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san
Martín
de Tours
Otros lo resumen de esta manera: soldado sin
quererlo, monje por elección y obispo por deber.
Un resumen de la vida
de san Martín de Tours
pueden ser las palabras
que él mismo respondió
cuando le preguntaban
qué profesiones había
ejercido: "fui soldado
por obligación y por
deber, y monje por
inclinación y para salvar
mi alma“.
Nació en
Szombathely
(Panonia, actual
Hungría) el año
316.
Parece ser que se
encontraba allí su
padre, de
guarnición, pues
era tribuno militar.
Su padre le puso por nombre Martín en homenaje
al dios de la guerra, pues significa “aquel que
está consagrado a Marte”. Quería que Martín
siguiera la carrera militar.
Al poco tiempo sus
padres se fueron a
vivir a Italia,
especialmente a
Pavía donde recibió
una esmerada
educación. Allí
conoció la religión
cristiana cuando
tenía 10 años.
Teniendo 10 años,
desapareció de su
casa, dejando a sus
padres afligidos.
Dos días después
apareció bien
alimentado y sin
ninguna marca de
malos tratos.
A las insistentes preguntas de sus padres, parientes y
vecinos daba como respuesta un silencio envuelto de
mucha paz. Mucho tiempo después se conoció lo que
había pasado: el niño fue a visitar a los cristianos, pues
anhelaba conocerlos y aprender algo sobre el Dios de los
mártires, de los que había oído hablar bastante.
Pronto Martín se agrega al número de los catecúmenos.
Su deseo era seguir a los hombres que en Oriente
dejaban todo lo que el mundo podía ofrecerles y se
retiraban a regiones desérticas para llevar una vida de
ascesis y oración.
Para librarle de
las influencias
cristianas, su
padre le hace
soldado contra
su voluntad y le
incorpora al arma
de caballería.
Así pues, a los 15 años ya
vestía el uniforme militar.
El compromiso era estar
en el ejército 25 años.
Pronto Martín fue un
centurión de las legiones
del Imperio Romano en
Francia (la antigua Galia).
La mayor parte de su vida de soldado la pasó en
Amiens, como miembro de la Guardia Imperial.
Martín concilió sus
deberes militares
con sus
aspiraciones
cristianas. Vida
ejemplar de monje y
soldado: valentía y
vida santa y
caritativa.
Como hijo de oficial, tenía derecho a un ordenanza (una
especie de esclavo para algunos); del cual quiso hacer
un amigo: comía con él, le servía en la mesa y hasta le
limpiaba el calzado.
Un día de invierno muy frío
del año 337. cuando tenía
Martín 21 años, al entrar en
la ciudad de Amiens,
encuentra a un pobre medio
desnudo y tiritando de frío
que le implora caridad. No
teniendo monedas para
darle, Martín sacó la espada,
cortó la capa que llevaba
por el medio y le dio la
mitad.
Dicen que le
dijo: "Te doy la
mitad que me
corresponde, la otra
pertenece a Roma" .
Es que las capas
solían ser a medias,
entre el ejército
romano y quien las
usaba.
Esa noche el joven Martín
vio que Jesucristo se le
presentaba vestido con la
media capa que él había
regalado al pobre y oyó
que le decía: "Martín, hoy
me cubriste con tu manto“.
Aunque aún no había sido bautizado, su alma
estaba ya impregnada de caridad cristiana.
Martín decide
entonces dejar el
ejército romano y
vivir como
cristiano, lo cual no
puede hacer hasta
pasado un tiempo,
al negarle su
licencia el
emperador.
En cuanto tuvo aquella visión de Jesucristo,
quiso bautizarse. No se sabe exactamente
cuándo recibió el bautismo. Parece que fue por
la Pascua del año 339.
Siendo Martín oficial de la guardia imperial debió
de acompañar al césar Juliano cuando, en
diciembre de 355, dejó Milán para acudir a las
Galias.
En el año 356 Martín
se encontraba con
las legiones que el
César Juliano había
concentrado en la
ciudad de Worms
preparando la
ofensiva contra los
bárbaros que habían
penetrado en las
Galias.
Cuando le llegó el turno de recibirla, Martín pidió al
césar permiso para dejar el ejército y entrar al servicio
de Dios. Irritado con lo que juzgaba una defección en
vísperas del combate, Juliano lo llamó cobarde,
pretendiendo huir por temor a la batalla.
Para levantar la
moral de los
soldados, el
César decidió dar
un donativo a sus
tropas.
Martín escuchaba con
paciencia, sabía que
Juliano era un buen
comandante, erudito en
los negocios de la guerra
y de la filosofía. Su ataque
contra el cristianismo era
hábil. Si no respondía con
habilidad, sus
compañeros de armas se
reirían de él, y, lo que era
peor, de Cristo.
“Para que veáis que ese no es mi pensamiento,
mañana yo me colocaré en la primera fila del combate,
sin yelmo ni coraza, protegido apenas por la señal de la
cruz, y así romperé sin temor la línea del enemigo. Si
vuelvo sano y salvo, será solamente por el nombre de
Jesús, a quien deseo servir de aquí en adelante”.
Lleno de
dignidad,
Martín
respondió:
Así se acordó. Pero el gesto no fue necesario. Los
bárbaros, por la mañana, pidieron la paz. Las crónicas
anotaron que los bárbaros no se atrevieron a enfrentarse
a la pericia militar de Juliano (después llamado el
Apóstata por otras crónicas). Y porque se corrió la voz de
que los romanos estaban tan seguros de la victoria que
algunos soldados acudirían al combate sin armas.
Así fue como Martín
obtuvo la licencia,
vencedor por dos
veces, pues él no
combatió ni se había
derramado sangre
humana.
Pero como le atraía la fama de santidad del obispo
Hilario, viajó a Poitiers para tomar como maestro y guía
al venerable prelado. Éste lo recibió con los brazos
abiertos y quiso ordenarlo diácono; al sentirse Martín
indigno de ese noble cargo sólo aceptó la orden menor
del exorcistado.
