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                   Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
                   Universidad Nacional de La Plata
                   ISBN 978-950-34-0578-9


La Ideología y lo Real en El sublime objeto de la ideología
de S. Zizek.

Julio Juan Ruiz
Universidad Nacional de Mar del Plata

Ernesto Laclau al presentarnos la obra de S. Zizek El sublime objeto de la
ideología señala que el psicoanálisis lacaniano no constituye un corpus cerrado
sino, por el contrario, éste se ha diseminado por distintos campos.
Sin embargo, en su país de origen, Francia, esta teoría se ha focalizado en la
praxis clínica; en otros países, por el contrario, se ha bifurcado por otros senderos;
así, por ejemplo, en los Estados Unidos, polemizó con el feminismo, mientras que
en los países eslavos las categorías lacanianas han sido aplicadas, especialmente,
a la filosofía política y al análisis de la ideología totalitaria y, por sobre todo, a la
situación política de la naciente democracia de estos países; pero, en esencia, lo
que más distingue a esta escuela es la lectura de Hegel a través del psicoanálisis;
este marco epistemológico pulveriza la imagen del filósofo germano como
“idealista monista”, pues marca la diferencia y la contingencia.
       Slavoj Zizek, el teórico más sólido de los países eslavos, afirma
contundentemente la vigencia de un debate antropológico fundamental ausente en
el pensamiento de Habermas: el de Lacan- Althusser. En efecto, para el filósofo
marxista francés el hombre es sólo sustancia, y con ello reconstruye la
subjetividad del cogito cartesiano que lo afirmaba rotundamente. En la
concepción antropológica lacaniana, que no reduce el existir a la mera sustancia,
observamos una escisión de la subjetividad en dos categorías: lo Real y lo
Simbólico, y entre estas dos dimensiones sobresale un núcleo que elude a lo
Simbólico al que podemos identificarlo claramente cuando lo confrontamos con
dos postulados fundamentales del marxismo: con el primero, que afirma que el
antagonismo de clase prevalece sobre todos los demás conflictos (económicos,
políticos, sociales, etc), y con el segundo que predica la disolución de este
antagonismo en el devenir histórico. Sin embargo, la reciente experiencia de los
países de Europa Oriental ha demostrado que es imposible la disolución del
antagonismo presente en la sociedad civil sin el advenimiento de un régimen
totalitario. En este sentido, podemos afirmar que Hegel fue el primer post-
marxista, porque desde su perspectiva sólo después de este fatal advenimiento
“puede el Estado poner límite a sus desastrosos efectos” (Zizek 2005, p.28).
Como podemos observar,        el antagonismo de la sociedad civil         en la teoría
lacaniana es ese núcleo cuya característica es, como ya lo afirmáramos, la de
resistir al proceso de simbolización.
En la perspectiva marxista estaban subordinados una pluralidad de conflictos al
antagonismo de clase, mientras que en la postmarxista, cada uno de estos
conflictos adquiere una dimensión esencial; así, por ejemplo, en el esencialismo
democrático no hay solución a ninguno de los problemas de la sociedad civil sin
la vigencia de esta forma de gobierno. Igual razonamiento siguen los otros
“esencialismos”: el económico, el ecológico, el feminista, entre otros tantos. Por
el contrario, el esencialismo psicoanalítico rompió con esta lógica, porque desde
su perspectiva teórica la pluralidad de conflictos es una respuesta al ya
mencionado núcleo antagónico que conforma lo Real y elude a lo Simbólico, y
con el que el ser tiene inexorablemente        que    convivir; en este sentido, su
manifestación más clara es, sin duda, la pulsión de muerte que acompaña la
existencia del ser, quien sobre esta realidad debe edificar su destino.
