Martín de Tours nació en Hungría en el siglo IV y se convirtió al cristianismo a los 10 años. Sirvió como soldado en el ejército romano hasta que tuvo una visión de Jesús que lo inspiró a dejar el ejército y dedicarse a la vida religiosa. Fundó el primer monasterio de Occidente en Ligugé y luego fue ordenado obispo de Tours a pesar de no querer el cargo, donde evangelizó la región y fundó otro monasterio llamado Marmoutier.
Que son los Sacramentos de iniciacion Cristiana
Quien instituyo los Sacramentos
Que es la GRACIA
Como se perdio la Gracia
Como recupereamos la Gracia
Que papel juegan los Sacramentos en la Gracia
Cual es el papel del Espiritu Santo y la Gracia
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Libro de espiritualidad acerca de un padre de iglesia que predicó el evangelio en Cartago ( Africa ) y que murió mártir del imperio romano.
Escribió sobre los paganos , apóstats y sobre la virginidad. Asimismo tambien comentó el Padre Nuestro.
Una presentación del Hno. Eduardo Gatti, que nos ayuda a celebrar la fiesta de S. Marcelino Champagnat. En algunos suscitará algún buen recuerdo de aquellos tiempos y con motivo de las próximas fiestas.
2. Otros lo resumen de esta manera: soldado sin
quererlo, monje por elección y obispo por deber.
Un resumen de la vida
de san Martín de Tours
pueden ser las palabras
que él mismo respondió
cuando le preguntaban
qué profesiones había
ejercido: "fui soldado
por obligación y por
deber, y monje por
inclinación y para salvar
mi alma“.
3. Nació en
Szombathely
(Panonia, actual
Hungría) el año
316.
Parece ser que se
encontraba allí su
padre, de
guarnición, pues
era tribuno militar.
Su padre le puso por nombre Martín en homenaje
al dios de la guerra, pues significa “aquel que
está consagrado a Marte”. Quería que Martín
siguiera la carrera militar.
4. Al poco tiempo sus
padres se fueron a
vivir a Italia,
especialmente a
Pavía donde recibió
una esmerada
educación. Allí
conoció la religión
cristiana cuando
tenía 10 años.
5. Teniendo 10 años,
desapareció de su
casa, dejando a sus
padres afligidos.
Dos días después
apareció bien
alimentado y sin
ninguna marca de
malos tratos.
A las insistentes preguntas de sus padres, parientes y
vecinos daba como respuesta un silencio envuelto de
mucha paz. Mucho tiempo después se conoció lo que
había pasado: el niño fue a visitar a los cristianos, pues
anhelaba conocerlos y aprender algo sobre el Dios de los
mártires, de los que había oído hablar bastante.
6. Pronto Martín se agrega al número de los catecúmenos.
Su deseo era seguir a los hombres que en Oriente
dejaban todo lo que el mundo podía ofrecerles y se
retiraban a regiones desérticas para llevar una vida de
ascesis y oración.
Para librarle de
las influencias
cristianas, su
padre le hace
soldado contra
su voluntad y le
incorpora al arma
de caballería.
7. Así pues, a los 15 años ya
vestía el uniforme militar.
El compromiso era estar
en el ejército 25 años.
Pronto Martín fue un
centurión de las legiones
del Imperio Romano en
Francia (la antigua Galia).
La mayor parte de su vida de soldado la pasó en
Amiens, como miembro de la Guardia Imperial.
8. Martín concilió sus
deberes militares
con sus
aspiraciones
cristianas. Vida
ejemplar de monje y
soldado: valentía y
vida santa y
caritativa.
Como hijo de oficial, tenía derecho a un ordenanza (una
especie de esclavo para algunos); del cual quiso hacer
un amigo: comía con él, le servía en la mesa y hasta le
limpiaba el calzado.
9. Un día de invierno muy frío
del año 337. cuando tenía
Martín 21 años, al entrar en
la ciudad de Amiens,
encuentra a un pobre medio
desnudo y tiritando de frío
que le implora caridad. No
teniendo monedas para
darle, Martín sacó la espada,
cortó la capa que llevaba
por el medio y le dio la
mitad.
10. Dicen que le
dijo: "Te doy la
mitad que me
corresponde, la otra
pertenece a Roma" .
