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Relatos de Plumas Ausentes.
Resaltos, Cuentos y Recuento de los
Narradores de Durango
Antonio Avitia Hernández
México, 2006
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Relatos de Plumas Ausentes;
Resaltos, Cuentos y Recuento de los Narradores de Durango.
Antonio Avitia Hernández.
México, 2006.
Derechos Reservados.
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Prólogo
Relatos de Voz a Oído.- Quienes habitaron el territorio del actual estado de Durango antes del
arribo de los europeos, como sociedades ágrafas, al no contar con un sistema de escritura,
juntaron los cuentos, historias, leyendas y mitos de su cultura seminómada en sus mentes y
lenguas y de allí los revelaron y transmitieron a sus descendientes. Al realizar el relato de voz a
oído, heredaron esa imaginación colectiva que dio identidad propia a sus pueblos. Conjunto
integrado de sistemas de ideas, costumbres y creencias que ha logrado sobrevivir a la conquista
europea de Aridoamérica y a los impactos e influencias de otras culturas.
La riqueza de la tradición narrativa oral prehispánica se muestra parcialmente en la serie de relatos
recogidos por el explorador noruego Carl Lumholtz en su libro El México Desconocido, que fue
producto de sus expediciones e investigaciones entre los pueblos indígenas de la Sierra Madre
Occidental, durante las postrimerías del siglo XIX.
Por su parte, el investigador americanista alemán Konrad Theodor Preuss afirmó que: “si él lograba
vivir en una de las tribus descritas por Lumholtz quizá proyectaría una nueva luz acerca de México
prehispánico y particularmente de los aztecas” (BENÍTEZ, FERNANDO. “Los tepehuanes / los
náhuas”, en: Los Indios de México, Tomo V, México, Ed. Era, 1980, p. 110). Entre abril y junio de
1907, Preuss compiló una excelente colección de relatos populares en San Pedro Jícoras,
municipio de Mezquital, Durango, y con ellos integró el libro: Mitos y Cuentos Náhuas de la Sierra
Madre Occidental. Las narraciones incluidas en este libro, recogidas originalmente en la lengua
náhua del pueblo mexicanero o azteca del norte (vecino de los tepehuanes, coras y huicholes)
fueron posteriormente traducidas al alemán por la etnóloga Elsa Ziehm. Sesenta y un años
después, en 1968, los cuentos del libro de Preuss fueron publicados en Alemania, pero todavía
tendrían que pasar catorce años más para que estos relatos náhuas de los mexicaneros
durangueños se imprimieran en español y mexicanero, traducidos del alemán por Mariana Frenk
Westeim. Así, esta importante obra de la narrativa popular de Durango pudo ser leída en México y
descubrió la visión del mundo que tenía y aún conservan los habitantes primigenios del estado.
No solamente Lumholtz y Preuss se han interesado por esta expresión de la cultura popular
durangueña, también Fernando Benítez, en sus textos de Los Indios de México, José Guadalupe
Sánchez Olmedo, en su Etnografía de la Sierra Madre Occidental y Roberto Mowry Zinng, en su
libro Los Huicholes, se han ocupado en la recolección de la narrativa popular de los indígenas y
campesinos de Durango. Todas estas narraciones son importantes, entre otras razones, porque
son producto de la imaginación y la creatividad popular. Sin embargo, por el hecho de no haber
sido expresadas inicialmente por escrito y porque seguramente fueron creadas y recreadas por
diferentes narradores anónimos, se les ha circunscrito o encerrado en los amplios campos de los
estudios del folklore, la antropología y la etnología.
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En el mismo terreno del folklore, un buen número de investigadores y compiladores regionales
como Everardo Gámiz, Luciano López, Manuel Lozoya Cigarroa, Guadalupe León Barraza,
Francisco Antúnez, Betty Grace Santiesteban y Xavier Gómez han tenido la paciencia y disciplina
suficiente para recoger los relatos populares de la entidad, mismos que se siguen transmitiendo de
voz a oído entre los durangueños y que, en su conjunto, configura uno de los principales elementos
del acervo cultural de la tradición oral regional. Como ya se apunto, antes de la llegada de los
europeos, los habitantes primigenios de Durango eran ágrafos, es decir que, hasta donde se tiene
conocimiento, no contaban con sistemas de escritura, y ese fue el principal motivo por el cual el
desarrollo de su comunicación y tradición oral cobró mayor importancia.
Lírica Narrativa.- Otra forma de expresión cultural muy arraigada en el estado, es la de la lírica
narrativa, que, en sus modalidades: histórica y de ficción, se manifiesta en composiciones poéticas
y musicales conocidas como: tragedias, mañanas y corridos, en las que se relatan los sucesos
sobresalientes de la vida cotidiana en forma cantada.
Aprovechando los elementos de la construcción narrativa y poética de la lírica regional, durante el
primer tercio del siglo XX, el doctor Francisco Castillo Nájera escribió su poema lírico-narrativo El
Gavilán. Corrido Grande, como un intento de girar la lírica narrativa folklórica al terreno poético
académico. Tanto los cuentos como las leyendas, los mitos y las obras de la lírica narrativa
populares se enmarcan dentro del estudio del folklore como elementos importantes de la creación
artística y, aunque en ocasiones son desdeñadas como narrativa estrictamente literaria, su
permanencia hace evidente el gusto del pueblo de Durango por los relatos orales como formas
afortunadas y perdurables de comunicación e identidad.
El Alfabeto y la Cruz.- Solo hasta el siglo XVII y con grandes dificultades de tipo militar, el territorio
estatal fue casi totalmente conquistado por los españoles, quienes aún tuvieron que enfrentar las
múltiples guerras de resistencia de los pueblos seminómadas que habitaban la gran extensión
norteña de Nueva España. Sin embargo, las riquezas minerales fueron acicate suficiente para que
de manera constante se intentara la dominación armada y el sometimiento espiritual de las etnias
de la Nueva Vizcaya y el establecimiento de misiones, congregas y presidios. Así, con el arribo de
los misioneros europeos que buscaban el martirio o la difusión de la doctrina católica, arribaron
también los primeros tinteros y hojas de papel a los territorios neovizcaínos.
Fieles a su religión y a sus órdenes monásticas, los misioneros, sobre todo jesuitas y franciscanos,
comenzaron a difundir el evangelio y a escribir edictos, pastorales, catecismos, diccionarios,
milagros, oraciones, epístolas, pastorelas, pasiones, elogios, sermones, juicios, estatutos, poemas
religiosos, alabanzas y loas, así como relaciones y romances históricos y de ficción en idioma
español y algunos de estos textos, sobre todo teatrales, fueron traducidos a los idiomas de las
etnias a evangelizar.
A pesar de la paulatina implantación de la cultura y la población europea y el surgimiento del
mestizaje en la Nueva Vizcaya, el analfabetismo, la inexistencia de una industria editorial y la
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imaginación atada a los cánones culturales de la religión, obstaculizaron, hasta donde se sabe, al
menos durante el periodo colonial, el desarrollo de las narraciones literarias en la entidad.
Relatos de Plumas Ausentes.- Según se tiene noticia, es hasta mediados del siglo XIX cuando,
en la capital de la República, dieron inicio las publicaciones de relatos de ficción de un escritor
durangueño: Francisco Zarco Mateos, a quien se le puede considerar como el primero de los
narradores literarios de Durango.
A principios del siglo XX, en la ciudad de Zacatecas, se pusieron a la venta los volúmenes con las
novelas y los cuentos de Rafael Ceniceros y Villarreal. Después, desde 1915 hasta 1986, la ciudad
de México y, en un caso aislado, la ciudad de Xalapa, Veracruz, fueron los lugares en donde se
reprodujeron, en letras de molde, los relatos de los escritores nacidos en el estado de Durango que
han obtenido algún reconocimiento de importancia, por parte de la crítica.
Criterios de Selección.- El objeto principal de esta antología es el de ofrecer diversas muestras de
lo más reconocido de la producción literaria narrativa, principalmente en los géneros de novela y
cuento, de los escritores oriundos de la entidad.
El realizar una antología representa en sí, una selección, en la cual, los criterios de selección
pueden parecer absurdos o injustos y la razón evidente puede significar algo muy lejano o ajeno,
en ocasiones, a los resultados. Por otra parte, si no se imponen reglas para elaborar el trabajo, las
excepciones y las tolerancias pueden llegar al extremo de no permitir selección alguna.
Una vez analizado el abundante aparato crítico de los materiales compilados, se observó que la
mayoría de los escritores nacidos en Durango, habían realizado y publicado su obra fuera del
estado al tiempo que, en el interior de la entidad, se habían desarrollado diversos narradores que
no son oriundos del lugar.
El sólo hecho de nacer o radicar en determinado lugar, no trae consigo calidad o talento literario y,
por el hecho de que el objeto de esta compilación es el de reunir muestras de las letras narrativas
de los escritores oriundos del estado, se optó por esta base normativa de manera rígida, la cual,
como todo principio, puede aparecer como injusto, sobre todo a quien se le aplica en su perjuicio o
exclusión. De esta manera se excluyó a los escritores que, aun cuando han vivido y publicado su
obra en Durango, no fueron originarios del territorio estatal.
En relación con la regla impuesta es lamentable la ausencia, en esta antología, de escritoras como
Olga Arias y Yolanda Natera, entre otras y otros. No obstante, en algo puede aminorar la posible
injusticia de la exclusión, la mención de la obra de los excluidos en la bibliografía final. De cualquier
manera, se ofrece una disculpa a los narradores, o a las narradoras, posiblemente afectados, o
afectadas, por la involuntaria y posiblemente injusta omisión de sus textos en esta antología.
Se consideró también el hecho de que la obra de los escritores antologados hubiese sido
publicada, de manera parcial o total. Sin embargo, el principal criterio que guió la selección fue el
de la consagración que el tiempo y la crítica han dado a la obra de los narradores, estableciéndoles
un lugar en la historia de la literatura internacional o nacional. Esto sin olvidar a los escritores
relativamente jóvenes cuyo talento ha sido objeto de reconocimiento.
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Al momento de escoger las obras que integran esta colección se tuvo que lidiar con diversas
limitaciones, a saber:
Extensión.- Por motivos de economía y volumen, las obras no debían exceder una extensión
razonable. Por esta razón se prefirió siempre el cuento. En los casos de los narradores que no han
producido textos de extensión breve, se seleccionó cuidadosamente un fragmento o capítulo,
resalto de su producción novelística, verificando que los cortes no fuesen bruscos en lo que a la
secuencia del relato no íntegro se refiere.
En algunas memorables excepciones, dado el prestigio del escritor o la importancia de la obra
transcrita, se superó ligeramente la extensión promedio del texto, reproduciendo varios relatos
breves o una novela corta.
Filiaciones e Ideologías.- De acuerdo con su participación política e ideológica en la sociedad,
algunos de los narradores reunidos tuvieron papeles importantes en diversos periodos de la
historia del país:
Francisco Zarco Mateos fungió como líder intelectual liberal de la época de la Reforma, a mediados
del siglo XIX. Rafael Ceniceros y Villarreal, en sus letras, representó a la tendencia conservadora
de principios del siglo XX, fue presidente del Partido Católico Nacional, PCN, y durante la Primera
Rebelión Cristera, dirigió la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, LNDRL.
Abordando la temática del periodo revolucionario, Nellie Campobello tomó el bando popular
campesino villista del norte de Durango y el sur de Chihuahua, mientras que Martín Gómez Palacio
y Atanasio G. Saravia escribieron en sus textos sobre la Revolución, en contra de los ejércitos
populares y abogando por los grupos conservadores citadinos de la capital del estado.
Por su parte Xavier Icaza y José Revueltas expresaron, de manera abierta, su posición política
afiliada, en su momento, a la izquierda radical mexicana, mientras que Antonio Estrada Muñoz, sin
vínculos reales con grupos conservadores, optó por escribir sobre la Segunda Rebelión Cristera,
más relacionada con los indígenas y mestizos del sur del estado.
Los exponentes durangueños de las letras de las postrimerías del siglo XX: Jaime Muñoz Vargas y
Jaime del Palacio junto con algunos de las primeras tres décadas de la segunda mitad del siglo XX
como: María Elvira Bermúdez, Salvador Reyes Nevares, Ladislao López Negrete y Francisco
Durán no declaran en sus relatos una posición política definida.
De los catorce escritores reunidos, cinco de ellos: Nellie Campobello, Francisco Durán, Antonio
Estrada Muñoz, Jaime Muñoz Vargas y Atanasio G. Saravia han ubicado el ambiente de la mayoría
de sus relatos en los campos, sierras, poblaciones y llanos de Durango, mientras que los demás no
han circunscrito su narrativa al ámbito estatal.
De los catorce autores incluidos en esta antología, dos son mujeres, y doce son hombres. Uno de
ellos, Francisco Zarco Mateos, produjo únicamente obras de narrativa breve. Dos: Nellie
Campobello y Atanasio G. Saravia únicamente han escrito novelas y los doce restantes han
trabajado los dos géneros literarios. De los catorce escritores que integran esta colección,
solamente Jaime Muñoz Vargas ha radicado la mayor parte de su vida en el territorio estatal. Los
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trece restantes, en su mayoría, establecieron o han establecido su residencia en la ciudad de
México. Once de los catorce nacieron en la ciudad de Durango y los otros tres fueron oriundos de
otras ciudades y poblaciones del estado.
Los veleidosos movimientos, estilos, tendencias y escuelas literarias cambian constantemente,
aunque domine un determinado gusto o forma en cada época y lugar, de acuerdo con los grupos
sociales y de poder, las opiniones y crítica literaria predominantes. Como los lectores podrán
observar, las escuelas a las que pertenecen los escritores antologados abarcan: El costumbrismo,
en el que se describen o retratan las costumbres o modos de vida regionales. El modernismo,
movimiento que rompe con las formas anteriores y que prefiere temas y formas de expresión llenas
de metáforas brillantes. El estridentismo, movimiento con el que Xavier Icaza buscaba la manera
de constituirse en la vanguardia poética y narrativa de la ideología revolucionaria y acercar las
letras a la sociedad. Los escritores durangueños también ensayaron otros estilos, como el realismo
socialista de las letras de José Revueltas, o el género policiaco de los relatos de María Elvira
Bermúdez y Salvador Reyes Nevares, sin dejar de mencionar la sátira de Francisco Durán y el
género histórico de Atanasio G. Saravia. Entre los textos narrativos producidos por los escritores
aquí reunidos hay algunos en los que se suscita la combinación de diversos modos literarios sin
una pureza específica de estilo.
Pocas han sido las publicaciones periódicas regionales especializadas en narrativa y únicamente la
Universidad Juárez del Estado de Durango, UJED, y uno que otro grupo cultural se han ocupado
por la difusión de textos de relato, en los que, excepción hecha de José Revueltas, María Elvira
Bermúdez y Nellie Campobello, pocas veces se incluye a los escritores no radicados en la entidad.
En los últimos años del siglo XX se instituyó el Premio de Novela Corta Antonio Estrada y el Premio
de Cuento María Elvira Bermúdez, al tiempo que se conformaron dos asociaciones de escritores
durangueños.
Para evitar confusiones, en esta antología se optó por ordenar los textos de manera cronológica,
con respecto a la fecha de nacimiento de sus autores.
Como se puede desprender de este trabajo, no es falso, hasta los inicios del siglo XXI, que el
desarraigo y la ausencia de los durangueños que a las letras han dedicado total o parcialmente sus
vidas, ha tenido como consecuencia una mejoría en su calidad narrativa. De este recuento se
puede afirmar que los narradores más galardonados y reconocidos que han nacido en el estado,
casi todos, tienen la constante de la migración, la nostalgia o el olvido de su tierra natal, eso que se
ha dado en llamar la Patria Chica.
Este libro no hubiera sido posible sin la colaboración, en múltiples aspectos y desinteresada, de
las siguientes personas: El librero de viejo y viejo amigo Francisco Javier Gómez Muñoa; los
escritores Francisco Durán Martínez, Jaime del Palacio, Beatriz Quiñónez, Lidia Acevedo Zapata,
Jaime Muñoz Vargas, Yolanda Natera y Emma Rueda Ramírez. También: Patricio Avitia, Juan
Antonio de la Riva, Martha Irene León Vera, Irma Angélica Camargo Pulido, Andrea Olivia
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Revueltas Peralta, Beatriz Reyes Nevares, María Rosa Fiscal, Fernando Martínez Sánchez, María
Saravia y Guy Thiebaut. A todos ellos, mi más profundo agradecimiento.
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Francisco Zarco
El periodista, político, políglota, autodidacta, inventor de un sistema de taquigrafía, traductor, editor,
diputado del Congreso Constituyente de 1857, historiador, ministro de diversas carteras, miembro
del Partido Liberal, literato, ensayista y narrador; Joaquín Francisco Zarco Mateos, nació en la
ciudad de Durango, el 3 de diciembre de 1829.
La vida del ilustre duranguense se desarrolló en medio de las turbulentas pugnas políticas entre los
grupos de liberales y conservadores, del siglo XIX. Como miembro y dirigente intelectual del
bando liberal, Zarco puso su capacidad de escritor al servicio de la causa de la República y la
Reforma con sus artículos, reportajes y crónicas; mismos que eran publicados en los más
prestigiosos periódicos durante la conflictiva época juarista y que ahora forman parte importante de
la historia de la Nación.
No fueron pocas las ocasiones en que Francisco Zarco fue aprehendido y encarcelado a causa de
las reacciones que, en la opinión pública, provocaron sus escritos.
Cuando la Patria se vio invadida por el Ejército Francés, Zarco no dudo ni un momento en combatir
contra la oprobiosa Intervención y desde el exilio, en los Estados Unidos, con sus textos, defendió
la razón de la República contra quienes apoyaban al Imperio de Maximiliano de Habsburgo, hasta
que éste cayó.
El 22 de noviembre de 1969, Zarco Mateos murió y dos días después de su fallecimiento fue
declarado Benemérito de la Patria.
La obra de Zarco, en lo que a literatura se refiere, fue limitada y sólo produjo textos narrativos entre
los años de 1849 a 1855, aún así, en tan breve lapso, Zarco pudo escribir un centenar de trabajos
literarios entre que los que encontramos ensayos morales y descriptivos, ensayos biográficos,
artículos de costumbres y crítica. En muchos de ellos, como escritor costumbrista, Zarco se
firmaba con el Pseudónimo de Fortún.
Afortunada, aunque poco conocida, la obra literaria de Zarco fue truncada por el llamado del deber
nacional o, como nos lo dice el escritor René Avilés Favila:
Fortún fue un joven escritor que sacrificó su amor a las letras en aras de la Patria; un joven
que envejeció prematuramente, tal como lo vio (Guillermo) Prieto, “encorvado sobre su
mesa en su humilde asiento de periodista”.
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Francisco Zarco
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PARÁBOLAS
La Reina y la Pastora
∗
En verdad os digo que quien envidia la condición ajena no sabe lo que envidia.
En un tiempo que pasó ya, había una reina que dominaba extensas comarcas, que contaba por
millones el número de sus vasallos, que oía resonar continuamente en sus oídos el suave
murmullo de la lisonja, como se oye a la hora de siesta el continuo zumbido de la abeja que gira en
torno de las rosas.
Y era la reina joven, y su frente relucía como un cielo sereno, y la voz de los hombres la aclamaba
la más bella de las mujeres.
Y sus caprichos eran leyes, y su voluntad soberana.
Y la reina no era feliz.
Porque la felicidad huye de la grandeza y del fausto.
Es una ave caprichosa que gusta de formar su nido en la soledad y en el silencio, y que se refugia
en lo más íntimo del corazón.
Y la reina en medio de su brillo y poderío, se sentía devorada de tedio y de tristeza.
Y había mil gentes que se preguntaban atónitas: ¿Qué es lo que puede causar la tenaz melancolía
de nuestra soberana?
Porque todos creían que quien domina a los pueblos, y tiene sus arcas llenas de oro, es feliz en
este mundo.
Y la reina que dominaba a los pueblos y que tenía sus arcas henchidas de oro no era feliz.
El tedio la devoraba, el tedio que es un gusano pérfido que roe todas las delicias del alma.
Y la reina para divagar su tedio, se entregaba a fiestas espléndidas que lucían todas las pompas
de su ostentosa corte.
Y después de mil festines, en que había armoniosas músicas y festivas danzas, la reina estaba
cansada de sus palacios y de su fausto, y a veces si frente se anublaba en medio de las galas del
sarao.
Y había mil gentes que se preguntaban confusas. ¿Qué es lo que puede entristecer a nuestra
reina, que vive presidiendo magníficos festines?
Porque creían que quien vive en perpetuas fiestas es feliz en este mundo.
Y la reina que se había entregado al bullicio de los festines no era feliz.
Y un día dispuso para divagar su tedio salir con su corte a las selvas, para entretenerse en cazar.
Y todos sus cortesanos se aprestaron a la caza, y prepararon soberbios corceles, y vistosos
jaeces, y certeras armas, y todos anhelaban hacer tiros felices para obtener una mirada de la reina.
* Fechado en 1851. Apareció en El Presente Amistoso de 1852, pág. 257
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Y llegó el día señalado para la caza, y todo el palacio era movimiento y ruido.
Los cortesanos cubiertos de púrpura y de grana, de oro y de pedrería, formaban un vistoso
enjambre. Y el sol reverberaba en los brillantes adornos de ellos y de sus caballos.
Y la reina montó en un palafrén, blanco como los campos sembrados de lino, manso como las
palomas, y ligero como las águilas que viajan a lo más alto de las nubes.
Y el palafrén estaba lleno de oro, parecía contento y orgulloso, porque sus narices se hinchaban, y
relinchaba satisfecho.
Y damas y caballeros, escuderos y pajes acompañaban, a la reina, buscando una sonrisa de sus
labios.
Y todos llevaban ballestas y flechas, y sobre la muñeca de las damas se posaban, impacientes de
lanzar su vuelo, los halcones.
Y luego, muchos escuderos guiaban una multitud de galgos corredores y ágiles para perseguir a
los habitantes de las selvas.
Y la regia comitiva salió de la ciudad, y a poco llegaron a un bosque, que era espeso y confuso
laberinto.
Y a una señal dada por la reina sonaron los cuernos de los cazadores, y damas y caballeros,
galgos y halcones se internaron en la espesura buscando cerdosos jabalíes, tímidos ciervos,
ligeros venados, traviesas liebres e inocentes aves.
Y hubo ruido y confusión por algún momento, y la reina también corrió en pos de caza, para matar
su tedio.
Y cuando ella corría, los otros cazadores se quedaban atrás, para que ella les llevara ventaja, y a
cada movimiento de la reina, veía que le daban mil muestras de respeto y de sumisión.
Y si ella perseguía a una fiera aunque no la alcanzara, todos aplaudían con gozo y entusiasmo, y
cada cazador venía a contarle sus tiros y a ofrecerle su caza, y los caballeros la elogiaban y las
damas la ensalzaban.
Y toda esta adoración no satisfacía el corazón de la reina.
Porque la reina no era feliz.
Cuando más respetos y atenciones a la reina prodigaban sus vasallos, acertó a pasar cerca del
lugar de la caza, una pastora que apacentaba su rebaño.
La pastora era niña, y era hermosa y fresca como las flores que crecen a la orilla de los ríos.
Y el ruido de la caza llamó la atención de la pastora, que curiosa se dirigió a ver quiénes eran las
gentes que llenaban las selvas, e interrumpían su silenciosa calma.
Y los ojos de la pastora se deslumbraron con tanto brillo y con tanta pompa, y se detuvieron en la
mujer a quien todos tributaban homenajes.
Y la pastora comprendió que aquella mujer era la reina, de quien había oído hablar con admiración
y asombro.
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Y la reina la descubrió a lo lejos, y sus miradas separándose de sus cortesanos se fijaron en la
pastora y en sus ovejas, como el sol a veces se retira de los techos dorados de los palacios para
alumbrar la paja de las cabañas.
Y cuando la reina y la pastora se miraron y se contemplaron un instante, se entristecieron, y
sintieron ganas de llorar.
Porque la reina pensó dentro de su corazón:
“¡Feliz es esa pastora, a quien nadie adula, y desgraciada soy yo a quien todos ponderan!
“¡Feliz es ella sin pompas y sin galas!
“¡Feliz es ella que no tiene ambición, ni ama los honores!
“¡Feliz es ella que no teme perder lo poco que le dio la fortuna!
“¡Feliz es ella que encuentra sumisas a sus ovejas, y no envidiosas ni altaneras como a veces
encuentro yo a los príncipes de mi reino!
“¡Si nadie la adula, nadie la engaña; si nadie le rinde homenajes de respeto, ella se ve libre de
tantos rostros indiferentes, de tantas adoraciones frías, de tantas humillaciones insulsas, y ella vive
contenta y feliz!
“¿Por qué mi destino me hizo reina y no pastora?
“Yo sufro, yo lloro, yo me canso de la vida, y de mis palacios, y de mi poder y de mi oro.
