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Revista literaria
Número 1 - Octubre 2016
BeatsBury
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 2
Hinterland, poema conjunto ......................................................................................4
Novecento, de Anna Maria Gavilá.............................................................................5
De cómo mueren los sueños, de Anabella Giménez ...............................................7
La calle de los adoquines, de Sergio Gozzi ..............................................................9
La leyenda de Zinnia, de Judith Pastor Montesinos ...........................................12
El fumador pasivo, de Rafael García Marco..........................................................13
Auténtica, de Cristina Cobo.....................................................................................14
7 de noviembre, de Manuel Vega.............................................................................15
Nostalgia, de María Castro Domínguez..................................................................17
Podría decir que yo también soy Benserade, de Ana Martínez García.............21
Poemas, José Antonio Martínez • Alfonso Calvo................................................24
Poemas, Antonio Sánchez........................................................................................25
Poemas, Gabriella Mariani Marini • Manuel Vega ..............................................26
Otamendi, de Claudio Valdivia .................................................................................27
Oudeís, de Antonio Ballesteros................................................................................32
Una estampa de Pompeya, de Victoria Arenas .....................................................33
Bestiario, de Sergio Gozzi ........................................................................................35
Maquetación:RafaelGaRcíaMaRco
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 3
Decía Don Miguel de Cervantes en una de sus célebres frases
que la pluma es la lengua de la mente. Y no le faltaba ni le falta
razón, aunque quien esto escribe ahora ya no use pluma, sino
teclado y todavía esté por ver cuan larga sea su lengua.
Con esta nada sencilla intención nace Beatsbury, un lugar de fusión,
de palabras, de ideas, de lenguas, de mentes, de latidos ávidos e
inquietos, necesitados de crear historias para que no se nos seque el
cerebro.
Conscientes de la aventura en la que nos embarcamos, lo hacemos con
la prudencia de quien se sabe aprendiz y no maestro.
No importa el resultado, sólo el esfuerzo vale. A partir de este
momento nuestras palabras vuelan, se hacen libres, con la
única intención de ver mucho y de aprender mucho…
Sergio Gozzi
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 4 Hinterland
Derramar ríos de vida en cada girón del alma
Arrancados de placeres ebrios
Los hilos perdidos
Las olas desorientadas
Un desperdicio de espumas,
la vida desvencijada
Sílabas que deshilacharon
nuestros versos en cenizas
¡Abre tu signo, palabra!
Muestra la esencia de tu significante
A mis lamentos sin lágrimas
Y a mis anhelos sin nombre
Alma de caricias ávida
hila en versos tu desvelo
Sendas arenosas, caminadas,
sendas almas entrelazadas.
Renovadas las aguas,
reverdecen los cuerpos
POR
JULIO YA, MANUEL VEGA, ANTONIO BALLESTEROS, ANA GAVILÁ, SERGIO GOZZI,
ANABELLA GIMÉNEZ, MAYA MORENO Y CLEMEN CORBALÁN
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HINTERLAND
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beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 5
M
e estoy atando los zapatos, con-
tento, silbando, y de pronto la
infelicidad.1
He decidido ser medianamente snob nada
más despertarme. Bajar las escaleras ya ha
sido un inicio considerablemente elogia-
ble: dos de espaldas, una de frente.
Frente al armario de mis falseda-
des, escogí el abrigo más largo y
más negro, que es mi único abri-
go. Al abrigo de mi abrigo y del
viento y de los transeúntes, evito
toparme con la gente vestida a
topos que tropiezan con mis
tropos de trapecio. Pero estará
ella, como siempre, en algún lu-
gar, y cuando menos me lo espere, en
mi desesperar. Un desesperar snob, a juego
con mi elección de hoy. Allí está el banco,
junto a una papelera llena de panfletos y pa-
peles manchados de salsa dulce y de azúcar
de tortitas de manzana.Me despacho a gusto
mentalmente con las indumentarias que vis-
lumbro en mi caminar hacia el banco de allí,
1 De Rayuela, de Julio Cortázar.
donde la papelera. Retrocedo. ¿Será snob re-
troceder? Compro en un supermercado algo
para comer. Una lata de sardinas me viene
bien para la memoria y mis propósitos pen-
dencieros de snob principiante. Allí la veo.
Ya va a venir. Porque es ella, como siempre
es ella y todas las ellas que pasan por
delante de los bancos don-
de los snobs nos sentamos
junto a papeleras llenas
de recuerdos miserables
de nuestros consumos
diarios. Camina bien. Alta-
nera, alta y negra como ella
sola. Su cabello es el más ne-
gro y el más largo de sus ca-
bellos posibles. Así la encuentro,
con su paso alto y negro de tacones
ajustados y ajuaneteados. Abro la lata, como
aquel que dice, por hacer algo. Observo a esa
media docena de sardinas,descabezadas pero
encolerizadas. El aceite que rebosa. ¡Oh,
mujer! Voy a abalanzarme hacia tu falda es-
tampada, para estamparme contigo. Porque
no tiene sentido esperarte aquí, en el banco,
cuando tú vienes como vienes, buscando tra-
bajo en una multinacional para desempleadas
NOVECENTO Ana M.
Gavilá
Valls
Novecento
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
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altaneras y flacas. Cómo sufro cuando veo tu
atuendo en semejante y grasiento abandono.
Cómo desliza el aceite untuoso la mañana
sobre tu falda y chorrea sin falta hasta la ace-
ra de tus tacones puntiagudos. Cómo se abre
tu boca en un orgasmo de estupefacción y
agonía. Dispongo de tu rabia, dispongo de tu
enojo. Me apropio de ellos sin consideración.
Te paraliza el aceite de mi lata. Te invitaré a
sardinas. No será una barbacoa. Sin barba y
sin cola, en síncope benefactor de limpieza
en seco. Vayamos a un lavabo. Arremangue-
mos tu falda contra mi presteza y pongamos
mi abrigo más largo y más negro sobre tus
hombros más dóciles, por una vez. Siéntate,
mujer, en mis pantalones limpios y paladea
mis labios enguantados de pescado sabroso.
Le ofrezco mis disculpas. Sardónica, prefiere
mis sardinas. Se sienta a mi lado, se descalza
en la calzada, y se quita las medias pegajosas
color carne de cañón y de psiquiatra. Lacan
la cansaba,tanto como las medias que,de he-
cho, arroja a la papelera donde, deshechos,
seguimos acumulando desechos. De los de-
dos derechos de sus pies me confiesa que es
torpe y no sabe pintar las uñas. Saca su es-
malte rojo carmesí y su minúsculo muslo se
enmienda a mis piernas de pana. Así, mien-
tras Emilia Martín, aspirante a secretaria
en una multinacional, come una sardina en
conserva, yo me dedico a colorear, acarame-
lado, sus uñas nacaradas. El olmo del alma y
de la calma que nos da la sombra nos asom-
bra y crece sin mesura. «Como Novecento»
decimos, al mismo tiempo, por el personaje,
el tal Olmo. Generosa ella, en cuerpo y en
alma, me ofrece la mitad de una sardina. Yo
tan solo mordisqueo la parte más sabrosa,allí
donde su boca ha dejado restos de carmín,
del labio de su hemisferio sur. Después del
refrigerio,el tiempo se pone frío.Llueve,tal y
como necesitamos en este momento, porque
viene a cuento. Se inclina desgarradora y des-
garbada hacia atrás. Queda su negra melena
expuesta a la lluvia de los calendarios. Señala
entonces su bolso y universo, del cual extrai-
go pronto un frasquito de champú. Y aquí,
aquí mismo, bajo el olmo, en el banco junto
a la papelera, donde los snobs nos sentamos
a comer pescado en conserva junto a Emilias
altaneras, le enjabono el cabello por primera
vez.
S
í, quizá el amor, pero la other-
ness nos dura lo que dura una
mujer, y además solamente en lo
que toca a esa mujer.2
2 De Rayuela, de Julio Cortázar
Se sienta a mi lado, se descalza en la
calzada, y se quita las medias pegajo-
sas color carne de cañón y de psiquia-
tra. Lacan la cansaba, tanto como las
medias que, de hecho, arroja a la pape-
lera donde, deshechos, seguimos acu-
mulando desechos.
Novecento
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Los sueños, frágiles cual gasa helada,
Se poblaron de besos polvorientos
Se nutrieron de sonrisas gastadas
Bebieron de ‘te quieros’ sin contento.
Medraron con caricias disecadas,
Sufrieron del olvido su tormento.
Gritaron, insomnes, poemas al alba
Y enfermaron de rutina y desaliento.
Soñando renacer pintaron canas
Esperando en vano su regreso a puerto
Y murieron de adioses sin palabras
Mecidos por las mareas del tiempo
No hubo tumba, no, ni flores, ni memento
Solo esperanzas varadas en sus cenizas al viento.
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ANABELLA GIMÉNEZ
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DE CÓMO MUEREN LOS SUEÑOS
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De cómo mueren los sueños
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
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Quise ser la estrella de tu noche negra,
Quise ser la línea azul de tu horizonte.
Quise que sin miedo entraras en mis bosques,
Quise con mis besos dibujar la senda.
Quiero ser el faro que oriente tu vela
Si un día, perdido, no encuentras tu puerto.
Quiero ser refugio cuando azote el viento,
Tu playa segura, la voz en la niebla.
Quisiera ser aún de mi amor la ofrenda,
Quisiera ser fuego que el altar consuma.
Que nuestras dos almas fundidas en una
Transciendan la muerte en esa llama eterna.
Que si yo soy muro tú seas la hiedra.
Que seas la llave que abra mi cancela.
ANABELLA GIMÉNEZ
Lejos siento mi montaña,
La niebla, la frescura,
La voz clara de la fuente,
El helecho, la penumbra.
Amarillos. Rojos. Ocres.
Belleza efímera
Pasión y muerte,
Los árboles se desnudan.
Y yo, vestida de luna,
Ansío volver a verte,
Pues varada en esta orilla
Desvaría mi cordura.
ANABELLA GIMÉNEZ
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QUISE, QUIERO, QUISIERA...
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NOSTALGIA
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Anabella Giménez
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D
esde hace cuarenta años que
transito cada día por cada uno
de los adoquines que componen su
calle.
Conozco cada uno de ellos como si yo mis-
mo los hubiera esculpido a mano, uno a uno,
y los hubiera colocado uno junto al
otro hasta llenar el último rin-
cón. He visto cómo el paso de
los años los ha ido desgastan-
do, de igual manera que esos
mismos años me han desgas-
tado. Su brillo, su entereza,
su rectitud se ha ido curvan-
do como mi espalda. Llegué
incluso a ponerles nombre. Fue
como un juego, primero fueron las
filas; la primera tenía quince adoqui-
nes, la segunda dieciséis, la tercera catorce.
No debía conocer muy bien la rectilínea el
arquitecto que diseño la calle, o quizá su vida
se estaba curvando igual que la mía ahora y
la de los adoquines y esa falta de rectitud no
era más que un anticipo, una premonición
hacia lo que todos, incluidos los adoquines
llegaremos tarde o temprano. Luisa, catorce,
Carmela, dieciséis, Isabel, quince… Carme-
la fue mi compañera de clase a los dieciséis
años, aunque ella tenía un año menos. Siem-
pre dudaba si buscarle una fila que corres-
pondiera con su edad o con la mía. ¡Qué
rectos andábamos entonces! Y qué recta era
Carmela. Creo que era de ascendencia ale-
mana, o al menos eso decían. Es la
fila que conserva los adoquines
más rectos. Las demás filas to-
das tienen algún defecto, o no
es recta del todo, o tiene un
adoquín cortado al borde de
la fila para encajar con la pa-
red. Pero la Carmela es única,
perfecta, todos sus adoquines
en formación germánica, cua-
drados en posición milimétrica
unos con otros, formando auténticos
ángulos rectos. Lástima que la gente no se
percate de estas cosas, si no cualquier profe-
sor de matemáticas podría haber encontrado
en Carmela el ejemplo perfecto para su cla-
se de álgebra. Cada día al pasar por encima
de Carmela me detengo, observo toda la fila
buscando cualquier signo de deformidad, un
chicle pegado, un papel, una colilla…y en-
Sergio
Gozzi
La calle de los adoquines
Foto:SergioGozzi
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tonces con la punta del paraguas lo recojo y
lo guardo hasta que llego a donde Mónica.
Allí está la papelera. Carmela se merece es-
tar siempre limpia. ¡Era tan recta! Mónica es
una de mis primas. Era la más limpia y or-
denada de todos los primos. De niños, cuan-
do llegábamos a su casa todos los primos, lo
primero de todo teníamos que quitarnos los
zapatos. Tía Ángela no soportaba una hue-
lla de zapato en el suelo y tío Luís no so-
portaba el ruido de los niños corriendo. La
prima Mónica era la encargada de poner los
zapatos en fila, ordenados por tamaño, junto
al armario que había en el recibidor. Mónica
está en la fila diez de la calle. Aunque la casa
donde jugábamos era muy grande, la fila diez
está en una zona de la calle que se estrecha,
ya que allí empieza el soportal que nos cu-
bre de la lluvia que casi cada día nos empapa.
Quizá por eso habían colocado allí la papele-
ra, ¿quién sabe? Y por increíble que parezca,
justo en el borde de la fila diez empiezan los
comercios. Como no podía ser de otra ma-
nera, allí habían puesto una zapatería. Cada
día miro por el escaparate esperando ver a mi
prima Mónica poner los zapatos en orden en
las estanterías, o a mi tía asegurándose que
los clientes no dejan un reguero de marcas en
el suelo de la tienda.Pero allí solo trabaja Ra-
quel. No se parece en nada a Mónica, ni a mi
tía Ángela. Es como la fila veintisiete, llena
de curvas, redondeada. Hay que tener cuida-
do al pisar esa fila. Justo en el centro de la fila
hay un adoquín más alto que los demás. Con
el paso de los años se ha curvado más por
sus lados. El derecho más que el izquierdo.
Siempre ha sido una calle muy conservadora.
Como la ciudad.Su gente siempre ha sido un
poco traicionera y abombada como el ado-
quín. Pobre Raquel, siempre ha sido muy de
izquierdas, sindicalista, luchadora,…pobre…
hemos coincidido en más de una manifesta-
ción, aunque de lejos. Nunca he hablado con
ella. No creo que repare en mí. Sólo la veo a
través del cristal del escaparate. Sólo se pare-
ce a la fila veintiséis en sus curvas. Es injusto
que le haya tocado en suerte esa fila. Pero es
que las demás todas estaban adjudicadas y
hace ya años que cada vez que me aproximo
a su fila y veo el susodicho adoquín, ahí, tan
solo, tan abombado, no puedo evitar pensar
en ella. De hecho desde entonces llevo tiem-
po dándole vueltas al tema de las filas y los
nombres. Realmente Raquel es el adoquín
de la fila veintiséis, no su fila. El resto de los
adoquines de la fila no tiene nada que ver con
Raquel. Podrían ser más parecidos a Marta,
o a Celia, por sus formas más estilizadas y
su color más claro. Por eso me planteo po-
ner nombre a cada adoquín en vez de a cada
fila. Al fin y al cabo, únicamente Carmela es
la que conserva todos sus adoquines iguales.
Esto sería más justo para todos y todas. ¡Los
conozco tan bien a cada uno de ellos…! Pero
claro, se me plantea el problema del género,
tan en auge últimamente.
Porque las filas sí son femeninas, pero los
adoquines… menos mal que acaban en e, así
parecen más neutros. No son ni adoquinos
ni adoquinas… son adoquines, como los as-
turianos. Realmente deberíamos decir les
adoquines, eso pondría fin a muchas dispu-
tas. Bien pensado no está tan mal la idea, así
puedo adjudicarle un adoquín a Carlos y a
Andrés y a Pedro y a… La de años que he
pensado en esto. Porque día tras día, cuando
piso a Beatriz, no dejo de pensar en Rober-
to, su marido. Y es que ese adoquín es más
Roberto que Beatriz. Le falta el borde de
una esquina. Se rompió una vez que hubo un
accidente. Y todavía no lo han reparado. Y
espero que no lo hagan nunca. Ando preo-
cupado por las noticias que llegan del ayun-
tamiento. Parece ser que cada vez hay más
gente que se queja de los adoquines. ¡Qué
sabrán ellos de adoquines! Que si se tropie-
zan al andar, que si salpican, que si manchan,
que si son antiguos, que si dan la sensación
de viejo. ¡Y qué se creen que son ellos! ¿Unos
Siempre ha sido una calle muy con-
servadora. Como la ciudad. Su gente
siempre ha sido un poco traicionera y
abombada como el adoquín.
La calle de los adoquines
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
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recién nacidos? Si se tropiezan es porque no
andan como deben y no piensan en lo que
tienen que pensar. Que los años nos distraen
demasiado. ¿Qué pensarían si la ciudad deci-
diera retirarlos a todos a un asilo? Porque se
tropiezan al andar, porque dan la sensación
de vieja a la ciudad…
Ahora dicen que quieren asfaltar la calle.
¡Qué horror! La única calle adoquinada de
la ciudad.El nieto de Doña Fulgencia,Pabli-
to, es como es porque el tercer adoquín de la
fila once, empezando por la derecha tiene un
color más rojizo que los demás.Y por eso Pa-
blito es pelirrojo. Es que no podía ser de otra
manera. Don Ramón es tan delgado como el
adoquín que está justo a la salida de su portal.
De tanto que lo han pisado, lo han desgas-
tado hasta casi hacerlo desaparecer. Y eso es
lo que pretenden con cada uno de nosotros,
hacernos desaparecer, modernizándonos.
Convertirnos en asfalto, plano y liso. Todo
uniforme, de un mismo color. Raza única.
Para no salpicar y que absorba bien todo lo
que nos echen.