Es que las capas
solían ser a medias,
entre el ejército
romano y quien las
usaba.
11. Esa noche el joven Martín
vio que Jesucristo se le
presentaba vestido con la
media capa que él había
regalado al pobre y oyó
que le decía: "Martín, hoy
me cubriste con tu manto“.
Aunque aún no había sido bautizado, su alma
estaba ya impregnada de caridad cristiana.
12. Martín decide
entonces dejar el
ejército romano y
vivir como
cristiano, lo cual no
puede hacer hasta
pasado un tiempo,
al negarle su
licencia el
emperador.
13. En cuanto tuvo aquella visión de Jesucristo,
quiso bautizarse. No se sabe exactamente
cuándo recibió el bautismo. Parece que fue por
la Pascua del año 339.
14. Siendo Martín oficial de la guardia imperial debió
de acompañar al césar Juliano cuando, en
diciembre de 355, dejó Milán para acudir a las
Galias.
En el año 356 Martín
se encontraba con
las legiones que el
César Juliano había
concentrado en la
ciudad de Worms
preparando la
ofensiva contra los
bárbaros que habían
penetrado en las
Galias.
15. Cuando le llegó el turno de recibirla, Martín pidió al
césar permiso para dejar el ejército y entrar al servicio
de Dios. Irritado con lo que juzgaba una defección en
vísperas del combate, Juliano lo llamó cobarde,
pretendiendo huir por temor a la batalla.
Para levantar la
moral de los
soldados, el
César decidió dar
un donativo a sus
tropas.
16. Martín escuchaba con
paciencia, sabía que
Juliano era un buen
comandante, erudito en
los negocios de la guerra
y de la filosofía. Su ataque
contra el cristianismo era
hábil. Si no respondía con
habilidad, sus
compañeros de armas se
reirían de él, y, lo que era
peor, de Cristo.
17. “Para que veáis que ese no es mi pensamiento,
mañana yo me colocaré en la primera fila del combate,
sin yelmo ni coraza, protegido apenas por la señal de la
cruz, y así romperé sin temor la línea del enemigo. Si
vuelvo sano y salvo, será solamente por el nombre de
Jesús, a quien deseo servir de aquí en adelante”.
Lleno de
dignidad,
Martín
respondió:
18. Así se acordó. Pero el gesto no fue necesario. Los
bárbaros, por la mañana, pidieron la paz. Las crónicas
anotaron que los bárbaros no se atrevieron a enfrentarse
a la pericia militar de Juliano (después llamado el
Apóstata por otras crónicas). Y porque se corrió la voz de
que los romanos estaban tan seguros de la victoria que
algunos soldados acudirían al combate sin armas.
Así fue como Martín
obtuvo la licencia,
vencedor por dos
veces, pues él no
combatió ni se había
derramado sangre
humana.
19. Pero como le atraía la fama de santidad del obispo
Hilario, viajó a Poitiers para tomar como maestro y guía
al venerable prelado. Éste lo recibió con los brazos
abiertos y quiso ordenarlo diácono; al sentirse Martín
indigno de ese noble cargo sólo aceptó la orden menor
del exorcistado.
Cuando dejó el
ejército, se dirigió
primero a Tréveris,
donde existía una
comunidad católica.
20. Profundizó en el conocimiento de la doctrina
cristiana y, dispuesto a renunciar al mundo por
completo, creyó que era su deber visitar a sus
padres, que habían regresado a Panonia, porque
ansiaba verlos profesar la fe cristiana.
Su maestro le
animó en este
intento y, al
mismo tiempo, le
hizo prometer que
volvería.
21. Finalmente se encontró con
sus padres y les habló de
Cristo, de la vida eterna y les
animó a que recibieran el
Bautismo. El corazón materno
se sintió enseguida inclinado
a creer en aquella doctrina un
tanto misteriosa, pero
sublime, que su hijo les había
expuesto. Sin embargo, su
padre se mantuvo obstinado
en las costumbres paganas.
Emprendió el viaje enfrentando muchas
dificultades y escapó por poco de ser asesinado
por bandoleros cuando atravesaba los Alpes.
22. Tuvo que huir a Poitiers.
Camino de esta ciudad se
enteró de que San Hilario
había sido desterrado a Frigia
por el emperador Constancio,
al haberse negado a firmar un
decreto que exigía la
condenación de San
Atanasio, el adversario más
implacable contra esa herejía
de los arrianos.
