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VOL: AÑO 10, NUMERO 28
FECHA: MAYO-AGOSTO 1995
TEMA: ACTORES, CLASES Y MOVIMIENTOS SOCIALES II
TITULO: El conflicto y la regla: Movimientos sociales y sistemas políticos
AUTOR: Alberto Melucci [*]
TRADUCTOR: José Luis Piñeyro
SECCION: Artículos

RESUMEN:

El análisis de las relaciones entre movimientos, partidos y sistema político es un problema
teórico central que puede tomarse como clave para leer de modo transversal la realidad
social contemporánea, mediante un enfoque eminentemente sociólogico. Empero, la
delimitación de un espacio conceptual que integre los movimientos sociales y el sistema
político, y que considere los primeros como sujetos autónomos de análisis sociológico, es
en sí misma un desafío que obliga a cuestionar la herencia de diversas tradiciones
intelectuales.

ABSTRACT:

The Conflict and the Rule: Social Movements and Political Systems

The analysis of the relationship amongst movements, parties and political systems is a
major theoretical problem that can be used as a key in order to understand transversally
the contemporary social reality, through an eminently sociological viewpoint. Nevertheless,
the delimitation of a conceptual space that integrates social movements and political
systems, and that considers the former as autonomous objects of sociological analysis, is
in itself a challenge that puts into question the heritage of different intellectual traditions.

TEXTO

I. El espacio analítico entre los movimientos y el sistema político

Los movimientos sociales y los partidos políticos son dos formas de la acción que
desarrollan los sistemas contemporáneos. Los conflictos afloran más allá de los límites
institucionalizados que regulan la competencia política y que permiten a un sistema
producir las decisiones. Los movimientos rompen las reglas del juego y al mismo tiempo,
revelan que las mismas no son simples condiciones funcionales de la integración social,
sino que son también instrumentos a través de los cuales se mantienen los intereses
dominantes.

Sin embargo, los conflictos también se miden con las reglas. Los movimientos se dan
dentro y fuera del sistema institucional; ni aceptan ni rechazan los vínculos, y al mismo
tiempo buscan superarlos. Por lo tanto, existe a menudo una relación de continuidad o de
representación entre los movimientos y los partidos, los actores institucionales del sistema
político. Además, los movimientos en su interior no coinciden con la pura espontaneidad
de la acción colectiva; de hecho, los movimientos sociales producen los sistemas de
reglas, crean organizaciones, expresan un líder e ideologías y se burocratizan.

La relación entre el sistema político (espacio de mediación regulado por intereses) y la
acción colectiva que forma fuera de las reglas del juego, hoy parece ser un problema
central de las sociedades de gran complejidad, integradas a un sistema planetario
interdependiente. Surgen movimientos sociales con características bastante diversas de
aquéllas a las que nos había acostumbrado el siglo XIX, pero también crece la
importancia y la autonomía de las relaciones políticas. El análisis de las relaciones entre
movimientos, partidos y sistema político es un problema teórico central que puede ser
tomado como clave para leer de modo transversal la realidad social contemporánea,
mediante un enfoque eminentemente sociológico. De hecho, aun considerando la
dimensión política de las relaciones sociales, es importante no olvidar que los fenómenos
políticos expresan aquello que se forma en el tejido profundo de la sociedad.

La prospectiva sociológica requiere de forma cada vez más clara de la elaboración de
instrumentos analíticos para comprender y participar en las transformaciones de las
sociedades en la cuales vivimos, y en los conflictos que las atraviesan. La oferta de
fórmulas ideológicas pobres no ayuda al desarrollo de la conciencia crítica, ni favorece el
desarrollo consciente de la acción colectiva. Confrontarse con la complejidad de los
problemas y con las exigencias del razonamiento analítico significa contribuir a superar
los lugares comunes y las certezas fáciles; asimismo, significa poner a discusión la
representación simplista y reconfortante de una sociedad como una cosa dada, donde
siempre los intereses dominantes tienden a ganar reconocimiento, pero donde a menudo
también los actores en conflicto tienden a otorgarlo.

En las últimas dos décadas, la sociología ha comenzado a desembarazarse de modo
irreversible del lastre de conceptos elaborados dentro del contexto de la sociedad
industrial. Empero, el vacío ha sido comúnmente rellenado con la repetición de fórmulas
sacras y de reverencia ritual a los textos consagrados. Hoy prevalece una carrera al
empirismo, un culto inmediato al dato que busca rellenar con el llamado a la eficacia y a la
operatividad el vacío del conocimiento. El empirismo, cuando no se basa en la
construcción analítica, comúnmente oculta la ideología de nuevos grupos en ascenso. Al
tiempo que la vieja cultura resiste y los resplandores del historicismo nos impiden pensar
en términos de sistemas, relaciones y circularidad de las causas, y mientras con dificultad
se afirma un sólido análisis empírico de la realidad social, maduran nuevos intereses y
nuevos poderes.

