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SEXO, DROGAS
Y BIOLOGÍA
(y un poco de rock and roll)
por
DIEGO GOLOMBEK
Departamento de Ciencia y Tecnología
Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires
Colección “Ciencia que ladra…”
Dirigida por DIEGO GOLOMBEK
ESTE LIBRO
(y esta colección)
Nada en la vida es más importante, más divertido, más inte-
resante o más problemático que el sexo. Claro que para los diferen-
tes bichos que hay sobre la Tierra, decir sexo quiere decir aventu-
ras muy pero muy diferentes. Para nosotros quiere decir… bueno,
eso. Para algunos querrá decir regar con espermatozoides los hue-
vos que la hembra dejó por allí sin preocuparse demasiado de su
destino. Para otros organismos, se trata de que los vientos o los pa-
jaritos lleven el polen de un lado a otro. Y, en definitiva, para mu-
chos de esos comportamientos hay que hacerse notar: el sexo ha
logrado que en la naturaleza hayan aparecido plumas de colores,
flores magníficas, cuernos gigantescos, tatuajes y poemas. Final-
mente, todo organismo pasa largas horas frente al espejo para des-
pués ser presentado en sociedad diciendo “miramemiramemirame-
mirame” o, más bien “elegimeelegimeelegimeelegime”.
¿Y todo para qué? Para elegir a la mejor pareja con la cual
mezclar nuestro material genético y tener hijitos sanos y fértiles.
Los trucos y artes de seducción son infinitos, y en este libro revi-
samos algunos de ellos, con recetas cuyo resultado ––si los lecto-
res desean probarlas en la vida real–– no garantizamos demasia-
do. Por otro lado sería imposible experimentar la ardiente vida
sexual del mosquito, con su canto de sirena destinado puramente
al romanticismo. O del plasmodio que sólo tiene sexo cuando es-
tá dentro del estómago de las mosquitas (sobre gustos…). Ni tam-
Siglo veintiuno editores Argentina s.a.
TUCUMÁN 1621 7º N (C1050AAG), BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA
Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D. F.
Portada de Mariana Nemitz
© 2006, Siglo XXI Editores Argentina S. A.
ISBN-10: 987-1220-70-7
ISBN-13: 978-987-1220-70-0
Impreso en Artes Gráficas Delsur
Almirante Solier 2450, Buenos Aires,
en el mes de diciembre de 2006
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en la Argentina - Made in Argentina
Diego Golombek
Sexo, drogas y biología : y un poco de rock and roll - 1a ed. - Buenos Aires:
Siglo XXI Editores Argentina, 2006.
136 p. ; 19x14 cm. (Ciencia que ladra... dirigida por Diego Golombek)
ISBN 987-1220-70-7
1. Ciencias Naturales. I. Título
CDD 570
R. Sáenz Peña 180, (B1876BXD) Bernal,
Pcia. de Buenos Aires, República Argentina
Una aclaración: versiones preliminares de algunos de estos tex-
tos aparecieron como notas periodísticas en diversos medios, co-
mo Página/12 y las revistas Viva o Debate. Además, vale un agra-
decimiento especial a toda la gente de Siglo XXI Editores, que no
sólo creyó en la aventura de ladrar con la ciencia en general sino
también en este caso en particular, con la paciencia y profesiona-
lismo de siempre. Gracias también a Martín de Ambrosio, lector de
fierro y crítico de platino.
Esta colección de divulgación científica está escrita por cien-
tíficos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del
laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la pro-
fesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que,
si sigue encerrado, puede volverse inútil.
Ciencia que ladra… no muerde, sólo da señales de que ca-
balga.
Diego Golombek
poco educar a una tortuga con cánones demasiado rígidos, ya que
el sexo de la cría está determinado por la temperatura de incuba-
ción de los huevos. Es cierto que hay organismos sin vida sexual,
que se reproducen aburridamente por división directa (y en algu-
nos casos, la venganza es terrible, como en el parásito Giardia, que
causa una tremenda diarrea). Pero estos clones que se reprodu-
cen sin sexo no son sólo aburridos sino también poco seguros, ya
que no se genera la diversidad necesaria para afrontar las nove-
dades que van apareciendo en el mundo.
Mujeres y hombres no escapan a las generales de la ley: por suer-
te, hay diferencias entre géneros en el cuerpo, en la organización
del cerebro, en las emociones, en la percepción de la belleza. Es cier-
to, los humanos son particulares y complejos, pero menos de lo que
creen.1 Y vale la pena estudiarlos para entenderlos, para entender-
nos; no por eso dejaremos de ser simpáticos, impredecibles, poéticos.
Éste es, también (y tal vez sobre todo) un libro sobre el amor.
¿Será que cuando hablamos del amor también hablamos de ciencia?
¿Qué es eso que hace latir más rápido nuestros corazones, obsesio-
narnos con un nombre o unos ojos, escribir poesía o aceptar quedar-
nos con una pareja pase lo que pase? Ya decía Hipócrates que del
cerebro, y sólo del cerebro, nacen las emociones, pero hoy podría-
mos agregar que también están en el estómago, en el corazón, en
nuestros ojos y ––lo que no es poco–– en nuestra historia.
Y como es un libro de amor, no puedo menos que compar-
tirlo y dedicarlo a Florencia, a quien elijo diariamente para vi-
vir y, por qué no, intercambiar genes (genes que últimamente co-
rren, hablan, cantan, bailan, nos despiertan y nos hacen llorar
de emoción). Qué fue lo que hizo que nos mirásemos por pri-
mera vez, que nos oliéramos sin darnos cuenta es, por un lado, par-
te de lo que se cuenta en estas páginas y, por otro, un misterio que
ninguna ciencia podrá develar.
6 D I E G O G O L O M B E K
1 Como diría Thoreau: “Estudio al hombre como si fuera un hongo”.
S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 7
Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum2
El amor en los tiempos de la ciencia . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Cosita loca llamada amor. El amor después del amor. Nexus, lexus,
ciencius. El amor es una droga dura…. Dos sexos, aquí hay dos sexos
(tú con el tuyo, yo con el mío). Varón, dijo la partera (pero no estaba
segura).
Los nenes con las nenas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
Hombres necios que acusáis. Middlesex: laTierra Media. La nena le
da al plástico… Ser o no ser (gay)… ¿ésa es la cuestión?. Detrás de
todo gran hombre siempre hay hormonas femeninas. Informe so-
bre Kinsey. La del mono. Oh, si yo fuera joven nuevamente. Baila
conmigo. Eligiendo al príncipe azul. Bésame muñequita (sha la la la).
El amor tiene cara de cerebro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
El amor tiene cara de cerebro. Buena química. El sexo como an-
siolítico.
Acerca del autor
Diego Golombek cql@sigloxxieditores.com.ar
Nació en Buenos Aires en 1964, es licenciado y doctor en Biología por la
Universidad de Buenos Aires. Actualmente es profesor en la Universidad
Nacional de Quilmes (UNQ, donde dirige el laboratorio de Cronobiología),
e investigador del CONICET; ha publicado numerosos trabajos de investi-
gación científica. Ha trabajado como director de teatro, periodista, mú-
sico y otros oficios. Publicó los siguientes libros de ciencia y divulgación
científica: Relojes y calendarios biológicos; Cronobiología: principios y
aplicaciones; Cerebro: últimas noticias; Cavernas y palacios: en busca
de la conciencia en el cerebro; Cronobiología Humana y La ciencia en el
aula. El cocinero científico; ADN: 50 años no es nada y Demoliendo pa-
pers fueron publicados por Siglo XXI Editores. Asimismo, es autor del libro
de cuentos Así en la Tierra y de la novela Cosa funesta. Recibió, entre otros,
el premio nacional de ciencias “Bernardo Houssay” y la beca Guggenheim.
2 “Índice de libros prohibidos y expurgados”, también llamado Index Expur-
gatorius, creado por la Iglesia en 1559.
Amamos y vivimos,
Vivimos y amamos.
Y no sabemos qué es la vida,
Y no sabemos qué es el día,
Y no sabemos qué es el amor.
Jacques Prévert
Bestiario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Tita Merello. Revista Vosotras. Homo eroticus.Hermafroditas, en el
amor y en la guerra. Una mariposa en familia es pecado. La mo-
nogamia no es un bicho. El amor entra por los ojos. Sólo piensan
en eso. Si no puedes vencerlas… El tamaño es importante (en las
neuronas). Rayos y culebras. ¿Escarabajas lesbianas?. Bonobos,
los monos golosos. Amante de los animales.
Vuelvo en tres días, no te bañes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Afrodisíacos, perfumes y otros mitos. Vuelvo en tres días, no te ba-
ñes (carta de Napoleón a Josefina). Érase un rostro a una nariz
pegado. Experimentos olorosos. En Europa se consigue. Para todos
los gustos. Olores con historia. La sinfonía de los olores. De la na-
turaleza a su frasco. De feromonas y otros negocios. Del olor al
terror hay sólo un paso. La parte del tigre.
Toda belleza alguna vez declina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
Yo digo que la belleza. En una playa junto al mar. Promedio. Pro-
porciones. Género. Estatus y adornos. Edad. Simetría. Belleza y
tontería van siempre en compañía (los refranes y lo bello). Todos
somos Narciso, compañeros. Gustar, gustar… ésa es la cuestión.
El tango y el pavo real. La belleza de la reina Victoria. Baby-face.
Reconstruyendo la perfección (y sus riesgos). La belleza filosófica.