Regresa después a Milán, donde hace un ensayo de
vida monástica cerca de la ciudad hasta que el obispo
arriano le expulsa, después de mandarlo azotar.
23. Martín sufría por la ausencia del venerable Hilario
y ante la inseguridad de poder volver a
encontrarse con él.
Despojado y malherido por los hombres, se retira a un islote
salvaje, la «Insula Gallinaria», en la costa de Genova. Allí
medita y hace penitencia, hasta que en el verano de 360
averigua que su maestro Hilario, desterrado largo tiempo en
Oriente, acaba de volver a Poitiers.
24. Bajo el auspicio de san Hilario, se instaló en
Ligugé, a orillas del río Clain, para ser ermitaño,
dedicado sólo a la oración y a la contemplación.
Entonces Martín decide viajar también a Poitiers.
25. En el centro de la ciudad monástica hay un
oratorio, donde se reúnen todos para los
ejercicios comunes. Ninguno tenía casa propia:
no podían comprar, ni vender, ni se ocupaban en
arte alguno, salvo en copiar libros, ejercicio
reservado, sobre todo, para los jóvenes. Este fue
el primer monasterio en Occidente.
No tardaron en
reunírsele otros
cristianos deseosos de
formarse en la vida
penitente. Levantan
otras celdillas
semejantes a la suya.
Ligugé actual
26. En esa soledad estuvo diez años dedicado a orar, a hacer
sacrificios y a estudiar las Sagradas Escrituras. Los
habitantes de los alrededores consiguieron por sus
oraciones y bendiciones, muchas curaciones y varios
prodigios.
En esa época la fama
de santidad de Martín
ya era muy grande y
San Hilario consiguió
persuadirlo
finalmente, para que
aceptara las órdenes
mayores.
27. Martín fue invitado a asumir esta sede
episcopal, pero lo rechazó de inmediato. No
veía cómo conciliar la vida eremítica con las
tareas de un pastor de la Iglesia.
En el 371, cuatro
años después de la
muerte de San
Hilario, falleció
Liborio, Obispo de
Tours.
28. Cierto día uno de sus habitantes
fue a Ligugé y le pidió de rodillas
que fuera con él a su ciudad a
curar a su esposa.
Siempre dispuesto a socorrer al
prójimo, el santo ermitaño se
sintió en la obligación de
acompañar a aquel hombre.
Durante el recorrido, tres días a
pie, se fue juntando a ellos una
multitud cada vez más
numerosa.
Pero si tan resuelto estaba a rehusar el cargo,
más decididos aún estaban los cristianos de
Tours por conseguir que aceptara.
29. Apenas estuvo en la catedral toda la multitud lo
aclamó como obispo de Tours, y por más que él
se declarara indigno de recibir ese cargo, lo
obligaron a aceptar. Sólo entonces se dio cuenta
de la trampa que le habían montado.
Al llegar a
Tours, un
grupo de fieles
lo cogió a la
fuerza
llevándolo a la
catedral.
31. En el ejercicio de la tarea episcopal mostró
infatigable celo por el rebaño que el Señor había
confiado a su cuidado.
No esperaba que el pueblo fuera a su encuentro:
iba hasta los sitios más recónditos y a veces
rebasaba los límites de su diócesis, en su empeño
por propagar la verdad de Cristo.
32. Con todo, las obligaciones episcopales no le apartaban
de su ideal: siempre deseoso de contemplación y
oración, construyó, no muy lejos de la ciudad, una celda
donde se recogía de vez en cuando. Al igual que en
Ligugé se le juntaron numerosos discípulos y llegó a
formar en aquel lugar otra comunidad cenobítica:
el famoso
monasterio
de
Marmoutier.
En la actualidad
33. En él se recibían los candidatos al bautismo para
prepararlos a las pruebas del catecumenado. Pero tal vez
el principal objetivo del fundador fue crear un semillero
de apóstoles, destinados a evangelizar la comarca.
Personalmente, satisfacía y armonizaba con aquella obra
el doble anhelo de su vida: soledad y apostolado.
El monasterio era, en
primer lugar, un
refugio abierto a
todos los que
querían huir del
mundo. Pero,
además, era una
escuela.