Esta concepción antropológica       que admite la existencia de un antagonismo
esencial está claramente analizada en El sublime objeto de la ideología, donde se
aspira a alcanzar tres objetivos: el primero que tiene como meta analizar las
categorías lacanianas como “la versión contemporánea más radical de la
Ilustración”, y de este modo desmitifica todo el mote oscurantista atribuido a esta
teoría; el segundo, tiene como finalidad efectuar una lectura de Hegel superadora
de la tradicional “idealista- monista” que la situaba en un plano absoluto, y donde
era imposible vislumbrar lo contingente; y en tercer lugar se aspira a abordar la
ideología a través de las categorías lacanianas. Sobre este último objetivo
desearíamos hacer algunas acotaciones.
Podemos observar que la        tesis marxista del “fetichismo de la mercancía”
preanuncia la tesis lacaniana sobre la objetividad        de la creencia, pues esta
perspectiva teórica marca que la relación persona - cosa presente en el
capitalismo y que se manifiesta claramente en las transacciones del mercado está
exenta de “mistificación”, porque los sujetos actúan como seres racionales
impulsados sólo por sus intereses; pero, lo que resulta paradójico es que el
sustrato metafísico que se creía superado toma un rumbo peculiar: “ellos ya no
creen, pero, las cosas creen por ellos”(Zizek 2005, p.62). Esta premisa lleva al
filósofo eslavo a postular que la creencia no está alojada en el ámbito interior del
sujeto sino en el exterior, en la realidad. Por otra parte el psicoanálisis afirma que
todas las creencias y hasta los más íntimos sentimientos se pueden transferir, y en
este sentido, no nos tiene que resultar paradójico que ese gran Otro, la realidad,
sea el soporte no sólo de nuestra creencia sino también de nuestra ideología.
En relación con lo Real, debemos hacer notar que las representaciones del aparato
burocrático moderno que nos brinda Kafka en dos novelas, El Castillo y El
Proceso, han sido juzgadas como exageradas, pues, como sabemos, éste no es
todopoderosa. Sin embargo, el ciudadano actúa “como si” efectivamente lo fuera,
y este juicio es fundamental, porque la perspectiva metodológica del filósofo
eslavo no parte de las relaciones sociales efectivas sino de “la fantasía ideológica
eficiente en la propia realidad social” (Zizek 2005, p.65). Es tal la relación de la
creencia con lo social que cuando ésta se disuelve también perece el orden social
que la sustentaba; así, por ejemplo, culminó el orden monárquico en la Francia del
siglo XVIII, pues los filósofos de la Ilustración enseñaron al pueblo que la
soberanía no residía ya en el monarca sino en él, y esta prédica erosionó al estado
absolutista, pues este modelo de estado ya no estaba legitimado por la creencia de
que el poder del soberano obedecía al designio divino.
Asimismo, el teórico eslavo distingue dos tipos de obediencia: la obediencia del
sujeto legitimada por su convicción, y otra que carece de toda certeza. La primera
exige razones para creer, mientras que la segunda es automática y transforma al
sujeto en un autómata; esta forma de obediencia, la automática, está presente en
el acatamiento absoluto a la ley, tal como lo podemos ver en el célebre capítulo
noveno, “En la catedral”, de El Proceso de Kafka cuando nos detenemos a
analizar el debate entre el procesado K y el capellán de la cárcel en torno a una
antigua historia en la que se manifiesta, por sobre todo, la intransigencia de un
centinela que bajo ningún aspecto se muestra indulgente frente a la petición de un
pobre campesino de acceder a la Ley. En efecto, en la “polémica en torno a la
Ley” el clérigo justifica y pondera el proceder del guardia, porque según él:
“poner en duda su dignidad sería poner en duda la ley”; frente a este argumento K
manifiesta su dificultad de aceptarlo como una creencia, pero el sacerdote le
replica que no está obligado a ello sino que “solo es indispensable que no lo
olvide” (Kafka 2005, p.219). Fundamentalmente, lo que K debe tener presente es
un acatamiento absoluto que en última instancia muestra que la obediencia al
mandato legislativo es equiparable a la de un mandato incomprensible. Esta
realidad tiene un paralelo en el plano psicoanalítico en la categoría del super –yo,
porque esta categoría en la perspectiva psicoanalítica es: “un mandato del que se
tiene una vivencia traumática […] que no se puede integrar al universo simbólico
del sujeto” (Zizek 2005, p.67). Asimismo, debemos observar que en el
acatamiento a la ley también está presente la transferencia que el sujeto realiza,
pues obedece la norma legal porque la considera emanada de un reparto justo, o
que es manifestación de lo verdadero.