Hoy he entrado en la calle decidido a despe-
dirme de cada uno de mis adoquines. Me he
hecho el firme propósito de no volver a pisar
la calle el día que la asfalten. No soportaría
la visión de Carmela aplastada junto a Ro-
berto. ¿Es que no se dan cuenta de lo celosa
que puede llegar a ser Beatriz? Por lo menos
Raquel perderá esas curvas que siempre han
hecho tropezar a la gente y a Don Pablo se-
guro que le viene bien engordar un poco más.
Aunque tanta mezcla me confunde y a mi
edad, uno ya no está para tanto cambio.
M
e han hablado de un paseo a las
afueras de la ciudad. Lo hacen
aquellos a los que no he po-
dido poner su nombre a un adoquín.
Será porque no me conocen lo suficien-
te para saber que desde hace cuarenta
años transito cada día por cada uno
de los adoquines que componen la calle
que quieren asfaltar.
La calle de los adoquines
Foto:SergioGozzi
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 12
Junto a la Laguna de los DESTELLOS
DORADOS,aquella en cuyas profundi-
dades entonaban hermosos cánticos y
tocaban el arpa siete sirenas malditas,
embellecía Zinnia cada mañana su rincón
de los pensamientos con una sábana de seda
de Las Indias enmarcada con orquídeas y
velas con aroma de azahar. Solía tumbar-
se en ella boca abajo, cruzando las piernas y
elevando sus pequeños pies en el aire, donde
se dejaba llevar por la poesía renacentista y
metafísica, la magia de las obras artúricas y
los complicados amoríos de la novela vic-
toriana de principios de siglo. De vez en
cuando, su mirada se perdía en la hondura
de las frías aguas azuladas de la laguna, en
las que descansaban las monedas de co-
bre que ella lanzaba con los ojos cerrados a
cambio de que las sirenas la correspondieran
con sueños sin nombre. Sin embargo, todo
lo que le devolvían eran dulces melodías
y libros repletos de versos para que no las
abandonara, pues hubieron concluido que el
carácter jovial y la fortaleza emocional de la
joven eran suficiente para contrarrestar los
efectos ciclónicos de sus pasiones candentes
y su romanticismo incurable.
Y allí, durante años, retornaba Zinnia cada
mañana, llevando a cabo el mismo ritual y
transformándose gradualmente en una sire-
na de largos y brillantes cabellos del COLOR
DEL SOL y de sentimientos nobles y turbu-
lentos, hasta que llegó el momento en que
la intensidad de sus palpitaciones provocó
el estallido de su órgano vital y esparció los
pedazos, aún dolientes, sobre la inhóspita
superficie vegetal que rodeaba la laguna.
Cuenta la leyenda que el fondo de la La-
guna de los DESTELLOS DORADOS lo habi-
tan ocho sirenas malditas que atrapan con
su música celestial a los visitantes que viven
de quimeras, y que una de ellas, de largos
y brillantes cabellos del color del sol, aban-
dona su morada por las noches para recoger
las rosas sanguinolentas que renacen cada
mañana alrededor de la laguna y tumbarse
junto a ellas, cantando al amor, sobre una
sábana de seda bajo un manto de estrellas.
Judith Pastor Montesinos
Foto:JuskteezVu
La leyenda de Zinnia
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 13El fumador pasivo
Su mujer le compraba el tabaco en
el estanco de Alfredo, donde se le
trataba como el cliente especial que
era, reservando las mejores hebras
parasumezcla.Anita,lachicaqueloatendía
personalmente desde hacía años, calibraba
las proporciones como si recrease cada vez
un perfume único, que luego le entregaba
en una bolsita de plástico, herméticamente
cerrada. Ya en casa su hija, de finos dedos
de lluvia y alma de artista, los liaba y cortaba
bajo la mirada orgullosa de su padre.
Más tarde, en la puerta de la escalera, su
hijo mediano le encendía el pitillo, que
ardía borde adentro como un cráter de
lava, tintando con su fogonazo carmesí el
contorno apenas adolescente de su rostro.
En el segundo piso, el hombre le cedía el
cigarro a su vecino Tomás, que lo fumaba
en el recibidor con ademanes exagerados de
galán de telenovela, mientras aprovechaba
para discutir con él sobre las interminables
obras del patio y sobre ese partido que, esta
jornada sí, daban por ganado.
Una vez en la calle, el hombre ofrecía el
resto del cigarro a César, el mendigo de
Mercadona que, de cuclillas junto a su
perro, aspiraba las últimas bocanadas con
la devoción del pagano ante un ritual que
intuye, sin entenderlo, atávico y sagrado.
La señora Encarna, de la mercería de
la esquina, cruzaba entonces la acera a
la carrera, con saltitos minuciosamente
orientales, y aplastaba la colilla con tres
piruetas contundentes de su diminuta
planta 33.
Como cada tarde el hombre se mantenía a
unos pasos de la escena, contemplando con
curiosidad las volutas que emanaban de la
colilla, fugaces estertores que se enroscaban
en el cuello de la tarde, cerrándola para que
no se desventara el invierno o, quién sabe, la
vida. Luego permanecía unos segundos en
silencio,presintiendo la noche que empezaba
a montar allá arriba la carpa de estrellas,
con el éxtasis de quien sabe disfrutar de los
efímeros, provisionales, ajenos placeres de la
existencia.
Rafael García Marco
el fumador
pasivo
Foto:MateoÁvilaChinchilla
Dibujo:RafaelGarcía
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 14 Auténtica
D
e todo lo que me hubiera
gustado ser en la vida, lo
que nunca conseguí fue ser
auténtica. Me parezco a algo
o a alguien. Esta ropa no es mía, pero me
queda bien. Repito lo que aprendí de otras.
Ni siquiera mi forma de hablar es genuina.
Me río de formas diversas y robadas.
Y nunca pido permiso. Tomo lo que se me
antoja intentando vestir esta nada. Soy una
mujer fuerte con armadura de papel. Y por
mucho que pelee, ninguna de las armas
que conseguí para la lucha es mía. Ni mis
argumentos ni mis palabras.
Pretendo hacer ver que aprendí de mis
errores, pero aún lloro por las noches si me
siento sola. Y no lloro para mí; lo hago para
que me escuchen. Nada se queda dentro
porque dentro de mí no hay nada.
Creo que hablo demasiado. Si me callo, el
silencio me recuerda nuevas palabras. El
silencio me deja escuchar las voces de la
gente y no las reconozco. No me interesa lo
que dicen porque sus voces son ásperas.
Aún sigo buscando a esa persona, y juego
a disfrazar a cada uno con el traje que me
interesa. Nunca tuve muñecas. Tengo que
seguir escribiendo para olvidar las cosas.
A veces pienso que la tinta convierte en
mentira cada uno de mis recuerdos. Y los
recuerdos son, en realidad, tan poca cosa…
Trazos y puntos encima de una línea, tan
solo eso. Y a cierre de página, aburrida y
pretenciosa, siempre la misma palabra: fin.
Mi vida está a la vera de un río, mirando la
corriente.
Voces de niña me acompañan…
Cristina Cobo
autentica
Foto:DavidMarcu
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 15
E
n breve llegará un nuevo 7 de
noviembre. Aceptará y seguirán
pasando los días, las semanas,
los meses… hasta el siguiente, y el
siguiente, ¿y el siguiente…?
No sabrá nunca cuál de ellos será el último
para él, si llegará de forma natural, o a causa
de algún virus maldito, o debido al despertar
¿inesperado? de un gen desconocido, cruel y
traidor.
Los recuerdos nunca serán recuerdos, aun-
que borraran esa fecha del calendario. Serán
contraseñas de la vida que aún permanece.
Se convertirán en humo que, lenta y desapa-
sionadamente se irá elevando, fragmentándo-
se en el aire, desha-
ciendo nudos y…
¿desapareciendo?
…Desapareciendo.
No lo creerá jamás.
Sabe que nunca
será así. Y conti-
nuará respirando
muy profundo,
sabiéndose parte
todavía de este óleo impresionista de trazo
grueso,impreciso,a veces ilegible,pero cierto
y rotundo como el mismo suelo que pisa.
Cada 7 de noviembre llegará desposeído de
un color diferente, como si el cuadro inevi-
tablemente se fuera difuminando, hasta con-
vertirse en un nuevo lienzo preparado para
otra vida, virgen.
Cuando llegue su 7 de noviembre se lo expli-
cará todo. Le pedirá perdón por los errores
que pudo llegar a cometer. Le mirará a los
ojos, despojados ya del turbio velo del mie-
do y escuchará la voz de su voz, silenciada
por tanto tiempo. Dejará libre su discurso y
atenderá, ahora sí, carambolas de la no vida,
con justo interés y contenido entusiasmo,
las historias que jamás
le emocionaron. Sus
viajes de trabajo por
los países del este, las
tediosas y minucio-
sísimas explicaciones
sobre los componentes
de un disco duro, los
resultados de la liga de
fútbol… Leerá sus de-
Manuel
Vega
Foto:JeremyThomas
7 DE NOVIEMBRE
Foto: Olga Leticia
7 de noviembre
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 16
dos, de nuevo ágiles y exactos, y le agradecerá
aquél “gracias” escrito en un papel cualquie-
ra con tantísimo esfuerzo y que hizo que su
garganta, conmocionada, se llenara de espar-
to súbitamente. Le recordará que aquél “me
siento preso”, apenas legible, que escribió en
aquella infantil y rudimentaria “pizarra mági-
ca”, quedó grabada para siempre en su frente,
como una arruga más.
Le gustaría que fuera así. Poder comprobar
que “es lo mejor, ya ha dejado de sufrir, ya está
en paz”, sentencias absurdas e incoherentes,
injustas e ilógicas, pueden de verdad dotarle
de ese anticipado consuelo.
No lo sabrá hasta su 7 de noviembre. Mien-
tras tanto le dejará, un día cualquiera, de una
semana cualquiera, de un mes cualquiera, una
flor blanca junto a su fotografía.
Le hablará de silencio a silencio.
Y le dirá que no es un recuerdo.
Cuando llegue su 7 de noviembre se lo
explicará todo. Le pedirá perdón por
los errores que pudo llegar a cometer.
Le mirará a los ojos, despojados ya del
turbio velo del miedo y escuchará la voz
de su voz, silenciada por tanto tiempo.
Foto:JeremyThomas
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 17
«How sad and bad and mad it was - but
then, how it was sweet».
– Robert Browning
¿Para ti qué es la nostalgia?
El tema nostálgico es muy personal, cada
persona tiene su propio concepto de lo que
representa la nostalgia para ellos. Para mu-
chos puede ser la ausencia de un lugar y una
persona, o un olor, una fotografía, el sonido
del tren o pisar tablas de madera vieja.
Los significados que le da la RAE son:
«1. f. Pena de verse ausente de la patria o de
los deudos o amigos. Y 2. f. Tristeza melan-
cólica originada por el recuerdo de una dicha
perdida». Indudablemente son estas sensa-
ciones y muchas más, ya que sentir nostal-
gia no tiene que ser triste, también, desde mi
punto de vista, puede ser dulce, ya que el po-
der recordar alguna dicha quiere decir que la
tuvimos alguna vez y de ahí que nos devuelve
un poco de ella indirectamente.
Hay muchas representaciones de nostalgia
en la poesía, porque la poesía toca o alimenta
todos nuestros sentidos; por eso he encon-
trado sumamente difícil encontrar un solo
poema y autor para representar este tema.
Quién no recuerda las golondrinas de Béc-
quer, en «Volverán las oscuras golondrinas»,
o la «Canción de Otoño en Primavera» de
Rubén Darío con sus memorables versos
que evocan una gran pérdida: la de la juven-
tud:
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Por eso he querido traer al programa a un
gran escritor, Jorge Luis Borges y algunos de
sus poemas como ejemplo de cómo la nos-
talgia se puede reproducir de maneras dife-
rentes según la mirada de cada autor y lector.
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos
Aires, 24 de agosto de 1899-Ginebra, 14 de
junio de 1986) fue un escritor argentino, uno
de los autores más destacados de la literatura
del siglo XX.Publicó ensayos breves,cuentos
y poemas. Como dice la página del instituto
Cervantes:
María
Castro
Domínguez
NOSTALGIA
Nostalgia
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«Borges utiliza un singular estilo litera-
rio, basado en la interpretación de concep-
tos como los de tiempo, espacio, destino o
realidad. La simbología que utiliza remite a
los autores que más le influencian -William
Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard
Kipling o Joseph Conrad-, además de la Bi-
blia, la Cábala judía, las primigenias literatu-
ras europeas, la literatura clásica y la filosofía.
Publicó libros de poesía como El otro, el mis-
mo, Elogio de la sombra, El oro de los tigres, La
rosa profunda, La moneda de hierro y cultivó
la prosa en títulos como El informe de Brodie
y El libro de arena».
1.-Nostalgia del pasado
Como dice la RAE la nostalgia es, en esen-
cia, una sensación originada por un recuerdo
del pasado. Por eso considero que su poema
La Lluvia ejemplifica esta nostalgia del pasa-
do, ya que transmite no solo la pena por algo
que se ha ido, sino además dulzura, porque el
recuerdo lo recupera.
La Lluvia
Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.
Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.
Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto
patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.
La lluvia «Cae o cayó». La lluvia no solo
existe en la actualidad, en el presente, «cae»;
sino a la vez, simultáneamente, en el pasado:
«cayó»; ya que la lluvia al caer se convierte
en un acto del pasado que nos arrastra a otro
lugar distinto, a un patio que ya no existe.
Este poema también representa la nostalgia
desde dos puntos de vista opuestos: la angus-
tia de haber perdido a su padre y a la vez la
sensación feliz de recobrar su vida. La vida
que seguirá presente en el lenguaje en su re-
cuerdo: La mojada tarde me trae la voz, la voz
deseada de mi padre.
2.- Si la nostalgia es por definición, un
recuerdo del pasado, ¿puede existir una nos-
talgia del presente? Parece imposible pero
«Nostalgia del presente» es,precisa y paradó-
jicamente, el título de otro poema de Borges
Nostalgia del presente
En aquel preciso momento el hombre se dijo:
Qué no daría yo por la dicha
de estar a tu lado en Islandia
bajo el gran día inmóvil
y de compartir el ahora
como se comparte la música
o el sabor de la fruta.
En aquel preciso momento
el hombre estaba junto a ella en Islandia.
Aquí la nostalgia no es del pasado sino del
ahora, del presente. El poeta ama tanto ese
momento del presente que quiere eternizar-
lo, que no pase nunca, que se convierta en un
recuerdo permanente-como la nostalgia-In-
cluso me atrevería a decir del futuro. Creo
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que Borges nos incita a preguntar la pregun-
ta que muchas científicos se han hecho desde
siempre ¿Existe el tiempo? ¿Es una ilusión el
tiempo?
La nostalgia y la añoranza de un tiempo, so-
bre todo en el pasado, están tan íntimamen-
te ligados, como el tiempo y los cambios. Sin
cambio no hay indicador del paso del tiempo.
En los dos versos repetidos «en aquel preci-
so momento», el tiempo queda atrapado en
un instante: bajo el gran día inmóvil. Es este
verso repetido «en aquel preciso momento»
que produce un efecto sorpresa. El hecho de
que el hombre añora el momento actual que
vive en el presente.
En el mundo mágico de Borges el lector
puede sentir melancolía del presente a la vez
que vive ese momento. Cazar un tiempo per-
fecto y quedarse allí para siempre
3.- Nostalgia del futuro
La posible no existencia del tiempo me trae a
la memoria un tercer poema de Borges sobre
la angustia de saber que moriremos, sobre la
inmortalidad, un poema que podríamos en-
tender como nostalgia del futuro o nostalgia
de la inmortalidad.
Las Cosas
El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.
El mismo Borges nos dice en Borges oral al
reflexionar sobre la inmortalidad- que «cada
vez que repetimos un verso de Dante o Sha-
kespeare somos,de algún modo aquel instante
en que Shakespeare o Dante crearon ese verso.
Y añade que «la inmortalidad está en la me-
moria de los otros y en la obra que dejamos.»
Somos los amos, los primeros supuestamen-
te en la cadena de los seres,y las cosas,los pe-
queños utensilios personales que nos rodean,
esclavos,ciegos y silenciosos,son los últimos;
pero, sin embargo, son ellos los que perdura-
rán, «más allá de nuestro olvido», y nos de-
vuelven una mirada, tal vez preventiva, hacia
el final de nuestras vidas. Es un poema que
produce, a mi parecer, un estado nostálgico
pero con un toque particularmente borgiano.
La nostalgia en Las Cosas es metafísica, de
angustia existencial por lo finito de todas las
vidas humanas.
Al leer este poema no puedo dejar de pen-
sar en el soneto quebrado de Rubén Darío,
Lo Fatal, que es un lamento a la angustia
de estar vivo «No hay dolor más grande que
el dolor de ser vivo» —porque los seres vi-
vos son conscientes de que su destino es la
muerte. Pero Borges va más allá, ya que con-
sigue que experimentemos no solo la pena de
nuestra mortalidad, sino también
la pena de que, a pesar de que las
pequeñas cosas, compañeras de
nuestras vidas, nos sobrevivan,
ellas no tienen memoria, no
son conscientes ni de nuestra
inmortalidad ni de la suya.
Borges propone como
tónico a la angustia
vital este tónico nos-
tálgico atemporal que
perdura más allá de las
cosas, en el lenguaje, la
obra y la memoria de
los otros. Memoria que
no comparten las cosas.
Evidencia de esto se re-
fleja en los últimos ver-
sos que yo diría son casi
imposibles de olvidar.Y
que contrariamente a su
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sentido, vivirán en todos los que los repiten
eternamente.