34. Como en otros cenobios que surgieron bajo la
inspiración del santo obispo, en Marmoutier se
daba prioridad a la oración. Nadie podía poseer,
comprar o vender nada. La túnica, hecha de piel de
camello, y la abstinencia de vino en las comidas
señalaban la ruptura definitiva con el mundo.
Marmoutier se convir-
tió en un centro de
formación para
clérigos y monjes. Su
fama se difundió tanto
que al fundador le
llegaban pedidos de
todas partes para que
les enviase a sus
hijos espirituales.
35. Ahora el centro de su
apostolado es su nueva abadía
de Marmoutier, cerca de Tours,
donde tiene una celda de
madera, rodeada de un
diminuto jardín. Allí vuelve
después de sus correrías
apostólicas. Organiza las
iglesias de la Galia, poniendo
en ellas a hombres de su
confianza; y algunos de sus
discípulos, como Patricio y
Paulino de Nola, llevan a
lejanos países los frutos de su
enseñanza y de sus ejemplos.
36. Como obispo misionero, continuó la evangelización
no sólo de su diócesis, sino de toda la Galia. Al impulso
de su actividad apostólica, nacieron en Francia las
parroquias rurales donde anteriormente había focos de
idolatría. Él se volvería el más insigne obispo de las
Galias, gran taumaturgo, patrono y protector perpetuo de
la nación francesa.
37. Era la “edad de oro” de
los Padres de la Iglesia;
pero San Martín no se
destacó como un
hombre de gran cultura
ni tampoco por la
discusión de temas
doctrinales candentes.
Para eso Dios había
suscitado a otros
santos varones. La
Providencia quiso de él
arduos esfuerzos de
evangelización.
38. Esa evangelización la
realiza visitando las
poblaciones rurales,
para extirpar las
creencias y
supersticiones
paganas y para
inculcar la doctrina
cristiana. San Martín
predica a tiempo y a
destiempo. Se dirige a
las multitudes y
también a grupos
reducidos.
39. No se contentaba con
convertirlos, sino que se
ocupaba en dar a los
neófitos una adecuada
formación cristiana. Donde
encontraba ánimos
exaltados, su trato
bondadoso suavizaba los
corazones. La bondad y la
osadía eran la nota tónica de
su actividad pastoral. Su
vida cotidiana era una
conjugación de sacrificios,
labor apostólica y oración.
Su descanso era hacer bien a
las almas.
40. Con esta institución creó san Martín uno de los
elementos que más contribuyeron a la formación de la
sociedad agrícola del pueblo.
Recorrió todo el territorio de
su diócesis dejando en cada
pueblo un sacerdote. Fue
fundador de las parroquias
rurales en Francia. Estaban en
el cruce de las vías romanas,
en los antiguos focos de la
idolatría, junto a los castros o
en las granjas de los grandes
propietarios.
41. No fue decepcionado en sus
expectativas. Cuenta la
confusión que sintió cuando el
santo obispo le invitó a comer,
pues antes de la comida le lavó
las manos y la víspera le había
lavado los pies: “No pude
oponerme ni contradecirle. Su
autoridad tenía tal fuerza que el
no haber aceptado hubiera sido
como un sacrilegio”.
Por esa época recibió la visita de un abogado recién
convertido al cristianismo, Sulpicio Severo, que impelido
por la fama de santidad quiso conocerlo personalmente.
42. Sulpicio decidió ser su discípulo y escribir su biografía.
Comenzó a acompañarle a todas partes, analizando con
amor y admiración todos los hechos que presenciaba, los
cuales transmitió a la posteridad en un libro muy popular
en la Edad Media titulado Vida de San Martín.
43. Cuando san Martín
contaba cerca de 80
años de edad y
sintiéndose agotado fue
llamado a restablecer la
paz entre los
sacerdotes de la
población de Candes,
que se encontraban en
una desoladora
situación de discordias.
Salió apresuradamente para exhortarles a la caridad
fraterna y obtuvo el pleno éxito en esta última misión.
44. Una vez restablecida la
paz entre los clérigos,
cuando ya pensaba
regresar a su monaste-
rio, de repente empeza-
ron a faltarle las fuerzas;
llamó entonces a los
hermanos y les indicó
que se acercaba el
momento de su muerte.
