativo. La expresión facial de piedra, de corcho o de madera, la amimia, la rigidez postural, todo indica la pésima relación del alexitímico con su cuerpo: 41
  • 42. … muchos pacientes psicosomáticos alexitímicos hablan de sus cuerpos como si fueran objetos extraños, o como si no tuvieran certeza de sus zonas y sus funciones (J. McDougall, 1982-1983, pág. 380). Como se ha comprobado, ser alexitímico es el principal factor de riesgo de somatizaciones. La magnitud, sorpresa o reversibilidad de las mismas diferirá en covariación con otros factores de riesgo antes señalados. Es conveniente preguntarse, no obstante: … ¿qué cantidad de afectos no procesados psíquica-mente pueden actuar desde el interior del individuo como incrementadores de excitación que desborda la capacidad psíquica y generan síntomas orgánicos (R. D’Alvia, 1996, pág. 36). E) Sobreadaptación: En consonancia con todo lo anterior, y aunque este concepto procede de un autor, D. Liberman, al margen del IPSO, cabe casi deducir la existencia de un mecanismo recurrente ligado a la vida operatoria y al déficit de mentalización. Este factor, cuya vinculación con las somatizaciones se ha comprobado reiteradamente, se presenta en personalidades de precaria maduración psíquica aunque den la apariencia de ser extremadamente cuerdas, impresión que viene provocada por su alta productividad y eficacia. Su percepción del tiempo es la de un tesoro que hay que aprovechar al máximo y no desperdiciar, por lo que lo saturan de exigencias traducibles en réditos visibles y universalmente reconocidos como fructuosos. Fácilmente degeneran hacia una adicción al trabajo, muy loable desde el punto de vista social, pero perniciosa desde el ángulo familiar y afectivo: La vida de estas personas es una cuestión de principios formales con obligaciones a cumplir. Trabajo, relaciones familiares, vacaciones, vida sexual incluso extramarital, fines de semana y hasta el mismo psicoanálisis: todo es trabajo para ellos. Tienen temor al ocio sin reglas (D. Liberman y cols., 1982, pág. 847). Su hiperadaptación es una huida hacia la realidad (la actividad psicomotriz o intelectual es agotadora, con tintes hipomaníacos) dado que carecen de espacio psíquico interno y éste está desplazado hacia el espacio psíquico externo. La hipercatexia de lo pragmático para negar la pérdida del objeto interno así como de vínculos calmantes y de apoyo, empuja a la práctica de actividades extenuantes, a una sobreexigencia corporal o intelectual de responsabilidad máxima que coloca al organismo en un estado de estrés crónico. Caen prisioneros del personaje titánico u omnipotente que su narcisismo ha necesitado crear. Ni se quiere ni se tiene tiempo para pararse a pensar o a sentir algo fuera de la frenética dedicación a lo real (M. Chevnik, 1983). La hiperactividad y la dispersión en tareas innumerables toman la partida y rellenan el vacío y el silencio del mundo interno. La fatiga generada por compromisos heterogéneos induce una sordina que evita la introspección y el dolor mental. La descripción de D. Liberman no deja lugar a dudas: 42
  • 43. Estos pacientes generalmente son líderes productivos exigidos y exigentes que constituyen el sostén estable del medio familiar y social en el que se desempeñan. Se trata de figuras destacadas en su área de trabajo que cumplen funciones que los vuelven necesarios o imprescindibles para los demás. Para ellos el trabajo es indispensable y crean en relación a éste una trama rígida que les asegure una actividad casi ininterrumpida. No conciben el ocio, ni mucho menos lo pueden disfrutar. No admiten ninguna actividad que no sea altamente productiva. Lo que producen es beneficioso para el medio en el que actúan y crean problemáticas de lealtad mutua. En la mayoría de los casos observados, son pacientes que han escalado posiciones socioeconómicas importantes. Han debido luchar mucho para obtener lo que tienen o mantener lo que recibieron (D. Liberman y cols., 1982, pág. 846). El sujeto simula tener un Yo de acero, ser alguien concienzudo y responsable, recibiendo por ello elogios y admiración, la costra perfecta para que aún le cueste máscomprender el monopolio, la absorción o la trampa que le está tendiendo su narcisismo deficiente. Requiere y diseña obligaciones, normas, horarios, formalidad y estatismo, no hay noción de transcurrir ni de proceso. Su tiempo es congelado y cíclico, rutinario y previsible, cual si desearan conservar la ilusión de tener todo el tiempo por delante y que todo pudiera realizarse, de tener muchas vidas y de preservar la juventud. No se sienten envejecer ni amoldan sus esfuerzos o energías a la edad o al estado del organismo. La sobreexigencia puede ser de tres tipos (R. Fernández, 2002): — esquizoide, por carencia de registros de tacto y contacto, — hipomaníaca, por ambición de éxito, estatus y superación de los límites, — compulsiva, por afán de control y autodominio. El paciente sobreadaptado se obliga a sobreponerse a cualquier obstáculo y a crecerse ante las contrariedades. Necesita sentirse invencible, irreductible, más que victorioso. ¿Cómo percibirse vulnerable o en riesgo? ¿De qué modo, sino como un freno, va a registrar su flaqueza somática o sus achaques? La enfermedad será un boicot a sus propósitos, raramente una alerta que le advierta de que está traspasando límites que debiera respetar: En la sobreadaptación, la realidad es forzada hasta el límite de la mayor exigencia posible. Aparece una adecuación exagerada, en relación con la cual el paciente crea un uso abusivo de la realidad externa, en detrimento de su realidad psíquica constantemente saboteada…, a expensas de un alto costo psíquico y corporal (Ibíd., Liberman y cols., 1982, pág. 851). Los riesgos señalados por Liberman en estos individuos y que los convierten en 43