“Y quisiera vivir como esa pastora apacentando ovejas en medio de la soledad, libre y contenta,
humilde y satisfecha.
“¿No podrá cambiarse mi destino?”
Y la reina suspiró y la tristeza plegó sus negras alas sobre su frente de alabastro.
Y entre tanto la pastora pensó dentro de su corazón.
“Feliz es esa reina a quien nadie desprecia, y desgraciada soy yo a quien todos humillan.
“¡Feliz es ella sin soles y sin trabajos!
“¡Feliz es ella que no tiene miseria, ni vive con ovejas!
“¡Feliz es ella a quien la fortuna asegura sus inmensas riquezas y su poder soberano!
“¡Feliz es ella que encuentra tantas gentes que se le inclinen, que tiene hermosos caballeros y
lindas damas que la sirvan, que es adorada y ensalzada por su corte.
“¡Ay!, nadie la desprecia, ni la humilla, todas la aman, la veneran, la respetan y le dicen que es
hermosa. En medio de tantas pompas, ella debe vivir contenta y feliz.
“¿Por qué mi destino me hizo pastora y no reina?
“Yo sufro, yo lloro, yo me canso de la vida y de mis ovejas, y de mi cabaña y de mi pobreza.
“Yo quisiera vivir como esa reina, dominando a los grandes de la Tierra, en medio de ruidosas
fiestas, orgullosa y contenta, altiva y satisfecha.
“¿No podrá cambiarse mi destino?”
Y la frente de la pastora se inclinó entristecida, y lloró; y su pecho lanzó un gemido de dolor.
Siguió la caza y terminó cuando la noche cobijada con sus alas la tierra.
Y la reina volvió a su palacio y la pastora a su cabaña.
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Y ambas encontraron duro su lecho y suspiraron llenas de tristeza.
La reina volvió a su palacio y la pastora a su cabaña.
Y ambas encontraron duro su lecho y suspiraron llenas de tristeza.
La reina pensaba en árboles y en flores, en arroyos y en canoras aves, en la soledad de los
campos, en la inocencia de los pastores.
Y la pastora veía palacios y tronos, cetros y coronas, el brillo de las cortes, y el poder de los reyes.
Y ambas se quejaban de su destino y se tenían envidia.
Porque ninguna de las dos sospechaba las penas de la otra.
Y ni la reina, ni la pastora eran felices.
Y lo que ellas llamaban destino, que es el Señor que vive más allá de las nubes, no hizo caso del
lamento de las dos mujeres, y dejó que la reina fuera reina, y la pastora, pastora.
Y así acontece con los hombres de todas las condiciones que siempre se imaginan feliz la suerte
de los demás, y creen ser los únicos desgraciados de la Tierra.
Pero en verdad, os digo que quien envidia la condición ajena no sabe lo que envidia.
Porque en la Tierra están las chozas humildes y los soberbios alcázares, y la tierra es sólo el
camino en que es peregrina la humanidad, sin hallar nada que satisfaga sus insaciables deseos.
Al fin de esa jornada, están el cielo, y el Padre que reina en el universo.
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El Egoísta∗
Había un hombre que era muy rico, porque su padre lo había sido.
Pero si bien él amaba las riquezas, no sabía el trabajo que cuesta adquirirlas, ni pensaba jamás en
explicarse por qué mientras él era rico, otros hombres eran pobres.
Y como él tenía grandes casas y lujosos muebles, y muchos criados, pensó para sí: “A ningún
hombre necesito en el mundo”.
Y creyendo que de nadie necesitaba se resolvió a vivir aislado, comprando a peso de oro algunos
placeres.
Y creyendo que de nadie necesitaba no tenía amigos, ni relaciones, y temía que si algunos llegaba
a tener, servirían sólo para disminuir sus riquezas.
Y no había amado a mujer alguna, porque su corazón estaba lleno con su avaricia, y en él no
había hueco para otras emociones.
Si un forastero pedía albergue en la casa del hombre rico para pasar la noche, se lo negaba para
no incomodarse con tener que obsequiarlo.
“Jamás iré yo a dormir a la casa de nadie, decía, y así ¿para qué he de recibir al vagabundo que
quiere cenar!
Un ciego preguntó un día al hombre rico por dónde había de dirigir sus inciertos pasos para llegar
al mercado, y el rico volviendo la espalda tuvo pereza de responder, y no quiso tocar con su mano
la mano del ciego.
“Si yo veo bien, pensaba, cual es mi camino, ¿para qué me he de entretener en guiar a los ciegos
que piden limosna?”
Al pasar una vez junto a un río oyó los gritos de una mujer que clamaba de dolor.
Era una madre, cuyo hijo se llevaba la corriente.
Cuando vio al rico, imploró su auxilio para salvar a su hijo, y el rico no quiso mojarse, y siguió su
paso fingiendo que nada veía.
“Si yo no me baño en el río, ni tengo hijos, ¿para qué, pensaba, he de andar salvando a todos los
imprudentes que se dejan arrebatar de la corriente?”
Si de noche oía el grito de un hombre a quien acometían y despojaban los malhechores, aunque
con sólo hablar pudiera salvarlo, permanecía impasible.
“¿Por qué he de andar cuidando a los que se dejan robar, una vez que a mi casa no pueden entrar
los ladrones?”
Un día vio en el camino a un leñador rendido de fatiga, que no tenía fuerzas para echar a sus
espaldas su carga.
Y el leñador le rogó que le ayudara nomás a colocar la carga sobre sus espaldas.
* Fechado en 1851. Apareció en El Presente Amistoso de 1852, pág. 267.
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Y el rico no quiso ayudarle. “Si yo no tengo nada que cargar, ¿he de andar ayudando a todos los
perezosos?”
Y el rico vivía rico; pero no tenía amigos, ni había una sola mujer que lo amara.
Y sus criados lo temían, pero no lo amaban.
Y el caminante que no encontró abrigo en su casa, y el ciego a quien no quiso guiar, y la madre a
quien no quiso ayudar a salvar a su hijo, y los que eran robados en su presencia sin que él los
amparara, y el leñador a quien negó su ayuda, contaban entre el pueblo que aquel hombre no
tenía corazón…
Y el pueblo no lo aborrecía, porque el pueblo raras veces suele aborrecer, pues el odio popular es
un monstruo que se aparenta por unos cuantos impostores.
Pero de boca en boca se fueron contando las cosas que yo os cuento ahora.
Y nadie ya pensaba en encontrarse a su paso con el hombre que estaba lleno de riquezas, que en
ninguna parte era amado, ni bendecido.
Porque para ser amado, fuerza es amar en este mundo y sólo recoge bendiciones quien siembra
beneficios.
El que sembró guijarros nunca cosechó espigas de trigo.
Y parecía que la prosperidad se había fijado para siempre en la casa del hombre rico.
Pero es la fortuna mudable como las olas del mar y nunca un día se pareció a otro día.
Y una noche vio el pueblo que se levantaban columnas de humo de la casa del hombre rico; pero
el pueblo no se inquietó.
Y después se elevaron llamas de fuego que subían hasta el cielo, y el pueblo miraba desde lejos,
sin afligirse por la suerte del hombre rico.
Y los criados de éste huyeron, y su casa se redujo a cenizas.
Y él salió llorando de dolor; pero sus gemidos se perdieron en el viento sin que lo siguiese ningún
corazón para consolarlo.
Y cuando él pidió un rincón en qué descansar, le contestaron: “Cuando tenías casa a nadie
hospedabas; no nos molestes, duerme a campo raso”. Y el egoísta lloró de dolor.
Y había en la ciudad un hombre que daba limosna a los pobres, y cuando lo supo el hombre que
había sido rico, quiso ir a ser socorrido.
Y preguntó a un muchacho que iba guiando a un ciego: “¿A dónde está la casa del que socorre a
los pobres”?
“No lo sabrás por mi boca, dijo el muchacho, porque la tuya estuvo cerrada cuando mi padre te
preguntó cuál había de ser su camino”.
Y el egoísta lloró de arrepentimiento.
Y como tenía hambre y no pudo llegar a la casa del que socorría a los pobres, casi desfallecido,
pidió un pedazo de pan a la puerta de una casa, y oyó una voz de mujer que le decía: “Tú eras
sordo cuando yo te gritaba para que salvaras a mi hijo, ¿cómo quieres que yo te oiga ahora que
tienes hambre?”
19
Y el egoísta lloró de hambre y maldijo su propio corazón.
Y cuando la mujer lo vio llorar, le arrojó un pedazo de pan como se tira un trozo de carne a un
perro hambriento, diciéndole: “Come, pero vete”.
Y una noche en que nevaba, el egoísta desnudo temblaba de frío y quiso sentarse junto a una
lumbrada de una miserable familia.
Pero cuando la llama iluminó el rostro: “Apártate de mi fuego”, le dijo un hombre, “que tú no
quisiste ayudarme a cargar mi leña”.
Y el egoísta se fue llorando de desesperación.
Y un día pidió limosna a un hombre en medio del camino.
Y el hombre le dijo “Tendría que darte, si tú no me hubieras dejado robar sin moverte”.
Y el egoísta no inspiraba lástima a las gentes que decían: “A ese hombre castiga Dios porque
jamás hizo bien a nadie”.
Y después de muchos años de miseria y de llanto, el Señor Dios debió conocer que el egoísta
había expiado su maldad, y le envió la muerte.
Pero cuando él murió no hubo quien llorara por él.
Porque aquél que a nadie ama no puede ser amado.
Y si sois ricos, pensad que Dios da y quita las riquezas a su antojo, y que nada es nuestro en este
mundo.
Y si no queréis un día sufrir lo que el egoísta, no seáis como él.
Y tened presente que el egoísta no ama más que a sí mismo, y que la dicha y el placer consisten
en amar y en ser amado de los demás.
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21
El Salto del Imprudente∗
Dos hombres se encontraron en un camino, y con la mira de ayudarse mutuamente, convinieron en
acompañarse.
Y pronto ellos mismos pudieron notar la diferencia que en su carácter había, porque era el uno
impetuoso, violento e impaciente, y el otro por el contrario, era sosegado, tranquilo y sufrido.
Y a pesar de esto, no disputaron con calor, y mutuamente sufrían sus defectos, porque la
necesidad los unía.
Y un día en que ya estaban cansados por el calor, y en que ansiaban llegar a alguna posada, para
comer y refrigerarse, una tempestad horrenda se desató en los cielos, y el día se oscureció, y
retumbó el trueno majestuoso, pero aterrador.
Y los dos viajeros seguían caminando a cada paso más cansados.
Y el impaciente corría y saltaba de despecho, y esto sólo servía para cansarlo más y más.
Pero el sufrido iba callado y en calma, y se agitaba menos.
Y cuando ya el cansancio los rendía, vieron que la oscuridad de la tormenta les había hecho
extraviar el camino, y vieron delante de sus pies la barranca profunda. Y había un espacio difícil
de salvar, porque serían quince pasos de hombre lo que faltaba para que la planicie de la tierra
estuviese unida.
Y entre los quince pasos de hombre había un abismo hondo, insondable y tenebroso.
Y los dos se detuvieron horrorizados, y con tristeza pensaron que necesitaban volver a andar el
camino, para lo que ya no tenían fuerzas. Y viendo del otro lado de la barranca una pequeña
aldea, sintieron ganas de no retroceder.
El impetuoso dijo: yo atravieso de un salto la barranca.
Y el sufrido dijo: difícil y riesgoso es. Y viendo un árbol que el huracán había encorvado hacia el
suelo, añadió: si pudiéramos hacer caer este árbol, nos serviría de puente para pasar la barranca.
Y dijo el impetuoso: hacedlo si podéis, que yo sin puente puedo pasar. Y lanzó un grito de
desesperación, y se mesó los cabellos, y vio con aire de desprecio al sufrido, con esa mirada que
quiere decir: “miedo tienes”.
Y el sufrido comenzó a hacer caer el árbol para que le sirviera de puente en la barranca.
Y viendo esto el impaciente, se lanzó de un brinco a salvar la barranca. Y después se oyó un
gemido de dolor.
Había saltado la barranca, pero al llegar al otro lado su cuerpo se había lastimado, y una pierna se
le había roto, y no podía moverse.
* Fechado en 1851. Apareció en La Ilustración Mexicana, tomo I, pág. 314.
22
Y el sufrido no podía auxiliarlo, porque aún no pasaba la barranca, y seguía doblando el árbol. Los
vientos le ayudan, y algún tiempo después el árbol tocaba en los dos lados de la barranca, y servía
de puente. Y el hombre sufrido pasó poco a poco y llegó a salvo, y podía seguir su camino.
Pero el impaciente no podía andar, y sufrió mucho para moverse, y se tardó lo mismo que el
hombre tranquilo, y se hubiera tardado mucho más si éste no lo hubiera acompañado.
Hombres impetuosos, cuando en vuestro camino encontréis barranca, no saltéis, si podéis hacer
puentes.
Porque el que salta puede romperse una pierna o quedarse en la barranca.
23
El Ansioso de Honores∗
A las puertas de una ciudad populosa vivían dos hombres, cada uno en su casa. Y los dos tenían
esposa e hijos y algunos bienes de fortuna.
El uno aspiraba a que su nombre resonara por el mundo, y a que se le tributaran elogios, y se
complacía en oír alabar la belleza de su esposa, las gracias de sus hijos y el lujo de su casa. El
otro no quería ser aplaudido, y vivía retirado trabajando y ensañado a trabajar a su familia.
El ansioso de honores daba convites y festines, y tenía juegos y músicas, y se rodeaba de los
grandes y de los potentados, para que éstos esparcieran su fama por el mundo. Y los grandes y
los potentados decían: “En verdad que mucho gasta este hombre, pero nos obsequia más por
vanidad que por aprecio”. Y el ansioso de honores quedaba contento con los elogios que oía
hacer de sus manjares, de sus vinos, de sus muebles y de sus carruajes.
Y a la casa del que no quería honores no iban ni los grandes ni los ricos, pero cuando pasaba un
pobre era socorrido, y cuando sabía que había un enfermo, era curado.
Y el ansioso de honores no sabía si en la Tierra había pobres ni enfermos.
Y los hijos del ansioso de honores eran hermosos, y sabían cantar, y bailar, y comer, y hacer
ostentación de su riqueza.
Pero los hijos del que no quería honores, sabían trabajar, y no sabían cantar ni bailar ni se
enorgullecían con su riqueza.
Y aconteció que de repente hubo un incendio que consumió las casas de los dos hombres. Y las
familias arruinadas y pobres, entraron llorando a la ciudad. El hombre ansioso de honores estaba
desesperado, y sus hijos también. El hombre que no quería honores estaba triste; pero resignado,
y consolaba a sus hijos.
Y el orgulloso tocó a la puerta de los grandes y de los potentados, que no lo conocieron, y no tuvo
ni un pedazo de pan. Y el humilde, que había sido bueno y caritativo, fue llamado por los pobres y
tuvo que comer.
Y corrieron días, y meses, y años, y el que no quería honores seguía trabajando y sus hijos con él,
y todos eran estimados por su honradez; y en ansioso de honores no halló quien lo ayudara; ni él,
ni sus hijos sabían trabajar; y él era mendigo, y sus hijos cantaban y bailaban en las plazas y en las
calles divirtiendo a la multitud para no morirse de hambre.
Obsequiad a los ricos y a los grandes, y seréis abandonados; servid a los pobres y a los pequeños,
y un día ellos os servirán en la desgracia.
* Fechado en 1851. Apareció en La Ilustración Mexicana, tomo I, pág. 329, con el título de
Parábola.
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25
El Piloto y los Navegantes∗
En otro tiempo, varios hombres construyeron una barca para atravesar los mares e ir a buscar
fortuna en apartadas regiones.
Y desde que comenzó la construcción arreglaron que uno de ellos había de ser piloto para dirigir la
nave y llevarla a un buen puerto.
Y como todos tenían iguales derechos a esas importantes funciones, convinieron en elegir
libremente al piloto el mismo día en que abandonaran las playas de la patria.
Y convinieron también en que el elegido fuera respetado y obedecido, y en que además recibiera
dones y homenajes de todos los navegantes.
Entre ellos había marinos valerosos e inteligentes que parecían a propósito para dirigir el timón, y
que por una larga experiencia conocían el curso de las corrientes, los peligros de los escollos y de
los bancos de arena. Pero estos tales eran modestos, y no quisieron mendigar los sufragios de
sus compañeros.
Y había otro ignorante, orgulloso y lleno de ambición, que aspiraba a honores que no merecía. Un
día que sopló la tempestad y silbó el huracán, y las olas embravecidas subieron a la playa
amenazando llevarse la barca a medio construir, el ambicioso huyó despavorido y dejó a los
demás el cuidado de salvar la nave.
Pero cuando pasó la tempestad volvió sonriendo y se excusó diciendo: que como él tenía poder
sobre los vientos no quiso estar presente a la hora de la tormenta.
Y comenzó a implorar de todos que lo nombraron piloto, jactándose de que sabía vencer la
tempestad, prometiendo que siempre llevaría la nave viento en popa y que no abusaría del poder
que le otorgaran. Y como había muchos que no creían en sus palabras, ofreció a algunos dividir
con ellos su autoridad y partir el fruto de los dones de los navegantes. Y por interés gritaron que
era inteligente y activo.
Y estos hombres interesados gritaron tanto, que hicieron callar a los demás, y a fuerza de intrigas y
amenazas y promesas, el hombre ambicioso fue nombrado piloto y sonrió de gozo, y sólo pensó en
ser respetado y ensalzado.
Y así es como la ambición se sobrepone al mérito, la intriga a la inteligencia, y la bajeza a la virtud.
Concluyóse la barca; levaron anclas, el viento soplando suave y sereno infló las velas, y todos se
alejaron del puerto contentos, esperando unos que el piloto pensara sólo en cumplir con sus
deberes, y otros que realizara sus promesas.
El buen tiempo continuaba, y la barca se deslizaba sobre las aguas blandamente. El piloto a cada
instante decía: “¿Veis cómo es cierto que sé conjurar la tempestad y que sin mí ya hubierais
perecido?”
* Fechado en 1852. Apareció en La Ilustración Mexicana, Tomo III, pág. 442.
26
Y los que dividían con él los dones de los navegantes, fingían creer que al piloto se debía el buen
tiempo, y los otros callaban…
Y el piloto tenía autoridad para castigar, y no castigó al ebrio ni al maldiciente, sino a aquellos que
en tierra habían dudado de su ciencia. Y se hizo amigo de todos los intrigantes, y seguía diciendo:
“A mí debéis no perecer”.
Pero cuando él ejercía venganzas y quería humillar a los que lo habían elevado, se vio en el
horizonte un punto negro, un punto que poco a poco crecía y era ya una nubecilla lejana…
“Anuncio de tempestad”, gritaron sobre cubierta. “Me insultan esos que creen que puede haber
tempestad cuando yo dirijo el timón de una barca”.
Y castigó e insultó a los que temían la tempestad. Pero la nube crecía, y el miedo hacía que todos
dijeran: “Nada vemos”.
Y el viento sopló enfurecido, y levantó las olas como montañas de espuma, y la barca se vio
azotada por todos lados, y el miedo hacía que todos dijeran: “Nada sentimos”.
Y el cielo se oscureció, y el mar bramó, y el rayo estalló, y el trueno ensordecía, y el miedo hacía
que todos dijeran: “Nada oímos”.
Y el piloto decía: “buen tiempo tenemos”, y no sabía qué hacer, y se enfurecía contra los que
conocían el peligro.
Y la barca se extraviaba y estaba entre escollos, y arrecifes; entre rocas y bancos de arena.
Y la navegación se prolongaba, y los víveres se acababan, y los navegantes tenían hambre y sed.
Cuando alguno se atrevía a murmurar del piloto y a indicar el peligro, lo mandaba echar al agua.
Cayó un rayo sobre el mástil, y todos se asustaron, y el piloto dijo: “Cayó el mástil; pero la barca
está bien”.
Se estropeó la quilla, y el piloto dijo: “No importa; la barca está bien”.
Y entraba agua a todos los camarotes, y las velas estaban destrozadas, y los cables rotos, y el
piloto siempre decía: “La barca está bien, a mí me debéis el buen tiempo, yo sé conjurar la
tempestad”.
Pero al fin, el agua entró a la cámara del piloto y él se estremeció, y temiendo que se hablara del
peligro y que se clamara contra su torpeza, puso mordazas a los que querían salvarse y salvarlo…
Y el desaliento o el miedo, la poca fe o la apatía, dominaba a los navegantes. Cualquiera de ellos
podía salvar la barca, aún era tiempo; pero mientras pensaban en lo que habían de hacer, la
tempestad siguió, la barca se estrelló contra los arrecifes, se hizo pedazos, y no quedó ni una tabla
de salvación. Navegantes y piloto perecieron; el mar se tragó a los que habían conocido el peligro
y a los que habían querido disimularlo.
Y en verdad os digo, que merecieron su suerte, porque navegantes que sufren pilotos
descuidados, vanos e ignorantes, y que ven llegar el peligro y no procuran salvarse, con ellos han
de perecer en medio de la tempestad.
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Obra Narrativa de Francisco Zarco
Escritos literarios, Selección, prólogo y notas de René Avilés Favila, México, Editorial Porrúa,
Colección Sepan Cuantos # 90, 1968; Segunda Edición, 1980.
Castillos en el Aire y Otros Textos Mordaces, México, PREMIÁ / INBA / SEP, Colección La
Matraca, Segunda Serie # 8, 1984.
“Literatura y Variedades. Poesía. Crítica Literaria”; Obras completas de Francisco Zarco, Tomo
XVII, Compilación y Revisión: Boris Rosen Jélomer, México, Centro de Investigación Científica
Jorge L. Tamayo, 1994.
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29
Rafael Ceniceros y Villarreal
El político, dramaturgo, cuentista, novelista, abogado y moralista Rafael Ceniceros y Villarreal nació
en la ciudad de Durango el 11 de julio de 1855.
Durante algunos años, Ceniceros estudió en el Seminario Conciliar de Durango pero abandonó la
carrera clerical para estudiar jurisprudencia en el Instituto Juárez de la ciudad de Durango. Desde
joven Ceniceros se inició como escritor de piezas teatrales, especialmente melodramáticas. Al
recibir su grado académico de abogado, Rafael Ceniceros trasladó su residencia a la ciudad de
Zacatecas en donde continuó escribiendo obras dramáticas, novelas, cuentos, poesías, artículos
periodísticos y catecismos, entre otras cosas.
Hombre interesado en los problemas sociales de su tiempo, Ceniceros se dedicó a una intensa
actividad política, participando como miembro de la Orden de los Caballeros de Colón y desde el
bando conservador y por el Partido Católico Nacional, PCN, ocupó en dos ocasiones el poder
ejecutivo del estado de Zacatecas.
La obra narrativa de Ceniceros y Villarreal consta de dos novelas: La Siega, publicada en 1905 y El
Hombre Nuevo, que se puso a la venta en 1908. Los relatos de Ceniceros incluyen una colección
de 48 cuentos cortos que se dieron a conocer en 1909.
En sus relatos, Ceniceros y Villarreal, apegándose al género de realismo costumbrista, recrea un
sistema de ideas conservador de la clase media y la clase alta de la provincia mexicana de su
tiempo. En esa época, el escritor José López Portillo y rojas opinó:
Rafael Ceniceros y Villarreal se nos revela en La Siega escritor fino y atildado observador
profundo (...) La Siega tiene páginas encantadoras y despierta honda emoción en sus
pasajes culminantes. Está impregnada de la vida nacional, es fruto de la verdad y la
observación y una nota triunfal de nuestro progreso. (AGÜEROS, VICTORIANO. “Apuntes
biográfico-críticos acerca del autor”, en: Obras del Licenciado Rafael Ceniceros y Villarreal.
Tomo I, México, Imprenta de Victoriano Agüeros, Biblioteca de Autores Mexicanos # 58,
Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, UNAM, 1908, p. I.).
Por su parte el crítico John S. Brushwood, refiriéndose a Ceniceros y a otros escritores
conservadores del periodo porfirista, señaló que:
La moral cristiana por la que abogaban está más ligada al tradicionalismo que a la fe
cristiana. El elemento costumbrista de sus novelas es algo más que un cuadro de
costumbres; es la base de la moralidad (...) pero la pretensión de que cristianismo y
moralidad son términos equivalentes, no es sino otro ejemplo de la artificiosa realidad del
periodo. (BRUSHWOOD, JOHN S.. México en su Novela, México, Fondo de Cultura
Económica, Colección Breviarios # 230, 1973, pp. 264 a 265.).
30
La ensayista Joaquina Navarro en su análisis de la obra narrativa de Rafael Ceniceros y Villarreal
destaca que:
Si las novelas de Ceniceros y Villarreal no estuvieran tan impregnadas del deseo del autor
de dar consejos de conducta cristiana, sería fácil encontrar analogías entre algunos
retratos que presenta, de personajes de la clase media de provincia (...). Se ha juzgado a
este escritor como regionalista porque sitúa sus obras e Zacatecas. Pero a través de ellas
es imposible reconocerla ciudad ni la región. Presenta un ambiente de tradición española
general, sin color ni tipos locales. (NAVARRO, JOAQUINA. La Novela Realista Mexicana,
México, Universidad Autónoma de Tlaxcala, Serie Destino Arbitrario # 8, 1992, p. 195.)
