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Francisco de Quevedo
Vida y obras
Nació Quevedo de familia hidalga y montañesa. Su padre fue Pedro Gómez de Quevedo,
natural de Bejoris en el Valle de Toranzo en la provincia de Cantabria en donde vivía con
DOSIER
sus hermanos Juan y Mari Sáenz, hijos todos, de Pedro Gómez de Quevedo el viejo,
también de Bejoris, y de Maria Sáenz de Villegas, natural de Villasevil, en el mismo Valle de
Toranzo donde igualmente los Villegas tenían sus antiguos y nobles solares. Su madre fue
María de Santibáñez, natural de Madrid pero oriunda, como el padre, de la Montaña ya que
era hija de Juan Gómez de Santibáñez Ceballos, natural de San Vicente de Toranzo.
Fue su padre, secretario de la Reina Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II, pasando
después a Escribano de Cámara de los Reyes en donde conoció a Maria de Santibáñez que
por entonces era asistenta de Cámara de la Reina y contrajeron matrimonio en la primavera
de 1576.
Nació Francisco de Quevedo en Madrid el miércoles 14 de Septiembre de 1580, día de las
llagas de San Francisco, por ello su nombre, según confesión hecha a su amigo Sancho de
Sandoval y bautizado en la iglesia de San Gines en la calle del Arenal, el 26 de Septiembre
del mismo año. Tuvo Quevedo 5 hermanos: Pedro, que fue bautizado el 11 de Febrero de
1577, siguió después María bautizada el 22 de Enero de 1578 y muerta a los pocos meses,
el tercer vástago fue nuestro genial escritor a quien siguió Felipa, bautizada igualmente en
San Ginés el 10 de Enero de 1583 y que profesó en el convento de las Carmelitas
Descalzas de Madrid en 1598 con el nombre de sor Felipa de Jesús, siguió Margarita nacida
en 1585, casada con Juan de Alderete, caballerizo de Su Majestad y, por último, María, hija
póstuma nacida a principios de 1586 y muerta, a los pocos años de edad, el 16 de Abril de
1605. Muere su padre Pedro Gómez de Quevedo a principios de Diciembre de 1586,
volviendo su madre Maria Santibáñez a Palacio donde fue admitida en la servidumbre de la
Infanta Doña Isabel Clara Eugenia.
Inició sus estudios en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, en lo que hoy es el
Instituto de San Isidro de Madrid, donde se
educó casi toda la nobleza, y donde había
ingresado su hermano Pedro tres años
antes. Falleciendo este en 1593 o 1594,
heredó Don Francisco de Quevedo el
Mayorazgo, varios censos y parte de un
privilegio concedido por Felipe II el 7 de
Enero de 1590 a favor de sus hermanos y
en poder de su hermano Pedro.
Permaneció Quevedo en el Colegio
Imperial cuatro cursos en los que estudió
Gramática, Retórica y Humanidades y donde
leyó a Cicerón, Séneca, a quien nombraría muchas veces como “Mi Séneca”, Cesar,
Virgilio, Horacio, etc. y donde tradujo a Isócrates, Esopo, Aristófanes o Demóstenes.
Después de sus estudios en los Padres
Jesuítas de la ciudad de Ocaña, entre los
años 1594 y 1595, se traslada a la
Universidad de Alcalá donde se inscribe el 20
de Octubre de 1596 en la Facultad de Artes y
Filosofía y estudia Dialéctica, Física, Lógica,
Filosofía etc., hasta Junio de 1600 en que
recibe el grado de Bachiller. El 20 de
Noviembre de 1600 se matricula en Teología y
el 31 de Diciembre obtiene la Licenciatura de
Artes y Filosofía.
No debió terminar el curso en Alcalá pues no se tiene constancia suya en los libros de la Universidad.
Profundizó en este tiempo en el estudio de las lenguas clásicas, además de árabe, hebreo, francés e
italiano e incluso en la siríaca y caldea y rimaba en castellano y portugués.
Se traslada en 1601 a Valladolid donde el Duque de Lerma llevo la corte continuando sus
estudios de Teología en la Universidad pinciana. Por estas fechas fallece su madre y en
1602 se le ve en Valladolid reiniciando sus estudios de Teología y es entonces cuando hace
su primera salida al mundo de las letras, sería en el campo de la poesía en las Flores de
poetas ilustres de España recogido en la antología generacional de Pedro de Espinosa en
1603.
Tras tres años de estancia en Valladolid su fama como poeta le lleva a mantener
correspondencia con los hombres más sabios de España. Su voto era temido en la provisión
de cátedras. Conoce a Pablo Rubens, Miguel de Cervantes y sostiene su primer rifirrafe con
Luis de Góngora, antagonismo que no lo fue solo en materia personal sino de entendimiento
del arte, erigiéndose Luis de Góngora en caudillo del culteranismo y Francisco de Quevedo
en caudillo del Conceptismo, e inicia correspondencia con el sabio humanista Justo Lípsio
con ocasión de la publicación por parte de éste de su obra De Vesta et Vestalibus
Syntagma y quien llegó a decir de Quevedo que era la “gloria excelsa de los españoles”.
En el año 1602 y con motivo de la celebración de la canonización de San Raimundo se
presenta al Certamen al mejor soneto en portugués premiado con “tres varas de raso negro
rico”. Durante el año 1603, Quevedo se entregó a una intensa labor literaria, producto de la
cual fueron su soneto alabando a Lope de Vega, sus poesías contra Góngora, mas de
veinte composiciones recogidas por Pedro de Espinosa y Miguel de Madrigal. Aprobó su
segundo año teológico y se matriculó en tercero.
Siguió su tarea poética durante el año siguiente y de él data un soneto a San Esteban,
elegido como ejemplo de figura de retórica por el maestro Bartolomé Ximenez Patón en
su Elocuencia Española en Arte (Toledo 1604).
Moría el 16 de Abril de 1605 su hermana Maria de Santibáñez. La rapidez de su muerte
impidió a Quevedo asistir a la inhumación del cadáver. La joven había redactado testamento
el día 8, dejando por herederos a Don Francisco y a su hermana Doña Margarita.
En Octubre de 1605, Quevedo, tras haber aprobado su tercer curso teológico, se matriculó
en cuarto año y seguían aumentando sus poesías, además de las mencionadas
anteriormente, compuso otra infinidad de ellas entre las cuales figuran las recogidas,
posteriormente, en 1611, por Don Juan Antonio Calderón para la segunda parte de las
Flores de poetas ilustres de España, otras dadas a conocer en El Parnaso Español (1648)
y otras en Las tres musas ultimas castellanas (1670).
El 24 de Enero de 1606 se publican los acuerdos para trasladar la Corte nuevamente a
Madrid señalándose el primer Consejo Real en la citada Villa el 6 de Abril de dicho año. Y
es entonces cuando Quevedo termina hacia el Otoño el primero de sus Sueños, o sea, El
Sueño del Juicio Final y que dedicó al Conde de Lemos, don Pedro Fernández de Castro,
alternando esto con algunos rasgos, en prosa y verso, del genero festivo como las
Epístolas del Caballero de la Tenaza.
En los albores de 1607, Quevedo comenzó a componer El Alguacil
Endemoniado dedicado al marqués de Villanueva del Fresno y Barcarrota que, agradecido,
a finales de aquel año le invitó a pasar una temporada en su casa de Villanueva del Fresno
en la provincia de Badajoz, en cuyo retiro compuso El Sueño del Infierno, y que acabó a
finales de Abril de 1608, con veintiocho años de edad. El resto del año 1608 y casi todo
1609 lo dedicó a la actividad de tipo clásico y erudito. Realizó las correctas versiones de
los Trenos de Jeremías, en prosa y del Commonitorio, atribuido a Focílides, en verso; la
traducción y comentario de Anacreonte , obras donde resalta el humanista y filólogo
doctísimo; y la España defendida, una encendida defensa de la patria. En la versión de
Anacreonte cita las obras Odium, en latín y la novela de Alquiles Stacio Alejandrino titulada
Amores de Leucipe y Clitofonte, desaparecidas ambas.
A principios de 1609 tiene lugar, en la academia del Colegio Imperial de la Compañía de
Jesús, una disertación sobre las Cien Conclusiones o formas de saber la verdadera
destreza fundada en sciencia, y diez y ocho contradicciones a las de la común,
(Madrid, 1608) que acababa de publicar el maestro de esgrima, que llego a serlo del Rey
Felipe IV, don Luis Pacheco de Narváez. Quevedo, que ya criticó en El Sueño
del Juicio Final y en el Buscón, su anterior libro de las grandezas de la espada, en que
se declaran muchos secretos del que compuso el Comendador Gerónimo de
Carranza (Madrid, 1600), contradijo las exposiciones del maestro de esgrima, replicó este,
abogando en favor de sus tesis. Se encendieron en la discusión y don Francisco le remitió a
la práctica. Y para la prueba convidó al maestro a que tomase con el la espada, el cual,
aunque lo excusaba, alegando que la academia se había juntado para pelear con la razón y
no con la espada, obligándole, sin embargo, los señores a salir con ella, y al primer
encuentro le dio Don Francisco en la cabeza, derribándole el sombrero. Se retiró Narváez
enojado y desde entonces fueron enemigos mortales.
Escribe este año de 1609 el Anacreon Castellano (abril de 1609) con dedicatoria al Duque
de Osuna con quien trabó gran amistad. Dentro de la actividad frenética de estos años
ingresa entre el 2 y el 12 de agosto de 1609 en la Hermandad y Congregación de Indignos
Esclavos del Santísimo Sacramento, fundada en el edificio de los Trinitarios Descalzos, por
fray Alonso de la Purificación y don Antonio Robles el 28 de Noviembre de 1608 y a la que
pertenecían escritores y poetas como Miguel de Cervantes (desde el 17 de Abril de 1609);
Salas Barbadillo (desde el 31 de Mayo), Vicente Espinel (desde el 5 de Julio) o Lope de
Vega (24 de Enero de 1610). Con motivo de la llegada a Madrid, en Abril de aquel año
1609, de Don Luis de Góngora mantiene Quevedo su segundo rifirrafe con el y a quien
dedica algún romance y el conocido soneto.
Yo te untaré mis versos con tocino,
porque no me los muerdas Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino.
Apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin Christus la cartilla,
hecho carnero en Córdoba y Sevilla
y bufón en la corte a lo divino.
¿Por qué censuras tú la lengua griega,
siendo solo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?
No escribas versos más, por vida mía;
que aun aquesto de escribas se te pega,
pues tienes de sayón la rebeldía.
Esa movilidad extraordinaria del talento de Don Francisco le permite ese año de 1609 iniciar
la serie interminable de pleitos con la Torre de Juan Abad, hasta el 29 de Mayo de 1631 en
que hizo la concordia con la Villa. Así el 22 de Enero de 1609 arranca la provisión del
Consejo Real para que la Torre de Juan Abad cumpla una requisitoria de pago por cuantía
de 885.236 maravedis de rédito de los censos que contra ella tenía Quevedo y cuya historia
resumida es la siguiente: La Torre de Juan Abad, que desde tiempos remotos pertenecía al
maestrazgo de Santiago perdió su capacidad de Primera Instancia por real cédula de 8 de
Febrero de 1566, pasando esta a Villanueva de los Infantes, si bien, podían sus Alcaldes
seguir tratando pleitos civiles que no entrañasen penas mayores de diez mil maravedis. Tras
abrir Felipe II en 1589 una posibilidad para que las villas recuperasen el status anterior, la
oligarquía local con los regidores y alcaldes a la cabeza, ávidos por recuperar su poder,
inician los trámites para recuperar la Primera Instancia, debiendo abonar por cada vecino
6.000 maravedis que por cuatrocientos treinta y tres vecinos contabilizados suponía un
montante de 2.598.000 maravedis. Privilegio que le fue concedido el 16 de Julio de 1597.
Las deudas que Torre de Juan Abad contrajo para pagar por la Primera Instancia se
pagaron con tres censos y a favor de uno de ellos se subrogó Dª María de Santibáñez,
madre de Quevedo, el 24 de Noviembre de 1598. Muerta ésta y alcanzada la mayoría de
edad por Don Francisco, éste junto con su hermana Margarita, actuaron con la intención de
recuperar la deuda que había contraído la Torre, al dejar de pagar sus réditos. La Torre
mantenía también otra serie de deudas con otros prestamistas más antiguos que Quevedo,
y eso entorpecía el pleito del escritor. A la vuelta de su viaje a Italia en 1618, compra
Quevedo las deudas que contra la Torre de Juan Abad tenían su hermana, el Convento de
Sto. Domingo y otros acreedores hasta sumar un principal cercano a las cuatro millones y
medio de maravedis. Dado que estos superaban los 850 ducados de réditos y la Villa
producía solo 600, Quevedo solicita un privilegio para la venta de la jurisdicción de la Torre
de Juan Abad, que el Consejo de Castilla, al no pagar los oficiales, autorizó y salió a
subasta el 18 de Marzo de 1621. Fue comprada por D. Alonso Mexia de Leiva, amigo
intimo de Quevedo, éste compra posteriormente la jurisdicción a su amigo y comienza a
titularse “Señor de la Torre de Juan Abad”, si bien, los pleitos con la oligarquía local
continuaron incluso tras su muerte en 1645, 1664 y 1696, persistiendo los pleitos por el
mayorazgo hasta bien entrado el siglo XVIII, pero la Torre de Juan Abad permanecerá
inmortal siempre, por haber sido señorío del gran Quevedo, en donde compuso muchas de
sus principales obras en prosa y en verso.
Volviendo al año 1609, vemos que
Quevedo no logra cobrar nada de las
deudas con los alcaldes, regidores y
oficiales de la Torre y tras varios
intentos de acuerdo, que no logra, viaja
en Agosto de 1610 a la Torre de Juan
Abad, año poco prolífico en actividad
literaria. Compone tres sonetos a la
muerte del Rey de Francia Enrique IV y
“Chria” (alabanza retórica) a Agustín
de Rojas Villandrado (publicada en
Salamanca 1611). Poco después
escribe la célebre jácara Carta de
Escarraman a la Méndez con
la Respuesta de la Méndez a
Escarraman y el Romance del
testamento que hizo Escarraman, publicada en Barcelona en 1613.
Encontramos a Quevedo en Toledo el 26 de Abril de 1611, donde fue a recoger los procesos
originales del pleito con la Torre y el otorgamiento de poderes para el cobro de otros dos censos. A
últimos de noviembre se encuentra de nuevo en la corte y por esas fechas escribe Alabanzas de la
moneda y Confesión de los moriscos junto con la ingeniosa Premática del tiempo.
Ya en el año 1612, concretamente el 26 de Abril, suscribía “en la Aldea”, como gustaba
llamar cariñosamente a la Torre de Juan Abad, la dedicatoria de El mundo por de
dentro y poco después compuso allí el opúsculo Secretos de la verdad. Doctrina moral
del conocimiento propio y del desengaño de las cosas propias que no se imprimió
hasta 1630. Tres años más tarde, en la primavera de 1633, Quevedo refundió
completamente la obra, que, de moral y filosófica, pasó a ser cristiana y ascética, dándole
por título la cuna y la sepultura. Más tarde, entrando el año 1613 desde la Torre, envía al
Cardenal arzobispo de Toledo, sus Lágrimas de Hieremias castellanas, refundición de
los Trenos. Habiendo terminado las Poesías morales y lágrimas de un penitente, las
mandó asimismo desde la Torre, el 3 de Junio a su tía Doña Margarita de Espinosa. A
mediados de Julio, preguntado por un amigo si era cierto que estaba por sierra Morena,
contestaba con una carta en verso a la que pertenece el extracto siguiente.
Si me hallo, preguntáis,
en este dulce retiro,
y es aquí donde me hallo,
pues andaba allá perdido.
Aquí me sobran los días
y los años fugitivos
parece que en estas tierras
entretienen el camino.
El 12 de Agosto de 1613 se halla en Madrid para procurar cobrar
6.670 maravedis que debían a su madre.Tornó a la Torre a tiempo de recogerse la cosecha, nombró
un administrador y partió a finales de Septiembre rumbo a Palermo, reclamado por el Duque de
Osuna, Virrey de Sicília desde Abril de 1611. Llegó don Francisco a Palermo a finales de Octubre de
1613 y pronto viajó, con asuntos de Estado, a Niza y Génova. De entonces data la traducción hecha
por Quevedo de la Carta del Cardenal Cesar Baronio a Felipe III tocante a la monarquía de
Sicília y su Sátira contra los venecianos, bajo el nombre de una carta al archiduque Ferdinando
por los uscoques, pueblos de la Croacia, en la frontera de Hungría, quejándose de los
venecianos que posteriormente refundió e incluyo en su Mundo caduco y desvaríos de la edad.
A finales de la primavera de 1614 regresaba a Madrid, comisionado por Don Pedro Tellez Girón para
conocer la opinión que se tenía del Virrey y de Italia. Volvió en Otoño a Sicília y estuvo presente
cuando a finales de Agosto de 1615 se le nombró embajador para traer y presentar al rey don Felipe
los pliegos del Parlamento con el último servicio y confirmación de los donativos ordinarios y
extraordinarios.A su vez el Duque de Osuna le encargó la misión de conseguirle,por mediación de los
duques de Lerma y Uceda el nombramiento de Virrey de Nápoles para el siguiente año.
Las negociaciones de Quevedo avanzaban satisfactoriamente; pero, si bien estaba
entregado de lleno a la política, no se olvidaba de las letras, mucho menos en aquellos días
en que apareció la segunda parte del Quijote y correspondiendo a los elogios de Cervantes
del año anterior, compuso el Testamento de Don Quijote y pocas semanas antes el
titulado Don Pereantón a las bodas del príncipe. Conseguidos sus propósitos regresa a
finales de Julio de 1616 a Sicília, se traslada a Nápoles con el nuevo Virrey es comisionado
nuevamente para trasladarse a Roma donde se entrevista con el Papa Paulo V en Abril de
1617; regresa a Nápoles y en enviado de urgencia a Madrid a donde llega el 24 de Julio.
Por cedula de 29 de Diciembre de 1617, se otorga el titulo de Caballero de la Orden de
Santiago a Francisco de Quevedo cuya ceremonia de toma del habito se celebró en Febrero
de 1618.
Regresa nuevamente a Nápoles de allí parte, por orden del duque de Osuna a conferenciar
en Venecia “una diligencia de gran riesgo” que suponía la toma de Venecia, pero alguien
delató la conjura y Quevedo huyó precipitadamente y salvó su vida vestido de pobre y con
andrajos y gracias a su conocimiento no solo del italiano sino del dialecto veneciano. Llegó
a Nápoles con la mala noticia de los sucesos antes de concluir el mes de Mayo y es
enviado inmediatamente a Madrid para deshacer los malos efectos de los asuntos políticos.
En 1617 había comenzado la Política de Dios, gobierno de Cristo nuestro Señor, las
negociaciones de su embajada interrumpieron el tratado, y en los albores de 1619 lo
prosiguió y dejó a falta de los últimos retoques, que dio, en Torre de Juan Abad en la
primavera de 1621. Del año 1619 data asimismo su discurso teológico sobre la primera y
mas disimulada persecución de los judíos contra Cristo Jesús y contra la iglesia
en favor de la sinagoga que firmó como Toribio de Armuelles y volvió a temas graves con
su poema heroico A Cristo Resucitado.
Don Francisco invirtió el resto de 1619 en continuar una obra comenzada en 1609 o
1610: La vida de Fray Tomás de Villanueva, labor biográfica en la que tenía gran empeño
por haber dejado un gratísimo recuerdo en la Universidad de Alcalá y porque en sus
continuos viajes a la Torre de Juan Abad, había conocido en Villanueva de los Infantes a
algunos de sus parientes, si bien, el insigne prelado había nacido en 1488 en la Villa de
Fuenllana, cercana a Villanueva.
Volvió Quevedo a estas tierras y ya el 14 de Febrero de 1620 se hallaba en la Torre de Juan
Abad, donde, al no poder cobrar más que una pequeña cantidad de algún vecino, pidió se
vendiera la jurisdicción, como queda dicho anteriormente, que ser amigo y testaferro de
Alonso Mexía de Leiva adquirió y le cedió la jurisdicción de la villa, regresando a Madrid,
donde conocía que el Duque de Osuna, a falta de la sagacidad, diplomacia y prudencia de
su amigo don Francisco, no acertó a conjurar a sus enemigos y era destituido del virreinato
de Nápoles.
Escribe éste año la Premática y reformación deste año de 1620 años y no había
terminado la vida de Fray Tomás de Villanueva, cuando escribe en doce días, del 8 al 20 de
Agosto, su Epítome a la historia de la vida ejemplar y gloriosa muerte del
bienaventurado F. Tomás de Villanueva.
Mientras esto sucedía, don Francisco tomaba posesión de una casa que había comprado el
23 de Agosto en la calle del Niño, hoy de Quevedo, junto a las casas de Cervantes y de
Lope de Vega en las calles de Francos y Cantarranas, hoy de Cervantes y Lope de Vega,
respectivamente. Por azares del destino esta casa que compró Quevedo, estaba habitada
por Luis de Góngora y Don Francisco impuso el lanzamiento. Góngora obligado a buscar
otro domicilio se desató una vez mas contra Quevedo y contestándole éste, se inicio un
nuevo ir y venir de sonetos y letrillas.
Llega el Duque de Osuna a Madrid el 10 de Octubre, e inmediatamente, por orden del
duque de Uceda, Quevedo era llevado preso como caballero de Santiago al convento-
castillo de Uclés, residencia maestral de la Orden; sin conocerse las causas de su prisión,
fue trasladado por mandato del Consejo de las Ordenes, a Torre de Juan Abad, dándole su
casa por cárcel con apercibimiento de no salir de la Villa. Concluye su Política de Dios y los
acontecimientos vinieron a vengarse por él. El 31 de Marzo de aquel año de 1621 muere
Felipe III y en la consiguiente revolución al vencimiento del nuevo Rey, cae con estrépito el
duque de Uceda, se salva el duque de Lerma gracias a su capelo de cardenal, cae también
el presidente Acevedo y otros muchos personajes. Pero el sayo de la venganza cogió en
medio al duque de Osuna que fue detenido el miércoles Santo, 7 de Abril.
Estas noticias fueron llegando a Torre de Juan Abad y Quevedo, al ver caídos a Uceda y
Acevedo, causantes de su destierro, dio fin a su Política de Dios y, para ganarse la
voluntad del Conde de Olivares, nuevo valido del Rey, le remitió la obra en manuscrito con
expresiva carta dedicatoria. Escribe la célebre Carta del Rey don Fernando el Católico al
primer virrey de Nápoles y por fin; para no desperdiciar su tiempo en la Torre, el 16 de
Mayo, comenzó a redactar sus Grandes anales de quince días, y poco después, según se
iban sucediendo los acontecimientos políticos, el Mundo Caduco y desvaríos de la edad.
En el proceso contra Osuna es llamado a declarar el 8 de julio de 1621. Se le deja libre con
vigilancia y en Septiembre se le retira la vigilancia pero se le impide salir de Madrid y ve salir
impreso su Caballero de la Tenaza.
Cuando todo parecía resolverse el 4 de Enero de 1622 se le ordena que salga de Madrid
“sin detenimiento alguno” y se fuese a la Torre de Juan Abad. Cae enfermo y se le permite,
por no haber medico ni botica, trasladarse a Villanueva de los Infantes. Regresa a la Torre y
el 6 de Abril escribe a “Dña. Mirena Riqueza” (Dña. Maria Enríquez), marquesa de
Villamagna, remitiéndole y dedicándole el Sueño de la muerte que había escrito en su
“Aldea”. Llegado Marzo de 1623, y por intercesión de Olivares, se le levanta el destierro sin
que se hallara ni hiciera cargo ninguno. Sale para Madrid donde para ganarse el favor de
Olivares le dirige la famosa Epístola satírica y censoria contra las costumbres
presentes de los castellanos, pieza magistral cuyos primeros versos
se han hecho célebres:
No he de callar por más que con el dedo
Ya tocando la boca, ya la frente,
Silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Llegado el año 1624 el Rey Felipe IV inició un viaje a Cádiz para defender las tierras de los
ataques de Gran Bretaña y en cuya comitiva iban, entre otros, el Conde de Olivares, el
almirante de Castilla, el duque del Infantado, y otros muchos grandes de España y a los que
acompañaba, también, Quevedo, quien tuvo el alto honor de alojar al Rey en su humilde
casa de Torre de Juan Abad a principios de Febrero de aquel año. La comitiva volvió el 19
de Abril a la corte.