Cuando dejó el
ejército, se dirigió
primero a Tréveris,
donde existía una
comunidad católica.
Profundizó en el conocimiento de la doctrina
cristiana y, dispuesto a renunciar al mundo por
completo, creyó que era su deber visitar a sus
padres, que habían regresado a Panonia, porque
ansiaba verlos profesar la fe cristiana.
Su maestro le
animó en este
intento y, al
mismo tiempo, le
hizo prometer que
volvería.
Finalmente se encontró con
sus padres y les habló de
Cristo, de la vida eterna y les
animó a que recibieran el
Bautismo. El corazón materno
se sintió enseguida inclinado
a creer en aquella doctrina un
tanto misteriosa, pero
sublime, que su hijo les había
expuesto. Sin embargo, su
padre se mantuvo obstinado
en las costumbres paganas.
Emprendió el viaje enfrentando muchas
dificultades y escapó por poco de ser asesinado
por bandoleros cuando atravesaba los Alpes.
Tuvo que huir a Poitiers.
Camino de esta ciudad se
enteró de que San Hilario
había sido desterrado a Frigia
por el emperador Constancio,
al haberse negado a firmar un
decreto que exigía la
condenación de San
Atanasio, el adversario más
implacable contra esa herejía
de los arrianos.
Regresa después a Milán, donde hace un ensayo de
vida monástica cerca de la ciudad hasta que el obispo
arriano le expulsa, después de mandarlo azotar.
Martín sufría por la ausencia del venerable Hilario
y ante la inseguridad de poder volver a
encontrarse con él.
Despojado y malherido por los hombres, se retira a un islote
salvaje, la «Insula Gallinaria», en la costa de Genova. Allí
medita y hace penitencia, hasta que en el verano de 360
averigua que su maestro Hilario, desterrado largo tiempo en
Oriente, acaba de volver a Poitiers.
Bajo el auspicio de san Hilario, se instaló en
Ligugé, a orillas del río Clain, para ser ermitaño,
dedicado sólo a la oración y a la contemplación.
Entonces Martín decide viajar también a Poitiers.
En el centro de la ciudad monástica hay un
oratorio, donde se reúnen todos para los
ejercicios comunes. Ninguno tenía casa propia:
no podían comprar, ni vender, ni se ocupaban en
arte alguno, salvo en copiar libros, ejercicio
reservado, sobre todo, para los jóvenes. Este fue
el primer monasterio en Occidente.
No tardaron en
reunírsele otros
cristianos deseosos de
formarse en la vida
penitente. Levantan
otras celdillas
semejantes a la suya.
Ligugé actual
En esa soledad estuvo diez años dedicado a orar, a hacer
sacrificios y a estudiar las Sagradas Escrituras. Los
habitantes de los alrededores consiguieron por sus
oraciones y bendiciones, muchas curaciones y varios
prodigios.
En esa época la fama
de santidad de Martín
ya era muy grande y
San Hilario consiguió
persuadirlo
finalmente, para que
aceptara las órdenes
mayores.
Martín fue invitado a asumir esta sede
episcopal, pero lo rechazó de inmediato. No
veía cómo conciliar la vida eremítica con las
tareas de un pastor de la Iglesia.
En el 371, cuatro
años después de la
muerte de San
Hilario, falleció
Liborio, Obispo de
Tours.
Cierto día uno de sus habitantes
fue a Ligugé y le pidió de rodillas
que fuera con él a su ciudad a
curar a su esposa.
Siempre dispuesto a socorrer al
prójimo, el santo ermitaño se
sintió en la obligación de
acompañar a aquel hombre.
Durante el recorrido, tres días a
pie, se fue juntando a ellos una
multitud cada vez más
numerosa.
Pero si tan resuelto estaba a rehusar el cargo,
más decididos aún estaban los cristianos de
Tours por conseguir que aceptara.
Apenas estuvo en la catedral toda la multitud lo
aclamó como obispo de Tours, y por más que él
se declarara indigno de recibir ese cargo, lo
obligaron a aceptar. Sólo entonces se dio cuenta
de la trampa que le habían montado.
Al llegar a
Tours, un
grupo de fieles
lo cogió a la
fuerza
llevándolo a la
catedral.
Con gran
solemnidad
se organizó
la
consagración
episcopal.
En el ejercicio de la tarea episcopal mostró
infatigable celo por el rebaño que el Señor había
confiado a su cuidado.
No esperaba que el pueblo fuera a su encuentro:
iba hasta los sitios más recónditos y a veces
rebasaba los límites de su diócesis, en su empeño
por propagar la verdad de Cristo.
Con todo, las obligaciones episcopales no le apartaban
de su ideal: siempre deseoso de contemplación y
oración, construyó, no muy lejos de la ciudad, una celda
donde se recogía de vez en cuando. Al igual que en
Ligugé se le juntaron numerosos discípulos y llegó a
formar en aquel lugar otra comunidad cenobítica:
el famoso
monasterio
de
Marmoutier.
En la actualidad
En él se recibían los candidatos al bautismo para
prepararlos a las pruebas del catecumenado. Pero tal vez
el principal objetivo del fundador fue crear un semillero
de apóstoles, destinados a evangelizar la comarca.
Personalmente, satisfacía y armonizaba con aquella obra
el doble anhelo de su vida: soledad y apostolado.
El monasterio era, en
primer lugar, un
refugio abierto a
todos los que
querían huir del
mundo. Pero,
además, era una
escuela.
Como en otros cenobios que surgieron bajo la
inspiración del santo obispo, en Marmoutier se
daba prioridad a la oración. Nadie podía poseer,
comprar o vender nada. La túnica, hecha de piel de
camello, y la abstinencia de vino en las comidas
señalaban la ruptura definitiva con el mundo.
Marmoutier se convir-
tió en un centro de
formación para
clérigos y monjes. Su
fama se difundió tanto
que al fundador le
llegaban pedidos de
todas partes para que
les enviase a sus
hijos espirituales.