Consecuente con su pensamiento conservador, Ceniceros actuó como opositor político de los
primeros gobiernos de la Revolución por lo que, entre 1914 y 1926, estuvo en prisión en catorce
ocasiones. Fungió como presidente del Partido Nacional Republicano, PNR, y en 1926, al
momento de la Primera Rebelión Cristera, el para entonces ya anciano novelista tuvo el papel
protagónico de presidente de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, LNDRL,
organización urbana de extrema derecha que tuvo una parcial relación con la instigación de la
rebeldía cristera.
El 27 de diciembre de 1931, en la ciudad de México, con su fortuna y su lucha perdidas, el
empobrecido y senil Rafael Ceniceros y Villarreal dejó de vivir.
31
Rafael Ceniceros y Villarreal
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33
Tal Para Cual
I
Agustín Benavides, colegial de agudo ingenio, buen corazón y audaz hasta la temeridad, estaba
haciendo brillantísima carrera en el Seminario Conciliar de Durango – pues en aquella época los
seminarios daban magnífico contingente a las carreras literarias, - los maestros deshacíanse en
elogios del joven estudiante, quien año por año presentaba el acto público de estatuto. Mas estaba
cansado, muy cansado, no tanto del estudio, cuando de las privaciones a las que, por seguir una
carrera, obligábale la pobreza. Más de una vez decidióse a arrojar a la mitad de la calle los libros
de Filosofía y a buscar un empleo cualquiera que aligerara la pesada carga de la vida; pero
revocaba su resolución ante los ruegos de su anciana madre.
A aumentar el candente anhelo del estudiante vino el amor que le inspiró una aristocrática joven de
la más encumbrada categoría, no solo por su prosapia de abolengo, sino también por su crecido
caudal. Hija única de don Rosendo Galván y de doña Serafina Plancarte, era Matilde amor y gloria
de sus padres, que en ella se veían.
La joven, por maravilla, no abusaba de aquel cariño, y sus deseos, siempre satisfechos,
conteníanse dentro de las justas aspiraciones de su elevada jerarquía social. Afable y discreta,
granjeábase la estimación de cuantos la trataban, y aunque no era una belleza, tenía poderoso
atractivo y singular donaire.
Don Rosendo, hombre de mucho mundo, egoísta, socarrón y mentiroso cuando vio a Matilde en
edad de tener esposo, alarmóse mucho, y en su interior la condenó a perpetuo celibato. Temía,
con razón, que su fortuna atrajera a los pretendientes. Hay tantos, pensaba, que buscan en el
matrimonio las comodidades de la riqueza y no las satisfacciones del corazón. El egoísmo paternal
tomó también gran parte en la resolución del millonario. Ni uno más rico que él separaría de su
lado a la hija de su alma.
Bien sabía don Rosendo que de tal decisión Serafina ia a ser la más terrible enemiga; pero el
banquero era fecundo en argucias, y sonreíase satisfecho al considerar las que inventaría para
persuadir a su mujer.
Lo peor de todo era que había observado que a su hija no le caía mal el maldito estudiante. Una
que otra furtiva mirada de Matilde púsole patitieso. Si no daría la mano de su hija ni a un Nabab, ni
al rey del petróleo, ni al del acero, ni a ninguno de los multimillonarios yanquis o mexicanos, iba a
casarla con un pelele de baja estofa que faltábale de seso lo que de audacia le sobraba.
¡Imposible! El humillaría a aquel presuntuoso mozalbete.
II
34
Agustín, entretanto, no se durmió, no solo llovieron amorosos billetes en la casa de la rica
heredera, sino que diose maña para hablarle algunas palabritas en casa de una amiga. Y el
corazón de Matilde, que por lo suave era yesca, ardió con el fuego de aquellas palabritas. Sobre
todo, la frase: “amo a usted con toda mi alma”, le calcinó el peco hasta en la más escondida
arteria.
Los libros de Filosofía estaban cerrados y llenos de polvo, en cambio, el de las ilusiones era leído
de cabo a rabo por el enamorado galán que se hallaba ya en plenas relaciones con Matilde.
Un día, por ciertas palabras de su madre, comprendió el joven que ésta temía que anduviese en
criminales trapicheos y llorando por el dolor de la autora de sus días, a quien tiernamente amaba,
revelóle todo, todo. Le manifestó su inquebrantable resolución de amar siempre a Matilde y hacer
cuanto pudiera y aun lo que no pudiera por casarse con ella. La fe de los enamorados se parece a
la de los santos y no es extraño, porque en el orden de la naturaleza y en el de la gracia, es el
amor la pasión más fuerte.
Madre e hijo acabaron por llorar juntos, de esperanza el uno, de temor la otra. ¿Quién era su pobre
hijo para aquella joven tan rica y que como tal debía ser muy orgullosa? ¿Valía algo el talento?
¿Conquista hoy la virtud muchos corazones? Y la experiencia de la anciana respondía a estas
preguntas: El oro es el gran conquistador en este mundo. El talento y aun la virtud a él se han
vendido muchas veces.
A aquellos doloroso pensamientos replicaba la fe de la buena madre con palabras de eterna
verdad.
-No ha muerto el Dios de mis padres, que es mi Dios, a Él fío la causa de mi hijo. Hay aún y habrá
siempre almas buenas en medio de la universal idolatría del becerro de oro.
III
Pasease Agustín por las primorosas alamedas de la ciudad. El amor hale sacado de quicio: quiere
casarse con Matilde y ésta quiere casarse con él. ¿Qué más se necesita que dos voluntades
firmes y decididas?
No habrá, de ello está seguro, nadie que quiera pedir para él al millonario la mano de su hija. Si él
fuera rico, tal vez; pero es un pobre colegial sin porvenir aún. No importa, trabajará, siéntese capaz
de heroicas empresas. El amor es fuerte, muy fuerte; pero también es loco de atar, y en aquel
momento las ideas de Agustín son las de un loco, pues se resuelve a ir él en persona a pedir la
mano de Matilde. Y pensarlo y dirigirse a la casa del banquero fue todo uno.
No voy a cometer un crimen, se dijo: el cariño da derechos, y más aún el cariño correspondido.
Llegó al despacho del banquero y llamó suavemente a la vidriera de la puerta.
35
- Adelante, contestó con voz grave don Rosendo.
Estaba el banquero hojeando un legajo de documentos, alzó la vista por encima de los anteojos, y
no fue poco su asombro al mirar frente a él al colegialillo.
-¿Qué se le ofrece a usted? Díjole sin siquiera indicarle que se sentase.
- Pues mi negocio es muy sencillo, repuso Agustín sin turbarse, cuestión de dos palabras.
- Hable usted.
- Vengo...
- No tengo en qué ocupar a usted, dijo don Rosendo interrumpiendo al joven y con la dañada
intención de humillarle.
- No vengo a pedir empleo, sino algo que vale mucho más.
- No presto dinero.
- No pido dinero.
- Pues ¿entonces...?
- Vengo a pedir a usted la mano de Matilde.
El sofocón que sufrió el banquero fue terrible, ni siquiera pudo hablar. Quedóse contemplando a
Agustín de hito en hito. Aquella audacia era inverosímil. Poco después sonrióse con maligna
sonrisa y dijo con arrogancia al audaz mozalbete:
- Mi hija lleva un millón para el desayuno, ¿qué lleva usted para la comida?
Agustín comprendió la intención de don Rosendo de humillarle, e impertérrito contestó:
- Con tan buen desayuno, ¿a quién le quedan ganas de comer? No comeremos señor don
Rosendo, no comeremos.
Tan inesperada respuesta desconcertó por un momento al banquero, que boquiabierto miraba a
Agustín, más vuelto en sí, repuso iracundo:
- Quítese usted de mi presencia.
- Volveré cuando usted haya reflexionado, murmuró el colegial, hizo una cortés reverencia y
sonriente salió del despacho.
IV
Bien lo había previsto don Rosendo; la mortal enemiga de su resolución fue Serafina. ¿Pues no le
cayó en gracia a la estúpida de su consorte la insultante contestación del atrevido colegial?
36
- Es un necio, decía Rosendo.
- No le conoces bien, replicaba Serafina.
- Se ha burlado de mí.
- El enamorado inconscientemente se burla de todo el mundo, y no hace más que vengarse, pues
todo el mundo se burla de él. Tú querías humillarle.
- Y el pillastre me ofendió.
- Tú le ofendiste primero.
- Pero mujer, sé racional.
- Te conozco de cara y mañas. Tú lo que quieres es que nuestra hija no se case jamás.
- Y no se casará. Te lo juro.
- Se casará como dos y tres son cinco.
- Aun suponiéndolo, no se casará con ese pelagatos.
- Matilde ha nacido para el santuario del hogar. Conozco bien a mi hija.
- Para su felicidad no necesita ese santuario.
Estas disputas eran cotidianas, y claro es, con el maternal apoyo, Matilde seguía obstinada en
querer a Agustín.
- Confía y espera, decíale a su hija, yo quebrantaré la cerviz de la serpiente.
No hay para qué decir que la serpiente era Rosendo.
A la hora de la sobremesa, cuando Matilde se iba a sus habitaciones, empezaba la diaria disputa,
que concluía siempre con la huida del banquero. ¡Demonio! Después de un cuarto de siglo de paz
octaviana, es que no se había oído una sola palabra que subiese de mesurado tono, tener que
soportar aquel alud de gritos y aquellas nerviosas contorsiones de la Serafina que al pie del altar,
le juró amor, y con esto , como era natural, respeto y resignada sumisión.
Aquello no era vida. Además, Matilde estaba muy triste, y antes era alegre como día primaveral.
Todo, todo había cambiado en el hogar de don Rosendo hasta los criados que antes eran
respetuosos, pero afables, tenían hoy cara de sargento primero.
Hallábase el capitalista enfrascado en aquellos pensamientos, cuando ocurriósele una idea
salvadora, sin duda, a juzgar por el relámpago de regocijo que le inundó el rostro.
Esto es decisivo en pro de mis proyectos, exclamó. Veremos qué puede oponer en contra la
testaruda de Serafina.
37
Ese día estuvo contento y hasta chancista durante la comida, y a la hora de la batalla, llenó hasta
los bordes la taza de café, encendió con estudiada calma – que no pasó desapercibida para
Serafina - un magnífico puro y miraba de soslayo a la temible enemiga.
Traes alguna trampa, pensó Serafina mas ya te conozco marrullero.
Don Rosendo tosió, Serafina también. Aquella tosidura fue como un clarín que anunciaba el
combate.
Estás matando a Matilde, clamó Serafina, con dolorosa voz.
- Quiero la felicidad de mi hija. ¿Cómo no la había de querer?
Pero ese matrimonio es imposible.
- ¿Por qué Agustín es pobre? Esa no es razón, nosotros somos ricos.
- No es eso, Serafina. ¿Qué me importa a mí que ese rapazón no tenga un centavo? Hay otro
motivo que no puedo decirte.
- Sea cual fuere, debes decírmelo.
- Si tú lo exiges... pero conste que sin este inesperado suceso, y sin tu exigencia no te lo hubiera
dicho nunca.
- Bueno, conste y adelante.
- Pues has de saber. – El banquero tragó saliva. – No puedo, no puedo.
- Habla, no soy caprichosa; si la causa de tu obstinación es racional, no insistiré en defender a la
hija de mi alma de tu inexplicable tiranía.
- ¿Quieres que hable? Sea.
- Te oigo.
- Durante mi juventud, no fui un santo ni mucho menos, tuve un desliz; pero conste que fue
solamente uno y este, en un momento de aturdimiento, de diabólica sugestión. Don Rosendo vio a
su consorte, tragó saliva y continuó.
- ¿Te he dicho lo bastante?
- Si no me has dicho nada.
- Debías haberlo comprendido: ese matrimonio, agregó con solemne voz, es imposible porque
Agustín es mi hijo. He aquí el “pro” de mi causa.
Y don Rosendo inclinó la cabeza avergonzado.
Doña Serafina quedóse algunos momentos contemplando a su esposo, sonrióse con socarronería
y dijo con admirable tranquilidad:
38
- La revelación que de hacerme acabas, no es obstáculo para la dicha de Matilde.
- ¡Qué dices! ¿No es obstáculo?
- Ya que te has confesado conmigo, en justa correspondencia me confesaré contigo. Yo como tú,
tuve un desliz, nada más uno, también por diabólica sugestión, y Matilde no es tu hija. He aquí el
“contra“ de tu causa.
Don Rosendo se quedó boquiabierto, rascóse una oreja y luego la cabeza. Siguió una escena
muda que se prolongó por algunos momentos, después de la cual los esposos soltaron tremenda
carcajada.
- Eres terrible, dijo el banquero.
- Tal para cual, respondió la esposa.
- Basta, basta, que se case Matilde.
El estudiante acabó su carrera y fue médico notable.
Y no hubo remedio, Matilde y Agustín se casaron y fueron tan felices como serlo pueden dos
personas virtuosas en este pícaro mundo.
Cuentos Cortos, 1909.
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Obra Narrativa de Rafael Ceniceros y Villarreal
Novela:
La Siega. Novela de Costumbres, Zacatecas, Zac., Ed. Nazario Espinoza, Primera Edición, 1905.
“El Hombre Nuevo”, en: Obras del Lic. Rafael Ceniceros y Villarreal. Tomo I, (Novelas), México,
Imprenta de Victoriano Agüeros. Biblioteca de Autores Mexicanos # 58, (Fondo Reservado de la
Biblioteca Nacional, UNAM), 1908, pp. 281 a 518.
Cuento:
“Cuentos Cortos“, en: Obras del Lic. Rafael Ceniceros y Villarreal. Tomo I, (Novelas), México,
Imprenta de Victoriano Agüeros. Biblioteca de Autores Mexicanos # 68, (Fondo Reservado de la
Biblioteca Nacional, UNAM), 1909.
Ç
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Atanasio G. Saravia
El historiador, músico, poeta, políglota, astrónomo, administrador y propietario de haciendas
agrícola y ganaderas, soldado de la Defensa Social huertista de la ciudad de Durango, empleado y
gerente del Banco Nacional de México, miembro de diversas sociedades científicas e históricas y
narrador Atanasio G. Saravia Aragón nació en la ciudad de Durango, el 9 de junio de 1888.
Por su obra reunida en los cuatro tomos del libro Apuntes para la Historia de la Nueva Vizcaya,
publicados por la Universidad Nacional Autónoma de México, Saravia es considerado como uno de
los más prolíficos y destacados historiadores de Durango y como uno de los más connotados
estudiosos de la historia del norte de México.
Con claro estilo narrativo, Atanasio G. Saravia escribió dos novelas que pueden ser calificadas
como histórico testimoniales: ¡Viva Madero! (1940) y Cuatro Siglos de Vida de una Hacienda
(1959); de la primera, el mismo Saravia nos dice:
Nunca he sido novelista, cuando he escrito para el público ha sido, casi siempre, sobre
motivos de historia; pero conocí costumbres y vi su recuerdo hallé más fácil darles vida en
forma de novela que marcándolas en las severas normas de la historia.
¡Viva Madero! es el relato de la transformación de hombres y lugares, ante el impacto de la guerra
revolucionaria, en el periodo antihuertista, desde el punto de vista protagónico de Antonio De los
Cobos, cuyos parientes, relaciones y hábitat nos recuerdan al propio Atanasio G. Saravia, en sus
actividades como administrador de haciendas y como miembro de la Defensa Social
contrarrevolucionaria huertista de la ciudad de Durango.
En Cuatro Siglos de Vida de una Hacienda, ocupando como narrador al Cerro del Píndoro, Saravia
describe la evolución histórica de la hacienda de La Punta.
Atanasio G. Saravia falleció en la ciudad de México, el 11 de mayo de 1969.
En 1984, los descendientes del escritor durangueño, junto con Fomento Cultural Banamex,
establecieron un fideicomiso para el certamen académico bienal que lleva como nombre Premio
Atanasio G. Saravia de Historia Regional Mexicana.
El 15 de septiembre de 1989, los restos del autor de ¡Viva Madero! fueron reinhumados en la
Rotonda de los Hombres Ilustres de la Ciudad de Durango.
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Atanasio G. Saravia
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¡Viva Madero!
Soldaditos
Unos meses después, Antonio, vestido de charro como en el rancho acostumbraba, pero llevando
dos cananas de parque cruzadas en el pecho y un rifle en bandolera, caminaba por las calles de
Durango. Estas, no obstante lo temprano de la hora, pues apenas serían las ocho de la noche,
hallábanse desiertas; las ventanas de las casas, cerradas, impedían toda vista al interior y sólo se
descubría la vida de sus habitantes por escucharse, en algunas, el sonido de un piano que tal vez
animaba el encierro de alguna familia o quizá distraía sólo el ocio de alguna señorita.
Ningún gendarme se miraba en los cruceros de las calles, como era la costumbre, y la claridad que
arrojaban los focos de luz de arco en las esquinas, sólo descubría calles y aceras desiertas.
A lo lejos, hacia las orillas de la ciudad, se escuchaban aislados e intermitentes disparos de fusil, a
veces muy lejanos, más cercanos a veces.
Sólo los pasos de Antonio resonaban en la calle mientras caminaba hacia el centro de la ciudad.
Poco antes de llegar al Palacio Municipal, un centinela, apostado a la puerta le gritó con voz fuerte.
¡Alto!
Antonio se detuvo.
¿Quién vive? volvió a gritar al centinela.
¡México! contestó Antonio
¿Qué gente?
¡Defensa social!
¡Siga!
Siguió Antonio su camino, cruzó frente al Palacio, tomó la calle que entonces llamábase Mayor y
después de andar una cuadra, nuevo grito de otro centinela lo obligó a detenerse. Cruzadas las
palabras de rigor, se acercó Antonio a la puerta en que el centinela hallábase apostado y en que
un pequeño letrero anunciaba ser allí las oficinas de una Compañía de Voluntarios de la Defensa
Social.
El centinela no era sino un amigo de Antonio, uno de tantos muchachos de Durango, pero al llegar
frente a él, sin saludarlo cruzó el rifle para impedirle el paso y gritó con voz marcial:
¡Cabo de cuarto!
El cabo de cuarto se presentó; un alegre muchacho también con grandes cananas que al ver a
Antonio lo saludó con un cordial ¡qué hubo viejo! y le brindó franco el paso, mientras el centinela,
gravemente, con su rifle terciado, reanudaba su corto paseo frente a la puerta, consciente de sus
deberes militares.
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Entró Antonio a la oficina en donde una docena de voluntarios entretenían sus ocios leyendo
algunos libros o jugando a las cartas. Todos era muchachos de buenas familias, ahora en
funciones de militares en virtud de circunstancias especiales que ya habrá ocasión de referir.
Buenas noches señores, dijo Antonio al entrar, al mismo tiempo que se desembarazaba del rifle y
lo colocaba en un rincón al lado del banco de armas en donde se veían, correctamente alineados,
los rifles de la guardia.
¡Hola Toño! ¿Qué hay Cobos? contestaron los presentes.
¿De dónde vienes? Le dijo el cabo.
Vengo del cuartel de los federales en donde pasé un rato de la tarde de charla de algunos oficiales.
Los demás, al oír esto, abandonaron los libros y las cartas y se agruparon cerca de Antonio y de su
cabo.
¿Y qué se dice por ahí? le dijo el cabo.
Pues mucho y nada en resumen, porque parece que los oficiales no están más enterados que
nosotros o por reserva del oficio no dicen lo que saben. Que seguimos sitiados, cosa que ya
sabemos; que parece que les llegó más gente a los rebeldes del lado de la Sierra, según informes
que dieron del fortín de Guadalupe y del fortín de los Ángeles de donde dicen que vieron bajar
bastante caballería del lado de la Sierra y que tomó con rumbo a la Tinaja en donde dicen está el
cuartel general de Calixto Contreras; dicen que serían como quinientos hombres.
¡Pues no son nada! contestó un jovencito con todo aplomo; un hombre en la trinchera vale por
cinco a pecho descubierto. Nosotros estamos en los fortines, ellos nos tienen que atacar de
afuera, de modo que, quinientos, sólo entretienen a cien de los nuestros, y como somos dos mil,
mientras no tengan más de diez mil hombres, no hay el menor cuidado, sin contar lo que les
aventajamos en calidad, pues no es lo mismo tropa disciplinada que una chusma cualquiera mal
armada.
Antonio oyó sin interrumpirlo el discurso del muchacho y luego añadió:
También dicen los oficiales que con seguridad debe haber salido para acá alguna columna de
Torreón, porque sería inconcebible que el Estado Mayor no haya considerado la importancia que
tiene reanudar los trenes de Torreón a Durango que hace ya mucho están interrumpidos, tanto
para auxiliar a la ciudad con víveres y tropas de refresco como para, de paso, envolver si es
posible al núcleo de rebeldes que se ha acercado aquí.
¡Eso seguro! Repitió el jovencito que hablara antes. Los federales luego se dilatan en moverse,
porque así conviene para los planes de campaña, pero, cuando se mueven, ¡golpe seguro! ¡Como
que están mandados por generales!... ¡No tiene remedio!
¿Y en dónde vendrá la columna? preguntó el cabo, porque así conviene para los planes de
campaña, pero, cuando se mueven, ¡golpe seguro! ¡Cómo que están mandados por generales!...
¡No tiene remedio!
¿Y en dónde vendrá la columna? preguntó el cabo, porque si viniera cerca ya notaríamos
movimientos de esta gente a retirarse y, al contrario, según dices, están viniendo más.
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No, mi cabo, interrumpió el jovencito ¿cómo quiere usted que vengan descubiertos? ¡Si no son
reclutas! Estos vienen por ahí sin que los sienta la tierra y la primera noticia que tengan de ellos
los rebeldes van a ser las granadas que les empiecen a estallar en sus cuarteles, y como el
general aquí sí ha de saber porque son unas águilas para avisarse, combinará al mismo tiempo
sus movimientos y copan a los rebeldes. Un golpe a lo Blanquet… ¡Ya verán!
¿Y de complots aquí, no te dijeron nada? Porque dicen que había un complot muy grande, pero
que el general cogió todos los hilos y que con unos cuantos oficiales desbarató el asunto y que hay
varias personas aprehendidas… ¡y que en una nada las truenan!... terminó el cabo.
¡Hombre! La verdad, dijo calmosamente Antonio; yo en los complots no creo, y los oficiales
tampoco. ¿Quién quieres que se levante en armas aquí adentro con la ciudad ocupada por la
guarnición, rodeada de fortines que impedirían la salida de cualquier grupo, y las calles recorridas
por patrullas de voluntarios que no dejan reunirse ni a dos personas aunque no sean más que
parejas inofensivas que pelan la pava en la ventana?
No te creas, interrumpió el jovencito, es que los maderistas se disfrazan de mujer y simulan platicar
con el novio en la ventana para irse pasando de uno en uno sus planes y ponerse de acuerdo. Por
eso necesitamos andar como Argos y si no fuera eso ¡quién sabe ya lo que hubiera sucedido!
Sonrió Antonio de la inocencia del muchacho y del aire de seguridad con que exponía sus ideas, y
cambiando de conversación preguntó al cabo:
¿No está aquí el Capitán? Deseaba hablar con él.
Está ahí en la otra pieza, en una junta con otros de los jefes, tanto de la infantería como de la
caballería. Dicen que se trata de arreglar que salgan por la vía de Torreón trenes escoltados por
voluntarios para despejar la vía y buscar la unión con los federales que han de venir de Torreón
reparándola.
Va a ser difícil salir, dijo uno de los jóvenes, pues se necesitaría mucha gente para poder guardar
los flancos mientras se avanzaba con el tren.
No, contestó el jovencito que a todo hallaba salida, yo ya oí hablar de eso y como lo van a hacer.
Se ponen carros blindados, pintados de cuadritos para disimular las troneras por donde se sacan
las puntas de los rifles, se les ponen tres máquinas por su alguna fallare; adelante se ponen
ametralladoras y cubiertos por éstas los trabajadores van reparando los rieles y el tren avanzando,
y como en esa forma es casi inexpugnable pues sólo lo tomarían con artillería, y eso no tienen los
rebeldes, es sólo cuestión de tiempo para ir avanzando y puede decirse que prácticamente es
imposible hasta tener bajas en esas condiciones, así tiroteen el tren de día y de noche.
¿Y se tardarán mucho en la junta? preguntó Antonio.
Yo creo que no, dijo el cabo, pues oí decir a tu jefe, al de la caballería, que iba a cenar con el
general a las nueve… y poco falta ya.
