La Escuela de Frankfurt y lo "Políticamente correcto"
Walkerdine, V. \"Sujeto a cambio sin previo aviso: la psicología, las posmodernidad y lo popular\"
1. Sujeto a cambio sin previo aviso:
la psicología, la posmodernidad y lo popular1
Valerie Walkerdine
¿Sabes?, podría haber empezado aquí,2 La memoria es una cosa tramposa. Sin embargo, ella recordaba
muy bien El Cid. Charlton Heston y Sofia Loren no eran, según el señor Hall, el director de curso, que
daba clases de francés en el nivel superior, de esa clase de actores que uno podía recomendar a los niños.
Estaban leyendo Le Cid de Corneille y como al fin y al cabo se trataba de la misma historia, ella :opipó
que podría ser una salida educativa. Que el señor Hall no compartiese su opinión no era algo que la
desconcertase totalmente. Alfin y al cabo, en sexto ya estaba acostumbrada al desdén que se profería
contra la cultura popular. El señor Hall opinaba que se trataba de una parodia delfina clásico francés,
pero lo máximo que podía suceder en clase era que Geoffrey Stapley fuese incapaz de decir tú, y por lo
tanto, era francamente aburrido. Mientras que El Cid, que se exhibía en el Derby Gaumont, tenía una gran
pantalla y estrellas. Pero quizás también se debiese a que ella nunca quiso aprender francés por la
literatura en sí. Sus motivos estaban en la excitación, la aventura amorosa, el glamour, el Otro: después de
haber visto Gigi y los anuncios de cigarrillos franceses, mostrando a hombres jóvenes con aretes en sus
orejas que sugerían algo salvaje y eran totalmente opuestos a aquellos simpáticos muchachos con zapatos
brillantes que tanto agradaban a su madre.33 No, definitivamente no eran las finas sutilezas de la literatura
lo que excitaba su imaginación, sino los sueños sobre viajes (como azafata o, quizás, como secretaria
bilingüe), el glamour, el lanzarse. Y de alguna forma, en algún lugar, la teoría y los placeres populares
franceses se mezclaron.
Phil Cohen (1992, pág. 2) dice que «la mayor parte de las teorías contienen un elemento autobiográfico
fuerte, y hasta de rechazo» y que «la mayor parte de las teorías generales descansan sobre una base em-
pírica muy poco convincente e, incluso, a veces inexistente». Pero, ¿y si el elemento autobiográfico sirve
para situarse en una posición más clara y para ver lo general como algo particular? ¿Entonces qué ocurre?
Con respecto al tema de mezclar lo personal y lo teórico en el sicoanálisis, Sherry Turkle (1992) rechaza la
idea de que la analista que tenga problemas personales en un campo determinado (el ejemplo más notable
es el de la relación de Melanie Klein con su hija, que ella misma explica en su obra), ha de ser considerada
como parcial, porque su visión se oscurece por la patología. Por el contrario, Turkle opina que sus propias
dificultades en este campo la hacen ser más sensible con respecto a los hechos implicados. Naturalmente,
es cierto que los aspectos de su biografía personal impulsan sus obsesiones, pero esto debe ser entendido de
una forma totalmente opuesta a la idea de que esta situación pervierte y distorsiona la búsqueda objetiva de
la verdad científica. Precisamente aquello que conoce y que la sensibiliza, y aquello con lo que tiene
problemas, es lo que le da la fuerza a su trabajo para ir en una determinada dirección.
Todos tenemos trayectorias, que implícita o explícitamente estimulan nuestra investigación, pero mi
trayectoria, como mínimo, debe destacar como una de las más inusuales: abarca desde una infancia de clase
obrera provinciana, hasta unos estudios de profesora de estudios primarios (un buen trabajo para una mujer:
1
Este artículo estaba pensado corno una conferencia inaugural e incluía una presentación audiovisual. No
ha sido posible mantener la parte visual y del sonido conjunta al texto. Hago constar dónde se mostraban
las partes visuales y qué son. Se puede adquirir un vídeo de la conferencia incluyendo el material visual.