Ahora el centro de su
apostolado es su nueva abadía
de Marmoutier, cerca de Tours,
donde tiene una celda de
madera, rodeada de un
diminuto jardín. Allí vuelve
después de sus correrías
apostólicas. Organiza las
iglesias de la Galia, poniendo
en ellas a hombres de su
confianza; y algunos de sus
discípulos, como Patricio y
Paulino de Nola, llevan a
lejanos países los frutos de su
enseñanza y de sus ejemplos.
Como obispo misionero, continuó la evangelización
no sólo de su diócesis, sino de toda la Galia. Al impulso
de su actividad apostólica, nacieron en Francia las
parroquias rurales donde anteriormente había focos de
idolatría. Él se volvería el más insigne obispo de las
Galias, gran taumaturgo, patrono y protector perpetuo de
la nación francesa.
Era la “edad de oro” de
los Padres de la Iglesia;
pero San Martín no se
destacó como un
hombre de gran cultura
ni tampoco por la
discusión de temas
doctrinales candentes.
Para eso Dios había
suscitado a otros
santos varones. La
Providencia quiso de él
arduos esfuerzos de
evangelización.
Esa evangelización la
realiza visitando las
poblaciones rurales,
para extirpar las
creencias y
supersticiones
paganas y para
inculcar la doctrina
cristiana. San Martín
predica a tiempo y a
destiempo. Se dirige a
las multitudes y
también a grupos
reducidos.
No se contentaba con
convertirlos, sino que se
ocupaba en dar a los
neófitos una adecuada
formación cristiana. Donde
encontraba ánimos
exaltados, su trato
bondadoso suavizaba los
corazones. La bondad y la
osadía eran la nota tónica de
su actividad pastoral. Su
vida cotidiana era una
conjugación de sacrificios,
labor apostólica y oración.
Su descanso era hacer bien a
las almas.
Con esta institución creó san Martín uno de los
elementos que más contribuyeron a la formación de la
sociedad agrícola del pueblo.
Recorrió todo el territorio de
su diócesis dejando en cada
pueblo un sacerdote. Fue
fundador de las parroquias
rurales en Francia. Estaban en
el cruce de las vías romanas,
en los antiguos focos de la
idolatría, junto a los castros o
en las granjas de los grandes
propietarios.
No fue decepcionado en sus
expectativas. Cuenta la
confusión que sintió cuando el
santo obispo le invitó a comer,
pues antes de la comida le lavó
las manos y la víspera le había
lavado los pies: “No pude
oponerme ni contradecirle. Su
autoridad tenía tal fuerza que el
no haber aceptado hubiera sido
como un sacrilegio”.
Por esa época recibió la visita de un abogado recién
convertido al cristianismo, Sulpicio Severo, que impelido
por la fama de santidad quiso conocerlo personalmente.
Sulpicio decidió ser su discípulo y escribir su biografía.
Comenzó a acompañarle a todas partes, analizando con
amor y admiración todos los hechos que presenciaba, los
cuales transmitió a la posteridad en un libro muy popular
en la Edad Media titulado Vida de San Martín.
Cuando san Martín
contaba cerca de 80
años de edad y
sintiéndose agotado fue
llamado a restablecer la
paz entre los
sacerdotes de la
población de Candes,
que se encontraban en
una desoladora
situación de discordias.
Salió apresuradamente para exhortarles a la caridad
fraterna y obtuvo el pleno éxito en esta última misión.
Una vez restablecida la
paz entre los clérigos,
cuando ya pensaba
regresar a su monaste-
rio, de repente empeza-
ron a faltarle las fuerzas;
llamó entonces a los
hermanos y les indicó
que se acercaba el
momento de su muerte.
Entre lágrimas rogaban a Dios insistentemente la
permanencia en la Tierra de su querido padre y le pedían a
éste que también hiciera lo mismo.
«¿Por qué nos dejas, padre?
¿A quién nos encomiendas
en nuestra desolación?
Invadirán tu grey lobos
rapaces; ¿quién nos
defenderá de sus
mordeduras, si nos falta el
pastor? Sabemos que
deseas estar con Cristo,
pero una dilación no hará
que se pierda ni disminuya
tu premio; compadécete
más bien de nosotros, a
quienes dejas».
Ellos, todos a una, empezaron a entristecerse y a
decirle entre lágrimas:
Entonces él, conmovido
por este llanto, lleno
como estaba siempre de
entrañas de misericordia
en el Señor, se cuenta
que lloró también; y,
vuelto al Señor, dijo tan
sólo estas palabras en
respuesta al llanto,
alzando sus manos:
«Señor, si aún soy
necesario a tu pueblo, no
rehuyo el trabajo; hágase
tu voluntad».
«Dejad, hermanos, dejad que
mire al cielo y no a la tierra, y
que mi espíritu, a punto ya de
emprender su camino, se dirija
al Señor». Dicho esto, vio al
demonio cerca de él, y le dijo:
«¿Por que estás aquí, bestia
feroz? Nada hallarás en mí,
malvado; el seno de Abrahán
está a punto de acogerme».
Con estas palabras entregó su
espíritu al cielo.
Con los ojos y las manos continuamente levantados al
cielo, no cejaba en la oración; y como los presbíteros,
que por entonces habían acudido a él, le rogasen que
aliviara un poco su cuerpo cambiando de posición, les
dijo:
San Martín entregó
su alma a Dios el 8
de noviembre del
año 397. Tenía 81
años de edad. Su
sepelio solemne se
produjo 3 días
después, el 11 de
noviembre. Este día
quedó como día de
su celebración.
El fallecimiento
del venerado
obispo provocó
una conmoción
muy grande.
Como una compensación a tantos ataques que había
tenido que sufrir en los últimos años de su vida, de todas
partes se alzó a su muerte un elocuente testimonio de
amor y veneración. La masa del pueblo le aclamó como
santo. Una muchedumbre de monjes y de mujeres
consagradas concurrió a sus funerales.