En efecto, en esos momentos se abrió la puerta y mientras los voluntarios presurosos se alineaban
en orden, aunque sin rifles, listos para cuadrarse al paso de los jefes, tres o cuatro señores
vestidos en forma disímbola, pero que se apartaba del sencillo traje del civil, aparecieron en la
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puerta. Los muchachos se cuadraron y permanecieron inmóviles, mientras el centinela, muy serio,
presentaba armas.
Antonio adelantó un paso hacia uno de ellos y tocándose el ala del sombrero le dijo familiarmente:
¿Qué tal? ¡Mi capitán!
¡Hola Toño, contestó el interpelado que era el jefe superior de los voluntarios de a caballo a que
Antonio pertenecía. ¿Qué haces por aquí? y al mismo tiempo le estrechó la mano.
Vengo en busca del Capitán de la Compañía a que estoy incorporado en el servicio mientras nos
vuelven a montar, añadió sonriente.
Aquí lo tienes, contestó el jefe de la caballería señalando a un señor de aspecto serio y grave que
guardaba unos papeles en la mesa del cuarto siguiente.
Mi capitán, dijo Antonio, avanzando hacia adentro y quitándose el sombrero.
Usted perdone, contestó el interpelado, ¿es usted el señor de los Cobos?
A las órdenes de usted.
Entonces, debo primero hacerle una advertencia; para hablar a sus superiores, ni para hablar a
nadie, debe usted quitarse el sombrero, porque, por el momento forma parte del uniforme. Sólo
debe usted cuadrarse haciendo el saludo militar. Y ya hecha esta advertencia ¿qué desea usted?
Como parece que la noche se presenta tranquila, contestó Antonio solicito del señor capitán
licencia para salir del servicio, por esta noche, a fin de cenar en casa de un amigo y dormir en mi
casa, porque tengo asuntos particulares urgentes que arreglar.
¿En que fortín está usted de servicio?
Unas veces en uno y otra en otro, según me manda el sargento, pues ya ve usted que los de
caballería andamos todos desorganizados.
Nunca brillaron por su organización, con perdón de mi compañero aquí presente, añadió saludando
con una inclinación al capitán de caballería; siempre fueron ustedes una cuadrilla de muchachos
alegres y poco disciplinados, pero en Abril se portaron bien ¡qué caramba!... ¿Y a qué fortín iba
usted esta noche?
No lo sé, capitán, porque desde hace dos días pedí esta noche al sargento y sólo falta que usted
autorice mi licencia.
¡Hum! La cosa no es tan sencilla, porque si vamos a dar licencia a cada voluntario a lo mejor una
noche tenemos solos los fortines. ¿Qué asuntos particulares tiene usted que arreglar?
Mi capitán, dijo Antonio conteniéndose apenas; los asuntos que tengo que tratar son cosa mía
¿puede usted concederme la licencia, entendidos de que si hubiera novedad estaré aquí al
momento, o me entiendo con mi jefe aquí presente para dejar de seguir al servicio de esta
campaña? Los de a caballo, un grupo de rancheros, nos entendemos bien.
No se acalore usted, joven, que puede usted transgredir la disciplina y tendríamos que juzgarlo en
una corte marcial lo que debemos evitar, tratándose, en el fondo, de sólo compañeros. Tiene
usted su licencia, mas si hubiere un ataque acuda usted aquí inmediatamente.
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Gracias, contestó Antonio secamente, y dando la vuelta salió a la pieza siguiente echándose desde
luego su rifle al hombro para salir.
Espera Toño, le dijo su jefe; te voy a acompañar; perdóname un momento; y volviendo a la pieza
en donde se encontraba el capitán de Infantería le dijo así:
Compañero: va muy mal si quiere manejar a mis muchachos en esta forma; ellos no sabrán de
disciplina ni de hacer ejercicios y paradas como la tropa de usted, pero no se le olvide que esos
rancheros son la gente mejor con que contamos; son gente de a caballo, muy buenos tiradores,
traer todos buenas armas, son resueltos y valientes y están acostumbrados a los peligros; si me los
empieza usted a incomodar pediré que me los dejen de nuevo solos conmigo y que ustedes se
entiendan con esa bola de chamacos que ya están aprendiendo hasta a roncar por escuadras…
¡Mi gente no es para eso!
Pero compañero usted comprende que en el ejército es básica la disciplina y que sin ordenanza no
vamos a ningún lado.
¡Qué ordenanza ni que ojo de hacha! contestó el capitán de los rancheros. Aquí andamos de tropa
de lance y no se puede pedir a los muchachos más que buena voluntad y decisión para aguantar
los tiros mientras no llegue alguno que los reviente… Bastante desvelados y fastidiados están para
todavía salirles con tanta zarandaja. Y dejando el capitán estupefacto salió a reunirse con Antonio
al que cogió familiarmente del brazo, diciendo:
Vamos, ¿a dónde cenas hoy?
Con el señor Guardado, contesto Antonio.
Pues, caminando, dijo el capitán, que te voy a dejar hasta su puerta, y bajando la voz al mismo
tiempo que se alejaban añadió: y no hagas caso de ese amigo capitán; es un oficinista que nunca
había mandado un hombre y todo quiere arreglarlo en los papeles; por qué diablos resultó capitán
yo no lo sé, pero anda en el cargo como chiquillo con zapatos nuevos, y estudia que te estudia la
ordenanza… ¡para lo que le ha de servir a la hora de los trancazos! ¡Ya quisiera yo ver a las
escuadras haciendo figuras de esgrima cuando se les echaran encima a bala y bala doscientos
cuencameros endiablados. ¡Y riendo fuertemente, el singular capitán se detuvo a encender su
grueso puro ofreciéndolo enseguida a Antonio para que encendiese en él su cigarrillo.
En tanto el Capitán de los infantes encerróse de nuevo con los dos o tres jefes que quedaban,
mientras los voluntarios, dejando su alineamiento, volvían a sus libros y a sus naipes, y el
centinela, cansado ya de estar presentando armas, se echaba el fusil al hombro y reanudaba su
paseo frente a la puerta, en espera del revelo que le permitiera entrar a charlar “como gente” con
sus demás camaradas.
Señores, les dijo el capitán a sus compañeros en cuanto cerró la puerta, es imposible organizar
nuestra gente mientras tengamos esa caballería que no obedece a Dios ni al Diablo y que no se
ocupa más que de parrandas y a diabluras junto con su capitán que puede que sea el peor de
todos… ¡como que por eso lo eligieron! terminó. Sus compañeros, el capitán segundo y dos
tenientes guardaron silencio.
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Y luego, este Antonio de los Cobos no me gusta para nada. Será valiente y tirador y todo, pero en
el fondo es maderista el condenado y amigo de casi todos los cabecillas sitiadores. Yo se lo dije al
general, que no le tengo confianza y que por eso he querido que me lo tengan cerca para vigilarlo
mejor. ¿Qué opinan ustedes señores?
Mi capitán, dijo el capitán segundo, no sé qué habrá opinado mi general, pero yo, por mi parte creo
conocer a Antonio y no es de los que traicionan; si entró con nosotros, con nosotros cumplirá hasta
el fin y, por mí, ya quisiera que todos tuvieran su temple; con diez hombres como él me siento más
seguro, en cualquier parte, que con cincuenta de estos jovencitos a quienes sobra buena voluntad,
pero que no tienen ni idea de en lo que andan metidos y no saben ni cuidarse, ni menos combatir.
En Abril, cuando marché en un ataque con algunos, más temía yo que por torpeza me metiera uno
de ellos una bala por la espalda que me dieran un tiro los rebeldes… Y mire que yo tengo cierta
experiencia, pues que de joven anduve un tiempo de subteniente en la campaña del Yaqui.
Pero, ¿no le parece a usted que hemos adelantado enormemente de Abril acá en nuestra
organización? Entonces apenas si sabíamos los componentes de cada Compañía; no estaban
bien organizadas las escuadras; no teníamos un estado de las armas y el parque con que
contábamos ni muchos otros detalles necesarios para darnos bien cuenta de las cosas; mientras
que ahora usted ha visto cómo están arregladas las nóminas, con expresión exacta de cada
soldado, o sea su nombre, su domicilio, su teléfono, si tiene o no bicicleta, las armas que posee, el
número de cartuchos de que dispone, la escuadra a que pertenece y el nombre del cabo de la
misma; y luego el grupo de cabos en la misma forma y coronando todo la Plana Mayor, o seamos
nosotros cuatro. Al General se las enseñé y me dijo que ni en el ejército de línea estaba todo tan
bien arreglado. Y todavía no es todo, porque no hemos tenido tiempo de concluir esa labor, pero
verán ustedes que llegaremos a tener una hoja de servicios de cada hombre, con todos los datos
que ya tenemos más su retrato de frente y de perfil y la noticia completa y pormenorizada de las
acciones en que haya tomado parte, su comportamiento en las mismas, hechos señalados en su
carrera, etc. etc. y pienso arreglar también que cree el Congreso una condecoración especial para
los cuerpos de voluntarios y cuando algunos se haga acreedor a ella, formamos en gran parada y
al jefe de las Armas se la coloca en el pecho mientras redoblan los tambores y toda la tropa
presenta armas. Y otra cosa que nos falta, el uniforme, ya he mandado hacer varios diseños pero
ninguno me satisface por completo…
Perdone usted, mi capitán, dijo uno de los tenientes que lucía un elegante traje de caza con botas
altas charoladas, y cerrada la cazadora con un cinco de cuero del que pendían una pistola
Parabellum y un cuchillo de monte; el diseño de guerrera azul claro, pantalón rojo, napoleónico, y
botas de charol negro, con tacón militar y vuelta amarilla, es un diseño preciosos; se ve
elegantísimo, y como en la directiva del Casino ya me dijeron que darían un baile cuando tuviera
su uniforme la Compañía, ¡calcule usted el efecto del salón con todos los muchachos vistiendo ese
uniforme! Yo creo que deberíamos adoptarlo.
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Pero tiene el inconveniente, contestó muy serio el capitán primero, de que esos colores se
destacan mucho en la campaña, pues ustedes saben que ahora, para la guerra, se recomiendan
uniformes de un color que se confunda con el suelo o con los matorrales.
Ya había pensado en eso, contestó el distinguido teniente, pero creo que se puede remediar si
añadimos al uniforme una capa o pelerina de color gris, o color caqui; se harían esas capas de
fieltro, con ligeros bordados de oro en el cuello y forro de seda blanca, que llevadas airosamente
darían un precioso efecto. A algunos de los muchachos les he mostrado la idea y están
entusiasmadísimos.
¡Bueno! ¡Bueno! pensaremos sobre ellos, contestó el capitán. Ya ve usted, añadió dirigiéndose al
capitán segundo, así vamos logrando toda la organización… sólo es cuestión de tiempo.
¿Y dispondremos de ese tiempo? contestó sonriendo socarronamente el capitán segundo, porque
según se dice esos caballos que bajaron del rumbo de la Sierra son la gente de Tomás Urbina y
créame, mi capitán, que ese es pollo de cuidado.
¡Qué va! ¡Hombre! ¡Qué va! Urbina no es más que un cabecilla como los otros y su gente no anda
mejor arreglada que las demás. Yo los vi desfilar con los gemelos. ¿Vio usted qué formación? Sin
guarda flancos, sin reserva, sin nada; todos en hilera, acomodándose donde mejor les parecía, la
bandera tan pronto adelante como en medio, o por un lado; ¡eso no es ejército! Y luego con tantos
generales todo se les va a ir en discusión y a la mejor se pelean unos con otros. En donde no hay
unidad de mando, no es posible. ¡Lo va usted a ver! Y además, tiene que tardar mucho en
organizarse para el ataque. Si nosotros que contamos con mayores elementos en la ciudad que
los que ellos tienen en la Tinaja y San Ignacio, todavía no acabamos de arreglarnos ¡calcule ellos
que además no tratan como nosotros con gente consciente, sino con una bola de gente analfabeta
que ha de ser un triunfo que aprendan siquiera a numerarse!
Pero mi capitán, insistió el capitán segundo, es que no se organizan. Dan la orden de ataque, se
vienen como perros, y si dejamos siquiera un clarito por donde se cuele la gente de Urbina, no
paran hasta el cuartel. Yo los conozco, porque viví en un tiempo por el rumbo de Bocas y el
Canutillo y la Rueda ¡es gente endiablada!
Pues si nos atacan sin organización, concluyó el capitán primero solemnemente, ¡allá ellos!
Tendremos otro Zataraín, cuando el coronel Cortés con cincuenta dragones del 11 Regimiento
desbarató una chusma de más de quinientos hombres y a carretadas trajeron los muertos a la
ciudad. ¿Nos vamos, señores? añadió afable, tengo que visitar unos fortines en cuanto acabe de
cenar; como es ya tarde, voy a pedir una escolta ¡Cabo de cuarto!
¡Presente! Contestó el cabo abriendo la puerta y cuadrándose.
Deme usted cuatro hombres para escolta.
Saludó nuevamente el cabo y girando en los tacones con técnica irreprochable se volvió hacia la
puerta.
¡Guardia! ¡A formar! gritó con voz marcial.
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Los muchachos, apresurados, cogieron sus rifles de banco de armas y se alinearon en posición de
firmes.
¡Numerarse por la derecha!
¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! Fueron respondiendo los muchachos.
¡Alto! Interrumpió el cabo, y añadió: ¡Tercien!... ¡armas!
Los muchachos ejecutaron el movimiento.
¡Hasta el número cuatro!... ¡Dos pasos al frente!
Los cuatro muchachos adelantaron la distancia fijada y quedaron inmóviles.
El cabo volvió a girar sobre sus tacones, y se cuadró de frente al capitán que observaba
complacido la maniobra.
¡Mi capitán! ¡Está la escolta a la orden!
Vamos, señores, dijo el capitán al resto de la Plana Mayor, usted mande la escolta, dijo al teniente.
El cabo se volvió rápido a sus hombres. ¡Presenten... armas!
Erguido atravesó el capitán por la pieza que inmóviles ocupaban los muchachos; se llevó la mano
al ala de su casco colonial y solemne cruzó frente al centinela de la puerta seguido del capitán
segundo y de uno de los tenientes.
El otro, el del traje de caza, daba órdenes a la escolta.
¡Armas al hombro! ¡De frente!... ¡marchen! y el ruido acompasado de los pasos de los cuatro
voluntarios se perdió por la calle solitaria.
¡Viva Madero!, México, 1940
Editorial Polis, pp. 152 a 163.
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Obra Narrativa de Atanasio G. Saravia
Novela:
¡Viva Madero!, México, Primera Edición en Editorial Polis, 1940; Segunda Edición, Durango,
Universidad Juárez del Estado de Durango, 1992.
Cuatro Siglos de Vida de una Hacienda, México, s.p.i., 1959; Segunda Edición,
s / l, s.p.i., s/f.
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Xavier Icaza
El catedrático universitario, abogado litigante en pleitos petroleros, Ministro de la Sala de Trabajo
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; a la que correspondió fallar el caso de la
Expropiación Petrolera en México, en 1938; fundador de la Universidad Obrera de México Vicente
Lombardo Toledano, poeta, ensayista, dramaturgo y narrador, Xavier Icaza y López Negrete nació
en la ciudad de Durango el 2 de octubre de 1892.
En Dilema (1921), su primera novela, Icaza reproduce la visión aristocrática de su origen. Sin
embargo, paulatinamente, su narrativa fue transformando sus temas y contenidos, al ceder paso a
nuevas ideas e influencias, producto los sucesos y del entorno revolucionario del país. En sus
siguientes novelas cortas: Unos Nacen con Estrella, La Hacienda y Campo de Flores, reunidas
bajo el título de Gente Mexicana (1924), Xavier Icaza, según explica Abel Juárez Martínez:
Bajo el perfil de sus personajes protesta continuamente ante la injusticia social, pero
detiene su pluma para vaciar en su texto un autocuestionamiento. Así, en lugar de
favorecer o de situar en un contexto preciso a los alzados y revolucionarios, los denuncia
como individuos sedientos de venganza a quienes el odio conduce... pobres y resentidos.
(JUÁREZ MARTÍNEZ, ABEL. “Invitación a Tres Textos de Xavier Icaza”, en: ICAZA,
XAVIER. Gente Mexicana, Xalapa, Veracruz, Universidad Veracruzana, Colección Rescate
#17, 1986, p. 11)
En el segundo lustro de la tercera década del siglo XX, Xavier Icaza se afilió al movimiento estético
estridentista, cuyo objetivo primordial era el de constituirse en la avanzada poética, plástica y
narrativa de la ideología revolucionaria. En otras palabras, en un afán casi doctrinario y de panfleto,
los estridentistas pretendían proporcionar un proyecto cultural a la rebeldía de los alzados y de los
trabajadores en general.
Con Panchito Chapopote (1928), una narración dinámica y sintética en la que Icaza, aprovechando
audaces y, en ese momento, innovadores recursos y elementos literarios, incluyendo la teatralidad,
las onomatopeyas y los personajes secundarios y multitudes que, como corifeos apuntalan las
rápidas imágenes, sin detenerse en detalles, logra la obra modelo de las letras estridentistas.
De acuerdo con el crítico John S. Brushwood:
Panchito Chapopote es el cuadro surrealista del imperialismo económico practicado por los
Estados Unidos en México (...). Sin embargo, las técnicas literarias del autor son tan
extremas y su mundo tan poco creíble que la novela resulta más curiosa que convincente.
(BRUSHWOOD, JOHN S.. México en su Novela, México, Fondo de Cultura Económica,
Colección Breviarios # 230, 1973, p. 345).
Xavier Icaza y López Negrete murió en la ciudad de México el 10 de septiembre de 1969. En la
Biblioteca de México, se encuentra el fondo bibliográfico de Xavier Icaza.
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Xavier Icaza
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Panchito Chapopote
Retablo Tropical o Relación de un Extraordinario
Sucedido de la Heroica Veracruz
Veracruz. Portal del Hotel Diligencias. Viajeros que se aburren y sudan. Boleros impertinentes,
vagos, cargadores.
En tres mesas, petimetres que beben. Consumen cerveza, mint-julep, limonada, agua de coco.
Charla, gritan, gesticulan. Invita Panchito Chapopote.
- Conque ¿te vas, Panchito?
- Me voy.
- ¿Te vas y nos dejas?
- ¡Ay, qué tristor!
- ¡Ay, qué guanajo!
- ¡Envidia! Me voy al viejo mundo en vapor.
- ¿Conque en vapor, Panchito? Já, já, já, já....
- ¿Querían que en ferrocarril,... já, já, já, já...
- ¡A la salud de Panchito Chapopote!
- ¡A su salud, pero que invite sidra!
- Allí viene la Porfiriata.
Un arribeño: ¿La Porfiriata?
- ¡Claro, hombre! Porfiriata, el viejo loco que vende periódicos y billetes y que se cree
reencarnación de héroes.
- Es una jaiba.
- Y que canta rumbas y consigue mujeres...
- Y que cuando hay mitote siempre sale a rumbiar.
..................................................................................................
- ¡Que viva Porfiriata!
Porfiriata entra muy serio al soportal, con boina marinera y grueso bordón.
- ¡Tiene su cábula el numerito!
- ¡Capicúa! ¡capicúa!
Porfiriata se pone a rumbiar.
- Este billete se la saca...
...¡Capicúa! ¡capicúa!
- Este billete le da, 96, ¡ay, el 96! Ay el 69, 69,69...
- ¡Se te hace agua la boca, chico!
60
- ¡A tu nana, guanajo!
... este billete se la saca, este billete se la da...
.....................................................................................
Porfiriata bailotea grotesco, la cara inexpresiva, los ojos en blanco. Hace contorsiones. Mueve el
pecho cachondo.
Todos corean la rumba con palmas.
El círculo de curiosos que lo rodea crece.
Porfiriata pone calor en la rumba. Mujeres de ojos enormes se acercan. Su respirar es un danzón.
El círculo de hombres y mujeres se contrae. Diríase que su aliento es de una sola boca gigantesca.
La masa humanase confunde en una sola aceitosa y temblona. Se oyen palmadas cual toque de
timbal. El estrujarse de los concurrentes evoca el rapar de los güiros. Porfiriata no ceja. Porfiriata
canta, canta desafinado y caliente. La rumba sigue.
- ¡Dale la vuelta negrito!
Porfiriata se deja caer grotescamente, con mueca lujuriosa.
Panchito está inquieto. No le quita la vista a una mulata frondosa y brillante. Parece llena de
promesas.
La mulata lo nota, le hace un guiño y se va.
Panchito paga las copas. Intenta seguirla. Sus amigos no lo dejan.
Panchito invita a dos en secreto. Se le cuelgan del brazo. Se marchan alegres.
A lo lejos, se divisa la silueta ondulante de la mulata.
- Saquen al toro, saquen al toro. Allí viene el negrito. Diez por un rial -¡Que viva tu mamá!- ¡Yo te
puedo Porfiriataaa, Porfiriataaa!...
- ¡Cállate, loro del diablo! – ordena gruñona la vieja celestina, y abre la puerta a la mulata.
- Allí vienen esos, ¡Déjalos pasar!
- La vieja se asoma. Hace señas a Panchito y a sus amigos. De no apresurarse, les cerrará.
Panchito llega pinto en su traje blanco.
- ¡Al blanco y al negro, al blanco y al negro!
- ¡Cállate perico, cállate loro, ya no muelas!
La casucha tiene un patiecito de luz y de color. Paredes azul de mar, macetas rojas, amoratado
alero, puertas y helechos verdes. En su jaula estañada, preside la escena el enorme perico locuaz
e impertinente.
- Blanco y negro, negro y blanco. Porfiriata te pega. Esa está como para mí, esa está como para
mí...
- Lo mismo digo, - grita Panchito. Corre a abrazar a la guapa mulata.
Desde una puerta, la morena excitante sonreía. Luce perfectos dientes y rubicundas piernas.
- Oye, Panchito, ¿qué nos convidas?
- ¡Que traigan sidra para todos!
- ¡Que viva Panchito Chapopote!
61
- Chapopó, chapopó, chapopó... –comenta el loro.
Panchito Chapopote amaneció sentimental. La mulata, contagiada, contó su triste historia.
Panchito le va a contar la suya.
- ¿Y cómo le hiciste tan tonto para tener dinero?
- Pues dicen que por tonto me hice rico.
- Si lo confiesas, no has de serlo tanto.
- Te contaré, mulata.
En el cuarto desecho, olor picante de mujer y bebidas. Perfumes corrientes complicaban la
atmósfera espesa.
Afuera, la ciudad comenzaba a vivir un nuevo día. Un negro rumbero pregonaba alegre su nieve
cantando rumbas:
De piña sí,
de piña y mamey.
¡Tómela, niña, tómela!
¡Tomelá’ste, tómela!
¡Tómela mejor la de mamey!...
- ¿Una copa, mulata?
- No, mejor que traigan café de olla.
La vieja, sueltas las cintas del corsé, chancleando desidiosa, entra dos tazas. Abre las persianas,
verdes y rojas. Una corriente de aire tibio renovó la atmósfera pesada del cuarto. El pregón del
rumbero persistía. Panchito apeteció nieve de mango.
- No, mejor café. Nieve en ayunas, no, - decidió rotunda la mulata.
- Entonces que nos traigan canillas.
- ¿Y tu historia mi negro?
- Te la voy a contar.
- Tus amigos te envidian, ¿sabes tú? Dicen que por purita argolla estás armado y todos te
conocen.
Y era cierto. En Veracruz y en Tuxpam, en Orizaba y Córdova, en los pueblos de palma de la
ardiente Huasteca, todos lo conocían – lo conocían por tonto.
Gracias, mi mulatica ¿Dame un beso?...
- ¿En todavía besos a estas horas? Y dime. Dicen que si te hiciste rico, que la verdad de Dios fue
un chiripazo.
- Pues tú verás, mulata; por lo menos, lo oirás.
Panchito cuenta su historia a la morena.
Vivía en la rica y calurosa Huasteca, los pueblos de palma y sones, baños de río, perfume de
vainilla, mujeres caderonas de ojos grandes. Hubiera sido feliz, si su amada correspondiera a su
pasión. Pero la ingrata quería otro. Le parecía Panchito poca cosa.
62
Se ganaba su mísero pasar en Tepetate, oscuro pueblo entonces –casas de palma, escasos
habitantes, poco dinero.
Era amanuense de don Tato, comerciante en zapupe, rica fibra, rival del henequén. Tenía la mejor
letra del pueblo. Los rasgos de sus mayúsculas y letras finales, de primorosidad recargada, hacían
crecer el hígado de la maestra de escuela, vieja solterona, rabietuda, procaz:
Este es el son de doña
de doña vieja Liboria.
Liboria escribes muy mal,
escribes muy mal Liboria.
y ai las das,
y ai te las doy.
Y este es el son,
de la vieja Liboria,
de la maistra Liboria
este es el son.
Panchito no tenía bien alguno. Mejor dicho, como si ninguno tuviera.
Su padre le había dejado una tierritas, pero se diría que pesaba sobre ellas la maldición de Dios.
Por lo menos de San Isidro Labrador. San Isidro Labrador, quita el agua y pon el sol.