EPÍLOGO. Un poco de rock and roll . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
Bibliografía comentada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
El amor en los tiempos de la ciencia
Cosita loca llamada amor
Sus latidos cardíacos ––los de ella–– llegaban a 200 pulsacio-
nes por minuto. Mientras tanto, su frecuencia respiratoria ––la de
él–– no bajaba de 20. Las mejillas ––las de los dos–– estaban ine-
quívocamente sonrojadas, y el sudor les caía por la piel. Por sobre
todo, sus zonas sexuales más activas ––el hipocampo, el cíngulo y
el resto del sistema límbico–– estaban en un pico de actividad. No
cabía duda: estaban enamorados.
Porque, ¿qué es el amor sino una serie de reacciones fisiológi-
cas? ¿De qué hablaba Pablo Neruda cuando escribía “aquí te amo
y en vano te oculta el horizonte”, o Manolito3 cuando afirmaba que
estar enamorado es como “estar hamacándose en la plaza tirándo-
le cascotazos a un tambor”? Pues bien: ni más ni menos que de neu-
rotransmisores, olores y estimulaciones químicas. O, al menos, eso
es lo que algunos científicos predican desde el laboratorio.
El amor después del amor
¿Por qué nos enamoramos? Y, sobre todo, ¿de quién nos ena-
moramos? La belleza, por ejemplo, no está necesariamente en el
ojo del consumidor: tal vez esté bien adentro, en algún mecanismo
3 Personaje de la tira cómica Mafalda, de Quino.
Nexus, lexus, ciencius
Amor, love, amour… y siguen las palabras. Si bien se supone
que no hay forma de definir ni contar el amor, los diversos idiomas
tienen cualquier cantidad de vocablos y variedades para todos los
gustos. Podemos hablar de amor romántico, filial, maternal, sexual,
religioso, y aun así nos quedarían muchas categorías afuera. Por
si fuera poco, tenemos también la ciencia del amor, y aquí entra-
mos en terrenos peliagudos en el que los poetas y los científicos
suelen sufrir diferencias irreconciliables. Ya lo dijo Edgar Allan Poe
en su “Soneto a la Ciencia”:
¡Ciencia! Verdadera hija del tiempo tú eres,
que alteras todas las cosas con tus escrutadores ojos.
¿Por qué devoras así el corazón del poeta,
buitre, cuyas alas son obtusas realidades?
¿Cómo debería él amarte? o ¿cómo puede juzgarte sabia
aquel a quien no dejas en su vagar
buscar un tesoro en los enjoyados cielos,
aunque se elevara con intrépida ala?
¿No has arrebatado a Diana de su carro?
¿Ni expulsado a las Hamadríades del bosque
para buscar abrigo en alguna feliz estrella?
¿No has arrancado a las Náyades de la inundación,
al Elfo de la verde hierba, y a mí
del sueño de verano bajo el tamarindo?
Antes de seguir es necesario hacer una defensa corporativa.
Aseguro ––y creo hablar en nombre de mis colegas–– que yo no
he expulsado a las Hamadríades del bosque; ni siquiera las co-
nozco. Pero Poe efectivamente atrapa el sentimiento popular de
que hay cosas con las que la ciencia no debería meterse, y el amor
parece ser una de ellas, como si un análisis racional de los sen-
timientos y las pasiones les quitara toda espontaneidad, toda poe-
sía, como si el explicar una puesta de sol le quitara toda la magia.
Nada de eso: entender el mundo, y a nosotros mismos, no es más
S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 15
inconsciente que la evolución se ocupó de mantener más allá de
las modas.
Los hombres las prefieren jóvenes, se quejan ellas… Y tie-
nen razón: los machos de cualquier especie buscan hembras con
características que indiquen una buena fertilidad. La belleza, en
definitiva y mal que nos pese, es una serie de signos de juventud,
divino tesoro: labios gruesos, simetría en los rasgos, ciertas dis-
tancias y proporciones mágicas en el rostro y en el cuerpo. Y la
sensualidad “clásica” femenina que deja boquiabiertos (o vocife-
rantes) a los obreros de la construcción está diciendo “mirame,
mirame, mirame, soy muy fértil, con mis pechos y mis caderas,
lista para la reproducción de la especie”.
Ellas, en cambio, los prefieren maduros. También altos (una
investigación reciente demuestra que los petisos tienen una tasa
mayor de soltería que los larguiruchos; así que nada de “qué ten-
drá el petiso”… Sólo mala suerte). Y aunque lo nieguen, un poqui-
to ostentosos. Un auto, buena ropa, por qué no colores vistosos en
las plumas, o unos tremendos cuernos (con perdón) no están na-
da mal. Es más: las hembras son siempre más selectivas que los
muchachones. Tienen sus motivos: tanto les cuesta producir un
huevecillo que no se lo van a entregar a cualquiera que ande des-
parramando sus millones de espermatozoides por el mundo, qué
se han creído. Por otro lado, en especies de períodos largos de ges-
tación (como las mamás humanas), viene bien ––evolutivamente
hablando–– tener al lado a alguien con recursos propios para pa-
sar el invierno. Lo que se dice un buen partido.
Pero no todo es instinto: las muchachas (humanas o no) en
edad de merecer no sólo actúan guiadas por las reglas de la espe-
cie, sino que a veces lo hacen por imitación. Algo así como que
si tantas zorzalas o salmonas eligen a ese zorzal o a ese salmón,
algo debe de tener, y una no puede ser menos… Y así la evolu-
ción nos lleva a los carnets de baile, a los grupos de solas y solos,
y hasta a los ciberromances.
14 D I E G O G O L O M B E K
vínculo del amor materno-filial; por otro lado, la prolactina tam-
bién nos hace mejores papás y mamás. La monogamia es un hecho
extraño en la naturaleza (suele darse sólo para algunos mamífe-
ros y aves), y tal vez le haya tomado prestado el mecanismo neu-
roquímico a esa unión que las mamás de casi todas las especies han
sabido mantener con sus crías a lo largo de millones de años.
Veremos también que la elección de pareja no es un hecho tan
azaroso o casual como solemos pensar: hay señales muy concretas
y biológicas que indican que estamos en presencia de la media naran-
ja adecuada para nuestros genes y nuestros sistemas inmunes. Aun-
que no sea muy adecuado en público, el olor tiene mucho que ver
en esta elección, ya que nos permite distinguir ––conscientemente o
no–– algunas características muy íntimas de la eventual pareja, para
saber si en verdad vale la pena el esfuerzo de decirse cosas lindas,
ir a buscarse al trabajo o a la salida del colegio, regalarse flores o
anillos y, finalmente, intercambiar información genética.
El amor es una droga dura…
… o una enfermedad incurable. Es cierto: algunos de los “sín-
tomas” del amor se parecen sospechosamente a trastornos obse-
sivos (me llamará, no me llamará, me quedo en casa, dónde esta-
rá, qué le regalo, me quiere mucho, poquito, nada…). Claro que
es muchísimo más saludable estar enamorado, amigos, que sufrir
cualquier atisbo de enfermedad, aunque convengamos en que uno
hace unas cuantas cosas absurdas cuando está en ese estado de gra-
cia (o de desgracia); podemos darnos cuenta de nuestras ideas fi-
jas, pero aun así es imposible sacárnoslas de la cabeza. Hace unos
años, un grupo de investigadores de la Universidad de Pisa puso
avisos buscando estudiantes que se hubieran enamorado hacía me-
nos de seis meses y que estuvieran obsesionados con el objeto (o,
más bien, sujeto) de sus pensamientos. Lo interesante es que los
voluntarios que aparecieron tenían niveles muy bajos de seroto-
nina, lo mismo que ocurre en los trastornos obsesivo-compulsi-
S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 17
que una forma de seguir siendo mágicos e igual de enamorados
que antes.
Es cierto: aún sabemos muy poco sobre la naturaleza del amor.
Tal vez conozcamos algo más de su primo lujurioso, el sexo; hay quie-
nes aventuran que el amor no es más que una excusa que tiene la evo-
lución para perpetuar las especies y los genes. Sabemos también al-
go de sus manifestaciones externas; he conocido algún profesor que
afirmaba que el amor no es más que un aumento en la frecuencia car-
díaca, algo de sudoración, un enrojecimiento de las mejillas y, agre-
garíamos hoy, la activación de ciertos centros del cerebro.4 No es
poco, pero tiene gusto a poco: uno no se resigna a interpretar sus sen-
timientos más íntimos como una bolsa de reacciones físicas.
Como sea, el cerebro (que según Emily Dickinson es más amplio
que el cielo y más ancho que el mar) alcanza para cobijar al amor,
y se conocen ciertas señales químicas que saltan de alegría cuando
nos enamoramos. Las primeras sensaciones amorosas parecen ve-
nir acompañadas de un aumento en los niveles del neurotransmisor
dopamina (que está involucrado en los mecanismos del placer) y una
disminución en los de serotonina. Algo similar a lo que ocurre con
ciertas adicciones: tal vez los que consideren el amor una adicción no
estén tan lejos de la verdad, y lo busquemos una y otra vez.
Del amor a la lujuria hay sólo un paso, mediado por otras se-
ñales, como la testosterona o el cortisol, mientras que, como vere-
mos, otras hormonas y señales como la oxitocina o la vasopresina
son fundamentales para la fidelidad. Efectivamente, aquellas pa-
rejas (humanas o no) que logran una relación duradera tienden a
tener una actividad cerebral asociada a esas señales, que se pro-
ducen cuando nos ponemos cariñosos y nos pegoteamos el uno con
la otra. La misma oxitocina es una de las señales que afianzan el
16 D I E G O G O L O M B E K
4 Efectivamente, la neurociencia cognitiva ha identificado zonas cerebrales que
se encienden cuando estamos enamorados. En un experimento, se presentaron fotos
de su amor o de un amigo/a a 17 personas. La visión del ser amado activó regiones
específicas del cerebro: la ínsula, el cíngulo anterior y el estriado, así como inac-
tivó una zona de la corteza prefrontal. Estas imágenes cerebrales serán buenas can-
didatas a la hora de pedir una prueba de amor…
• Hormonas (andrógenos, estrógenos)
• Caracteres sexuales secundarios (masa muscular, presencia
de pelo, tono de voz)
• Gametas (espermatozoides, óvulos)
• Comportamiento (agresividad, orientación sexual)
El asunto es que todos y cada uno de esos criterios pueden
fallar y darnos una idea equivocada de qué está ocurriendo en ese
organismo con respecto a la determinación del sexo.