A diferencia de la obediencia ciega a la ley o al precepto, la obediencia por
convicción no es automática, y a esta característica Zizek la enlaza con lo
religioso, porque en esta dimensión la creencia del sujeto prevalece sobre lo
racional, y de ahí que, lo paradójico, sea su justificación racional a la que sólo
acceden los que ya creen; acceder a esta convicción fue cada vez más difícil
debido al radical proceso de secularización que se gestó desde la modernidad. Una
“solución” a este dilema lo propone Pascal en el célebre parágrafo 933 de sus
Pensamientos, donde ante un sincero deseo de creer planteado por un imaginario
interlocutor con quien entabla un diálogo acerca de la creencia religiosa, el
filósofo le recomienda que se esfuerce no en buscar razonamientos que
fundamenten su creencia, sino que modere sus pasiones; en este sentido, le
prescribe la conducta a seguir: “haciendo como si creyeran, tomando agua
bendita, haciendo misas etc.”(Pascal 1971, p.72). De este modo, la conversión
llega como un acto formal después de la práctica religiosa. No obstante, lo que
distingue a la prescripción pascaliana del mero conductismo es una firme
convicción: el creyente reconoce que cree (Zizek 2005, p.69). Asimismo, el
conductismo no logra vislumbrar que la costumbre externa sobre las que se
plasman las prácticas religiosas constituye según el filósofo eslavo “(…) un
soporte material para el inconsciente del sujeto” (Ibidem). Lo “subversivo” de la
prescripción pascaliana es que admite un hiato entre la máquina externa en vías de
secularización (en el estado francés del siglo XVII el proceso de secularización no
fue absoluto, pues la sociedad europea estaba desgarrada por los conflictos
religiosos que se traducían en clave política) y la creencia interna de su
interlocutor caracterizada por un racionalismo incipiente que culminará en la
Ilustración del siglo de las luces, el XVIII.
También debemos notar que, si bien Althusser parte del pensamiento de Pascal
(los Pensamientos fueron su única lectura cuando estuvo en prisión durante la
segunda guerra mundial), él no logra explicar cómo se internaliza el “aparato
ideológico del Estado”; en este sentido, Zizek señala a Kafka como un crítico
avant la letre del teórico marxista. En efecto, en los textos de Kafka el sujeto es
interpelado por el otro, pero él no puede responder, es incapaz de interpretar el
llamado de su interlocutor. Así, por ejemplo, en El Castillo, K, el agrimensor,
protagonista de la novela, no comprende que su presencia en la aldea obedece a
un error administrativo, pues “(…) en una administración tan grande como es la
administración condal […] puede producirse una pequeña confusión” (Kafka
2004, p.74). De ahí que su presencia sea innecesaria, porque no se pidió los
servicios de ningún agrimensor; además, los límites entre la aldea y el castillo
estaban perfectamente delimitados tanto en lo espacial como en lo político. No
obstante el claro y constante rechazo de un medio absolutamente hostil, a K no le
es posible “identificar en el otro (Realidad) el objeto causa de su deseo” (Zizek
2005, p.73).