No producían nada. Ninguna semilla fructificaba en sus landas negruzcas. El agua del manantial
que borboteaba en ellas era aceitosa. Parecía maldita. Diríase que su simple contacto quemaba
las plantas.
- Muy mala suerte tiene Panchito. Por una chapopotera su tierrita es estéril.
- ¿Por una chapopotera, chico?
- Sí, por la chapopotera.
- ¿De dónde sacan aceite pa quemar?
- De la misma.
La maestra se entera de estos pormenores. Recuerda el subido color de Panchito. Inventa el
apodo, tan popular después. Lo hace circular.
- ¡Arriba Panchito Chapopote!
Caleritos, caleritos
que se avientan y caen paraditos.
Y Panchitos y Panchitos,
que son ya chapopotitos.
Festejos en honor del nuevo nombre. Tepetate se engalanó de noche, pero durmió después a
oscuras por más de una semana:
- Señor Presidente, usté’s muy riata, y estamos de buen humor. Hemos organizado una rumba.
Véngase con nosotros porque va a estar bueno eso, pero, pa qu’este mejor, denos permiso de
balaciar los focos, de apagarlos a tiros... ande, que va a estar bueno...
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  • 1. Relatos de Plumas Ausentes. Resaltos, Cuentos y Recuento de los Narradores de Durango Antonio Avitia Hernández México, 2006
  • 2. 2 Relatos de Plumas Ausentes; Resaltos, Cuentos y Recuento de los Narradores de Durango. Antonio Avitia Hernández. México, 2006. Derechos Reservados.
  • 3. 3 Prólogo Relatos de Voz a Oído.- Quienes habitaron el territorio del actual estado de Durango antes del arribo de los europeos, como sociedades ágrafas, al no contar con un sistema de escritura, juntaron los cuentos, historias, leyendas y mitos de su cultura seminómada en sus mentes y lenguas y de allí los revelaron y transmitieron a sus descendientes. Al realizar el relato de voz a oído, heredaron esa imaginación colectiva que dio identidad propia a sus pueblos. Conjunto integrado de sistemas de ideas, costumbres y creencias que ha logrado sobrevivir a la conquista europea de Aridoamérica y a los impactos e influencias de otras culturas. La riqueza de la tradición narrativa oral prehispánica se muestra parcialmente en la serie de relatos recogidos por el explorador noruego Carl Lumholtz en su libro El México Desconocido, que fue producto de sus expediciones e investigaciones entre los pueblos indígenas de la Sierra Madre Occidental, durante las postrimerías del siglo XIX. Por su parte, el investigador americanista alemán Konrad Theodor Preuss afirmó que: “si él lograba vivir en una de las tribus descritas por Lumholtz quizá proyectaría una nueva luz acerca de México prehispánico y particularmente de los aztecas” (BENÍTEZ, FERNANDO. “Los tepehuanes / los náhuas”, en: Los Indios de México, Tomo V, México, Ed. Era, 1980, p. 110). Entre abril y junio de 1907, Preuss compiló una excelente colección de relatos populares en San Pedro Jícoras, municipio de Mezquital, Durango, y con ellos integró el libro: Mitos y Cuentos Náhuas de la Sierra Madre Occidental. Las narraciones incluidas en este libro, recogidas originalmente en la lengua náhua del pueblo mexicanero o azteca del norte (vecino de los tepehuanes, coras y huicholes) fueron posteriormente traducidas al alemán por la etnóloga Elsa Ziehm. Sesenta y un años después, en 1968, los cuentos del libro de Preuss fueron publicados en Alemania, pero todavía tendrían que pasar catorce años más para que estos relatos náhuas de los mexicaneros durangueños se imprimieran en español y mexicanero, traducidos del alemán por Mariana Frenk Westeim. Así, esta importante obra de la narrativa popular de Durango pudo ser leída en México y descubrió la visión del mundo que tenía y aún conservan los habitantes primigenios del estado. No solamente Lumholtz y Preuss se han interesado por esta expresión de la cultura popular durangueña, también Fernando Benítez, en sus textos de Los Indios de México, José Guadalupe Sánchez Olmedo, en su Etnografía de la Sierra Madre Occidental y Roberto Mowry Zinng, en su libro Los Huicholes, se han ocupado en la recolección de la narrativa popular de los indígenas y campesinos de Durango. Todas estas narraciones son importantes, entre otras razones, porque son producto de la imaginación y la creatividad popular. Sin embargo, por el hecho de no haber sido expresadas inicialmente por escrito y porque seguramente fueron creadas y recreadas por diferentes narradores anónimos, se les ha circunscrito o encerrado en los amplios campos de los estudios del folklore, la antropología y la etnología.
  • 4. 4 En el mismo terreno del folklore, un buen número de investigadores y compiladores regionales como Everardo Gámiz, Luciano López, Manuel Lozoya Cigarroa, Guadalupe León Barraza, Francisco Antúnez, Betty Grace Santiesteban y Xavier Gómez han tenido la paciencia y disciplina suficiente para recoger los relatos populares de la entidad, mismos que se siguen transmitiendo de voz a oído entre los durangueños y que, en su conjunto, configura uno de los principales elementos del acervo cultural de la tradición oral regional. Como ya se apunto, antes de la llegada de los europeos, los habitantes primigenios de Durango eran ágrafos, es decir que, hasta donde se tiene conocimiento, no contaban con sistemas de escritura, y ese fue el principal motivo por el cual el desarrollo de su comunicación y tradición oral cobró mayor importancia. Lírica Narrativa.- Otra forma de expresión cultural muy arraigada en el estado, es la de la lírica narrativa, que, en sus modalidades: histórica y de ficción, se manifiesta en composiciones poéticas y musicales conocidas como: tragedias, mañanas y corridos, en las que se relatan los sucesos sobresalientes de la vida cotidiana en forma cantada. Aprovechando los elementos de la construcción narrativa y poética de la lírica regional, durante el primer tercio del siglo XX, el doctor Francisco Castillo Nájera escribió su poema lírico-narrativo El Gavilán. Corrido Grande, como un intento de girar la lírica narrativa folklórica al terreno poético académico. Tanto los cuentos como las leyendas, los mitos y las obras de la lírica narrativa populares se enmarcan dentro del estudio del folklore como elementos importantes de la creación artística y, aunque en ocasiones son desdeñadas como narrativa estrictamente literaria, su permanencia hace evidente el gusto del pueblo de Durango por los relatos orales como formas afortunadas y perdurables de comunicación e identidad. El Alfabeto y la Cruz.- Solo hasta el siglo XVII y con grandes dificultades de tipo militar, el territorio estatal fue casi totalmente conquistado por los españoles, quienes aún tuvieron que enfrentar las múltiples guerras de resistencia de los pueblos seminómadas que habitaban la gran extensión norteña de Nueva España. Sin embargo, las riquezas minerales fueron acicate suficiente para que de manera constante se intentara la dominación armada y el sometimiento espiritual de las etnias de la Nueva Vizcaya y el establecimiento de misiones, congregas y presidios. Así, con el arribo de los misioneros europeos que buscaban el martirio o la difusión de la doctrina católica, arribaron también los primeros tinteros y hojas de papel a los territorios neovizcaínos. Fieles a su religión y a sus órdenes monásticas, los misioneros, sobre todo jesuitas y franciscanos, comenzaron a difundir el evangelio y a escribir edictos, pastorales, catecismos, diccionarios, milagros, oraciones, epístolas, pastorelas, pasiones, elogios, sermones, juicios, estatutos, poemas religiosos, alabanzas y loas, así como relaciones y romances históricos y de ficción en idioma español y algunos de estos textos, sobre todo teatrales, fueron traducidos a los idiomas de las etnias a evangelizar. A pesar de la paulatina implantación de la cultura y la población europea y el surgimiento del mestizaje en la Nueva Vizcaya, el analfabetismo, la inexistencia de una industria editorial y la
  • 5. 5 imaginación atada a los cánones culturales de la religión, obstaculizaron, hasta donde se sabe, al menos durante el periodo colonial, el desarrollo de las narraciones literarias en la entidad. Relatos de Plumas Ausentes.- Según se tiene noticia, es hasta mediados del siglo XIX cuando, en la capital de la República, dieron inicio las publicaciones de relatos de ficción de un escritor durangueño: Francisco Zarco Mateos, a quien se le puede considerar como el primero de los narradores literarios de Durango. A principios del siglo XX, en la ciudad de Zacatecas, se pusieron a la venta los volúmenes con las novelas y los cuentos de Rafael Ceniceros y Villarreal. Después, desde 1915 hasta 1986, la ciudad de México y, en un caso aislado, la ciudad de Xalapa, Veracruz, fueron los lugares en donde se reprodujeron, en letras de molde, los relatos de los escritores nacidos en el estado de Durango que han obtenido algún reconocimiento de importancia, por parte de la crítica. Criterios de Selección.- El objeto principal de esta antología es el de ofrecer diversas muestras de lo más reconocido de la producción literaria narrativa, principalmente en los géneros de novela y cuento, de los escritores oriundos de la entidad. El realizar una antología representa en sí, una selección, en la cual, los criterios de selección pueden parecer absurdos o injustos y la razón evidente puede significar algo muy lejano o ajeno, en ocasiones, a los resultados. Por otra parte, si no se imponen reglas para elaborar el trabajo, las excepciones y las tolerancias pueden llegar al extremo de no permitir selección alguna. Una vez analizado el abundante aparato crítico de los materiales compilados, se observó que la mayoría de los escritores nacidos en Durango, habían realizado y publicado su obra fuera del estado al tiempo que, en el interior de la entidad, se habían desarrollado diversos narradores que no son oriundos del lugar. El sólo hecho de nacer o radicar en determinado lugar, no trae consigo calidad o talento literario y, por el hecho de que el objeto de esta compilación es el de reunir muestras de las letras narrativas de los escritores oriundos del estado, se optó por esta base normativa de manera rígida, la cual, como todo principio, puede aparecer como injusto, sobre todo a quien se le aplica en su perjuicio o exclusión. De esta manera se excluyó a los escritores que, aun cuando han vivido y publicado su obra en Durango, no fueron originarios del territorio estatal. En relación con la regla impuesta es lamentable la ausencia, en esta antología, de escritoras como Olga Arias y Yolanda Natera, entre otras y otros. No obstante, en algo puede aminorar la posible injusticia de la exclusión, la mención de la obra de los excluidos en la bibliografía final. De cualquier manera, se ofrece una disculpa a los narradores, o a las narradoras, posiblemente afectados, o afectadas, por la involuntaria y posiblemente injusta omisión de sus textos en esta antología. Se consideró también el hecho de que la obra de los escritores antologados hubiese sido publicada, de manera parcial o total. Sin embargo, el principal criterio que guió la selección fue el de la consagración que el tiempo y la crítica han dado a la obra de los narradores, estableciéndoles un lugar en la historia de la literatura internacional o nacional. Esto sin olvidar a los escritores relativamente jóvenes cuyo talento ha sido objeto de reconocimiento.
  • 6. 6 Al momento de escoger las obras que integran esta colección se tuvo que lidiar con diversas limitaciones, a saber: Extensión.- Por motivos de economía y volumen, las obras no debían exceder una extensión razonable. Por esta razón se prefirió siempre el cuento. En los casos de los narradores que no han producido textos de extensión breve, se seleccionó cuidadosamente un fragmento o capítulo, resalto de su producción novelística, verificando que los cortes no fuesen bruscos en lo que a la secuencia del relato no íntegro se refiere. En algunas memorables excepciones, dado el prestigio del escritor o la importancia de la obra transcrita, se superó ligeramente la extensión promedio del texto, reproduciendo varios relatos breves o una novela corta. Filiaciones e Ideologías.- De acuerdo con su participación política e ideológica en la sociedad, algunos de los narradores reunidos tuvieron papeles importantes en diversos periodos de la historia del país: Francisco Zarco Mateos fungió como líder intelectual liberal de la época de la Reforma, a mediados del siglo XIX. Rafael Ceniceros y Villarreal, en sus letras, representó a la tendencia conservadora de principios del siglo XX, fue presidente del Partido Católico Nacional, PCN, y durante la Primera Rebelión Cristera, dirigió la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, LNDRL. Abordando la temática del periodo revolucionario, Nellie Campobello tomó el bando popular campesino villista del norte de Durango y el sur de Chihuahua, mientras que Martín Gómez Palacio y Atanasio G. Saravia escribieron en sus textos sobre la Revolución, en contra de los ejércitos populares y abogando por los grupos conservadores citadinos de la capital del estado. Por su parte Xavier Icaza y José Revueltas expresaron, de manera abierta, su posición política afiliada, en su momento, a la izquierda radical mexicana, mientras que Antonio Estrada Muñoz, sin vínculos reales con grupos conservadores, optó por escribir sobre la Segunda Rebelión Cristera, más relacionada con los indígenas y mestizos del sur del estado. Los exponentes durangueños de las letras de las postrimerías del siglo XX: Jaime Muñoz Vargas y Jaime del Palacio junto con algunos de las primeras tres décadas de la segunda mitad del siglo XX como: María Elvira Bermúdez, Salvador Reyes Nevares, Ladislao López Negrete y Francisco Durán no declaran en sus relatos una posición política definida. De los catorce escritores reunidos, cinco de ellos: Nellie Campobello, Francisco Durán, Antonio Estrada Muñoz, Jaime Muñoz Vargas y Atanasio G. Saravia han ubicado el ambiente de la mayoría de sus relatos en los campos, sierras, poblaciones y llanos de Durango, mientras que los demás no han circunscrito su narrativa al ámbito estatal. De los catorce autores incluidos en esta antología, dos son mujeres, y doce son hombres. Uno de ellos, Francisco Zarco Mateos, produjo únicamente obras de narrativa breve. Dos: Nellie Campobello y Atanasio G. Saravia únicamente han escrito novelas y los doce restantes han trabajado los dos géneros literarios. De los catorce escritores que integran esta colección, solamente Jaime Muñoz Vargas ha radicado la mayor parte de su vida en el territorio estatal. Los
  • 7. 7 trece restantes, en su mayoría, establecieron o han establecido su residencia en la ciudad de México. Once de los catorce nacieron en la ciudad de Durango y los otros tres fueron oriundos de otras ciudades y poblaciones del estado. Los veleidosos movimientos, estilos, tendencias y escuelas literarias cambian constantemente, aunque domine un determinado gusto o forma en cada época y lugar, de acuerdo con los grupos sociales y de poder, las opiniones y crítica literaria predominantes. Como los lectores podrán observar, las escuelas a las que pertenecen los escritores antologados abarcan: El costumbrismo, en el que se describen o retratan las costumbres o modos de vida regionales. El modernismo, movimiento que rompe con las formas anteriores y que prefiere temas y formas de expresión llenas de metáforas brillantes. El estridentismo, movimiento con el que Xavier Icaza buscaba la manera de constituirse en la vanguardia poética y narrativa de la ideología revolucionaria y acercar las letras a la sociedad. Los escritores durangueños también ensayaron otros estilos, como el realismo socialista de las letras de José Revueltas, o el género policiaco de los relatos de María Elvira Bermúdez y Salvador Reyes Nevares, sin dejar de mencionar la sátira de Francisco Durán y el género histórico de Atanasio G. Saravia. Entre los textos narrativos producidos por los escritores aquí reunidos hay algunos en los que se suscita la combinación de diversos modos literarios sin una pureza específica de estilo. Pocas han sido las publicaciones periódicas regionales especializadas en narrativa y únicamente la Universidad Juárez del Estado de Durango, UJED, y uno que otro grupo cultural se han ocupado por la difusión de textos de relato, en los que, excepción hecha de José Revueltas, María Elvira Bermúdez y Nellie Campobello, pocas veces se incluye a los escritores no radicados en la entidad. En los últimos años del siglo XX se instituyó el Premio de Novela Corta Antonio Estrada y el Premio de Cuento María Elvira Bermúdez, al tiempo que se conformaron dos asociaciones de escritores durangueños. Para evitar confusiones, en esta antología se optó por ordenar los textos de manera cronológica, con respecto a la fecha de nacimiento de sus autores. Como se puede desprender de este trabajo, no es falso, hasta los inicios del siglo XXI, que el desarraigo y la ausencia de los durangueños que a las letras han dedicado total o parcialmente sus vidas, ha tenido como consecuencia una mejoría en su calidad narrativa. De este recuento se puede afirmar que los narradores más galardonados y reconocidos que han nacido en el estado, casi todos, tienen la constante de la migración, la nostalgia o el olvido de su tierra natal, eso que se ha dado en llamar la Patria Chica. Este libro no hubiera sido posible sin la colaboración, en múltiples aspectos y desinteresada, de las siguientes personas: El librero de viejo y viejo amigo Francisco Javier Gómez Muñoa; los escritores Francisco Durán Martínez, Jaime del Palacio, Beatriz Quiñónez, Lidia Acevedo Zapata, Jaime Muñoz Vargas, Yolanda Natera y Emma Rueda Ramírez. También: Patricio Avitia, Juan Antonio de la Riva, Martha Irene León Vera, Irma Angélica Camargo Pulido, Andrea Olivia
  • 8. 8 Revueltas Peralta, Beatriz Reyes Nevares, María Rosa Fiscal, Fernando Martínez Sánchez, María Saravia y Guy Thiebaut. A todos ellos, mi más profundo agradecimiento.
  • 9. 9 Francisco Zarco El periodista, político, políglota, autodidacta, inventor de un sistema de taquigrafía, traductor, editor, diputado del Congreso Constituyente de 1857, historiador, ministro de diversas carteras, miembro del Partido Liberal, literato, ensayista y narrador; Joaquín Francisco Zarco Mateos, nació en la ciudad de Durango, el 3 de diciembre de 1829. La vida del ilustre duranguense se desarrolló en medio de las turbulentas pugnas políticas entre los grupos de liberales y conservadores, del siglo XIX. Como miembro y dirigente intelectual del bando liberal, Zarco puso su capacidad de escritor al servicio de la causa de la República y la Reforma con sus artículos, reportajes y crónicas; mismos que eran publicados en los más prestigiosos periódicos durante la conflictiva época juarista y que ahora forman parte importante de la historia de la Nación. No fueron pocas las ocasiones en que Francisco Zarco fue aprehendido y encarcelado a causa de las reacciones que, en la opinión pública, provocaron sus escritos. Cuando la Patria se vio invadida por el Ejército Francés, Zarco no dudo ni un momento en combatir contra la oprobiosa Intervención y desde el exilio, en los Estados Unidos, con sus textos, defendió la razón de la República contra quienes apoyaban al Imperio de Maximiliano de Habsburgo, hasta que éste cayó. El 22 de noviembre de 1969, Zarco Mateos murió y dos días después de su fallecimiento fue declarado Benemérito de la Patria. La obra de Zarco, en lo que a literatura se refiere, fue limitada y sólo produjo textos narrativos entre los años de 1849 a 1855, aún así, en tan breve lapso, Zarco pudo escribir un centenar de trabajos literarios entre que los que encontramos ensayos morales y descriptivos, ensayos biográficos, artículos de costumbres y crítica. En muchos de ellos, como escritor costumbrista, Zarco se firmaba con el Pseudónimo de Fortún. Afortunada, aunque poco conocida, la obra literaria de Zarco fue truncada por el llamado del deber nacional o, como nos lo dice el escritor René Avilés Favila: Fortún fue un joven escritor que sacrificó su amor a las letras en aras de la Patria; un joven que envejeció prematuramente, tal como lo vio (Guillermo) Prieto, “encorvado sobre su mesa en su humilde asiento de periodista”.
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  • 13. 13 PARÁBOLAS La Reina y la Pastora ∗ En verdad os digo que quien envidia la condición ajena no sabe lo que envidia. En un tiempo que pasó ya, había una reina que dominaba extensas comarcas, que contaba por millones el número de sus vasallos, que oía resonar continuamente en sus oídos el suave murmullo de la lisonja, como se oye a la hora de siesta el continuo zumbido de la abeja que gira en torno de las rosas. Y era la reina joven, y su frente relucía como un cielo sereno, y la voz de los hombres la aclamaba la más bella de las mujeres. Y sus caprichos eran leyes, y su voluntad soberana. Y la reina no era feliz. Porque la felicidad huye de la grandeza y del fausto. Es una ave caprichosa que gusta de formar su nido en la soledad y en el silencio, y que se refugia en lo más íntimo del corazón. Y la reina en medio de su brillo y poderío, se sentía devorada de tedio y de tristeza. Y había mil gentes que se preguntaban atónitas: ¿Qué es lo que puede causar la tenaz melancolía de nuestra soberana? Porque todos creían que quien domina a los pueblos, y tiene sus arcas llenas de oro, es feliz en este mundo. Y la reina que dominaba a los pueblos y que tenía sus arcas henchidas de oro no era feliz. El tedio la devoraba, el tedio que es un gusano pérfido que roe todas las delicias del alma. Y la reina para divagar su tedio, se entregaba a fiestas espléndidas que lucían todas las pompas de su ostentosa corte. Y después de mil festines, en que había armoniosas músicas y festivas danzas, la reina estaba cansada de sus palacios y de su fausto, y a veces si frente se anublaba en medio de las galas del sarao. Y había mil gentes que se preguntaban confusas. ¿Qué es lo que puede entristecer a nuestra reina, que vive presidiendo magníficos festines? Porque creían que quien vive en perpetuas fiestas es feliz en este mundo. Y la reina que se había entregado al bullicio de los festines no era feliz. Y un día dispuso para divagar su tedio salir con su corte a las selvas, para entretenerse en cazar. Y todos sus cortesanos se aprestaron a la caza, y prepararon soberbios corceles, y vistosos jaeces, y certeras armas, y todos anhelaban hacer tiros felices para obtener una mirada de la reina. * Fechado en 1851. Apareció en El Presente Amistoso de 1852, pág. 257
  • 14. 14 Y llegó el día señalado para la caza, y todo el palacio era movimiento y ruido. Los cortesanos cubiertos de púrpura y de grana, de oro y de pedrería, formaban un vistoso enjambre. Y el sol reverberaba en los brillantes adornos de ellos y de sus caballos. Y la reina montó en un palafrén, blanco como los campos sembrados de lino, manso como las palomas, y ligero como las águilas que viajan a lo más alto de las nubes. Y el palafrén estaba lleno de oro, parecía contento y orgulloso, porque sus narices se hinchaban, y relinchaba satisfecho. Y damas y caballeros, escuderos y pajes acompañaban, a la reina, buscando una sonrisa de sus labios. Y todos llevaban ballestas y flechas, y sobre la muñeca de las damas se posaban, impacientes de lanzar su vuelo, los halcones. Y luego, muchos escuderos guiaban una multitud de galgos corredores y ágiles para perseguir a los habitantes de las selvas. Y la regia comitiva salió de la ciudad, y a poco llegaron a un bosque, que era espeso y confuso laberinto. Y a una señal dada por la reina sonaron los cuernos de los cazadores, y damas y caballeros, galgos y halcones se internaron en la espesura buscando cerdosos jabalíes, tímidos ciervos, ligeros venados, traviesas liebres e inocentes aves. Y hubo ruido y confusión por algún momento, y la reina también corrió en pos de caza, para matar su tedio. Y cuando ella corría, los otros cazadores se quedaban atrás, para que ella les llevara ventaja, y a cada movimiento de la reina, veía que le daban mil muestras de respeto y de sumisión. Y si ella perseguía a una fiera aunque no la alcanzara, todos aplaudían con gozo y entusiasmo, y cada cazador venía a contarle sus tiros y a ofrecerle su caza, y los caballeros la elogiaban y las damas la ensalzaban. Y toda esta adoración no satisfacía el corazón de la reina. Porque la reina no era feliz. Cuando más respetos y atenciones a la reina prodigaban sus vasallos, acertó a pasar cerca del lugar de la caza, una pastora que apacentaba su rebaño. La pastora era niña, y era hermosa y fresca como las flores que crecen a la orilla de los ríos. Y el ruido de la caza llamó la atención de la pastora, que curiosa se dirigió a ver quiénes eran las gentes que llenaban las selvas, e interrumpían su silenciosa calma. Y los ojos de la pastora se deslumbraron con tanto brillo y con tanta pompa, y se detuvieron en la mujer a quien todos tributaban homenajes. Y la pastora comprendió que aquella mujer era la reina, de quien había oído hablar con admiración y asombro.