Un recuerdo de que existieron vidas que uti-
lizaron un bastón, unas llaves y un tablero;
son fotografías que nos recuerdan, aunque
las cosas: «no sabrán nunca que nos hemos
ido». En el mundo de Borges la nostalgia
puede ser triste como una despedida por la
inminente ausencia y, a la vez, utilizando una
de sus propias palabras —«extrañamente»—
que incluye en este poema, «extrañamente»
reconfortante ya que las cosas al señalar esa
ausencia señalan una presencia.
Finalmente quiero incluir un poema mío, de
María Castro Domínguez, publicado en el
libro escrito con Jacobo Valcárcel A Cuatro
Manos.
La Presencia de ausencia
En
una puerta a medio abrir
una cama sin hacer
un televisor encendido
la radio apagada
un recorte de periódico abandonado.
El silencio de los sonidos.
El parloteo de los sentidos.
Las migas de polvo debajo de una mesa
la huella de un dedo
el dibujo que hacen las cortinas,
bailando solas al son del sol.
La soledad llena de presencia,
por la ausencia.
n LINKS:
Borges por él mismo - «La lluvia»
https://www.youtube.com/watch?v=U-S1Ozr7hQI
Rubén Darío - «Lo Fatal»
http://www.rjgeib.com/thoughts/fatal/fatal.html
A Cuatro Manos
https://books.google.es/books?isbn=8483822016
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«Benserade se había
ruborizado hasta el
malva y Olga se
preguntaba hasta
dónde había metido
la pata. Una teja y
un cigarro, elegidos
entre las pastas secas,
seguidos de un sorbo de café,
calmaron al viejo lingüista».1
A Olga le gustaba aquel hombre, aunque
fuera casi tan viejo como su abuelo; aunque
todos sus alumnos dijeran de él que era poco
menos que un sádico. O quizás le gustaba
sobre todo por esto último. Lo veía entrar
cada día a la cafetería tan alto, con su me-
dia sonrisa cínica, su horrible abrigo gris y
tan fibroso que casi podía oír restallar cada
1 De Los Samurais, de Julia Kristeva.
músculo de su cuerpo al andar. Sí,
quizás por eso le gustaba, por-
que no era blandito como los
otros; porque sabía que a pe-
sar de su avanzada edad su
determinación se asomaría
a su mirada para abofetearla
cada vez que la mirase. Ella
entonces podría manejar-
le, ella sabía qué hacer con la
fuerza de hombres así. Ella podía
coger esa fuerza y apropiársela.
Fue poco a poco con él.Sabía que no admitía
a ninguna mujer en su vida. Nunca se había
casado, ni se le conocían novias, ni amigas.
Impensable ningún lío con una alumna. Una
prostituta le había asegurado que ninguna
compañera le había hecho ningún servicio.
Sin embargo ella había visto un breve, bre-
vísimo destello cuando le recogió un día un
libro que cayó de su abrigo. Salió ella por la
boca y los ojos, la que solo vivía en su inte-
rior, al reconocer el título y le recitó de me-
Ana
Martínez
García
PODRÍA DECIR
QUE YO TAMBIÉN
SOY BENSERADE
Podría decir que yo también soy Benserade
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moria uno de sus fragmentos más conocidos.
Entonces lo vio, el destello, brevísimo, pero
suficiente para que ella se lo llevara apuntado
junto al café sin azúcar que había pedido.
Siempre venía solo a la cafetería. Pedía un
café y leía. Si coincidía con algunos de sus
alumnos, estos en el acto se marchaban, aun-
que acabaran de llegar. Y él pronunciaba un
poco más su media sonrisa de desprecio.
Ella, una camarera, sabía lo que no sabían
sus alumnos, que él bajo la fuerza escondía
un resquicio para colarse. Llevaba mu-
cho tiempo observándole. Cada noche
mientras recogía realizaba un análisis
mental de cada uno de sus deslices.
Después cerraba y con todas las luces
apagadas, mientras escuchaba la can-
ción, What's a woman2
, se masturba-
ba apoyada en el caliente lavaplatos
que acababa de utilizar, repasando
cada uno de esos deslices.
Tras aquel breve destello comenzó a
actuar. Una tarde le dejó junto al café
que había pedido uno de sus diarios
y en su portada había escrito: com-
pró libros eróticos y los leían jun-
tos3
. Temió que ni lo mirase y que
al irse lo dejara atrás humillado
bajo todo su desprecio. Bebió su
café, leyó y se levantó al cabo de
un tiempo para marcharse. Y como
si una náusea le hubiera hecho incli-
narse a un lado, se apoyó en la mesa
posando su mano sobre el diario y se
marchó tras meterlo en su bolsillo.
Algunas noches después, llovía, con esa
lluvia fina y constante, silenciosa. Solo se
escuchaba el ruido de los coches que deja-
ban su eco lejano como un lamento pegado
a los cristales.La cafetería estaba vacía.Olga
se escondía en la pequeña cocina ahogada
por la soledad que se yergue las noches de
2 La Canción What's a woman, pertenece a la
banda de jazz, Vaya con Dios.
3 La cita pertenece al libro Delta de Venus de Anaïs
Nin.
lluvia cuando no tienes a nadie a quien amar
u odiar. Él no había vuelto desde que se lle-
vó el diario. Por primera vez su determi-
nación flaqueaba. Cerró pronto y se fue
casi sin pensarlo hacia su casa.
Se quedó mirándole sin saber qué de-
cir. Empapada ante él una tonta cama-
rera aficionada a la lectura y a escri-
bir diarios como si se creyese Anaïs
Nin. Sin hablar él tampoco, le hizo
un gesto para que pasara.
La habitación estaba caldeada por
una antigua estufa. Desde su asiento,
Olga miró a su alrededor. Como ima-
ginaba, había libros por todos lados.
Sonrió para sus adentros cuando en
una de las estanterías vio al gatito
que ella misma le había dejado una
noche ante su puerta.Vio su diario
en una mesita junto al sillón que
él ocupaba. «Tenía que hablar, de-
cir algo, lo que fuera», pensó Olga.
Si no sería para él solo lo que había
en el diario. Fue en ese momento
cuando lo vio ruborizarse y no sa-
bía si había llegado a decir algo de tan
alterada como estaba. O tal vez había
sido al verla mirar el diario.
Vio por la ventana que había dejado
de llover y pensó que la invitaría a
marcharse. Pero entonces obligó a su
mente a tranquilizarse, ¡él se había ru-
borizado! Su rostro macilento cubierto de
rubor. Lo miró. Turbado bebía café y ella
sintió su odio y su asentimiento. «No soy
más que un viejo», casi escupió. «Tu fuerza»,
le dijo ella, «la necesito para soportar los ojos
Bebió su café, leyó y se levantó al cabo
de un tiempo para marcharse. Y como
si una náusea le hubiera hecho incli-
narse a un lado, se apoyó en la mesa
posando su mano sobre el diario y se
marchó tras meterlo en su bolsillo.
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tristes los días de lluvia; los ojos tristes que
nunca más serán y sin embargo siempre es-
tarán tristes por mi causa». Se levantó él con
brusquedad, tirando el café, la cogió por los
brazos y con su mirada…, acarició el dolor
de Olga.
Mientras, el gatito entrechocaba su cabeza
en las piernas de uno y otro alternativamente.
Texto e ilustración:
Ana Martínez García –La Minomalice-.
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SALVACIÓN 4 – «MIRADME»
Miradme, si es que podéis verme,
y si me veis,
qué es lo que contempláis,
la persona o el alma,
la sonrisa o una vida de tristeza,
el forzado anuncio de felicidad,
o carne olvidada en el frigorífico,
decompuesta y cubierta de moho.
Quizá vosotros podréis verme, pero…
¿podré verme yo?
Distorsionado y tembloroso reflejo,
enferma razón sin rostro,
sonrisa en inercia.
El animal vence al humano,
el instinto a la razón,
sin huella de hombre ilustrado.
Promulgo sin atisbo de vergüenza
mi obscena hipocresía,
y mis días se arrojan
al abismo del pasado.
JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ
Ha llovido.
He visto incediarse un charco
en medio del alba.
Adiós—dijiste—con una sonrisa,
sin esfuerzo, natural,
envuelta en la luz que ardía
en la ventana.
Y ya no hubo resquicio,
risa, palabra, incertidumbre,
noche, orilla, pérdida, horizonte,
silencio, roce que compartir.
Quedó un río desbocado y
una montaña resquebrajándose
en medio del salón.
¡Qué triste ver irse un océano!
Llueve.
Hay un desierto palpitando en el pasillo.
ALFONSO CALVO
Poemas, José Antonio Martínez • Alfonso Calvo
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¿Podré arrancarme lentejas vibrantes de la piel y aún mirarte a los ojos?
¿Será mi lengua en tu tierra el llanto de las larvas?
¿Tendrá mi espalda agujeros fríos que te quieren?
¿Habré de meditar para ser rostro de barro y mi cuerpo ramas?
ANTONIO SÁNCHEZ
— — — — — — —
Reflejos de tu lengua y dardos de tu piel
En mi pecho tengo escritas las reglas de tu idioma y la memoria del ayer
Te quise como niña siendo tú ya una mujer
¿Porqué me haces edificio si soy barco naufragado?
Al aire sin vela, remo o timonel
Si un día soy Dios y tú me crees
¿Porqué no brillan tus ojos con ilusión y fe?
ANTONIO SÁNCHEZ
— — — — — — —
Tú que eres demasiado sólido sonido
Te cambias por el símbolo sin tacto
En la humana vida sin fisuras
Cuando esperas sin hacerte
Das sin costosa cobardía
Grupo sin ausencias
A distancia sin miradas
Para sin aire: tiempo presente
Sin miedo: reunión cambiando
Sin piel: reflejo
ANTONIO SÁNCHEZ
— — — — — — —
En la frontera
De la mano temblorosa
Del hilo torturado al no color del ahogado
Vuelto de espaldas a un mundo mudo nunca suyo
Quiere sobre el pie entrar la última, viva
Piedra rota y pierna cruda
Con vergüenza
Sin grito
ANTONIO SÁNCHEZ
Poemas, Antonio Sánchez
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NUMERAL ESTACIONAL
Primero
Te beso en ocre y amarillo
Segundo
Te desnudo al aire el rostro
Tercero
Te bailo el aura y te inspiro
Cuarto
Te vuelo y te desacoro
Quinto
Te anaranjo vivo el sentido
Y cuando llegue al blanco lobo
te allanaré el amor de abrigo.
MANUEL VEGA
HAIKU 467
Noches de mar
las caracolas sueñan
entre las olas.
GABRIELLA MARIANI MARINI
Foto:GabriellaMarianiMarini
Poemas, Gabriella Mariani Marini • Manuel Vega
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 27
E
n aquellos días solía saltarme
las clases de Derecho Interna-
cional y me iba a las librerías
del centro. Bajaba por la calle Chaca-
rita inspirando el incierto aroma de
las pescaderías y doblaba a la derecha
en General White.
La librería de los hermanos Klein recordaba
la torre de Babel. Era un lugar desorganiza-
do,polvoriento,atestado de toda clase de do-
cumentos: libros, revistas, folletines, enciclo-
pedias amontonadas que, olvidadas durante
años, dormían hasta que alguien abría un
tomo, leía una entrada y sellaba las tapas. No
volvería a abrirse, quizá en una década.
Saboreaba el momento, porque no
tenía muchos instantes de placer en
el día. Me sentaba, sacaba un pitillo
y lo encendía con parsimonia, con
las piernas cruzadas, observando el
ir y venir de los clientes. Intentaba
adivinar su rama de estudios según
los libros que portaban. A veces po-
día ver los títulos. La mayoría de
los clientes eran muchachos jóve-
nes que no podían permitirse comprar libros
nuevos y acudían en busca de conocimiento.
Había también eruditos que rebuscaban du-
rante horas para encontrar pequeñas joyas.
Yo no era de ninguno de los dos tipos. Era
lo suficientemente pobre para buscar ejem-
plares baratos, pero había tenido la suerte de
recibir los libros de segundo curso heredados
de una novia con la que ya no salía, así que
mi visita a la librería era totalmente ociosa.
Una vez terminado el ritual del cigarrillo, lo
apagaba con cuidado y entraba en el local.
El olor indefectible a papel ajado, polvo y un
fondo de humedad era apenas disimulado
por el ambientador floral que utilizaban. Un
muchacho escuálido de lentes redondos
me miraba anhelante.Nunca entendí
aquella expresión,ya que yo era un
pésimo cliente. Incluso les había
robado un libro sobre Magallanes
y una edición bilingüe de Crimen
y Castigo (Español-Ruso). Pero
era un cliente cordial,a mi manera,
y creo que a ellos no les importaba
que les robaran de vez en cuando,
siempre y cuando el ladrón fuera a
leer los libros.
Claudio
Valdivia
Foto:AndyBeales
OTAMENDI
Otamendi
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Deambulaba por las revistas de Historia, sa-
caba algún volumen sobre Rasputín, o sobre
Maquiavelo (en aquellos días estaba obsesio-
nado con Maquiavelo), y luego iba a la zona
de narrativa. Comenzaba en varias estante-
rías cerca de las escaleras e iba subiendo, sin
orden, durante varios tramos, hasta llegar a
dos amplias habitaciones atestadas.
En una ocasión vi algo al fondo de la tienda,
un objeto brillante que no era un libro. Me
aproximé y pude ver que se trataba del mar-
co de un cuadro. El anciano propietario vio
cómo me acercaba y farfulló una queja in-
comprensible. Apenas pude entender “Nicht
berühren!”,y desapareció entre varias colum-
nas opacas.
Seguí mi investigación y le di la vuelta al pe-
sado objeto. Aquel cuadro me producía cu-
riosidad. Pronto me di cuenta de que no se
trataba de un cuadro; era un espejo con un
aparatoso marco rococó floreado. Estaba cu-
bierto de polvo así que saqué mi pañuelo y lo
froté hasta que pude ver mi rostro macilento
y sin afeitar frente a mí.
La sorpresa no vino de inmediato, sino en
ráfagas, como el soplo de un viento incons-
tante. Inicialmente achaqué la confusión a
la gruesa capa de polvo que aún cubría gran
parte de la superficie del espejo. Pero pronto
fue evidente que alguien al otro lado del es-
pejo limpiaba el área del mismo. Ese alguien
lo hacía de un modo ligeramente diferente a
mí: un poco más despacio y, evidentemente,
ese alguien no era yo, aunque su imagen sí
era la mía. De inmediato pensé en una bro-
ma, luego decidí llevarme el espejo. Me puse
de pie y reculé,sin entender las implicaciones
del hallazgo. Hablé en voz baja a mi reflejo:
— ¿Quién eres? —le dije.
— Me llamo Roberto Fernández de Ota-
mendi —contestó el miserable con mi nombre.
— Mentira —repuse— ese soy yo.
— Ésa, con todos mis respetos —respondió
en un susurro mi copia— es su opinión.
Fuera como fuese no podía perder la oportu-
nidad de hablar con aquella polvorienta e in-
sultante copia de mí mismo, así que envolví
el espejo en mi chaqueta lo mejor que pude
y salí apresuradamente de la librería. Pude
oír en el interior del espejo cómo él buscaba
en un armario y luego un rumor remoto de
agua corriente. Apresuré el paso y comencé
a transpirar. Era un día fresco pero sudaba a
chorros. Mi incomodidad se acentuaba con-
forme me acercaba al cuartucho que com-
partía con otro estudiante de Derecho aquel
año.
Subí las escaleras sin contestar a la patrona.
Algo me decía que no le iba a gustar el es-
pejo, y de inmediato querría hacer comenta-
rios; así que preferí evitar el diálogo. Cerré
las ventanas, corrí las cortinas y encendí una
pequeña lámpara que usábamos para leer
por la noche. Me senté en el suelo y observé
que, al otro lado, las cosas marchaban muy
diferente. Me daba la sensación de que él se
había liberado del imperativo de ser mi refle-
jo. Estaba en una habitación similar a la mía,
pero más limpia. Se había afeitado y se había
acomodado en un butacón rojo desde el que
me observaba.
— ¿De dónde has salido,cabrón? —le dije en
tono amargo.
— Lamento informarle —me dijo con voz
pausada— que el mundo en el que vive no
es real.
— ¡Eres insolente, pedazo de mierda! —le
contesté—.
No entendía por qué me irritaba tanto, pero
me exasperaba mucho, y más me intranquili-
Me daba la sensación de que él se había
liberado del imperativo de ser mi refle-
jo. Estaba en una habitación similar a
la mía, pero más limpia. Se había afeita-
do y se había acomodado en un butacón
rojo desde el que me observaba.
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zaba su calma, su cara afeitada, su camisa bien
planchada y su cuarto pulcro.
— Escucha, quiero saber qué haces ahí. ¿Por
qué te mueves a tu manera? ¿No te das cuenta
de que eres mi reflejo?
— Es difícil de comprender— me dijo—.Pero
el reflejo es usted. Yo soy real.
Aquella frase me heló la sangre. ¿Era posible
que yo no fuera real? Siempre me había pre-
guntado si mi vida tenía algún significado y
pensaba que las cosas se desarrollaban como
en un sueño, pero ¿y todo lo que había sentido
hasta entonces; las experiencias que había te-
nido, de dónde salían?
— ¿Entonces? —inquirí— Todo lo que he vi-
vido ¿es mentira?
— No lo es: sólo es un reflejo de un sueño.Son
cosas que pienso a veces y se convierten en
sueños. Pero cada cosa que siente y piensa es
real mientras lo esté pensando o sintiendo. Lo
mejor que puede hacer es descansar un poco.
Di un respingo al escuchar aquella explicación
tan lógica. Eso explicaría tantas cosas absurdas
que me habían ocurrido
en la vida. La infancia
insatisfecha, la facul-
tad de Derecho a la
que no quería entrar,
mis amores apresados,
torpes…, tantas cosas
que me parecían un
simulacro de existen-
cia. Podía tener razón.