Asimismo, debemos señalar que en la teoría lacaniana el deseo está presente en la
realidad, y en este sentido en el capítulo quinto de Los cuatro principios
fundamentales del psicoanális, el psicoanalista francés analiza el caso del
desdichado padre que en el velatorio de su hijo fue a descansar a otra habitación y
dejó frente al cadáver a un anciano, quien se durmió profundamente y no pudo
impedir que una vela quemara el cadáver. La polémica interpretación del caso gira
en torno a si fue el ruido de la otra habitación, o el reproche del hijo presente en el
sueño lo que despertó al padre. Según el teórico francés lo que dio término al
sueño fue el encuentro del padre con el atroz deseo presente en el duro reproche
del hijo (Lacan 1986, p.69). De este modo, la única forma de encontrarnos con
nuestro deseo es a través del sueño, y de ahí que se pueda postular que la realidad
sea “una construcción de la fantasía que nos permite enmascarar lo Real de
nuestro deseo” (Zizek 2005, p.76).
         Debemos marcar que la ideología es también una construcción de la
fantasía que sirve de soporte a la realidad, porque a través de ella eludimos ese
“núcleo traumático” al que se refiere la teoría lacaniana. A la relación fantasía –
realidad, el psicoanalista francés la explica mediante la famosa paradoja de
Chiang- tzú que soñó que era una mariposa y al despertar se preguntó: ¿cómo
podría saber que no era una mariposa que sueña que es Chuang-tzú? (Zizek 2005,
p.76). En este contrasentido hay que deslindar dos aspectos: el primero es que,
para la red simbólica de relaciones que conforman lo real, el sujeto es Chuang-
Tzú, mientras que la única manera de huir de ese gran Otro (lo Real lacaniano) es
a través de la fantasía de ser una mariposa, y de ahí que la pregunta que el sujeto
se hace al despertarse prueba, en primer instancia, que él no está loco, porque un
loco no puede tomar distancia dialéctica entre él y las relaciones simbólicas; en
segundo término esta pregunta        sólo la podemos formular cuando estamos
despiertos, porque no hay una relación simétrica entre el sueño y la realidad
(Zizek 2005, pp.76-77).
Debemos señalar que, si bien lo real de nuestro deseo se encuentra en el sueño,
ello no significa que la realidad sea el sueño, tal como lo descubre el narrador de
las Ruinas circulares borgeanas cuando descubre una realidad conformada por
varios sueños concatenados en una iluminación que lo conduce al desencanto,
porque comprueba: “(…) con alivio, con humillación, con terror, comprendió que
él también era una apariencia que otro estaba soñándolo” (Borges 1996, p.455).
Que lo real esté en el sueño nos indica que la única manera de deshacernos de
nuestros prejuicios ideológicos es confrontar nuestro deseo con la realidad. En
este sentido, el antisemitismo no tiene nada que ver con el judío, pues esta
ideología es una manera de “remendar la incongruencia de nuestro propio sistema
ideológico” (Zizek 2005, p.86).
También Zizek nos hace ver que una ideología se apodera de nosotros cuando no
halla ninguna contradicción con la realidad, de este modo, se entrelazan ideología
y realidad en una fusión tan plena que el sujeto no logra distinguirlas.
En suma, a través del análisis de la ideología mediante las categorías lacanianas,
Zizek confirma la presencia de esta dimensión en lo Real y, por sobre todo, llega a
la misma conclusión que arribó Althusser en décadas anteriores, quien sostuvo
que la muerte de la ideología es una “ideología por excelencia”.



Bibliografía


Borges, Jorge Luis (1996),“Las ruinas circulares” en Obras completas, T.I.
Buenos Aires: Emecé.
Althusser, Louis (1988) Filosofía y Marxismo. México: Siglo XXI.
Kafka, Franz (2004), El castillo. Buenos Aires: Editorial Planeta.
Kafka, Franz (2005), El Proceso. Buenos Aires: Aterramar.
Lacan, Jacques (1986), Los cuatro principios fundaméntales del psicoanálisis.
Buenos Aires: Síntesis.
Laclau, Ernesto (2005), “Prefacio”, en: Zizek, Slavoj (2005).El sublime objeto de
la ideología. Buenos Aires: Siglo XXI.