En cuando a las gametas (las células sexuales por excelen-
cia), tal vez la única forma más o menos universal de determinar
el género pueda ser que la hembra es la que produce gametas gran-
dotas, y el macho otras mucho más pequeñas. En definitiva, la ga-
meta grande (óvulo) necesariamente está llena de nutrientes, mien-
tras que la gameta pequeña no es más que una bolsita de ADN con
una cola (cualquier semejanza con la vida real es pura coinciden-
cia). Todos los otros criterios tendrán obvias excepciones: habrá ra-
rezas cromosómicas, gonadales, mujeres barbudas y hombres con
desarrollo de pechos, orientaciones sexuales diversas, etc. Más aún:
la determinación del sexo puede depender de la edad del individuo,
lo que puede deparar más de una sorpresa.
Y aquí va un gran golpe para el machismo: en el fondo, podría
decirse que todos estamos destinados a ser… hembras.
Efectivamente, hasta la sexta semana del desarrollo, el em-
brión no tiene sexo, sino que está completamente indiferencia-
do. Los nenes y las nenas son iguales, con una gónada bipoten-
cial (o sea, un órgano sexual sin forma definida) y conductos que
podrán convertirse en masculinos o femeninos. Unas siete sema-
nas luego de la fertilización aparece la diferenciación en gónadas
sexuales (testículo u ovario). Luego de esta diferenciación comien-
zan las secreciones hormonales a partir de las gónadas, que de-
terminan el destino de todas las otras estructuras reproductivas del
cuerpo. Las hormonas sexuales son responsables de masculinizar
o feminizar todo el cuerpo… incluyendo el cerebro.
El asunto es que si no pasa nada especial, ese embrión bi-
S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 19
vos. Claro que esto ocurre sólo en las etapas iniciales del amor: con
el tiempo (y con el sexo), los niveles de serotonina vuelven a va-
lores normales. (El alcohol, de paso, hace disminuir los niveles ce-
rebrales de serotonina, por lo que hay que tener cuidado de nues-
tro comportamiento frente a quien está en la otra punta de la
barra… podemos arrepentirnos más tarde.)
Por otro lado, el deseo relacionado con el amor o el sexo pa-
rece tener mucho que ver con otros deseos, incluyendo los vincu-
lados a las drogas. Todo deseo enciende en el cerebro caminos de
recompensa, relacionados con el neurotransmisor dopamina. Así,
el amor y la lujuria podrían ser considerados adicciones, eviden-
cias de un sistema que evolucionó para ayudarnos a buscar situa-
ciones placenteras. En definitiva, algo parecido a lo que impide que
los adictos dejen las drogas fácilmente.
Pero el amor es más fuerte.
Dos sexos, aquí hay dos sexos
(tú con el tuyo, yo con el mío)
Antes de la era de las ecografías y de los análisis genéticos, una
de las grandes cuestiones del nacimiento era, además de saber si el
bebé estaba sano, tenía dos brazos, dos piernas y todo lo demás, si
era nene o nena. Sólo entonces se elegía el nombre del hijo o hija
y se imprimían las tarjetas que anunciaban su llegada al mundo.
Por supuesto, la forma más concreta de saberlo es, simplemen-
te, mirar y descubrir qué trajo el bebé entre las piernas. Así, la ge-
nitalia externa es la forma más común de determinar el sexo de un
individuo. Sin embargo, esto deja afuera una larga serie de criterios
para la determinación de género, entre los que podríamos nombrar:
• Cromosomas sexuales (X eY)
• Gónadas (testículos y ovarios)
• Estructuras accesorias (epidídimo, vas deferens, trompas de
Falopio, útero)
18 D I E G O G O L O M B E K
bras: la incubación a unos 29 grados da un tortugo, mientras que
con 32 grados nacen hembras.
Finalmente, en pleno siglo xx se comenzaron a visualizar unos
cuerpos de color (“cromo-somas”) al microscopio. Estos cuerpos
se encuentran en el núcleo de todas las células y están hechos de
ácido desoxirribonucleico (el famoso ADN), en donde se escriben
los genes con la información para fabricar todo lo que las células
necesitan. El asunto es que en casi todas las células (las llamadas
“células somáticas”), hay un número fijo de cromosomas, mien-
tras que las células sexuales (espermatozoides y óvulos) sólo po-
seen la mitad de ese número, cosa de que cuando el destino los jun-
te se forme una célula nueva con la cantidad adecuada de
cromosomas. Es más: ese número de cromosomas que poseen las
células se organiza en pares (llamados cromosomas homólogos),
de los cuales las células sexuales sólo tienen uno.
Los primeros mirones de células al microscopio encontraron
una diferencia sistemática entre machos y hembras, al menos en al-
gunos escarabajos y algunas moscas cuyos cromosomas fueron los
primeros en ser estudiados. En las moscas se encontró que las hem-
bras (o sea, las que tenían ovarios y óvulos y ponían huevos) tenían
dos cromosomas sexuales iguales y los machos un par de cromo-
somas sexuales diferentes, a los que, no sabiendo como llamarlos,
les quedó X e Y. Entonces: las hembras de moscas son XX y los ma-
chos XY. Hasta aquí todo va bien ya que con esos datos podemos
inventar dos modelos para determinación de sexo: puede estar da-
da por el número de cromosomas X (las hembras tienen dos, los
machos uno), o bien la presencia de un Y (que define al macho).
La respuesta final vino en 1916, y representa en cierta forma
el nacimiento de la genética moderna, porque apareció en el pri-
mer número de una revista llamada, justamente, Genetics. Para ese
estudio se investigaron moscas que portaban más de dos cromo-
somas sexuales (que las hay, las hay). El artículo de la página 1
del volumen 1 de Genetics sostiene que las moscas XXY se desa-
rrollaban como hembras, mientas que aquellas que resultaban X0
(o sea, sólo tenían un cromosoma X, y ningún Y) eran machos.
S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 21
potencial ¡se convierte solito en hembra! El camino predetermi-
nado parece ser el de las hembras; los machos tienen que ha-
cerse notar para que la gónada se convierta en testículo. ¿Có-
mo decide la gónada bipotencial convertirse en testículo u
ovario? Hoy está claro que los genes tienen algo que ver, pero es-
to no fue obvio hasta bien entrado el siglo XX. Antes de eso, la
idea prevaleciente era que las características de la mamá y del pa-
pá se mezclaban en una licuadora genética, y ¡zas!, aparecía el
hijo (una combinación de los padres). Claro que la idea de la li-
cuadora no puede explicar que aparezcan machos o hembras,
tendrían que presentarse mezclas de ambos sexos, algo que no
suele suceder… Si la explicación no es genética (al menos, se-
gún esta versión de la genética), entonces, ¿habrá que buscarla
en el ambiente?
Varón, dijo la partera (pero no estaba segura)
Hacia 1890 el modelo principal de determinación de sexo pro-
ponía que la dieta de la madre era responsable de producir machos
o hembras. Claro que así era muy difícil explicar la aparición de
mellizos nene y nena… Había (y, a juzgar por algunas revistas sen-
sacionalistas, todavía existen) otras teorías: la fase de la luna, un
rayo, tiempos de guerra o paz…
Mucho tiempo antes, Aristóteles elucubró su propia hipóte-
sis: el sexo del hijo depende de la temperatura y excitación del pa-
dre durante la copulación. Como buena sociedad machófila, la idea
era que si la temperatura era más alta, se esperaba un hijo. Sería
cuestión de tener sexo dentro de una estufa, o en una heladera, co-
sa de elegir tener niños o niñas…
Sin embargo, es interesante pensar que efectivamente hay ani-
males para los que el asunto funciona más o menos de esa mane-
ra. En algunas tortugas, por ejemplo, no hay cromosomas sexuales,
sino que el género depende de la temperatura de incubación del
huevo. Mal que le pese a Aristóteles, las calentonas son las hem-
20 D I E G O G O L O M B E K
esa parte del Y que es importante para masculinizar. Existe, entonces,
una región crítica en el cromosoma Y. En ella hay un gen, llamado
sry, que determina que se prendan o apaguen ciertos genes en el em-
brión para dirigir su desarrollo hacia un varón (dijo la partera).
Por su parte, las hembras XY (que no tienen el gen sry) pro-
ducen hormonas femeninas, por lo que están perfectamente femi-
nizadas, aunque sin óvulos. Hacia la pubertad se las trata con hor-
monas para que se desarrollen normalmente (aunque no serán
fértiles).
El desarrollo de ratones genéticamente modificados es una
prueba más del rol de los genes del cromosoma Y en el desarro-
llo del sexo. A unos ratones XX (o sea, cromosómicamente hem-
bras) se les agregó un pedacito de cromosoma Y, que contiene
el gen sry, y… chan channnn… ¡se desarrollaron como machos!