2
La conferencia empezaba cpn los momentos finales de la película El Cid (1960), protagonizada por
Charlton Heston y Sofía Loren, en la cual el Cid, ya muerto, y atado a su caballo, lidera las tropas en la
victoria final contra los moros. Su mujer y sus jóvenes hijas le miran desde la muralla. Esto era
acompañado por música conmovedora y la palabra «FIN». Este fragmento se mostraba cuando las luces se
apagaban, y las primeras palabras de la conferencia se decían cuando el fragmento se acababa.
3
Se mostraba una secuencia de la parte cercana al final de la película de Gigi (1958), en la cual Gaston, un
playboy rico, pide a la abuela de Gigi su mano, para casarse con ella. A esto seguía un anuncio de los años
sesenta de la marca de cigarrillos Gitane, mostrando a un hombre joven con un arete en la oreja, mientras
fumaba un cigarrillo.
2. «siempre podrás agarrarte a’ eso...»), pasando por la enseñanza, la sicología, doctorado en filosofía y en
sicología del desarrollo, la enseñanza en departamentos de educación, investigaciones sobre el desarrollo
cognitivo, el género, las matemáticas, la subjetividad, la realización de arte y filmes, el traslado aun
departamento de arte y finalmente estudios sobre los medios de difusión. Existen algunas circunstancias en
esta trayectoria que quiero destacar, para realizar algunas conexiones entre el pasado y el presente.
La imaginación popular impulsó y llenó mi desarrollo en la adolescencia, y mantuvo un lugar especial en
mis intentos de analizar las cuestiones que son importantes para mí en el presente. Durante mucho tiempo
ha existido, y yo quiero hacer un especial hincapié en ello, un sentir que relacionaba a las masas, a la- clase
obrera, a lo popular, al consumo de masas y a los medios de comunicación y difusión con lo malo. Las
masas se ven como algo malo y los mercados y los medios de difusión las hacen, incluso, peores. Así, nos
encontramos ante un inacabable flujo de investigaciones sicológicas que pretenden analizar los «efectos» y
el «uso» de la televisión y de otros medios de difusión. Tanto en la teoría cultural, en la sicológica, como en
la que se ocupa de los medios de difusión, ha existido una constante ‘ dinámica de movimiento de vaivén
entre lo bueno/malo y entre lo reaccionario/progresista con respecto a la masa y los medios de difusión.
Pero entonces yo, que fui educada como una mujer que creció como miembro de las masas de la posguerra,
como una proletaria educada en un centro selectivo de educación secundaria, como una chica de la clase
obrera a la que sólo mostraron las historias de amor patológicas, ¿cómo es posible que tenga el trabajo que
tengo? Y ¿cómo podemos analizar el lugar que ocupa lo popular en la formación del sujeto? Lo popular
entendido como lo bajo, la clase obrera lo femenino, ¿cómo visualizamos su lugar?, un lugar donde lo real
y la ficción se entremezclan. Este capítulo trata de mí, porque yo soy uno de esos sujetos. Pero también
trata sobre la posibilidad de reconocer que los límites tradicionales existentes entre el sujeto y el objeto se
han derrumbado, y que esto significa que nuestra propia subjetividad se ha formado de la misma manera
que la de aquellos a los que analizamos. Las implicaciones resultantes son amplísimas, aunque sólo sea
desde el punto de vista de las ciencias sociales.