El 25 de Septiembre de 1624 muere en la cárcel el gran duque de Osuna suceso doloroso
para Don Francisco que tras la muerte de aquél escribiría cinco de sus mejores sonetos
dedicados a su amigo, una poesía y los Dichos y hechos del Excelentísimo señor duque
de Osuna en Flandes, Sicília y Nápoles obra perdida por serle sustraída en sus últimas
persecuciones.
Quedaba una rama de las letras aun no cultivada por Quevedo y esa era el teatro. Su
primera comedia fue escrita en colaboración con Antonio de Mendoza y Mateo Montero y
fue representada en el Real Alcázar el 9 de Julio de 1625. Escribió después muchos bailes
(los mejores de nuestro teatro), loas, jácaras, diálogos y entremeses, que siguen la línea de
los de Cervantes. Piezas magistrales son La Venta (de viveros), Los refranes del
viejo celoso y El Zurdo alanceador. Escribió una tragicomedia, que no llegó a
representarse, y una loa para la comedia de Tirso de Molina, Amor y celos
hacen discretos, estrenada por Jerónima de Burgos. (“La Roma”) en traje de hombre.
A principios de 1626 asistió con su Majestad a la jornada de Aragón. Hubo cortes en
Barbastro, Monzón y Barcelona. Estando en Monzón terminó su Cuento de cuentos y lo
dedico el 17 de Marzo a su amigo y testaferro don Alonso Mexia de Leiva, Oriundo de un
pueblo próximo a la Torre de Juan Abad y residente en Segura de la Sierra.
En la primavera de 1627 moría en su ciudad natal el 23 de Mayo, Luis De Góngora. En esas
fechas el “cultismo” de Góngora hizo estragos y a las damas de la corte se les había
pegado esa jerihabla, dando motivos a Quevedo para escribir su Aguja para navegar
cultos y la Culta Latiniparla y provocó que éste le escribiera, poco antes de morir, y quizá
presagiándolo un terrible epitafio:
Fuese con Satanás, culto y pelado:
¡Mirad si Satanás es desdichado!
Ya en 1617 los carmelitas descalzos no disimulaban su deseo de que se concediese el
segundo patronato de España a la madre Teresa de Jesús y poco después por mandato de
Felipe III se dispuso, el 5 de Octubre de 1620, se celebrase fiesta a la santa como patrona.
El 12 de Marzo de 1622 se celebró su canonización. En 1626 consiguieron de Felipe IV que
propusiera a las Cortes el patronato que pretendían, lograron que el Papa expidiera un
breve el 31 de Julio de 1627 para, que se acatara lo que determinan las cortes. Protestaron
las iglesias de Santiago y Sevilla y Quevedo, como caballero de la Orden de Santiago, tomó
la defensa del Apóstol y a finales del otoño de 1627, escribió un Memorial en su defensa
que se publicó en Febrero de 1628 con el título de Memorial para el patronato de
Santiago. Dio con el nuevo rumbo a la cuestión; tuvo un éxito semejante al de la Política
de Dios, el Buscón y los Sueños.
Recibió parabienes de muchos teólogos, canonistas, religiosos, escritores y poetas. Fue
contestado por otros y a éstos Quevedo los lapidó en Su Espada por Santiago, opúsculo
escrito en la Torre de Juan Abad a donde se retiró, a principios de Marzo, para componerlo
con tranquilidad y docta reflexión. Envió este Memorial al doctor Álvaro de Villegas, lejano
pariente, gobernador del arzobispado de Toledo e intimo de Olivares. Le fue devuelto y
aquellos acordaron meterle en la cárcel y enviarle seis meses a la Torre de Juan Abad.
Aprovecho aquellos días para escribir el Discurso de todos los diablos o Infierno
enmendado y varias poesías y allí estuvo hasta el año entrante en que se le concedió
licencia para volver a Madrid adonde llegó en Enero de 1629.
Siguió su actividad literaria en Madrid y pronto dedicó al Conde-Duque de Olivares
las Obras de Fray Luis de León, acabó su Lince de Italia o zahorí español, opúsculo lleno
de la experiencia política de sus años en Sicília y Nápoles y en Octubre de 1629 escribe
el Chitón de las tarabillas.
El 2 de Mayo de 1631 vende Quevedo la vara de alguacil de la Torre de Juan Abad, a favor
de Andrés González de Quintana, por once mil reales, pagados en dineros, vacas y toros;
con cuya cantidad pudo rescatar unas joyas depositadas en el Consejo de Ordenes desde
el proceso del Duque de Osuna. Y el 29 del mismo mes establecía un acuerdo con el
Concejo de la Torre sobre cuentas, censos, etc., finalizando así, al menos por entonces, los
veintidós pleitos que sostuvo con su Villa.
El mes de Junio de aquel año fue invitado por su amigo Don Antonio de Mendoza a escribir
juntos una comedia para obsequiar a sus Majestades la noche de San Juan. La
titularon Quien más miente medra más e invirtieron en su composición un solo día.
La leyenda se inmiscuye ahora en la vida de Quevedo y las damas de Palacio se conjuran
para casarle. Se resistía hasta que intervino Doña Inés de Zúñiga, esposa del Conde-
Duque, y verdadera reina de España, y la cosa cambió de aspecto. Había que casarse.
Quevedo no podía negarse y desairar a la más alta dama de la Corte. ¿Conocía la condesa
de Olivares que don Francisco estaba amancebado desde 1620, a su regreso de Nápoles
con Floris, conocida por “La Ledesma” y de la que tenía o había tenido hijos? Se ignora,
pero es probable y que intentara apartarle de aquella situación, comidilla de sus enemigos.
Y es su nuevo amigo, el duque de Medinaceli, quien le granjea a Doña Esperanza de
Mendoza, señora de Cetina, una de las damas de las más alta aristocracia de Aragón y es
el 31 de Enero de 1632 cuando Quevedo da poder en Madrid a Don Antonio Juan Luis de
la Cerda, duque de Medinaceli para otorgar las capitulaciones del casamiento.
Durante el año 1632 escribe La Perinola. Al doctor Juan Pérez de Montalban la sátira
mas celebre del siglo XVII y que causó gran revuelo. Decidió, ante la aparición de obras con
su nombre, por la codicia de los libreros, entre ellas la Casa de los locos de Amor y El
entremetido don Reimundo; imprimir todas sus obras, saliendo en esta ocasión en
defensa de las obras de Luis de Góngora, demostrando su nobleza, y si, mientras vivió lo
sepultó con sus sátiras; muerto, respetó su nombre y sus cenizas.
Decidido a editar todas sus producciones, aquel año de 1633 fue uno de los más prolíficos
de Quevedo. A principios de él, recogió los materiales antiguos de su Doctrina moral del
conocimiento propio, le adicionó dos tratados, el Modo de resignarse en la Voluntad de
Dios nuestro Señor y La Doctrina para morir, o sea, la Prevención para la muerte; limó
todo, lo refundió completamente y la dio por título La cuna y la sepultura.
Viaja en Marzo a Medinaceli, cercano a la Villa de Cetina y a la vuelta pierde a su hermana
doña Margarita que había otorgado testamento en Madrid el 28 de Marzo de 1633 y siendo
enterrada en la iglesia del convento real de Santo Domingo.
A fin de descansar viaja de nuevo a La Mancha, para unos días en Villanueva de los Infantes donde
escribe una traducción de Séneca con el título De los remedios de cualquier fortuna dándole fin el
12 de Agosto en esta ciudad. Inmediatamente, y ya en la Torre de Juan Abad, empieza a escribir
la Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales y que le ocupó hasta el mes de Octubre.
A finales de éste mes vuelve a Madrid, y sin apenas descansar se puso a recoger y refundir antiguos
escritos suyos, como el Discurso de la vida y tiempo de Focílides y el Nombre, origen, intento,
recomendación y descendencia de la doctrina estoica, tradujo el Manual de Epicteto y con todos
éstos materiales formó un solo volumen: Epicteto y Focílides en español con consonantes. Con el
origen de los estoicos, y su defensa contra Plutarco y la defensa de Epicuro contra la común
opinión. Dedicó la obra en Madrid a 12 de Enero de 1634,a su buen amigo Don Juan de Herrera y la
segunda parte o Defensa de Epicuro, a Rodrigo Caro, también amigo suyo.
A 26 de Febrero de 1634, servata forma Concilii tridentini, fueron cazados por palabras de
presente don Francisco de Quevedo, señor de la Villa de Juan Abad, del reino de Castilla,
con la señora desta villa de Cetina… Así rezaba el documento matrimonial de Quevedo de
54 años con Doña Esperanza de Mendoza que pasaba los 50 años con tres hijos: Juan
Francisco Pérez Pomar Fernández Liñán de Heredia, fallecido al año siguiente; don Alonso
Fernández Liñán Heredia y Mendoza y el hijo menor don Álvaro. En Cetina comenzó a
escribir la Virtud militante contra las cuatro pestes del mundo, Envidia, Ingratitud,
Soberbia y Avaricia, cuyo primer tratado, Envidia firmó allí el 5 de Abril de 1634. Y en
cetina permaneció hasta finales de Abril y ya el 4 de Mayo se encuentra en Madrid en donde
comunica al duque de Medinaceli su intención de ¡pleitear en Zaragoza! ¿Por qué? Por la
dote de su mujer y que tras muchos avatares ni la injerencia del duque logró que Quevedo,
tras perder los ochocientos ducados de renta que gozaba por la Iglesia del Caballerato,
consiguiera cobrar los réditos de la dote de su mujer. Quevedo no la recuerda en ninguna
de sus cartas a partir del 1º de Julio de 1634 y doña Esperanza en los documentos que
firmó se llamó siempre viuda de su anterior marido, a excepción de uno, quizá por descuido
del escribano, en que se la denomina “Señora de la Torre de Juan Abad”. Poco más de dos
meses moraron juntos don Francisco y su esposa que se separaron definitivamente a
últimos de 1636. Doña Esperanza murió en la fortaleza y palacio de Cetina el 30 de
Diciembre de 1641, mientras él se encontraba preso en San Marcos de León.
A finales de Octubre parte, de nuevo, para su Torre de Juan Abad, más triste que nunca,
sin ilusiones, sin mujer y perdidos los ochocientos ducados anuales de renta eclesiástica.
¡Había hecho un negocio redondo! Si llevaba algún dinero era de la venta realizada el 24 de
Agosto, de sus dos casas en Madrid. No le quedaban más bienes que el censo de su Villa y
el traspaso de los privilegios de sus libros.
En los primeros meses de 1635, Quevedo mantiene una abundante correspondencia con
su amigo Sancho de Sandoval, residente en Béas de Segura (Jaén), dando a conocer en
una de ellas el día en que nació, dato que se ignoraba. Vuelve a Madrid el 17 de Marzo, con
la intención, manifestaba por él de regresar inmediatamente a la Torre, pero los
acontecimientos le entretienen y el 6 de Junio de 1635, el Rey Luis XIII de Francia, declara
la guerra a España.
Escribe, entonces, Quevedo su carta al serenísimo, muy alto y muy poderoso Luis XIII, Rey
Cristianismo de Francia, por orden de Felipe IV, y en donde atacaba a la nación vecina,
haciendo hincapié en la conducta inconsecuente y engañosa observada por los franceses
con los españoles.
Por aquella época todavía perduraban y sangraban las heridas tras la publicación de La
Perinola y todos sus enemigos se conjuraron y unieron para la batalla general: el maestro
de armas Luis Pacheco de Narváez, Juan de Jáuregui, Pérez de Montalbán, Diego Niseno y
otros, sacaron a la luz un libelo titulado El Tribunal de la justa venganza, erigido contra
los escritos de D. Francisco de Quevedo, maestro de errores, doctor en
desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de
vicios y protodiablo entre los hombres.
Se publicó con el seudónimo de “El Licenciado Arnaldo Franco- Furt” a finales del otoño.
Pacheco de Narváez (Franco- Fort) simula escribir en Sevilla y oculta el nombre de sus
cómplices. No contestó Quevedo, pero sí, enterado de que el principal de los autores era
Pacheco Narváez, mandó prenderle y este fue preso.
Escribe en aquellos días cuatro ensayos que integraron la segunda parte de la Virtud
Militante y la chispeante Visita y anatomía de la cabeza del Cardenal Armando
de Richelieu, hecha por la escuela médica de Montpellier y posteriormente compuso
otra sátira, mas graciosa aun, compendio de todas sus ingeniosidades, el Poema heroico
de las necedades y locuras de Orlando el enamorado, dirigido al hombre más maldito
del mundo.
Como deseaba salir a todo trance de la Corte, donde, contra su voluntad, se había detenido ocho
meses, partió, al fin para la Torre de Juan Abad a la entrada de Noviembre de 1635 con un “sol de
Julio” según su frase. Apenas llegado comenzaron a llegarle despachos y más despachos de diez y
doce pliegos desde el Real Alcázar, para que en la Torre los despachase como Secretario del Rey.
Aprovecha para componer los tres últimos tratados de la Virtud militante y que anunció
desde la Torre el 4 de Febrero
de1636. Permaneció en su Torre de Juan Abad
tres meses mas y escribió en ella todavía su
magna obra La hora de todos y la Fortuna
con seso, que terminó y que no firmó sino
con su anagrama Nifroscaucod Diuque
vasgello (Don Francisco de Quevedo y
Villegas) el 12 de Marzo partiendo a
mediados de Mayo para Madrid y su
estancia es aprovechada por los
escritores zaheridos en La Perinola para
atacarle con nuevas invectivas. Don
Francisco les contestó a todos, por última
vez, con un gracioso romance que comenzaba:
Muchos dicen mal de mí,
Y yo digo mal de muchos,
Mi decir es más valiente,
Por ser tantos y ser uno.
Pero Quevedo se cansa en Madrid y anhelando su Torre vuelve a ella a finales de Octubre,
llegando a su villa el 4 de Noviembre y se pone enseguida a trabajar. Compone primero
el Breve compendio de los servicios de Don Francisco Gómez de Sandoval, segundo
duque de Lerma, después, la Relación en que se declaran las trazas con que Francia ha
pretendido inquietar los ánimos de los fidelísimos flamencos a que se rebelasen
contra su rey y señor natural. Se encontraba en plena labor cuando es reclamado por el
Conde- duque. Se desconoce el motivo de tan apresurada llamada, pero tras un tiempo en
Madrid, quiere salir de nuevo hacia la Torre, aunque, atendiendo las solicitudes del duque
de Medinaceli, marcha con el en Abril de 1637 a su palacio de Cogollludo. Le sientan mal
las aguas y en Mayo cae gravemente enfermo, rechaza los médicos del duque, acorde con
sus principios, y está a punto de fallecer aunque luego dirá que sanó por no curarse. Pero
desde Mayo hasta principios de Diciembre no se encuentra con fuerzas para marchar a su
Torre de Juan Abad en donde puede abandonar al fin la muletilla, hacer pinitos, andar a
trompicones, irse restaurando y escribir.
Ante la situación política con Portugal y Francia, Quevedo regresa a Madrid en Mayo de
1638. El 7 de Septiembre se derrota a los franceses y Quevedo escribe poco más tarde La
sombra de Mos de la Forza se aparece a Gustavo Horn, preso en Viena, y le cuenta el
lastimoso suceso que tuvieron las armas de Francia en Fueterrabía.
Regresa de nuevo a la Torre en Diciembre, pero apenas había tenido tiempo para
descansar, cuando recibió orden del Rey y un propio del duque de Medinaceli para que
marchase a Madrid. A toda prisa se dirigió a la Corte el 16 de Enero de 1639. Se hospeda
en el palacio del duque, quien, sin duda trataba de consultar a Quevedo sobre el
nombramiento que acababa de recibir de virrey de Aragón. El duque rechazó el
nombramiento, curiosa coincidencia con Quevedo de no querer aceptar puesto alguno que
les supusiera ser cómplices de la política del Conde-Duque.
Sucede entonces a primeros de Diciembre que El Rey, al sentarse a la mesa, halló debajo
de la servilleta el Memorial que comenzaba:
Católica, sacra y leal majestad,
Que Dios en la tierra os hizo deidad;
Un anciano pobre, sencillo y honrado,
Humilde os invoca, y os habla postrado.
Llamado el Conde-Duque, se practicaron averiguaciones y no tardó en presentarse el
Judas, delatando a Quevedo. Sea quien fuere el delator, el Rey determinó prender a
Quevedo, y el Conde- Duque darle un castigo ejemplar.
Quevedo supo el nombre de su delator pero siempre guardó silencio sobre el mismo, quien,
ordenada la prisión para la noche del día 7 de Diciembre, tuvo la inconcebible desvergüenza
de pasar “toda la tarde” con Don Francisco, “haciéndose guarda de sus miedos” en palabras
de Quevedo. A las once de la noche al palacio del duque de Medinaceli dos alcaldes de
corte, y con gran silencio y secreto, mientras uno de ellos fue a hablar al duque de parte del
Rey, otro prendió a Quevedo, que se hallaba acostado, haciéndole vestirse a toda prisa y
sin darle tiempo siquiera a ponerse camisa y capa a pesar del frío intensísimo. Se
registraron vestidos, escritorios y cofres, se incautaron todos sus papeles. Sacaron al preso
en coche hasta el Puente de Toledo, donde esperaba la justicia para acompañarle a San
Marcos de León, perteneciente a la Orden de Santiago. Al cruzar el Puente de Toledo y ver
al insigne escritor tan desabrigado, a su edad, tiritando de frío, Robles le proporcionó un
ferreruelo de bayeta y dos camisas y uno de los alguaciles de corte, unas medias de paño,
aliviándose un poco. Ni aun en la cárcel Quevedo, descansaron sus enemigos que pidieron
al Conde- Duque su cabeza. El 10 de Enero de 1640 le quitan la jurisdicción de la Torre de
Juan Abad y en Febrero sale desterrado de Madrid, el duque de Medinaceli. No hay la
menor noticia de don Francisco en los seis primeros meses de su prisión en que empieza a
escribir La constancia y paciencia del Santo Job, venía más que a propósito para su estado.
No tardaron los acontecimientos políticos en darle la razón; el 7 de Junio de 1640 sucedía
en Barcelona la triste jornada del Corpus de Sangre; el 4 de Diciembre se alzaba en
rebeldía Portugal; en Andalucía había problemas con el duque de Medinasidonia;
acrecentándose la división de los españoles por la ceguera de conservar en el Poder a un
hombre injusto e inepto, al que para su
desesperación, le llegaba la noticia de la
impresión en Barcelona a mediados de
1641, del célebre Memoria
Sin que se pudiera dulcificar su prisión Quevedo
cae gravemente enfermo al sentirse morir, tuvo
la debilidad de solicitar clemencia al Valido. El 7
de Diciembre de 1641 remitió a Olivares un
memorial que no surgió efecto alguno y solo se
suavizó tras la intervención del Padre jesuita
Pedro Pimentel y el también jesuita Mauricio de
Attdo, quien le visitaba a menudo.
A pesar de los rigores y los infortunios siguió su
labor literaria en prisión escribiendo,si bien bajo
seudónimo, los opúsculos Descifrase el
alevoso manifiesto con que previno el levantamiento del duque de Berganza con el Reino de
Portugal don Agustín Manuel de Vasconcellos y La rebelión de Barcelona no es por el huevo ni
es por el fuero. Por aquellos días escribió El martirio pretensor del mártir, biografía de P. Marcelo
Francisco Mastrili y escribió su gran tratado de la Providencia de Dios y que terminó en Diciembre de
1642.Terminaba también un Antídoto en defensa de Arias Montano y comenzó a escribir su Vida de
San Pablo Apóstol.
El 23 de Enero de 1643, cae con formidable estrépito, el Conde- Duque, pero no llega la
noticia a Quevedo hasta el 2 de Febrero. El 4 de Febrero don Francisco escribe un
memorial a Felipe IV, suplicándole se sirviera mandarle desagraviar, pues seguía en prisión
sin que se le hiciera cargo ni causa y le sustituyese la libertad, la honra, la hacienda y los
papeles.
Era por entonces presidente del Consejo de Castilla don Juan Chumacero y Sotomayor,
quien tomó a su cargo salvar al reo y consiguió vencer la resistencia del monarca, ofendido
sin duda por los malos informes de Olivares, y, por fin, consiguió el excarcelamiento el 3 de
Mayo de 1643. Al mismo tiempo hubo indulto para Adán de la Parra, preso también en León
y de quien el Conde- Duque decía era tan maldita su pluma como su lengua, y que mantuvo
correspondencia con Quevedo en sus encarcelamientos.
Quevedo y Parra llegaron a primeros de Julio a Madrid y salieron a recibirles el Duque del
Infantado, con los de Maqueda y Nájera, a los que se les adelantó don Francisco de Oviedo,
secretario del monarca y apasionado de don Francisco. Al ver el deplorable estado de salud,
el duque de Medinaceli; le invitó a reponerse en su palacio de Cogollado; en donde residió
hasta septiembre que volvió a Madrid haciendo los negocios de Medinaceli y disponiendo la
publicación de alguna de sus obras; Marco Bruto y La vida de San Pablo que dedico, en
homenaje y acción de gracias, a su libertador don Juan Chumacero.
A Quevedo no le sonrió la fortuna en la vida, como no le sonrió en los amores. Amó a
Isabel, junto al Henares, su primera novia. Quiso a Amarilis penó mucho tiempo con Aminta.
Luego se aficionó a Tirsis, a Filis, a Laura, a Antonia, a Flora, a Jacinta, a Carilina, a
Inarda…, cuyos verdaderos nombres nos son desconocidos y que o le desdeñaron o no
arraigaron en su corazón. Poco sabemos de Floris (La Ledesma), y ojalá no supiéramos
nada de Doña Esperanza de Mendoza. Sin embargo, hubo otra, Lisi (Luisita de la Cerda, de
la casa de Medinaceli), que fue su amor imposible y la que le dejo herido su corazón para
siempre. Y es aquí donde conviene destruir la vulgar opinión de aquellos críticos y biógrafos
que, con incomprensible ceguera, han tildado de poco tierno y aun de frió en los
sentimientos amorosos, a nuestro escritor.
Pero decíamos que, con el corazón roto, sin fuerzas y cansado de Madrid, añora su Torre
de Juan Abad, único patrimonio, sus amigos de Infantes y de Beas de Segura, la quietud y
el regalo de la caza, parte hacia su “Aldea” a finales del mes de Octubre de aquel 1644. Va
tan maltrecho que en Toledo y Consuegra le tienen por muerto, y llega a la Torre con más
señales de difunto que de vivo.
En esta situación escribe en la Torre la Segunda parte de Marco Bruto, y a los pocos días,
ante lo riguroso del tiempo, su enfermedad y la falta del médico y botica en la Torre de Juan
Abad, el 10 de Enero de 1645, se traslada a Villanueva de los Infantes en casa de su amigo,
el humanista Bartolomé Ximénez Patón. Pero, hacia el 15 de Abril empeora tanto, que
abandona la casa de Ximénez Patón y pasa a, una celda del convento de Santo Domingo y
era tal su situación que en el mes de Mayo se habla de su muerte.
Don Francisco quiere parar a Granada, con su concuñado el arzobispo, el médico le
aconseja Toledo por su proximidad, pero Quevedo no solo no puede ponerse de viaje, sino
ni moverse. Recibe las visitas de sus sobrinos Don Juan Carrillo y Aldrete y Don Pedro
Aldrete Carrillo Quevedo y Villegas, que fue segundo señor de la Torre de Juan Abad.
El 21 de Julio recibe Quevedo la noticia de la muerte del Conde-Duque, fallecido en Toro, y
aquí si, tuvo fuerzas para escribir a su tocayo Oviedo “Señor don Francisco, yo, que estuve
muerto el día de San Marcos, viví para ver el fin de un hombre que decía había de ver el
mío en cadenas”.
Pero no se dilató mucho de la muerte de don Francisco el 5 de Septiembre escribía unos
renglones a Oviedo. Fue su última carta. Había hecho testamento el 26 de Abril y codicilo el
24 de Mayo. Dispuso que su cuerpo fuera sepultado, por vía de depósito, en la capilla
mayor del convento de Santo Domingo, para que de allí le transfirieran a la Iglesia de Santo
Domingo el Real de Madrid, al sepulcro de su hermana Margarita. Funda un mayorazgo que
lega en su sobrino don Pedro Alderete.