  • 15. 15 Y la reina la descubrió a lo lejos, y sus miradas separándose de sus cortesanos se fijaron en la pastora y en sus ovejas, como el sol a veces se retira de los techos dorados de los palacios para alumbrar la paja de las cabañas. Y cuando la reina y la pastora se miraron y se contemplaron un instante, se entristecieron, y sintieron ganas de llorar. Porque la reina pensó dentro de su corazón: “¡Feliz es esa pastora, a quien nadie adula, y desgraciada soy yo a quien todos ponderan! “¡Feliz es ella sin pompas y sin galas! “¡Feliz es ella que no tiene ambición, ni ama los honores! “¡Feliz es ella que no teme perder lo poco que le dio la fortuna! “¡Feliz es ella que encuentra sumisas a sus ovejas, y no envidiosas ni altaneras como a veces encuentro yo a los príncipes de mi reino! “¡Si nadie la adula, nadie la engaña; si nadie le rinde homenajes de respeto, ella se ve libre de tantos rostros indiferentes, de tantas adoraciones frías, de tantas humillaciones insulsas, y ella vive contenta y feliz! “¿Por qué mi destino me hizo reina y no pastora? “Yo sufro, yo lloro, yo me canso de la vida, y de mis palacios, y de mi poder y de mi oro. “Y quisiera vivir como esa pastora apacentando ovejas en medio de la soledad, libre y contenta, humilde y satisfecha. “¿No podrá cambiarse mi destino?” Y la reina suspiró y la tristeza plegó sus negras alas sobre su frente de alabastro. Y entre tanto la pastora pensó dentro de su corazón. “Feliz es esa reina a quien nadie desprecia, y desgraciada soy yo a quien todos humillan. “¡Feliz es ella sin soles y sin trabajos! “¡Feliz es ella que no tiene miseria, ni vive con ovejas! “¡Feliz es ella a quien la fortuna asegura sus inmensas riquezas y su poder soberano! “¡Feliz es ella que encuentra tantas gentes que se le inclinen, que tiene hermosos caballeros y lindas damas que la sirvan, que es adorada y ensalzada por su corte. “¡Ay!, nadie la desprecia, ni la humilla, todas la aman, la veneran, la respetan y le dicen que es hermosa. En medio de tantas pompas, ella debe vivir contenta y feliz. “¿Por qué mi destino me hizo pastora y no reina? “Yo sufro, yo lloro, yo me canso de la vida y de mis ovejas, y de mi cabaña y de mi pobreza. “Yo quisiera vivir como esa reina, dominando a los grandes de la Tierra, en medio de ruidosas fiestas, orgullosa y contenta, altiva y satisfecha. “¿No podrá cambiarse mi destino?” Y la frente de la pastora se inclinó entristecida, y lloró; y su pecho lanzó un gemido de dolor. Siguió la caza y terminó cuando la noche cobijada con sus alas la tierra. Y la reina volvió a su palacio y la pastora a su cabaña.
  • 16. 16 Y ambas encontraron duro su lecho y suspiraron llenas de tristeza. La reina volvió a su palacio y la pastora a su cabaña. Y ambas encontraron duro su lecho y suspiraron llenas de tristeza. La reina pensaba en árboles y en flores, en arroyos y en canoras aves, en la soledad de los campos, en la inocencia de los pastores. Y la pastora veía palacios y tronos, cetros y coronas, el brillo de las cortes, y el poder de los reyes. Y ambas se quejaban de su destino y se tenían envidia. Porque ninguna de las dos sospechaba las penas de la otra. Y ni la reina, ni la pastora eran felices. Y lo que ellas llamaban destino, que es el Señor que vive más allá de las nubes, no hizo caso del lamento de las dos mujeres, y dejó que la reina fuera reina, y la pastora, pastora. Y así acontece con los hombres de todas las condiciones que siempre se imaginan feliz la suerte de los demás, y creen ser los únicos desgraciados de la Tierra. Pero en verdad, os digo que quien envidia la condición ajena no sabe lo que envidia. Porque en la Tierra están las chozas humildes y los soberbios alcázares, y la tierra es sólo el camino en que es peregrina la humanidad, sin hallar nada que satisfaga sus insaciables deseos. Al fin de esa jornada, están el cielo, y el Padre que reina en el universo.
  • 17. 17 El Egoísta∗ Había un hombre que era muy rico, porque su padre lo había sido. Pero si bien él amaba las riquezas, no sabía el trabajo que cuesta adquirirlas, ni pensaba jamás en explicarse por qué mientras él era rico, otros hombres eran pobres. Y como él tenía grandes casas y lujosos muebles, y muchos criados, pensó para sí: “A ningún hombre necesito en el mundo”. Y creyendo que de nadie necesitaba se resolvió a vivir aislado, comprando a peso de oro algunos placeres. Y creyendo que de nadie necesitaba no tenía amigos, ni relaciones, y temía que si algunos llegaba a tener, servirían sólo para disminuir sus riquezas. Y no había amado a mujer alguna, porque su corazón estaba lleno con su avaricia, y en él no había hueco para otras emociones. Si un forastero pedía albergue en la casa del hombre rico para pasar la noche, se lo negaba para no incomodarse con tener que obsequiarlo. “Jamás iré yo a dormir a la casa de nadie, decía, y así ¿para qué he de recibir al vagabundo que quiere cenar! Un ciego preguntó un día al hombre rico por dónde había de dirigir sus inciertos pasos para llegar al mercado, y el rico volviendo la espalda tuvo pereza de responder, y no quiso tocar con su mano la mano del ciego. “Si yo veo bien, pensaba, cual es mi camino, ¿para qué me he de entretener en guiar a los ciegos que piden limosna?” Al pasar una vez junto a un río oyó los gritos de una mujer que clamaba de dolor. Era una madre, cuyo hijo se llevaba la corriente. Cuando vio al rico, imploró su auxilio para salvar a su hijo, y el rico no quiso mojarse, y siguió su paso fingiendo que nada veía. “Si yo no me baño en el río, ni tengo hijos, ¿para qué, pensaba, he de andar salvando a todos los imprudentes que se dejan arrebatar de la corriente?” Si de noche oía el grito de un hombre a quien acometían y despojaban los malhechores, aunque con sólo hablar pudiera salvarlo, permanecía impasible. “¿Por qué he de andar cuidando a los que se dejan robar, una vez que a mi casa no pueden entrar los ladrones?” Un día vio en el camino a un leñador rendido de fatiga, que no tenía fuerzas para echar a sus espaldas su carga. Y el leñador le rogó que le ayudara nomás a colocar la carga sobre sus espaldas. * Fechado en 1851. Apareció en El Presente Amistoso de 1852, pág. 267.
  • 18. 18 Y el rico no quiso ayudarle. “Si yo no tengo nada que cargar, ¿he de andar ayudando a todos los perezosos?” Y el rico vivía rico; pero no tenía amigos, ni había una sola mujer que lo amara. Y sus criados lo temían, pero no lo amaban. Y el caminante que no encontró abrigo en su casa, y el ciego a quien no quiso guiar, y la madre a quien no quiso ayudar a salvar a su hijo, y los que eran robados en su presencia sin que él los amparara, y el leñador a quien negó su ayuda, contaban entre el pueblo que aquel hombre no tenía corazón… Y el pueblo no lo aborrecía, porque el pueblo raras veces suele aborrecer, pues el odio popular es un monstruo que se aparenta por unos cuantos impostores. Pero de boca en boca se fueron contando las cosas que yo os cuento ahora. Y nadie ya pensaba en encontrarse a su paso con el hombre que estaba lleno de riquezas, que en ninguna parte era amado, ni bendecido. Porque para ser amado, fuerza es amar en este mundo y sólo recoge bendiciones quien siembra beneficios. El que sembró guijarros nunca cosechó espigas de trigo. Y parecía que la prosperidad se había fijado para siempre en la casa del hombre rico. Pero es la fortuna mudable como las olas del mar y nunca un día se pareció a otro día. Y una noche vio el pueblo que se levantaban columnas de humo de la casa del hombre rico; pero el pueblo no se inquietó. Y después se elevaron llamas de fuego que subían hasta el cielo, y el pueblo miraba desde lejos, sin afligirse por la suerte del hombre rico. Y los criados de éste huyeron, y su casa se redujo a cenizas. Y él salió llorando de dolor; pero sus gemidos se perdieron en el viento sin que lo siguiese ningún corazón para consolarlo. Y cuando él pidió un rincón en qué descansar, le contestaron: “Cuando tenías casa a nadie hospedabas; no nos molestes, duerme a campo raso”. Y el egoísta lloró de dolor. Y había en la ciudad un hombre que daba limosna a los pobres, y cuando lo supo el hombre que había sido rico, quiso ir a ser socorrido. Y preguntó a un muchacho que iba guiando a un ciego: “¿A dónde está la casa del que socorre a los pobres”? “No lo sabrás por mi boca, dijo el muchacho, porque la tuya estuvo cerrada cuando mi padre te preguntó cuál había de ser su camino”. Y el egoísta lloró de arrepentimiento. Y como tenía hambre y no pudo llegar a la casa del que socorría a los pobres, casi desfallecido, pidió un pedazo de pan a la puerta de una casa, y oyó una voz de mujer que le decía: “Tú eras sordo cuando yo te gritaba para que salvaras a mi hijo, ¿cómo quieres que yo te oiga ahora que tienes hambre?”
  • 19. 19 Y el egoísta lloró de hambre y maldijo su propio corazón. Y cuando la mujer lo vio llorar, le arrojó un pedazo de pan como se tira un trozo de carne a un perro hambriento, diciéndole: “Come, pero vete”. Y una noche en que nevaba, el egoísta desnudo temblaba de frío y quiso sentarse junto a una lumbrada de una miserable familia. Pero cuando la llama iluminó el rostro: “Apártate de mi fuego”, le dijo un hombre, “que tú no quisiste ayudarme a cargar mi leña”. Y el egoísta se fue llorando de desesperación. Y un día pidió limosna a un hombre en medio del camino. Y el hombre le dijo “Tendría que darte, si tú no me hubieras dejado robar sin moverte”. Y el egoísta no inspiraba lástima a las gentes que decían: “A ese hombre castiga Dios porque jamás hizo bien a nadie”. Y después de muchos años de miseria y de llanto, el Señor Dios debió conocer que el egoísta había expiado su maldad, y le envió la muerte. Pero cuando él murió no hubo quien llorara por él. Porque aquél que a nadie ama no puede ser amado. Y si sois ricos, pensad que Dios da y quita las riquezas a su antojo, y que nada es nuestro en este mundo. Y si no queréis un día sufrir lo que el egoísta, no seáis como él. Y tened presente que el egoísta no ama más que a sí mismo, y que la dicha y el placer consisten en amar y en ser amado de los demás.
  • 20. 20
  • 21. 21 El Salto del Imprudente∗ Dos hombres se encontraron en un camino, y con la mira de ayudarse mutuamente, convinieron en acompañarse. Y pronto ellos mismos pudieron notar la diferencia que en su carácter había, porque era el uno impetuoso, violento e impaciente, y el otro por el contrario, era sosegado, tranquilo y sufrido. Y a pesar de esto, no disputaron con calor, y mutuamente sufrían sus defectos, porque la necesidad los unía. Y un día en que ya estaban cansados por el calor, y en que ansiaban llegar a alguna posada, para comer y refrigerarse, una tempestad horrenda se desató en los cielos, y el día se oscureció, y retumbó el trueno majestuoso, pero aterrador. Y los dos viajeros seguían caminando a cada paso más cansados. Y el impaciente corría y saltaba de despecho, y esto sólo servía para cansarlo más y más. Pero el sufrido iba callado y en calma, y se agitaba menos. Y cuando ya el cansancio los rendía, vieron que la oscuridad de la tormenta les había hecho extraviar el camino, y vieron delante de sus pies la barranca profunda. Y había un espacio difícil de salvar, porque serían quince pasos de hombre lo que faltaba para que la planicie de la tierra estuviese unida. Y entre los quince pasos de hombre había un abismo hondo, insondable y tenebroso. Y los dos se detuvieron horrorizados, y con tristeza pensaron que necesitaban volver a andar el camino, para lo que ya no tenían fuerzas. Y viendo del otro lado de la barranca una pequeña aldea, sintieron ganas de no retroceder. El impetuoso dijo: yo atravieso de un salto la barranca. Y el sufrido dijo: difícil y riesgoso es. Y viendo un árbol que el huracán había encorvado hacia el suelo, añadió: si pudiéramos hacer caer este árbol, nos serviría de puente para pasar la barranca. Y dijo el impetuoso: hacedlo si podéis, que yo sin puente puedo pasar. Y lanzó un grito de desesperación, y se mesó los cabellos, y vio con aire de desprecio al sufrido, con esa mirada que quiere decir: “miedo tienes”. Y el sufrido comenzó a hacer caer el árbol para que le sirviera de puente en la barranca. Y viendo esto el impaciente, se lanzó de un brinco a salvar la barranca. Y después se oyó un gemido de dolor. Había saltado la barranca, pero al llegar al otro lado su cuerpo se había lastimado, y una pierna se le había roto, y no podía moverse. * Fechado en 1851. Apareció en La Ilustración Mexicana, tomo I, pág. 314.
  • 22. 22 Y el sufrido no podía auxiliarlo, porque aún no pasaba la barranca, y seguía doblando el árbol. Los vientos le ayudan, y algún tiempo después el árbol tocaba en los dos lados de la barranca, y servía de puente. Y el hombre sufrido pasó poco a poco y llegó a salvo, y podía seguir su camino. Pero el impaciente no podía andar, y sufrió mucho para moverse, y se tardó lo mismo que el hombre tranquilo, y se hubiera tardado mucho más si éste no lo hubiera acompañado. Hombres impetuosos, cuando en vuestro camino encontréis barranca, no saltéis, si podéis hacer puentes. Porque el que salta puede romperse una pierna o quedarse en la barranca.
  • 23. 23 El Ansioso de Honores∗ A las puertas de una ciudad populosa vivían dos hombres, cada uno en su casa. Y los dos tenían esposa e hijos y algunos bienes de fortuna. El uno aspiraba a que su nombre resonara por el mundo, y a que se le tributaran elogios, y se complacía en oír alabar la belleza de su esposa, las gracias de sus hijos y el lujo de su casa. El otro no quería ser aplaudido, y vivía retirado trabajando y ensañado a trabajar a su familia. El ansioso de honores daba convites y festines, y tenía juegos y músicas, y se rodeaba de los grandes y de los potentados, para que éstos esparcieran su fama por el mundo. Y los grandes y los potentados decían: “En verdad que mucho gasta este hombre, pero nos obsequia más por vanidad que por aprecio”. Y el ansioso de honores quedaba contento con los elogios que oía hacer de sus manjares, de sus vinos, de sus muebles y de sus carruajes. Y a la casa del que no quería honores no iban ni los grandes ni los ricos, pero cuando pasaba un pobre era socorrido, y cuando sabía que había un enfermo, era curado. Y el ansioso de honores no sabía si en la Tierra había pobres ni enfermos. Y los hijos del ansioso de honores eran hermosos, y sabían cantar, y bailar, y comer, y hacer ostentación de su riqueza. Pero los hijos del que no quería honores, sabían trabajar, y no sabían cantar ni bailar ni se enorgullecían con su riqueza. Y aconteció que de repente hubo un incendio que consumió las casas de los dos hombres. Y las familias arruinadas y pobres, entraron llorando a la ciudad. El hombre ansioso de honores estaba desesperado, y sus hijos también. El hombre que no quería honores estaba triste; pero resignado, y consolaba a sus hijos. Y el orgulloso tocó a la puerta de los grandes y de los potentados, que no lo conocieron, y no tuvo ni un pedazo de pan. Y el humilde, que había sido bueno y caritativo, fue llamado por los pobres y tuvo que comer. Y corrieron días, y meses, y años, y el que no quería honores seguía trabajando y sus hijos con él, y todos eran estimados por su honradez; y en ansioso de honores no halló quien lo ayudara; ni él, ni sus hijos sabían trabajar; y él era mendigo, y sus hijos cantaban y bailaban en las plazas y en las calles divirtiendo a la multitud para no morirse de hambre. Obsequiad a los ricos y a los grandes, y seréis abandonados; servid a los pobres y a los pequeños, y un día ellos os servirán en la desgracia. * Fechado en 1851. Apareció en La Ilustración Mexicana, tomo I, pág. 329, con el título de Parábola.
  • 24. 24
  • 25. 25 El Piloto y los Navegantes∗ En otro tiempo, varios hombres construyeron una barca para atravesar los mares e ir a buscar fortuna en apartadas regiones. Y desde que comenzó la construcción arreglaron que uno de ellos había de ser piloto para dirigir la nave y llevarla a un buen puerto. Y como todos tenían iguales derechos a esas importantes funciones, convinieron en elegir libremente al piloto el mismo día en que abandonaran las playas de la patria. Y convinieron también en que el elegido fuera respetado y obedecido, y en que además recibiera dones y homenajes de todos los navegantes. Entre ellos había marinos valerosos e inteligentes que parecían a propósito para dirigir el timón, y que por una larga experiencia conocían el curso de las corrientes, los peligros de los escollos y de los bancos de arena. Pero estos tales eran modestos, y no quisieron mendigar los sufragios de sus compañeros. Y había otro ignorante, orgulloso y lleno de ambición, que aspiraba a honores que no merecía. Un día que sopló la tempestad y silbó el huracán, y las olas embravecidas subieron a la playa amenazando llevarse la barca a medio construir, el ambicioso huyó despavorido y dejó a los demás el cuidado de salvar la nave. Pero cuando pasó la tempestad volvió sonriendo y se excusó diciendo: que como él tenía poder sobre los vientos no quiso estar presente a la hora de la tormenta. Y comenzó a implorar de todos que lo nombraron piloto, jactándose de que sabía vencer la tempestad, prometiendo que siempre llevaría la nave viento en popa y que no abusaría del poder que le otorgaran. Y como había muchos que no creían en sus palabras, ofreció a algunos dividir con ellos su autoridad y partir el fruto de los dones de los navegantes. Y por interés gritaron que era inteligente y activo. Y estos hombres interesados gritaron tanto, que hicieron callar a los demás, y a fuerza de intrigas y amenazas y promesas, el hombre ambicioso fue nombrado piloto y sonrió de gozo, y sólo pensó en ser respetado y ensalzado. Y así es como la ambición se sobrepone al mérito, la intriga a la inteligencia, y la bajeza a la virtud. Concluyóse la barca; levaron anclas, el viento soplando suave y sereno infló las velas, y todos se alejaron del puerto contentos, esperando unos que el piloto pensara sólo en cumplir con sus deberes, y otros que realizara sus promesas. El buen tiempo continuaba, y la barca se deslizaba sobre las aguas blandamente. El piloto a cada instante decía: “¿Veis cómo es cierto que sé conjurar la tempestad y que sin mí ya hubierais perecido?” * Fechado en 1852. Apareció en La Ilustración Mexicana, Tomo III, pág. 442.
  • 26. 26 Y los que dividían con él los dones de los navegantes, fingían creer que al piloto se debía el buen tiempo, y los otros callaban… Y el piloto tenía autoridad para castigar, y no castigó al ebrio ni al maldiciente, sino a aquellos que en tierra habían dudado de su ciencia. Y se hizo amigo de todos los intrigantes, y seguía diciendo: “A mí debéis no perecer”. Pero cuando él ejercía venganzas y quería humillar a los que lo habían elevado, se vio en el horizonte un punto negro, un punto que poco a poco crecía y era ya una nubecilla lejana… “Anuncio de tempestad”, gritaron sobre cubierta. “Me insultan esos que creen que puede haber tempestad cuando yo dirijo el timón de una barca”. Y castigó e insultó a los que temían la tempestad. Pero la nube crecía, y el miedo hacía que todos dijeran: “Nada vemos”. Y el viento sopló enfurecido, y levantó las olas como montañas de espuma, y la barca se vio azotada por todos lados, y el miedo hacía que todos dijeran: “Nada sentimos”. Y el cielo se oscureció, y el mar bramó, y el rayo estalló, y el trueno ensordecía, y el miedo hacía que todos dijeran: “Nada oímos”. Y el piloto decía: “buen tiempo tenemos”, y no sabía qué hacer, y se enfurecía contra los que conocían el peligro. Y la barca se extraviaba y estaba entre escollos, y arrecifes; entre rocas y bancos de arena. Y la navegación se prolongaba, y los víveres se acababan, y los navegantes tenían hambre y sed. Cuando alguno se atrevía a murmurar del piloto y a indicar el peligro, lo mandaba echar al agua. Cayó un rayo sobre el mástil, y todos se asustaron, y el piloto dijo: “Cayó el mástil; pero la barca está bien”. Se estropeó la quilla, y el piloto dijo: “No importa; la barca está bien”. Y entraba agua a todos los camarotes, y las velas estaban destrozadas, y los cables rotos, y el piloto siempre decía: “La barca está bien, a mí me debéis el buen tiempo, yo sé conjurar la tempestad”. Pero al fin, el agua entró a la cámara del piloto y él se estremeció, y temiendo que se hablara del peligro y que se clamara contra su torpeza, puso mordazas a los que querían salvarse y salvarlo… Y el desaliento o el miedo, la poca fe o la apatía, dominaba a los navegantes. Cualquiera de ellos podía salvar la barca, aún era tiempo; pero mientras pensaban en lo que habían de hacer, la tempestad siguió, la barca se estrelló contra los arrecifes, se hizo pedazos, y no quedó ni una tabla de salvación. Navegantes y piloto perecieron; el mar se tragó a los que habían conocido el peligro y a los que habían querido disimularlo. Y en verdad os digo, que merecieron su suerte, porque navegantes que sufren pilotos descuidados, vanos e ignorantes, y que ven llegar el peligro y no procuran salvarse, con ellos han de perecer en medio de la tempestad.
  • 27. 27 Obra Narrativa de Francisco Zarco Escritos literarios, Selección, prólogo y notas de René Avilés Favila, México, Editorial Porrúa, Colección Sepan Cuantos # 90, 1968; Segunda Edición, 1980. Castillos en el Aire y Otros Textos Mordaces, México, PREMIÁ / INBA / SEP, Colección La Matraca, Segunda Serie # 8, 1984. “Literatura y Variedades. Poesía. Crítica Literaria”; Obras completas de Francisco Zarco, Tomo XVII, Compilación y Revisión: Boris Rosen Jélomer, México, Centro de Investigación Científica Jorge L. Tamayo, 1994.
  • 28. 28
  • 29. 29 Rafael Ceniceros y Villarreal El político, dramaturgo, cuentista, novelista, abogado y moralista Rafael Ceniceros y Villarreal nació en la ciudad de Durango el 11 de julio de 1855. Durante algunos años, Ceniceros estudió en el Seminario Conciliar de Durango pero abandonó la carrera clerical para estudiar jurisprudencia en el Instituto Juárez de la ciudad de Durango. Desde joven Ceniceros se inició como escritor de piezas teatrales, especialmente melodramáticas. Al recibir su grado académico de abogado, Rafael Ceniceros trasladó su residencia a la ciudad de Zacatecas en donde continuó escribiendo obras dramáticas, novelas, cuentos, poesías, artículos periodísticos y catecismos, entre otras cosas. Hombre interesado en los problemas sociales de su tiempo, Ceniceros se dedicó a una intensa actividad política, participando como miembro de la Orden de los Caballeros de Colón y desde el bando conservador y por el Partido Católico Nacional, PCN, ocupó en dos ocasiones el poder ejecutivo del estado de Zacatecas. La obra narrativa de Ceniceros y Villarreal consta de dos novelas: La Siega, publicada en 1905 y El Hombre Nuevo, que se puso a la venta en 1908. Los relatos de Ceniceros incluyen una colección de 48 cuentos cortos que se dieron a conocer en 1909. En sus relatos, Ceniceros y Villarreal, apegándose al género de realismo costumbrista, recrea un sistema de ideas conservador de la clase media y la clase alta de la provincia mexicana de su tiempo. En esa época, el escritor José López Portillo y rojas opinó: Rafael Ceniceros y Villarreal se nos revela en La Siega escritor fino y atildado observador profundo (...) La Siega tiene páginas encantadoras y despierta honda emoción en sus pasajes culminantes. Está impregnada de la vida nacional, es fruto de la verdad y la observación y una nota triunfal de nuestro progreso. (AGÜEROS, VICTORIANO. “Apuntes biográfico-críticos acerca del autor”, en: Obras del Licenciado Rafael Ceniceros y Villarreal. Tomo I, México, Imprenta de Victoriano Agüeros, Biblioteca de Autores Mexicanos # 58, Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, UNAM, 1908, p. I.). Por su parte el crítico John S. Brushwood, refiriéndose a Ceniceros y a otros escritores conservadores del periodo porfirista, señaló que: La moral cristiana por la que abogaban está más ligada al tradicionalismo que a la fe cristiana. El elemento costumbrista de sus novelas es algo más que un cuadro de costumbres; es la base de la moralidad (...) pero la pretensión de que cristianismo y moralidad son términos equivalentes, no es sino otro ejemplo de la artificiosa realidad del periodo. (BRUSHWOOD, JOHN S.. México en su Novela, México, Fondo de Cultura Económica, Colección Breviarios # 230, 1973, pp. 264 a 265.).