Pascal, Blas (1971), Pensamientos. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
Zizek, Slavoj (2005), El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires: Siglo XXI.

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Ruiz julio

  • 1. Actas de las VII Jornadas de Investigación en Filosofía para profesores, graduados y alumnos 1 , 1 y1 D N V M R D 2 0 0 1 2 E O IE B E E 0 8 Departamento de Filosofía Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Universidad Nacional de La Plata ISBN 978-950-34-0578-9 La Ideología y lo Real en El sublime objeto de la ideología de S. Zizek. Julio Juan Ruiz Universidad Nacional de Mar del Plata Ernesto Laclau al presentarnos la obra de S. Zizek El sublime objeto de la ideología señala que el psicoanálisis lacaniano no constituye un corpus cerrado sino, por el contrario, éste se ha diseminado por distintos campos. Sin embargo, en su país de origen, Francia, esta teoría se ha focalizado en la praxis clínica; en otros países, por el contrario, se ha bifurcado por otros senderos; así, por ejemplo, en los Estados Unidos, polemizó con el feminismo, mientras que en los países eslavos las categorías lacanianas han sido aplicadas, especialmente, a la filosofía política y al análisis de la ideología totalitaria y, por sobre todo, a la situación política de la naciente democracia de estos países; pero, en esencia, lo que más distingue a esta escuela es la lectura de Hegel a través del psicoanálisis; este marco epistemológico pulveriza la imagen del filósofo germano como “idealista monista”, pues marca la diferencia y la contingencia. Slavoj Zizek, el teórico más sólido de los países eslavos, afirma contundentemente la vigencia de un debate antropológico fundamental ausente en el pensamiento de Habermas: el de Lacan- Althusser. En efecto, para el filósofo marxista francés el hombre es sólo sustancia, y con ello reconstruye la subjetividad del cogito cartesiano que lo afirmaba rotundamente. En la concepción antropológica lacaniana, que no reduce el existir a la mera sustancia, observamos una escisión de la subjetividad en dos categorías: lo Real y lo Simbólico, y entre estas dos dimensiones sobresale un núcleo que elude a lo Simbólico al que podemos identificarlo claramente cuando lo confrontamos con dos postulados fundamentales del marxismo: con el primero, que afirma que el antagonismo de clase prevalece sobre todos los demás conflictos (económicos, políticos, sociales, etc), y con el segundo que predica la disolución de este
  • 2. antagonismo en el devenir histórico. Sin embargo, la reciente experiencia de los países de Europa Oriental ha demostrado que es imposible la disolución del antagonismo presente en la sociedad civil sin el advenimiento de un régimen totalitario. En este sentido, podemos afirmar que Hegel fue el primer post- marxista, porque desde su perspectiva sólo después de este fatal advenimiento “puede el Estado poner límite a sus desastrosos efectos” (Zizek 2005, p.28). Como podemos observar, el antagonismo de la sociedad civil en la teoría lacaniana es ese núcleo cuya característica es, como ya lo afirmáramos, la de resistir al proceso de simbolización. En la perspectiva marxista estaban subordinados una pluralidad de conflictos al antagonismo de clase, mientras que en la postmarxista, cada uno de estos conflictos adquiere una dimensión esencial; así, por ejemplo, en el esencialismo democrático no hay solución a ninguno de los problemas de la sociedad civil sin la vigencia de esta forma de gobierno. Igual razonamiento siguen los otros “esencialismos”: el económico, el ecológico, el feminista, entre otros tantos. Por el contrario, el esencialismo psicoanalítico rompió con esta lógica, porque desde su perspectiva teórica la pluralidad de conflictos es una respuesta al ya mencionado núcleo antagónico que conforma lo Real y elude a lo Simbólico, y con el que el ser tiene inexorablemente que convivir; en este sentido, su manifestación más clara es, sin duda, la pulsión de muerte que acompaña