Era el 8 de Septiembre cuando expiraba don Francisco de Quevedo y Villegas, Caballero de
la Orden de Santiago y Señor de la Torre de Juan Abad. Sus amigos no respetaron su
voluntad y le dieron sepultura en la parroquia de San Andrés en la Capilla de los Bustos. No
respetaron sus huesos que siglo y medio después fueron mezclados en una fosa común.
Pero si no respetaron sus huesos; ni los auténticos, ni los apocrifos, y se perdió el cuerpo,
nos queda en sus obras su alma inmortal.
Como literato, Quevedo cultivó todos
los géneros literarios de su época.
Se dedicó a la poesía desde muy joven, y escribió sonetos satíricos y burlescos, a la vez
que graves poemas en los que expuso su pensamiento, típico del Barroco. Sus mejores
poemas muestran la desilusión y la melancolía frente al tiempo y la muerte, puntos centrales
de su reflexión poética y bajo la sombra de los cuales pensó el amor
Lo que Quevedo legó en sus obras, no es, pues, uno, sino varios Quevedos: "Empujo fe e
ideas del patriota Quevedo, del político Quevedo, del "religioso" Quevedo, del "humanista"
Quevedo [...] Lipsio de España y Juvenal español" escribe Raimundo Lida en el prólogo de
sus Prosas de Quevedo.
Obras seleccionadas
Mundo caduco y desvaríos de la edad (1621)
Grandes anales de quince días (1621)
La culta latiniparla (1624)
Cuento de cuentos (1626)
Memorial por el patronato de Santiago (1627)
Lince de Italia y zahorí español (1628)
El chitón de Tarabillas (1630)
Doctrina moral del conocimiento propio, y del desengaño de las cosas ajenas (1630)
La aguja de navegar cultos con la receta para hacer Soledades en un día (1631)
La Perinola (1633)
Execración contra los judíos (1633)
La cuna y la sepultura para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas (1634)
Breve compendio de los servicios de Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma (1636)
La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero (1641)
Providencia de Dios (1641)
Vida de Marco Bruto (1644)
Vida de San Pablo (1644)
Las cuatro pestes del mundo y los cuatro fantasmas de la vida (1651)
España defendida y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros sediciosos
Vida de Santo Tomás de Villanueva
La constancia y paciencia del santo Job
La cuna y la sepultura (1634), de Francisco de Quevedo
En prosa, la producción de Francisco de Quevedo es también
variada y extensa, y le reportó importantes éxitos. Escribió
desde tratados políticos hasta obras ascéticas y de carácter
filosófico y moral, como La cuna y la sepultura (1634), una
de sus mejores obras, tratado moral de fuerte influencia
estoica, a imitación de Séneca.
Sobresalió con la novela picaresca Historia de la vida del
Buscón, llamado don Pablos, obra ingeniosa y de un humor
corrosivo, impecable en el aspecto estilístico, escrita durante
su juventud y desde entonces publicada clandestinamente
hasta su edición definitiva. Más que su originalidad como
pensador, destaca su total dominio y virtuosismo en el uso
de la lengua castellana, en todos sus registros, campo en el
que sería difícil encontrarle un competidor.
Algunos datos sobre la obra poética de Quevedo
El carácter especial de la transmisión de una parte de su producción en prosa y de su
poesía, su circulación en copias manuscritas, su impresión en ediciones piratas o anónimas
del S. XVIII, y las continuaciones generadas explican la provisionalidad de muchos textos
del corpus. El panorama ha cambiado en los últimos años con aportes fundamentales para
el establecimiento de esta nómina, como los trabajos de Crosby y Jauralde, quien se ha
ocupado, además, desde otro ángulo, de determinar la cronología de las últimas obras
redactadas en los años de la prisión de San Marcos, y de las ediciones póstumas, para
aclarar problemas aún no resueltos de su transmisión.
La recuperación de la obra poética de Quevedo en textos responsables no se inicia hasta
1963 con la primera edición de Blecua, donde se rectifican numerosos errores de Astrana y
se ofrecen textos de confianza; la posterior edición crítica de Obra poética con las variantes
de numerosos manuscritos, representa hasta hoy el mayor esfuerzo editor y texto base para
el estudio de esta poesía.
A pesar de la fama adquirida como poeta desde muy temprano (en 1603 Pedro de Espinosa
recoge 18 poesías de Quevedo en sus Flores de poetas ilustres, publicada en 1605) la
mayoría de sus composiciones no se imprimen en vida ni bajo su vigilancia. Circulan en
copias manuscritas o son seleccionadas por diversos editores para su inclusión en
antologías.
En una carta del 12 de febrero de 1645, escrita en Villanueva de los Infantes, Quevedo
anuncia: "Y ansí me voy dando prisa, la que me concede mi poca salud a la Segunda Parte
del Marco Bruto y a las Obras de versos" (Epistolario, 486). No obstante, Quevedo no llegó
a ver impresa su obra poética. Sabemos que a su muerte, su sobrino y heredero, Pedro
Aldrete, vendió el original de las Nueve Musas al editor Pedro Coello. En el contrato de
venta, descubierto por Crosby, se incluye una cláusula según la cual se le permite a Coello
que "haga las diligencias que bien visto le fueren para recoger los cuadernos del dicho libro
que así le vendo, para que no salga su impresión diminuta, y tenga el lustre que se pretende
con esta diligencia".
Probablemente, en ese momento González de Salas trabajaba todavía en la preparación del
manuscrito. Su edición parece haberse basado en las notas preparadas por Quevedo. El
editor indica que él estaba al tanto de las intenciones de nuestro poeta en lo que respecta a
la división temática del volumen en nueve clases o grupos de poemas designados cada uno
con el nombre de una musa:
Concebido había nuestro poeta el distribuir las especies todas de sus poesías en clases
diversas, a quien las nueve musas diesen sus nombres, apropiándose a los argumentos la
profesión que se hubiese destinado a cada una [...] Admití yo, pues, el dictamen de Don
Francisco, si bien con mucha mudanza, así en las profesiones que se aplicasen a las
musas, en que los antiguos propios estuvieron muy varios, como en la distribución de las
obras que en aquellos rasgos primeros e informes él delineaba
González de Salas redactó los epígrafes explicativos de las composiciones y una serie de
notas filológicas al texto.
La información con la que contamos en estos momentos permite suponer, pues, que los 600
poemas del Parnasoconstituyen versiones acreditadas del texto final de la poesía
quevediana, y gozan de garantía para las seis musas que lo componen. En 1670, el sobrino
de Quevedo, Pedro Aldrete publicó Las tres musas últimas castellanas, con la intención de
completar la publicación de las poesías quevedianas, pero sus textos son menos fiables que
los de González de Salas. Ya en el XIX aparecen las ediciones de Aureliano Fernández
Guerra y Florencio Janer en la Biblioteca de Autores Españoles. En nuestro siglo las
ediciones de Astrana Marín (Obras completas, Madrid, Aguilar, 1932, con varias
reediciones) son de muy escaso rigor, aunque aportaron textos nuevos y materiales
importantes. Mucho más rigurosas son las ediciones de Blecua, Poesía original, y sobre
todo Obra poética (ver la bibliografía para sus datos), donde se recogen numerosas
variantes de manuscritos y ediciones. Todavía quedan por resolver problemas textuales
complejos, y fundamentalmente queda por resolver el problema de la explicación
(anotación) de los difíciles poemas quevedianos, parcialmente acometidos en en algunos
trabajos recientes.
El marco literario de la poesía de Quevedo
Tradición e innovación
Los lectores actuales suelen acercarse a la literatura del Siglo de Oro desde formas de
pensamiento y hábitos de expresión que corresponden a una mentalidad contemporánea.
La recepción de la poesía áurea experimenta así una fuerte limitación: se prestigian los
significados "atemporales" de los textos leídos, aquellos que apelan a cualquier individuo en
cualquier circunstancia histórica, pero se restringe la capacidad comunicativa del texto. La
poesía de Quevedo expresa unas preocupaciones y actitudes que, en cierta dimensión, son
universales, pero no deja tampoco de ser universal en otra medida la transmisión de una
experiencia cultural, la del poeta, que se comunica con sus lectores mediante la
manipulación de un lenguaje en el que se encuentra fijada la vida de una sociedad en un
momento específico de su historia. Quienes leían la poesía de Quevedo en el XVII
compartían la misma lengua y experiencias culturales. Percibían la realidad desde estas
experiencias, ya que la realidad se "revela a la conciencia colectiva" a través del lenguaje
que pueda describirla.
Sin duda, como creadores, Quevedo, Góngora o Lope, innovaron los códigos y formas
poéticas que utilizaron, los modificaron y adaptaron. Pero no inventaron ex nihilo una lengua
poética, ni hubieran podido hacerlo, ya que sus opciones se enmarcan en la tradición
artística de su época. Por ello, para apreciar la innovación efectuada por Quevedo en su
poesía, conviene tener presente cuáles eran las convenciones actuantes. El prestigio de los
modelos encauzaba la creación: ciertos contenidos solo podían ser expresados con un
lenguaje literario determinado y dentro del ámbito de géneros específicos. Escoger un tema
para su desarrollo poético implicaba aceptar las reglas de un género, es decir, un estilo, una
escritura que lo conformara. Semejante estilo obligaba además a mantenerse dentro de los
límites de ciertos niveles de lengua predeterminados: la poesía amorosa evitaba formas de
dialectos sociales que correspondieran a estratos no cultos; la poesía satírica se afianzaba
en la reproducción de coloquialismos y vulgarismos, o en la utilización de un léxico que
denotara objetos de una realidad prosaica; la poesía moral se construía con palabras que
pertenecían a los códigos de la filosofía moral o del discurso religioso. El lector competente
de la época registraba, con seguridad, no solo los casos de adhesión total a las normas
generalizadas por las poéticas, sino también la ruptura de las convenciones, o, como se ha
venido llamando, la "desautomatización" del código o del género elegido.
La voz de Quevedo en el ciclo de poemas amorosos a Lisi difiere considerablemente de la
voz elaborada en los sonetos o romances satíricos, en los que vituperan o castiga a figuras
femeninas obviamente despreciables para quien enuncia el poema. El elogio hiperbólico de
la belleza de la amada, formulado en las convenciones del código petrarquista, se opone así
al retrato grotesco de la dueña, de la vieja o de la pidona, que veremos más adelante.
Estilo culto y conceptismo
Góngora y Quevedo innovaron la poesía de su época en direcciones distintas pero
complementarias a partir de unos códigos compartidos y de una visión de la literatura como
arte de las minorías educadas que se apartaba del vulgo profano horaciano. Conviene
recordar aquí que esta adhesión a la idea de que el arte es patrimonio de unos pocos
implicaba circunscribirlo a los grupos dominantes. En la dedicatoria al Conde Duque, escrita
en 1629, para enviarle su edición de las obras de fray Luis de León, Quevedo resume su
posición estética:
El arte es acomodar la locución al sujeto. Todo lo dijo Petronio Arbitro mejor que todos. Oiga
vuestra excelencia sin prolijidad la arte poética en dos renglones: "Effugiendum est ab omni
verborum ut ita dicam vilitate, et sumendae voces a plebe summotae, ut fiat Odi profanum
vulgus et arceo (Hace de huir de toda la vileza de los vocablos y han se de escoger las
voces apartadas de la plebe, porque se pueda decir: Aborrecí el vulgo profano).
Quevedo, que criticó sarcásticamente el léxico afectado de los cultos en diversos escritos,
gongoriza con cultismos e hipérbatos en su poesía amorosa, acercándose a la de su
archienemigo en más de una ocasión. Lo que domina en Quevedo es, en conjunto, el
lenguaje poético conceptista según lo codifica Gracián, con toda la complejidad de los
conceptos mentales y verbales preconizados por semejante estética, y llevados hasta el
extremo de toda habilidad y experimentación con la lengua y con la poesía, a partir de la
utilización creadora de los modelos escogidos.
La poesía como imitativo
Las "Prevenciones al lector" de González de Salas, que introducen su edición del Parnaso,
se abren con un elogio de Quevedo poeta:
La felicidad de el ingenio de nuestro Don Francisco, fuera es de toda duda que reinó en la
poesía. Pocos creo que lo entendieron así por comunicarle íntimamente pocos, pero yo lo
tuve bien advertido siempre, aun cuando más presumió de otras erudiciones, y ansiosa y
afectadamente las profesó y se divirtió por mucha edad en ellas. Grande facultad tuvo
poética, y más por su naturaleza, digo, que por su cultura, pudiendo también asegurar que
hasta hoy no conozco poeta alguno español versado más en los que viven, de hebreos,
griegos, latinos, italianos y franceses; de cuyas lenguas tuvo buena noticia, y de donde a
sus versos trujo excelentes imitaciones.
Más adelante, al explicar su labor como editor y delimitar lo que en el Parnaso respondía a
la decisión de Quevedo y a sus propias intervenciones, declara:
las literarias ilustraciones que se pudieran hacer muy oportunas, y decentes, por ser tantos
los versos de éstos muy eruditos, no tienen aquí lugar; otro podrá ser que las cuide. Las
fuentes se apuntan alguna vez
González de Salas se refiere en ambos pasajes a un procedimiento básico de la producción
textual en el Siglo de Oro que continuaba prácticas grecolatinas: el principio ciceroniano de
la imitación de textos literarios prestigiados como modelos artísticos de un género o estilo
determinado. El uso de modelos para el estilo poético estaba claramente definido en las
poéticas italianas. En España, desde el Brocense hasta Gracián, pasando por Carvallo y
otros, los editores de obras poéticas y los preceptistas se ocuparon del estudio de las
fuentes o de la exposición de los principios teóricos que regían el procedimiento. El punto de
partida de muchos poemas de Quevedo pueden ser unos versos de un autor clásico, una
expresión que se recrea, una alusión a un pre- texto poético que transforma emulando al
escritor que los produjo. Se crea así una especie de diálogo entre un autor y sus
predecesores a los que intenta superar. Quevedo formuló poéticamente esta imagen del
diálogo con la literatura del pasado en un conocido soneto:
Retirado en la paz de estos desiertos
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan o fecundan mis asuntos,
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Iosef!, docta la emprenta.
En fuga irreparable huye la hora,
pero aquella el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudio nos mejora.
La erudición de Quevedo, sus vastas lecturas de autores clásicos y españoles se hace
presente en sus reelaboraciones poéticas siempre convincentes y originales. De hecho, la
noción de originalidad de esta poesía puede estudiarse en esa capacidad de transformar un
subtexto en un nuevo enunciado. Ya lo veía así González de Salas en su introducción a la
musa Polimnia:
Pero en la imitación hoy moderna de los famosos auctores de la edad pasada [...] es virtud
digna de alabanza lo que ahora figurábamos vituperio, y destreza estimable de el ingenio y
de la doctrina. El traer, digo, a los idiomas vulgares ilustres copias y traslados de los
originales de las dos eruditas lenguas griega y latina, bien ansí como los mismos latinos se
enriquecieron y adornaron usurpando a los griegos el esplendor, y mejor caudal de sus
sciencias y artes
En este sentido, para González de Salas, la adaptación de estas fuentes al español es
perfecta: estos adornos transferidos de la literatura clásica a la española y
"connaturalizados en nuestro lenguaje" prestigian al español "que tanta aptitud tiene para
recibirlos y convertirlos en suyos naturales" (p. 122). Y prestigian también al poeta que los
imita, que se expresa en esta práctica de modo personal:
Ni debe esto admirarnos en gran manera, si es ansí, hallarse raras veces ingenio tan servil y
tan cobarde que escrupulosamente no exceda de las pisadas que otro dejase impresas.
Cierto es que cada ingenio excelente indulge a su genio, como es la fórmula proverbial
antigua, y fabrica su carácter diverso en la estructura y forma esencial de la arte que profesa
y practica, como en el estilo de que viste su sentencia (p. 121)
Imitar modelos consagrados artísticamente era práctica corriente en el Siglo de Oro. En los
textos de Quevedo esto se convierte en ejercicio fascinante, precisamente porque el crear a
partir de un modelo se ensambla con su crear a partir del lenguaje, rasgo este último
característico de su poesía y de su prosa. Lázaro Carreter, refiriéndose a la prosa de
Quevedo, dijo que era "fundamentalmente un glosador". Para Lázaro, Quevedo concebía
fragmentariamente y sus obras eran el resultado de ensartar piezas sueltas: así compuso
el Marco Bruto o la Política de Dios. Pues bien; estos ejercicios de amplificatio con los que
construye a veces su prosa se complementan con el trabajo de la imitación en la unidad
más o menos cerrada de un poema. En ambas tácticas, Quevedo demuestra lo que hoy
percibimos como su pasión por la letra, por el lenguaje, con el que fabrica conceptos y a
partir del cual concibe sus ficciones satíricas.
Clasificación de las poesías quevedianas. Códigos poéticos y universo imaginario
Las clasificaciones que podemos tomar en consideración a propósito de la poesía
quevediana, son fundamentalmente de dos tipos: la moderna, representada en la edición
"canónica" de Blecua, que responde a criterios temáticos, y que distingue poemas
metafísicos, amorosos, morales, religiosos, poemas líricos a diversos asuntos, satíricos y
burlescos, etc. y la clasificación reflejada en la edición aurisecular del Parnaso español,
preparada por González de Salas, que al parecer responde a las intenciones del propio
poeta, de dividir su corpus en nueve secciones, cada una adscrita a una musa distinta
según las advocaciones genéricas atribuidas.
Dejando a un lado las dificultades sempiternas que plantea una clasificación, y de las que el
propio González de Salas se hace eco en los preliminares del Parnaso, puede observarse
en ese vasto y variado corpus poético de Quevedo (875 composiciones en las ediciones de
Blecua) tres grupos centrales:
1. los poemas que continúan la tradición petrarquista y recrean motivos y topoi del
discurso amoroso renacentista;
2. los poemas que rehacen motivos y topoi de raigambre ética, comunes al discurso
religioso cristiano y a las corrientes neoestoicas de la filosofía moral en
Renacimiento; y
3. los poemas que recrean figuras y situaciones características del discurso satírico.
De estas tres tradiciones, la satírica es la más representada cuantitativamente, con 363
poemas, más del 40%. Cada uno de estos tres grupos muestra fuerte cohesión, pero ello no
se debe a razones estrictamente temáticas. Por el contrario, ciertos temas seminales de la
obra de Quevedo atraviesan todos los subgéneros poéticos cultivados: la brevedad de la
vida, el paso inexorable del tiempo, el cuerpo como sepulcro, son motivos que configuran
tanto un soneto amoroso como un soneto moral o un poema satírico. Importa más destacar
cómo cada uno de estos subgéneros se caracteriza principalmente por la utilización de
códigos literarios específicos de la época, que estructuran no solo una semántica, sino
también una sintaxis poética, y que maneja Quevedo de modo personal.
Poemas amorosos
Uno de los tantos falsos problemas con que a menudo nos encontramos en las historias de
la literatura y en la crítica literaria es el de la "incongruencia" entre los ataques misóginos de
la poesía satírica, y los poemas de amor de Quevedo. Un crítico cuyo nombre piadosamente
callaré, afirmó que los poemas de amor Quevedo los escribía "para despistar". Pero no hay
incongruencia ninguna: en el ejercicio poético habitual de un poeta barroco, el cultivo de los
diversos géneros lleva aparejado el cultivo de diversos registros temáticos y expresivos.
Quevedo poeta, que es el que primordialmente aquí nos interesa, escribe, como cualquier
otro poeta (mejor que la mayoría) poemas de amor, y también poemas satíricos. En un
territorio se mueve dentro del código amoroso vigente; en el otro dentro de las modalidades
de la sátira. La misoginia quevediana, de haberla, la habrá en la sátira (donde no se
admitiría hacia la mujer ninguna actitud positiva por los mismos imperativos del género):
sería, en cambio, absurdo buscar un ataque degradatorio y caricaturesco a la mujer en los
poemas amorosos.
La poesía amorosa de Quevedo se inserta en la tradición del Canzoniere de Petrarca, que
Boscán, Garcilaso, Herrera y Lope habían adaptado a la lírica española. Quevedo revitaliza
sus motivos y códigos de manera personal. Las investigaciones de Pozuelo Yvancos han
puesto en entredicho la vieja tesis de O. Green que derivaba estos poemas quevedianos de
la tradición del amor cortés. El marco semántico central de esta lírica amorosa parece de
raigambre neoplatónica. Ocurre que el neoplatonismo acogió sintéticamente elementos
provenientes de la poesía cortés y del petrarquismo: se observan rastros de estos sistemas
literarios en obras neoplatónicas, que reaparecen en algunos poemas de Quevedo. Con
todo, para Pozuelo, esta poesía debe leerse en conjunción con dos obras claves para la
divulgación del ideario neoplatónico en el Renacimiento: los Diálogos de amorde León
Hebreo, y Los Asolanos de Bembo. En ellos se encuentran casi todos los motivos que
configuran ideológicamente esta poesía: la amada inaccesible, la comunicación frustrada
entre amante y amada, el secreto de amor, el amor constante, la queja dolorida, el
peregrinaje de amor, etc...
En estos poemas se construye una y otra vez la misma situación imaginaria: el amor por la
amada, inalcanzable o desdeñosa, implica una renuncia del deseo, es conocimiento de la
virtud que renuncia al cuerpo y huye de lo mortal. Amar en este código se diferencia
de querer, que implica la posesión de la amada. La belleza de la amada es reflejo de la
hermosura del alma, de su bondad, que a la vez trasunta la perfección divina. El amor nace
de la contemplación de la hermosura: la vista, los ojos, adquieren gran importancia en esta
conceptualización del amor, porque son "vehículo de la comunicación de las almas", como
se expresa en el soneto 333:
Las luces sacras, el augusto día
que vuestros ojos abren sobre el suelo,
con el concento que se mueve el cielo
en mi espíritu explican armonía.
No cabe en los sentidos melodía
imperceptible en el terreno velo,
mas del canoro ardor y alto consuelo
las cláusulas atiende l'alma mía.
Primeros mobles son vuestras esferas,
que arrebatan en cerco ardiente de oro
mis potencias absortas y ligeras.
Puedo perder la vida, no el decoro
a vuestras alabanzas verdaderas,
pues, religioso, alabo lo que adoro.
El código petrarquista se caracteriza en el plano verbal por un sistema de antítesis y juegos
de opuestos que traducen sintáctica y semánticamente la inefabilidad de la pasión y del
dolor del enamorado. Desde esa perspectiva aparecen los poemas de definición del amor
("Osar, temer, amar y aborrecerse", núm. 367; "Tras arder siempre, nunca
consumirse", núm. 371, o el basado netamente en esquemas de oposiciones "Es hielo
abrasador, es fuego helado", núm. 375).
Petrarca había desarrollado, además, un conjunto de metáforas para la descripción de la
belleza femenina: en ellas se relacionaban lexemas que denotaban el rostro, microcosmos
perfecto, con palabras que designaban los objetos más bellos del macrocosmos, tales como
flores, metales y piedras preciosos, etc. Estas metáforas no traducían rasgos de una mujer
individualizable, sino que unificaban la belleza femenina hasta despersonalizarla. La
modalidad del soneto-retratro aparece en Quevedo a menudo, fijada en detalles o actitudes
que resaltan la suma estilización a partir de unos tópicos conocidos que desarrolla en
nuevos contextos, como en el espléndido soneto "Retrato no vulgar de Lisis":
Crespas hebras sin ley desenlazadas,
que un tiempo tuvo entre las manos Midas;
en nieve estrellas negras encendidas,
y cortésmente en paz de ella guardadas.
Rosas a abril y mayo anticipadas,
de la injuria de el tiempo defendidas;
auroras en la risa amanecidas,
con avaricia de el clavel guardadas.
Vivos planetas de animado cielo,
por quien a ser monarca Lisi aspira,
de libertades, que en sus luces ata.
Esfera es racional que ilustra el suelo,
en donde reina Amor, cuanto ella mira,
y en donde vive Amor, cuanto ella mata.
Frente a este proceso de tipificación de la amada, recreada en múltiples retratos, se destaca
la visión poética de un yo masculino, que sufre los efectos del amor no correspondido. En
el Canzoniere encontramos las primeras formulaciones literarias de una concepción de la
subjetividad que se explora paralelamente en textos filosóficos de la época. Los poemas
amorosos de Quevedo renuevan el tópico del sufrimiento dichoso: mientras que en Petrarca
o en los poetas del XVI este se presentaba como una antítesis, la del dolor-placer, en estos
poemas se acentúa hiperbólicamente el dolor que invade al amante hasta casi borrar el
elemento del placer, con la consiguiente desaparición de la figura de la amada, es decir, de
su representación como figura en el poema.