Entre lágrimas rogaban a Dios insistentemente la
permanencia en la Tierra de su querido padre y le pedían a
éste que también hiciera lo mismo.
45. «¿Por qué nos dejas, padre?
¿A quién nos encomiendas
en nuestra desolación?
Invadirán tu grey lobos
rapaces; ¿quién nos
defenderá de sus
mordeduras, si nos falta el
pastor? Sabemos que
deseas estar con Cristo,
pero una dilación no hará
que se pierda ni disminuya
tu premio; compadécete
más bien de nosotros, a
quienes dejas».
Ellos, todos a una, empezaron a entristecerse y a
decirle entre lágrimas:
46. Entonces él, conmovido
por este llanto, lleno
como estaba siempre de
entrañas de misericordia
en el Señor, se cuenta
que lloró también; y,
vuelto al Señor, dijo tan
sólo estas palabras en
respuesta al llanto,
alzando sus manos:
«Señor, si aún soy
necesario a tu pueblo, no
rehuyo el trabajo; hágase
tu voluntad».
47. «Dejad, hermanos, dejad que
mire al cielo y no a la tierra, y
que mi espíritu, a punto ya de
emprender su camino, se dirija
al Señor». Dicho esto, vio al
demonio cerca de él, y le dijo:
«¿Por que estás aquí, bestia
feroz? Nada hallarás en mí,
malvado; el seno de Abrahán
está a punto de acogerme».
Con estas palabras entregó su
espíritu al cielo.
Con los ojos y las manos continuamente levantados al
cielo, no cejaba en la oración; y como los presbíteros,
que por entonces habían acudido a él, le rogasen que
aliviara un poco su cuerpo cambiando de posición, les
dijo:
48. San Martín entregó
su alma a Dios el 8
de noviembre del
año 397. Tenía 81
años de edad. Su
sepelio solemne se
produjo 3 días
después, el 11 de
noviembre. Este día
quedó como día de
su celebración.
49. El fallecimiento
del venerado
obispo provocó
una conmoción
muy grande.
Como una compensación a tantos ataques que había
tenido que sufrir en los últimos años de su vida, de todas
partes se alzó a su muerte un elocuente testimonio de
amor y veneración. La masa del pueblo le aclamó como
santo. Una muchedumbre de monjes y de mujeres
consagradas concurrió a sus funerales.
50. Pero también, tras su
fallecimiento, sucedió una
gran discusión entre los
habitantes de Potiers y los de
Tours. Los de Poitiers decían:
“ Martín ha sido nuestro
monje y nuestro abad. Por
eso les pedimos que nos
entreguen el cuerpo”. Pero
los de Tours decían: “Dios os
lo quitó a vosotros y nos lo
ha dado a nosotros. Según la
tradición, su tumba tiene que
quedarse donde fue
consagrado”.
51. El hecho es que, después de la célebre discusión entre los
habitantes de Poitiers y los de Tours sobre qué ciudad
tenía derecho a quedarse con sus restos mortales, los
habitantes de Tours consiguieron “robar”, de noche, tan
inestimable tesoro.
52. Rápidamente lo condujeron a Tours. La
población entera salió a recibirlo. Y le hicieron
grandes funerales.
53. Pronto se elevó una modesta capilla sobre su tumba,
que San Perpet (+ 490), sucesor suyo en Tours,
transformó en una importante basílica.
La primera basílica del año
482 fue reconstruida varias
veces durante la Edad Media,
ya que sufrió ocho incendios
en su historia. Después de la
gran destrucción en la
Revolución Francesa,
quedan dos torres
románicas.
54. En 1860 se encontraron los restos del antiguo
sepulcro de San Martín. Una iniciativa ciudadana
posibilitó que en 1885 se iniciara una nueva
basílica, más pequeña que la anterior, que se
terminó en 1924.
55. Aquí tiene san
Martín un
nuevo sepulcro
donde acuden
multitud de
peregrinos a
venerarlo,
buscando sus
huellas de
santificación.
56. El medio manto de San
Martín (el que cortó con la
espada para dar al pobre)
fue guardado en una urna y
se le construyó un pequeño
santuario para guardar esa
reliquia. Como en latín para
decir "medio manto" se
dice "capilla", la gente
decía: "Vamos a orar donde
está la capilla".