Estos ratones no pueden fabricar espermatozoides, pero su ge-
nitalia externa e interna corresponde a la de un macho. En la
tapa de la prestigiosa revista Nature salió una tarjeta de presen-
tación: “¡Es un varón!”, mostrando un tanto impúdicamente sus
partes…
Hasta aquí hemos analizado la diferenciación de la gónada del
embrión hacia macho o hembra. Pero aun antes de esto, vale pre-
guntarse por qué se necesitan dos sexos dos. O, en otras palabras,
si sólo las hembras dan a luz, ¿para qué cuernos sirven los machos,
más allá de representar ––al menos a veces–– interesantes objetos
decorativos para la mesita de luz? Convengamos en que sería mu-
cho más simple, y tal vez hasta más eficiente, la existencia de hem-
bras y nada más que hembras (y varios textos de ciencia-ficción van
en ese sentido). ¿Podría haber un mundo de ovejas Dolly, de gen-
te Dolly, de mariposas Dolly? O, más precisamente, un mundo de
lagartos, como la especie Cnemidophoris laredorensis, compuesta
exclusivamente por hembras que se reproducen por clonación. En
este caso, la reproducción se realiza por un proceso llamado par-
tenogénesis que, en verdad, no sabemos del todo cómo ocurre, aun-
S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 23
La conclusión era obvia: el sexo, en moscas, está determinado por
la cantidad de cromosomas X. Lo fundamental es que ésta fue la
primera vez que se conectó algo concreto ––la definición del se-
xo–– con la presencia de los cromosomas.
Unos años más tarde, en 1923, se descubrieron los cromosomas
X e Y en humanos, y obviamente se pensó que la cuestión era si-
milar a la de las moscas: el sexo viene del número de cromosomas
X. Pero algo andaba mal, ya que había casos que no se condecían
con la teoría… recién en 1959 se clarificó el rol de los cromosomas
sexuales en humanos. Al igual que en el caso de las moscas, se ne-
cesitó estudiar algunos casos raros, como el síndrome de Turner, que
está representado por hembras que son X0, y el de Klinefelter, repre-
sentado por machos XXY.5 Según estos casos, está claro que no es
el número de cromosomas X el que determina el género (si no, por
ejemplo, aquellos que tengan síndrome de Klinefelter serían nece-
sariamente hembras), así que en humanos el modelo de determina-
ción del sexo es diferente del de las moscas: dime si tienes un cro-
mosoma Y y te diré si eres macho o no.
En embriones humanos, entonces, el cromosoma Y hace al-
go para que se determine el sexo, y aparentemente lo hace alre-
dedor de la séptima semana posfertilización. Sin embargo, también
esta regla tiene excepciones: hay machos XX que tienen genitales
externos y gónadas masculinas, mientras que también existen hem-
bras XY, que tienen características generales femeninas, aunque en
ninguno de los dos casos (que son raros, aproximadamente 1 en
20.000 personas) se producen gametas de ningún tipo, por lo que
se trata de individuos infértiles.
¿Qué es lo que pasa en estos machos XX o hembras XY? ¿Se-
rá que los machos XX mantienen aunque sea una porción del cromo-
soma Y? Efectivamente es así, y esa partecita alcanza para masculi-
nizar al embrión. Por su parte, en las hembras XY justamente falta
22 D I E G O G O L O M B E K
5 Las mujeres con síndrome de Turner (X0) son en general más bajas que el res-
to, y el ovario suele degenerar. Pueden también tener cambios en el cuello y en el ri-
ñón. Al igual que los machos Klinefelter (XXY), no producen gametas y son estériles.
ma, que seguramente hacen otras cosas bastante machistas. ¿Genes
para el dedo del control remoto? ¿El gen de escupir? ¿El gen de
los malos bailarines? En realidad, sólo con el Proyecto Genoma Hu-
mano se comenzó a entender del todo al cromosoma Y. Una sor-
presa es que una porción muy importante de este cromosoma no par-
ticipa de la recombinación meiótica, o sea que se mantiene muy
estable de generación en generación, sin ganar ni perder información
genética. De esta manera, el cromosoma Y se hereda casi igual de pa-
dres a hijos varones, por lo que se podría trazar una historia evolu-
tiva desde cualquier hombre hasta Adán (o quien haya venido prime-
ro). Además de la zona en donde está el gen sry (que, como vimos,
es responsable de diferenciar la gónada primitiva en un testículo), hay
otra zona con genes relacionados con funciones generales de la cé-
lula (nada interesante en términos sexuales), y una tercera serie de
genes bien machos que son los que expresan proteínas relacionadas
con la producción y función de los espermatozoides.
Este cromosoma Y es una especie de experimento evolutivo
de hace unos 300 millones de años. Se cree que originalmente eran
muy parecidos al X, pero por una serie de modificaciones genéti-
cas se llegó a dos cromosomas sexuales muy diferentes (el X, por
ejemplo, tiene alrededor de 1.000 genes, mientras que el Y es mu-
chísimo más pequeño y sólo cuenta con unos 26 genes o familias).
Esta diferenciación ocurrió en la era en que los mamíferos apare-
cieron y se fueron diferenciando de sus antepasados reptiles (así
que de alguna manera venimos de bichos cuyo sexo se determi-
naba por la temperatura…).
S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 25
que sí está claro que en este caso no se produce la división del nú-
mero cromosómico relacionada con la meiosis.6
Entonces, ¿es bueno el sexo? (hablando en términos evoluti-
vos, aunque ustedes seguro ya están pensando en cosas obscenas…).
Una forma de ver las ventajas comparativas de la reproduc-
ción sexual es analizar organismos que pueden reproducirse de
diversas maneras. Y el mejor laboratorio para este estudio es la ver-
dulería, ya que las plantas tienen reproducción sexual y asexual.
Recordemos nuevamente que el sexo requiere de un papá y una
mamá, y que en términos genéticos ocurre la división celular lla-
mada meiosis, mientras que la reproducción asexual (o clonación)
sólo requiere de un organismo, que llamaremos mamá.
En la reproducción clonal (o sea, la que ocurre por división
simple: una célula ––o un bicho, o una planta–– se divide en pe-
dacitos hijos, es exactamente igual a la original) las mamás pasan
todos sus genes a la descendencia, mientras que en el sexo sólo se
pasa la mitad de los genes a los hijos. El sexo, entonces, implica re-
combinar material genético, con el vértigo de la novedad y también
con todas sus ventajas. La fuente de la materia básica para la evo-
lución, es la recombinación y la mutación, de manera de crear di-
versidad. Ojo: la materia de las mutaciones no es beneficiosa, si-
no que disminuye la función de los genes. Con el tiempo, la
acumulación de mutaciones dañinas complica la reproducción clo-
nal, dado que a las mamás no les queda otra posibilidad que pasar-
le todos sus genes (aun los mutados que no anden muy bien) a la
descendencia, mientras que en la reproducción sexual se puede
“elegir” qué genes se pasan a los hijos. Así, por azar y a largo pla-
zo, se pueden pasar las mutaciones beneficiosas a la prole. La meio-
sis es, por lo tanto, una especie de feria de trueque evolutiva.
Volvemos a la pregunta inicial. Ya sabemos que el gen sry (pre-
sente en el cromosoma Y) se prende por poco tiempo, alrededor de
la séptima semana. Por supuesto, hay otros genes en este cromoso-
24 D I E G O G O L O M B E K
6 Si bien todas las células del cuerpo se dividen dando lugar a dos células ho-
jas con el mismo número de cromosomas, para llegar a las células sexuales (esper-
matozoides y óvulos) se debe pasar por una división especial llamada meiosis, que da
lugar a hijitas con la mitad del número de cromosomas original. En definitiva, la pre-
gunta de por qué deben existir los machos sería equivalente a por qué es necesaria la
meiosis. Recordemos que todas las células del cuerpo tienen un número fijo de cro-
mosomas, excepto las gametas (espermatozoides y óvulos), que sufren la división meió-
tica que divide por dos a ese número cromosómico. En las especies partenogenéticas no
hay meiosis, sólo división por mitosis, en la que el número de cromosomas se mantie-
ne fijo. Las consecuencias de la meiosis son, entonces, la reducción del número de cro-
mosomas y la posibilidad de intercambio de material genético. Casi nada.
Los nenes con las nenas
Hombres necios que acusáis
Los nenes con los nenes (y con los autitos, la pelota y las es-
padas). Las nenas con las nenas (y con sus muñecas, pulseras y ves-
tidos). Y según el recientemente ex presidente de Harvard, Law-
rence H. Summers, los nenes con las ciencias y las matemáticas,
y las nenas… a lavar los platos. En 2005 dio una charla en la que,
entre otras bombas, dijo que “la falta de progreso de las mujeres en
ciencia se debería a diferencias innatas entre los sexos”. ¡El revue-
lo que se armó! Casi inmediatamente circuló un petitorio firma-
do por más de 50 profesores quejándose de los comentarios y, peor
aún, varios ex alumnos amenazaron con retirar sus jugosas dona-
ciones a la universidad. Si bien el objetivo de Summers había si-
do provocar un debate y hacer notar que las mujeres están efecti-
vamente subrepresentadas en las posiciones más altas de ciencia
y tecnología, se le dio vuelta la tortilla y tuvo que deshacerse en dis-
culpas. Sin embargo, eso no alcanzó y el presidente anunció que
dejará su cargo, como buen broche de oro al escandalete acadé-
mico generado.
La discusión naturaleza versus cultura es tan vieja como la na-
turaleza y la cultura juntas. Hay algo de cierto en esto: las dife-
rencias de género en cuanto a gustos, aptitudes y desarrollo son
reales, así como la arquitectura de los cerebros. (Dicho sea de pa-
so, el cerebro de los hombres es unos 200 gramos más pesado que
el de las mujeres ––razón harto esgrimida como prueba de mayor
Seguramente el sry es producto de la mutación de un gen pree-
xistente; en algún momento ocurrió un cambio que hizo que el
par X e Y no se pudiera recombinar más, y así el señor Y se man-
tuvo intacto de allí en adelante. Podríamos pensar que la evolución
eligió juntar un grupo de genes que son buenos para los machos,
meterlos en un único cromosoma que no se junte y mezcle con
cualquiera, y asegurar que esos genes siempre se hereden juntos.