Al igual que el lugar que ocuparon Francia y lo francés en el despertar de mis anhelos, en la adolescencia
de Valerie fue importante el anhelo por lo Otro, por ser Otra, cualquier otra, en otro lugar, ser una
extranjera exótica. La teoría francesa tenía su lugar dentro de ese otro espacio imaginario, el espacio
ocupado por la izquierda británica y la aparició del feminismo en los años setenta (Walkerdine 1996). Fran-
cia era el lugar donde se produjo el 1968. De acuerdo, ésa no fue ninguna revolución. Pero ante la
ilusionada imaginación inglesa, al menos pareció que habían estado muy cerca. Al fin y al cabo, hubo
barricadas, disturbios policiales e inacabables intentos de justificar el fracaso del momento. Pero ese
momento fue especialmente importante para un grupo de jóvenes académicos que se sentían atrapados,
como muchos otros más en esos momentos, por el empirismo y el positivismo de la sicología inglesa, y por
la incapacidad de asimilar las lecciones de la teoría social europea. Todas estas circunstancias pusieron la
teoría sobre el tapete, porque queríamos explicar la formación del sujeto y su interacción con lo social. Se
rechazaba la idea de un sujeto dado de antemano, al que se socializa a través de un proceso de
socialización, que deja intacto el dualismo existente ente el individuo y la sociedad. Ese estudio, que
rechazaba la existencia de una separación entre el individuo y la sociedad y, por tanto, entre la sicología y
la sociología, ayudó a iniciar formas- determinadas de -teorías culturales y de los medios de difusión. Y
también rehabilitó al sicoanálisis y lo colocó en su lugar dentro de la academia inglesa, lo que para mí
personalmente ha sido tan importante como para otros muchos.
Sujeto a cambio
James Donald (1991) evoca de forma correcta la política del momento cuando recuerda que como
consecuencia de 1968 parecía muy importante el hecho del fracaso de la izquierda, por no tener una teoría
sobre el sujeto, su fracaso al no comprender por qué los trabajadores no se unieron a los estudiantes, para
dar lugar a una gran fuerza, por qué no se había producido la revolución. Uno de los aspectos centrales, que
voy a dejar para después, es el lugar que ocupa la clase obrera (que nunca cumple con lo prometido).
Mientras tanto, los modelos económicos fracasaban en su intento de comprometerse de forma adecuada
con la representación de la subjetividad y su lugar, que es tanto la representación de lo social como el
cambio social. En Inglaterra esto se reflejó por medio de las críticas a la vieja Nueva Izquierda1
especialmente con-respecto al empirismo de las ideas de la experiencia compartida, que daba lugar a la
3. identidad de la clase obrera, como en el trabajo de E.P. Thompson, por ejemplo. Thompson argumenta que
la conciencia de la clase obrera fue el resultado de la experiencia de opresión compartida. Contrario a la
idea de que la experiencia compartida constituye la identidad, Althusser postula una relación totalmente
diferente entre la ideología y la conciencia. Mientras que la conciencia de clase siempre ha sido algo muy
importante para el pensamiento marxista, Althusser opina que los modelos tradicionales sobre la conciencia
verdadera y falsa, que se asocian a las cuestiones de la ideología (como un proceso de distorsión de la
percepción y como una incapacidad para ver el verdadero estado de la opresión y la explotación) son
demasiado burdos, y opina también que muchas de las ideas de la izquierda son demasiado deterministas,
desde el punto de vista económico. Opina que el campo de la ideología es relativamente autónomo del nivel
de la economía, y llega incluso a proponer que sólo está determinado por la economía en «última
instancia», una instancia que, según él, nunca llega. La teoría de Althusser no se vio apoyada por un punto
de vista cartesiano de experiencia, cognición o percepción, pero sí por el trabajo del sicoanalista francés
Lacan, el hombre que fue el responsable de una lectura estructuralista y semiótica de Freud. Su trabajo le
dio una especial importancia al argumento que voy a desarrollar. Al utilizar el sicoanálisis lacaniano,
Althusser señala la necesidad de una teoría sobre un sujeto sicoanalíticamente complejo como aspecto
central para el análisis del mundo social y, más aún, señala también la necesidad de un punto de vista-
salido del sicoanálisis y no de la sicología. La versión particular del sicoanálisis que elige Althusser tiene
también su propia versión de lo social, elaborado en la fantasía a través del motor del deseo. Gracias a esto