Entonces yo era sólo
un sueño, un reflejo,
una ensoñación fugaz.
Incluso mi enfado y su
calma obraban en su
favor. Así que me metí
en la ducha me aseé y
me acosté a dormir, porque no era fácil asimi-
lar que uno no era más que una simulación sin
afeitar de un joven bien educado.
Me sentí (literalmente) transportado en mis
sueños. Fue un sueño pesado, en el que creí
ser arrastrado e introducido en una habita-
ción, y colocado con cuidado sobre una cama.
Escuché un ruido como el de la apertura de
una botella de champagne, un ¡pop! seco y un
silencio profundo. Abrí los ojos. Me costaba
respirar. Desatranqué la ventana y pude ver un
tono uniforme y beige en vez de la habitual
calle Marsella. Me di cuenta de que el mun-
do en el que estaba no era aquel al que estaba
acostumbrado.Entreabrí la puerta y ante mí se
mostró la total negrura impalpable.Estaba flo-
tando en medio de una habitación, en medio
de la nada. Y mi única referencia era el espejo.
Me apresuré a mirarlo, y allí estaba mi copia.
El muy hijo de puta… ¡Era él! Se había toma-
do la libertad de ordenar mi cuarto y liarse uno
de mis cigarros. No sabía que estaba prohibi-
do fumar en las habitaciones. Lo llamé, pero
pareció no escucharme. Finalmente se volvió
hacia mí y me dijo, en una voz que parecía ve-
nir de lejos:
— Acéptalo, Robertito.Te cagué.
Y comenzó a reírse como si hubiera soltado
una broma ingeniosísima. Entonces entendí
que el muy canalla era mi reflejo, y que ha-
bía aprovechado mi bajo estado moral y mis
dudas para suplantarme. Afortunadamente,
el baño funcionaba.
Salía agua fresca (más
fría de lo habitual) del
grifo. Me lavé la cara y
me mojé el cabello.Me
senté en la poltrona y
exploré alrededor. Su
habitación era mejor
que la mía, había más
libros en las estante-
rías, aunque faltaban
las novelas francesas y
los volúmenes de De-
recho Procesal. Sin
embargo, la existencia
en esta parte del espe-
jo no parecía tan horrible. No sentía hambre
ni sed, y aparentemente bastaba imaginar un
objeto para que apareciera al día siguiente en
la habitación. Si me concentraba lo bastante,
incluso era capaz de que apareciesen personas,
pero brevemente. Él sin embargo, al otro lado,
tendría que enfrentarse al tedioso mundo aca-
Otamendi
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démico y a la vida espartana a la que me tenía
que ver sometido habitualmente.
Pasaron varios días, el mundo en que vivía
podía ser ampliado. Podía imaginar calles,
ciudades, personas, un mundo entero. Era
cuestión de concentración. Él, en cambio,
cada vez tenía peor aspecto. Me echaba en
cara la elección de las asignaturas, los amigos
estúpidos, las mujeres feas con que me rela-
cionaba.
— Busca otras— le decía.
— Lo haré, claro que lo haré.
Pero nunca lo cumplía. Preferí no observar
los grotescos coitos a los que sometía a mis
últimas amigas.Mi reflejo era un ser algo de-
leznable y, una vez en el mundo real, se en-
sañó con todo lo que podía tocarse.También
estafó a varios de mis amigos, cambió el ves-
tuario y empezó a sacar buenas notas. Estaba
convirtiéndose en un alumno ejemplar y en
un sujeto digno del mayor de los desprecios.
Yo prefería imaginar un bulevar y salir a pa-
sear.A la vuelta me sentaba y leía novelas que
nunca nadie había escrito.
Mi copia, estaba en proceso de adaptación a
ese mundo frío, ilógico e inconsistente que
es el mundo real. Pero no era como un recién
nacido que es arrojado al mundo; él había
observado, había codificado nuestras relacio-
nes. No hacía nada que no fuera algo conve-
niente para él. Y disfrutaba ostensiblemente
de las sensaciones del mundo tangible.
Pasadas algunas semanas, francamente, ya
no echaba de menos la universidad, ni a mis
amigos ni mis conocidos. Había imaginado
clases de esgrima, y practicaba a diario. Ideé
obras de teatro que frecuentaba con despreo-
cupación, y observaba el rostro de mis com-
pañeros en los palcos: semblantes pulcros,
sacados de las miles de caras que había visto
en mi vida.
Un día escuché golpes en el espejo mientras
dormía.
— Roberto… estoy cansado de este mundo
tuyo de mierda —me dijo.
— ¿Y? — contesté, lacónico.
— Quiero volver, quiero que nos repartamos
el peso, ¿sabes?
— ¡Jódete!
— Pero no seas así… todo es un experimen-
to. Ya lo sabes, y te he dejado en buen lugar.
He sacado buenas notas, el curso casi está
acabando y te he espantado a todas las feas.
— Aún no voy a volver —le dije—. No estoy
listo.
— Eres un vago de mierda, siempre lo has
sido. Esperaré a que duermas y te cambiaré
el sitio. Eres tan torpe que no has entendido
cómo pasar de un lado al otro.
Miré sus ojos fijamente y lentamente contes-
té: — Inténtalo.
Al otro lado se apagó la luz y se durmió. Pa-
saron varias horas y vino el día.No lo intentó
aquella noche. Quería cogerme despreveni-
do. Intenté imaginar otros lugares para dor-
mir, pero cada noche debía volver frente al
espejo, era inevitable. Era uno de los lastres
de aquel mundo. Era un reflejo libre, pero no
tanto como para no depender del espejo. Es-
taba atado a él, y entonces comencé a enten-
der por qué había ansiado él ocupar mi lugar.
Pasadas varias semanas, el curso había finali-
zado. Había sido nombrado el mejor alumno
del curso y todos mis amigos me desprecia-
ban. Ninguna de mis amigas me devolvía el
saludo, aunque la hija del Juez Vergara me
miraba de vez en cuando detrás de sus an-
Intenté imaginar otros lugares para
dormir, pero cada noche debía volver
frente al espejo, era inevitable. Era uno
de los lastres de aquel mundo. Era un
reflejo libre, pero no tanto como para
no depender del espejo. Estaba atado a
él, y entonces comencé a entender por
qué había ansiado él ocupar mi lugar.
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 31
teojos de montura dorada. Al parecer, le iba
muy bien a mi copia y no volvió a mencionar
la idea de cambiar otra vez.
Yo continué mis paseos, conocí a bellas da-
mas cuyo romántico comportamiento sólo
podía proceder de las zonas más folletinescas
de mi imaginación, y seguí perfeccionando
la esgrima. La ciudad, o mejor dicho mi ciu-
dad, era cada vez más bella y compleja. Las
calles de adoquines estaban humedecidas por
la lluvia de un invierno temprano y yo me
introducía en los cafés, en los que las tertu-
lias solían ser interesantes. Una lejana guerra
alimentaba los debates, ciertas manifestacio-
nes en el norte producían preocupaciones, y
el rey, ya anciano, prometía abdicar pronto.
No era capaz de retener todos los detalles, lo
que me dio la certeza de que nuestra imagi-
nación es el motor de nuestra identidad, y no
al revés. Caminaba en un traje oscuro bajo el
paraguas, meditabundo, de vuelta al cuarto e
inspiraba un aire fresco que ya no me costaba
trabajo respirar. Me di cuenta de que era fe-
liz en aquel otro mundo totalmente ficticio.
Pero sólo yo sabía que era falso, para los de-
más aquél mundo era real. Para todos ellos,
todo lo que ocurría importaba mucho y no se
desvanecían.Una vez mi imaginación los ha-
bía producido, continuaban sus existencias,
lo que hacía mi ciudad cada vez más parecida
a una ciudad real.
Aquella noche dormí profundamente,e ima-
giné cómo sería poseer a una de esas damas
imaginarias, de vestidos pulcros y modales
impecables. Entonces, unas frías manos se
posaron sobre mi pecho y me agarraron con
fuerza. Era él.
Seguí con los ojos cerrados, mientras me
sentía arrastrado por aquella miserable copia
a la que la realidad había vencido. Me esta-
ba acarreando por el suelo de la habitación,
y sentía sus esfuerzos y su respiración agita-
da. Esperé a que se apoyara en la pared para
darme el último empujón hacia la realidad, y
saqué la brillante hoja que había imaginado
el día que mencionó su vuelta. Acuchillé con
gusto repetidamente su pecho (mi pecho) y
le vi caer, vomitando sangre sobre el cuarto.
Mi copia me había convertido en un crimi-
nal y, por alguna razón, ya no quise continuar
en aquel mundo. Crucé el espejo, de vuelta al
mundo que siempre había conocido, y traté
de encajar lo mejor posible en el escenario
que mi difunta copia me había dejado. No
fue fácil ser el novio de Petra Vergara, de-
masiado consentida y llena de manías, pero
seguí en su compañía como una costumbre
que se ha adquirido por demasiado tiempo.
El dinero y la posición de su padre ayudaron.
Me dispuse a comenzar el curso con optimis-
mo y descubrí con placer que mi habilidad
con la esgrima no había decaído. Las novelas
que había leído, los discursos que había oído
seguían en mis recuerdos. Me relajé, y con el
relax vino el tedio.
En aquellos días solía saltarme las clases de
Derecho Internacional y me iba a las librerías
del centro. Bajaba por la calle Chacarita ins-
pirando el incierto aroma de las pescaderías
y doblaba a la derecha en General White. La
librería de los hermanos Klein recordaba la
torre de Babel. Era un lugar desorganizado,
polvoriento, atestado de toda clase de docu-
mentos: libros, revistas, folletines, enciclo-
pedias amontonadas que, olvidadas durante
años, dormían hasta que alguien abría un
tomo, leía una entrada y sellaba las tapas. No
volvería a abrirse quizá en una década.
Otamendi
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 32
U
n letargo irreal de luz
de luna se cernía casi
indiferente sobre la in-
mensidad de la playa,
preludio de un mar ajeno e infi-
nito. El viajero sentía voces y pre-
sencias de tiempos y gestas que se
simultaneaban en los procelosos
recovecos de su imaginación y su
recuerdo. Le pareció distinguir
en la arena mojada la huella de
sus pies junto a otras huellas de
amores perdidos, acaso ya olvi-
dados. Y, exhausto de perseguir
la senda que labraron sus qui-
meras, extrañó más que nunca
el fragor de las batallas, el cantar
de las sirenas, la astucia preterida,
la invención del caballo, las caricias
de ninfas y deidades. Ya no tenía
sentido regresar a una patria
de rutinas tras haber tran-
sitado las tinieblas. Viejo se
sintió Ulises en su peregrinar de siglos, cu-
bierto para siempre por la sangre de Ilión,
en el umbral de una Ítaca de sueños. Como
Nadie se fue, y como Nadie vino.
Antonio Ballesteros
Foto:VladCiule
Oudeís
oudeis ἄνδρα μοι ἔννεπε, μοῦσα,
πολύτροπον, ὃς μάλα πολλὰ
πλάγχθη, ἐπεὶ Τροίης ἱερὸν
πτολίεθρον ἔπερσεν:
πολλῶν δ᾽ ἀνθρώπων ἴδεν ἄστεα
καὶ νόον ἔγνω,
πολλὰ δ᾽ ὅ γ᾽ ἐν πόντῳ πάθεν
ἄλγεα ὃν κατὰ θυμόν,
ἀρνύμενος ἥν τε ψυχὴν καὶ
νόστον ἑταίρων.
ἀλλ᾽ οὐδ᾽ ὣς
ἑτάρους
ἐρρύσατο,
ἱέμενός περ:
αὐτῶν γὰρ σφετέρῃσιν
ἀτασθαλίῃσιν ὄλοντο,
νήπιοι, οἳ κατὰ βοῦς Ὑπερίονος
Ἠελίοιο
ἤσθιον: αὐτὰρ ὁ τοῖσιν
ἀφείλετο νόστιμον ἦμαρ.
τῶν ἁμόθεν γε, θεά,
θύγατερ Διός, εἰπὲ καὶ
ἡμῖν.
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 33
T
e voy a regalar una estampa de
Pompeya –dijo la luna–. 1
Cuando Bárbara leyó esa última frase del ca-
pítulo, suspiró mientras cerraba aquel viejo y
desgastado libro que había leído tantas veces
y en el que en cada relectura había encontrado
algo nuevo,bien fuera el más sutil detalle des-
criptivo, bien algún comentario ambiguo que
podría interpretarse de distintas maneras…
Era la historia más rica en matices que había
caído en sus manos. Por todo eso aquel era
su libro de cabecera; el libro de su vida. Se lo
apoyó en pecho y lo abrazó con el cariño de
quien arrulla a un bebé para que se duerma.
Pero la que se durmió fue ella.
Cayó rendida en un sueño profundo
que la transportó a una calle empe-
drada por la que los transeúntes
vestían túnicas y caminaban con
tranquilidad. Las edificaciones
que tenía ante sus ojos eran
bastante ostentosas. Algunas
demostraban su poderío con
1 Del Libro de estampas sin estampas
de Hans Christian Andersen
unas columnatas robustas y estriadas de esti-
lo jónico. Miró a sus pies y se dio cuenta que
calzaba unas sandalias rudimentarias y que
ella también vestía una túnica como la de los
demás.
Después de reparar en su indumentaria le-
vantó la vista y algo captó inmediatamente su
atención. Una inmensa y espesa columna de
humo parecía escapar de una montaña que se
veía a lo lejos.Le extrañó que únicamente ella
estuviera allí atónita contemplando semejante
fenómeno. El resto de las personas que tenía
a la vista parecían ignorar por completo aquel
humo. Una extraña inquietud se apoderó de
ella y le hizo dirigirse hacia un señor que tenía
a unos pocos metros.
–Disculpe, buen hombre. ¿Nadie se ha
dado cuenta que esa montaña echa
mucho humo? Tan solo soy una
recién llegada pero como veo
a la gente tan tranquila intu-
yo que esto que me produce
extrañeza pueda ser algo ha-
bitual en esta ciudad.
El hombre sonrió y le dijo. –
No te preocupes. El Vesubio es
Victoria
Arenas
Foto:Pixabay
UNA ESTAMPA
DE POMPEYA
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 34
un volcán que ruge de vez en cuando pero su
amenaza nunca sobrepasa un poco de ruido y
unas horas de humo como si fuese una chime-
nea gigante. No hay nada que temer –.
Tan contundente fue aquel personaje que el
nerviosismo de Bárbara se esfumó y decidió
dar un paseo por aquel bello lugar. Al cabo
de una hora de caminar sin parar se topó con
una escalinata que rápidamente eligió como el
lugar adecuado para sentarse un rato.Se quitó
una sandalia y se empezó a masajear el pie que
lo tenía entumecido. En ese momento empe-
zaron a caer del cielo unas piedras oscuras en
forma de lluvia infernal.Caían sin parar como
si fuese granizo del tamaño de un puño pero
negro como el azabache. La gente empezó a
correr de un lado para otro con el fin de buscar
refugio de aquella inesperada pedrea. El cru-
jido producido por la rotura de los tejados, los
gritos de la gente asustada y un rugido atro-
nador que ponía los pelos de punta revelaban
que el volcán iba a descargar toda su furia. No
acertaba a abrocharse la sandalia y con ella mal
atada la forastera salió corriendo despavorida.
Alguien la cogió del brazo y tiró de ella, cosa
que la asustó todavía más. –No temas que soy
yo, el que te dijo que no te preocuparas. Vivo
cerca; ven conmigo–. Un alivio inesperado la
invadió. ¡Estaba salvada! O, al menos, eso es
lo que quería pensar. Antes de llegar al final
de la calle ambos se metieron en la casa. Allí
una señora se abrazó llorando y aterrorizada al
improvisado salvador.
–Tengo a los niños con mi sirvienta en la ha-
bitación del fondo.Allí nos refugiaremos has-
ta que pase este castigo divino o lo que quiera
que sea–.Se sentaron todos en el suelo con las
manos tapándose los oídos para no escuchar
los golpes y crujidos de los techos de su casa
y de los estrépitos que hacían suponer que al-
gunos edificios de la zona habían empezado a
desmoronarse. El olor a azufre invadió la es-
tancia; había humo por todas partes. Bárbara
empezó a sentir mucho sueño, tanto que se
le pasó el miedo. Las manos que antes le ta-
paban los oídos cayeron por su propio peso
pues no le respondían. A pesar de eso dejó de
escuchar los ruidos. Tenía mucho sueño. Lo
último que pudo ver a través del espeso humo
era como todos los miembros de la familia
ya no estaban sentados sino tumbados en el
suelo. Ellos estaban dormidos y ella estaba a
punto de estarlo. Dejó escurrir su espalda por
la pared hasta que quedó totalmente tendida.
Un ruido fuerte y seco despertó a la joven
Bárbara de momento. –¿Dónde estoy?–. Se
había despertado bruscamente y no acertaba
a reaccionar. Su respiración era agitada, su
pulso acelerado y un extraño hormigueo le
corría los brazos. Estaba tumbada en el sofá
de su comedor. Investigó el origen del ruido
que la había sacado de algún onírico viaje que
no lograba recordar y pudo comprobar que
su libro favorito estaba desmoronado justo al
lado de ella. Se había estrellado en el suelo.
Sintió ganas de llorar cuando vio que todas
las hojas se habían desprendido del lomo y
estaban sueltas.Se levantó y las fue recogiendo
con un gesto de pena difícil de comprender
para alguien que nunca haya amado un libro.