  • 30. 30 La ensayista Joaquina Navarro en su análisis de la obra narrativa de Rafael Ceniceros y Villarreal destaca que: Si las novelas de Ceniceros y Villarreal no estuvieran tan impregnadas del deseo del autor de dar consejos de conducta cristiana, sería fácil encontrar analogías entre algunos retratos que presenta, de personajes de la clase media de provincia (...). Se ha juzgado a este escritor como regionalista porque sitúa sus obras e Zacatecas. Pero a través de ellas es imposible reconocerla ciudad ni la región. Presenta un ambiente de tradición española general, sin color ni tipos locales. (NAVARRO, JOAQUINA. La Novela Realista Mexicana, México, Universidad Autónoma de Tlaxcala, Serie Destino Arbitrario # 8, 1992, p. 195.) Consecuente con su pensamiento conservador, Ceniceros actuó como opositor político de los primeros gobiernos de la Revolución por lo que, entre 1914 y 1926, estuvo en prisión en catorce ocasiones. Fungió como presidente del Partido Nacional Republicano, PNR, y en 1926, al momento de la Primera Rebelión Cristera, el para entonces ya anciano novelista tuvo el papel protagónico de presidente de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, LNDRL, organización urbana de extrema derecha que tuvo una parcial relación con la instigación de la rebeldía cristera. El 27 de diciembre de 1931, en la ciudad de México, con su fortuna y su lucha perdidas, el empobrecido y senil Rafael Ceniceros y Villarreal dejó de vivir.
  • 31. 31 Rafael Ceniceros y Villarreal
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  • 33. 33 Tal Para Cual I Agustín Benavides, colegial de agudo ingenio, buen corazón y audaz hasta la temeridad, estaba haciendo brillantísima carrera en el Seminario Conciliar de Durango – pues en aquella época los seminarios daban magnífico contingente a las carreras literarias, - los maestros deshacíanse en elogios del joven estudiante, quien año por año presentaba el acto público de estatuto. Mas estaba cansado, muy cansado, no tanto del estudio, cuando de las privaciones a las que, por seguir una carrera, obligábale la pobreza. Más de una vez decidióse a arrojar a la mitad de la calle los libros de Filosofía y a buscar un empleo cualquiera que aligerara la pesada carga de la vida; pero revocaba su resolución ante los ruegos de su anciana madre. A aumentar el candente anhelo del estudiante vino el amor que le inspiró una aristocrática joven de la más encumbrada categoría, no solo por su prosapia de abolengo, sino también por su crecido caudal. Hija única de don Rosendo Galván y de doña Serafina Plancarte, era Matilde amor y gloria de sus padres, que en ella se veían. La joven, por maravilla, no abusaba de aquel cariño, y sus deseos, siempre satisfechos, conteníanse dentro de las justas aspiraciones de su elevada jerarquía social. Afable y discreta, granjeábase la estimación de cuantos la trataban, y aunque no era una belleza, tenía poderoso atractivo y singular donaire. Don Rosendo, hombre de mucho mundo, egoísta, socarrón y mentiroso cuando vio a Matilde en edad de tener esposo, alarmóse mucho, y en su interior la condenó a perpetuo celibato. Temía, con razón, que su fortuna atrajera a los pretendientes. Hay tantos, pensaba, que buscan en el matrimonio las comodidades de la riqueza y no las satisfacciones del corazón. El egoísmo paternal tomó también gran parte en la resolución del millonario. Ni uno más rico que él separaría de su lado a la hija de su alma. Bien sabía don Rosendo que de tal decisión Serafina ia a ser la más terrible enemiga; pero el banquero era fecundo en argucias, y sonreíase satisfecho al considerar las que inventaría para persuadir a su mujer. Lo peor de todo era que había observado que a su hija no le caía mal el maldito estudiante. Una que otra furtiva mirada de Matilde púsole patitieso. Si no daría la mano de su hija ni a un Nabab, ni al rey del petróleo, ni al del acero, ni a ninguno de los multimillonarios yanquis o mexicanos, iba a casarla con un pelele de baja estofa que faltábale de seso lo que de audacia le sobraba. ¡Imposible! El humillaría a aquel presuntuoso mozalbete. II
  • 34. 34 Agustín, entretanto, no se durmió, no solo llovieron amorosos billetes en la casa de la rica heredera, sino que diose maña para hablarle algunas palabritas en casa de una amiga. Y el corazón de Matilde, que por lo suave era yesca, ardió con el fuego de aquellas palabritas. Sobre todo, la frase: “amo a usted con toda mi alma”, le calcinó el peco hasta en la más escondida arteria. Los libros de Filosofía estaban cerrados y llenos de polvo, en cambio, el de las ilusiones era leído de cabo a rabo por el enamorado galán que se hallaba ya en plenas relaciones con Matilde. Un día, por ciertas palabras de su madre, comprendió el joven que ésta temía que anduviese en criminales trapicheos y llorando por el dolor de la autora de sus días, a quien tiernamente amaba, revelóle todo, todo. Le manifestó su inquebrantable resolución de amar siempre a Matilde y hacer cuanto pudiera y aun lo que no pudiera por casarse con ella. La fe de los enamorados se parece a la de los santos y no es extraño, porque en el orden de la naturaleza y en el de la gracia, es el amor la pasión más fuerte. Madre e hijo acabaron por llorar juntos, de esperanza el uno, de temor la otra. ¿Quién era su pobre hijo para aquella joven tan rica y que como tal debía ser muy orgullosa? ¿Valía algo el talento? ¿Conquista hoy la virtud muchos corazones? Y la experiencia de la anciana respondía a estas preguntas: El oro es el gran conquistador en este mundo. El talento y aun la virtud a él se han vendido muchas veces. A aquellos doloroso pensamientos replicaba la fe de la buena madre con palabras de eterna verdad. -No ha muerto el Dios de mis padres, que es mi Dios, a Él fío la causa de mi hijo. Hay aún y habrá siempre almas buenas en medio de la universal idolatría del becerro de oro. III Pasease Agustín por las primorosas alamedas de la ciudad. El amor hale sacado de quicio: quiere casarse con Matilde y ésta quiere casarse con él. ¿Qué más se necesita que dos voluntades firmes y decididas? No habrá, de ello está seguro, nadie que quiera pedir para él al millonario la mano de su hija. Si él fuera rico, tal vez; pero es un pobre colegial sin porvenir aún. No importa, trabajará, siéntese capaz de heroicas empresas. El amor es fuerte, muy fuerte; pero también es loco de atar, y en aquel momento las ideas de Agustín son las de un loco, pues se resuelve a ir él en persona a pedir la mano de Matilde. Y pensarlo y dirigirse a la casa del banquero fue todo uno. No voy a cometer un crimen, se dijo: el cariño da derechos, y más aún el cariño correspondido. Llegó al despacho del banquero y llamó suavemente a la vidriera de la puerta.
  • 35. 35 - Adelante, contestó con voz grave don Rosendo. Estaba el banquero hojeando un legajo de documentos, alzó la vista por encima de los anteojos, y no fue poco su asombro al mirar frente a él al colegialillo. -¿Qué se le ofrece a usted? Díjole sin siquiera indicarle que se sentase. - Pues mi negocio es muy sencillo, repuso Agustín sin turbarse, cuestión de dos palabras. - Hable usted. - Vengo... - No tengo en qué ocupar a usted, dijo don Rosendo interrumpiendo al joven y con la dañada intención de humillarle. - No vengo a pedir empleo, sino algo que vale mucho más. - No presto dinero. - No pido dinero. - Pues ¿entonces...? - Vengo a pedir a usted la mano de Matilde. El sofocón que sufrió el banquero fue terrible, ni siquiera pudo hablar. Quedóse contemplando a Agustín de hito en hito. Aquella audacia era inverosímil. Poco después sonrióse con maligna sonrisa y dijo con arrogancia al audaz mozalbete: - Mi hija lleva un millón para el desayuno, ¿qué lleva usted para la comida? Agustín comprendió la intención de don Rosendo de humillarle, e impertérrito contestó: - Con tan buen desayuno, ¿a quién le quedan ganas de comer? No comeremos señor don Rosendo, no comeremos. Tan inesperada respuesta desconcertó por un momento al banquero, que boquiabierto miraba a Agustín, más vuelto en sí, repuso iracundo: - Quítese usted de mi presencia. - Volveré cuando usted haya reflexionado, murmuró el colegial, hizo una cortés reverencia y sonriente salió del despacho. IV Bien lo había previsto don Rosendo; la mortal enemiga de su resolución fue Serafina. ¿Pues no le cayó en gracia a la estúpida de su consorte la insultante contestación del atrevido colegial?
  • 36. 36 - Es un necio, decía Rosendo. - No le conoces bien, replicaba Serafina. - Se ha burlado de mí. - El enamorado inconscientemente se burla de todo el mundo, y no hace más que vengarse, pues todo el mundo se burla de él. Tú querías humillarle. - Y el pillastre me ofendió. - Tú le ofendiste primero. - Pero mujer, sé racional. - Te conozco de cara y mañas. Tú lo que quieres es que nuestra hija no se case jamás. - Y no se casará. Te lo juro. - Se casará como dos y tres son cinco. - Aun suponiéndolo, no se casará con ese pelagatos. - Matilde ha nacido para el santuario del hogar. Conozco bien a mi hija. - Para su felicidad no necesita ese santuario. Estas disputas eran cotidianas, y claro es, con el maternal apoyo, Matilde seguía obstinada en querer a Agustín. - Confía y espera, decíale a su hija, yo quebrantaré la cerviz de la serpiente. No hay para qué decir que la serpiente era Rosendo. A la hora de la sobremesa, cuando Matilde se iba a sus habitaciones, empezaba la diaria disputa, que concluía siempre con la huida del banquero. ¡Demonio! Después de un cuarto de siglo de paz octaviana, es que no se había oído una sola palabra que subiese de mesurado tono, tener que soportar aquel alud de gritos y aquellas nerviosas contorsiones de la Serafina que al pie del altar, le juró amor, y con esto , como era natural, respeto y resignada sumisión. Aquello no era vida. Además, Matilde estaba muy triste, y antes era alegre como día primaveral. Todo, todo había cambiado en el hogar de don Rosendo hasta los criados que antes eran respetuosos, pero afables, tenían hoy cara de sargento primero. Hallábase el capitalista enfrascado en aquellos pensamientos, cuando ocurriósele una idea salvadora, sin duda, a juzgar por el relámpago de regocijo que le inundó el rostro. Esto es decisivo en pro de mis proyectos, exclamó. Veremos qué puede oponer en contra la testaruda de Serafina.
  • 37. 37 Ese día estuvo contento y hasta chancista durante la comida, y a la hora de la batalla, llenó hasta los bordes la taza de café, encendió con estudiada calma – que no pasó desapercibida para Serafina - un magnífico puro y miraba de soslayo a la temible enemiga. Traes alguna trampa, pensó Serafina mas ya te conozco marrullero. Don Rosendo tosió, Serafina también. Aquella tosidura fue como un clarín que anunciaba el combate. Estás matando a Matilde, clamó Serafina, con dolorosa voz. - Quiero la felicidad de mi hija. ¿Cómo no la había de querer? Pero ese matrimonio es imposible. - ¿Por qué Agustín es pobre? Esa no es razón, nosotros somos ricos. - No es eso, Serafina. ¿Qué me importa a mí que ese rapazón no tenga un centavo? Hay otro motivo que no puedo decirte. - Sea cual fuere, debes decírmelo. - Si tú lo exiges... pero conste que sin este inesperado suceso, y sin tu exigencia no te lo hubiera dicho nunca. - Bueno, conste y adelante. - Pues has de saber. – El banquero tragó saliva. – No puedo, no puedo. - Habla, no soy caprichosa; si la causa de tu obstinación es racional, no insistiré en defender a la hija de mi alma de tu inexplicable tiranía. - ¿Quieres que hable? Sea. - Te oigo. - Durante mi juventud, no fui un santo ni mucho menos, tuve un desliz; pero conste que fue solamente uno y este, en un momento de aturdimiento, de diabólica sugestión. Don Rosendo vio a su consorte, tragó saliva y continuó. - ¿Te he dicho lo bastante? - Si no me has dicho nada. - Debías haberlo comprendido: ese matrimonio, agregó con solemne voz, es imposible porque Agustín es mi hijo. He aquí el “pro” de mi causa. Y don Rosendo inclinó la cabeza avergonzado. Doña Serafina quedóse algunos momentos contemplando a su esposo, sonrióse con socarronería y dijo con admirable tranquilidad:
  • 38. 38 - La revelación que de hacerme acabas, no es obstáculo para la dicha de Matilde. - ¡Qué dices! ¿No es obstáculo? - Ya que te has confesado conmigo, en justa correspondencia me confesaré contigo. Yo como tú, tuve un desliz, nada más uno, también por diabólica sugestión, y Matilde no es tu hija. He aquí el “contra“ de tu causa. Don Rosendo se quedó boquiabierto, rascóse una oreja y luego la cabeza. Siguió una escena muda que se prolongó por algunos momentos, después de la cual los esposos soltaron tremenda carcajada. - Eres terrible, dijo el banquero. - Tal para cual, respondió la esposa. - Basta, basta, que se case Matilde. El estudiante acabó su carrera y fue médico notable. Y no hubo remedio, Matilde y Agustín se casaron y fueron tan felices como serlo pueden dos personas virtuosas en este pícaro mundo. Cuentos Cortos, 1909.
  • 39. 39 Obra Narrativa de Rafael Ceniceros y Villarreal Novela: La Siega. Novela de Costumbres, Zacatecas, Zac., Ed. Nazario Espinoza, Primera Edición, 1905. “El Hombre Nuevo”, en: Obras del Lic. Rafael Ceniceros y Villarreal. Tomo I, (Novelas), México, Imprenta de Victoriano Agüeros. Biblioteca de Autores Mexicanos # 58, (Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, UNAM), 1908, pp. 281 a 518. Cuento: “Cuentos Cortos“, en: Obras del Lic. Rafael Ceniceros y Villarreal. Tomo I, (Novelas), México, Imprenta de Victoriano Agüeros. Biblioteca de Autores Mexicanos # 68, (Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, UNAM), 1909. Ç
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  • 41. 41 Atanasio G. Saravia El historiador, músico, poeta, políglota, astrónomo, administrador y propietario de haciendas agrícola y ganaderas, soldado de la Defensa Social huertista de la ciudad de Durango, empleado y gerente del Banco Nacional de México, miembro de diversas sociedades científicas e históricas y narrador Atanasio G. Saravia Aragón nació en la ciudad de Durango, el 9 de junio de 1888. Por su obra reunida en los cuatro tomos del libro Apuntes para la Historia de la Nueva Vizcaya, publicados por la Universidad Nacional Autónoma de México, Saravia es considerado como uno de los más prolíficos y destacados historiadores de Durango y como uno de los más connotados estudiosos de la historia del norte de México. Con claro estilo narrativo, Atanasio G. Saravia escribió dos novelas que pueden ser calificadas como histórico testimoniales: ¡Viva Madero! (1940) y Cuatro Siglos de Vida de una Hacienda (1959); de la primera, el mismo Saravia nos dice: Nunca he sido novelista, cuando he escrito para el público ha sido, casi siempre, sobre motivos de historia; pero conocí costumbres y vi su recuerdo hallé más fácil darles vida en forma de novela que marcándolas en las severas normas de la historia. ¡Viva Madero! es el relato de la transformación de hombres y lugares, ante el impacto de la guerra revolucionaria, en el periodo antihuertista, desde el punto de vista protagónico de Antonio De los Cobos, cuyos parientes, relaciones y hábitat nos recuerdan al propio Atanasio G. Saravia, en sus actividades como administrador de haciendas y como miembro de la Defensa Social contrarrevolucionaria huertista de la ciudad de Durango. En Cuatro Siglos de Vida de una Hacienda, ocupando como narrador al Cerro del Píndoro, Saravia describe la evolución histórica de la hacienda de La Punta. Atanasio G. Saravia falleció en la ciudad de México, el 11 de mayo de 1969. En 1984, los descendientes del escritor durangueño, junto con Fomento Cultural Banamex, establecieron un fideicomiso para el certamen académico bienal que lleva como nombre Premio Atanasio G. Saravia de Historia Regional Mexicana. El 15 de septiembre de 1989, los restos del autor de ¡Viva Madero! fueron reinhumados en la Rotonda de los Hombres Ilustres de la Ciudad de Durango.
  • 42. 42
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  • 45. 45 ¡Viva Madero! Soldaditos Unos meses después, Antonio, vestido de charro como en el rancho acostumbraba, pero llevando dos cananas de parque cruzadas en el pecho y un rifle en bandolera, caminaba por las calles de Durango. Estas, no obstante lo temprano de la hora, pues apenas serían las ocho de la noche, hallábanse desiertas; las ventanas de las casas, cerradas, impedían toda vista al interior y sólo se descubría la vida de sus habitantes por escucharse, en algunas, el sonido de un piano que tal vez animaba el encierro de alguna familia o quizá distraía sólo el ocio de alguna señorita. Ningún gendarme se miraba en los cruceros de las calles, como era la costumbre, y la claridad que arrojaban los focos de luz de arco en las esquinas, sólo descubría calles y aceras desiertas. A lo lejos, hacia las orillas de la ciudad, se escuchaban aislados e intermitentes disparos de fusil, a veces muy lejanos, más cercanos a veces. Sólo los pasos de Antonio resonaban en la calle mientras caminaba hacia el centro de la ciudad. Poco antes de llegar al Palacio Municipal, un centinela, apostado a la puerta le gritó con voz fuerte. ¡Alto! Antonio se detuvo. ¿Quién vive? volvió a gritar al centinela. ¡México! contestó Antonio ¿Qué gente? ¡Defensa social! ¡Siga! Siguió Antonio su camino, cruzó frente al Palacio, tomó la calle que entonces llamábase Mayor y después de andar una cuadra, nuevo grito de otro centinela lo obligó a detenerse. Cruzadas las palabras de rigor, se acercó Antonio a la puerta en que el centinela hallábase apostado y en que un pequeño letrero anunciaba ser allí las oficinas de una Compañía de Voluntarios de la Defensa Social. El centinela no era sino un amigo de Antonio, uno de tantos muchachos de Durango, pero al llegar frente a él, sin saludarlo cruzó el rifle para impedirle el paso y gritó con voz marcial: ¡Cabo de cuarto! El cabo de cuarto se presentó; un alegre muchacho también con grandes cananas que al ver a Antonio lo saludó con un cordial ¡qué hubo viejo! y le brindó franco el paso, mientras el centinela, gravemente, con su rifle terciado, reanudaba su corto paseo frente a la puerta, consciente de sus deberes militares.
  • 46. 46 Entró Antonio a la oficina en donde una docena de voluntarios entretenían sus ocios leyendo algunos libros o jugando a las cartas. Todos era muchachos de buenas familias, ahora en funciones de militares en virtud de circunstancias especiales que ya habrá ocasión de referir. Buenas noches señores, dijo Antonio al entrar, al mismo tiempo que se desembarazaba del rifle y lo colocaba en un rincón al lado del banco de armas en donde se veían, correctamente alineados, los rifles de la guardia. ¡Hola Toño! ¿Qué hay Cobos? contestaron los presentes. ¿De dónde vienes? Le dijo el cabo. Vengo del cuartel de los federales en donde pasé un rato de la tarde de charla de algunos oficiales. Los demás, al oír esto, abandonaron los libros y las cartas y se agruparon cerca de Antonio y de su cabo. ¿Y qué se dice por ahí? le dijo el cabo. Pues mucho y nada en resumen, porque parece que los oficiales no están más enterados que nosotros o por reserva del oficio no dicen lo que saben. Que seguimos sitiados, cosa que ya sabemos; que parece que les llegó más gente a los rebeldes del lado de la Sierra, según informes que dieron del fortín de Guadalupe y del fortín de los Ángeles de donde dicen que vieron bajar bastante caballería del lado de la Sierra y que tomó con rumbo a la Tinaja en donde dicen está el cuartel general de Calixto Contreras; dicen que serían como quinientos hombres. ¡Pues no son nada! contestó un jovencito con todo aplomo; un hombre en la trinchera vale por cinco a pecho descubierto. Nosotros estamos en los fortines, ellos nos tienen que atacar de afuera, de modo que, quinientos, sólo entretienen a cien de los nuestros, y como somos dos mil, mientras no tengan más de diez mil hombres, no hay el menor cuidado, sin contar lo que les aventajamos en calidad, pues no es lo mismo tropa disciplinada que una chusma cualquiera mal armada. Antonio oyó sin interrumpirlo el discurso del muchacho y luego añadió: También dicen los oficiales que con seguridad debe haber salido para acá alguna columna de Torreón, porque sería inconcebible que el Estado Mayor no haya considerado la importancia que tiene reanudar los trenes de Torreón a Durango que hace ya mucho están interrumpidos, tanto para auxiliar a la ciudad con víveres y tropas de refresco como para, de paso, envolver si es posible al núcleo de rebeldes que se ha acercado aquí. ¡Eso seguro! Repitió el jovencito que hablara antes. Los federales luego se dilatan en moverse, porque así conviene para los planes de campaña, pero, cuando se mueven, ¡golpe seguro! ¡Como que están mandados por generales!... ¡No tiene remedio! ¿Y en dónde vendrá la columna? preguntó el cabo, porque así conviene para los planes de campaña, pero, cuando se mueven, ¡golpe seguro! ¡Cómo que están mandados por generales!... ¡No tiene remedio! ¿Y en dónde vendrá la columna? preguntó el cabo, porque si viniera cerca ya notaríamos movimientos de esta gente a retirarse y, al contrario, según dices, están viniendo más.
  • 47. 47 No, mi cabo, interrumpió el jovencito ¿cómo quiere usted que vengan descubiertos? ¡Si no son reclutas! Estos vienen por ahí sin que los sienta la tierra y la primera noticia que tengan de ellos los rebeldes van a ser las granadas que les empiecen a estallar en sus cuarteles, y como el general aquí sí ha de saber porque son unas águilas para avisarse, combinará al mismo tiempo sus movimientos y copan a los rebeldes. Un golpe a lo Blanquet… ¡Ya verán! ¿Y de complots aquí, no te dijeron nada? Porque dicen que había un complot muy grande, pero que el general cogió todos los hilos y que con unos cuantos oficiales desbarató el asunto y que hay varias personas aprehendidas… ¡y que en una nada las truenan!... terminó el cabo. ¡Hombre! La verdad, dijo calmosamente Antonio; yo en los complots no creo, y los oficiales tampoco. ¿Quién quieres que se levante en armas aquí adentro con la ciudad ocupada por la guarnición, rodeada de fortines que impedirían la salida de cualquier grupo, y las calles recorridas por patrullas de voluntarios que no dejan reunirse ni a dos personas aunque no sean más que parejas inofensivas que pelan la pava en la ventana? No te creas, interrumpió el jovencito, es que los maderistas se disfrazan de mujer y simulan platicar con el novio en la ventana para irse pasando de uno en uno sus planes y ponerse de acuerdo. Por eso necesitamos andar como Argos y si no fuera eso ¡quién sabe ya lo que hubiera sucedido! Sonrió Antonio de la inocencia del muchacho y del aire de seguridad con que exponía sus ideas, y cambiando de conversación preguntó al cabo: ¿No está aquí el Capitán? Deseaba hablar con él. Está ahí en la otra pieza, en una junta con otros de los jefes, tanto de la infantería como de la caballería. Dicen que se trata de arreglar que salgan por la vía de Torreón trenes escoltados por voluntarios para despejar la vía y buscar la unión con los federales que han de venir de Torreón reparándola. Va a ser difícil salir, dijo uno de los jóvenes, pues se necesitaría mucha gente para poder guardar los flancos mientras se avanzaba con el tren. No, contestó el jovencito que a todo hallaba salida, yo ya oí hablar de eso y como lo van a hacer. Se ponen carros blindados, pintados de cuadritos para disimular las troneras por donde se sacan las puntas de los rifles, se les ponen tres máquinas por su alguna fallare; adelante se ponen ametralladoras y cubiertos por éstas los trabajadores van reparando los rieles y el tren avanzando, y como en esa forma es casi inexpugnable pues sólo lo tomarían con artillería, y eso no tienen los rebeldes, es sólo cuestión de tiempo para ir avanzando y puede decirse que prácticamente es imposible hasta tener bajas en esas condiciones, así tiroteen el tren de día y de noche. ¿Y se tardarán mucho en la junta? preguntó Antonio. Yo creo que no, dijo el cabo, pues oí decir a tu jefe, al de la caballería, que iba a cenar con el general a las nueve… y poco falta ya. En efecto, en esos momentos se abrió la puerta y mientras los voluntarios presurosos se alineaban en orden, aunque sin rifles, listos para cuadrarse al paso de los jefes, tres o cuatro señores vestidos en forma disímbola, pero que se apartaba del sencillo traje del civil, aparecieron en la
  • 48. 48 puerta. Los muchachos se cuadraron y permanecieron inmóviles, mientras el centinela, muy serio, presentaba armas. Antonio adelantó un paso hacia uno de ellos y tocándose el ala del sombrero le dijo familiarmente: ¿Qué tal? ¡Mi capitán! ¡Hola Toño, contestó el interpelado que era el jefe superior de los voluntarios de a caballo a que Antonio pertenecía. ¿Qué haces por aquí? y al mismo tiempo le estrechó la mano. Vengo en busca del Capitán de la Compañía a que estoy incorporado en el servicio mientras nos vuelven a montar, añadió sonriente. Aquí lo tienes, contestó el jefe de la caballería señalando a un señor de aspecto serio y grave que guardaba unos papeles en la mesa del cuarto siguiente. Mi capitán, dijo Antonio, avanzando hacia adentro y quitándose el sombrero. Usted perdone, contestó el interpelado, ¿es usted el señor de los Cobos? A las órdenes de usted. Entonces, debo primero hacerle una advertencia; para hablar a sus superiores, ni para hablar a nadie, debe usted quitarse el sombrero, porque, por el momento forma parte del uniforme. Sólo debe usted cuadrarse haciendo el saludo militar. Y ya hecha esta advertencia ¿qué desea usted? Como parece que la noche se presenta tranquila, contestó Antonio solicito del señor capitán licencia para salir del servicio, por esta noche, a fin de cenar en casa de un amigo y dormir en mi casa, porque tengo asuntos particulares urgentes que arreglar. ¿En que fortín está usted de servicio? Unas veces en uno y otra en otro, según me manda el sargento, pues ya ve usted que los de caballería andamos todos desorganizados. Nunca brillaron por su organización, con perdón de mi compañero aquí presente, añadió saludando con una inclinación al capitán de caballería; siempre fueron ustedes una cuadrilla de muchachos alegres y poco disciplinados, pero en Abril se portaron bien ¡qué caramba!... ¿Y a qué fortín iba usted esta noche? No lo sé, capitán, porque desde hace dos días pedí esta noche al sargento y sólo falta que usted autorice mi licencia. ¡Hum! La cosa no es tan sencilla, porque si vamos a dar licencia a cada voluntario a lo mejor una noche tenemos solos los fortines. ¿Qué asuntos particulares tiene usted que arreglar? Mi capitán, dijo Antonio conteniéndose apenas; los asuntos que tengo que tratar son cosa mía ¿puede usted concederme la licencia, entendidos de que si hubiera novedad estaré aquí al momento, o me entiendo con mi jefe aquí presente para dejar de seguir al servicio de esta campaña? Los de a caballo, un grupo de rancheros, nos entendemos bien. No se acalore usted, joven, que puede usted transgredir la disciplina y tendríamos que juzgarlo en una corte marcial lo que debemos evitar, tratándose, en el fondo, de sólo compañeros. Tiene usted su licencia, mas si hubiere un ataque acuda usted aquí inmediatamente.