se superó el problema del dualismo individual/social y, por lo tanto, se superó también la brecha existente
entre la sicología y la sociología (y sobre los puntos de vista de un individuo dado de antemano, para ser
socializado), pero además ayudó a destacar el estudio serio de la ideología por derecho propio. Esto fue
tremendamente importante para los estudios cinematográficos ingleses, que tanto hicieron por promocionar
el trabajo sicoanalítico en este país por medio de la publicación, en la revista Screen, de un impresionante
trabajo sobre una teoría cinematográfica de inspiración sicoanalítica. Además, este trabajo también tuvo
una gran influencia sobre los análisis culturales y los análisis sobre los medios de difusión. Concretamente
sobre el trabajo que se desarrolló a partir de esos análisis y sobre el trabajo del comunista italiano Antonio
Gramsci, que interpretó la ideología a través de su actuación sobre la hegemonía. Por todas estas vías, en In-
glaterra lograron despegar los estudios sobre la relación existente entre la ideología y la conciencia, que
eran importantes para la teoría social y cultural. Las feministas reclamaban también la importancia del
sicoanálisis, sobre todo después de publicarse la obra de Juliet Mitchell Psychoanalysis and Feminism
(1984), que tanta influencia tuvo. El sicoanálisis empezaba a penetrar en el escenario del debate académico
serio. Pero no se trataba de cualquier sicoanálisis viejo, sino más bien, tal y como lo expresó Donald (1991:
2) «de una relectura feminista de la relectura lacaniana de Freud». Esta versión empezó a florecer dentro de
la sociología, dentro de los estudios culturales y de los medios de difusión y dentro de la literatura. Podría
decirse que floreció por todas partes ¡excepto en la sicología!
En este momento un grupo de jóvenes sicólogos y sociólogos, con su vista puesta en los sicólogos y
sociólogos teóricos, empiezan a publicar una revista titulada Ideology and Consciousness. Posteriormente,
cuando estábamos más entusiasmados con Foucault que con Althusser, cambiamos su nombre por las
iniciales 1 and C. En Inglaterra, todo esto formó parte del desarrollo del nuevo tipo de trabajo dentro del
campo sicológico y del trabajo sobre sujetos y subjetividad inspirado por el estructuralismo, el
posestructuralismo y el sicoanálisis; Lo veíamos como una profunda crítica ante el positivismo y el
empirismo de la sicología angloamericana, pero hasta los años noventa no se consiguió el suficiente
conjunto de trabajo para empezar a establecerse en ambos países dentro de tradiciones que se conocían se
forma diversa como sicologías posestructuralistas, desconstructivas, discursivas y posmodemas. Uno de los
primeros libros que se situaba dentro de esta tendencia fue Changing the Subject (Henriques y otros), en
1984.
Este trabajo trataba de llegar más allá del estructuralismo de Althusser a la hora de elaborar una teoría
sobre el sujeto, utilizando la obra de Michel Foucault, quien fue más allá de la brecha existente entre la
ciencia y la ideología retenida por Althusser para examinar el lugar de las ciencias humanas y sociales (en
mi caso, de forma especial la sicología). Para Foucault, los argumentos sicológicos no son falsos ni
seudocientíficos, sino que son ficciones que funcionan dentro de -la realidad, son argumentos científicos
cuyo valor real tiene un lugar central en el gobierno y el control del orden moderno y posmoderno. Para
acortar un argumento demasiado largo diré que Foucault argumentó que en sicología el individuo no es lo
mismo que la persona o el sujeto, sino que es una forma históricamente específica del sujeto. -Bajo este
4. punto de vista, el individuo se entiende como elaborado por medio de un con junto de aparatos de control
social o de control de poblaciones, dentro de los cuales el conocimiento científico sobre lo social y lo
subjetivo son ficciones importantes en la elaboración de un control, que pretende regular a través de la
autorregulación, por medio de la elaboración de discursos y costumbres (en educación, derecho, medicina,
trabajo social, etc.), creando el sujeto que se pretendía describir.
Este trabajo tuvo ciertas consecuencias, las cuales, dicho de forma muy breve, versaban sobre el sujeto,
al que ya no se consideraba como una entidad o esencia dada de antemano, sino que se aceptaba que se ha-
bía elaborado dentro de los símbolos, teorías, ficciones y fantasías que forman el mundo social. Para
Foucault, «el niño» y «la mujer» son ficciones creadas por las costumbres procedentes del control. Y el
punto en cuestión es nuestra forma de «encajar» con estas teorías, cómo llegamos a incorporamos a ellas.