Mientras realizaba esa recolección de hojas
se percató que todas estaban cubiertas de una
inexplicable capa de ceniza, que ella tenía
las manos negras… y
entonces recordó su
sueño.
En ese momento empezaron a caer del
cielo unas piedras oscuras en forma de
lluvia infernal. Caían sin parar como si
fuese granizo del tamaño de un puño
pero negro como el azabache.
beatsbury Número 1 - Octubre 2016
Página 35
BESTIARIO
Porque siempre ocupas el centro de lo irracional.
Allí donde la verdad no se conoce a si misma
y la locura se siente reina de vastos horizontales,
fronterizas excentricidades,
dolorosos silencios llenos de palabras saltadoras
en busca de la boca que las pronuncie
y las vuelva palabras inmóviles, irrefutables ante la adversidad de los años.
Palabras precisas, indoloras, inodoras, insensibles al sufrimiento humano y animal.
Suerte de bestiario capacitador de existencias urbanas,
apresuradas a recorrer infinitas vivencias anodinas.
Libros rellenos de silentes dormidos,
complacientes de la barbarie,
contemplacientes de la azarosa fortuna
que los dados nos otorgaron como bienvenida de esta naturaleza muerta, innerte.
Excentrado de nacimiento y de crecimiento,
paria analfabeto, recordatorio de una vida viva,
sintiente recorriendo un camino equivocado,
que no sabe ya si es, fue, o será, o mejor aún,
que no sabe si desea siquiera ser, o permanecer para siempre partícipe de la otredad,
por los siglos de los siglos.
Amen.
SERGIO GOZZI
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Revista literaria Beatsbury número uno

  • 1. Revista literaria Número 1 - Octubre 2016 BeatsBury
  • 2. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 2 Hinterland, poema conjunto ......................................................................................4 Novecento, de Anna Maria Gavilá.............................................................................5 De cómo mueren los sueños, de Anabella Giménez ...............................................7 La calle de los adoquines, de Sergio Gozzi ..............................................................9 La leyenda de Zinnia, de Judith Pastor Montesinos ...........................................12 El fumador pasivo, de Rafael García Marco..........................................................13 Auténtica, de Cristina Cobo.....................................................................................14 7 de noviembre, de Manuel Vega.............................................................................15 Nostalgia, de María Castro Domínguez..................................................................17 Podría decir que yo también soy Benserade, de Ana Martínez García.............21 Poemas, José Antonio Martínez • Alfonso Calvo................................................24 Poemas, Antonio Sánchez........................................................................................25 Poemas, Gabriella Mariani Marini • Manuel Vega ..............................................26 Otamendi, de Claudio Valdivia .................................................................................27 Oudeís, de Antonio Ballesteros................................................................................32 Una estampa de Pompeya, de Victoria Arenas .....................................................33 Bestiario, de Sergio Gozzi ........................................................................................35 Maquetación:RafaelGaRcíaMaRco
  • 3. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 3 Decía Don Miguel de Cervantes en una de sus célebres frases que la pluma es la lengua de la mente. Y no le faltaba ni le falta razón, aunque quien esto escribe ahora ya no use pluma, sino teclado y todavía esté por ver cuan larga sea su lengua. Con esta nada sencilla intención nace Beatsbury, un lugar de fusión, de palabras, de ideas, de lenguas, de mentes, de latidos ávidos e inquietos, necesitados de crear historias para que no se nos seque el cerebro. Conscientes de la aventura en la que nos embarcamos, lo hacemos con la prudencia de quien se sabe aprendiz y no maestro. No importa el resultado, sólo el esfuerzo vale. A partir de este momento nuestras palabras vuelan, se hacen libres, con la única intención de ver mucho y de aprender mucho… Sergio Gozzi
  • 4. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 4 Hinterland Derramar ríos de vida en cada girón del alma Arrancados de placeres ebrios Los hilos perdidos Las olas desorientadas Un desperdicio de espumas, la vida desvencijada Sílabas que deshilacharon nuestros versos en cenizas ¡Abre tu signo, palabra! Muestra la esencia de tu significante A mis lamentos sin lágrimas Y a mis anhelos sin nombre Alma de caricias ávida hila en versos tu desvelo Sendas arenosas, caminadas, sendas almas entrelazadas. Renovadas las aguas, reverdecen los cuerpos POR JULIO YA, MANUEL VEGA, ANTONIO BALLESTEROS, ANA GAVILÁ, SERGIO GOZZI, ANABELLA GIMÉNEZ, MAYA MORENO Y CLEMEN CORBALÁN ------------------------------ HINTERLAND ------------------------------
  • 5. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 5 M e estoy atando los zapatos, con- tento, silbando, y de pronto la infelicidad.1 He decidido ser medianamente snob nada más despertarme. Bajar las escaleras ya ha sido un inicio considerablemente elogia- ble: dos de espaldas, una de frente. Frente al armario de mis falseda- des, escogí el abrigo más largo y más negro, que es mi único abri- go. Al abrigo de mi abrigo y del viento y de los transeúntes, evito toparme con la gente vestida a topos que tropiezan con mis tropos de trapecio. Pero estará ella, como siempre, en algún lu- gar, y cuando menos me lo espere, en mi desesperar. Un desesperar snob, a juego con mi elección de hoy. Allí está el banco, junto a una papelera llena de panfletos y pa- peles manchados de salsa dulce y de azúcar de tortitas de manzana.Me despacho a gusto mentalmente con las indumentarias que vis- lumbro en mi caminar hacia el banco de allí, 1 De Rayuela, de Julio Cortázar. donde la papelera. Retrocedo. ¿Será snob re- troceder? Compro en un supermercado algo para comer. Una lata de sardinas me viene bien para la memoria y mis propósitos pen- dencieros de snob principiante. Allí la veo. Ya va a venir. Porque es ella, como siempre es ella y todas las ellas que pasan por delante de los bancos don- de los snobs nos sentamos junto a papeleras llenas de recuerdos miserables de nuestros consumos diarios. Camina bien. Alta- nera, alta y negra como ella sola. Su cabello es el más ne- gro y el más largo de sus ca- bellos posibles. Así la encuentro, con su paso alto y negro de tacones ajustados y ajuaneteados. Abro la lata, como aquel que dice, por hacer algo. Observo a esa media docena de sardinas,descabezadas pero encolerizadas. El aceite que rebosa. ¡Oh, mujer! Voy a abalanzarme hacia tu falda es- tampada, para estamparme contigo. Porque no tiene sentido esperarte aquí, en el banco, cuando tú vienes como vienes, buscando tra- bajo en una multinacional para desempleadas NOVECENTO Ana M. Gavilá Valls Novecento
  • 6. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 6 altaneras y flacas. Cómo sufro cuando veo tu atuendo en semejante y grasiento abandono. Cómo desliza el aceite untuoso la mañana sobre tu falda y chorrea sin falta hasta la ace- ra de tus tacones puntiagudos. Cómo se abre tu boca en un orgasmo de estupefacción y agonía. Dispongo de tu rabia, dispongo de tu enojo. Me apropio de ellos sin consideración. Te paraliza el aceite de mi lata. Te invitaré a sardinas. No será una barbacoa. Sin barba y sin cola, en síncope benefactor de limpieza en seco. Vayamos a un lavabo. Arremangue- mos tu falda contra mi presteza y pongamos mi abrigo más largo y más negro sobre tus hombros más dóciles, por una vez. Siéntate, mujer, en mis pantalones limpios y paladea mis labios enguantados de pescado sabroso. Le ofrezco mis disculpas. Sardónica, prefiere mis sardinas. Se sienta a mi lado, se descalza en la calzada, y se quita las medias pegajosas color carne de cañón y de psiquiatra. Lacan la cansaba,tanto como las medias que,de he- cho, arroja a la papelera donde, deshechos, seguimos acumulando desechos. De los de- dos derechos de sus pies me confiesa que es torpe y no sabe pintar las uñas. Saca su es- malte rojo carmesí y su minúsculo muslo se enmienda a mis piernas de pana. Así, mien- tras Emilia Martín, aspirante a secretaria en una multinacional, come una sardina en conserva, yo me dedico a colorear, acarame- lado, sus uñas nacaradas. El olmo del alma y de la calma que nos da la sombra nos asom- bra y crece sin mesura. «Como Novecento» decimos, al mismo tiempo, por el personaje, el tal Olmo. Generosa ella, en cuerpo y en alma, me ofrece la mitad de una sardina. Yo tan solo mordisqueo la parte más sabrosa,allí donde su boca ha dejado restos de carmín, del labio de su hemisferio sur. Después del refrigerio,el tiempo se pone frío.Llueve,tal y como necesitamos en este momento, porque viene a cuento. Se inclina desgarradora y des- garbada hacia atrás. Queda su negra melena expuesta a la lluvia de los calendarios. Señala entonces su bolso y universo, del cual extrai- go pronto un frasquito de champú. Y aquí, aquí mismo, bajo el olmo, en el banco junto a la papelera, donde los snobs nos sentamos a comer pescado en conserva junto a Emilias altaneras, le enjabono el cabello por primera vez. S í, quizá el amor, pero la other- ness nos dura lo que dura una mujer, y además solamente en lo que toca a esa mujer.2 2 De Rayuela, de Julio Cortázar Se sienta a mi lado, se descalza en la calzada, y se quita las medias pegajo- sas color carne de cañón y de psiquia- tra. Lacan la cansaba, tanto como las medias que, de hecho, arroja a la pape- lera donde, deshechos, seguimos acu- mulando desechos. Novecento
  • 7. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 7 Los sueños, frágiles cual gasa helada, Se poblaron de besos polvorientos Se nutrieron de sonrisas gastadas Bebieron de ‘te quieros’ sin contento. Medraron con caricias disecadas, Sufrieron del olvido su tormento. Gritaron, insomnes, poemas al alba Y enfermaron de rutina y desaliento. Soñando renacer pintaron canas Esperando en vano su regreso a puerto Y murieron de adioses sin palabras Mecidos por las mareas del tiempo No hubo tumba, no, ni flores, ni memento Solo esperanzas varadas en sus cenizas al viento. ----- ANABELLA GIMÉNEZ ------------------------------ DE CÓMO MUEREN LOS SUEÑOS ------------------------------ De cómo mueren los sueños
  • 8. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 8 Quise ser la estrella de tu noche negra, Quise ser la línea azul de tu horizonte. Quise que sin miedo entraras en mis bosques, Quise con mis besos dibujar la senda. Quiero ser el faro que oriente tu vela Si un día, perdido, no encuentras tu puerto. Quiero ser refugio cuando azote el viento, Tu playa segura, la voz en la niebla. Quisiera ser aún de mi amor la ofrenda, Quisiera ser fuego que el altar consuma. Que nuestras dos almas fundidas en una Transciendan la muerte en esa llama eterna. Que si yo soy muro tú seas la hiedra. Que seas la llave que abra mi cancela. ANABELLA GIMÉNEZ Lejos siento mi montaña, La niebla, la frescura, La voz clara de la fuente, El helecho, la penumbra. Amarillos. Rojos. Ocres. Belleza efímera Pasión y muerte, Los árboles se desnudan. Y yo, vestida de luna, Ansío volver a verte, Pues varada en esta orilla Desvaría mi cordura. ANABELLA GIMÉNEZ ------------------------------ QUISE, QUIERO, QUISIERA... ------------------------------ ------------------------------ NOSTALGIA ------------------------------ Anabella Giménez
  • 9. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 9 D esde hace cuarenta años que transito cada día por cada uno de los adoquines que componen su calle. Conozco cada uno de ellos como si yo mis- mo los hubiera esculpido a mano, uno a uno, y los hubiera colocado uno junto al otro hasta llenar el último rin- cón. He visto cómo el paso de los años los ha ido desgastan- do, de igual manera que esos mismos años me han desgas- tado. Su brillo, su entereza, su rectitud se ha ido curvan- do como mi espalda. Llegué incluso a ponerles nombre. Fue como un juego, primero fueron las filas; la primera tenía quince adoqui- nes, la segunda dieciséis, la tercera catorce. No debía conocer muy bien la rectilínea el arquitecto que diseño la calle, o quizá su vida se estaba curvando igual que la mía ahora y la de los adoquines y esa falta de rectitud no era más que un anticipo, una premonición hacia lo que todos, incluidos los adoquines llegaremos tarde o temprano. Luisa, catorce, Carmela, dieciséis, Isabel, quince… Carme- la fue mi compañera de clase a los dieciséis años, aunque ella tenía un año menos. Siem- pre dudaba si buscarle una fila que corres- pondiera con su edad o con la mía. ¡Qué rectos andábamos entonces! Y qué recta era Carmela. Creo que era de ascendencia ale- mana, o al menos eso decían. Es la fila que conserva los adoquines más rectos. Las demás filas to- das tienen algún defecto, o no es recta del todo, o tiene un adoquín cortado al borde de la fila para encajar con la pa- red. Pero la Carmela es única, perfecta, todos sus adoquines en formación germánica, cua- drados en posición milimétrica unos con otros, formando auténticos ángulos rectos. Lástima que la gente no se percate de estas cosas, si no cualquier profe- sor de matemáticas podría haber encontrado en Carmela el ejemplo perfecto para su cla- se de álgebra. Cada día al pasar por encima de Carmela me detengo, observo toda la fila buscando cualquier signo de deformidad, un chicle pegado, un papel, una colilla…y en- Sergio Gozzi La calle de los adoquines Foto:SergioGozzi
  • 10. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 10 tonces con la punta del paraguas lo recojo y lo guardo hasta que llego a donde Mónica. Allí está la papelera. Carmela se merece es- tar siempre limpia. ¡Era tan recta! Mónica es una de mis primas. Era la más limpia y or- denada de todos los primos. De niños, cuan- do llegábamos a su casa todos los primos, lo primero de todo teníamos que quitarnos los zapatos. Tía Ángela no soportaba una hue- lla de zapato en el suelo y tío Luís no so- portaba el ruido de los niños corriendo. La prima Mónica era la encargada de poner los zapatos en fila, ordenados por tamaño, junto al armario que había en el recibidor. Mónica está en la fila diez de la calle. Aunque la casa donde jugábamos era muy grande, la fila diez está en una zona de la calle que se estrecha, ya que allí empieza el soportal que nos cu- bre de la lluvia que casi cada día nos empapa. Quizá por eso habían colocado allí la papele- ra, ¿quién sabe? Y por increíble que parezca, justo en el borde de la fila diez empiezan los comercios. Como no podía ser de otra ma- nera, allí habían puesto una zapatería. Cada día miro por el escaparate esperando ver a mi prima Mónica poner los zapatos en orden en las estanterías, o a mi tía asegurándose que los clientes no dejan un reguero de marcas en el suelo de la tienda.Pero allí solo trabaja Ra- quel. No se parece en nada a Mónica, ni a mi tía Ángela. Es como la fila veintisiete, llena de curvas, redondeada. Hay que tener cuida- do al pisar esa fila. Justo en el centro de la fila hay un adoquín más alto que los demás. Con el paso de los años se ha curvado más por sus lados. El derecho más que el izquierdo. Siempre ha sido una calle muy conservadora. Como la ciudad.Su gente siempre ha sido un poco traicionera y abombada como el ado- quín. Pobre Raquel, siempre ha sido muy de izquierdas, sindicalista, luchadora,…pobre… hemos coincidido en más de una manifesta- ción, aunque de lejos. Nunca he hablado con ella. No creo que repare en mí. Sólo la veo a través del cristal del escaparate. Sólo se pare- ce a la fila veintiséis en sus curvas. Es injusto que le haya tocado en suerte esa fila. Pero es que las demás todas estaban adjudicadas y hace ya años que cada vez que me aproximo a su fila y veo el susodicho adoquín, ahí, tan solo, tan abombado, no puedo evitar pensar en ella. De hecho desde entonces llevo tiem- po dándole vueltas al tema de las filas y los nombres. Realmente Raquel es el adoquín de la fila veintiséis, no su fila. El resto de los adoquines de la fila no tiene nada que ver con Raquel. Podrían ser más parecidos a Marta, o a Celia, por sus formas más estilizadas y su color más claro. Por eso me planteo po- ner nombre a cada adoquín en vez de a cada fila. Al fin y al cabo, únicamente Carmela es la que conserva todos sus adoquines iguales. Esto sería más justo para todos y todas. ¡Los conozco tan bien a cada uno de ellos…! Pero claro, se me plantea el problema del género, tan en auge últimamente. Porque las filas sí son femeninas, pero los adoquines… menos mal que acaban en e, así parecen más neutros. No son ni adoquinos ni adoquinas… son adoquines, como los as- turianos. Realmente deberíamos decir les adoquines, eso pondría fin a muchas dispu- tas. Bien pensado no está tan mal la idea, así puedo adjudicarle un adoquín a Carlos y a Andrés y a Pedro y a… La de años que he pensado en esto. Porque día tras día, cuando piso a Beatriz, no dejo de pensar en Rober- to, su marido. Y es que ese adoquín es más Roberto que Beatriz. Le falta el borde de una esquina. Se rompió una vez que hubo un accidente. Y todavía no lo han reparado. Y espero que no lo hagan nunca. Ando preo- cupado por las noticias que llegan del ayun- tamiento. Parece ser que cada vez hay más gente que se queja de los adoquines. ¡Qué sabrán ellos de adoquines! Que si se tropie- zan al andar, que si salpican, que si manchan, que si son antiguos, que si dan la sensación de viejo. ¡Y qué se creen que son ellos! ¿Unos Siempre ha sido una calle muy con- servadora. Como la ciudad. Su gente siempre ha sido un poco traicionera y abombada como el adoquín. La calle de los adoquines