la existencia del ser, quien sobre esta realidad debe edificar su destino. Esta concepción antropológica que admite la existencia de un antagonismo esencial está claramente analizada en El sublime objeto de la ideología, donde se aspira a alcanzar tres objetivos: el primero que tiene como meta analizar las categorías lacanianas como “la versión contemporánea más radical de la Ilustración”, y de este modo desmitifica todo el mote oscurantista atribuido a esta teoría; el segundo, tiene como finalidad efectuar una lectura de Hegel superadora de la tradicional “idealista- monista” que la situaba en un plano absoluto, y donde era imposible vislumbrar lo contingente; y en tercer lugar se aspira a abordar la ideología a través de las categorías lacanianas. Sobre este último objetivo desearíamos hacer algunas acotaciones. Podemos observar que la tesis marxista del “fetichismo de la mercancía” preanuncia la tesis lacaniana sobre la objetividad de la creencia, pues esta perspectiva teórica marca que la relación persona - cosa presente en el capitalismo y que se manifiesta claramente en las transacciones del mercado está
  • 3. exenta de “mistificación”, porque los sujetos actúan como seres racionales impulsados sólo por sus intereses; pero, lo que resulta paradójico es que el sustrato metafísico que se creía superado toma un rumbo peculiar: “ellos ya no creen, pero, las cosas creen por ellos”(Zizek 2005, p.62). Esta premisa lleva al filósofo eslavo a postular que la creencia no está alojada en el ámbito interior del sujeto sino en el exterior, en la realidad. Por otra parte el psicoanálisis afirma que todas las creencias y hasta los más íntimos sentimientos se pueden transferir, y en este sentido, no nos tiene que resultar paradójico que ese gran Otro, la realidad, sea el soporte no sólo de nuestra creencia sino también de nuestra ideología. En relación con lo Real, debemos hacer notar que las representaciones del aparato burocrático moderno que nos brinda Kafka en dos novelas, El Castillo y El Proceso, han sido juzgadas como exageradas, pues, como sabemos, éste no es todopoderosa. Sin embargo, el ciudadano actúa “como si” efectivamente lo fuera, y este juicio es fundamental, porque la perspectiva metodológica del filósofo eslavo no parte de las relaciones sociales efectivas sino de “la fantasía ideológica eficiente en la propia realidad social” (Zizek 2005, p.65). Es tal la relación de la creencia con lo social que cuando ésta se disuelve también perece el orden social que la sustentaba; así, por ejemplo, culminó el orden monárquico en la Francia del siglo XVIII, pues los filósofos de la Ilustración enseñaron al pueblo que la soberanía no residía ya en el monarca sino en él, y esta prédica erosionó al estado absolutista, pues este modelo de estado ya no estaba legitimado por la creencia de que el poder del soberano obedecía al designio divino. Asimismo, el teórico eslavo distingue dos tipos de obediencia: la obediencia del sujeto legitimada por su convicción, y otra que carece de toda certeza. La primera exige razones para creer, mientras que la segunda es automática y transforma al sujeto en un autómata; esta forma de obediencia, la automática, está presente en el acatamiento absoluto a la ley, tal como lo podemos ver en el célebre capítulo noveno, “En la catedral”, de El Proceso de Kafka cuando nos detenemos a analizar el debate entre el procesado K y el capellán de la cárcel en torno a una antigua historia en la que se manifiesta, por sobre todo, la intransigencia de un centinela que bajo ningún aspecto se muestra indulgente frente a la petición de un pobre campesino de acceder a la Ley. En efecto, en la “polémica en torno a la Ley” el clérigo justifica y pondera el proceder del guardia, porque según él: “poner en duda su dignidad sería poner en duda la ley”; frente a este argumento K manifiesta su dificultad de aceptarlo como una creencia, pero el sacerdote le