Pero también, tras su
fallecimiento, sucedió una
gran discusión entre los
habitantes de Potiers y los de
Tours. Los de Poitiers decían:
“ Martín ha sido nuestro
monje y nuestro abad. Por
eso les pedimos que nos
entreguen el cuerpo”. Pero
los de Tours decían: “Dios os
lo quitó a vosotros y nos lo
ha dado a nosotros. Según la
tradición, su tumba tiene que
quedarse donde fue
consagrado”.
El hecho es que, después de la célebre discusión entre los
habitantes de Poitiers y los de Tours sobre qué ciudad
tenía derecho a quedarse con sus restos mortales, los
habitantes de Tours consiguieron “robar”, de noche, tan
inestimable tesoro.
Rápidamente lo condujeron a Tours. La
población entera salió a recibirlo. Y le hicieron
grandes funerales.
Pronto se elevó una modesta capilla sobre su tumba,
que San Perpet (+ 490), sucesor suyo en Tours,
transformó en una importante basílica.
La primera basílica del año
482 fue reconstruida varias
veces durante la Edad Media,
ya que sufrió ocho incendios
en su historia. Después de la
gran destrucción en la
Revolución Francesa,
quedan dos torres
románicas.
En 1860 se encontraron los restos del antiguo
sepulcro de San Martín. Una iniciativa ciudadana
posibilitó que en 1885 se iniciara una nueva
basílica, más pequeña que la anterior, que se
terminó en 1924.
Aquí tiene san
Martín un
nuevo sepulcro
donde acuden
multitud de
peregrinos a
venerarlo,
buscando sus
huellas de
santificación.
El medio manto de San
Martín (el que cortó con la
espada para dar al pobre)
fue guardado en una urna y
se le construyó un pequeño
santuario para guardar esa
reliquia. Como en latín para
decir "medio manto" se
dice "capilla", la gente
decía: "Vamos a orar donde
está la capilla".
Y de ahí viene el nombre de capilla, que se da a
los pequeños edificios que se hacen para orar.
La fisonomía de San
Martín se nos ofrece firme
y bien definida, pese al
transcurso de tantos
siglos. Fue un asceta y un
apóstol, pero fue sobre
todo hombre de oración.
Ni aun entre las tareas,
ciertamente agobiadoras,
de su episcopado dejó de
estar en continua
comunicación con Dios.
En los 27 años que fue obispo
se ganó el cariño de todo su
pueblo, y su caridad era
inagotable con los necesitados.
Los únicos que no lo querían
eran ciertos tipos que querían
vivir en paz con sus vicios, pero
el santo no los dejaba. De uno
de ellos, que inventaba toda
clase de cuentos contra San
Martín, porque éste le criticaba
sus malas costumbres, dijo el
santo cuando le aconsejaron
que lo debía hacer castigar: "Si
Cristo soportó a Judas, ¿por
qué no he de soportar yo a este
que me traiciona?"
Dicen sus biógrafos que la gente se admiraba al ver a
Martín siempre de buen genio, alegre y amable. En su
trato empleaba la más exquisita bondad con todos. Tenía
una gran paz y bondad de corazón. Jamás fue visto triste
o irritado. Brillaba en su rostro una alegría celestial, que
comunicaba a los otros. Era de extrema misericordia para
con todos, hasta para los pecadores más endurecidos.
Tenía siempre el nombre
de Cristo en los labios, y
en el corazón la piedad, la
paz y la misericordia.
Amaba las bellezas
naturales, pero el mundo
era para él un libro de
teología, un conjunto de
símbolos que le hablaban
de Dios.
Aguardaba, un día, el momento de
salir a decir misa, vestido de una
túnica y un manto, cuando llegó
hasta él un pobre casi desnudo.
Envióle a su arcediano para que le
diese con qué cubrirse, pero el
arcediano no hizo caso. Entonces,
el pobre volvió a su presencia, y él,
quitándose la túnica, se la dio. El
arcediano tuvo que buscar una
túnica vieja para que san Martín
pudiera salir a la misa.
Aquella bondad natural de su corazón habíase ido
aumentando con los años. Al fin de su vida ya no se
contentaba con dar la mitad de la capa.
Por estar opuesto a la
tortura, tuvo fuertes
discusiones con varios
empleados oficiales. En
ese tiempo se
acostumbraba torturar a
los prisioneros para que
declararan sus delitos.
Nuestro santo se
oponía totalmente a
esto, y aunque por ello
se ganó la enemistad de
altos funcionarios, no
permitía la tortura.
El emperador, adoctrinado por
algunos obispos, mandó ejecutar
al hereje. En aquel tiempo una
herejía ocasionaba problemas en
la convivencia social. San Martín
acudió ante el emperador para
evitar que fuera ejecutado. Todo
fue inútil. Martín, afligido y
enfadado por este hecho, rompió
sus relaciones con alguno de los
obispos.
Su caridad le hacía sostener que no es la
violencia el mejor medio de combatir las herejías.
Esto le acarreó problemas en el caso de
Prisciliano.
Prisciliano
Tanta firmeza no podía menos de acarrearle
enemistades. Se hizo una gran campaña contra san
Martín, que iba desde acusarle de hipócrita hasta
señalarle como contagiado de priscilianismo.
Más tarde tuvo que
reconciliarse con este
obispo, cuando el
emperador se lo
exigió como
condición a cambio
de terminar con las
ejecuciones de
priscilianistas.
Su asiento en la
iglesia era un
banquillo de pino. La
paja le parecía un
lecho demasiado
regalado. Expresaba
su gran amor a Dios,
especialmente en la
santa Misa.
Jamás se olvidó de la santa sencillez.
Sus mismos milagros, como los de Cristo, son
milagros de caridad. Pasó haciendo el bien,
entregado, en cuerpo y alma, a su pueblo.
Su gran lección
fue siempre la
de la caridad.
Su vida refleja
una bondad
profunda, un
amor ardiente al
prójimo.
Después de dar la
media capa al pobre,
vio a Jesús envuelto
en ella. En verdad
san Martín pudo
decir:
Esta noche
he visto a
Dios sobre
la acera
sentado,
Automático
hambriento
y mal
aseado,
amarillo y
sin color,
pidiendo
un poco
de amor,
porque
está el
amor
parado.
pidiendo
un poco
de amor,
porque
está el
amor
parado.