En resumen, está claro que en la mayoría de las especies hay
dos sexos, y que eso es beneficioso en términos evolutivos. Mez-
clarse siempre viene bien. Saber de dónde vienen esos dos sexos es
un poco más complicado, y en eso estamos. Seguramente los lec-
tores se están preguntando por el comportamiento sexual (si los co-
noceré, vea…); hablaremos de esto un poco más adelante.
26 D I E G O G O L O M B E K

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  • 1. SEXO, DROGAS Y BIOLOGÍA (y un poco de rock and roll) por DIEGO GOLOMBEK Departamento de Ciencia y Tecnología Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires Colección “Ciencia que ladra…” Dirigida por DIEGO GOLOMBEK
  • 2. ESTE LIBRO (y esta colección) Nada en la vida es más importante, más divertido, más inte- resante o más problemático que el sexo. Claro que para los diferen- tes bichos que hay sobre la Tierra, decir sexo quiere decir aventu- ras muy pero muy diferentes. Para nosotros quiere decir… bueno, eso. Para algunos querrá decir regar con espermatozoides los hue- vos que la hembra dejó por allí sin preocuparse demasiado de su destino. Para otros organismos, se trata de que los vientos o los pa- jaritos lleven el polen de un lado a otro. Y, en definitiva, para mu- chos de esos comportamientos hay que hacerse notar: el sexo ha logrado que en la naturaleza hayan aparecido plumas de colores, flores magníficas, cuernos gigantescos, tatuajes y poemas. Final- mente, todo organismo pasa largas horas frente al espejo para des- pués ser presentado en sociedad diciendo “miramemiramemirame- mirame” o, más bien “elegimeelegimeelegimeelegime”. ¿Y todo para qué? Para elegir a la mejor pareja con la cual mezclar nuestro material genético y tener hijitos sanos y fértiles. Los trucos y artes de seducción son infinitos, y en este libro revi- samos algunos de ellos, con recetas cuyo resultado ––si los lecto- res desean probarlas en la vida real–– no garantizamos demasia- do. Por otro lado sería imposible experimentar la ardiente vida sexual del mosquito, con su canto de sirena destinado puramente al romanticismo. O del plasmodio que sólo tiene sexo cuando es- tá dentro del estómago de las mosquitas (sobre gustos…). Ni tam- Siglo veintiuno editores Argentina s.a. TUCUMÁN 1621 7º N (C1050AAG), BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D. F. Portada de Mariana Nemitz © 2006, Siglo XXI Editores Argentina S. A. ISBN-10: 987-1220-70-7 ISBN-13: 978-987-1220-70-0 Impreso en Artes Gráficas Delsur Almirante Solier 2450, Buenos Aires, en el mes de diciembre de 2006 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina - Made in Argentina Diego Golombek Sexo, drogas y biología : y un poco de rock and roll - 1a ed. - Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2006. 136 p. ; 19x14 cm. (Ciencia que ladra... dirigida por Diego Golombek) ISBN 987-1220-70-7 1. Ciencias Naturales. I. Título CDD 570 R. Sáenz Peña 180, (B1876BXD) Bernal, Pcia. de Buenos Aires, República Argentina
  • 3. Una aclaración: versiones preliminares de algunos de estos tex- tos aparecieron como notas periodísticas en diversos medios, co- mo Página/12 y las revistas Viva o Debate. Además, vale un agra- decimiento especial a toda la gente de Siglo XXI Editores, que no sólo creyó en la aventura de ladrar con la ciencia en general sino también en este caso en particular, con la paciencia y profesiona- lismo de siempre. Gracias también a Martín de Ambrosio, lector de fierro y crítico de platino. Esta colección de divulgación científica está escrita por cien- tíficos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la pro- fesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil. Ciencia que ladra… no muerde, sólo da señales de que ca- balga. Diego Golombek poco educar a una tortuga con cánones demasiado rígidos, ya que el sexo de la cría está determinado por la temperatura de incuba- ción de los huevos. Es cierto que hay organismos sin vida sexual, que se reproducen aburridamente por división directa (y en algu- nos casos, la venganza es terrible, como en el parásito Giardia, que causa una tremenda diarrea). Pero estos clones que se reprodu- cen sin sexo no son sólo aburridos sino también poco seguros, ya que no se genera la diversidad necesaria para afrontar las nove- dades que van apareciendo en el mundo. Mujeres y hombres no escapan a las generales de la ley: por suer- te, hay diferencias entre géneros en el cuerpo, en la organización del cerebro, en las emociones, en la percepción de la belleza. Es cier- to, los humanos son particulares y complejos, pero menos de lo que creen.1 Y vale la pena estudiarlos para entenderlos, para entender- nos; no por eso dejaremos de ser simpáticos, impredecibles, poéticos. Éste es, también (y tal vez sobre todo) un libro sobre el amor. ¿Será que cuando hablamos del amor también hablamos de ciencia? ¿Qué es eso que hace latir más rápido nuestros corazones, obsesio- narnos con un nombre o unos ojos, escribir poesía o aceptar quedar- nos con una pareja pase lo que pase? Ya decía Hipócrates que del cerebro, y sólo del cerebro, nacen las emociones, pero hoy podría- mos agregar que también están en el estómago, en el corazón, en nuestros ojos y ––lo que no es poco–– en nuestra historia. Y como es un libro de amor, no puedo menos que compar- tirlo y dedicarlo a Florencia, a quien elijo diariamente para vi- vir y, por qué no, intercambiar genes (genes que últimamente co- rren, hablan, cantan, bailan, nos despiertan y nos hacen llorar de emoción). Qué fue lo que hizo que nos mirásemos por pri- mera vez, que nos oliéramos sin darnos cuenta es, por un lado, par- te de lo que se cuenta en estas páginas y, por otro, un misterio que ninguna ciencia podrá develar. 6 D I E G O G O L O M B E K 1 Como diría Thoreau: “Estudio al hombre como si fuera un hongo”. S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 7
  • 4. Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum2 El amor en los tiempos de la ciencia . . . . . . . . . . . . . . . . 13 Cosita loca llamada amor. El amor después del amor. Nexus, lexus, ciencius. El amor es una droga dura…. Dos sexos, aquí hay dos sexos (tú con el tuyo, yo con el mío). Varón, dijo la partera (pero no estaba segura). Los nenes con las nenas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 Hombres necios que acusáis. Middlesex: laTierra Media. La nena le da al plástico… Ser o no ser (gay)… ¿ésa es la cuestión?. Detrás de todo gran hombre siempre hay hormonas femeninas. Informe so- bre Kinsey. La del mono. Oh, si yo fuera joven nuevamente. Baila conmigo. Eligiendo al príncipe azul. Bésame muñequita (sha la la la). El amor tiene cara de cerebro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 El amor tiene cara de cerebro. Buena química. El sexo como an- siolítico. Acerca del autor Diego Golombek cql@sigloxxieditores.com.ar Nació en Buenos Aires en 1964, es licenciado y doctor en Biología por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ, donde dirige el laboratorio de Cronobiología), e investigador del CONICET; ha publicado numerosos trabajos de investi- gación científica. Ha trabajado como director de teatro, periodista, mú- sico y otros oficios. Publicó los siguientes libros de ciencia y divulgación científica: Relojes y calendarios biológicos; Cronobiología: principios y aplicaciones; Cerebro: últimas noticias; Cavernas y palacios: en busca de la conciencia en el cerebro; Cronobiología Humana y La ciencia en el aula. El cocinero científico; ADN: 50 años no es nada y Demoliendo pa- pers fueron publicados por Siglo XXI Editores. Asimismo, es autor del libro de cuentos Así en la Tierra y de la novela Cosa funesta. Recibió, entre otros, el premio nacional de ciencias “Bernardo Houssay” y la beca Guggenheim. 2 “Índice de libros prohibidos y expurgados”, también llamado Index Expur- gatorius, creado por la Iglesia en 1559.
  • 5. Amamos y vivimos, Vivimos y amamos. Y no sabemos qué es la vida, Y no sabemos qué es el día, Y no sabemos qué es el amor. Jacques Prévert Bestiario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57 Tita Merello. Revista Vosotras. Homo eroticus.Hermafroditas, en el amor y en la guerra. Una mariposa en familia es pecado. La mo- nogamia no es un bicho. El amor entra por los ojos. Sólo piensan en eso. Si no puedes vencerlas… El tamaño es importante (en las neuronas). Rayos y culebras. ¿Escarabajas lesbianas?. Bonobos, los monos golosos. Amante de los animales. Vuelvo en tres días, no te bañes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79 Afrodisíacos, perfumes y otros mitos. Vuelvo en tres días, no te ba- ñes (carta de Napoleón a Josefina). Érase un rostro a una nariz pegado. Experimentos olorosos. En Europa se consigue. Para todos los gustos. Olores con historia. La sinfonía de los olores. De la na- turaleza a su frasco. De feromonas y otros negocios. Del olor al terror hay sólo un paso. La parte del tigre. Toda belleza alguna vez declina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95 Yo digo que la belleza. En una playa junto al mar. Promedio. Pro- porciones. Género. Estatus y adornos. Edad. Simetría. Belleza y tontería van siempre en compañía (los refranes y lo bello). Todos somos Narciso, compañeros. Gustar, gustar… ésa es la cuestión. El tango y el pavo real. La belleza de la reina Victoria. Baby-face. Reconstruyendo la perfección (y sus riesgos). La belleza filosófica. EPÍLOGO. Un poco de rock and roll . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125 Bibliografía comentada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
  • 6. El amor en los tiempos de la ciencia Cosita loca llamada amor Sus latidos cardíacos ––los de ella–– llegaban a 200 pulsacio- nes por minuto. Mientras tanto, su frecuencia respiratoria ––la de él–– no bajaba de 20. Las mejillas ––las de los dos–– estaban ine- quívocamente sonrojadas, y el sudor les caía por la piel. Por sobre todo, sus zonas sexuales más activas ––el hipocampo, el cíngulo y el resto del sistema límbico–– estaban en un pico de actividad. No cabía duda: estaban enamorados. Porque, ¿qué es el amor sino una serie de reacciones fisiológi- cas? ¿De qué hablaba Pablo Neruda cuando escribía “aquí te amo y en vano te oculta el horizonte”, o Manolito3 cuando afirmaba que estar enamorado es como “estar hamacándose en la plaza tirándo- le cascotazos a un tambor”? Pues bien: ni más ni menos que de neu- rotransmisores, olores y estimulaciones químicas. O, al menos, eso es lo que algunos científicos predican desde el laboratorio. El amor después del amor ¿Por qué nos enamoramos? Y, sobre todo, ¿de quién nos ena- moramos? La belleza, por ejemplo, no está necesariamente en el ojo del consumidor: tal vez esté bien adentro, en algún mecanismo 3 Personaje de la tira cómica Mafalda, de Quino.