Quevedo imita activamente la poesía de Petrarca, como no ocurre en la lírica de Góngora.
Además de una serie de poemas (sonetos y canciones) dirigidos a figuras femeninas
diversas, Quevedo compuso un breve cancionero dedicado a Lisi, en el que se recrea la
ficción de una pasión mantenida a lo largo de muchos años, que el poeta fecha, como
Petrarca, en sendos sonetos dedicatorios: los núms. 470 y 491 . Como he dicho antes, en
este corpus el amante expresa su amor intelectual (platónico), que atraviesa incluso la
barrera de la muerte. El famosísimo soneto "Amor constante más allá de la muerte", que
Dámaso Alonso consideraba "probablemente el mejor de la literatura española" es buen
emblema de esta concepción:
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte en la ribera,
dejará la memoria en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado,
serán ceniza, más tendrá sentido,
polvo serán, mas polvo enamorado.
El universo serio de los poemas moralesy religiosos
La poesía moral y la satírica de Quevedo son especies complementarias en su relación con
los contextos filosóficos y religiosos de la época. Su propósito es "castigar y corregir las
costumbres del hombre". Por ello se autodefinen como respuesta a circunstancias o
conductas de individuos particulares; su mensaje se originaría en la realidad extra textual y
su finalidad sería producir efecto sobre esa realidad, colaborando a modificar, a mejorar el
ser humano. Pero el moralista y el escritor satírico que pretenden ocuparse de particulares
históricos, en realidad discurren sobre universales éticos que ven encarnados en la
sociedad de su época. Este es el espacio imaginario que modelan ambos tipos de discurso.
Por este motivo, los límites que separan ambos tipos de discurso no son rígidos en el plano
semántico. Algún soneto moral de Quevedo podría ser considerado satírico, como lo
señalara ya González de Salas al anotar la fuente de algún poema. Las diferencias se dan
en el estilo prescrito por las convenciones de estos subgéneros: la poesía moral debía
escribirse en el estilo grave o elevado: la selección léxica y el tono admonitorio exigían
prescindir de lo cómico. El discurso satírico, en cambio, permitía el uso del estilo humilde:
léxico coloquial y vulgar y recursos creadores de comicidad eran constitutivos del código.
Los prólogos de González de Salas confirman estas observaciones. Bajo la advocación de
la musa Polimnia se reúnen los poemas morales en el Libro II: "Canta poesías morales, esto
es, que descubren y manifiestan las pasiones y costumbres de el hombre, procurándolas
enmendar". La ilustración que abre este libro lleva el título "Amat Polymneia verum"; el
epigrama incluido debajo del grabado aclara:
De el ánimo los afectos
represento yo, que llaman
costumbres: mis voces claman
ya virtudes, ya defectos.
Al mal en bien simulado
el disfraz quito, y después
lo que más perfección es
con elegancia persuado.
En este mismo libro González de Salas pública dos obras moratas de Quevedo: el "Sermón
estoico de censura moral" y la "Epístola satírica censoria contra las costumbres de los
castellanos". La "Disertación compendiosa" que los precede versa sobre el género satírico;
con ella se intenta relacionar estos poemas de Quevedo con la tradición de las Epistulae y
los Sermones de Horacio. Es decir, que para el editor hay comunidad ideológica entre
ambos subgéneros.
Podremos incluir también en este apartado de la poesía moral aquellos poemas que,
despojados de una actitud propiamente crítica, reflexionan sobre el sentido de la existencia
humana, la presencia de la muerte, la fugacidad o la fragilidad de la vida, es decir, aquellos
poemas que han sido rotulados como "poemas metafísicos".
En otro estadio de este mundo relativo a los comportamientos morales se coloca la poesía
religiosa cuya doctrina constituye el polo rector del mundo ético de base.
En cuanto a las formas poéticas, la más practicada es el soneto. Pero Quevedo también
compuso piezas más extensas, como el citado "Sermón estoico", la "Epístola satírica",
canciones, etc.
Muchos motivos clásicos imitados en estos poemas proceden de las sátiras de Persio y
Juvenal. La sátira latina compartía el mismo macrocontexto cultural que las obras de
Séneca o Epicteto, fuentes constantes de Quevedo. La figura del sabio, modelo de
comportamiento humano, que escoge la senda de la virtud, desarrollado en el "Sermón
estoico" se basa no solo en fuentes horacianas, como indica González de Salas, sino que
resulta de la contaminación de varias fuentes, entre ellas Séneca, además de textos
patrísticos en la misma corriente, según ha descubierto A. Rey en su erudito estudio del
poema.
Ettinghausen señaló hace años la influencia de las ideas neoestoicas en la obra doctrinal de
Quevedo. La renovación de estas ideas en el Renacimiento había contribuido al
establecimiento de una ética secular, que combinaba principios doctrinales clásicos y
cristianos de manera ecléctica. En España, los escritos auténticos y apócrifos de Séneca
habían extendido su influencia desde mediados del XV. El interés se acrecienta a partir de
1515, fecha en la que Erasmo edita las obras del filósofo romano y después de varias
décadas reciben favorable desarrollo en los colegios jesuitas. El éxito de la obra de Justo
Lipsio, a comienzos del XVII, suscita una renovada exploración de conceptos claves del
ideario estoico que Quevedo, admirador de Séneca y corresponsal de Lipsio en sus años
juveniles, reelabora indefectiblemente en su obra poética y doctrinal: motivos senequistas
como la miseria y la brevedad de la vida, la inevitabilidad de la muerte y la necesidad de
prepararse para ella, la defensa de la virtud y de los valores eternos, de la trascendencia, el
rechazo de lo contingente, de los bienes materiales, el engaño de las apariencias. Estos
motivos constituyen ejes semánticos de toda su obra. No es necesario, por tanto,
circunscribir su presencia a fechas determinadas en las que Quevedo sufriera crisis
diversas. Ettinghausen sitúa estos momentos de crisis, en los que el poeta habría buscado
un consuelo en la doctrina estoica alrededor de los años 1613, cuando compone el Heráclito
cristiano; y en 1632 y 1639-44, años de su prisión. Pero muy pocos de estos poemas
pueden fecharse por evidencia externa y sin embargo su unidad ideológica es
incuestionable. Convendría hablar, pues, de una constante preocupación por estas ideas
que lo acompañan a lo largo de toda su vida.
En la sección de los metafísicos destaca el tema de la identificación vida/muerte que
expresa la vanidad de las glorias mundanas y la debilidad de todo lo terreno. La crítica ha
discutido sobre la ortodoxia de un poeta cuya percepción de la muerte alcanza en ocasiones
terribles resonancias y tonalidades de angustia extrema -según algunos críticos
incompatible con la esperanza cristiana en una vida eterna y mejor- ("Ya formidable y
espantoso suena / dentro del corazón, el postrer día, / y la última hora, negra y fría, / se
acerca, de temor y sombras llena", núm. 8), pero de nuevo me parece otra dificultad
superflua: en nada creo que se contradiga una ortodoxia religiosa evidente en Quevedo, con
el sentimiento de angustia ante la muerte, una realidad que domina la trayectoria vital del
hombre como se pone de relieve constantemente: "La mayor parte de la muerte siento / que
se pasa en contentos y locura" (núm. 1, vv. 12-13), "Azadas son la hora y el momento / que
a jornal de mi pena y mi cuidado / cavan en mi vivir mi monumento" (núm. 3, 12-14), "Vive
muerte callada y divertida / la vida misma" (núm. 4, vv. 9-10)... y otros pasajes tan
recordados como el terceto final del poema núm. 2:
En el hoy y mañana y ayer junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
El tiempo fugitivo, inaprehensible, es otro de los motivos fundamentales: "Huye, sin
percibirse, lento, el día" (núm. 6), "Todo tras sí lo lleva el año breve / de la vida mortal"
(núm. 30)... Nada de extraño que en esta perspectiva las ambiciones terrenas carezcan de
sentido y revelen en quien las acoge, una desviación fundamental merecedora de censura
moral: los poemas morales se organizan en el corpus quevediano según un esquema
bastante perceptible, en torno a los siete pecados capitales. No todos tienen la misma
representación: la lujuria, por ejemplo, apenas aparece (sus vicios corresponden en la
axiología de la época más bien al territorio de lo ridículo y de la baja expresión burlesca),
pero la ambición, la vanidad y la codicia son omnipresentes. Frente a ellas se postula un
apartamiento sabio y sosegado, un beatus ille que integra la actitud trascendente y espiritual
de la conciencia estoica de la propia fugacidad, como en el soneto 60 donde la modulación
barroca incluye motivos como la cuna, la sepultura o el desengaño:
Dichoso tú que alegre en tu cabaña
mozo y viejo espiraste el aura pura
y te sirven de cuna y sepultura,
de paja el techo, el suelo de espadaña.
Una pieza clave ya mencionada, en este campo de la poesía moral es la Epístola satírica y
censoria, dirigida al Conde Duque de Olivares ("No he de callar, por más que con el dedo"),
a quien le expresa la confianza en su poder regenerador, que aparte a los castellanos de la
molicie presente y los reintegre a una nueva edad dorada, de heroísmo medievalizante y
arcaico, donde el valor y la moderación sustituyan al afeminamiento y a los excesos frívolos
de los cortesanos:
Ya sumergirse miro mis mejillas,
la vista por dos urnas derramada
sobre las aras de las dos Castillas.
Yace aquella virtud desaliñada
que fue, si rica menos, más temida,
en vanidad y sueño sepultada.
En la vertiente propiamente religiosa, el Heráclito cristiano, viene a ser un corpus
estructurado como una especie de cancionero religioso o libro de oraciones poéticas donde
el poeta canta sus arrepentimientos y expresa el deseo de acercamiento a Dios. A menudo
se sitúan estas poesías ("salmos") en momentos concretos de la liturgia, como la comunión,
y predomina en ellos el sentimiento de la culpa, y el arrepentimiento enfrentado a la
inclinación malvada del pecador, que suplica a Dios su ayuda para poder completar su
regeneración: "Un nuevo corazón, un hombre nuevo / ha menester, Señor, la ánima mía; /
desnúdame de mí, que ser podría / que a tu piedad pagase lo que debo" (núm. 13).
Otros poemas como el "Poema heroico a Cristo resucitado" integran los modos épicos
"vueltos a lo divino" y todo el material expresivo del discurso religioso aliado al discurso de
la poesía culta.
Poemas satíricos y burlescos
Las marcas del estilo satírico son, como ya se indicó, la presencia de palabras y
expresiones idiomáticas de la lengua coloquial y vulgar y la producción de burlas o humor.
Se trata del estilo jocoserio que señala González de Salas en la introducción a la musa VI.
El lema del grabado que encabeza el libro dice: Mimica lascivo gaudet sermone Thalia, y el
epigrama que lo resume, aclara:
Burlas canto y grandes veras
miento, que yo siempre he sido
sermón estoico vestido
de máscaras placenteras.
De el donaire en mi ficción
cuide, pues, quien fuere sabio,
que lo dulce sienta el labio
y lo acedo el corazón.
En el prólogo a este libro se sitúa este tipo de poesía en la tradición de los mimos, las
comedias clásicas y los epigramas satíricos; lo satírico parecería ser concebido como un
modo que atraviesa varias formas:
Lo mismo sucedió a los satíricos poetas y a los epigrammatarios, que mucho parentesco
tienen entre sí, y en esa parte de el morder y picar con sus donaires muy emparentados
fueron también con nuestro don Francisco, y con todo el concento festivo de esta musa,
cuyo estilo jocoserio que de sí promete, a dos respectos mira [...] Uno es aquella mezcla de
las burlas con las veras, que en ingenioso condimento se sazona al sabor y paladar más
difícil. El otro respecto a que mira es que con la parte, conviene a saber, que deleita,
también contiene la que es tan estimable de la utilidad, castigando y pretendiendo corregir
las costumbres (p. 409)
Es fundamental, pues, el tono burlesco de estas obras.
El discurso satírico de Quevedo se caracteriza por los mismos mecanismos de producción
de conceptos que observamos en el lenguaje de la poesía amorosa: el concepto se
construye sobre juegos de palabras o metáforas, o una combinación de estas y otras
figuras. El propósito es producir risa en el receptor. La fórmula más frecuente es desarrollar
una serie de ingeniosas relaciones para degradar al objeto imaginario descrito. La inversión
de categorías establecidas en el lenguaje es fuente de humor: la figura humana se describe
con palabras que contienen un rasgo semántico inanimado o viceversa, un objeto inanimado
resulta personificado en el concepto. Otras inversiones también son productivas:
combinaciones figuradas de verbos que se refieren a líquidos con sustantivos que no
comparten ese rasgo semántico, o entrecruzamiento de categorías como temporalidad,
espacialidad, volumen, sonoridad, incorporeidad, en complejas relaciones metafóricas.
Los procedimientos de desautomatización que se observan en el discurso amoroso son
también característicos del satírico. Mientras que, por un lado, estos poemas constituyen un
repertorio de vulgarismos, vocablos de germanía, frases proverbiales y refranes populares
que pertenecen a la lengua de los tipos representados, por el otro se deslexicalizan todos
esos materiales en complejos procesos de reescritura.
La poesía satírica funciona, como la prosa de los Sueños o la Hora de todos, en las
convenciones de la sátira de estados; la representación de estos tipos sociales se rige por
normas de la effictio vituperativa: de ahí la galería de retratos que encontramos: oficios de
pasteleros, taberneros, sastres, zapateros; representantes de la justicia como los letrados
venales, escribanos, corchetes y alguaciles, jueces; médicos y boticarios. Se incluyen
además una serie de tipos que representan figurasde la marginalidad en el mundo de la
corte y del hampa: pícaros, negros, mendigos, jaques, caballeros chanflones, etc.
Privilegiadas figuras de la marginalidad son los jaques y prostitutas de las jácaras,
romances que narran la vida y milagros de estas gentes, en un lenguaje poético que integra
de manera intensa el léxico de germanía o argot de la delincuencia. Parte de las jácaras se
estructuran epistolarmente (parejas de cartas y respuestas) como los "Carta de Escarramán
a la Méndez" y "Respuesta de la Méndez a Escarramán" (núms. 849-850), cuyo
protagonista es el famoso Escarramán, que da y pide noticias de colegas como Cardeñoso,
Remolón, Cañamar, la Coscolina, Perotudo el de Burgos y otros jayanes y ninfas de la
misma categoría:
Ya está guardado en la trena
tu querido Escarramán,
que unos alfileres vivos
me prendieron sin pensar.
[...]
Entrándome en la bayuca
llegándome a remojar
cierta pendencia mosquito
que se ahogó en vino y pan,
al trago sesenta y nueve,
que apenas dije "¡allá va!",
me trujeron en volandas
por medio de la ciudad.
Hay otros tipos que resultan de la figuración de vicios: la hipocresía, por ejemplo, que es
central en este sistema porque atañe a la problemática de la oposición esencia-apariencia,
genera una serie de máscaras como el viejo teñido, la mujer afeitada,etc. Muchas de estas
máscaras rehacen motivos de la sátira clásica o de los epigramas de Marcial que
denunciaban la perversión de las costumbres en la Roma imperial, la pérdida de los valores
tradicionales y su reemplazo por formas del engaño y la corrupción. Algunos, los menos, se
dedican a la sátira personal: principalmente contra Góngora, Ruiz de Alarcón, Montalbán,
Villamediana.... Góngora se lleva las saetas más agudas:
Yo te untaré mis versos con tocino
porque no me los muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino (núm. 829)
Encabeza, por lo menos numéricamente, la lista de estas figuras repulsivas, la mujer en
todas las variantes sociales concebibles: viejas, dueñas, pícaras, prostitutas, pidonas,
alcahuetas, brujas: a veces se superponen diversas variantes en una misma figura, que
compendia rasgos característicos de la misoginia inherente al género satírico. Se han
aventurado interpretaciones psicológicas de esta veta misógina, trazándose la figura de un
Quevedo cojo y tímido, poco exitoso con las mujeres, acomplejado y vengativo, o se la ha
relacionado con la tradición patrística y ascética que concibe a la mujer como fuente de
pecado. Pero antes que limitarla a estas tradiciones o hipótesis, hay que insistir en que la
forma satírica exige la marca negativa en los tipos femeninos. Si Quevedo (o cualquier
poeta áureo) desea escribir sátira se verá obligado a tratar el tema de la mujer, y si tiene
que tratar a la mujer, en la sátira la tiene que tratar mal.
Las caricaturas satíricas de busconas y decrépitas dueñas están en contrapunto con los
retratos de las bellas Lisis. Del mismo modo, en cada subgénero se desarrolla una visión
distinta del amor. La sátira clásica de Horacio, Juvenal, Persio o Luciano, no presenta la
relación amorosa como noble emoción. El discurso satírico áureo, que se construye a partir
de esos modelos, tampoco registró la relación amorosa como servicio a la dama, deseo de
hermosura ni unión perfecta de dos almas: solo se representa el mecanismo del sexo, y
muchas veces entre un locutor apicarado y una prostituta: así sucede en el significativo
soneto, "Quiero gozar, Gutiérrez, que no quiero", envés paródico de las concepciones del
amor constante y desinteresado del platónico amante serio:
Quiero gozar, Gutiérrez, que no quiero
tener gusto mental tarde y mañana,
primor quiero atisbar, y no ventana
y asistir al placer y no al cochero
[...]
Puta sin daca es gusto sin cencerro
Esta convención degradatoria está relacionada con otras mencionadas: la situación social
de los personajillos representados (mundo de las clases bajas) y el estilo que les
corresponde. En la imaginación colectiva de la sociedad estamental que la literatura modela,
la relación amorosa de corte neoplatónico estaba reservada (como casi todo) a los nobles y,
por ende, al estilo elevado. Más aún: esta representación del amor según la posición social
de los personajes no es privativa de la sátira sino que afecta a otros géneros literarios de la
época. Es, por ejemplo, constitutiva de la ficción cervantina, donde puede organizarse en
juegos de ironía. La ilustre fregona tematiza esta representación: a la Argüello y a la Gallega
solo les corresponde el bajo amor, y por ello se las hace presentarse de noche a la puerta
del aposento de Carriazo y Avendaño, porque son criadas. Asimismo, el retrato de las
mozas sigue las pautas de la descripción satírica: la Argüello tiene los dientes postizos, ha
perdido el pelo y le huele el aliento desde una legua; se afeita con albayalde "y así se
jalbega el rostro, que no parece sino mascarón de puro yeso".
En esta poesía se dan todas las variedades de la parodia: de versos aislados de autores
contemporáneos, Lope o Góngora, por ejemplo, de versos del romancero, etc. La parodia es
arma satírica para la denuncia de la nueva poesía, que Quevedo atacó además en sus
escritos de crítica literaria, como se observa en el soneto "Leí los rudimentos de la aurora"
(núm. 534). La táctica se repite en otros, como el 825 "Quien quisiere ser culto en solo un
día", y muchos más. Entra en el campo de la parodia la reducción cómica de fábulas y
temas mitológicos, como el romance 771 "Hero y Leandro en paños menores" o el soneto
558, "Si un Eneíllas viera, si un pimpollo", que parodia las quejas de la reina Dido, partiendo
de los vv. 305 y siguientes del libro IV de la Eneida, lectura escolar entonces como ahora, y
que dejó huellas muy marcadas en el discurso amoroso, como señalara ya Gonzalo
Sobejano a propósito del soneto "En los claustros del alma". También opera en el juego
paródico el tratamiento cómico de motivos del subgénero amoroso, que el mismo Quevedo
recrea en su lírica seria: el soneto 551 "Rostro de blanca nieve, fondo en grajo", por
ejemplo, arranca con un motivo tópico en el retrato petrarquista (la metáfora de la nieve para
a blancura de la tez), pero acto seguido la invierte, continuando con un retrato feroz de la
vieja:
Rostro de blanca nieve, fondo en grajo,
la tizne presumida de ser ceja,
la piel que está en un tris de ser pelleja,
la plata que se trueca ya en cascajo;
habla casi fregona de estropajo,
el aliño imitado a la corneja,
tez que con pringue y arrebol semeja
clavel almidonado de gargajo.
En las guedejas vuelto el oro orujo,
y ya merecedor de cola el ojo,
sin esperar más beso que el de el brujo.
Dos colmillos comidos de gorgojo,
una boca con cámaras y pujo,
a la que rosa fue vuelven abrojo.
Léase también el 559 "Sol os llamó mi lengua pecadora"; o el romance 729 "Cubriendo con
cuatro cuernos", que parodia los romances pastoriles tan en boga en la época.
El ejercicio paródico más relevante y ambicioso es sin duda, el extraordinario Poema
Heroico de las necedades de Orlando el enamorado, (núm. 875) fechado por Crosby hacia
1626-1628. Se trata de una parodia de los poemas caballerescos italianos, y
probablemente, junto con la Gatomaquia de Lope, el poema paródico más importante del
Siglo de Oro. Quevedo sigue muy de cerca el de Boyardo, Orlando innamorato, relación
directa que han subrayado Alarcos y Caravaggi. Malfatti, que ha publicado el poema
quevediano con un buen aparato de notas y con el texto italiano correspondiente, ha
apuntado también como fuentes de diversa importancia la versión que de Boyardo hizo E.
Berni, el Morgante de Pulci, el Baldus de Folengo, la Gerusalemme de Tasso, y algunas
otras. Algunos pasajes del Orlando constituyen, sin duda, la cima de la parodia grotesca en
la literatura española. Baste recordar el banquete de los pares franceses, o la descripción
de los gigantes:
Echaban las conteras al banquete
los platos de aceitunas y los quesos;
los tragos se asomaban al gollete;
las damas a los jarros piden besos;
muchos están heridos del luquete;
el sorbo, al retortero trae los sesos;
la comida, que huye del buchorno,
en los gómitos vuelve de retorno.
Ferraguto, agarrando de una cuba
que tiene una vendimia en la barriga,
mirando a Galalón hecho una uva
le hizo un brindis, dándole una higa:
[...]
Galalón, que en su casa come poco,
y a costa ajena el corpanchón ahíta,
por gomitar haciendo estaba el coco;
las agujetas y pretina quita,
en la nariz se le columpia un moco,
la boca en las horruras tiene frita,
hablando con las bragas infelices
en muy sucio lenguaje a las narices.
Danle los doce pares de cachetes;
también las damas, en lugar de motes;
mas él dispara ya contrapebetes
y los hace adargar con los cogotes,
cuando, por entre sillas y bufetes,
se vio venir un bosque de bigotes,
tan grandes y tan largos, que se vía
la pelamesa y no quien la traía.
[...]
Levantáronse en pie cuatro montañas
y en cueros vivos cuatro humanos cerros;
no se les ven las fieras guadramañas
que las traen embutidas en cencerros.
En los sobacos crían telarañas;
entre las piernas espadaña y berros;
por ojos en las caras carcabuezos,
y simas tenebrosas por bostezos.
[...]
Rascábanse de lobos y de osos
como de piojos los demás humanos
pues criaban por liendres de vellosos
erizos y lagartos y marranos;
embutióse la sala de colosos,
con un olor a cieno de pantanos,
cuando detrás inmensa luz se vía:
tal al nacer le apunta el bozo al día.
La obra satírica de Quevedo, en verso y prosa, atrajo el interés de generaciones de lectores
aun en las épocas en que se había desvalorizado la literatura del Barroco. Esta es una de
las tantas paradojas que nos depara la reconstrucción histórica de un autor y su época.
Quevedo pretendió repudiar en su madurez estos "juguetes de la niñez" para asumir la
máscara y la voz del moralista serio, del erudito y comentador de clásicos. Su obra doctrinal,
sin embargo, fue menos perdurable que estos artificios del ingenio, composiciones efímeras
de carácter reiterativo. A lo largo de cuarenta años Quevedo rehace metáforas, juegos
verbales y conceptos para redescribir una y otra vez a las mismas figuras de su universo
satírico. El renovado interés que suscitan en nuestro presente se debe probablemente al
hecho de que constituyen ejemplos privilegiados del trabajo retórico del discurso en
tanto discurso.