  • 4. replica que no está obligado a ello sino que “solo es indispensable que no lo olvide” (Kafka 2005, p.219). Fundamentalmente, lo que K debe tener presente es un acatamiento absoluto que en última instancia muestra que la obediencia al mandato legislativo es equiparable a la de un mandato incomprensible. Esta realidad tiene un paralelo en el plano psicoanalítico en la categoría del super –yo, porque esta categoría en la perspectiva psicoanalítica es: “un mandato del que se tiene una vivencia traumática […] que no se puede integrar al universo simbólico del sujeto” (Zizek 2005, p.67). Asimismo, debemos observar que en el acatamiento a la ley también está presente la transferencia que el sujeto realiza, pues obedece la norma legal porque la considera emanada de un reparto justo, o que es manifestación de lo verdadero. A diferencia de la obediencia ciega a la ley o al precepto, la obediencia por convicción no es automática, y a esta característica Zizek la enlaza con lo religioso, porque en esta dimensión la creencia del sujeto prevalece sobre lo racional, y de ahí que, lo paradójico, sea su justificación racional a la que sólo acceden los que ya creen; acceder a esta convicción fue cada vez más difícil debido al radical proceso de secularización que se gestó desde la modernidad. Una “solución” a este dilema lo propone Pascal en el célebre parágrafo 933 de sus Pensamientos, donde ante un sincero deseo de creer planteado por un imaginario interlocutor con quien entabla un diálogo acerca de la creencia religiosa, el filósofo le recomienda que se esfuerce no en buscar razonamientos que fundamenten su creencia, sino que modere sus pasiones; en este sentido, le prescribe la conducta a seguir: “haciendo como si creyeran, tomando agua bendita, haciendo misas etc.”(Pascal 1971, p.72). De este modo, la conversión llega como un acto formal después de la práctica religiosa. No obstante, lo que distingue a la prescripción pascaliana del mero conductismo es una firme convicción: el creyente reconoce que cree (Zizek 2005, p.69). Asimismo, el conductismo no logra vislumbrar que la costumbre externa sobre las que se plasman las prácticas religiosas constituye según el filósofo eslavo “(…) un soporte material para el inconsciente del sujeto” (Ibidem). Lo “subversivo” de la prescripción pascaliana es que admite un hiato entre la máquina externa en vías de secularización (en el estado francés del siglo XVII el proceso de secularización no fue absoluto, pues la sociedad europea estaba desgarrada por los conflictos religiosos que se traducían en clave política) y la creencia interna de su
  • 5. interlocutor caracterizada por un racionalismo incipiente que culminará en la Ilustración del siglo de las luces, el XVIII. También debemos notar que, si bien Althusser parte del pensamiento de Pascal (los Pensamientos fueron su única lectura cuando estuvo en prisión durante la segunda guerra mundial), él no logra explicar cómo se internaliza el “aparato ideológico del Estado”; en este sentido, Zizek señala a Kafka como un crítico avant la letre del teórico marxista. En efecto, en los textos de Kafka el sujeto es interpelado por el otro, pero él no puede responder, es incapaz de interpretar el llamado de su interlocutor. Así, por ejemplo, en El Castillo, K, el agrimensor, protagonista de la novela, no comprende que su presencia en la aldea obedece a un error administrativo, pues “(…) en una administración tan grande como es la administración condal […] puede producirse una pequeña confusión” (Kafka 2004, p.74). De ahí que su presencia sea innecesaria, porque no se pidió los servicios de ningún agrimensor; además, los límites entre la aldea y el castillo estaban perfectamente delimitados tanto en lo espacial como en lo político. No obstante el claro y constante rechazo de un medio absolutamente hostil, a K no le es posible “identificar en el otro (Realidad) el objeto causa de su deseo” (Zizek 2005, p.73). Asimismo, debemos señalar que en la teoría lacaniana el deseo está presente en la realidad, y en este sentido en el capítulo quinto de Los cuatro principios fundamentales