Su trabajo tuvo un profundo impacto sobre las ciencias sociales y sobre la teoría de la literatura, si bien su
impacto sobre la sicología tardó mucho más en producirse. Es una ironía que este tipo de trabajo sobre el
sujeto y la subjetividad fuese mucho más conocido y respetado fuera del campo de la sicología. De todas
formas, también es cierto que en esos días los teóricos culturales y sociales tenían demasiada tendencia a
descartar el trabajo sicológico dentro de sus campos por considerarlo reduccionista (véase Morley 1993), de
tal modo que ignoraban totalmente lo sicológico mientras mantenían una aparente ignorancia -sobre el
conjunto creciente del trabajo sicológico crítico.
No es éste el momento apropiado para discutir de qué formas tan particulares utilicé esta teoría de trabajo
para intervenir en debates sobre la sicología relativa al desarrollo (sobre todo el desarrollo cognitivo y el
lenguaje), en debates sobre el género, la racionalidad y la educación. Pero, por decirlo de forma breve, yo
argumentaba que los sujetos son elaborados dentro de las costumbres discursivas y que, por tanto, los
modelos universalistas de desarrollo son fuertemente criticables y que también lo eran aquellos trabajos que
dejan «al niño» o «a la feminidad» fuera de las costumbres específicamente históricas y de localización
cultural, dentro de las cuales las posiciones del sujeto se producen por medio del intercambio de señales
(véase Walkerdine 1988, 1989 y 1991, por ejemplo).
Sujeto a cambio: ¿quién avisa?
Uno de los hechos más importantes de este enfoque era cómo entender la relación del sujeto en los
términos de Foucault, y cómo se vive la subjetividad, tanto en relación con lo histórico como con lo
material, y cómo se mantiene unida una subjetividad no unitaria y no racionalista. Esta subjetividad no
puede reducirse a la «experiencia vivida» de Thompson. Pero el problema de cómo entenderla volvió a mí
de forma brusca cuando llegué a la comprensión de que existe algo a lo que tanto yo, como la teoría, como
la política necesitábamos volver: lo popular y lo que los franceses llaman las clases populares.
Mientras yo empezaba a trabajar sobre la cultura popular, volviendo a aquellos hechos que fueron
importantes para mí cuando era una niña (la literatura infantil y los cómics para niñas, por ejemplo), algo
mas estaba sucediendo. La clase volvió a mí en forma de una sacudida. Y no lo hizo como un hecho teórico
(y quizás, como veremos, desde la izquierda), sino como algo profundamente personal. El sicoanálisis me
estaba devolviendo mi infancia, o como mínimo, mis fantasías y memorias de la misma, y junto a todo esto
una buena cantidad de dolor. Desde el punto de vista de mi trabajo fue un período muy fértil, pero también
fue un tiempo durante el cual tuve que luchar contra una profunda depresión y un terrible miedo, que surgía
en algunos de mis escritos, sobre todo en «Dreams from an Ordinary Childhood» (Walkerdine 1985) y
Democracy in the Kitchen (Walkerdine y Lucey 1989). Pero la depresión y el miedo me permitieron sacar a
la superficie cuestiones sobre la clase y lo popular que ahora quiero examinar.
Siempre fue una niña buena, como un angelito. Era buena en el colegio. Pero ahí estaba el anhelo, el
deseo de escapar, de viajar, del glamour, de todas esas cosas con las que las niñas de su posición sueñan.