La prosa de Quevedo
Generalidades
La obra en prosa no es menos compleja ni variada que la poesía de Quevedo: se hicieron
famosos sus escritos festivos, como los opúsculos en que parodia las premáticas de la
época, o sus burlas literarias contra el culteranismo y otros vicios de la expresión poética
(Premática que este año de 1600 se ordenó, Premáticas del desengaño contra los poetas
hueros –incluida en el Buscón–, La culta latiniparla, La Perinola, Cuento de cuentos, Carta
de un cornudo a otro, El libro de todas las cosas...). No menos leídos fueron Los Sueños, La
hora de todos o El Buscón: fantasías morales, sátiras de la corrupción social imperante y
ejercicio de narrativa picaresca, que se sitúan al lado de las obras de tono y expresión más
severos, como La política de Dios,La vida de Marco Bruto, España defendida, La cuna y la
sepultura, Virtud militante y otras muchas, donde critica los vicios del mal gobierno, defiende
un estoicismo cristiano o comenta sucesos de la política coetánea.
Frente al espectáculo de la corrupción (denunciado, por ejemplo, en Los sueños) y a las
melancolías de la vida, Quevedo opone por un lado una crítica satírica –cuya capacidad
expresiva convierte en violentísimo ataque–, y un profesado estoicismo que no siempre es
capaz de ir más allá del código literario de la poesía moral o las prosas ascéticas. El
desengaño, como es bien sabido, constituye un concepto clave en la cosmovisión
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Quevedo vida y obras

  • 1. Francisco de Quevedo Vida y obras Nació Quevedo de familia hidalga y montañesa. Su padre fue Pedro Gómez de Quevedo, natural de Bejoris en el Valle de Toranzo en la provincia de Cantabria en donde vivía con DOSIER
  • 2. sus hermanos Juan y Mari Sáenz, hijos todos, de Pedro Gómez de Quevedo el viejo, también de Bejoris, y de Maria Sáenz de Villegas, natural de Villasevil, en el mismo Valle de Toranzo donde igualmente los Villegas tenían sus antiguos y nobles solares. Su madre fue María de Santibáñez, natural de Madrid pero oriunda, como el padre, de la Montaña ya que era hija de Juan Gómez de Santibáñez Ceballos, natural de San Vicente de Toranzo. Fue su padre, secretario de la Reina Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II, pasando después a Escribano de Cámara de los Reyes en donde conoció a Maria de Santibáñez que por entonces era asistenta de Cámara de la Reina y contrajeron matrimonio en la primavera de 1576. Nació Francisco de Quevedo en Madrid el miércoles 14 de Septiembre de 1580, día de las llagas de San Francisco, por ello su nombre, según confesión hecha a su amigo Sancho de Sandoval y bautizado en la iglesia de San Gines en la calle del Arenal, el 26 de Septiembre del mismo año. Tuvo Quevedo 5 hermanos: Pedro, que fue bautizado el 11 de Febrero de 1577, siguió después María bautizada el 22 de Enero de 1578 y muerta a los pocos meses, el tercer vástago fue nuestro genial escritor a quien siguió Felipa, bautizada igualmente en San Ginés el 10 de Enero de 1583 y que profesó en el convento de las Carmelitas Descalzas de Madrid en 1598 con el nombre de sor Felipa de Jesús, siguió Margarita nacida en 1585, casada con Juan de Alderete, caballerizo de Su Majestad y, por último, María, hija póstuma nacida a principios de 1586 y muerta, a los pocos años de edad, el 16 de Abril de 1605. Muere su padre Pedro Gómez de Quevedo a principios de Diciembre de 1586, volviendo su madre Maria Santibáñez a Palacio donde fue admitida en la servidumbre de la Infanta Doña Isabel Clara Eugenia. Inició sus estudios en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, en lo que hoy es el Instituto de San Isidro de Madrid, donde se educó casi toda la nobleza, y donde había ingresado su hermano Pedro tres años antes. Falleciendo este en 1593 o 1594, heredó Don Francisco de Quevedo el Mayorazgo, varios censos y parte de un privilegio concedido por Felipe II el 7 de Enero de 1590 a favor de sus hermanos y en poder de su hermano Pedro. Permaneció Quevedo en el Colegio Imperial cuatro cursos en los que estudió Gramática, Retórica y Humanidades y donde leyó a Cicerón, Séneca, a quien nombraría muchas veces como “Mi Séneca”, Cesar, Virgilio, Horacio, etc. y donde tradujo a Isócrates, Esopo, Aristófanes o Demóstenes. Después de sus estudios en los Padres Jesuítas de la ciudad de Ocaña, entre los años 1594 y 1595, se traslada a la Universidad de Alcalá donde se inscribe el 20 de Octubre de 1596 en la Facultad de Artes y Filosofía y estudia Dialéctica, Física, Lógica, Filosofía etc., hasta Junio de 1600 en que recibe el grado de Bachiller. El 20 de Noviembre de 1600 se matricula en Teología y el 31 de Diciembre obtiene la Licenciatura de Artes y Filosofía.
  • 3. No debió terminar el curso en Alcalá pues no se tiene constancia suya en los libros de la Universidad. Profundizó en este tiempo en el estudio de las lenguas clásicas, además de árabe, hebreo, francés e italiano e incluso en la siríaca y caldea y rimaba en castellano y portugués. Se traslada en 1601 a Valladolid donde el Duque de Lerma llevo la corte continuando sus estudios de Teología en la Universidad pinciana. Por estas fechas fallece su madre y en 1602 se le ve en Valladolid reiniciando sus estudios de Teología y es entonces cuando hace su primera salida al mundo de las letras, sería en el campo de la poesía en las Flores de poetas ilustres de España recogido en la antología generacional de Pedro de Espinosa en 1603. Tras tres años de estancia en Valladolid su fama como poeta le lleva a mantener correspondencia con los hombres más sabios de España. Su voto era temido en la provisión de cátedras. Conoce a Pablo Rubens, Miguel de Cervantes y sostiene su primer rifirrafe con Luis de Góngora, antagonismo que no lo fue solo en materia personal sino de entendimiento del arte, erigiéndose Luis de Góngora en caudillo del culteranismo y Francisco de Quevedo en caudillo del Conceptismo, e inicia correspondencia con el sabio humanista Justo Lípsio con ocasión de la publicación por parte de éste de su obra De Vesta et Vestalibus Syntagma y quien llegó a decir de Quevedo que era la “gloria excelsa de los españoles”. En el año 1602 y con motivo de la celebración de la canonización de San Raimundo se presenta al Certamen al mejor soneto en portugués premiado con “tres varas de raso negro rico”. Durante el año 1603, Quevedo se entregó a una intensa labor literaria, producto de la cual fueron su soneto alabando a Lope de Vega, sus poesías contra Góngora, mas de veinte composiciones recogidas por Pedro de Espinosa y Miguel de Madrigal. Aprobó su segundo año teológico y se matriculó en tercero. Siguió su tarea poética durante el año siguiente y de él data un soneto a San Esteban, elegido como ejemplo de figura de retórica por el maestro Bartolomé Ximenez Patón en su Elocuencia Española en Arte (Toledo 1604). Moría el 16 de Abril de 1605 su hermana Maria de Santibáñez. La rapidez de su muerte impidió a Quevedo asistir a la inhumación del cadáver. La joven había redactado testamento el día 8, dejando por herederos a Don Francisco y a su hermana Doña Margarita. En Octubre de 1605, Quevedo, tras haber aprobado su tercer curso teológico, se matriculó en cuarto año y seguían aumentando sus poesías, además de las mencionadas anteriormente, compuso otra infinidad de ellas entre las cuales figuran las recogidas, posteriormente, en 1611, por Don Juan Antonio Calderón para la segunda parte de las Flores de poetas ilustres de España, otras dadas a conocer en El Parnaso Español (1648) y otras en Las tres musas ultimas castellanas (1670). El 24 de Enero de 1606 se publican los acuerdos para trasladar la Corte nuevamente a Madrid señalándose el primer Consejo Real en la citada Villa el 6 de Abril de dicho año. Y es entonces cuando Quevedo termina hacia el Otoño el primero de sus Sueños, o sea, El Sueño del Juicio Final y que dedicó al Conde de Lemos, don Pedro Fernández de Castro, alternando esto con algunos rasgos, en prosa y verso, del genero festivo como las Epístolas del Caballero de la Tenaza. En los albores de 1607, Quevedo comenzó a componer El Alguacil Endemoniado dedicado al marqués de Villanueva del Fresno y Barcarrota que, agradecido, a finales de aquel año le invitó a pasar una temporada en su casa de Villanueva del Fresno en la provincia de Badajoz, en cuyo retiro compuso El Sueño del Infierno, y que acabó a finales de Abril de 1608, con veintiocho años de edad. El resto del año 1608 y casi todo 1609 lo dedicó a la actividad de tipo clásico y erudito. Realizó las correctas versiones de los Trenos de Jeremías, en prosa y del Commonitorio, atribuido a Focílides, en verso; la
  • 4. traducción y comentario de Anacreonte , obras donde resalta el humanista y filólogo doctísimo; y la España defendida, una encendida defensa de la patria. En la versión de Anacreonte cita las obras Odium, en latín y la novela de Alquiles Stacio Alejandrino titulada Amores de Leucipe y Clitofonte, desaparecidas ambas. A principios de 1609 tiene lugar, en la academia del Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, una disertación sobre las Cien Conclusiones o formas de saber la verdadera destreza fundada en sciencia, y diez y ocho contradicciones a las de la común, (Madrid, 1608) que acababa de publicar el maestro de esgrima, que llego a serlo del Rey Felipe IV, don Luis Pacheco de Narváez. Quevedo, que ya criticó en El Sueño del Juicio Final y en el Buscón, su anterior libro de las grandezas de la espada, en que se declaran muchos secretos del que compuso el Comendador Gerónimo de Carranza (Madrid, 1600), contradijo las exposiciones del maestro de esgrima, replicó este, abogando en favor de sus tesis. Se encendieron en la discusión y don Francisco le remitió a la práctica. Y para la prueba convidó al maestro a que tomase con el la espada, el cual, aunque lo excusaba, alegando que la academia se había juntado para pelear con la razón y no con la espada, obligándole, sin embargo, los señores a salir con ella, y al primer encuentro le dio Don Francisco en la cabeza, derribándole el sombrero. Se retiró Narváez enojado y desde entonces fueron enemigos mortales. Escribe este año de 1609 el Anacreon Castellano (abril de 1609) con dedicatoria al Duque de Osuna con quien trabó gran amistad. Dentro de la actividad frenética de estos años ingresa entre el 2 y el 12 de agosto de 1609 en la Hermandad y Congregación de Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento, fundada en el edificio de los Trinitarios Descalzos, por fray Alonso de la Purificación y don Antonio Robles el 28 de Noviembre de 1608 y a la que pertenecían escritores y poetas como Miguel de Cervantes (desde el 17 de Abril de 1609); Salas Barbadillo (desde el 31 de Mayo), Vicente Espinel (desde el 5 de Julio) o Lope de Vega (24 de Enero de 1610). Con motivo de la llegada a Madrid, en Abril de aquel año 1609, de Don Luis de Góngora mantiene Quevedo su segundo rifirrafe con el y a quien dedica algún romance y el conocido soneto. Yo te untaré mis versos con tocino, porque no me los muerdas Gongorilla, perro de los ingenios de Castilla, docto en pullas, cual mozo de camino. Apenas hombre, sacerdote indino, que aprendiste sin Christus la cartilla, hecho carnero en Córdoba y Sevilla y bufón en la corte a lo divino. ¿Por qué censuras tú la lengua griega, siendo solo rabí de la judía, cosa que tu nariz aun no lo niega? No escribas versos más, por vida mía; que aun aquesto de escribas se te pega, pues tienes de sayón la rebeldía. Esa movilidad extraordinaria del talento de Don Francisco le permite ese año de 1609 iniciar la serie interminable de pleitos con la Torre de Juan Abad, hasta el 29 de Mayo de 1631 en que hizo la concordia con la Villa. Así el 22 de Enero de 1609 arranca la provisión del Consejo Real para que la Torre de Juan Abad cumpla una requisitoria de pago por cuantía de 885.236 maravedis de rédito de los censos que contra ella tenía Quevedo y cuya historia resumida es la siguiente: La Torre de Juan Abad, que desde tiempos remotos pertenecía al
  • 5. maestrazgo de Santiago perdió su capacidad de Primera Instancia por real cédula de 8 de Febrero de 1566, pasando esta a Villanueva de los Infantes, si bien, podían sus Alcaldes seguir tratando pleitos civiles que no entrañasen penas mayores de diez mil maravedis. Tras abrir Felipe II en 1589 una posibilidad para que las villas recuperasen el status anterior, la oligarquía local con los regidores y alcaldes a la cabeza, ávidos por recuperar su poder, inician los trámites para recuperar la Primera Instancia, debiendo abonar por cada vecino 6.000 maravedis que por cuatrocientos treinta y tres vecinos contabilizados suponía un montante de 2.598.000 maravedis. Privilegio que le fue concedido el 16 de Julio de 1597. Las deudas que Torre de Juan Abad contrajo para pagar por la Primera Instancia se pagaron con tres censos y a favor de uno de ellos se subrogó Dª María de Santibáñez, madre de Quevedo, el 24 de Noviembre de 1598. Muerta ésta y alcanzada la mayoría de edad por Don Francisco, éste junto con su hermana Margarita, actuaron con la intención de recuperar la deuda que había contraído la Torre, al dejar de pagar sus réditos. La Torre mantenía también otra serie de deudas con otros prestamistas más antiguos que Quevedo, y eso entorpecía el pleito del escritor. A la vuelta de su viaje a Italia en 1618, compra Quevedo las deudas que contra la Torre de Juan Abad tenían su hermana, el Convento de Sto. Domingo y otros acreedores hasta sumar un principal cercano a las cuatro millones y medio de maravedis. Dado que estos superaban los 850 ducados de réditos y la Villa producía solo 600, Quevedo solicita un privilegio para la venta de la jurisdicción de la Torre de Juan Abad, que el Consejo de Castilla, al no pagar los oficiales, autorizó y salió a subasta el 18 de Marzo de 1621. Fue comprada por D. Alonso Mexia de Leiva, amigo intimo de Quevedo, éste compra posteriormente la jurisdicción a su amigo y comienza a titularse “Señor de la Torre de Juan Abad”, si bien, los pleitos con la oligarquía local continuaron incluso tras su muerte en 1645, 1664 y 1696, persistiendo los pleitos por el mayorazgo hasta bien entrado el siglo XVIII, pero la Torre de Juan Abad permanecerá inmortal siempre, por haber sido señorío del gran Quevedo, en donde compuso muchas de sus principales obras en prosa y en verso. Volviendo al año 1609, vemos que Quevedo no logra cobrar nada de las deudas con los alcaldes, regidores y oficiales de la Torre y tras varios intentos de acuerdo, que no logra, viaja en Agosto de 1610 a la Torre de Juan Abad, año poco prolífico en actividad literaria. Compone tres sonetos a la muerte del Rey de Francia Enrique IV y “Chria” (alabanza retórica) a Agustín de Rojas Villandrado (publicada en Salamanca 1611). Poco después escribe la célebre jácara Carta de Escarraman a la Méndez con la Respuesta de la Méndez a Escarraman y el Romance del testamento que hizo Escarraman, publicada en Barcelona en 1613. Encontramos a Quevedo en Toledo el 26 de Abril de 1611, donde fue a recoger los procesos originales del pleito con la Torre y el otorgamiento de poderes para el cobro de otros dos censos. A últimos de noviembre se encuentra de nuevo en la corte y por esas fechas escribe Alabanzas de la moneda y Confesión de los moriscos junto con la ingeniosa Premática del tiempo. Ya en el año 1612, concretamente el 26 de Abril, suscribía “en la Aldea”, como gustaba llamar cariñosamente a la Torre de Juan Abad, la dedicatoria de El mundo por de dentro y poco después compuso allí el opúsculo Secretos de la verdad. Doctrina moral del conocimiento propio y del desengaño de las cosas propias que no se imprimió
  • 6. hasta 1630. Tres años más tarde, en la primavera de 1633, Quevedo refundió completamente la obra, que, de moral y filosófica, pasó a ser cristiana y ascética, dándole por título la cuna y la sepultura. Más tarde, entrando el año 1613 desde la Torre, envía al Cardenal arzobispo de Toledo, sus Lágrimas de Hieremias castellanas, refundición de los Trenos. Habiendo terminado las Poesías morales y lágrimas de un penitente, las mandó asimismo desde la Torre, el 3 de Junio a su tía Doña Margarita de Espinosa. A mediados de Julio, preguntado por un amigo si era cierto que estaba por sierra Morena, contestaba con una carta en verso a la que pertenece el extracto siguiente. Si me hallo, preguntáis, en este dulce retiro, y es aquí donde me hallo, pues andaba allá perdido. Aquí me sobran los días y los años fugitivos parece que en estas tierras entretienen el camino. El 12 de Agosto de 1613 se halla en Madrid para procurar cobrar 6.670 maravedis que debían a su madre.Tornó a la Torre a tiempo de recogerse la cosecha, nombró un administrador y partió a finales de Septiembre rumbo a Palermo, reclamado por el Duque de Osuna, Virrey de Sicília desde Abril de 1611. Llegó don Francisco a Palermo a finales de Octubre de 1613 y pronto viajó, con asuntos de Estado, a Niza y Génova. De entonces data la traducción hecha por Quevedo de la Carta del Cardenal Cesar Baronio a Felipe III tocante a la monarquía de Sicília y su Sátira contra los venecianos, bajo el nombre de una carta al archiduque Ferdinando por los uscoques, pueblos de la Croacia, en la frontera de Hungría, quejándose de los venecianos que posteriormente refundió e incluyo en su Mundo caduco y desvaríos de la edad. A finales de la primavera de 1614 regresaba a Madrid, comisionado por Don Pedro Tellez Girón para conocer la opinión que se tenía del Virrey y de Italia. Volvió en Otoño a Sicília y estuvo presente cuando a finales de Agosto de 1615 se le nombró embajador para traer y presentar al rey don Felipe los pliegos del Parlamento con el último servicio y confirmación de los donativos ordinarios y extraordinarios.A su vez el Duque de Osuna le encargó la misión de conseguirle,por mediación de los duques de Lerma y Uceda el nombramiento de Virrey de Nápoles para el siguiente año.
  • 7. Las negociaciones de Quevedo avanzaban satisfactoriamente; pero, si bien estaba entregado de lleno a la política, no se olvidaba de las letras, mucho menos en aquellos días en que apareció la segunda parte del Quijote y correspondiendo a los elogios de Cervantes del año anterior, compuso el Testamento de Don Quijote y pocas semanas antes el titulado Don Pereantón a las bodas del príncipe. Conseguidos sus propósitos regresa a finales de Julio de 1616 a Sicília, se traslada a Nápoles con el nuevo Virrey es comisionado nuevamente para trasladarse a Roma donde se entrevista con el Papa Paulo V en Abril de 1617; regresa a Nápoles y en enviado de urgencia a Madrid a donde llega el 24 de Julio. Por cedula de 29 de Diciembre de 1617, se otorga el titulo de Caballero de la Orden de Santiago a Francisco de Quevedo cuya ceremonia de toma del habito se celebró en Febrero de 1618. Regresa nuevamente a Nápoles de allí parte, por orden del duque de Osuna a conferenciar en Venecia “una diligencia de gran riesgo” que suponía la toma de Venecia, pero alguien delató la conjura y Quevedo huyó precipitadamente y salvó su vida vestido de pobre y con andrajos y gracias a su conocimiento no solo del italiano sino del dialecto veneciano. Llegó a Nápoles con la mala noticia de los sucesos antes de concluir el mes de Mayo y es enviado inmediatamente a Madrid para deshacer los malos efectos de los asuntos políticos. En 1617 había comenzado la Política de Dios, gobierno de Cristo nuestro Señor, las negociaciones de su embajada interrumpieron el tratado, y en los albores de 1619 lo prosiguió y dejó a falta de los últimos retoques, que dio, en Torre de Juan Abad en la primavera de 1621. Del año 1619 data asimismo su discurso teológico sobre la primera y mas disimulada persecución de los judíos contra Cristo Jesús y contra la iglesia en favor de la sinagoga que firmó como Toribio de Armuelles y volvió a temas graves con su poema heroico A Cristo Resucitado. Don Francisco invirtió el resto de 1619 en continuar una obra comenzada en 1609 o 1610: La vida de Fray Tomás de Villanueva, labor biográfica en la que tenía gran empeño por haber dejado un gratísimo recuerdo en la Universidad de Alcalá y porque en sus continuos viajes a la Torre de Juan Abad, había conocido en Villanueva de los Infantes a algunos de sus parientes, si bien, el insigne prelado había nacido en 1488 en la Villa de Fuenllana, cercana a Villanueva. Volvió Quevedo a estas tierras y ya el 14 de Febrero de 1620 se hallaba en la Torre de Juan Abad, donde, al no poder cobrar más que una pequeña cantidad de algún vecino, pidió se vendiera la jurisdicción, como queda dicho anteriormente, que ser amigo y testaferro de Alonso Mexía de Leiva adquirió y le cedió la jurisdicción de la villa, regresando a Madrid, donde conocía que el Duque de Osuna, a falta de la sagacidad, diplomacia y prudencia de su amigo don Francisco, no acertó a conjurar a sus enemigos y era destituido del virreinato de Nápoles. Escribe éste año la Premática y reformación deste año de 1620 años y no había terminado la vida de Fray Tomás de Villanueva, cuando escribe en doce días, del 8 al 20 de Agosto, su Epítome a la historia de la vida ejemplar y gloriosa muerte del bienaventurado F. Tomás de Villanueva. Mientras esto sucedía, don Francisco tomaba posesión de una casa que había comprado el 23 de Agosto en la calle del Niño, hoy de Quevedo, junto a las casas de Cervantes y de Lope de Vega en las calles de Francos y Cantarranas, hoy de Cervantes y Lope de Vega, respectivamente. Por azares del destino esta casa que compró Quevedo, estaba habitada por Luis de Góngora y Don Francisco impuso el lanzamiento. Góngora obligado a buscar otro domicilio se desató una vez mas contra Quevedo y contestándole éste, se inicio un nuevo ir y venir de sonetos y letrillas.
  • 8. Llega el Duque de Osuna a Madrid el 10 de Octubre, e inmediatamente, por orden del duque de Uceda, Quevedo era llevado preso como caballero de Santiago al convento- castillo de Uclés, residencia maestral de la Orden; sin conocerse las causas de su prisión, fue trasladado por mandato del Consejo de las Ordenes, a Torre de Juan Abad, dándole su casa por cárcel con apercibimiento de no salir de la Villa. Concluye su Política de Dios y los acontecimientos vinieron a vengarse por él. El 31 de Marzo de aquel año de 1621 muere Felipe III y en la consiguiente revolución al vencimiento del nuevo Rey, cae con estrépito el duque de Uceda, se salva el duque de Lerma gracias a su capelo de cardenal, cae también el presidente Acevedo y otros muchos personajes. Pero el sayo de la venganza cogió en medio al duque de Osuna que fue detenido el miércoles Santo, 7 de Abril. Estas noticias fueron llegando a Torre de Juan Abad y Quevedo, al ver caídos a Uceda y Acevedo, causantes de su destierro, dio fin a su Política de Dios y, para ganarse la voluntad del Conde de Olivares, nuevo valido del Rey, le remitió la obra en manuscrito con expresiva carta dedicatoria. Escribe la célebre Carta del Rey don Fernando el Católico al primer virrey de Nápoles y por fin; para no desperdiciar su tiempo en la Torre, el 16 de Mayo, comenzó a redactar sus Grandes anales de quince días, y poco después, según se iban sucediendo los acontecimientos políticos, el Mundo Caduco y desvaríos de la edad. En el proceso contra Osuna es llamado a declarar el 8 de julio de 1621. Se le deja libre con vigilancia y en Septiembre se le retira la vigilancia pero se le impide salir de Madrid y ve salir impreso su Caballero de la Tenaza. Cuando todo parecía resolverse el 4 de Enero de 1622 se le ordena que salga de Madrid “sin detenimiento alguno” y se fuese a la Torre de Juan Abad. Cae enfermo y se le permite, por no haber medico ni botica, trasladarse a Villanueva de los Infantes. Regresa a la Torre y el 6 de Abril escribe a “Dña. Mirena Riqueza” (Dña. Maria Enríquez), marquesa de Villamagna, remitiéndole y dedicándole el Sueño de la muerte que había escrito en su “Aldea”. Llegado Marzo de 1623, y por intercesión de Olivares, se le levanta el destierro sin que se hallara ni hiciera cargo ninguno. Sale para Madrid donde para ganarse el favor de Olivares le dirige la famosa Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, pieza magistral cuyos primeros versos se han hecho célebres: No he de callar por más que con el dedo Ya tocando la boca, ya la frente, Silencio avises o amenaces miedo. ¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente? Llegado el año 1624 el Rey Felipe IV inició un viaje a Cádiz para defender las tierras de los ataques de Gran Bretaña y en cuya comitiva iban, entre otros, el Conde de Olivares, el almirante de Castilla, el duque del Infantado, y otros muchos grandes de España y a los que acompañaba, también, Quevedo, quien tuvo el alto honor de alojar al Rey en su humilde casa de Torre de Juan Abad a principios de Febrero de aquel año. La comitiva volvió el 19 de Abril a la corte. El 25 de Septiembre de 1624 muere en la cárcel el gran duque de Osuna suceso doloroso para Don Francisco que tras la muerte de aquél escribiría cinco de sus mejores sonetos dedicados a su amigo, una poesía y los Dichos y hechos del Excelentísimo señor duque de Osuna en Flandes, Sicília y Nápoles obra perdida por serle sustraída en sus últimas persecuciones.