del psicoanális, el psicoanalista francés analiza el caso del desdichado padre que en el velatorio de su hijo fue a descansar a otra habitación y dejó frente al cadáver a un anciano, quien se durmió profundamente y no pudo impedir que una vela quemara el cadáver. La polémica interpretación del caso gira en torno a si fue el ruido de la otra habitación, o el reproche del hijo presente en el sueño lo que despertó al padre. Según el teórico francés lo que dio término al sueño fue el encuentro del padre con el atroz deseo presente en el duro reproche del hijo (Lacan 1986, p.69). De este modo, la única forma de encontrarnos con nuestro deseo es a través del sueño, y de ahí que se pueda postular que la realidad sea “una construcción de la fantasía que nos permite enmascarar lo Real de nuestro deseo” (Zizek 2005, p.76). Debemos marcar que la ideología es también una construcción de la fantasía que sirve de soporte a la realidad, porque a través de ella eludimos ese “núcleo traumático” al que se refiere la teoría lacaniana. A la relación fantasía – realidad, el psicoanalista francés la explica mediante la famosa paradoja de
  • 6. Chiang- tzú que soñó que era una mariposa y al despertar se preguntó: ¿cómo podría saber que no era una mariposa que sueña que es Chuang-tzú? (Zizek 2005, p.76). En este contrasentido hay que deslindar dos aspectos: el primero es que, para la red simbólica de relaciones que conforman lo real, el sujeto es Chuang- Tzú, mientras que la única manera de huir de ese gran Otro (lo Real lacaniano) es a través de la fantasía de ser una mariposa, y de ahí que la pregunta que el sujeto se hace al despertarse prueba, en primer instancia, que él no está loco, porque un loco no puede tomar distancia dialéctica entre él y las relaciones simbólicas; en segundo término esta pregunta sólo la podemos formular cuando estamos despiertos, porque no hay una relación simétrica entre el sueño y la realidad (Zizek 2005, pp.76-77). Debemos señalar que, si bien lo real de nuestro deseo se encuentra en el sueño, ello no significa que la realidad sea el sueño, tal como lo descubre el narrador de las Ruinas circulares borgeanas cuando descubre una realidad conformada por varios sueños concatenados en una iluminación que lo conduce al desencanto, porque comprueba: “(…) con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia que otro estaba soñándolo” (Borges 1996, p.455). Que lo real esté en el sueño nos indica que la única manera de deshacernos de nuestros prejuicios ideológicos es confrontar nuestro deseo con la realidad. En este sentido, el antisemitismo no tiene nada que ver con el judío, pues esta ideología es una manera de “remendar la incongruencia de nuestro propio sistema ideológico” (Zizek 2005, p.86). También Zizek nos hace ver que una ideología se apodera de nosotros cuando no halla ninguna contradicción con la realidad, de este modo, se entrelazan ideología y realidad en una fusión tan plena que el sujeto no logra distinguirlas. En suma, a través del análisis de la ideología mediante las categorías lacanianas, Zizek confirma la presencia de esta dimensión en lo Real y, por sobre todo, llega a la misma conclusión que arribó Althusser en décadas anteriores, quien sostuvo que la muerte de la ideología es una “ideología por excelencia”. Bibliografía Borges, Jorge Luis (1996),“Las ruinas circulares” en Obras completas, T.I. Buenos Aires: Emecé. Althusser, Louis (1988) Filosofía y Marxismo. México: Siglo XXI.
  • 7. Kafka, Franz (2004), El castillo. Buenos Aires: Editorial Planeta. Kafka, Franz (2005), El Proceso. Buenos Aires: Aterramar. Lacan, Jacques (1986), Los cuatro principios fundaméntales del psicoanálisis. Buenos Aires: Síntesis. Laclau, Ernesto (2005), “Prefacio”, en: Zizek, Slavoj (2005).El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires: Siglo XXI. Pascal, Blas (1971), Pensamientos. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. Zizek, Slavoj (2005), El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires: Siglo XXI.