Su madre hizo lo que pudo, pero su ambición de ser una artista nunca fue realmente tomada en serio,
aunque ella amaba el arte más que cualquier otra cosa. El arte significaba para ella el hecho de capturar
sobre el papel el ámbito de su fantasía (dibujaba escenarios y mujeres atractivas, mientras Brenda Orton
hacía copias de las damiselas nobles y luego las vendían en los almacenes Boots de Derby, esas exóticas
mujeres nobles tintadas de azul). Pero, ¿debía matricularse en la escuela de Bellas Artes? Todas aquellas
chicas de aspecto salvaje, pintarrajeadas de colorete y embutidas en abrigos de tres cuartos... No, mejor
ser una maestra de estudios primarios. Así era, al fin y al cabo, la clase obrera respetable, ese grupo que
5. llegó a ser tan despreciado por la Nueva Izquierda. Pero ella seguía obstinada por Londres. ¿Por qué
nadie le dijo que se puede estudiar algo simplemente porque te guste? Pero ese planteamiento no
significaba nada para ella o sus amigos. Como cuando ella y Carolyn Hales 4ecidieron que era mejor
estudiar arte en el centro deformación profesional, porque sólo duraba 3 años, mientras que ir a la escuela
de Bellas Artes y después la preparación para el profesorado llevaría 5. Así sería capaz de ser adulta y
empezar a trabajar un poco antes, para poder vivir, si asistía a la escuela deformación profesional. Y de
alguna forma las pequeñas rebeliones no eran importantes, y no hubiesen sido comprendidas como
rebeliones por esos intelectuales. Los altibajos, el aislamiento y la ignorancia, con el encanto de la
pobreza y la suciedad encerrado firmemente dentro de la fantasía misma de la izquierdo. Cuando por pri-
mera vez escribió sobre los sueños de su infancia común, un crítico dijo que su vida era ridícula. Y eso le
dolió y volvió a sacar a la superficie toda esa inmensa fuente de odio.
Pero ahí estaba la entrada al lugar ansiado, la izquierda intelectualmente atractiva, donde se
encontraba, a pesar de todo, como en una fiesta de disfraces (la brecha existente, la no pertenencia y el
miedo a ser considerada estúpida), y las fiestas en las que la gente hablaba de estar afiliados desde los
catorce años a los Jóvenes Comunistas, cuando lo que ella recordaba de esa edad era Al sur del Pacífico,
Radio Luxemburg y el club de jóvenes metodistas.
Se sentía estúpida y asustada, igual que aquel día, en el que la abuelita dijo que mamá la había
avergonzado durante una excursión en autocar por comerse la piel de su pescado durante una cena con
pescado y patatas fritas. O cuando, después de haber aprendido a colocar los’ guisantes en la parte
posterior del tenedor, tarde ya, cuando ya era estudiante de doctorado de filosofía, observó cómo la hija
de veintitantos años de un profesor metía los dedos en una mousse de chocolate, o cómo otros lamían
platos (lamer té del platillo o hundir galletas en el té, eran definitivamente costumbres que debían escon-
derse, cosas que gustaban, pero de las que había que avergonzarse). Esta vergüenza no empezó cuando
ella se unió a la izquierda intelectual, sino mucho antes. Ser respetable significaba no ser como los niños
incultos o como aquellas familias que tienen a un padre en la prisión. Ser respetable era llevar ropa
interior limpia, por si te pasaba algo ~ te llevaban al hospital, o limpiar la plata, por si llamaba la reina.
Es necesario tener siempre un autocontrol atento, para evitar ser el objeto del control externo, de la pena ó
de la caridad. Y no podías pedir nada más:
todo con moderación
quiere mucho más
contrólate
arréglatelas
no te hundas
no contraigas deudas.
Naturalmente. Y la verdad es que podemos encontrar todas esas formas de control de la población, que
fueron las que formaron a mi familia para ser tal y como es. Pero justo entonces, en el momento en que lo
busqué, que busqué algún lugar en el cual esta historia, de la cual intento hablar, era de la que se hablaba,
no encontré nada. Y quizás por culpa del sicoanálisis ya no pude mantener la brecha y guardar una cosa en
un sitio y otra cosa en otro sitio. La mejor, la más lista de todos, derrota al posestructuralismo en su propio
juego. De modo que ya no me pueden hacer volver a las provincias, a los bebés, a la depresión, al
fregadero, a arreglármelas, a la moderación, y encima tengo la arrolladora necesidad de crear una izquierda
y un feminismo que rechacen mirar en esa dirección. Están avisados.