Él me llamaba y
su voz
era la del
marginado
pidiendo un poco de amor,
pidiendo un poco de amor,
Nunca
le
hubiera
mirado.
Qué bien
hacer a su
lado; mi
puesto
junto al
Señor.
pidiendo
un poco
de amor,
porque
está el
amor
parado.
pidiendo
un poco
de amor,
porque
está el
amor
parado.
Con qué
gozo iría
san Martín
a saludar a
María en el
cielo.
Así lo
esperamos
para todos.
AMÉN

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San Martín De Tours

  • 2. Otros lo resumen de esta manera: soldado sin quererlo, monje por elección y obispo por deber. Un resumen de la vida de san Martín de Tours pueden ser las palabras que él mismo respondió cuando le preguntaban qué profesiones había ejercido: "fui soldado por obligación y por deber, y monje por inclinación y para salvar mi alma“.
  • 3. Nació en Szombathely (Panonia, actual Hungría) el año 316. Parece ser que se encontraba allí su padre, de guarnición, pues era tribuno militar. Su padre le puso por nombre Martín en homenaje al dios de la guerra, pues significa “aquel que está consagrado a Marte”. Quería que Martín siguiera la carrera militar.
  • 4. Al poco tiempo sus padres se fueron a vivir a Italia, especialmente a Pavía donde recibió una esmerada educación. Allí conoció la religión cristiana cuando tenía 10 años.
  • 5. Teniendo 10 años, desapareció de su casa, dejando a sus padres afligidos. Dos días después apareció bien alimentado y sin ninguna marca de malos tratos. A las insistentes preguntas de sus padres, parientes y vecinos daba como respuesta un silencio envuelto de mucha paz. Mucho tiempo después se conoció lo que había pasado: el niño fue a visitar a los cristianos, pues anhelaba conocerlos y aprender algo sobre el Dios de los mártires, de los que había oído hablar bastante.
  • 6. Pronto Martín se agrega al número de los catecúmenos. Su deseo era seguir a los hombres que en Oriente dejaban todo lo que el mundo podía ofrecerles y se retiraban a regiones desérticas para llevar una vida de ascesis y oración. Para librarle de las influencias cristianas, su padre le hace soldado contra su voluntad y le incorpora al arma de caballería.
  • 7. Así pues, a los 15 años ya vestía el uniforme militar. El compromiso era estar en el ejército 25 años. Pronto Martín fue un centurión de las legiones del Imperio Romano en Francia (la antigua Galia). La mayor parte de su vida de soldado la pasó en Amiens, como miembro de la Guardia Imperial.
  • 8. Martín concilió sus deberes militares con sus aspiraciones cristianas. Vida ejemplar de monje y soldado: valentía y vida santa y caritativa. Como hijo de oficial, tenía derecho a un ordenanza (una especie de esclavo para algunos); del cual quiso hacer un amigo: comía con él, le servía en la mesa y hasta le limpiaba el calzado.
  • 9. Un día de invierno muy frío del año 337. cuando tenía Martín 21 años, al entrar en la ciudad de Amiens, encuentra a un pobre medio desnudo y tiritando de frío que le implora caridad. No teniendo monedas para darle, Martín sacó la espada, cortó la capa que llevaba por el medio y le dio la mitad.
  • 10. Dicen que le dijo: "Te doy la mitad que me corresponde, la otra pertenece a Roma" . Es que las capas solían ser a medias, entre el ejército romano y quien las usaba.
  • 11. Esa noche el joven Martín vio que Jesucristo se le presentaba vestido con la media capa que él había regalado al pobre y oyó que le decía: "Martín, hoy me cubriste con tu manto“. Aunque aún no había sido bautizado, su alma estaba ya impregnada de caridad cristiana.
  • 12. Martín decide entonces dejar el ejército romano y vivir como cristiano, lo cual no puede hacer hasta pasado un tiempo, al negarle su licencia el emperador.
  • 13. En cuanto tuvo aquella visión de Jesucristo, quiso bautizarse. No se sabe exactamente cuándo recibió el bautismo. Parece que fue por la Pascua del año 339.
  • 14. Siendo Martín oficial de la guardia imperial debió de acompañar al césar Juliano cuando, en diciembre de 355, dejó Milán para acudir a las Galias. En el año 356 Martín se encontraba con las legiones que el César Juliano había concentrado en la ciudad de Worms preparando la ofensiva contra los bárbaros que habían penetrado en las Galias.
  • 15. Cuando le llegó el turno de recibirla, Martín pidió al césar permiso para dejar el ejército y entrar al servicio de Dios. Irritado con lo que juzgaba una defección en vísperas del combate, Juliano lo llamó cobarde, pretendiendo huir por temor a la batalla. Para levantar la moral de los soldados, el César decidió dar un donativo a sus tropas.
  • 16. Martín escuchaba con paciencia, sabía que Juliano era un buen comandante, erudito en los negocios de la guerra y de la filosofía. Su ataque contra el cristianismo era hábil. Si no respondía con habilidad, sus compañeros de armas se reirían de él, y, lo que era peor, de Cristo.
  • 17. “Para que veáis que ese no es mi pensamiento, mañana yo me colocaré en la primera fila del combate, sin yelmo ni coraza, protegido apenas por la señal de la cruz, y así romperé sin temor la línea del enemigo. Si vuelvo sano y salvo, será solamente por el nombre de Jesús, a quien deseo servir de aquí en adelante”. Lleno de dignidad, Martín respondió:
  • 18. Así se acordó. Pero el gesto no fue necesario. Los bárbaros, por la mañana, pidieron la paz. Las crónicas anotaron que los bárbaros no se atrevieron a enfrentarse a la pericia militar de Juliano (después llamado el Apóstata por otras crónicas). Y porque se corrió la voz de que los romanos estaban tan seguros de la victoria que algunos soldados acudirían al combate sin armas. Así fue como Martín obtuvo la licencia, vencedor por dos veces, pues él no combatió ni se había derramado sangre humana.