  • 9. Quedaba una rama de las letras aun no cultivada por Quevedo y esa era el teatro. Su primera comedia fue escrita en colaboración con Antonio de Mendoza y Mateo Montero y fue representada en el Real Alcázar el 9 de Julio de 1625. Escribió después muchos bailes (los mejores de nuestro teatro), loas, jácaras, diálogos y entremeses, que siguen la línea de los de Cervantes. Piezas magistrales son La Venta (de viveros), Los refranes del viejo celoso y El Zurdo alanceador. Escribió una tragicomedia, que no llegó a representarse, y una loa para la comedia de Tirso de Molina, Amor y celos hacen discretos, estrenada por Jerónima de Burgos. (“La Roma”) en traje de hombre. A principios de 1626 asistió con su Majestad a la jornada de Aragón. Hubo cortes en Barbastro, Monzón y Barcelona. Estando en Monzón terminó su Cuento de cuentos y lo dedico el 17 de Marzo a su amigo y testaferro don Alonso Mexia de Leiva, Oriundo de un pueblo próximo a la Torre de Juan Abad y residente en Segura de la Sierra. En la primavera de 1627 moría en su ciudad natal el 23 de Mayo, Luis De Góngora. En esas fechas el “cultismo” de Góngora hizo estragos y a las damas de la corte se les había pegado esa jerihabla, dando motivos a Quevedo para escribir su Aguja para navegar cultos y la Culta Latiniparla y provocó que éste le escribiera, poco antes de morir, y quizá presagiándolo un terrible epitafio: Fuese con Satanás, culto y pelado: ¡Mirad si Satanás es desdichado! Ya en 1617 los carmelitas descalzos no disimulaban su deseo de que se concediese el segundo patronato de España a la madre Teresa de Jesús y poco después por mandato de Felipe III se dispuso, el 5 de Octubre de 1620, se celebrase fiesta a la santa como patrona. El 12 de Marzo de 1622 se celebró su canonización. En 1626 consiguieron de Felipe IV que propusiera a las Cortes el patronato que pretendían, lograron que el Papa expidiera un breve el 31 de Julio de 1627 para, que se acatara lo que determinan las cortes. Protestaron las iglesias de Santiago y Sevilla y Quevedo, como caballero de la Orden de Santiago, tomó la defensa del Apóstol y a finales del otoño de 1627, escribió un Memorial en su defensa que se publicó en Febrero de 1628 con el título de Memorial para el patronato de Santiago. Dio con el nuevo rumbo a la cuestión; tuvo un éxito semejante al de la Política de Dios, el Buscón y los Sueños. Recibió parabienes de muchos teólogos, canonistas, religiosos, escritores y poetas. Fue contestado por otros y a éstos Quevedo los lapidó en Su Espada por Santiago, opúsculo escrito en la Torre de Juan Abad a donde se retiró, a principios de Marzo, para componerlo con tranquilidad y docta reflexión. Envió este Memorial al doctor Álvaro de Villegas, lejano pariente, gobernador del arzobispado de Toledo e intimo de Olivares. Le fue devuelto y aquellos acordaron meterle en la cárcel y enviarle seis meses a la Torre de Juan Abad. Aprovecho aquellos días para escribir el Discurso de todos los diablos o Infierno enmendado y varias poesías y allí estuvo hasta el año entrante en que se le concedió licencia para volver a Madrid adonde llegó en Enero de 1629. Siguió su actividad literaria en Madrid y pronto dedicó al Conde-Duque de Olivares las Obras de Fray Luis de León, acabó su Lince de Italia o zahorí español, opúsculo lleno de la experiencia política de sus años en Sicília y Nápoles y en Octubre de 1629 escribe el Chitón de las tarabillas. El 2 de Mayo de 1631 vende Quevedo la vara de alguacil de la Torre de Juan Abad, a favor de Andrés González de Quintana, por once mil reales, pagados en dineros, vacas y toros; con cuya cantidad pudo rescatar unas joyas depositadas en el Consejo de Ordenes desde el proceso del Duque de Osuna. Y el 29 del mismo mes establecía un acuerdo con el
  • 10. Concejo de la Torre sobre cuentas, censos, etc., finalizando así, al menos por entonces, los veintidós pleitos que sostuvo con su Villa. El mes de Junio de aquel año fue invitado por su amigo Don Antonio de Mendoza a escribir juntos una comedia para obsequiar a sus Majestades la noche de San Juan. La titularon Quien más miente medra más e invirtieron en su composición un solo día. La leyenda se inmiscuye ahora en la vida de Quevedo y las damas de Palacio se conjuran para casarle. Se resistía hasta que intervino Doña Inés de Zúñiga, esposa del Conde- Duque, y verdadera reina de España, y la cosa cambió de aspecto. Había que casarse. Quevedo no podía negarse y desairar a la más alta dama de la Corte. ¿Conocía la condesa de Olivares que don Francisco estaba amancebado desde 1620, a su regreso de Nápoles con Floris, conocida por “La Ledesma” y de la que tenía o había tenido hijos? Se ignora, pero es probable y que intentara apartarle de aquella situación, comidilla de sus enemigos. Y es su nuevo amigo, el duque de Medinaceli, quien le granjea a Doña Esperanza de Mendoza, señora de Cetina, una de las damas de las más alta aristocracia de Aragón y es el 31 de Enero de 1632 cuando Quevedo da poder en Madrid a Don Antonio Juan Luis de la Cerda, duque de Medinaceli para otorgar las capitulaciones del casamiento. Durante el año 1632 escribe La Perinola. Al doctor Juan Pérez de Montalban la sátira mas celebre del siglo XVII y que causó gran revuelo. Decidió, ante la aparición de obras con su nombre, por la codicia de los libreros, entre ellas la Casa de los locos de Amor y El entremetido don Reimundo; imprimir todas sus obras, saliendo en esta ocasión en defensa de las obras de Luis de Góngora, demostrando su nobleza, y si, mientras vivió lo sepultó con sus sátiras; muerto, respetó su nombre y sus cenizas. Decidido a editar todas sus producciones, aquel año de 1633 fue uno de los más prolíficos de Quevedo. A principios de él, recogió los materiales antiguos de su Doctrina moral del conocimiento propio, le adicionó dos tratados, el Modo de resignarse en la Voluntad de Dios nuestro Señor y La Doctrina para morir, o sea, la Prevención para la muerte; limó todo, lo refundió completamente y la dio por título La cuna y la sepultura. Viaja en Marzo a Medinaceli, cercano a la Villa de Cetina y a la vuelta pierde a su hermana doña Margarita que había otorgado testamento en Madrid el 28 de Marzo de 1633 y siendo enterrada en la iglesia del convento real de Santo Domingo. A fin de descansar viaja de nuevo a La Mancha, para unos días en Villanueva de los Infantes donde escribe una traducción de Séneca con el título De los remedios de cualquier fortuna dándole fin el 12 de Agosto en esta ciudad. Inmediatamente, y ya en la Torre de Juan Abad, empieza a escribir la Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales y que le ocupó hasta el mes de Octubre. A finales de éste mes vuelve a Madrid, y sin apenas descansar se puso a recoger y refundir antiguos escritos suyos, como el Discurso de la vida y tiempo de Focílides y el Nombre, origen, intento, recomendación y descendencia de la doctrina estoica, tradujo el Manual de Epicteto y con todos
  • 11. éstos materiales formó un solo volumen: Epicteto y Focílides en español con consonantes. Con el origen de los estoicos, y su defensa contra Plutarco y la defensa de Epicuro contra la común opinión. Dedicó la obra en Madrid a 12 de Enero de 1634,a su buen amigo Don Juan de Herrera y la segunda parte o Defensa de Epicuro, a Rodrigo Caro, también amigo suyo. A 26 de Febrero de 1634, servata forma Concilii tridentini, fueron cazados por palabras de presente don Francisco de Quevedo, señor de la Villa de Juan Abad, del reino de Castilla, con la señora desta villa de Cetina… Así rezaba el documento matrimonial de Quevedo de 54 años con Doña Esperanza de Mendoza que pasaba los 50 años con tres hijos: Juan Francisco Pérez Pomar Fernández Liñán de Heredia, fallecido al año siguiente; don Alonso Fernández Liñán Heredia y Mendoza y el hijo menor don Álvaro. En Cetina comenzó a escribir la Virtud militante contra las cuatro pestes del mundo, Envidia, Ingratitud, Soberbia y Avaricia, cuyo primer tratado, Envidia firmó allí el 5 de Abril de 1634. Y en cetina permaneció hasta finales de Abril y ya el 4 de Mayo se encuentra en Madrid en donde comunica al duque de Medinaceli su intención de ¡pleitear en Zaragoza! ¿Por qué? Por la dote de su mujer y que tras muchos avatares ni la injerencia del duque logró que Quevedo, tras perder los ochocientos ducados de renta que gozaba por la Iglesia del Caballerato, consiguiera cobrar los réditos de la dote de su mujer. Quevedo no la recuerda en ninguna de sus cartas a partir del 1º de Julio de 1634 y doña Esperanza en los documentos que firmó se llamó siempre viuda de su anterior marido, a excepción de uno, quizá por descuido del escribano, en que se la denomina “Señora de la Torre de Juan Abad”. Poco más de dos meses moraron juntos don Francisco y su esposa que se separaron definitivamente a últimos de 1636. Doña Esperanza murió en la fortaleza y palacio de Cetina el 30 de Diciembre de 1641, mientras él se encontraba preso en San Marcos de León. A finales de Octubre parte, de nuevo, para su Torre de Juan Abad, más triste que nunca, sin ilusiones, sin mujer y perdidos los ochocientos ducados anuales de renta eclesiástica. ¡Había hecho un negocio redondo! Si llevaba algún dinero era de la venta realizada el 24 de Agosto, de sus dos casas en Madrid. No le quedaban más bienes que el censo de su Villa y el traspaso de los privilegios de sus libros. En los primeros meses de 1635, Quevedo mantiene una abundante correspondencia con su amigo Sancho de Sandoval, residente en Béas de Segura (Jaén), dando a conocer en una de ellas el día en que nació, dato que se ignoraba. Vuelve a Madrid el 17 de Marzo, con la intención, manifestaba por él de regresar inmediatamente a la Torre, pero los acontecimientos le entretienen y el 6 de Junio de 1635, el Rey Luis XIII de Francia, declara la guerra a España. Escribe, entonces, Quevedo su carta al serenísimo, muy alto y muy poderoso Luis XIII, Rey Cristianismo de Francia, por orden de Felipe IV, y en donde atacaba a la nación vecina, haciendo hincapié en la conducta inconsecuente y engañosa observada por los franceses con los españoles. Por aquella época todavía perduraban y sangraban las heridas tras la publicación de La Perinola y todos sus enemigos se conjuraron y unieron para la batalla general: el maestro de armas Luis Pacheco de Narváez, Juan de Jáuregui, Pérez de Montalbán, Diego Niseno y otros, sacaron a la luz un libelo titulado El Tribunal de la justa venganza, erigido contra los escritos de D. Francisco de Quevedo, maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo entre los hombres. Se publicó con el seudónimo de “El Licenciado Arnaldo Franco- Furt” a finales del otoño. Pacheco de Narváez (Franco- Fort) simula escribir en Sevilla y oculta el nombre de sus cómplices. No contestó Quevedo, pero sí, enterado de que el principal de los autores era Pacheco Narváez, mandó prenderle y este fue preso.
  • 12. Escribe en aquellos días cuatro ensayos que integraron la segunda parte de la Virtud Militante y la chispeante Visita y anatomía de la cabeza del Cardenal Armando de Richelieu, hecha por la escuela médica de Montpellier y posteriormente compuso otra sátira, mas graciosa aun, compendio de todas sus ingeniosidades, el Poema heroico de las necedades y locuras de Orlando el enamorado, dirigido al hombre más maldito del mundo. Como deseaba salir a todo trance de la Corte, donde, contra su voluntad, se había detenido ocho meses, partió, al fin para la Torre de Juan Abad a la entrada de Noviembre de 1635 con un “sol de Julio” según su frase. Apenas llegado comenzaron a llegarle despachos y más despachos de diez y doce pliegos desde el Real Alcázar, para que en la Torre los despachase como Secretario del Rey. Aprovecha para componer los tres últimos tratados de la Virtud militante y que anunció desde la Torre el 4 de Febrero de1636. Permaneció en su Torre de Juan Abad tres meses mas y escribió en ella todavía su magna obra La hora de todos y la Fortuna con seso, que terminó y que no firmó sino con su anagrama Nifroscaucod Diuque vasgello (Don Francisco de Quevedo y Villegas) el 12 de Marzo partiendo a mediados de Mayo para Madrid y su estancia es aprovechada por los escritores zaheridos en La Perinola para atacarle con nuevas invectivas. Don Francisco les contestó a todos, por última vez, con un gracioso romance que comenzaba: Muchos dicen mal de mí, Y yo digo mal de muchos, Mi decir es más valiente, Por ser tantos y ser uno. Pero Quevedo se cansa en Madrid y anhelando su Torre vuelve a ella a finales de Octubre, llegando a su villa el 4 de Noviembre y se pone enseguida a trabajar. Compone primero el Breve compendio de los servicios de Don Francisco Gómez de Sandoval, segundo duque de Lerma, después, la Relación en que se declaran las trazas con que Francia ha pretendido inquietar los ánimos de los fidelísimos flamencos a que se rebelasen contra su rey y señor natural. Se encontraba en plena labor cuando es reclamado por el Conde- duque. Se desconoce el motivo de tan apresurada llamada, pero tras un tiempo en Madrid, quiere salir de nuevo hacia la Torre, aunque, atendiendo las solicitudes del duque de Medinaceli, marcha con el en Abril de 1637 a su palacio de Cogollludo. Le sientan mal las aguas y en Mayo cae gravemente enfermo, rechaza los médicos del duque, acorde con sus principios, y está a punto de fallecer aunque luego dirá que sanó por no curarse. Pero desde Mayo hasta principios de Diciembre no se encuentra con fuerzas para marchar a su Torre de Juan Abad en donde puede abandonar al fin la muletilla, hacer pinitos, andar a trompicones, irse restaurando y escribir. Ante la situación política con Portugal y Francia, Quevedo regresa a Madrid en Mayo de 1638. El 7 de Septiembre se derrota a los franceses y Quevedo escribe poco más tarde La sombra de Mos de la Forza se aparece a Gustavo Horn, preso en Viena, y le cuenta el lastimoso suceso que tuvieron las armas de Francia en Fueterrabía. Regresa de nuevo a la Torre en Diciembre, pero apenas había tenido tiempo para descansar, cuando recibió orden del Rey y un propio del duque de Medinaceli para que
  • 13. marchase a Madrid. A toda prisa se dirigió a la Corte el 16 de Enero de 1639. Se hospeda en el palacio del duque, quien, sin duda trataba de consultar a Quevedo sobre el nombramiento que acababa de recibir de virrey de Aragón. El duque rechazó el nombramiento, curiosa coincidencia con Quevedo de no querer aceptar puesto alguno que les supusiera ser cómplices de la política del Conde-Duque. Sucede entonces a primeros de Diciembre que El Rey, al sentarse a la mesa, halló debajo de la servilleta el Memorial que comenzaba: Católica, sacra y leal majestad, Que Dios en la tierra os hizo deidad; Un anciano pobre, sencillo y honrado, Humilde os invoca, y os habla postrado. Llamado el Conde-Duque, se practicaron averiguaciones y no tardó en presentarse el Judas, delatando a Quevedo. Sea quien fuere el delator, el Rey determinó prender a Quevedo, y el Conde- Duque darle un castigo ejemplar. Quevedo supo el nombre de su delator pero siempre guardó silencio sobre el mismo, quien, ordenada la prisión para la noche del día 7 de Diciembre, tuvo la inconcebible desvergüenza de pasar “toda la tarde” con Don Francisco, “haciéndose guarda de sus miedos” en palabras de Quevedo. A las once de la noche al palacio del duque de Medinaceli dos alcaldes de corte, y con gran silencio y secreto, mientras uno de ellos fue a hablar al duque de parte del Rey, otro prendió a Quevedo, que se hallaba acostado, haciéndole vestirse a toda prisa y sin darle tiempo siquiera a ponerse camisa y capa a pesar del frío intensísimo. Se registraron vestidos, escritorios y cofres, se incautaron todos sus papeles. Sacaron al preso en coche hasta el Puente de Toledo, donde esperaba la justicia para acompañarle a San Marcos de León, perteneciente a la Orden de Santiago. Al cruzar el Puente de Toledo y ver al insigne escritor tan desabrigado, a su edad, tiritando de frío, Robles le proporcionó un ferreruelo de bayeta y dos camisas y uno de los alguaciles de corte, unas medias de paño, aliviándose un poco. Ni aun en la cárcel Quevedo, descansaron sus enemigos que pidieron al Conde- Duque su cabeza. El 10 de Enero de 1640 le quitan la jurisdicción de la Torre de Juan Abad y en Febrero sale desterrado de Madrid, el duque de Medinaceli. No hay la menor noticia de don Francisco en los seis primeros meses de su prisión en que empieza a escribir La constancia y paciencia del Santo Job, venía más que a propósito para su estado. No tardaron los acontecimientos políticos en darle la razón; el 7 de Junio de 1640 sucedía en Barcelona la triste jornada del Corpus de Sangre; el 4 de Diciembre se alzaba en rebeldía Portugal; en Andalucía había problemas con el duque de Medinasidonia; acrecentándose la división de los españoles por la ceguera de conservar en el Poder a un hombre injusto e inepto, al que para su desesperación, le llegaba la noticia de la impresión en Barcelona a mediados de 1641, del célebre Memoria Sin que se pudiera dulcificar su prisión Quevedo cae gravemente enfermo al sentirse morir, tuvo la debilidad de solicitar clemencia al Valido. El 7 de Diciembre de 1641 remitió a Olivares un memorial que no surgió efecto alguno y solo se suavizó tras la intervención del Padre jesuita Pedro Pimentel y el también jesuita Mauricio de Attdo, quien le visitaba a menudo. A pesar de los rigores y los infortunios siguió su labor literaria en prisión escribiendo,si bien bajo seudónimo, los opúsculos Descifrase el
  • 14. alevoso manifiesto con que previno el levantamiento del duque de Berganza con el Reino de Portugal don Agustín Manuel de Vasconcellos y La rebelión de Barcelona no es por el huevo ni es por el fuero. Por aquellos días escribió El martirio pretensor del mártir, biografía de P. Marcelo Francisco Mastrili y escribió su gran tratado de la Providencia de Dios y que terminó en Diciembre de 1642.Terminaba también un Antídoto en defensa de Arias Montano y comenzó a escribir su Vida de San Pablo Apóstol. El 23 de Enero de 1643, cae con formidable estrépito, el Conde- Duque, pero no llega la noticia a Quevedo hasta el 2 de Febrero. El 4 de Febrero don Francisco escribe un memorial a Felipe IV, suplicándole se sirviera mandarle desagraviar, pues seguía en prisión sin que se le hiciera cargo ni causa y le sustituyese la libertad, la honra, la hacienda y los papeles. Era por entonces presidente del Consejo de Castilla don Juan Chumacero y Sotomayor, quien tomó a su cargo salvar al reo y consiguió vencer la resistencia del monarca, ofendido sin duda por los malos informes de Olivares, y, por fin, consiguió el excarcelamiento el 3 de Mayo de 1643. Al mismo tiempo hubo indulto para Adán de la Parra, preso también en León y de quien el Conde- Duque decía era tan maldita su pluma como su lengua, y que mantuvo correspondencia con Quevedo en sus encarcelamientos. Quevedo y Parra llegaron a primeros de Julio a Madrid y salieron a recibirles el Duque del Infantado, con los de Maqueda y Nájera, a los que se les adelantó don Francisco de Oviedo, secretario del monarca y apasionado de don Francisco. Al ver el deplorable estado de salud, el duque de Medinaceli; le invitó a reponerse en su palacio de Cogollado; en donde residió hasta septiembre que volvió a Madrid haciendo los negocios de Medinaceli y disponiendo la publicación de alguna de sus obras; Marco Bruto y La vida de San Pablo que dedico, en homenaje y acción de gracias, a su libertador don Juan Chumacero. A Quevedo no le sonrió la fortuna en la vida, como no le sonrió en los amores. Amó a Isabel, junto al Henares, su primera novia. Quiso a Amarilis penó mucho tiempo con Aminta. Luego se aficionó a Tirsis, a Filis, a Laura, a Antonia, a Flora, a Jacinta, a Carilina, a Inarda…, cuyos verdaderos nombres nos son desconocidos y que o le desdeñaron o no arraigaron en su corazón. Poco sabemos de Floris (La Ledesma), y ojalá no supiéramos nada de Doña Esperanza de Mendoza. Sin embargo, hubo otra, Lisi (Luisita de la Cerda, de la casa de Medinaceli), que fue su amor imposible y la que le dejo herido su corazón para siempre. Y es aquí donde conviene destruir la vulgar opinión de aquellos críticos y biógrafos que, con incomprensible ceguera, han tildado de poco tierno y aun de frió en los sentimientos amorosos, a nuestro escritor. Pero decíamos que, con el corazón roto, sin fuerzas y cansado de Madrid, añora su Torre de Juan Abad, único patrimonio, sus amigos de Infantes y de Beas de Segura, la quietud y el regalo de la caza, parte hacia su “Aldea” a finales del mes de Octubre de aquel 1644. Va tan maltrecho que en Toledo y Consuegra le tienen por muerto, y llega a la Torre con más señales de difunto que de vivo. En esta situación escribe en la Torre la Segunda parte de Marco Bruto, y a los pocos días, ante lo riguroso del tiempo, su enfermedad y la falta del médico y botica en la Torre de Juan Abad, el 10 de Enero de 1645, se traslada a Villanueva de los Infantes en casa de su amigo, el humanista Bartolomé Ximénez Patón. Pero, hacia el 15 de Abril empeora tanto, que abandona la casa de Ximénez Patón y pasa a, una celda del convento de Santo Domingo y era tal su situación que en el mes de Mayo se habla de su muerte. Don Francisco quiere parar a Granada, con su concuñado el arzobispo, el médico le aconseja Toledo por su proximidad, pero Quevedo no solo no puede ponerse de viaje, sino ni moverse. Recibe las visitas de sus sobrinos Don Juan Carrillo y Aldrete y Don Pedro Aldrete Carrillo Quevedo y Villegas, que fue segundo señor de la Torre de Juan Abad.
  • 15. El 21 de Julio recibe Quevedo la noticia de la muerte del Conde-Duque, fallecido en Toro, y aquí si, tuvo fuerzas para escribir a su tocayo Oviedo “Señor don Francisco, yo, que estuve muerto el día de San Marcos, viví para ver el fin de un hombre que decía había de ver el mío en cadenas”. Pero no se dilató mucho de la muerte de don Francisco el 5 de Septiembre escribía unos renglones a Oviedo. Fue su última carta. Había hecho testamento el 26 de Abril y codicilo el 24 de Mayo. Dispuso que su cuerpo fuera sepultado, por vía de depósito, en la capilla mayor del convento de Santo Domingo, para que de allí le transfirieran a la Iglesia de Santo Domingo el Real de Madrid, al sepulcro de su hermana Margarita. Funda un mayorazgo que lega en su sobrino don Pedro Alderete. Era el 8 de Septiembre cuando expiraba don Francisco de Quevedo y Villegas, Caballero de la Orden de Santiago y Señor de la Torre de Juan Abad. Sus amigos no respetaron su voluntad y le dieron sepultura en la parroquia de San Andrés en la Capilla de los Bustos. No respetaron sus huesos que siglo y medio después fueron mezclados en una fosa común. Pero si no respetaron sus huesos; ni los auténticos, ni los apocrifos, y se perdió el cuerpo, nos queda en sus obras su alma inmortal. Como literato, Quevedo cultivó todos los géneros literarios de su época.