  • 7. Nexus, lexus, ciencius Amor, love, amour… y siguen las palabras. Si bien se supone que no hay forma de definir ni contar el amor, los diversos idiomas tienen cualquier cantidad de vocablos y variedades para todos los gustos. Podemos hablar de amor romántico, filial, maternal, sexual, religioso, y aun así nos quedarían muchas categorías afuera. Por si fuera poco, tenemos también la ciencia del amor, y aquí entra- mos en terrenos peliagudos en el que los poetas y los científicos suelen sufrir diferencias irreconciliables. Ya lo dijo Edgar Allan Poe en su “Soneto a la Ciencia”: ¡Ciencia! Verdadera hija del tiempo tú eres, que alteras todas las cosas con tus escrutadores ojos. ¿Por qué devoras así el corazón del poeta, buitre, cuyas alas son obtusas realidades? ¿Cómo debería él amarte? o ¿cómo puede juzgarte sabia aquel a quien no dejas en su vagar buscar un tesoro en los enjoyados cielos, aunque se elevara con intrépida ala? ¿No has arrebatado a Diana de su carro? ¿Ni expulsado a las Hamadríades del bosque para buscar abrigo en alguna feliz estrella? ¿No has arrancado a las Náyades de la inundación, al Elfo de la verde hierba, y a mí del sueño de verano bajo el tamarindo? Antes de seguir es necesario hacer una defensa corporativa. Aseguro ––y creo hablar en nombre de mis colegas–– que yo no he expulsado a las Hamadríades del bosque; ni siquiera las co- nozco. Pero Poe efectivamente atrapa el sentimiento popular de que hay cosas con las que la ciencia no debería meterse, y el amor parece ser una de ellas, como si un análisis racional de los sen- timientos y las pasiones les quitara toda espontaneidad, toda poe- sía, como si el explicar una puesta de sol le quitara toda la magia. Nada de eso: entender el mundo, y a nosotros mismos, no es más S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 15 inconsciente que la evolución se ocupó de mantener más allá de las modas. Los hombres las prefieren jóvenes, se quejan ellas… Y tie- nen razón: los machos de cualquier especie buscan hembras con características que indiquen una buena fertilidad. La belleza, en definitiva y mal que nos pese, es una serie de signos de juventud, divino tesoro: labios gruesos, simetría en los rasgos, ciertas dis- tancias y proporciones mágicas en el rostro y en el cuerpo. Y la sensualidad “clásica” femenina que deja boquiabiertos (o vocife- rantes) a los obreros de la construcción está diciendo “mirame, mirame, mirame, soy muy fértil, con mis pechos y mis caderas, lista para la reproducción de la especie”. Ellas, en cambio, los prefieren maduros. También altos (una investigación reciente demuestra que los petisos tienen una tasa mayor de soltería que los larguiruchos; así que nada de “qué ten- drá el petiso”… Sólo mala suerte). Y aunque lo nieguen, un poqui- to ostentosos. Un auto, buena ropa, por qué no colores vistosos en las plumas, o unos tremendos cuernos (con perdón) no están na- da mal. Es más: las hembras son siempre más selectivas que los muchachones. Tienen sus motivos: tanto les cuesta producir un huevecillo que no se lo van a entregar a cualquiera que ande des- parramando sus millones de espermatozoides por el mundo, qué se han creído. Por otro lado, en especies de períodos largos de ges- tación (como las mamás humanas), viene bien ––evolutivamente hablando–– tener al lado a alguien con recursos propios para pa- sar el invierno. Lo que se dice un buen partido. Pero no todo es instinto: las muchachas (humanas o no) en edad de merecer no sólo actúan guiadas por las reglas de la espe- cie, sino que a veces lo hacen por imitación. Algo así como que si tantas zorzalas o salmonas eligen a ese zorzal o a ese salmón, algo debe de tener, y una no puede ser menos… Y así la evolu- ción nos lleva a los carnets de baile, a los grupos de solas y solos, y hasta a los ciberromances. 14 D I E G O G O L O M B E K
  • 8. vínculo del amor materno-filial; por otro lado, la prolactina tam- bién nos hace mejores papás y mamás. La monogamia es un hecho extraño en la naturaleza (suele darse sólo para algunos mamífe- ros y aves), y tal vez le haya tomado prestado el mecanismo neu- roquímico a esa unión que las mamás de casi todas las especies han sabido mantener con sus crías a lo largo de millones de años. Veremos también que la elección de pareja no es un hecho tan azaroso o casual como solemos pensar: hay señales muy concretas y biológicas que indican que estamos en presencia de la media naran- ja adecuada para nuestros genes y nuestros sistemas inmunes. Aun- que no sea muy adecuado en público, el olor tiene mucho que ver en esta elección, ya que nos permite distinguir ––conscientemente o no–– algunas características muy íntimas de la eventual pareja, para saber si en verdad vale la pena el esfuerzo de decirse cosas lindas, ir a buscarse al trabajo o a la salida del colegio, regalarse flores o anillos y, finalmente, intercambiar información genética. El amor es una droga dura… … o una enfermedad incurable. Es cierto: algunos de los “sín- tomas” del amor se parecen sospechosamente a trastornos obse- sivos (me llamará, no me llamará, me quedo en casa, dónde esta- rá, qué le regalo, me quiere mucho, poquito, nada…). Claro que es muchísimo más saludable estar enamorado, amigos, que sufrir cualquier atisbo de enfermedad, aunque convengamos en que uno hace unas cuantas cosas absurdas cuando está en ese estado de gra- cia (o de desgracia); podemos darnos cuenta de nuestras ideas fi- jas, pero aun así es imposible sacárnoslas de la cabeza. Hace unos años, un grupo de investigadores de la Universidad de Pisa puso avisos buscando estudiantes que se hubieran enamorado hacía me- nos de seis meses y que estuvieran obsesionados con el objeto (o, más bien, sujeto) de sus pensamientos. Lo interesante es que los voluntarios que aparecieron tenían niveles muy bajos de seroto- nina, lo mismo que ocurre en los trastornos obsesivo-compulsi- S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 17 que una forma de seguir siendo mágicos e igual de enamorados que antes. Es cierto: aún sabemos muy poco sobre la naturaleza del amor. Tal vez conozcamos algo más de su primo lujurioso, el sexo; hay quie- nes aventuran que el amor no es más que una excusa que tiene la evo- lución para perpetuar las especies y los genes. Sabemos también al- go de sus manifestaciones externas; he conocido algún profesor que afirmaba que el amor no es más que un aumento en la frecuencia car- díaca, algo de sudoración, un enrojecimiento de las mejillas y, agre- garíamos hoy, la activación de ciertos centros del cerebro.4 No es poco, pero tiene gusto a poco: uno no se resigna a interpretar sus sen- timientos más íntimos como una bolsa de reacciones físicas. Como sea, el cerebro (que según Emily Dickinson es más amplio que el cielo y más ancho que el mar) alcanza para cobijar al amor, y se conocen ciertas señales químicas que saltan de alegría cuando nos enamoramos. Las primeras sensaciones amorosas parecen ve- nir acompañadas de un aumento en los niveles del neurotransmisor dopamina (que está involucrado en los mecanismos del placer) y una disminución en los de serotonina. Algo similar a lo que ocurre con ciertas adicciones: tal vez los que consideren el amor una adicción no estén tan lejos de la verdad, y lo busquemos una y otra vez. Del amor a la lujuria hay sólo un paso, mediado por otras se- ñales, como la testosterona o el cortisol, mientras que, como vere- mos, otras hormonas y señales como la oxitocina o la vasopresina son fundamentales para la fidelidad. Efectivamente, aquellas pa- rejas (humanas o no) que logran una relación duradera tienden a tener una actividad cerebral asociada a esas señales, que se pro- ducen cuando nos ponemos cariñosos y nos pegoteamos el uno con la otra. La misma oxitocina es una de las señales que afianzan el 16 D I E G O G O L O M B E K 4 Efectivamente, la neurociencia cognitiva ha identificado zonas cerebrales que se encienden cuando estamos enamorados. En un experimento, se presentaron fotos de su amor o de un amigo/a a 17 personas. La visión del ser amado activó regiones específicas del cerebro: la ínsula, el cíngulo anterior y el estriado, así como inac- tivó una zona de la corteza prefrontal. Estas imágenes cerebrales serán buenas can- didatas a la hora de pedir una prueba de amor…
  • 9. • Hormonas (andrógenos, estrógenos) • Caracteres sexuales secundarios (masa muscular, presencia de pelo, tono de voz) • Gametas (espermatozoides, óvulos) • Comportamiento (agresividad, orientación sexual) El asunto es que todos y cada uno de esos criterios pueden fallar y darnos una idea equivocada de qué está ocurriendo en ese organismo con respecto a la determinación del sexo. En cuando a las gametas (las células sexuales por excelen- cia), tal vez la única forma más o menos universal de determinar el género pueda ser que la hembra es la que produce gametas gran- dotas, y el macho otras mucho más pequeñas. En definitiva, la ga- meta grande (óvulo) necesariamente está llena de nutrientes, mien- tras que la gameta pequeña no es más que una bolsita de ADN con una cola (cualquier semejanza con la vida real es pura coinciden- cia). Todos los otros criterios tendrán obvias excepciones: habrá ra- rezas cromosómicas, gonadales, mujeres barbudas y hombres con desarrollo de pechos, orientaciones sexuales diversas, etc. Más aún: la determinación del sexo puede depender de la edad del individuo, lo que puede deparar más de una sorpresa. Y aquí va un gran golpe para el machismo: en el fondo, podría decirse que todos estamos destinados a ser… hembras. Efectivamente, hasta la sexta semana del desarrollo, el em- brión no tiene sexo, sino que está completamente indiferencia- do. Los nenes y las nenas son iguales, con una gónada bipoten- cial (o sea, un órgano sexual sin forma definida) y conductos que podrán convertirse en masculinos o femeninos. Unas siete sema- nas luego de la fertilización aparece la diferenciación en gónadas sexuales (testículo u ovario). Luego de esta diferenciación comien- zan las secreciones hormonales a partir de las gónadas, que de- terminan el destino de todas las otras estructuras reproductivas del cuerpo. Las hormonas sexuales son responsables de masculinizar o feminizar todo el cuerpo… incluyendo el cerebro. El asunto es que si no pasa nada especial, ese embrión