  • 19. Pero como le atraía la fama de santidad del obispo Hilario, viajó a Poitiers para tomar como maestro y guía al venerable prelado. Éste lo recibió con los brazos abiertos y quiso ordenarlo diácono; al sentirse Martín indigno de ese noble cargo sólo aceptó la orden menor del exorcistado. Cuando dejó el ejército, se dirigió primero a Tréveris, donde existía una comunidad católica.
  • 20. Profundizó en el conocimiento de la doctrina cristiana y, dispuesto a renunciar al mundo por completo, creyó que era su deber visitar a sus padres, que habían regresado a Panonia, porque ansiaba verlos profesar la fe cristiana. Su maestro le animó en este intento y, al mismo tiempo, le hizo prometer que volvería.
  • 21. Finalmente se encontró con sus padres y les habló de Cristo, de la vida eterna y les animó a que recibieran el Bautismo. El corazón materno se sintió enseguida inclinado a creer en aquella doctrina un tanto misteriosa, pero sublime, que su hijo les había expuesto. Sin embargo, su padre se mantuvo obstinado en las costumbres paganas. Emprendió el viaje enfrentando muchas dificultades y escapó por poco de ser asesinado por bandoleros cuando atravesaba los Alpes.
  • 22. Tuvo que huir a Poitiers. Camino de esta ciudad se enteró de que San Hilario había sido desterrado a Frigia por el emperador Constancio, al haberse negado a firmar un decreto que exigía la condenación de San Atanasio, el adversario más implacable contra esa herejía de los arrianos. Regresa después a Milán, donde hace un ensayo de vida monástica cerca de la ciudad hasta que el obispo arriano le expulsa, después de mandarlo azotar.
  • 23. Martín sufría por la ausencia del venerable Hilario y ante la inseguridad de poder volver a encontrarse con él. Despojado y malherido por los hombres, se retira a un islote salvaje, la «Insula Gallinaria», en la costa de Genova. Allí medita y hace penitencia, hasta que en el verano de 360 averigua que su maestro Hilario, desterrado largo tiempo en Oriente, acaba de volver a Poitiers.
  • 24. Bajo el auspicio de san Hilario, se instaló en Ligugé, a orillas del río Clain, para ser ermitaño, dedicado sólo a la oración y a la contemplación. Entonces Martín decide viajar también a Poitiers.
  • 25. En el centro de la ciudad monástica hay un oratorio, donde se reúnen todos para los ejercicios comunes. Ninguno tenía casa propia: no podían comprar, ni vender, ni se ocupaban en arte alguno, salvo en copiar libros, ejercicio reservado, sobre todo, para los jóvenes. Este fue el primer monasterio en Occidente. No tardaron en reunírsele otros cristianos deseosos de formarse en la vida penitente. Levantan otras celdillas semejantes a la suya. Ligugé actual
  • 26. En esa soledad estuvo diez años dedicado a orar, a hacer sacrificios y a estudiar las Sagradas Escrituras. Los habitantes de los alrededores consiguieron por sus oraciones y bendiciones, muchas curaciones y varios prodigios. En esa época la fama de santidad de Martín ya era muy grande y San Hilario consiguió persuadirlo finalmente, para que aceptara las órdenes mayores.
  • 27. Martín fue invitado a asumir esta sede episcopal, pero lo rechazó de inmediato. No veía cómo conciliar la vida eremítica con las tareas de un pastor de la Iglesia. En el 371, cuatro años después de la muerte de San Hilario, falleció Liborio, Obispo de Tours.
  • 28. Cierto día uno de sus habitantes fue a Ligugé y le pidió de rodillas que fuera con él a su ciudad a curar a su esposa. Siempre dispuesto a socorrer al prójimo, el santo ermitaño se sintió en la obligación de acompañar a aquel hombre. Durante el recorrido, tres días a pie, se fue juntando a ellos una multitud cada vez más numerosa. Pero si tan resuelto estaba a rehusar el cargo, más decididos aún estaban los cristianos de Tours por conseguir que aceptara.
  • 29. Apenas estuvo en la catedral toda la multitud lo aclamó como obispo de Tours, y por más que él se declarara indigno de recibir ese cargo, lo obligaron a aceptar. Sólo entonces se dio cuenta de la trampa que le habían montado. Al llegar a Tours, un grupo de fieles lo cogió a la fuerza llevándolo a la catedral.
  • 31. En el ejercicio de la tarea episcopal mostró infatigable celo por el rebaño que el Señor había confiado a su cuidado. No esperaba que el pueblo fuera a su encuentro: iba hasta los sitios más recónditos y a veces rebasaba los límites de su diócesis, en su empeño por propagar la verdad de Cristo.
  • 32. Con todo, las obligaciones episcopales no le apartaban de su ideal: siempre deseoso de contemplación y oración, construyó, no muy lejos de la ciudad, una celda donde se recogía de vez en cuando. Al igual que en Ligugé se le juntaron numerosos discípulos y llegó a formar en aquel lugar otra comunidad cenobítica: el famoso monasterio de Marmoutier. En la actualidad
  • 33. En él se recibían los candidatos al bautismo para prepararlos a las pruebas del catecumenado. Pero tal vez el principal objetivo del fundador fue crear un semillero de apóstoles, destinados a evangelizar la comarca. Personalmente, satisfacía y armonizaba con aquella obra el doble anhelo de su vida: soledad y apostolado. El monasterio era, en primer lugar, un refugio abierto a todos los que querían huir del mundo. Pero, además, era una escuela.
  • 34. Como en otros cenobios que surgieron bajo la inspiración del santo obispo, en Marmoutier se daba prioridad a la oración. Nadie podía poseer, comprar o vender nada. La túnica, hecha de piel de camello, y la abstinencia de vino en las comidas señalaban la ruptura definitiva con el mundo. Marmoutier se convir- tió en un centro de formación para clérigos y monjes. Su fama se difundió tanto que al fundador le llegaban pedidos de todas partes para que les enviase a sus hijos espirituales.