  • 11. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 11 recién nacidos? Si se tropiezan es porque no andan como deben y no piensan en lo que tienen que pensar. Que los años nos distraen demasiado. ¿Qué pensarían si la ciudad deci- diera retirarlos a todos a un asilo? Porque se tropiezan al andar, porque dan la sensación de vieja a la ciudad… Ahora dicen que quieren asfaltar la calle. ¡Qué horror! La única calle adoquinada de la ciudad.El nieto de Doña Fulgencia,Pabli- to, es como es porque el tercer adoquín de la fila once, empezando por la derecha tiene un color más rojizo que los demás.Y por eso Pa- blito es pelirrojo. Es que no podía ser de otra manera. Don Ramón es tan delgado como el adoquín que está justo a la salida de su portal. De tanto que lo han pisado, lo han desgas- tado hasta casi hacerlo desaparecer. Y eso es lo que pretenden con cada uno de nosotros, hacernos desaparecer, modernizándonos. Convertirnos en asfalto, plano y liso. Todo uniforme, de un mismo color. Raza única. Para no salpicar y que absorba bien todo lo que nos echen. Hoy he entrado en la calle decidido a despe- dirme de cada uno de mis adoquines. Me he hecho el firme propósito de no volver a pisar la calle el día que la asfalten. No soportaría la visión de Carmela aplastada junto a Ro- berto. ¿Es que no se dan cuenta de lo celosa que puede llegar a ser Beatriz? Por lo menos Raquel perderá esas curvas que siempre han hecho tropezar a la gente y a Don Pablo se- guro que le viene bien engordar un poco más. Aunque tanta mezcla me confunde y a mi edad, uno ya no está para tanto cambio. M e han hablado de un paseo a las afueras de la ciudad. Lo hacen aquellos a los que no he po- dido poner su nombre a un adoquín. Será porque no me conocen lo suficien- te para saber que desde hace cuarenta años transito cada día por cada uno de los adoquines que componen la calle que quieren asfaltar. La calle de los adoquines Foto:SergioGozzi
  • 12. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 12 Junto a la Laguna de los DESTELLOS DORADOS,aquella en cuyas profundi- dades entonaban hermosos cánticos y tocaban el arpa siete sirenas malditas, embellecía Zinnia cada mañana su rincón de los pensamientos con una sábana de seda de Las Indias enmarcada con orquídeas y velas con aroma de azahar. Solía tumbar- se en ella boca abajo, cruzando las piernas y elevando sus pequeños pies en el aire, donde se dejaba llevar por la poesía renacentista y metafísica, la magia de las obras artúricas y los complicados amoríos de la novela vic- toriana de principios de siglo. De vez en cuando, su mirada se perdía en la hondura de las frías aguas azuladas de la laguna, en las que descansaban las monedas de co- bre que ella lanzaba con los ojos cerrados a cambio de que las sirenas la correspondieran con sueños sin nombre. Sin embargo, todo lo que le devolvían eran dulces melodías y libros repletos de versos para que no las abandonara, pues hubieron concluido que el carácter jovial y la fortaleza emocional de la joven eran suficiente para contrarrestar los efectos ciclónicos de sus pasiones candentes y su romanticismo incurable. Y allí, durante años, retornaba Zinnia cada mañana, llevando a cabo el mismo ritual y transformándose gradualmente en una sire- na de largos y brillantes cabellos del COLOR DEL SOL y de sentimientos nobles y turbu- lentos, hasta que llegó el momento en que la intensidad de sus palpitaciones provocó el estallido de su órgano vital y esparció los pedazos, aún dolientes, sobre la inhóspita superficie vegetal que rodeaba la laguna. Cuenta la leyenda que el fondo de la La- guna de los DESTELLOS DORADOS lo habi- tan ocho sirenas malditas que atrapan con su música celestial a los visitantes que viven de quimeras, y que una de ellas, de largos y brillantes cabellos del color del sol, aban- dona su morada por las noches para recoger las rosas sanguinolentas que renacen cada mañana alrededor de la laguna y tumbarse junto a ellas, cantando al amor, sobre una sábana de seda bajo un manto de estrellas. Judith Pastor Montesinos Foto:JuskteezVu La leyenda de Zinnia
  • 13. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 13El fumador pasivo Su mujer le compraba el tabaco en el estanco de Alfredo, donde se le trataba como el cliente especial que era, reservando las mejores hebras parasumezcla.Anita,lachicaqueloatendía personalmente desde hacía años, calibraba las proporciones como si recrease cada vez un perfume único, que luego le entregaba en una bolsita de plástico, herméticamente cerrada. Ya en casa su hija, de finos dedos de lluvia y alma de artista, los liaba y cortaba bajo la mirada orgullosa de su padre. Más tarde, en la puerta de la escalera, su hijo mediano le encendía el pitillo, que ardía borde adentro como un cráter de lava, tintando con su fogonazo carmesí el contorno apenas adolescente de su rostro. En el segundo piso, el hombre le cedía el cigarro a su vecino Tomás, que lo fumaba en el recibidor con ademanes exagerados de galán de telenovela, mientras aprovechaba para discutir con él sobre las interminables obras del patio y sobre ese partido que, esta jornada sí, daban por ganado. Una vez en la calle, el hombre ofrecía el resto del cigarro a César, el mendigo de Mercadona que, de cuclillas junto a su perro, aspiraba las últimas bocanadas con la devoción del pagano ante un ritual que intuye, sin entenderlo, atávico y sagrado. La señora Encarna, de la mercería de la esquina, cruzaba entonces la acera a la carrera, con saltitos minuciosamente orientales, y aplastaba la colilla con tres piruetas contundentes de su diminuta planta 33. Como cada tarde el hombre se mantenía a unos pasos de la escena, contemplando con curiosidad las volutas que emanaban de la colilla, fugaces estertores que se enroscaban en el cuello de la tarde, cerrándola para que no se desventara el invierno o, quién sabe, la vida. Luego permanecía unos segundos en silencio,presintiendo la noche que empezaba a montar allá arriba la carpa de estrellas, con el éxtasis de quien sabe disfrutar de los efímeros, provisionales, ajenos placeres de la existencia. Rafael García Marco el fumador pasivo Foto:MateoÁvilaChinchilla Dibujo:RafaelGarcía
  • 14. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 14 Auténtica D e todo lo que me hubiera gustado ser en la vida, lo que nunca conseguí fue ser auténtica. Me parezco a algo o a alguien. Esta ropa no es mía, pero me queda bien. Repito lo que aprendí de otras. Ni siquiera mi forma de hablar es genuina. Me río de formas diversas y robadas. Y nunca pido permiso. Tomo lo que se me antoja intentando vestir esta nada. Soy una mujer fuerte con armadura de papel. Y por mucho que pelee, ninguna de las armas que conseguí para la lucha es mía. Ni mis argumentos ni mis palabras. Pretendo hacer ver que aprendí de mis errores, pero aún lloro por las noches si me siento sola. Y no lloro para mí; lo hago para que me escuchen. Nada se queda dentro porque dentro de mí no hay nada. Creo que hablo demasiado. Si me callo, el silencio me recuerda nuevas palabras. El silencio me deja escuchar las voces de la gente y no las reconozco. No me interesa lo que dicen porque sus voces son ásperas. Aún sigo buscando a esa persona, y juego a disfrazar a cada uno con el traje que me interesa. Nunca tuve muñecas. Tengo que seguir escribiendo para olvidar las cosas. A veces pienso que la tinta convierte en mentira cada uno de mis recuerdos. Y los recuerdos son, en realidad, tan poca cosa… Trazos y puntos encima de una línea, tan solo eso. Y a cierre de página, aburrida y pretenciosa, siempre la misma palabra: fin. Mi vida está a la vera de un río, mirando la corriente. Voces de niña me acompañan… Cristina Cobo autentica Foto:DavidMarcu
  • 15. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 15 E n breve llegará un nuevo 7 de noviembre. Aceptará y seguirán pasando los días, las semanas, los meses… hasta el siguiente, y el siguiente, ¿y el siguiente…? No sabrá nunca cuál de ellos será el último para él, si llegará de forma natural, o a causa de algún virus maldito, o debido al despertar ¿inesperado? de un gen desconocido, cruel y traidor. Los recuerdos nunca serán recuerdos, aun- que borraran esa fecha del calendario. Serán contraseñas de la vida que aún permanece. Se convertirán en humo que, lenta y desapa- sionadamente se irá elevando, fragmentándo- se en el aire, desha- ciendo nudos y… ¿desapareciendo? …Desapareciendo. No lo creerá jamás. Sabe que nunca será así. Y conti- nuará respirando muy profundo, sabiéndose parte todavía de este óleo impresionista de trazo grueso,impreciso,a veces ilegible,pero cierto y rotundo como el mismo suelo que pisa. Cada 7 de noviembre llegará desposeído de un color diferente, como si el cuadro inevi- tablemente se fuera difuminando, hasta con- vertirse en un nuevo lienzo preparado para otra vida, virgen. Cuando llegue su 7 de noviembre se lo expli- cará todo. Le pedirá perdón por los errores que pudo llegar a cometer. Le mirará a los ojos, despojados ya del turbio velo del mie- do y escuchará la voz de su voz, silenciada por tanto tiempo. Dejará libre su discurso y atenderá, ahora sí, carambolas de la no vida, con justo interés y contenido entusiasmo, las historias que jamás le emocionaron. Sus viajes de trabajo por los países del este, las tediosas y minucio- sísimas explicaciones sobre los componentes de un disco duro, los resultados de la liga de fútbol… Leerá sus de- Manuel Vega Foto:JeremyThomas 7 DE NOVIEMBRE Foto: Olga Leticia 7 de noviembre
  • 16. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 16 dos, de nuevo ágiles y exactos, y le agradecerá aquél “gracias” escrito en un papel cualquie- ra con tantísimo esfuerzo y que hizo que su garganta, conmocionada, se llenara de espar- to súbitamente. Le recordará que aquél “me siento preso”, apenas legible, que escribió en aquella infantil y rudimentaria “pizarra mági- ca”, quedó grabada para siempre en su frente, como una arruga más. Le gustaría que fuera así. Poder comprobar que “es lo mejor, ya ha dejado de sufrir, ya está en paz”, sentencias absurdas e incoherentes, injustas e ilógicas, pueden de verdad dotarle de ese anticipado consuelo. No lo sabrá hasta su 7 de noviembre. Mien- tras tanto le dejará, un día cualquiera, de una semana cualquiera, de un mes cualquiera, una flor blanca junto a su fotografía. Le hablará de silencio a silencio. Y le dirá que no es un recuerdo. Cuando llegue su 7 de noviembre se lo explicará todo. Le pedirá perdón por los errores que pudo llegar a cometer. Le mirará a los ojos, despojados ya del turbio velo del miedo y escuchará la voz de su voz, silenciada por tanto tiempo. Foto:JeremyThomas
  • 17. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 17 «How sad and bad and mad it was - but then, how it was sweet». – Robert Browning ¿Para ti qué es la nostalgia? El tema nostálgico es muy personal, cada persona tiene su propio concepto de lo que representa la nostalgia para ellos. Para mu- chos puede ser la ausencia de un lugar y una persona, o un olor, una fotografía, el sonido del tren o pisar tablas de madera vieja. Los significados que le da la RAE son: «1. f. Pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos. Y 2. f. Tristeza melan- cólica originada por el recuerdo de una dicha perdida». Indudablemente son estas sensa- ciones y muchas más, ya que sentir nostal- gia no tiene que ser triste, también, desde mi punto de vista, puede ser dulce, ya que el po- der recordar alguna dicha quiere decir que la tuvimos alguna vez y de ahí que nos devuelve un poco de ella indirectamente. Hay muchas representaciones de nostalgia en la poesía, porque la poesía toca o alimenta todos nuestros sentidos; por eso he encon- trado sumamente difícil encontrar un solo poema y autor para representar este tema. Quién no recuerda las golondrinas de Béc- quer, en «Volverán las oscuras golondrinas», o la «Canción de Otoño en Primavera» de Rubén Darío con sus memorables versos que evocan una gran pérdida: la de la juven- tud: Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... Por eso he querido traer al programa a un gran escritor, Jorge Luis Borges y algunos de sus poemas como ejemplo de cómo la nos- talgia se puede reproducir de maneras dife- rentes según la mirada de cada autor y lector. Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899-Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX.Publicó ensayos breves,cuentos y poemas. Como dice la página del instituto Cervantes: María Castro Domínguez NOSTALGIA Nostalgia
  • 18. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 18 «Borges utiliza un singular estilo litera- rio, basado en la interpretación de concep- tos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. La simbología que utiliza remite a los autores que más le influencian -William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad-, además de la Bi- blia, la Cábala judía, las primigenias literatu- ras europeas, la literatura clásica y la filosofía. Publicó libros de poesía como El otro, el mis- mo, Elogio de la sombra, El oro de los tigres, La rosa profunda, La moneda de hierro y cultivó la prosa en títulos como El informe de Brodie y El libro de arena». 1.-Nostalgia del pasado Como dice la RAE la nostalgia es, en esen- cia, una sensación originada por un recuerdo del pasado. Por eso considero que su poema La Lluvia ejemplifica esta nostalgia del pasa- do, ya que transmite no solo la pena por algo que se ha ido, sino además dulzura, porque el recuerdo lo recupera. La Lluvia Bruscamente la tarde se ha aclarado porque ya cae la lluvia minuciosa. Cae o cayó. La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado. Quien la oye caer ha recobrado el tiempo en que la suerte venturosa le reveló una flor llamada rosa y el curioso color del colorado. Esta lluvia que ciega los cristales alegrará en perdidos arrabales las negras uvas de una parra en cierto patio que ya no existe. La mojada tarde me trae la voz, la voz deseada, de mi padre que vuelve y que no ha muerto. La lluvia «Cae o cayó». La lluvia no solo existe en la actualidad, en el presente, «cae»; sino a la vez, simultáneamente, en el pasado: «cayó»; ya que la lluvia al caer se convierte en un acto del pasado que nos arrastra a otro lugar distinto, a un patio que ya no existe. Este poema también representa la nostalgia desde dos puntos de vista opuestos: la angus- tia de haber perdido a su padre y a la vez la sensación feliz de recobrar su vida. La vida que seguirá presente en el lenguaje en su re- cuerdo: La mojada tarde me trae la voz, la voz deseada de mi padre. 2.- Si la nostalgia es por definición, un recuerdo del pasado, ¿puede existir una nos- talgia del presente? Parece imposible pero «Nostalgia del presente» es,precisa y paradó- jicamente, el título de otro poema de Borges Nostalgia del presente En aquel preciso momento el hombre se dijo: Qué no daría yo por la dicha de estar a tu lado en Islandia bajo el gran día inmóvil y de compartir el ahora como se comparte la música o el sabor de la fruta. En aquel preciso momento el hombre estaba junto a ella en Islandia. Aquí la nostalgia no es del pasado sino del ahora, del presente. El poeta ama tanto ese momento del presente que quiere eternizar- lo, que no pase nunca, que se convierta en un recuerdo permanente-como la nostalgia-In- cluso me atrevería a decir del futuro. Creo