bi- S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 19 vos. Claro que esto ocurre sólo en las etapas iniciales del amor: con el tiempo (y con el sexo), los niveles de serotonina vuelven a va- lores normales. (El alcohol, de paso, hace disminuir los niveles ce- rebrales de serotonina, por lo que hay que tener cuidado de nues- tro comportamiento frente a quien está en la otra punta de la barra… podemos arrepentirnos más tarde.) Por otro lado, el deseo relacionado con el amor o el sexo pa- rece tener mucho que ver con otros deseos, incluyendo los vincu- lados a las drogas. Todo deseo enciende en el cerebro caminos de recompensa, relacionados con el neurotransmisor dopamina. Así, el amor y la lujuria podrían ser considerados adicciones, eviden- cias de un sistema que evolucionó para ayudarnos a buscar situa- ciones placenteras. En definitiva, algo parecido a lo que impide que los adictos dejen las drogas fácilmente. Pero el amor es más fuerte. Dos sexos, aquí hay dos sexos (tú con el tuyo, yo con el mío) Antes de la era de las ecografías y de los análisis genéticos, una de las grandes cuestiones del nacimiento era, además de saber si el bebé estaba sano, tenía dos brazos, dos piernas y todo lo demás, si era nene o nena. Sólo entonces se elegía el nombre del hijo o hija y se imprimían las tarjetas que anunciaban su llegada al mundo. Por supuesto, la forma más concreta de saberlo es, simplemen- te, mirar y descubrir qué trajo el bebé entre las piernas. Así, la ge- nitalia externa es la forma más común de determinar el sexo de un individuo. Sin embargo, esto deja afuera una larga serie de criterios para la determinación de género, entre los que podríamos nombrar: • Cromosomas sexuales (X eY) • Gónadas (testículos y ovarios) • Estructuras accesorias (epidídimo, vas deferens, trompas de Falopio, útero) 18 D I E G O G O L O M B E K
  • 10. bras: la incubación a unos 29 grados da un tortugo, mientras que con 32 grados nacen hembras. Finalmente, en pleno siglo xx se comenzaron a visualizar unos cuerpos de color (“cromo-somas”) al microscopio. Estos cuerpos se encuentran en el núcleo de todas las células y están hechos de ácido desoxirribonucleico (el famoso ADN), en donde se escriben los genes con la información para fabricar todo lo que las células necesitan. El asunto es que en casi todas las células (las llamadas “células somáticas”), hay un número fijo de cromosomas, mien- tras que las células sexuales (espermatozoides y óvulos) sólo po- seen la mitad de ese número, cosa de que cuando el destino los jun- te se forme una célula nueva con la cantidad adecuada de cromosomas. Es más: ese número de cromosomas que poseen las células se organiza en pares (llamados cromosomas homólogos), de los cuales las células sexuales sólo tienen uno. Los primeros mirones de células al microscopio encontraron una diferencia sistemática entre machos y hembras, al menos en al- gunos escarabajos y algunas moscas cuyos cromosomas fueron los primeros en ser estudiados. En las moscas se encontró que las hem- bras (o sea, las que tenían ovarios y óvulos y ponían huevos) tenían dos cromosomas sexuales iguales y los machos un par de cromo- somas sexuales diferentes, a los que, no sabiendo como llamarlos, les quedó X e Y. Entonces: las hembras de moscas son XX y los ma- chos XY. Hasta aquí todo va bien ya que con esos datos podemos inventar dos modelos para determinación de sexo: puede estar da- da por el número de cromosomas X (las hembras tienen dos, los machos uno), o bien la presencia de un Y (que define al macho). La respuesta final vino en 1916, y representa en cierta forma el nacimiento de la genética moderna, porque apareció en el pri- mer número de una revista llamada, justamente, Genetics. Para ese estudio se investigaron moscas que portaban más de dos cromo- somas sexuales (que las hay, las hay). El artículo de la página 1 del volumen 1 de Genetics sostiene que las moscas XXY se desa- rrollaban como hembras, mientas que aquellas que resultaban X0 (o sea, sólo tenían un cromosoma X, y ningún Y) eran machos. S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 21 potencial ¡se convierte solito en hembra! El camino predetermi- nado parece ser el de las hembras; los machos tienen que ha- cerse notar para que la gónada se convierta en testículo. ¿Có- mo decide la gónada bipotencial convertirse en testículo u ovario? Hoy está claro que los genes tienen algo que ver, pero es- to no fue obvio hasta bien entrado el siglo XX. Antes de eso, la idea prevaleciente era que las características de la mamá y del pa- pá se mezclaban en una licuadora genética, y ¡zas!, aparecía el hijo (una combinación de los padres). Claro que la idea de la li- cuadora no puede explicar que aparezcan machos o hembras, tendrían que presentarse mezclas de ambos sexos, algo que no suele suceder… Si la explicación no es genética (al menos, se- gún esta versión de la genética), entonces, ¿habrá que buscarla en el ambiente? Varón, dijo la partera (pero no estaba segura) Hacia 1890 el modelo principal de determinación de sexo pro- ponía que la dieta de la madre era responsable de producir machos o hembras. Claro que así era muy difícil explicar la aparición de mellizos nene y nena… Había (y, a juzgar por algunas revistas sen- sacionalistas, todavía existen) otras teorías: la fase de la luna, un rayo, tiempos de guerra o paz… Mucho tiempo antes, Aristóteles elucubró su propia hipóte- sis: el sexo del hijo depende de la temperatura y excitación del pa- dre durante la copulación. Como buena sociedad machófila, la idea era que si la temperatura era más alta, se esperaba un hijo. Sería cuestión de tener sexo dentro de una estufa, o en una heladera, co- sa de elegir tener niños o niñas… Sin embargo, es interesante pensar que efectivamente hay ani- males para los que el asunto funciona más o menos de esa mane- ra. En algunas tortugas, por ejemplo, no hay cromosomas sexuales, sino que el género depende de la temperatura de incubación del huevo. Mal que le pese a Aristóteles, las calentonas son las hem- 20 D I E G O G O L O M B E K
  • 11. esa parte del Y que es importante para masculinizar. Existe, entonces, una región crítica en el cromosoma Y. En ella hay un gen, llamado sry, que determina que se prendan o apaguen ciertos genes en el em- brión para dirigir su desarrollo hacia un varón (dijo la partera). Por su parte, las hembras XY (que no tienen el gen sry) pro- ducen hormonas femeninas, por lo que están perfectamente femi- nizadas, aunque sin óvulos. Hacia la pubertad se las trata con hor- monas para que se desarrollen normalmente (aunque no serán fértiles). El desarrollo de ratones genéticamente modificados es una prueba más del rol de los genes del cromosoma Y en el desarro- llo del sexo. A unos ratones XX (o sea, cromosómicamente hem- bras) se les agregó un pedacito de cromosoma Y, que contiene el gen sry, y… chan channnn… ¡se desarrollaron como machos! Estos ratones no pueden fabricar espermatozoides, pero su ge- nitalia externa e interna corresponde a la de un macho. En la tapa de la prestigiosa revista Nature salió una tarjeta de presen- tación: “¡Es un varón!”, mostrando un tanto impúdicamente sus partes… Hasta aquí hemos analizado la diferenciación de la gónada del embrión hacia macho o hembra. Pero aun antes de esto, vale pre- guntarse por qué se necesitan dos sexos dos. O, en otras palabras, si sólo las hembras dan a luz, ¿para qué cuernos sirven los machos, más allá de representar ––al menos a veces–– interesantes objetos decorativos para la mesita de luz? Convengamos en que sería mu- cho más simple, y tal vez hasta más eficiente, la existencia de hem- bras y nada más que hembras (y varios textos de ciencia-ficción van en ese sentido). ¿Podría haber un mundo de ovejas Dolly, de gen- te Dolly, de mariposas Dolly? O, más precisamente, un mundo de lagartos, como la especie Cnemidophoris laredorensis, compuesta exclusivamente por hembras que se reproducen por clonación. En este caso, la reproducción se realiza por un proceso llamado par- tenogénesis que, en verdad, no sabemos del todo cómo ocurre, aun- S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 23 La conclusión era obvia: el sexo, en moscas, está determinado por la cantidad de cromosomas X. Lo fundamental es que ésta fue la primera vez que se conectó algo concreto ––la definición del se- xo–– con la presencia de los cromosomas. Unos años más tarde, en 1923, se descubrieron los cromosomas X e Y en humanos, y obviamente se pensó que la cuestión era si- milar a la de las moscas: el sexo viene del número de cromosomas X. Pero algo andaba mal, ya que había casos que no se condecían con la teoría… recién en 1959 se clarificó el rol de los cromosomas sexuales en humanos. Al igual que en el caso de las moscas, se ne- cesitó estudiar algunos casos raros, como el síndrome de Turner, que está representado por hembras que son X0, y el de Klinefelter, repre- sentado por machos XXY.5 Según estos casos, está claro que no es el número de cromosomas X el que determina el género (si no, por ejemplo, aquellos que tengan síndrome de Klinefelter serían nece- sariamente hembras), así que en humanos el modelo de determina- ción del sexo es diferente del de las moscas: dime si tienes un cro- mosoma Y y te diré si eres macho o no. En embriones humanos, entonces, el cromosoma Y hace al- go para que se determine el sexo, y aparentemente lo hace alre- dedor de la séptima semana posfertilización. Sin embargo, también esta regla tiene excepciones: hay machos XX que tienen genitales externos y gónadas masculinas, mientras que también existen hem- bras XY, que tienen características generales femeninas, aunque en ninguno de los dos casos (que son raros, aproximadamente 1 en 20.000 personas) se producen gametas de ningún tipo, por lo que se trata de individuos infértiles. ¿Qué es lo que pasa en estos machos XX o hembras XY? ¿Se- rá que los machos XX mantienen aunque sea una porción del cromo- soma Y? Efectivamente es así, y esa partecita alcanza para masculi- nizar al embrión. Por su parte, en las hembras XY justamente falta 22 D I E G O G O L O M B E K 5 Las mujeres con síndrome de Turner (X0) son en general más bajas que el res- to, y el ovario suele degenerar. Pueden también tener cambios en el cuello y en el ri- ñón. Al igual que los machos Klinefelter (XXY), no producen gametas y son estériles.