  • 35. Ahora el centro de su apostolado es su nueva abadía de Marmoutier, cerca de Tours, donde tiene una celda de madera, rodeada de un diminuto jardín. Allí vuelve después de sus correrías apostólicas. Organiza las iglesias de la Galia, poniendo en ellas a hombres de su confianza; y algunos de sus discípulos, como Patricio y Paulino de Nola, llevan a lejanos países los frutos de su enseñanza y de sus ejemplos.
  • 36. Como obispo misionero, continuó la evangelización no sólo de su diócesis, sino de toda la Galia. Al impulso de su actividad apostólica, nacieron en Francia las parroquias rurales donde anteriormente había focos de idolatría. Él se volvería el más insigne obispo de las Galias, gran taumaturgo, patrono y protector perpetuo de la nación francesa.
  • 37. Era la “edad de oro” de los Padres de la Iglesia; pero San Martín no se destacó como un hombre de gran cultura ni tampoco por la discusión de temas doctrinales candentes. Para eso Dios había suscitado a otros santos varones. La Providencia quiso de él arduos esfuerzos de evangelización.
  • 38. Esa evangelización la realiza visitando las poblaciones rurales, para extirpar las creencias y supersticiones paganas y para inculcar la doctrina cristiana. San Martín predica a tiempo y a destiempo. Se dirige a las multitudes y también a grupos reducidos.
  • 39. No se contentaba con convertirlos, sino que se ocupaba en dar a los neófitos una adecuada formación cristiana. Donde encontraba ánimos exaltados, su trato bondadoso suavizaba los corazones. La bondad y la osadía eran la nota tónica de su actividad pastoral. Su vida cotidiana era una conjugación de sacrificios, labor apostólica y oración. Su descanso era hacer bien a las almas.
  • 40. Con esta institución creó san Martín uno de los elementos que más contribuyeron a la formación de la sociedad agrícola del pueblo. Recorrió todo el territorio de su diócesis dejando en cada pueblo un sacerdote. Fue fundador de las parroquias rurales en Francia. Estaban en el cruce de las vías romanas, en los antiguos focos de la idolatría, junto a los castros o en las granjas de los grandes propietarios.
  • 41. No fue decepcionado en sus expectativas. Cuenta la confusión que sintió cuando el santo obispo le invitó a comer, pues antes de la comida le lavó las manos y la víspera le había lavado los pies: “No pude oponerme ni contradecirle. Su autoridad tenía tal fuerza que el no haber aceptado hubiera sido como un sacrilegio”. Por esa época recibió la visita de un abogado recién convertido al cristianismo, Sulpicio Severo, que impelido por la fama de santidad quiso conocerlo personalmente.
  • 42. Sulpicio decidió ser su discípulo y escribir su biografía. Comenzó a acompañarle a todas partes, analizando con amor y admiración todos los hechos que presenciaba, los cuales transmitió a la posteridad en un libro muy popular en la Edad Media titulado Vida de San Martín.
  • 43. Cuando san Martín contaba cerca de 80 años de edad y sintiéndose agotado fue llamado a restablecer la paz entre los sacerdotes de la población de Candes, que se encontraban en una desoladora situación de discordias. Salió apresuradamente para exhortarles a la caridad fraterna y obtuvo el pleno éxito en esta última misión.
  • 44. Una vez restablecida la paz entre los clérigos, cuando ya pensaba regresar a su monaste- rio, de repente empeza- ron a faltarle las fuerzas; llamó entonces a los hermanos y les indicó que se acercaba el momento de su muerte. Entre lágrimas rogaban a Dios insistentemente la permanencia en la Tierra de su querido padre y le pedían a éste que también hiciera lo mismo.
  • 45. «¿Por qué nos dejas, padre? ¿A quién nos encomiendas en nuestra desolación? Invadirán tu grey lobos rapaces; ¿quién nos defenderá de sus mordeduras, si nos falta el pastor? Sabemos que deseas estar con Cristo, pero una dilación no hará que se pierda ni disminuya tu premio; compadécete más bien de nosotros, a quienes dejas». Ellos, todos a una, empezaron a entristecerse y a decirle entre lágrimas:
  • 46. Entonces él, conmovido por este llanto, lleno como estaba siempre de entrañas de misericordia en el Señor, se cuenta que lloró también; y, vuelto al Señor, dijo tan sólo estas palabras en respuesta al llanto, alzando sus manos: «Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehuyo el trabajo; hágase tu voluntad».
  • 47. «Dejad, hermanos, dejad que mire al cielo y no a la tierra, y que mi espíritu, a punto ya de emprender su camino, se dirija al Señor». Dicho esto, vio al demonio cerca de él, y le dijo: «¿Por que estás aquí, bestia feroz? Nada hallarás en mí, malvado; el seno de Abrahán está a punto de acogerme». Con estas palabras entregó su espíritu al cielo. Con los ojos y las manos continuamente levantados al cielo, no cejaba en la oración; y como los presbíteros, que por entonces habían acudido a él, le rogasen que aliviara un poco su cuerpo cambiando de posición, les dijo:
  • 48. San Martín entregó su alma a Dios el 8 de noviembre del año 397. Tenía 81 años de edad. Su sepelio solemne se produjo 3 días después, el 11 de noviembre. Este día quedó como día de su celebración.
  • 49. El fallecimiento del venerado obispo provocó una conmoción muy grande. Como una compensación a tantos ataques que había tenido que sufrir en los últimos años de su vida, de todas partes se alzó a su muerte un elocuente testimonio de amor y veneración. La masa del pueblo le aclamó como santo. Una muchedumbre de monjes y de mujeres consagradas concurrió a sus funerales.
  • 50. Pero también, tras su fallecimiento, sucedió una gran discusión entre los habitantes de Potiers y los de Tours. Los de Poitiers decían: “ Martín ha sido nuestro monje y nuestro abad. Por eso les pedimos que nos entreguen el cuerpo”. Pero los de Tours decían: “Dios os lo quitó a vosotros y nos lo ha dado a nosotros. Según la tradición, su tumba tiene que quedarse donde fue consagrado”.