  • 49. 49 Gracias, contestó Antonio secamente, y dando la vuelta salió a la pieza siguiente echándose desde luego su rifle al hombro para salir. Espera Toño, le dijo su jefe; te voy a acompañar; perdóname un momento; y volviendo a la pieza en donde se encontraba el capitán de Infantería le dijo así: Compañero: va muy mal si quiere manejar a mis muchachos en esta forma; ellos no sabrán de disciplina ni de hacer ejercicios y paradas como la tropa de usted, pero no se le olvide que esos rancheros son la gente mejor con que contamos; son gente de a caballo, muy buenos tiradores, traer todos buenas armas, son resueltos y valientes y están acostumbrados a los peligros; si me los empieza usted a incomodar pediré que me los dejen de nuevo solos conmigo y que ustedes se entiendan con esa bola de chamacos que ya están aprendiendo hasta a roncar por escuadras… ¡Mi gente no es para eso! Pero compañero usted comprende que en el ejército es básica la disciplina y que sin ordenanza no vamos a ningún lado. ¡Qué ordenanza ni que ojo de hacha! contestó el capitán de los rancheros. Aquí andamos de tropa de lance y no se puede pedir a los muchachos más que buena voluntad y decisión para aguantar los tiros mientras no llegue alguno que los reviente… Bastante desvelados y fastidiados están para todavía salirles con tanta zarandaja. Y dejando el capitán estupefacto salió a reunirse con Antonio al que cogió familiarmente del brazo, diciendo: Vamos, ¿a dónde cenas hoy? Con el señor Guardado, contesto Antonio. Pues, caminando, dijo el capitán, que te voy a dejar hasta su puerta, y bajando la voz al mismo tiempo que se alejaban añadió: y no hagas caso de ese amigo capitán; es un oficinista que nunca había mandado un hombre y todo quiere arreglarlo en los papeles; por qué diablos resultó capitán yo no lo sé, pero anda en el cargo como chiquillo con zapatos nuevos, y estudia que te estudia la ordenanza… ¡para lo que le ha de servir a la hora de los trancazos! ¡Ya quisiera yo ver a las escuadras haciendo figuras de esgrima cuando se les echaran encima a bala y bala doscientos cuencameros endiablados. ¡Y riendo fuertemente, el singular capitán se detuvo a encender su grueso puro ofreciéndolo enseguida a Antonio para que encendiese en él su cigarrillo. En tanto el Capitán de los infantes encerróse de nuevo con los dos o tres jefes que quedaban, mientras los voluntarios, dejando su alineamiento, volvían a sus libros y a sus naipes, y el centinela, cansado ya de estar presentando armas, se echaba el fusil al hombro y reanudaba su paseo frente a la puerta, en espera del revelo que le permitiera entrar a charlar “como gente” con sus demás camaradas. Señores, les dijo el capitán a sus compañeros en cuanto cerró la puerta, es imposible organizar nuestra gente mientras tengamos esa caballería que no obedece a Dios ni al Diablo y que no se ocupa más que de parrandas y a diabluras junto con su capitán que puede que sea el peor de todos… ¡como que por eso lo eligieron! terminó. Sus compañeros, el capitán segundo y dos tenientes guardaron silencio.
  • 50. 50 Y luego, este Antonio de los Cobos no me gusta para nada. Será valiente y tirador y todo, pero en el fondo es maderista el condenado y amigo de casi todos los cabecillas sitiadores. Yo se lo dije al general, que no le tengo confianza y que por eso he querido que me lo tengan cerca para vigilarlo mejor. ¿Qué opinan ustedes señores? Mi capitán, dijo el capitán segundo, no sé qué habrá opinado mi general, pero yo, por mi parte creo conocer a Antonio y no es de los que traicionan; si entró con nosotros, con nosotros cumplirá hasta el fin y, por mí, ya quisiera que todos tuvieran su temple; con diez hombres como él me siento más seguro, en cualquier parte, que con cincuenta de estos jovencitos a quienes sobra buena voluntad, pero que no tienen ni idea de en lo que andan metidos y no saben ni cuidarse, ni menos combatir. En Abril, cuando marché en un ataque con algunos, más temía yo que por torpeza me metiera uno de ellos una bala por la espalda que me dieran un tiro los rebeldes… Y mire que yo tengo cierta experiencia, pues que de joven anduve un tiempo de subteniente en la campaña del Yaqui. Pero, ¿no le parece a usted que hemos adelantado enormemente de Abril acá en nuestra organización? Entonces apenas si sabíamos los componentes de cada Compañía; no estaban bien organizadas las escuadras; no teníamos un estado de las armas y el parque con que contábamos ni muchos otros detalles necesarios para darnos bien cuenta de las cosas; mientras que ahora usted ha visto cómo están arregladas las nóminas, con expresión exacta de cada soldado, o sea su nombre, su domicilio, su teléfono, si tiene o no bicicleta, las armas que posee, el número de cartuchos de que dispone, la escuadra a que pertenece y el nombre del cabo de la misma; y luego el grupo de cabos en la misma forma y coronando todo la Plana Mayor, o seamos nosotros cuatro. Al General se las enseñé y me dijo que ni en el ejército de línea estaba todo tan bien arreglado. Y todavía no es todo, porque no hemos tenido tiempo de concluir esa labor, pero verán ustedes que llegaremos a tener una hoja de servicios de cada hombre, con todos los datos que ya tenemos más su retrato de frente y de perfil y la noticia completa y pormenorizada de las acciones en que haya tomado parte, su comportamiento en las mismas, hechos señalados en su carrera, etc. etc. y pienso arreglar también que cree el Congreso una condecoración especial para los cuerpos de voluntarios y cuando algunos se haga acreedor a ella, formamos en gran parada y al jefe de las Armas se la coloca en el pecho mientras redoblan los tambores y toda la tropa presenta armas. Y otra cosa que nos falta, el uniforme, ya he mandado hacer varios diseños pero ninguno me satisface por completo… Perdone usted, mi capitán, dijo uno de los tenientes que lucía un elegante traje de caza con botas altas charoladas, y cerrada la cazadora con un cinco de cuero del que pendían una pistola Parabellum y un cuchillo de monte; el diseño de guerrera azul claro, pantalón rojo, napoleónico, y botas de charol negro, con tacón militar y vuelta amarilla, es un diseño preciosos; se ve elegantísimo, y como en la directiva del Casino ya me dijeron que darían un baile cuando tuviera su uniforme la Compañía, ¡calcule usted el efecto del salón con todos los muchachos vistiendo ese uniforme! Yo creo que deberíamos adoptarlo.
  • 51. 51 Pero tiene el inconveniente, contestó muy serio el capitán primero, de que esos colores se destacan mucho en la campaña, pues ustedes saben que ahora, para la guerra, se recomiendan uniformes de un color que se confunda con el suelo o con los matorrales. Ya había pensado en eso, contestó el distinguido teniente, pero creo que se puede remediar si añadimos al uniforme una capa o pelerina de color gris, o color caqui; se harían esas capas de fieltro, con ligeros bordados de oro en el cuello y forro de seda blanca, que llevadas airosamente darían un precioso efecto. A algunos de los muchachos les he mostrado la idea y están entusiasmadísimos. ¡Bueno! ¡Bueno! pensaremos sobre ellos, contestó el capitán. Ya ve usted, añadió dirigiéndose al capitán segundo, así vamos logrando toda la organización… sólo es cuestión de tiempo. ¿Y dispondremos de ese tiempo? contestó sonriendo socarronamente el capitán segundo, porque según se dice esos caballos que bajaron del rumbo de la Sierra son la gente de Tomás Urbina y créame, mi capitán, que ese es pollo de cuidado. ¡Qué va! ¡Hombre! ¡Qué va! Urbina no es más que un cabecilla como los otros y su gente no anda mejor arreglada que las demás. Yo los vi desfilar con los gemelos. ¿Vio usted qué formación? Sin guarda flancos, sin reserva, sin nada; todos en hilera, acomodándose donde mejor les parecía, la bandera tan pronto adelante como en medio, o por un lado; ¡eso no es ejército! Y luego con tantos generales todo se les va a ir en discusión y a la mejor se pelean unos con otros. En donde no hay unidad de mando, no es posible. ¡Lo va usted a ver! Y además, tiene que tardar mucho en organizarse para el ataque. Si nosotros que contamos con mayores elementos en la ciudad que los que ellos tienen en la Tinaja y San Ignacio, todavía no acabamos de arreglarnos ¡calcule ellos que además no tratan como nosotros con gente consciente, sino con una bola de gente analfabeta que ha de ser un triunfo que aprendan siquiera a numerarse! Pero mi capitán, insistió el capitán segundo, es que no se organizan. Dan la orden de ataque, se vienen como perros, y si dejamos siquiera un clarito por donde se cuele la gente de Urbina, no paran hasta el cuartel. Yo los conozco, porque viví en un tiempo por el rumbo de Bocas y el Canutillo y la Rueda ¡es gente endiablada! Pues si nos atacan sin organización, concluyó el capitán primero solemnemente, ¡allá ellos! Tendremos otro Zataraín, cuando el coronel Cortés con cincuenta dragones del 11 Regimiento desbarató una chusma de más de quinientos hombres y a carretadas trajeron los muertos a la ciudad. ¿Nos vamos, señores? añadió afable, tengo que visitar unos fortines en cuanto acabe de cenar; como es ya tarde, voy a pedir una escolta ¡Cabo de cuarto! ¡Presente! Contestó el cabo abriendo la puerta y cuadrándose. Deme usted cuatro hombres para escolta. Saludó nuevamente el cabo y girando en los tacones con técnica irreprochable se volvió hacia la puerta. ¡Guardia! ¡A formar! gritó con voz marcial.
  • 52. 52 Los muchachos, apresurados, cogieron sus rifles de banco de armas y se alinearon en posición de firmes. ¡Numerarse por la derecha! ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! Fueron respondiendo los muchachos. ¡Alto! Interrumpió el cabo, y añadió: ¡Tercien!... ¡armas! Los muchachos ejecutaron el movimiento. ¡Hasta el número cuatro!... ¡Dos pasos al frente! Los cuatro muchachos adelantaron la distancia fijada y quedaron inmóviles. El cabo volvió a girar sobre sus tacones, y se cuadró de frente al capitán que observaba complacido la maniobra. ¡Mi capitán! ¡Está la escolta a la orden! Vamos, señores, dijo el capitán al resto de la Plana Mayor, usted mande la escolta, dijo al teniente. El cabo se volvió rápido a sus hombres. ¡Presenten... armas! Erguido atravesó el capitán por la pieza que inmóviles ocupaban los muchachos; se llevó la mano al ala de su casco colonial y solemne cruzó frente al centinela de la puerta seguido del capitán segundo y de uno de los tenientes. El otro, el del traje de caza, daba órdenes a la escolta. ¡Armas al hombro! ¡De frente!... ¡marchen! y el ruido acompasado de los pasos de los cuatro voluntarios se perdió por la calle solitaria. ¡Viva Madero!, México, 1940 Editorial Polis, pp. 152 a 163.
  • 53. 53 Obra Narrativa de Atanasio G. Saravia Novela: ¡Viva Madero!, México, Primera Edición en Editorial Polis, 1940; Segunda Edición, Durango, Universidad Juárez del Estado de Durango, 1992. Cuatro Siglos de Vida de una Hacienda, México, s.p.i., 1959; Segunda Edición, s / l, s.p.i., s/f.
  • 54. 54
  • 55. 55 Xavier Icaza El catedrático universitario, abogado litigante en pleitos petroleros, Ministro de la Sala de Trabajo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; a la que correspondió fallar el caso de la Expropiación Petrolera en México, en 1938; fundador de la Universidad Obrera de México Vicente Lombardo Toledano, poeta, ensayista, dramaturgo y narrador, Xavier Icaza y López Negrete nació en la ciudad de Durango el 2 de octubre de 1892. En Dilema (1921), su primera novela, Icaza reproduce la visión aristocrática de su origen. Sin embargo, paulatinamente, su narrativa fue transformando sus temas y contenidos, al ceder paso a nuevas ideas e influencias, producto los sucesos y del entorno revolucionario del país. En sus siguientes novelas cortas: Unos Nacen con Estrella, La Hacienda y Campo de Flores, reunidas bajo el título de Gente Mexicana (1924), Xavier Icaza, según explica Abel Juárez Martínez: Bajo el perfil de sus personajes protesta continuamente ante la injusticia social, pero detiene su pluma para vaciar en su texto un autocuestionamiento. Así, en lugar de favorecer o de situar en un contexto preciso a los alzados y revolucionarios, los denuncia como individuos sedientos de venganza a quienes el odio conduce... pobres y resentidos. (JUÁREZ MARTÍNEZ, ABEL. “Invitación a Tres Textos de Xavier Icaza”, en: ICAZA, XAVIER. Gente Mexicana, Xalapa, Veracruz, Universidad Veracruzana, Colección Rescate #17, 1986, p. 11) En el segundo lustro de la tercera década del siglo XX, Xavier Icaza se afilió al movimiento estético estridentista, cuyo objetivo primordial era el de constituirse en la avanzada poética, plástica y narrativa de la ideología revolucionaria. En otras palabras, en un afán casi doctrinario y de panfleto, los estridentistas pretendían proporcionar un proyecto cultural a la rebeldía de los alzados y de los trabajadores en general. Con Panchito Chapopote (1928), una narración dinámica y sintética en la que Icaza, aprovechando audaces y, en ese momento, innovadores recursos y elementos literarios, incluyendo la teatralidad, las onomatopeyas y los personajes secundarios y multitudes que, como corifeos apuntalan las rápidas imágenes, sin detenerse en detalles, logra la obra modelo de las letras estridentistas. De acuerdo con el crítico John S. Brushwood: Panchito Chapopote es el cuadro surrealista del imperialismo económico practicado por los Estados Unidos en México (...). Sin embargo, las técnicas literarias del autor son tan extremas y su mundo tan poco creíble que la novela resulta más curiosa que convincente. (BRUSHWOOD, JOHN S.. México en su Novela, México, Fondo de Cultura Económica, Colección Breviarios # 230, 1973, p. 345). Xavier Icaza y López Negrete murió en la ciudad de México el 10 de septiembre de 1969. En la Biblioteca de México, se encuentra el fondo bibliográfico de Xavier Icaza.
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  • 59. 59 Panchito Chapopote Retablo Tropical o Relación de un Extraordinario Sucedido de la Heroica Veracruz Veracruz. Portal del Hotel Diligencias. Viajeros que se aburren y sudan. Boleros impertinentes, vagos, cargadores. En tres mesas, petimetres que beben. Consumen cerveza, mint-julep, limonada, agua de coco. Charla, gritan, gesticulan. Invita Panchito Chapopote. - Conque ¿te vas, Panchito? - Me voy. - ¿Te vas y nos dejas? - ¡Ay, qué tristor! - ¡Ay, qué guanajo! - ¡Envidia! Me voy al viejo mundo en vapor. - ¿Conque en vapor, Panchito? Já, já, já, já.... - ¿Querían que en ferrocarril,... já, já, já, já... - ¡A la salud de Panchito Chapopote! - ¡A su salud, pero que invite sidra! - Allí viene la Porfiriata. Un arribeño: ¿La Porfiriata? - ¡Claro, hombre! Porfiriata, el viejo loco que vende periódicos y billetes y que se cree reencarnación de héroes. - Es una jaiba. - Y que canta rumbas y consigue mujeres... - Y que cuando hay mitote siempre sale a rumbiar. .................................................................................................. - ¡Que viva Porfiriata! Porfiriata entra muy serio al soportal, con boina marinera y grueso bordón. - ¡Tiene su cábula el numerito! - ¡Capicúa! ¡capicúa! Porfiriata se pone a rumbiar. - Este billete se la saca... ...¡Capicúa! ¡capicúa! - Este billete le da, 96, ¡ay, el 96! Ay el 69, 69,69... - ¡Se te hace agua la boca, chico!
  • 60. 60 - ¡A tu nana, guanajo! ... este billete se la saca, este billete se la da... ..................................................................................... Porfiriata bailotea grotesco, la cara inexpresiva, los ojos en blanco. Hace contorsiones. Mueve el pecho cachondo. Todos corean la rumba con palmas. El círculo de curiosos que lo rodea crece. Porfiriata pone calor en la rumba. Mujeres de ojos enormes se acercan. Su respirar es un danzón. El círculo de hombres y mujeres se contrae. Diríase que su aliento es de una sola boca gigantesca. La masa humanase confunde en una sola aceitosa y temblona. Se oyen palmadas cual toque de timbal. El estrujarse de los concurrentes evoca el rapar de los güiros. Porfiriata no ceja. Porfiriata canta, canta desafinado y caliente. La rumba sigue. - ¡Dale la vuelta negrito! Porfiriata se deja caer grotescamente, con mueca lujuriosa. Panchito está inquieto. No le quita la vista a una mulata frondosa y brillante. Parece llena de promesas. La mulata lo nota, le hace un guiño y se va. Panchito paga las copas. Intenta seguirla. Sus amigos no lo dejan. Panchito invita a dos en secreto. Se le cuelgan del brazo. Se marchan alegres. A lo lejos, se divisa la silueta ondulante de la mulata. - Saquen al toro, saquen al toro. Allí viene el negrito. Diez por un rial -¡Que viva tu mamá!- ¡Yo te puedo Porfiriataaa, Porfiriataaa!... - ¡Cállate, loro del diablo! – ordena gruñona la vieja celestina, y abre la puerta a la mulata. - Allí vienen esos, ¡Déjalos pasar! - La vieja se asoma. Hace señas a Panchito y a sus amigos. De no apresurarse, les cerrará. Panchito llega pinto en su traje blanco. - ¡Al blanco y al negro, al blanco y al negro! - ¡Cállate perico, cállate loro, ya no muelas! La casucha tiene un patiecito de luz y de color. Paredes azul de mar, macetas rojas, amoratado alero, puertas y helechos verdes. En su jaula estañada, preside la escena el enorme perico locuaz e impertinente. - Blanco y negro, negro y blanco. Porfiriata te pega. Esa está como para mí, esa está como para mí... - Lo mismo digo, - grita Panchito. Corre a abrazar a la guapa mulata. Desde una puerta, la morena excitante sonreía. Luce perfectos dientes y rubicundas piernas. - Oye, Panchito, ¿qué nos convidas? - ¡Que traigan sidra para todos! - ¡Que viva Panchito Chapopote!
  • 61. 61 - Chapopó, chapopó, chapopó... –comenta el loro. Panchito Chapopote amaneció sentimental. La mulata, contagiada, contó su triste historia. Panchito le va a contar la suya. - ¿Y cómo le hiciste tan tonto para tener dinero? - Pues dicen que por tonto me hice rico. - Si lo confiesas, no has de serlo tanto. - Te contaré, mulata. En el cuarto desecho, olor picante de mujer y bebidas. Perfumes corrientes complicaban la atmósfera espesa. Afuera, la ciudad comenzaba a vivir un nuevo día. Un negro rumbero pregonaba alegre su nieve cantando rumbas: De piña sí, de piña y mamey. ¡Tómela, niña, tómela! ¡Tomelá’ste, tómela! ¡Tómela mejor la de mamey!... - ¿Una copa, mulata? - No, mejor que traigan café de olla. La vieja, sueltas las cintas del corsé, chancleando desidiosa, entra dos tazas. Abre las persianas, verdes y rojas. Una corriente de aire tibio renovó la atmósfera pesada del cuarto. El pregón del rumbero persistía. Panchito apeteció nieve de mango. - No, mejor café. Nieve en ayunas, no, - decidió rotunda la mulata. - Entonces que nos traigan canillas. - ¿Y tu historia mi negro? - Te la voy a contar. - Tus amigos te envidian, ¿sabes tú? Dicen que por purita argolla estás armado y todos te conocen. Y era cierto. En Veracruz y en Tuxpam, en Orizaba y Córdova, en los pueblos de palma de la ardiente Huasteca, todos lo conocían – lo conocían por tonto. Gracias, mi mulatica ¿Dame un beso?... - ¿En todavía besos a estas horas? Y dime. Dicen que si te hiciste rico, que la verdad de Dios fue un chiripazo. - Pues tú verás, mulata; por lo menos, lo oirás. Panchito cuenta su historia a la morena. Vivía en la rica y calurosa Huasteca, los pueblos de palma y sones, baños de río, perfume de vainilla, mujeres caderonas de ojos grandes. Hubiera sido feliz, si su amada correspondiera a su pasión. Pero la ingrata quería otro. Le parecía Panchito poca cosa.
  • 62. 62 Se ganaba su mísero pasar en Tepetate, oscuro pueblo entonces –casas de palma, escasos habitantes, poco dinero. Era amanuense de don Tato, comerciante en zapupe, rica fibra, rival del henequén. Tenía la mejor letra del pueblo. Los rasgos de sus mayúsculas y letras finales, de primorosidad recargada, hacían crecer el hígado de la maestra de escuela, vieja solterona, rabietuda, procaz: Este es el son de doña de doña vieja Liboria. Liboria escribes muy mal, escribes muy mal Liboria. y ai las das, y ai te las doy. Y este es el son, de la vieja Liboria, de la maistra Liboria este es el son. Panchito no tenía bien alguno. Mejor dicho, como si ninguno tuviera. Su padre le había dejado una tierritas, pero se diría que pesaba sobre ellas la maldición de Dios. Por lo menos de San Isidro Labrador. San Isidro Labrador, quita el agua y pon el sol. No producían nada. Ninguna semilla fructificaba en sus landas negruzcas. El agua del manantial que borboteaba en ellas era aceitosa. Parecía maldita. Diríase que su simple contacto quemaba las plantas. - Muy mala suerte tiene Panchito. Por una chapopotera su tierrita es estéril. - ¿Por una chapopotera, chico? - Sí, por la chapopotera. - ¿De dónde sacan aceite pa quemar? - De la misma. La maestra se entera de estos pormenores. Recuerda el subido color de Panchito. Inventa el apodo, tan popular después. Lo hace circular. - ¡Arriba Panchito Chapopote! Caleritos, caleritos que se avientan y caen paraditos. Y Panchitos y Panchitos, que son ya chapopotitos. Festejos en honor del nuevo nombre. Tepetate se engalanó de noche, pero durmió después a oscuras por más de una semana: - Señor Presidente, usté’s muy riata, y estamos de buen humor. Hemos organizado una rumba. Véngase con nosotros porque va a estar bueno eso, pero, pa qu’este mejor, denos permiso de balaciar los focos, de apagarlos a tiros... ande, que va a estar bueno...