  • 16. Se dedicó a la poesía desde muy joven, y escribió sonetos satíricos y burlescos, a la vez que graves poemas en los que expuso su pensamiento, típico del Barroco. Sus mejores poemas muestran la desilusión y la melancolía frente al tiempo y la muerte, puntos centrales de su reflexión poética y bajo la sombra de los cuales pensó el amor Lo que Quevedo legó en sus obras, no es, pues, uno, sino varios Quevedos: "Empujo fe e ideas del patriota Quevedo, del político Quevedo, del "religioso" Quevedo, del "humanista" Quevedo [...] Lipsio de España y Juvenal español" escribe Raimundo Lida en el prólogo de sus Prosas de Quevedo. Obras seleccionadas Mundo caduco y desvaríos de la edad (1621) Grandes anales de quince días (1621) La culta latiniparla (1624) Cuento de cuentos (1626) Memorial por el patronato de Santiago (1627) Lince de Italia y zahorí español (1628) El chitón de Tarabillas (1630) Doctrina moral del conocimiento propio, y del desengaño de las cosas ajenas (1630) La aguja de navegar cultos con la receta para hacer Soledades en un día (1631) La Perinola (1633) Execración contra los judíos (1633) La cuna y la sepultura para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas (1634) Breve compendio de los servicios de Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma (1636) La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero (1641) Providencia de Dios (1641) Vida de Marco Bruto (1644) Vida de San Pablo (1644) Las cuatro pestes del mundo y los cuatro fantasmas de la vida (1651) España defendida y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros sediciosos Vida de Santo Tomás de Villanueva La constancia y paciencia del santo Job La cuna y la sepultura (1634), de Francisco de Quevedo En prosa, la producción de Francisco de Quevedo es también variada y extensa, y le reportó importantes éxitos. Escribió desde tratados políticos hasta obras ascéticas y de carácter filosófico y moral, como La cuna y la sepultura (1634), una de sus mejores obras, tratado moral de fuerte influencia estoica, a imitación de Séneca. Sobresalió con la novela picaresca Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, obra ingeniosa y de un humor corrosivo, impecable en el aspecto estilístico, escrita durante su juventud y desde entonces publicada clandestinamente hasta su edición definitiva. Más que su originalidad como pensador, destaca su total dominio y virtuosismo en el uso de la lengua castellana, en todos sus registros, campo en el que sería difícil encontrarle un competidor. Algunos datos sobre la obra poética de Quevedo
  • 17. El carácter especial de la transmisión de una parte de su producción en prosa y de su poesía, su circulación en copias manuscritas, su impresión en ediciones piratas o anónimas del S. XVIII, y las continuaciones generadas explican la provisionalidad de muchos textos del corpus. El panorama ha cambiado en los últimos años con aportes fundamentales para el establecimiento de esta nómina, como los trabajos de Crosby y Jauralde, quien se ha ocupado, además, desde otro ángulo, de determinar la cronología de las últimas obras redactadas en los años de la prisión de San Marcos, y de las ediciones póstumas, para aclarar problemas aún no resueltos de su transmisión. La recuperación de la obra poética de Quevedo en textos responsables no se inicia hasta 1963 con la primera edición de Blecua, donde se rectifican numerosos errores de Astrana y se ofrecen textos de confianza; la posterior edición crítica de Obra poética con las variantes de numerosos manuscritos, representa hasta hoy el mayor esfuerzo editor y texto base para el estudio de esta poesía. A pesar de la fama adquirida como poeta desde muy temprano (en 1603 Pedro de Espinosa recoge 18 poesías de Quevedo en sus Flores de poetas ilustres, publicada en 1605) la mayoría de sus composiciones no se imprimen en vida ni bajo su vigilancia. Circulan en copias manuscritas o son seleccionadas por diversos editores para su inclusión en antologías. En una carta del 12 de febrero de 1645, escrita en Villanueva de los Infantes, Quevedo anuncia: "Y ansí me voy dando prisa, la que me concede mi poca salud a la Segunda Parte del Marco Bruto y a las Obras de versos" (Epistolario, 486). No obstante, Quevedo no llegó a ver impresa su obra poética. Sabemos que a su muerte, su sobrino y heredero, Pedro Aldrete, vendió el original de las Nueve Musas al editor Pedro Coello. En el contrato de venta, descubierto por Crosby, se incluye una cláusula según la cual se le permite a Coello que "haga las diligencias que bien visto le fueren para recoger los cuadernos del dicho libro que así le vendo, para que no salga su impresión diminuta, y tenga el lustre que se pretende con esta diligencia". Probablemente, en ese momento González de Salas trabajaba todavía en la preparación del manuscrito. Su edición parece haberse basado en las notas preparadas por Quevedo. El editor indica que él estaba al tanto de las intenciones de nuestro poeta en lo que respecta a la división temática del volumen en nueve clases o grupos de poemas designados cada uno con el nombre de una musa: Concebido había nuestro poeta el distribuir las especies todas de sus poesías en clases diversas, a quien las nueve musas diesen sus nombres, apropiándose a los argumentos la profesión que se hubiese destinado a cada una [...] Admití yo, pues, el dictamen de Don Francisco, si bien con mucha mudanza, así en las profesiones que se aplicasen a las musas, en que los antiguos propios estuvieron muy varios, como en la distribución de las obras que en aquellos rasgos primeros e informes él delineaba González de Salas redactó los epígrafes explicativos de las composiciones y una serie de notas filológicas al texto. La información con la que contamos en estos momentos permite suponer, pues, que los 600 poemas del Parnasoconstituyen versiones acreditadas del texto final de la poesía quevediana, y gozan de garantía para las seis musas que lo componen. En 1670, el sobrino de Quevedo, Pedro Aldrete publicó Las tres musas últimas castellanas, con la intención de completar la publicación de las poesías quevedianas, pero sus textos son menos fiables que los de González de Salas. Ya en el XIX aparecen las ediciones de Aureliano Fernández Guerra y Florencio Janer en la Biblioteca de Autores Españoles. En nuestro siglo las ediciones de Astrana Marín (Obras completas, Madrid, Aguilar, 1932, con varias reediciones) son de muy escaso rigor, aunque aportaron textos nuevos y materiales importantes. Mucho más rigurosas son las ediciones de Blecua, Poesía original, y sobre todo Obra poética (ver la bibliografía para sus datos), donde se recogen numerosas
  • 18. variantes de manuscritos y ediciones. Todavía quedan por resolver problemas textuales complejos, y fundamentalmente queda por resolver el problema de la explicación (anotación) de los difíciles poemas quevedianos, parcialmente acometidos en en algunos trabajos recientes. El marco literario de la poesía de Quevedo Tradición e innovación Los lectores actuales suelen acercarse a la literatura del Siglo de Oro desde formas de pensamiento y hábitos de expresión que corresponden a una mentalidad contemporánea. La recepción de la poesía áurea experimenta así una fuerte limitación: se prestigian los significados "atemporales" de los textos leídos, aquellos que apelan a cualquier individuo en cualquier circunstancia histórica, pero se restringe la capacidad comunicativa del texto. La poesía de Quevedo expresa unas preocupaciones y actitudes que, en cierta dimensión, son universales, pero no deja tampoco de ser universal en otra medida la transmisión de una experiencia cultural, la del poeta, que se comunica con sus lectores mediante la manipulación de un lenguaje en el que se encuentra fijada la vida de una sociedad en un momento específico de su historia. Quienes leían la poesía de Quevedo en el XVII compartían la misma lengua y experiencias culturales. Percibían la realidad desde estas experiencias, ya que la realidad se "revela a la conciencia colectiva" a través del lenguaje que pueda describirla. Sin duda, como creadores, Quevedo, Góngora o Lope, innovaron los códigos y formas poéticas que utilizaron, los modificaron y adaptaron. Pero no inventaron ex nihilo una lengua poética, ni hubieran podido hacerlo, ya que sus opciones se enmarcan en la tradición artística de su época. Por ello, para apreciar la innovación efectuada por Quevedo en su poesía, conviene tener presente cuáles eran las convenciones actuantes. El prestigio de los modelos encauzaba la creación: ciertos contenidos solo podían ser expresados con un lenguaje literario determinado y dentro del ámbito de géneros específicos. Escoger un tema para su desarrollo poético implicaba aceptar las reglas de un género, es decir, un estilo, una escritura que lo conformara. Semejante estilo obligaba además a mantenerse dentro de los límites de ciertos niveles de lengua predeterminados: la poesía amorosa evitaba formas de dialectos sociales que correspondieran a estratos no cultos; la poesía satírica se afianzaba en la reproducción de coloquialismos y vulgarismos, o en la utilización de un léxico que denotara objetos de una realidad prosaica; la poesía moral se construía con palabras que pertenecían a los códigos de la filosofía moral o del discurso religioso. El lector competente de la época registraba, con seguridad, no solo los casos de adhesión total a las normas generalizadas por las poéticas, sino también la ruptura de las convenciones, o, como se ha venido llamando, la "desautomatización" del código o del género elegido. La voz de Quevedo en el ciclo de poemas amorosos a Lisi difiere considerablemente de la voz elaborada en los sonetos o romances satíricos, en los que vituperan o castiga a figuras femeninas obviamente despreciables para quien enuncia el poema. El elogio hiperbólico de la belleza de la amada, formulado en las convenciones del código petrarquista, se opone así al retrato grotesco de la dueña, de la vieja o de la pidona, que veremos más adelante. Estilo culto y conceptismo Góngora y Quevedo innovaron la poesía de su época en direcciones distintas pero complementarias a partir de unos códigos compartidos y de una visión de la literatura como arte de las minorías educadas que se apartaba del vulgo profano horaciano. Conviene recordar aquí que esta adhesión a la idea de que el arte es patrimonio de unos pocos implicaba circunscribirlo a los grupos dominantes. En la dedicatoria al Conde Duque, escrita en 1629, para enviarle su edición de las obras de fray Luis de León, Quevedo resume su posición estética:
  • 19. El arte es acomodar la locución al sujeto. Todo lo dijo Petronio Arbitro mejor que todos. Oiga vuestra excelencia sin prolijidad la arte poética en dos renglones: "Effugiendum est ab omni verborum ut ita dicam vilitate, et sumendae voces a plebe summotae, ut fiat Odi profanum vulgus et arceo (Hace de huir de toda la vileza de los vocablos y han se de escoger las voces apartadas de la plebe, porque se pueda decir: Aborrecí el vulgo profano). Quevedo, que criticó sarcásticamente el léxico afectado de los cultos en diversos escritos, gongoriza con cultismos e hipérbatos en su poesía amorosa, acercándose a la de su archienemigo en más de una ocasión. Lo que domina en Quevedo es, en conjunto, el lenguaje poético conceptista según lo codifica Gracián, con toda la complejidad de los conceptos mentales y verbales preconizados por semejante estética, y llevados hasta el extremo de toda habilidad y experimentación con la lengua y con la poesía, a partir de la utilización creadora de los modelos escogidos. La poesía como imitativo Las "Prevenciones al lector" de González de Salas, que introducen su edición del Parnaso, se abren con un elogio de Quevedo poeta: La felicidad de el ingenio de nuestro Don Francisco, fuera es de toda duda que reinó en la poesía. Pocos creo que lo entendieron así por comunicarle íntimamente pocos, pero yo lo tuve bien advertido siempre, aun cuando más presumió de otras erudiciones, y ansiosa y afectadamente las profesó y se divirtió por mucha edad en ellas. Grande facultad tuvo poética, y más por su naturaleza, digo, que por su cultura, pudiendo también asegurar que hasta hoy no conozco poeta alguno español versado más en los que viven, de hebreos, griegos, latinos, italianos y franceses; de cuyas lenguas tuvo buena noticia, y de donde a sus versos trujo excelentes imitaciones. Más adelante, al explicar su labor como editor y delimitar lo que en el Parnaso respondía a la decisión de Quevedo y a sus propias intervenciones, declara: las literarias ilustraciones que se pudieran hacer muy oportunas, y decentes, por ser tantos los versos de éstos muy eruditos, no tienen aquí lugar; otro podrá ser que las cuide. Las fuentes se apuntan alguna vez González de Salas se refiere en ambos pasajes a un procedimiento básico de la producción textual en el Siglo de Oro que continuaba prácticas grecolatinas: el principio ciceroniano de la imitación de textos literarios prestigiados como modelos artísticos de un género o estilo determinado. El uso de modelos para el estilo poético estaba claramente definido en las poéticas italianas. En España, desde el Brocense hasta Gracián, pasando por Carvallo y otros, los editores de obras poéticas y los preceptistas se ocuparon del estudio de las fuentes o de la exposición de los principios teóricos que regían el procedimiento. El punto de partida de muchos poemas de Quevedo pueden ser unos versos de un autor clásico, una expresión que se recrea, una alusión a un pre- texto poético que transforma emulando al escritor que los produjo. Se crea así una especie de diálogo entre un autor y sus predecesores a los que intenta superar. Quevedo formuló poéticamente esta imagen del diálogo con la literatura del pasado en un conocido soneto: Retirado en la paz de estos desiertos con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos. Si no siempre entendidos, siempre abiertos, o enmiendan o fecundan mis asuntos, y en músicos callados contrapuntos
  • 20. al sueño de la vida hablan despiertos. Las grandes almas que la muerte ausenta, de injurias de los años, vengadora, libra, ¡oh gran don Iosef!, docta la emprenta. En fuga irreparable huye la hora, pero aquella el mejor cálculo cuenta que en la lección y estudio nos mejora. La erudición de Quevedo, sus vastas lecturas de autores clásicos y españoles se hace presente en sus reelaboraciones poéticas siempre convincentes y originales. De hecho, la noción de originalidad de esta poesía puede estudiarse en esa capacidad de transformar un subtexto en un nuevo enunciado. Ya lo veía así González de Salas en su introducción a la musa Polimnia: Pero en la imitación hoy moderna de los famosos auctores de la edad pasada [...] es virtud digna de alabanza lo que ahora figurábamos vituperio, y destreza estimable de el ingenio y de la doctrina. El traer, digo, a los idiomas vulgares ilustres copias y traslados de los originales de las dos eruditas lenguas griega y latina, bien ansí como los mismos latinos se enriquecieron y adornaron usurpando a los griegos el esplendor, y mejor caudal de sus sciencias y artes En este sentido, para González de Salas, la adaptación de estas fuentes al español es perfecta: estos adornos transferidos de la literatura clásica a la española y "connaturalizados en nuestro lenguaje" prestigian al español "que tanta aptitud tiene para recibirlos y convertirlos en suyos naturales" (p. 122). Y prestigian también al poeta que los imita, que se expresa en esta práctica de modo personal: Ni debe esto admirarnos en gran manera, si es ansí, hallarse raras veces ingenio tan servil y tan cobarde que escrupulosamente no exceda de las pisadas que otro dejase impresas. Cierto es que cada ingenio excelente indulge a su genio, como es la fórmula proverbial antigua, y fabrica su carácter diverso en la estructura y forma esencial de la arte que profesa y practica, como en el estilo de que viste su sentencia (p. 121) Imitar modelos consagrados artísticamente era práctica corriente en el Siglo de Oro. En los textos de Quevedo esto se convierte en ejercicio fascinante, precisamente porque el crear a partir de un modelo se ensambla con su crear a partir del lenguaje, rasgo este último característico de su poesía y de su prosa. Lázaro Carreter, refiriéndose a la prosa de Quevedo, dijo que era "fundamentalmente un glosador". Para Lázaro, Quevedo concebía fragmentariamente y sus obras eran el resultado de ensartar piezas sueltas: así compuso el Marco Bruto o la Política de Dios. Pues bien; estos ejercicios de amplificatio con los que construye a veces su prosa se complementan con el trabajo de la imitación en la unidad más o menos cerrada de un poema. En ambas tácticas, Quevedo demuestra lo que hoy percibimos como su pasión por la letra, por el lenguaje, con el que fabrica conceptos y a partir del cual concibe sus ficciones satíricas. Clasificación de las poesías quevedianas. Códigos poéticos y universo imaginario Las clasificaciones que podemos tomar en consideración a propósito de la poesía quevediana, son fundamentalmente de dos tipos: la moderna, representada en la edición "canónica" de Blecua, que responde a criterios temáticos, y que distingue poemas metafísicos, amorosos, morales, religiosos, poemas líricos a diversos asuntos, satíricos y burlescos, etc. y la clasificación reflejada en la edición aurisecular del Parnaso español, preparada por González de Salas, que al parecer responde a las intenciones del propio poeta, de dividir su corpus en nueve secciones, cada una adscrita a una musa distinta según las advocaciones genéricas atribuidas.
  • 21. Dejando a un lado las dificultades sempiternas que plantea una clasificación, y de las que el propio González de Salas se hace eco en los preliminares del Parnaso, puede observarse en ese vasto y variado corpus poético de Quevedo (875 composiciones en las ediciones de Blecua) tres grupos centrales: 1. los poemas que continúan la tradición petrarquista y recrean motivos y topoi del discurso amoroso renacentista; 2. los poemas que rehacen motivos y topoi de raigambre ética, comunes al discurso religioso cristiano y a las corrientes neoestoicas de la filosofía moral en Renacimiento; y 3. los poemas que recrean figuras y situaciones características del discurso satírico. De estas tres tradiciones, la satírica es la más representada cuantitativamente, con 363 poemas, más del 40%. Cada uno de estos tres grupos muestra fuerte cohesión, pero ello no se debe a razones estrictamente temáticas. Por el contrario, ciertos temas seminales de la obra de Quevedo atraviesan todos los subgéneros poéticos cultivados: la brevedad de la vida, el paso inexorable del tiempo, el cuerpo como sepulcro, son motivos que configuran tanto un soneto amoroso como un soneto moral o un poema satírico. Importa más destacar cómo cada uno de estos subgéneros se caracteriza principalmente por la utilización de códigos literarios específicos de la época, que estructuran no solo una semántica, sino también una sintaxis poética, y que maneja Quevedo de modo personal. Poemas amorosos Uno de los tantos falsos problemas con que a menudo nos encontramos en las historias de la literatura y en la crítica literaria es el de la "incongruencia" entre los ataques misóginos de la poesía satírica, y los poemas de amor de Quevedo. Un crítico cuyo nombre piadosamente callaré, afirmó que los poemas de amor Quevedo los escribía "para despistar". Pero no hay incongruencia ninguna: en el ejercicio poético habitual de un poeta barroco, el cultivo de los diversos géneros lleva aparejado el cultivo de diversos registros temáticos y expresivos. Quevedo poeta, que es el que primordialmente aquí nos interesa, escribe, como cualquier otro poeta (mejor que la mayoría) poemas de amor, y también poemas satíricos. En un territorio se mueve dentro del código amoroso vigente; en el otro dentro de las modalidades de la sátira. La misoginia quevediana, de haberla, la habrá en la sátira (donde no se admitiría hacia la mujer ninguna actitud positiva por los mismos imperativos del género): sería, en cambio, absurdo buscar un ataque degradatorio y caricaturesco a la mujer en los poemas amorosos. La poesía amorosa de Quevedo se inserta en la tradición del Canzoniere de Petrarca, que Boscán, Garcilaso, Herrera y Lope habían adaptado a la lírica española. Quevedo revitaliza sus motivos y códigos de manera personal. Las investigaciones de Pozuelo Yvancos han puesto en entredicho la vieja tesis de O. Green que derivaba estos poemas quevedianos de la tradición del amor cortés. El marco semántico central de esta lírica amorosa parece de raigambre neoplatónica. Ocurre que el neoplatonismo acogió sintéticamente elementos provenientes de la poesía cortés y del petrarquismo: se observan rastros de estos sistemas literarios en obras neoplatónicas, que reaparecen en algunos poemas de Quevedo. Con todo, para Pozuelo, esta poesía debe leerse en conjunción con dos obras claves para la divulgación del ideario neoplatónico en el Renacimiento: los Diálogos de amorde León Hebreo, y Los Asolanos de Bembo. En ellos se encuentran casi todos los motivos que configuran ideológicamente esta poesía: la amada inaccesible, la comunicación frustrada entre amante y amada, el secreto de amor, el amor constante, la queja dolorida, el peregrinaje de amor, etc... En estos poemas se construye una y otra vez la misma situación imaginaria: el amor por la amada, inalcanzable o desdeñosa, implica una renuncia del deseo, es conocimiento de la virtud que renuncia al cuerpo y huye de lo mortal. Amar en este código se diferencia de querer, que implica la posesión de la amada. La belleza de la amada es reflejo de la
  • 22. hermosura del alma, de su bondad, que a la vez trasunta la perfección divina. El amor nace de la contemplación de la hermosura: la vista, los ojos, adquieren gran importancia en esta conceptualización del amor, porque son "vehículo de la comunicación de las almas", como se expresa en el soneto 333: Las luces sacras, el augusto día que vuestros ojos abren sobre el suelo, con el concento que se mueve el cielo en mi espíritu explican armonía. No cabe en los sentidos melodía imperceptible en el terreno velo, mas del canoro ardor y alto consuelo las cláusulas atiende l'alma mía. Primeros mobles son vuestras esferas, que arrebatan en cerco ardiente de oro mis potencias absortas y ligeras. Puedo perder la vida, no el decoro a vuestras alabanzas verdaderas, pues, religioso, alabo lo que adoro. El código petrarquista se caracteriza en el plano verbal por un sistema de antítesis y juegos de opuestos que traducen sintáctica y semánticamente la inefabilidad de la pasión y del dolor del enamorado. Desde esa perspectiva aparecen los poemas de definición del amor ("Osar, temer, amar y aborrecerse", núm. 367; "Tras arder siempre, nunca consumirse", núm. 371, o el basado netamente en esquemas de oposiciones "Es hielo abrasador, es fuego helado", núm. 375). Petrarca había desarrollado, además, un conjunto de metáforas para la descripción de la belleza femenina: en ellas se relacionaban lexemas que denotaban el rostro, microcosmos perfecto, con palabras que designaban los objetos más bellos del macrocosmos, tales como flores, metales y piedras preciosos, etc. Estas metáforas no traducían rasgos de una mujer individualizable, sino que unificaban la belleza femenina hasta despersonalizarla. La modalidad del soneto-retratro aparece en Quevedo a menudo, fijada en detalles o actitudes que resaltan la suma estilización a partir de unos tópicos conocidos que desarrolla en nuevos contextos, como en el espléndido soneto "Retrato no vulgar de Lisis": Crespas hebras sin ley desenlazadas, que un tiempo tuvo entre las manos Midas; en nieve estrellas negras encendidas, y cortésmente en paz de ella guardadas. Rosas a abril y mayo anticipadas, de la injuria de el tiempo defendidas; auroras en la risa amanecidas, con avaricia de el clavel guardadas. Vivos planetas de animado cielo, por quien a ser monarca Lisi aspira, de libertades, que en sus luces ata. Esfera es racional que ilustra el suelo, en donde reina Amor, cuanto ella mira, y en donde vive Amor, cuanto ella mata.