  • 51. El hecho es que, después de la célebre discusión entre los habitantes de Poitiers y los de Tours sobre qué ciudad tenía derecho a quedarse con sus restos mortales, los habitantes de Tours consiguieron “robar”, de noche, tan inestimable tesoro.
  • 52. Rápidamente lo condujeron a Tours. La población entera salió a recibirlo. Y le hicieron grandes funerales.
  • 53. Pronto se elevó una modesta capilla sobre su tumba, que San Perpet (+ 490), sucesor suyo en Tours, transformó en una importante basílica. La primera basílica del año 482 fue reconstruida varias veces durante la Edad Media, ya que sufrió ocho incendios en su historia. Después de la gran destrucción en la Revolución Francesa, quedan dos torres románicas.
  • 54. En 1860 se encontraron los restos del antiguo sepulcro de San Martín. Una iniciativa ciudadana posibilitó que en 1885 se iniciara una nueva basílica, más pequeña que la anterior, que se terminó en 1924.
  • 55. Aquí tiene san Martín un nuevo sepulcro donde acuden multitud de peregrinos a venerarlo, buscando sus huellas de santificación.
  • 56. El medio manto de San Martín (el que cortó con la espada para dar al pobre) fue guardado en una urna y se le construyó un pequeño santuario para guardar esa reliquia. Como en latín para decir "medio manto" se dice "capilla", la gente decía: "Vamos a orar donde está la capilla". Y de ahí viene el nombre de capilla, que se da a los pequeños edificios que se hacen para orar.
  • 57. La fisonomía de San Martín se nos ofrece firme y bien definida, pese al transcurso de tantos siglos. Fue un asceta y un apóstol, pero fue sobre todo hombre de oración. Ni aun entre las tareas, ciertamente agobiadoras, de su episcopado dejó de estar en continua comunicación con Dios.
  • 58. En los 27 años que fue obispo se ganó el cariño de todo su pueblo, y su caridad era inagotable con los necesitados. Los únicos que no lo querían eran ciertos tipos que querían vivir en paz con sus vicios, pero el santo no los dejaba. De uno de ellos, que inventaba toda clase de cuentos contra San Martín, porque éste le criticaba sus malas costumbres, dijo el santo cuando le aconsejaron que lo debía hacer castigar: "Si Cristo soportó a Judas, ¿por qué no he de soportar yo a este que me traiciona?"
  • 59. Dicen sus biógrafos que la gente se admiraba al ver a Martín siempre de buen genio, alegre y amable. En su trato empleaba la más exquisita bondad con todos. Tenía una gran paz y bondad de corazón. Jamás fue visto triste o irritado. Brillaba en su rostro una alegría celestial, que comunicaba a los otros. Era de extrema misericordia para con todos, hasta para los pecadores más endurecidos.
  • 60. Tenía siempre el nombre de Cristo en los labios, y en el corazón la piedad, la paz y la misericordia. Amaba las bellezas naturales, pero el mundo era para él un libro de teología, un conjunto de símbolos que le hablaban de Dios.
  • 61. Aguardaba, un día, el momento de salir a decir misa, vestido de una túnica y un manto, cuando llegó hasta él un pobre casi desnudo. Envióle a su arcediano para que le diese con qué cubrirse, pero el arcediano no hizo caso. Entonces, el pobre volvió a su presencia, y él, quitándose la túnica, se la dio. El arcediano tuvo que buscar una túnica vieja para que san Martín pudiera salir a la misa. Aquella bondad natural de su corazón habíase ido aumentando con los años. Al fin de su vida ya no se contentaba con dar la mitad de la capa.
  • 62. Por estar opuesto a la tortura, tuvo fuertes discusiones con varios empleados oficiales. En ese tiempo se acostumbraba torturar a los prisioneros para que declararan sus delitos. Nuestro santo se oponía totalmente a esto, y aunque por ello se ganó la enemistad de altos funcionarios, no permitía la tortura.
  • 63. El emperador, adoctrinado por algunos obispos, mandó ejecutar al hereje. En aquel tiempo una herejía ocasionaba problemas en la convivencia social. San Martín acudió ante el emperador para evitar que fuera ejecutado. Todo fue inútil. Martín, afligido y enfadado por este hecho, rompió sus relaciones con alguno de los obispos. Su caridad le hacía sostener que no es la violencia el mejor medio de combatir las herejías. Esto le acarreó problemas en el caso de Prisciliano. Prisciliano
  • 64. Tanta firmeza no podía menos de acarrearle enemistades. Se hizo una gran campaña contra san Martín, que iba desde acusarle de hipócrita hasta señalarle como contagiado de priscilianismo. Más tarde tuvo que reconciliarse con este obispo, cuando el emperador se lo exigió como condición a cambio de terminar con las ejecuciones de priscilianistas.
  • 65. Su asiento en la iglesia era un banquillo de pino. La paja le parecía un lecho demasiado regalado. Expresaba su gran amor a Dios, especialmente en la santa Misa. Jamás se olvidó de la santa sencillez.
  • 66. Sus mismos milagros, como los de Cristo, son milagros de caridad. Pasó haciendo el bien, entregado, en cuerpo y alma, a su pueblo. Su gran lección fue siempre la de la caridad. Su vida refleja una bondad profunda, un amor ardiente al prójimo.
  • 67. Después de dar la media capa al pobre, vio a Jesús envuelto en ella. En verdad san Martín pudo decir:
  • 68. Esta noche he visto a Dios sobre la acera sentado, Automático
  • 72. Él me llamaba y su voz era la del marginado
  • 73.
  • 74. pidiendo un poco de amor,
  • 75. pidiendo un poco de amor,
  • 77. Qué bien hacer a su lado; mi puesto junto al Señor.
  • 80. Con qué gozo iría san Martín a saludar a María en el cielo. Así lo esperamos para todos. AMÉN