  • 12. ma, que seguramente hacen otras cosas bastante machistas. ¿Genes para el dedo del control remoto? ¿El gen de escupir? ¿El gen de los malos bailarines? En realidad, sólo con el Proyecto Genoma Hu- mano se comenzó a entender del todo al cromosoma Y. Una sor- presa es que una porción muy importante de este cromosoma no par- ticipa de la recombinación meiótica, o sea que se mantiene muy estable de generación en generación, sin ganar ni perder información genética. De esta manera, el cromosoma Y se hereda casi igual de pa- dres a hijos varones, por lo que se podría trazar una historia evolu- tiva desde cualquier hombre hasta Adán (o quien haya venido prime- ro). Además de la zona en donde está el gen sry (que, como vimos, es responsable de diferenciar la gónada primitiva en un testículo), hay otra zona con genes relacionados con funciones generales de la cé- lula (nada interesante en términos sexuales), y una tercera serie de genes bien machos que son los que expresan proteínas relacionadas con la producción y función de los espermatozoides. Este cromosoma Y es una especie de experimento evolutivo de hace unos 300 millones de años. Se cree que originalmente eran muy parecidos al X, pero por una serie de modificaciones genéti- cas se llegó a dos cromosomas sexuales muy diferentes (el X, por ejemplo, tiene alrededor de 1.000 genes, mientras que el Y es mu- chísimo más pequeño y sólo cuenta con unos 26 genes o familias). Esta diferenciación ocurrió en la era en que los mamíferos apare- cieron y se fueron diferenciando de sus antepasados reptiles (así que de alguna manera venimos de bichos cuyo sexo se determi- naba por la temperatura…). S E X O , D R O G A S Y B I O L O G Í A 25 que sí está claro que en este caso no se produce la división del nú- mero cromosómico relacionada con la meiosis.6 Entonces, ¿es bueno el sexo? (hablando en términos evoluti- vos, aunque ustedes seguro ya están pensando en cosas obscenas…). Una forma de ver las ventajas comparativas de la reproduc- ción sexual es analizar organismos que pueden reproducirse de diversas maneras. Y el mejor laboratorio para este estudio es la ver- dulería, ya que las plantas tienen reproducción sexual y asexual. Recordemos nuevamente que el sexo requiere de un papá y una mamá, y que en términos genéticos ocurre la división celular lla- mada meiosis, mientras que la reproducción asexual (o clonación) sólo requiere de un organismo, que llamaremos mamá. En la reproducción clonal (o sea, la que ocurre por división simple: una célula ––o un bicho, o una planta–– se divide en pe- dacitos hijos, es exactamente igual a la original) las mamás pasan todos sus genes a la descendencia, mientras que en el sexo sólo se pasa la mitad de los genes a los hijos. El sexo, entonces, implica re- combinar material genético, con el vértigo de la novedad y también con todas sus ventajas. La fuente de la materia básica para la evo- lución, es la recombinación y la mutación, de manera de crear di- versidad. Ojo: la materia de las mutaciones no es beneficiosa, si- no que disminuye la función de los genes. Con el tiempo, la acumulación de mutaciones dañinas complica la reproducción clo- nal, dado que a las mamás no les queda otra posibilidad que pasar- le todos sus genes (aun los mutados que no anden muy bien) a la descendencia, mientras que en la reproducción sexual se puede “elegir” qué genes se pasan a los hijos. Así, por azar y a largo pla- zo, se pueden pasar las mutaciones beneficiosas a la prole. La meio- sis es, por lo tanto, una especie de feria de trueque evolutiva. Volvemos a la pregunta inicial. Ya sabemos que el gen sry (pre- sente en el cromosoma Y) se prende por poco tiempo, alrededor de la séptima semana. Por supuesto, hay otros genes en este cromoso- 24 D I E G O G O L O M B E K 6 Si bien todas las células del cuerpo se dividen dando lugar a dos células ho- jas con el mismo número de cromosomas, para llegar a las células sexuales (esper- matozoides y óvulos) se debe pasar por una división especial llamada meiosis, que da lugar a hijitas con la mitad del número de cromosomas original. En definitiva, la pre- gunta de por qué deben existir los machos sería equivalente a por qué es necesaria la meiosis. Recordemos que todas las células del cuerpo tienen un número fijo de cro- mosomas, excepto las gametas (espermatozoides y óvulos), que sufren la división meió- tica que divide por dos a ese número cromosómico. En las especies partenogenéticas no hay meiosis, sólo división por mitosis, en la que el número de cromosomas se mantie- ne fijo. Las consecuencias de la meiosis son, entonces, la reducción del número de cro- mosomas y la posibilidad de intercambio de material genético. Casi nada.
  • 13. Los nenes con las nenas Hombres necios que acusáis Los nenes con los nenes (y con los autitos, la pelota y las es- padas). Las nenas con las nenas (y con sus muñecas, pulseras y ves- tidos). Y según el recientemente ex presidente de Harvard, Law- rence H. Summers, los nenes con las ciencias y las matemáticas, y las nenas… a lavar los platos. En 2005 dio una charla en la que, entre otras bombas, dijo que “la falta de progreso de las mujeres en ciencia se debería a diferencias innatas entre los sexos”. ¡El revue- lo que se armó! Casi inmediatamente circuló un petitorio firma- do por más de 50 profesores quejándose de los comentarios y, peor aún, varios ex alumnos amenazaron con retirar sus jugosas dona- ciones a la universidad. Si bien el objetivo de Summers había si- do provocar un debate y hacer notar que las mujeres están efecti- vamente subrepresentadas en las posiciones más altas de ciencia y tecnología, se le dio vuelta la tortilla y tuvo que deshacerse en dis- culpas. Sin embargo, eso no alcanzó y el presidente anunció que dejará su cargo, como buen broche de oro al escandalete acadé- mico generado. La discusión naturaleza versus cultura es tan vieja como la na- turaleza y la cultura juntas. Hay algo de cierto en esto: las dife- rencias de género en cuanto a gustos, aptitudes y desarrollo son reales, así como la arquitectura de los cerebros. (Dicho sea de pa- so, el cerebro de los hombres es unos 200 gramos más pesado que el de las mujeres ––razón harto esgrimida como prueba de mayor Seguramente el sry es producto de la mutación de un gen pree- xistente; en algún momento ocurrió un cambio que hizo que el par X e Y no se pudiera recombinar más, y así el señor Y se man- tuvo intacto de allí en adelante. Podríamos pensar que la evolución eligió juntar un grupo de genes que son buenos para los machos, meterlos en un único cromosoma que no se junte y mezcle con cualquiera, y asegurar que esos genes siempre se hereden juntos. En resumen, está claro que en la mayoría de las especies hay dos sexos, y que eso es beneficioso en términos evolutivos. Mez- clarse siempre viene bien. Saber de dónde vienen esos dos sexos es un poco más complicado, y en eso estamos. Seguramente los lec- tores se están preguntando por el comportamiento sexual (si los co- noceré, vea…); hablaremos de esto un poco más adelante. 26 D I E G O G O L O M B E K