  • 19. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 19 que Borges nos incita a preguntar la pregun- ta que muchas científicos se han hecho desde siempre ¿Existe el tiempo? ¿Es una ilusión el tiempo? La nostalgia y la añoranza de un tiempo, so- bre todo en el pasado, están tan íntimamen- te ligados, como el tiempo y los cambios. Sin cambio no hay indicador del paso del tiempo. En los dos versos repetidos «en aquel preci- so momento», el tiempo queda atrapado en un instante: bajo el gran día inmóvil. Es este verso repetido «en aquel preciso momento» que produce un efecto sorpresa. El hecho de que el hombre añora el momento actual que vive en el presente. En el mundo mágico de Borges el lector puede sentir melancolía del presente a la vez que vive ese momento. Cazar un tiempo per- fecto y quedarse allí para siempre 3.- Nostalgia del futuro La posible no existencia del tiempo me trae a la memoria un tercer poema de Borges sobre la angustia de saber que moriremos, sobre la inmortalidad, un poema que podríamos en- tender como nostalgia del futuro o nostalgia de la inmortalidad. Las Cosas El bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura, las tardías notas que no leerán los pocos días que me quedan, los naipes y el tablero, un libro y en sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada, el rojo espejo occidental en que arde una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas, láminas, umbrales, atlas, copas, clavos, nos sirven como tácitos esclavos, ciegas y extrañamente sigilosas! Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido. El mismo Borges nos dice en Borges oral al reflexionar sobre la inmortalidad- que «cada vez que repetimos un verso de Dante o Sha- kespeare somos,de algún modo aquel instante en que Shakespeare o Dante crearon ese verso. Y añade que «la inmortalidad está en la me- moria de los otros y en la obra que dejamos.» Somos los amos, los primeros supuestamen- te en la cadena de los seres,y las cosas,los pe- queños utensilios personales que nos rodean, esclavos,ciegos y silenciosos,son los últimos; pero, sin embargo, son ellos los que perdura- rán, «más allá de nuestro olvido», y nos de- vuelven una mirada, tal vez preventiva, hacia el final de nuestras vidas. Es un poema que produce, a mi parecer, un estado nostálgico pero con un toque particularmente borgiano. La nostalgia en Las Cosas es metafísica, de angustia existencial por lo finito de todas las vidas humanas. Al leer este poema no puedo dejar de pen- sar en el soneto quebrado de Rubén Darío, Lo Fatal, que es un lamento a la angustia de estar vivo «No hay dolor más grande que el dolor de ser vivo» —porque los seres vi- vos son conscientes de que su destino es la muerte. Pero Borges va más allá, ya que con- sigue que experimentemos no solo la pena de nuestra mortalidad, sino también la pena de que, a pesar de que las pequeñas cosas, compañeras de nuestras vidas, nos sobrevivan, ellas no tienen memoria, no son conscientes ni de nuestra inmortalidad ni de la suya. Borges propone como tónico a la angustia vital este tónico nos- tálgico atemporal que perdura más allá de las cosas, en el lenguaje, la obra y la memoria de los otros. Memoria que no comparten las cosas. Evidencia de esto se re- fleja en los últimos ver- sos que yo diría son casi imposibles de olvidar.Y que contrariamente a su
  • 20. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 20 sentido, vivirán en todos los que los repiten eternamente. Un recuerdo de que existieron vidas que uti- lizaron un bastón, unas llaves y un tablero; son fotografías que nos recuerdan, aunque las cosas: «no sabrán nunca que nos hemos ido». En el mundo de Borges la nostalgia puede ser triste como una despedida por la inminente ausencia y, a la vez, utilizando una de sus propias palabras —«extrañamente»— que incluye en este poema, «extrañamente» reconfortante ya que las cosas al señalar esa ausencia señalan una presencia. Finalmente quiero incluir un poema mío, de María Castro Domínguez, publicado en el libro escrito con Jacobo Valcárcel A Cuatro Manos. La Presencia de ausencia En una puerta a medio abrir una cama sin hacer un televisor encendido la radio apagada un recorte de periódico abandonado. El silencio de los sonidos. El parloteo de los sentidos. Las migas de polvo debajo de una mesa la huella de un dedo el dibujo que hacen las cortinas, bailando solas al son del sol. La soledad llena de presencia, por la ausencia. n LINKS: Borges por él mismo - «La lluvia» https://www.youtube.com/watch?v=U-S1Ozr7hQI Rubén Darío - «Lo Fatal» http://www.rjgeib.com/thoughts/fatal/fatal.html A Cuatro Manos https://books.google.es/books?isbn=8483822016
  • 21. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 21 «Benserade se había ruborizado hasta el malva y Olga se preguntaba hasta dónde había metido la pata. Una teja y un cigarro, elegidos entre las pastas secas, seguidos de un sorbo de café, calmaron al viejo lingüista».1 A Olga le gustaba aquel hombre, aunque fuera casi tan viejo como su abuelo; aunque todos sus alumnos dijeran de él que era poco menos que un sádico. O quizás le gustaba sobre todo por esto último. Lo veía entrar cada día a la cafetería tan alto, con su me- dia sonrisa cínica, su horrible abrigo gris y tan fibroso que casi podía oír restallar cada 1 De Los Samurais, de Julia Kristeva. músculo de su cuerpo al andar. Sí, quizás por eso le gustaba, por- que no era blandito como los otros; porque sabía que a pe- sar de su avanzada edad su determinación se asomaría a su mirada para abofetearla cada vez que la mirase. Ella entonces podría manejar- le, ella sabía qué hacer con la fuerza de hombres así. Ella podía coger esa fuerza y apropiársela. Fue poco a poco con él.Sabía que no admitía a ninguna mujer en su vida. Nunca se había casado, ni se le conocían novias, ni amigas. Impensable ningún lío con una alumna. Una prostituta le había asegurado que ninguna compañera le había hecho ningún servicio. Sin embargo ella había visto un breve, bre- vísimo destello cuando le recogió un día un libro que cayó de su abrigo. Salió ella por la boca y los ojos, la que solo vivía en su inte- rior, al reconocer el título y le recitó de me- Ana Martínez García PODRÍA DECIR QUE YO TAMBIÉN SOY BENSERADE Podría decir que yo también soy Benserade
  • 22. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 22 moria uno de sus fragmentos más conocidos. Entonces lo vio, el destello, brevísimo, pero suficiente para que ella se lo llevara apuntado junto al café sin azúcar que había pedido. Siempre venía solo a la cafetería. Pedía un café y leía. Si coincidía con algunos de sus alumnos, estos en el acto se marchaban, aun- que acabaran de llegar. Y él pronunciaba un poco más su media sonrisa de desprecio. Ella, una camarera, sabía lo que no sabían sus alumnos, que él bajo la fuerza escondía un resquicio para colarse. Llevaba mu- cho tiempo observándole. Cada noche mientras recogía realizaba un análisis mental de cada uno de sus deslices. Después cerraba y con todas las luces apagadas, mientras escuchaba la can- ción, What's a woman2 , se masturba- ba apoyada en el caliente lavaplatos que acababa de utilizar, repasando cada uno de esos deslices. Tras aquel breve destello comenzó a actuar. Una tarde le dejó junto al café que había pedido uno de sus diarios y en su portada había escrito: com- pró libros eróticos y los leían jun- tos3 . Temió que ni lo mirase y que al irse lo dejara atrás humillado bajo todo su desprecio. Bebió su café, leyó y se levantó al cabo de un tiempo para marcharse. Y como si una náusea le hubiera hecho incli- narse a un lado, se apoyó en la mesa posando su mano sobre el diario y se marchó tras meterlo en su bolsillo. Algunas noches después, llovía, con esa lluvia fina y constante, silenciosa. Solo se escuchaba el ruido de los coches que deja- ban su eco lejano como un lamento pegado a los cristales.La cafetería estaba vacía.Olga se escondía en la pequeña cocina ahogada por la soledad que se yergue las noches de 2 La Canción What's a woman, pertenece a la banda de jazz, Vaya con Dios. 3 La cita pertenece al libro Delta de Venus de Anaïs Nin. lluvia cuando no tienes a nadie a quien amar u odiar. Él no había vuelto desde que se lle- vó el diario. Por primera vez su determi- nación flaqueaba. Cerró pronto y se fue casi sin pensarlo hacia su casa. Se quedó mirándole sin saber qué de- cir. Empapada ante él una tonta cama- rera aficionada a la lectura y a escri- bir diarios como si se creyese Anaïs Nin. Sin hablar él tampoco, le hizo un gesto para que pasara. La habitación estaba caldeada por una antigua estufa. Desde su asiento, Olga miró a su alrededor. Como ima- ginaba, había libros por todos lados. Sonrió para sus adentros cuando en una de las estanterías vio al gatito que ella misma le había dejado una noche ante su puerta.Vio su diario en una mesita junto al sillón que él ocupaba. «Tenía que hablar, de- cir algo, lo que fuera», pensó Olga. Si no sería para él solo lo que había en el diario. Fue en ese momento cuando lo vio ruborizarse y no sa- bía si había llegado a decir algo de tan alterada como estaba. O tal vez había sido al verla mirar el diario. Vio por la ventana que había dejado de llover y pensó que la invitaría a marcharse. Pero entonces obligó a su mente a tranquilizarse, ¡él se había ru- borizado! Su rostro macilento cubierto de rubor. Lo miró. Turbado bebía café y ella sintió su odio y su asentimiento. «No soy más que un viejo», casi escupió. «Tu fuerza», le dijo ella, «la necesito para soportar los ojos Bebió su café, leyó y se levantó al cabo de un tiempo para marcharse. Y como si una náusea le hubiera hecho incli- narse a un lado, se apoyó en la mesa posando su mano sobre el diario y se marchó tras meterlo en su bolsillo.
  • 23. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 23 tristes los días de lluvia; los ojos tristes que nunca más serán y sin embargo siempre es- tarán tristes por mi causa». Se levantó él con brusquedad, tirando el café, la cogió por los brazos y con su mirada…, acarició el dolor de Olga. Mientras, el gatito entrechocaba su cabeza en las piernas de uno y otro alternativamente. Texto e ilustración: Ana Martínez García –La Minomalice-.
  • 24. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 24 SALVACIÓN 4 – «MIRADME» Miradme, si es que podéis verme, y si me veis, qué es lo que contempláis, la persona o el alma, la sonrisa o una vida de tristeza, el forzado anuncio de felicidad, o carne olvidada en el frigorífico, decompuesta y cubierta de moho. Quizá vosotros podréis verme, pero… ¿podré verme yo? Distorsionado y tembloroso reflejo, enferma razón sin rostro, sonrisa en inercia. El animal vence al humano, el instinto a la razón, sin huella de hombre ilustrado. Promulgo sin atisbo de vergüenza mi obscena hipocresía, y mis días se arrojan al abismo del pasado. JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ Ha llovido. He visto incediarse un charco en medio del alba. Adiós—dijiste—con una sonrisa, sin esfuerzo, natural, envuelta en la luz que ardía en la ventana. Y ya no hubo resquicio, risa, palabra, incertidumbre, noche, orilla, pérdida, horizonte, silencio, roce que compartir. Quedó un río desbocado y una montaña resquebrajándose en medio del salón. ¡Qué triste ver irse un océano! Llueve. Hay un desierto palpitando en el pasillo. ALFONSO CALVO Poemas, José Antonio Martínez • Alfonso Calvo
  • 25. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 25 ¿Podré arrancarme lentejas vibrantes de la piel y aún mirarte a los ojos? ¿Será mi lengua en tu tierra el llanto de las larvas? ¿Tendrá mi espalda agujeros fríos que te quieren? ¿Habré de meditar para ser rostro de barro y mi cuerpo ramas? ANTONIO SÁNCHEZ — — — — — — — Reflejos de tu lengua y dardos de tu piel En mi pecho tengo escritas las reglas de tu idioma y la memoria del ayer Te quise como niña siendo tú ya una mujer ¿Porqué me haces edificio si soy barco naufragado? Al aire sin vela, remo o timonel Si un día soy Dios y tú me crees ¿Porqué no brillan tus ojos con ilusión y fe? ANTONIO SÁNCHEZ — — — — — — — Tú que eres demasiado sólido sonido Te cambias por el símbolo sin tacto En la humana vida sin fisuras Cuando esperas sin hacerte Das sin costosa cobardía Grupo sin ausencias A distancia sin miradas Para sin aire: tiempo presente Sin miedo: reunión cambiando Sin piel: reflejo ANTONIO SÁNCHEZ — — — — — — — En la frontera De la mano temblorosa Del hilo torturado al no color del ahogado Vuelto de espaldas a un mundo mudo nunca suyo Quiere sobre el pie entrar la última, viva Piedra rota y pierna cruda Con vergüenza Sin grito ANTONIO SÁNCHEZ Poemas, Antonio Sánchez
  • 26. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 26 NUMERAL ESTACIONAL Primero Te beso en ocre y amarillo Segundo Te desnudo al aire el rostro Tercero Te bailo el aura y te inspiro Cuarto Te vuelo y te desacoro Quinto Te anaranjo vivo el sentido Y cuando llegue al blanco lobo te allanaré el amor de abrigo. MANUEL VEGA HAIKU 467 Noches de mar las caracolas sueñan entre las olas. GABRIELLA MARIANI MARINI Foto:GabriellaMarianiMarini Poemas, Gabriella Mariani Marini • Manuel Vega
  • 27. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 27 E n aquellos días solía saltarme las clases de Derecho Interna- cional y me iba a las librerías del centro. Bajaba por la calle Chaca- rita inspirando el incierto aroma de las pescaderías y doblaba a la derecha en General White. La librería de los hermanos Klein recordaba la torre de Babel. Era un lugar desorganiza- do,polvoriento,atestado de toda clase de do- cumentos: libros, revistas, folletines, enciclo- pedias amontonadas que, olvidadas durante años, dormían hasta que alguien abría un tomo, leía una entrada y sellaba las tapas. No volvería a abrirse, quizá en una década. Saboreaba el momento, porque no tenía muchos instantes de placer en el día. Me sentaba, sacaba un pitillo y lo encendía con parsimonia, con las piernas cruzadas, observando el ir y venir de los clientes. Intentaba adivinar su rama de estudios según los libros que portaban. A veces po- día ver los títulos. La mayoría de los clientes eran muchachos jóve- nes que no podían permitirse comprar libros nuevos y acudían en busca de conocimiento. Había también eruditos que rebuscaban du- rante horas para encontrar pequeñas joyas. Yo no era de ninguno de los dos tipos. Era lo suficientemente pobre para buscar ejem- plares baratos, pero había tenido la suerte de recibir los libros de segundo curso heredados de una novia con la que ya no salía, así que mi visita a la librería era totalmente ociosa. Una vez terminado el ritual del cigarrillo, lo apagaba con cuidado y entraba en el local. El olor indefectible a papel ajado, polvo y un fondo de humedad era apenas disimulado por el ambientador floral que utilizaban. Un muchacho escuálido de lentes redondos me miraba anhelante.Nunca entendí aquella expresión,ya que yo era un pésimo cliente. Incluso les había robado un libro sobre Magallanes y una edición bilingüe de Crimen y Castigo (Español-Ruso). Pero era un cliente cordial,a mi manera, y creo que a ellos no les importaba que les robaran de vez en cuando, siempre y cuando el ladrón fuera a leer los libros. Claudio Valdivia Foto:AndyBeales OTAMENDI Otamendi
  • 28. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 28 Deambulaba por las revistas de Historia, sa- caba algún volumen sobre Rasputín, o sobre Maquiavelo (en aquellos días estaba obsesio- nado con Maquiavelo), y luego iba a la zona de narrativa. Comenzaba en varias estante- rías cerca de las escaleras e iba subiendo, sin orden, durante varios tramos, hasta llegar a dos amplias habitaciones atestadas. En una ocasión vi algo al fondo de la tienda, un objeto brillante que no era un libro. Me aproximé y pude ver que se trataba del mar- co de un cuadro. El anciano propietario vio cómo me acercaba y farfulló una queja in- comprensible. Apenas pude entender “Nicht berühren!”,y desapareció entre varias colum- nas opacas. Seguí mi investigación y le di la vuelta al pe- sado objeto. Aquel cuadro me producía cu- riosidad. Pronto me di cuenta de que no se trataba de un cuadro; era un espejo con un aparatoso marco rococó floreado. Estaba cu- bierto de polvo así que saqué mi pañuelo y lo froté hasta que pude ver mi rostro macilento y sin afeitar frente a mí. La sorpresa no vino de inmediato, sino en ráfagas, como el soplo de un viento incons- tante. Inicialmente achaqué la confusión a la gruesa capa de polvo que aún cubría gran parte de la superficie del espejo. Pero pronto fue evidente que alguien al otro lado del es- pejo limpiaba el área del mismo. Ese alguien lo hacía de un modo ligeramente diferente a mí: un poco más despacio y, evidentemente, ese alguien no era yo, aunque su imagen sí era la mía. De inmediato pensé en una bro- ma, luego decidí llevarme el espejo. Me puse de pie y reculé,sin entender las implicaciones del hallazgo. Hablé en voz baja a mi reflejo: — ¿Quién eres? —le dije. — Me llamo Roberto Fernández de Ota- mendi —contestó el miserable con mi nombre. — Mentira —repuse— ese soy yo. — Ésa, con todos mis respetos —respondió en un susurro mi copia— es su opinión. Fuera como fuese no podía perder la oportu- nidad de hablar con aquella polvorienta e in- sultante copia de mí mismo, así que envolví el espejo en mi chaqueta lo mejor que pude y salí apresuradamente de la librería. Pude oír en el interior del espejo cómo él buscaba en un armario y luego un rumor remoto de agua corriente. Apresuré el paso y comencé a transpirar. Era un día fresco pero sudaba a chorros. Mi incomodidad se acentuaba con- forme me acercaba al cuartucho que com- partía con otro estudiante de Derecho aquel año. Subí las escaleras sin contestar a la patrona. Algo me decía que no le iba a gustar el es- pejo, y de inmediato querría hacer comenta- rios; así que preferí evitar el diálogo. Cerré las ventanas, corrí las cortinas y encendí una pequeña lámpara que usábamos para leer por la noche. Me senté en el suelo y observé que, al otro lado, las cosas marchaban muy diferente. Me daba la sensación de que él se había liberado del imperativo de ser mi refle- jo. Estaba en una habitación similar a la mía, pero más limpia. Se había afeitado y se había acomodado en un butacón rojo desde el que me observaba. — ¿De dónde has salido,cabrón? —le dije en tono amargo. — Lamento informarle —me dijo con voz pausada— que el mundo en el que vive no es real. — ¡Eres insolente, pedazo de mierda! —le contesté—. No entendía por qué me irritaba tanto, pero me exasperaba mucho, y más me intranquili- Me daba la sensación de que él se había liberado del imperativo de ser mi refle- jo. Estaba en una habitación similar a la mía, pero más limpia. Se había afeita- do y se había acomodado en un butacón rojo desde el que me observaba.