Y de ahí viene el nombre de capilla, que se da a
los pequeños edificios que se hacen para orar.
57. La fisonomía de San
Martín se nos ofrece firme
y bien definida, pese al
transcurso de tantos
siglos. Fue un asceta y un
apóstol, pero fue sobre
todo hombre de oración.
Ni aun entre las tareas,
ciertamente agobiadoras,
de su episcopado dejó de
estar en continua
comunicación con Dios.
58. En los 27 años que fue obispo
se ganó el cariño de todo su
pueblo, y su caridad era
inagotable con los necesitados.
Los únicos que no lo querían
eran ciertos tipos que querían
vivir en paz con sus vicios, pero
el santo no los dejaba. De uno
de ellos, que inventaba toda
clase de cuentos contra San
Martín, porque éste le criticaba
sus malas costumbres, dijo el
santo cuando le aconsejaron
que lo debía hacer castigar: "Si
Cristo soportó a Judas, ¿por
qué no he de soportar yo a este
que me traiciona?"
59. Dicen sus biógrafos que la gente se admiraba al ver a
Martín siempre de buen genio, alegre y amable. En su
trato empleaba la más exquisita bondad con todos. Tenía
una gran paz y bondad de corazón. Jamás fue visto triste
o irritado. Brillaba en su rostro una alegría celestial, que
comunicaba a los otros. Era de extrema misericordia para
con todos, hasta para los pecadores más endurecidos.
60. Tenía siempre el nombre
de Cristo en los labios, y
en el corazón la piedad, la
paz y la misericordia.
Amaba las bellezas
naturales, pero el mundo
era para él un libro de
teología, un conjunto de
símbolos que le hablaban
de Dios.
61. Aguardaba, un día, el momento de
salir a decir misa, vestido de una
túnica y un manto, cuando llegó
hasta él un pobre casi desnudo.
Envióle a su arcediano para que le
diese con qué cubrirse, pero el
arcediano no hizo caso. Entonces,
el pobre volvió a su presencia, y él,
quitándose la túnica, se la dio. El
arcediano tuvo que buscar una
túnica vieja para que san Martín
pudiera salir a la misa.
Aquella bondad natural de su corazón habíase ido
aumentando con los años. Al fin de su vida ya no se
contentaba con dar la mitad de la capa.
62. Por estar opuesto a la
tortura, tuvo fuertes
discusiones con varios
empleados oficiales. En
ese tiempo se
acostumbraba torturar a
los prisioneros para que
declararan sus delitos.
Nuestro santo se
oponía totalmente a
esto, y aunque por ello
se ganó la enemistad de
altos funcionarios, no
permitía la tortura.
63. El emperador, adoctrinado por
algunos obispos, mandó ejecutar
al hereje. En aquel tiempo una
herejía ocasionaba problemas en
la convivencia social. San Martín
acudió ante el emperador para
evitar que fuera ejecutado. Todo
fue inútil. Martín, afligido y
enfadado por este hecho, rompió
sus relaciones con alguno de los
obispos.
Su caridad le hacía sostener que no es la
violencia el mejor medio de combatir las herejías.
Esto le acarreó problemas en el caso de
Prisciliano.
Prisciliano
64. Tanta firmeza no podía menos de acarrearle
enemistades. Se hizo una gran campaña contra san
Martín, que iba desde acusarle de hipócrita hasta
señalarle como contagiado de priscilianismo.
Más tarde tuvo que
reconciliarse con este
obispo, cuando el
emperador se lo
exigió como
condición a cambio
de terminar con las
ejecuciones de
priscilianistas.
65. Su asiento en la
iglesia era un
banquillo de pino. La
paja le parecía un
lecho demasiado
regalado. Expresaba
su gran amor a Dios,
especialmente en la
santa Misa.
Jamás se olvidó de la santa sencillez.
66. Sus mismos milagros, como los de Cristo, son
milagros de caridad. Pasó haciendo el bien,
entregado, en cuerpo y alma, a su pueblo.
Su gran lección
fue siempre la
de la caridad.
Su vida refleja
una bondad
profunda, un
amor ardiente al
prójimo.
67. Después de dar la
media capa al pobre,
vio a Jesús envuelto
en ella. En verdad
san Martín pudo
decir: