2. Quererse es casi un eslogan. Una consigna. Un deseo. Un capricho cuando es decirse
engañosamente que uno se quiere y justificarlo con permitirse y darse permanentes
permisos y relajamientos. Decir que uno merece y frotar la lámpara de los derechos.
Decirle a todos los que decimos que no nos quieren que no lo hacen, con recursos para
dañarlos y criticar todo lo que les da algo de ganas de vivir. Insultar sus logros o poner
bajo la lupa ¨ el verdadero porqué ¨ de su bienestar. Creer que son más felices y
competir y desafiar en ese supuesto. Darles lecciones de moral o criticar la suya.
Enfrentar lo que nos hace ser queridos como si no lo mereciésemos y odiar a todos por
eso. Querer ser lo que no se puede más allá de lo tolerable. Quererse así es odiar los
obstáculos que se nos hacen puestos para nosotros por quienes odiamos. Matar el
orgullo del que se quiere a sí mismo es olvidar que todos hacen un esfuerzo para llegar a
ello. Que alguna vez estuvieron frente a sí y se dijeron que se necesitaban. Porque el
cariño universal llamado poder es un hacer que los otros quieran lo que EL tiene
(o ¨ es ¨) al punto y tener lo que él es o lo que tiene u hace. Que quieran ver el símbolo
de un monumento a seguir o ser obedientes y sublimar la voluntad de un porqué de
gente en manada compactada todos apilados como muertos en vida. Subestimar al que
así lo necesita es tratarlo como animal. Así se trata a la gente cuando se pone al poder
como objetivo común. Cuando se predica el odio. El resentimiento que se dicta con
lecciones que apuntan en consigna el maltrato de los otros y el enfrentamiento entre la
gente que se verá como depositaria sin cohesiones que lleven a el esfuerzo y sí a la
maldad y deshacerse del que se signa.
Hacer lo suficiente es necesario para que otros no nos resulten una ofensa. Al contrario:
sentir genuino lo propio. Eso en común que es la dignidad de hacer algo por sí.