  • 23. Frente a este proceso de tipificación de la amada, recreada en múltiples retratos, se destaca la visión poética de un yo masculino, que sufre los efectos del amor no correspondido. En el Canzoniere encontramos las primeras formulaciones literarias de una concepción de la subjetividad que se explora paralelamente en textos filosóficos de la época. Los poemas amorosos de Quevedo renuevan el tópico del sufrimiento dichoso: mientras que en Petrarca o en los poetas del XVI este se presentaba como una antítesis, la del dolor-placer, en estos poemas se acentúa hiperbólicamente el dolor que invade al amante hasta casi borrar el elemento del placer, con la consiguiente desaparición de la figura de la amada, es decir, de su representación como figura en el poema. Quevedo imita activamente la poesía de Petrarca, como no ocurre en la lírica de Góngora. Además de una serie de poemas (sonetos y canciones) dirigidos a figuras femeninas diversas, Quevedo compuso un breve cancionero dedicado a Lisi, en el que se recrea la ficción de una pasión mantenida a lo largo de muchos años, que el poeta fecha, como Petrarca, en sendos sonetos dedicatorios: los núms. 470 y 491 . Como he dicho antes, en este corpus el amante expresa su amor intelectual (platónico), que atraviesa incluso la barrera de la muerte. El famosísimo soneto "Amor constante más allá de la muerte", que Dámaso Alonso consideraba "probablemente el mejor de la literatura española" es buen emblema de esta concepción: Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera; mas no, de esotra parte en la ribera, dejará la memoria en donde ardía: nadar sabe mi llama la agua fría y perder el respeto a ley severa. Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, medulas que han gloriosamente ardido, su cuerpo dejará, no su cuidado, serán ceniza, más tendrá sentido, polvo serán, mas polvo enamorado. El universo serio de los poemas moralesy religiosos La poesía moral y la satírica de Quevedo son especies complementarias en su relación con los contextos filosóficos y religiosos de la época. Su propósito es "castigar y corregir las costumbres del hombre". Por ello se autodefinen como respuesta a circunstancias o conductas de individuos particulares; su mensaje se originaría en la realidad extra textual y su finalidad sería producir efecto sobre esa realidad, colaborando a modificar, a mejorar el ser humano. Pero el moralista y el escritor satírico que pretenden ocuparse de particulares históricos, en realidad discurren sobre universales éticos que ven encarnados en la sociedad de su época. Este es el espacio imaginario que modelan ambos tipos de discurso. Por este motivo, los límites que separan ambos tipos de discurso no son rígidos en el plano semántico. Algún soneto moral de Quevedo podría ser considerado satírico, como lo señalara ya González de Salas al anotar la fuente de algún poema. Las diferencias se dan en el estilo prescrito por las convenciones de estos subgéneros: la poesía moral debía escribirse en el estilo grave o elevado: la selección léxica y el tono admonitorio exigían prescindir de lo cómico. El discurso satírico, en cambio, permitía el uso del estilo humilde: léxico coloquial y vulgar y recursos creadores de comicidad eran constitutivos del código.
  • 24. Los prólogos de González de Salas confirman estas observaciones. Bajo la advocación de la musa Polimnia se reúnen los poemas morales en el Libro II: "Canta poesías morales, esto es, que descubren y manifiestan las pasiones y costumbres de el hombre, procurándolas enmendar". La ilustración que abre este libro lleva el título "Amat Polymneia verum"; el epigrama incluido debajo del grabado aclara: De el ánimo los afectos represento yo, que llaman costumbres: mis voces claman ya virtudes, ya defectos. Al mal en bien simulado el disfraz quito, y después lo que más perfección es con elegancia persuado. En este mismo libro González de Salas pública dos obras moratas de Quevedo: el "Sermón estoico de censura moral" y la "Epístola satírica censoria contra las costumbres de los castellanos". La "Disertación compendiosa" que los precede versa sobre el género satírico; con ella se intenta relacionar estos poemas de Quevedo con la tradición de las Epistulae y los Sermones de Horacio. Es decir, que para el editor hay comunidad ideológica entre ambos subgéneros. Podremos incluir también en este apartado de la poesía moral aquellos poemas que, despojados de una actitud propiamente crítica, reflexionan sobre el sentido de la existencia humana, la presencia de la muerte, la fugacidad o la fragilidad de la vida, es decir, aquellos poemas que han sido rotulados como "poemas metafísicos". En otro estadio de este mundo relativo a los comportamientos morales se coloca la poesía religiosa cuya doctrina constituye el polo rector del mundo ético de base. En cuanto a las formas poéticas, la más practicada es el soneto. Pero Quevedo también compuso piezas más extensas, como el citado "Sermón estoico", la "Epístola satírica", canciones, etc. Muchos motivos clásicos imitados en estos poemas proceden de las sátiras de Persio y Juvenal. La sátira latina compartía el mismo macrocontexto cultural que las obras de Séneca o Epicteto, fuentes constantes de Quevedo. La figura del sabio, modelo de comportamiento humano, que escoge la senda de la virtud, desarrollado en el "Sermón estoico" se basa no solo en fuentes horacianas, como indica González de Salas, sino que resulta de la contaminación de varias fuentes, entre ellas Séneca, además de textos patrísticos en la misma corriente, según ha descubierto A. Rey en su erudito estudio del poema. Ettinghausen señaló hace años la influencia de las ideas neoestoicas en la obra doctrinal de Quevedo. La renovación de estas ideas en el Renacimiento había contribuido al establecimiento de una ética secular, que combinaba principios doctrinales clásicos y cristianos de manera ecléctica. En España, los escritos auténticos y apócrifos de Séneca habían extendido su influencia desde mediados del XV. El interés se acrecienta a partir de 1515, fecha en la que Erasmo edita las obras del filósofo romano y después de varias décadas reciben favorable desarrollo en los colegios jesuitas. El éxito de la obra de Justo Lipsio, a comienzos del XVII, suscita una renovada exploración de conceptos claves del ideario estoico que Quevedo, admirador de Séneca y corresponsal de Lipsio en sus años juveniles, reelabora indefectiblemente en su obra poética y doctrinal: motivos senequistas como la miseria y la brevedad de la vida, la inevitabilidad de la muerte y la necesidad de prepararse para ella, la defensa de la virtud y de los valores eternos, de la trascendencia, el rechazo de lo contingente, de los bienes materiales, el engaño de las apariencias. Estos motivos constituyen ejes semánticos de toda su obra. No es necesario, por tanto, circunscribir su presencia a fechas determinadas en las que Quevedo sufriera crisis
  • 25. diversas. Ettinghausen sitúa estos momentos de crisis, en los que el poeta habría buscado un consuelo en la doctrina estoica alrededor de los años 1613, cuando compone el Heráclito cristiano; y en 1632 y 1639-44, años de su prisión. Pero muy pocos de estos poemas pueden fecharse por evidencia externa y sin embargo su unidad ideológica es incuestionable. Convendría hablar, pues, de una constante preocupación por estas ideas que lo acompañan a lo largo de toda su vida. En la sección de los metafísicos destaca el tema de la identificación vida/muerte que expresa la vanidad de las glorias mundanas y la debilidad de todo lo terreno. La crítica ha discutido sobre la ortodoxia de un poeta cuya percepción de la muerte alcanza en ocasiones terribles resonancias y tonalidades de angustia extrema -según algunos críticos incompatible con la esperanza cristiana en una vida eterna y mejor- ("Ya formidable y espantoso suena / dentro del corazón, el postrer día, / y la última hora, negra y fría, / se acerca, de temor y sombras llena", núm. 8), pero de nuevo me parece otra dificultad superflua: en nada creo que se contradiga una ortodoxia religiosa evidente en Quevedo, con el sentimiento de angustia ante la muerte, una realidad que domina la trayectoria vital del hombre como se pone de relieve constantemente: "La mayor parte de la muerte siento / que se pasa en contentos y locura" (núm. 1, vv. 12-13), "Azadas son la hora y el momento / que a jornal de mi pena y mi cuidado / cavan en mi vivir mi monumento" (núm. 3, 12-14), "Vive muerte callada y divertida / la vida misma" (núm. 4, vv. 9-10)... y otros pasajes tan recordados como el terceto final del poema núm. 2: En el hoy y mañana y ayer junto pañales y mortaja, y he quedado presentes sucesiones de difunto. El tiempo fugitivo, inaprehensible, es otro de los motivos fundamentales: "Huye, sin percibirse, lento, el día" (núm. 6), "Todo tras sí lo lleva el año breve / de la vida mortal" (núm. 30)... Nada de extraño que en esta perspectiva las ambiciones terrenas carezcan de sentido y revelen en quien las acoge, una desviación fundamental merecedora de censura moral: los poemas morales se organizan en el corpus quevediano según un esquema bastante perceptible, en torno a los siete pecados capitales. No todos tienen la misma representación: la lujuria, por ejemplo, apenas aparece (sus vicios corresponden en la axiología de la época más bien al territorio de lo ridículo y de la baja expresión burlesca), pero la ambición, la vanidad y la codicia son omnipresentes. Frente a ellas se postula un apartamiento sabio y sosegado, un beatus ille que integra la actitud trascendente y espiritual de la conciencia estoica de la propia fugacidad, como en el soneto 60 donde la modulación barroca incluye motivos como la cuna, la sepultura o el desengaño: Dichoso tú que alegre en tu cabaña mozo y viejo espiraste el aura pura y te sirven de cuna y sepultura, de paja el techo, el suelo de espadaña. Una pieza clave ya mencionada, en este campo de la poesía moral es la Epístola satírica y censoria, dirigida al Conde Duque de Olivares ("No he de callar, por más que con el dedo"), a quien le expresa la confianza en su poder regenerador, que aparte a los castellanos de la molicie presente y los reintegre a una nueva edad dorada, de heroísmo medievalizante y arcaico, donde el valor y la moderación sustituyan al afeminamiento y a los excesos frívolos de los cortesanos: Ya sumergirse miro mis mejillas, la vista por dos urnas derramada sobre las aras de las dos Castillas. Yace aquella virtud desaliñada que fue, si rica menos, más temida, en vanidad y sueño sepultada.
  • 26. En la vertiente propiamente religiosa, el Heráclito cristiano, viene a ser un corpus estructurado como una especie de cancionero religioso o libro de oraciones poéticas donde el poeta canta sus arrepentimientos y expresa el deseo de acercamiento a Dios. A menudo se sitúan estas poesías ("salmos") en momentos concretos de la liturgia, como la comunión, y predomina en ellos el sentimiento de la culpa, y el arrepentimiento enfrentado a la inclinación malvada del pecador, que suplica a Dios su ayuda para poder completar su regeneración: "Un nuevo corazón, un hombre nuevo / ha menester, Señor, la ánima mía; / desnúdame de mí, que ser podría / que a tu piedad pagase lo que debo" (núm. 13). Otros poemas como el "Poema heroico a Cristo resucitado" integran los modos épicos "vueltos a lo divino" y todo el material expresivo del discurso religioso aliado al discurso de la poesía culta. Poemas satíricos y burlescos Las marcas del estilo satírico son, como ya se indicó, la presencia de palabras y expresiones idiomáticas de la lengua coloquial y vulgar y la producción de burlas o humor. Se trata del estilo jocoserio que señala González de Salas en la introducción a la musa VI. El lema del grabado que encabeza el libro dice: Mimica lascivo gaudet sermone Thalia, y el epigrama que lo resume, aclara: Burlas canto y grandes veras miento, que yo siempre he sido sermón estoico vestido de máscaras placenteras. De el donaire en mi ficción cuide, pues, quien fuere sabio, que lo dulce sienta el labio y lo acedo el corazón. En el prólogo a este libro se sitúa este tipo de poesía en la tradición de los mimos, las comedias clásicas y los epigramas satíricos; lo satírico parecería ser concebido como un modo que atraviesa varias formas: Lo mismo sucedió a los satíricos poetas y a los epigrammatarios, que mucho parentesco tienen entre sí, y en esa parte de el morder y picar con sus donaires muy emparentados fueron también con nuestro don Francisco, y con todo el concento festivo de esta musa, cuyo estilo jocoserio que de sí promete, a dos respectos mira [...] Uno es aquella mezcla de las burlas con las veras, que en ingenioso condimento se sazona al sabor y paladar más difícil. El otro respecto a que mira es que con la parte, conviene a saber, que deleita, también contiene la que es tan estimable de la utilidad, castigando y pretendiendo corregir las costumbres (p. 409) Es fundamental, pues, el tono burlesco de estas obras. El discurso satírico de Quevedo se caracteriza por los mismos mecanismos de producción de conceptos que observamos en el lenguaje de la poesía amorosa: el concepto se construye sobre juegos de palabras o metáforas, o una combinación de estas y otras figuras. El propósito es producir risa en el receptor. La fórmula más frecuente es desarrollar una serie de ingeniosas relaciones para degradar al objeto imaginario descrito. La inversión de categorías establecidas en el lenguaje es fuente de humor: la figura humana se describe con palabras que contienen un rasgo semántico inanimado o viceversa, un objeto inanimado resulta personificado en el concepto. Otras inversiones también son productivas: combinaciones figuradas de verbos que se refieren a líquidos con sustantivos que no comparten ese rasgo semántico, o entrecruzamiento de categorías como temporalidad, espacialidad, volumen, sonoridad, incorporeidad, en complejas relaciones metafóricas.
  • 27. Los procedimientos de desautomatización que se observan en el discurso amoroso son también característicos del satírico. Mientras que, por un lado, estos poemas constituyen un repertorio de vulgarismos, vocablos de germanía, frases proverbiales y refranes populares que pertenecen a la lengua de los tipos representados, por el otro se deslexicalizan todos esos materiales en complejos procesos de reescritura. La poesía satírica funciona, como la prosa de los Sueños o la Hora de todos, en las convenciones de la sátira de estados; la representación de estos tipos sociales se rige por normas de la effictio vituperativa: de ahí la galería de retratos que encontramos: oficios de pasteleros, taberneros, sastres, zapateros; representantes de la justicia como los letrados venales, escribanos, corchetes y alguaciles, jueces; médicos y boticarios. Se incluyen además una serie de tipos que representan figurasde la marginalidad en el mundo de la corte y del hampa: pícaros, negros, mendigos, jaques, caballeros chanflones, etc. Privilegiadas figuras de la marginalidad son los jaques y prostitutas de las jácaras, romances que narran la vida y milagros de estas gentes, en un lenguaje poético que integra de manera intensa el léxico de germanía o argot de la delincuencia. Parte de las jácaras se estructuran epistolarmente (parejas de cartas y respuestas) como los "Carta de Escarramán a la Méndez" y "Respuesta de la Méndez a Escarramán" (núms. 849-850), cuyo protagonista es el famoso Escarramán, que da y pide noticias de colegas como Cardeñoso, Remolón, Cañamar, la Coscolina, Perotudo el de Burgos y otros jayanes y ninfas de la misma categoría: Ya está guardado en la trena tu querido Escarramán, que unos alfileres vivos me prendieron sin pensar. [...] Entrándome en la bayuca llegándome a remojar cierta pendencia mosquito que se ahogó en vino y pan, al trago sesenta y nueve, que apenas dije "¡allá va!", me trujeron en volandas por medio de la ciudad. Hay otros tipos que resultan de la figuración de vicios: la hipocresía, por ejemplo, que es central en este sistema porque atañe a la problemática de la oposición esencia-apariencia, genera una serie de máscaras como el viejo teñido, la mujer afeitada,etc. Muchas de estas máscaras rehacen motivos de la sátira clásica o de los epigramas de Marcial que denunciaban la perversión de las costumbres en la Roma imperial, la pérdida de los valores tradicionales y su reemplazo por formas del engaño y la corrupción. Algunos, los menos, se dedican a la sátira personal: principalmente contra Góngora, Ruiz de Alarcón, Montalbán, Villamediana.... Góngora se lleva las saetas más agudas: Yo te untaré mis versos con tocino porque no me los muerdas, Gongorilla, perro de los ingenios de Castilla, docto en pullas, cual mozo de camino (núm. 829) Encabeza, por lo menos numéricamente, la lista de estas figuras repulsivas, la mujer en todas las variantes sociales concebibles: viejas, dueñas, pícaras, prostitutas, pidonas, alcahuetas, brujas: a veces se superponen diversas variantes en una misma figura, que compendia rasgos característicos de la misoginia inherente al género satírico. Se han aventurado interpretaciones psicológicas de esta veta misógina, trazándose la figura de un Quevedo cojo y tímido, poco exitoso con las mujeres, acomplejado y vengativo, o se la ha relacionado con la tradición patrística y ascética que concibe a la mujer como fuente de pecado. Pero antes que limitarla a estas tradiciones o hipótesis, hay que insistir en que la
  • 28. forma satírica exige la marca negativa en los tipos femeninos. Si Quevedo (o cualquier poeta áureo) desea escribir sátira se verá obligado a tratar el tema de la mujer, y si tiene que tratar a la mujer, en la sátira la tiene que tratar mal. Las caricaturas satíricas de busconas y decrépitas dueñas están en contrapunto con los retratos de las bellas Lisis. Del mismo modo, en cada subgénero se desarrolla una visión distinta del amor. La sátira clásica de Horacio, Juvenal, Persio o Luciano, no presenta la relación amorosa como noble emoción. El discurso satírico áureo, que se construye a partir de esos modelos, tampoco registró la relación amorosa como servicio a la dama, deseo de hermosura ni unión perfecta de dos almas: solo se representa el mecanismo del sexo, y muchas veces entre un locutor apicarado y una prostituta: así sucede en el significativo soneto, "Quiero gozar, Gutiérrez, que no quiero", envés paródico de las concepciones del amor constante y desinteresado del platónico amante serio: Quiero gozar, Gutiérrez, que no quiero tener gusto mental tarde y mañana, primor quiero atisbar, y no ventana y asistir al placer y no al cochero [...] Puta sin daca es gusto sin cencerro Esta convención degradatoria está relacionada con otras mencionadas: la situación social de los personajillos representados (mundo de las clases bajas) y el estilo que les corresponde. En la imaginación colectiva de la sociedad estamental que la literatura modela, la relación amorosa de corte neoplatónico estaba reservada (como casi todo) a los nobles y, por ende, al estilo elevado. Más aún: esta representación del amor según la posición social de los personajes no es privativa de la sátira sino que afecta a otros géneros literarios de la época. Es, por ejemplo, constitutiva de la ficción cervantina, donde puede organizarse en juegos de ironía. La ilustre fregona tematiza esta representación: a la Argüello y a la Gallega solo les corresponde el bajo amor, y por ello se las hace presentarse de noche a la puerta del aposento de Carriazo y Avendaño, porque son criadas. Asimismo, el retrato de las mozas sigue las pautas de la descripción satírica: la Argüello tiene los dientes postizos, ha perdido el pelo y le huele el aliento desde una legua; se afeita con albayalde "y así se jalbega el rostro, que no parece sino mascarón de puro yeso". En esta poesía se dan todas las variedades de la parodia: de versos aislados de autores contemporáneos, Lope o Góngora, por ejemplo, de versos del romancero, etc. La parodia es arma satírica para la denuncia de la nueva poesía, que Quevedo atacó además en sus escritos de crítica literaria, como se observa en el soneto "Leí los rudimentos de la aurora" (núm. 534). La táctica se repite en otros, como el 825 "Quien quisiere ser culto en solo un día", y muchos más. Entra en el campo de la parodia la reducción cómica de fábulas y temas mitológicos, como el romance 771 "Hero y Leandro en paños menores" o el soneto 558, "Si un Eneíllas viera, si un pimpollo", que parodia las quejas de la reina Dido, partiendo de los vv. 305 y siguientes del libro IV de la Eneida, lectura escolar entonces como ahora, y que dejó huellas muy marcadas en el discurso amoroso, como señalara ya Gonzalo Sobejano a propósito del soneto "En los claustros del alma". También opera en el juego paródico el tratamiento cómico de motivos del subgénero amoroso, que el mismo Quevedo recrea en su lírica seria: el soneto 551 "Rostro de blanca nieve, fondo en grajo", por ejemplo, arranca con un motivo tópico en el retrato petrarquista (la metáfora de la nieve para a blancura de la tez), pero acto seguido la invierte, continuando con un retrato feroz de la vieja: Rostro de blanca nieve, fondo en grajo, la tizne presumida de ser ceja, la piel que está en un tris de ser pelleja, la plata que se trueca ya en cascajo; habla casi fregona de estropajo,
  • 29. el aliño imitado a la corneja, tez que con pringue y arrebol semeja clavel almidonado de gargajo. En las guedejas vuelto el oro orujo, y ya merecedor de cola el ojo, sin esperar más beso que el de el brujo. Dos colmillos comidos de gorgojo, una boca con cámaras y pujo, a la que rosa fue vuelven abrojo. Léase también el 559 "Sol os llamó mi lengua pecadora"; o el romance 729 "Cubriendo con cuatro cuernos", que parodia los romances pastoriles tan en boga en la época. El ejercicio paródico más relevante y ambicioso es sin duda, el extraordinario Poema Heroico de las necedades de Orlando el enamorado, (núm. 875) fechado por Crosby hacia 1626-1628. Se trata de una parodia de los poemas caballerescos italianos, y probablemente, junto con la Gatomaquia de Lope, el poema paródico más importante del Siglo de Oro. Quevedo sigue muy de cerca el de Boyardo, Orlando innamorato, relación directa que han subrayado Alarcos y Caravaggi. Malfatti, que ha publicado el poema quevediano con un buen aparato de notas y con el texto italiano correspondiente, ha apuntado también como fuentes de diversa importancia la versión que de Boyardo hizo E. Berni, el Morgante de Pulci, el Baldus de Folengo, la Gerusalemme de Tasso, y algunas otras. Algunos pasajes del Orlando constituyen, sin duda, la cima de la parodia grotesca en la literatura española. Baste recordar el banquete de los pares franceses, o la descripción de los gigantes: Echaban las conteras al banquete los platos de aceitunas y los quesos; los tragos se asomaban al gollete; las damas a los jarros piden besos; muchos están heridos del luquete; el sorbo, al retortero trae los sesos; la comida, que huye del buchorno, en los gómitos vuelve de retorno. Ferraguto, agarrando de una cuba que tiene una vendimia en la barriga, mirando a Galalón hecho una uva le hizo un brindis, dándole una higa: [...] Galalón, que en su casa come poco, y a costa ajena el corpanchón ahíta, por gomitar haciendo estaba el coco; las agujetas y pretina quita, en la nariz se le columpia un moco, la boca en las horruras tiene frita, hablando con las bragas infelices en muy sucio lenguaje a las narices. Danle los doce pares de cachetes; también las damas, en lugar de motes; mas él dispara ya contrapebetes y los hace adargar con los cogotes, cuando, por entre sillas y bufetes, se vio venir un bosque de bigotes,
  • 30. tan grandes y tan largos, que se vía la pelamesa y no quien la traía. [...] Levantáronse en pie cuatro montañas y en cueros vivos cuatro humanos cerros; no se les ven las fieras guadramañas que las traen embutidas en cencerros. En los sobacos crían telarañas; entre las piernas espadaña y berros; por ojos en las caras carcabuezos, y simas tenebrosas por bostezos. [...] Rascábanse de lobos y de osos como de piojos los demás humanos pues criaban por liendres de vellosos erizos y lagartos y marranos; embutióse la sala de colosos, con un olor a cieno de pantanos, cuando detrás inmensa luz se vía: tal al nacer le apunta el bozo al día. La obra satírica de Quevedo, en verso y prosa, atrajo el interés de generaciones de lectores aun en las épocas en que se había desvalorizado la literatura del Barroco. Esta es una de las tantas paradojas que nos depara la reconstrucción histórica de un autor y su época. Quevedo pretendió repudiar en su madurez estos "juguetes de la niñez" para asumir la máscara y la voz del moralista serio, del erudito y comentador de clásicos. Su obra doctrinal, sin embargo, fue menos perdurable que estos artificios del ingenio, composiciones efímeras de carácter reiterativo. A lo largo de cuarenta años Quevedo rehace metáforas, juegos verbales y conceptos para redescribir una y otra vez a las mismas figuras de su universo satírico. El renovado interés que suscitan en nuestro presente se debe probablemente al hecho de que constituyen ejemplos privilegiados del trabajo retórico del discurso en tanto discurso. La prosa de Quevedo Generalidades La obra en prosa no es menos compleja ni variada que la poesía de Quevedo: se hicieron famosos sus escritos festivos, como los opúsculos en que parodia las premáticas de la época, o sus burlas literarias contra el culteranismo y otros vicios de la expresión poética (Premática que este año de 1600 se ordenó, Premáticas del desengaño contra los poetas hueros –incluida en el Buscón–, La culta latiniparla, La Perinola, Cuento de cuentos, Carta de un cornudo a otro, El libro de todas las cosas...). No menos leídos fueron Los Sueños, La hora de todos o El Buscón: fantasías morales, sátiras de la corrupción social imperante y ejercicio de narrativa picaresca, que se sitúan al lado de las obras de tono y expresión más severos, como La política de Dios,La vida de Marco Bruto, España defendida, La cuna y la sepultura, Virtud militante y otras muchas, donde critica los vicios del mal gobierno, defiende un estoicismo cristiano o comenta sucesos de la política coetánea. Frente al espectáculo de la corrupción (denunciado, por ejemplo, en Los sueños) y a las melancolías de la vida, Quevedo opone por un lado una crítica satírica –cuya capacidad expresiva convierte en violentísimo ataque–, y un profesado estoicismo que no siempre es capaz de ir más allá del código literario de la poesía moral o las prosas ascéticas. El desengaño, como es bien sabido, constituye un concepto clave en la cosmovisión