  • 29. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 29 zaba su calma, su cara afeitada, su camisa bien planchada y su cuarto pulcro. — Escucha, quiero saber qué haces ahí. ¿Por qué te mueves a tu manera? ¿No te das cuenta de que eres mi reflejo? — Es difícil de comprender— me dijo—.Pero el reflejo es usted. Yo soy real. Aquella frase me heló la sangre. ¿Era posible que yo no fuera real? Siempre me había pre- guntado si mi vida tenía algún significado y pensaba que las cosas se desarrollaban como en un sueño, pero ¿y todo lo que había sentido hasta entonces; las experiencias que había te- nido, de dónde salían? — ¿Entonces? —inquirí— Todo lo que he vi- vido ¿es mentira? — No lo es: sólo es un reflejo de un sueño.Son cosas que pienso a veces y se convierten en sueños. Pero cada cosa que siente y piensa es real mientras lo esté pensando o sintiendo. Lo mejor que puede hacer es descansar un poco. Di un respingo al escuchar aquella explicación tan lógica. Eso explicaría tantas cosas absurdas que me habían ocurrido en la vida. La infancia insatisfecha, la facul- tad de Derecho a la que no quería entrar, mis amores apresados, torpes…, tantas cosas que me parecían un simulacro de existen- cia. Podía tener razón. Entonces yo era sólo un sueño, un reflejo, una ensoñación fugaz. Incluso mi enfado y su calma obraban en su favor. Así que me metí en la ducha me aseé y me acosté a dormir, porque no era fácil asimi- lar que uno no era más que una simulación sin afeitar de un joven bien educado. Me sentí (literalmente) transportado en mis sueños. Fue un sueño pesado, en el que creí ser arrastrado e introducido en una habita- ción, y colocado con cuidado sobre una cama. Escuché un ruido como el de la apertura de una botella de champagne, un ¡pop! seco y un silencio profundo. Abrí los ojos. Me costaba respirar. Desatranqué la ventana y pude ver un tono uniforme y beige en vez de la habitual calle Marsella. Me di cuenta de que el mun- do en el que estaba no era aquel al que estaba acostumbrado.Entreabrí la puerta y ante mí se mostró la total negrura impalpable.Estaba flo- tando en medio de una habitación, en medio de la nada. Y mi única referencia era el espejo. Me apresuré a mirarlo, y allí estaba mi copia. El muy hijo de puta… ¡Era él! Se había toma- do la libertad de ordenar mi cuarto y liarse uno de mis cigarros. No sabía que estaba prohibi- do fumar en las habitaciones. Lo llamé, pero pareció no escucharme. Finalmente se volvió hacia mí y me dijo, en una voz que parecía ve- nir de lejos: — Acéptalo, Robertito.Te cagué. Y comenzó a reírse como si hubiera soltado una broma ingeniosísima. Entonces entendí que el muy canalla era mi reflejo, y que ha- bía aprovechado mi bajo estado moral y mis dudas para suplantarme. Afortunadamente, el baño funcionaba. Salía agua fresca (más fría de lo habitual) del grifo. Me lavé la cara y me mojé el cabello.Me senté en la poltrona y exploré alrededor. Su habitación era mejor que la mía, había más libros en las estante- rías, aunque faltaban las novelas francesas y los volúmenes de De- recho Procesal. Sin embargo, la existencia en esta parte del espe- jo no parecía tan horrible. No sentía hambre ni sed, y aparentemente bastaba imaginar un objeto para que apareciera al día siguiente en la habitación. Si me concentraba lo bastante, incluso era capaz de que apareciesen personas, pero brevemente. Él sin embargo, al otro lado, tendría que enfrentarse al tedioso mundo aca- Otamendi
  • 30. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 30 démico y a la vida espartana a la que me tenía que ver sometido habitualmente. Pasaron varios días, el mundo en que vivía podía ser ampliado. Podía imaginar calles, ciudades, personas, un mundo entero. Era cuestión de concentración. Él, en cambio, cada vez tenía peor aspecto. Me echaba en cara la elección de las asignaturas, los amigos estúpidos, las mujeres feas con que me rela- cionaba. — Busca otras— le decía. — Lo haré, claro que lo haré. Pero nunca lo cumplía. Preferí no observar los grotescos coitos a los que sometía a mis últimas amigas.Mi reflejo era un ser algo de- leznable y, una vez en el mundo real, se en- sañó con todo lo que podía tocarse.También estafó a varios de mis amigos, cambió el ves- tuario y empezó a sacar buenas notas. Estaba convirtiéndose en un alumno ejemplar y en un sujeto digno del mayor de los desprecios. Yo prefería imaginar un bulevar y salir a pa- sear.A la vuelta me sentaba y leía novelas que nunca nadie había escrito. Mi copia, estaba en proceso de adaptación a ese mundo frío, ilógico e inconsistente que es el mundo real. Pero no era como un recién nacido que es arrojado al mundo; él había observado, había codificado nuestras relacio- nes. No hacía nada que no fuera algo conve- niente para él. Y disfrutaba ostensiblemente de las sensaciones del mundo tangible. Pasadas algunas semanas, francamente, ya no echaba de menos la universidad, ni a mis amigos ni mis conocidos. Había imaginado clases de esgrima, y practicaba a diario. Ideé obras de teatro que frecuentaba con despreo- cupación, y observaba el rostro de mis com- pañeros en los palcos: semblantes pulcros, sacados de las miles de caras que había visto en mi vida. Un día escuché golpes en el espejo mientras dormía. — Roberto… estoy cansado de este mundo tuyo de mierda —me dijo. — ¿Y? — contesté, lacónico. — Quiero volver, quiero que nos repartamos el peso, ¿sabes? — ¡Jódete! — Pero no seas así… todo es un experimen- to. Ya lo sabes, y te he dejado en buen lugar. He sacado buenas notas, el curso casi está acabando y te he espantado a todas las feas. — Aún no voy a volver —le dije—. No estoy listo. — Eres un vago de mierda, siempre lo has sido. Esperaré a que duermas y te cambiaré el sitio. Eres tan torpe que no has entendido cómo pasar de un lado al otro. Miré sus ojos fijamente y lentamente contes- té: — Inténtalo. Al otro lado se apagó la luz y se durmió. Pa- saron varias horas y vino el día.No lo intentó aquella noche. Quería cogerme despreveni- do. Intenté imaginar otros lugares para dor- mir, pero cada noche debía volver frente al espejo, era inevitable. Era uno de los lastres de aquel mundo. Era un reflejo libre, pero no tanto como para no depender del espejo. Es- taba atado a él, y entonces comencé a enten- der por qué había ansiado él ocupar mi lugar. Pasadas varias semanas, el curso había finali- zado. Había sido nombrado el mejor alumno del curso y todos mis amigos me desprecia- ban. Ninguna de mis amigas me devolvía el saludo, aunque la hija del Juez Vergara me miraba de vez en cuando detrás de sus an- Intenté imaginar otros lugares para dormir, pero cada noche debía volver frente al espejo, era inevitable. Era uno de los lastres de aquel mundo. Era un reflejo libre, pero no tanto como para no depender del espejo. Estaba atado a él, y entonces comencé a entender por qué había ansiado él ocupar mi lugar.
  • 31. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 31 teojos de montura dorada. Al parecer, le iba muy bien a mi copia y no volvió a mencionar la idea de cambiar otra vez. Yo continué mis paseos, conocí a bellas da- mas cuyo romántico comportamiento sólo podía proceder de las zonas más folletinescas de mi imaginación, y seguí perfeccionando la esgrima. La ciudad, o mejor dicho mi ciu- dad, era cada vez más bella y compleja. Las calles de adoquines estaban humedecidas por la lluvia de un invierno temprano y yo me introducía en los cafés, en los que las tertu- lias solían ser interesantes. Una lejana guerra alimentaba los debates, ciertas manifestacio- nes en el norte producían preocupaciones, y el rey, ya anciano, prometía abdicar pronto. No era capaz de retener todos los detalles, lo que me dio la certeza de que nuestra imagi- nación es el motor de nuestra identidad, y no al revés. Caminaba en un traje oscuro bajo el paraguas, meditabundo, de vuelta al cuarto e inspiraba un aire fresco que ya no me costaba trabajo respirar. Me di cuenta de que era fe- liz en aquel otro mundo totalmente ficticio. Pero sólo yo sabía que era falso, para los de- más aquél mundo era real. Para todos ellos, todo lo que ocurría importaba mucho y no se desvanecían.Una vez mi imaginación los ha- bía producido, continuaban sus existencias, lo que hacía mi ciudad cada vez más parecida a una ciudad real. Aquella noche dormí profundamente,e ima- giné cómo sería poseer a una de esas damas imaginarias, de vestidos pulcros y modales impecables. Entonces, unas frías manos se posaron sobre mi pecho y me agarraron con fuerza. Era él. Seguí con los ojos cerrados, mientras me sentía arrastrado por aquella miserable copia a la que la realidad había vencido. Me esta- ba acarreando por el suelo de la habitación, y sentía sus esfuerzos y su respiración agita- da. Esperé a que se apoyara en la pared para darme el último empujón hacia la realidad, y saqué la brillante hoja que había imaginado el día que mencionó su vuelta. Acuchillé con gusto repetidamente su pecho (mi pecho) y le vi caer, vomitando sangre sobre el cuarto. Mi copia me había convertido en un crimi- nal y, por alguna razón, ya no quise continuar en aquel mundo. Crucé el espejo, de vuelta al mundo que siempre había conocido, y traté de encajar lo mejor posible en el escenario que mi difunta copia me había dejado. No fue fácil ser el novio de Petra Vergara, de- masiado consentida y llena de manías, pero seguí en su compañía como una costumbre que se ha adquirido por demasiado tiempo. El dinero y la posición de su padre ayudaron. Me dispuse a comenzar el curso con optimis- mo y descubrí con placer que mi habilidad con la esgrima no había decaído. Las novelas que había leído, los discursos que había oído seguían en mis recuerdos. Me relajé, y con el relax vino el tedio. En aquellos días solía saltarme las clases de Derecho Internacional y me iba a las librerías del centro. Bajaba por la calle Chacarita ins- pirando el incierto aroma de las pescaderías y doblaba a la derecha en General White. La librería de los hermanos Klein recordaba la torre de Babel. Era un lugar desorganizado, polvoriento, atestado de toda clase de docu- mentos: libros, revistas, folletines, enciclo- pedias amontonadas que, olvidadas durante años, dormían hasta que alguien abría un tomo, leía una entrada y sellaba las tapas. No volvería a abrirse quizá en una década. Otamendi
  • 32. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 32 U n letargo irreal de luz de luna se cernía casi indiferente sobre la in- mensidad de la playa, preludio de un mar ajeno e infi- nito. El viajero sentía voces y pre- sencias de tiempos y gestas que se simultaneaban en los procelosos recovecos de su imaginación y su recuerdo. Le pareció distinguir en la arena mojada la huella de sus pies junto a otras huellas de amores perdidos, acaso ya olvi- dados. Y, exhausto de perseguir la senda que labraron sus qui- meras, extrañó más que nunca el fragor de las batallas, el cantar de las sirenas, la astucia preterida, la invención del caballo, las caricias de ninfas y deidades. Ya no tenía sentido regresar a una patria de rutinas tras haber tran- sitado las tinieblas. Viejo se sintió Ulises en su peregrinar de siglos, cu- bierto para siempre por la sangre de Ilión, en el umbral de una Ítaca de sueños. Como Nadie se fue, y como Nadie vino. Antonio Ballesteros Foto:VladCiule Oudeís oudeis ἄνδρα μοι ἔννεπε, μοῦσα, πολύτροπον, ὃς μάλα πολλὰ πλάγχθη, ἐπεὶ Τροίης ἱερὸν πτολίεθρον ἔπερσεν: πολλῶν δ᾽ ἀνθρώπων ἴδεν ἄστεα καὶ νόον ἔγνω, πολλὰ δ᾽ ὅ γ᾽ ἐν πόντῳ πάθεν ἄλγεα ὃν κατὰ θυμόν, ἀρνύμενος ἥν τε ψυχὴν καὶ νόστον ἑταίρων. ἀλλ᾽ οὐδ᾽ ὣς ἑτάρους ἐρρύσατο, ἱέμενός περ: αὐτῶν γὰρ σφετέρῃσιν ἀτασθαλίῃσιν ὄλοντο, νήπιοι, οἳ κατὰ βοῦς Ὑπερίονος Ἠελίοιο ἤσθιον: αὐτὰρ ὁ τοῖσιν ἀφείλετο νόστιμον ἦμαρ. τῶν ἁμόθεν γε, θεά, θύγατερ Διός, εἰπὲ καὶ ἡμῖν.
  • 33. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 33 T e voy a regalar una estampa de Pompeya –dijo la luna–. 1 Cuando Bárbara leyó esa última frase del ca- pítulo, suspiró mientras cerraba aquel viejo y desgastado libro que había leído tantas veces y en el que en cada relectura había encontrado algo nuevo,bien fuera el más sutil detalle des- criptivo, bien algún comentario ambiguo que podría interpretarse de distintas maneras… Era la historia más rica en matices que había caído en sus manos. Por todo eso aquel era su libro de cabecera; el libro de su vida. Se lo apoyó en pecho y lo abrazó con el cariño de quien arrulla a un bebé para que se duerma. Pero la que se durmió fue ella. Cayó rendida en un sueño profundo que la transportó a una calle empe- drada por la que los transeúntes vestían túnicas y caminaban con tranquilidad. Las edificaciones que tenía ante sus ojos eran bastante ostentosas. Algunas demostraban su poderío con 1 Del Libro de estampas sin estampas de Hans Christian Andersen unas columnatas robustas y estriadas de esti- lo jónico. Miró a sus pies y se dio cuenta que calzaba unas sandalias rudimentarias y que ella también vestía una túnica como la de los demás. Después de reparar en su indumentaria le- vantó la vista y algo captó inmediatamente su atención. Una inmensa y espesa columna de humo parecía escapar de una montaña que se veía a lo lejos.Le extrañó que únicamente ella estuviera allí atónita contemplando semejante fenómeno. El resto de las personas que tenía a la vista parecían ignorar por completo aquel humo. Una extraña inquietud se apoderó de ella y le hizo dirigirse hacia un señor que tenía a unos pocos metros. –Disculpe, buen hombre. ¿Nadie se ha dado cuenta que esa montaña echa mucho humo? Tan solo soy una recién llegada pero como veo a la gente tan tranquila intu- yo que esto que me produce extrañeza pueda ser algo ha- bitual en esta ciudad. El hombre sonrió y le dijo. – No te preocupes. El Vesubio es Victoria Arenas Foto:Pixabay UNA ESTAMPA DE POMPEYA
  • 34. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 34 un volcán que ruge de vez en cuando pero su amenaza nunca sobrepasa un poco de ruido y unas horas de humo como si fuese una chime- nea gigante. No hay nada que temer –. Tan contundente fue aquel personaje que el nerviosismo de Bárbara se esfumó y decidió dar un paseo por aquel bello lugar. Al cabo de una hora de caminar sin parar se topó con una escalinata que rápidamente eligió como el lugar adecuado para sentarse un rato.Se quitó una sandalia y se empezó a masajear el pie que lo tenía entumecido. En ese momento empe- zaron a caer del cielo unas piedras oscuras en forma de lluvia infernal.Caían sin parar como si fuese granizo del tamaño de un puño pero negro como el azabache. La gente empezó a correr de un lado para otro con el fin de buscar refugio de aquella inesperada pedrea. El cru- jido producido por la rotura de los tejados, los gritos de la gente asustada y un rugido atro- nador que ponía los pelos de punta revelaban que el volcán iba a descargar toda su furia. No acertaba a abrocharse la sandalia y con ella mal atada la forastera salió corriendo despavorida. Alguien la cogió del brazo y tiró de ella, cosa que la asustó todavía más. –No temas que soy yo, el que te dijo que no te preocuparas. Vivo cerca; ven conmigo–. Un alivio inesperado la invadió. ¡Estaba salvada! O, al menos, eso es lo que quería pensar. Antes de llegar al final de la calle ambos se metieron en la casa. Allí una señora se abrazó llorando y aterrorizada al improvisado salvador. –Tengo a los niños con mi sirvienta en la ha- bitación del fondo.Allí nos refugiaremos has- ta que pase este castigo divino o lo que quiera que sea–.Se sentaron todos en el suelo con las manos tapándose los oídos para no escuchar los golpes y crujidos de los techos de su casa y de los estrépitos que hacían suponer que al- gunos edificios de la zona habían empezado a desmoronarse. El olor a azufre invadió la es- tancia; había humo por todas partes. Bárbara empezó a sentir mucho sueño, tanto que se le pasó el miedo. Las manos que antes le ta- paban los oídos cayeron por su propio peso pues no le respondían. A pesar de eso dejó de escuchar los ruidos. Tenía mucho sueño. Lo último que pudo ver a través del espeso humo era como todos los miembros de la familia ya no estaban sentados sino tumbados en el suelo. Ellos estaban dormidos y ella estaba a punto de estarlo. Dejó escurrir su espalda por la pared hasta que quedó totalmente tendida. Un ruido fuerte y seco despertó a la joven Bárbara de momento. –¿Dónde estoy?–. Se había despertado bruscamente y no acertaba a reaccionar. Su respiración era agitada, su pulso acelerado y un extraño hormigueo le corría los brazos. Estaba tumbada en el sofá de su comedor. Investigó el origen del ruido que la había sacado de algún onírico viaje que no lograba recordar y pudo comprobar que su libro favorito estaba desmoronado justo al lado de ella. Se había estrellado en el suelo. Sintió ganas de llorar cuando vio que todas las hojas se habían desprendido del lomo y estaban sueltas.Se levantó y las fue recogiendo con un gesto de pena difícil de comprender para alguien que nunca haya amado un libro. Mientras realizaba esa recolección de hojas se percató que todas estaban cubiertas de una inexplicable capa de ceniza, que ella tenía las manos negras… y entonces recordó su sueño. En ese momento empezaron a caer del cielo unas piedras oscuras en forma de lluvia infernal. Caían sin parar como si fuese granizo del tamaño de un puño pero negro como el azabache.
  • 35. beatsbury Número 1 - Octubre 2016 Página 35 BESTIARIO Porque siempre ocupas el centro de lo irracional. Allí donde la verdad no se conoce a si misma y la locura se siente reina de vastos horizontales, fronterizas excentricidades, dolorosos silencios llenos de palabras saltadoras en busca de la boca que las pronuncie y las vuelva palabras inmóviles, irrefutables ante la adversidad de los años. Palabras precisas, indoloras, inodoras, insensibles al sufrimiento humano y animal. Suerte de bestiario capacitador de existencias urbanas, apresuradas a recorrer infinitas vivencias anodinas. Libros rellenos de silentes dormidos, complacientes de la barbarie, contemplacientes de la azarosa fortuna que los dados nos otorgaron como bienvenida de esta naturaleza muerta, innerte. Excentrado de nacimiento y de crecimiento, paria analfabeto, recordatorio de una vida viva, sintiente recorriendo un camino equivocado, que no sabe ya si es, fue, o será, o mejor aún, que no sabe si desea siquiera ser, o permanecer para siempre partícipe de la otredad, por los siglos de los siglos. Amen. SERGIO GOZZI Bestiario