El empirismo que sustituye la herencia del pasado acompaña y esconde las
transformación de los aparatos, la formación de una tecnocracia, el impulso de una
racionalización guiada por la dirigencia. Un empirismo que no busque el significado
profundo de estos procesos es la garantía de una modernización sin conflictos. Esto es,
de un cambio que oculta los costos sociales de la transformación en curso, que niega los
grandes dilemas de la vida social en sistemas con una alta densidad de información y que
anula tras de la apariencia técnica de las decisiones de procedimiento el debate sobre los
fines, una condición necesaria para una democracia de la complejidad.

La sociología vive un momento difícil: está arrinconada entre la necesidad de producir
conocimientos positivos para oponerlos a los residuos de las filosofías de la historia que
leen la sociedad en términos de ideas, valores o leyes necesarias de la evolución, y la
exigencia de resistir con la teoría a un empirismo modernizador que pretende anular atrás
de la aséptica neutralidad del "dato" el alcance conflictual de los procesos en curso. Hoy,
el análisis debe situarse sobre los dos frentes, ofrecer instrumentos analíticos y, al mismo
tiempo, una clave de lectura para los procesos sociales que caracterizan la
transformación de la sociedad contemporánea en los últimos decenios.

Estos son años cruciales que han visto emerger a escala planetaria actores y conflictos
imprevistos, pero también han mostrado lo inadecuado de instrumentos capaces de
captar y de interpretar las formas emergentes de la acción colectiva. Nace de aquí la
exigencia de una integración entre los temas tradicionales de la sociología política y una
teoría de los movimientos sociales en las sociedades complejas. Esto porque siempre es
más difícil aislar un análisis del sistema político y de sus actores institucionales (partidos y
grupos de presión) de la formación de la acción colectiva no institucional, o porque el
conocimiento sociológico viene a ser un recurso que los mismos actores colectivos
incorporan en su acción dentro y fuera del sistema político.

Sin embargo, la delimitación de un espacio conceptual que integre los movimientos
sociales y el sistema político, considerando a los primeros como objetos autónomos de
análisis sociológico y no escondiéndolos bajo el segundo, es ya en sí misma un desafío
que obliga a poner en cuestionamiento la herencia de diversas tradiciones intelectuales.

II. La herencia del pasado

La tradición marxista, preocupada por ubicar las condiciones estructurales de la
revolución en las contradicciones del sistema capitalista, ha ignorado el análisis de los
procesos de formación de la acción colectiva, las formas de aglutinamiento de la protesta
social, la ambivalencia y multidimensionalidad de las direcciones que caracterizan a los
movimientos sociales. Al mismo tiempo, ha relegado al área de la "ideología burguesa" los
análisis de los mecanismos internos del sistema político, la mediación de los intereses y la
formación de las decisiones; la lógica de la representación y la competencia por el
consenso.

En suma, todo aquello que caracteriza el funcionamiento interno de los sistemas políticos
y funda la posibilidad "técnica" de la democracia, ha sido considerado únicamente como
una forma oculta del dominio de clase. Por otro lado, el filón más propiamente
"sociológico" de investigación sobre los movimientos sociales se ha identificado por
mucho tiempo, hasta los años setenta, con los estudios sobre la collective behavior. Por lo
común estos estudios, ricos en contribuciones empíricas, han sido incapaces de salir de
los límites de un enfoque que veía en la acción colectiva la reacción a una crisis y no
lograba captar las dimensiones conflictuales de tal acción.

Después de los años setenta, la reflexión sobre los movimientos sociales se ha
enriquecido con numerosos aportes, en particular a través de la resource mobilization
theory, lográndose la superación del cuadro funcionalista, un proceso al cual también mi
trabajo ha contribuido en una prospectiva muy diversa del enfoque de la movilización de
los recursos.

La teoría pluralista del sistema político constituye el tercer filón intelectual del pasado al
cual es necesario hacer referencia. Esta teoría ha tendido a separar rígidamente la acción
política institucionalizada y los comportamientos colectivos no institucionales por
definición. La acción política se ha analizado en términos de partidos políticos y grupos de
presión que representan las demandas y que contribuyen a la formación de decisiones;
los segundos, por el contrario, han sido reducidos a respuestas patológicas frente a una
situación de anomia.

Al situarnos en el cruce de estas herencias es necesario superarlas poniendo a prueba de
fuego nuevas interrogantes teóricas. La discusión de las contribuciones clásicas y
contemporáneas sobre el tema de los partidos y los movimientos sociales, debe hacer
surgir la doble articulación de dependencia y autonomía que caracteriza al sistema
político. El análisis de tal sistema no puede ser realizado sin referirse a las relaciones
sociales dentro de las cuales son producidos los recursos fundamentales de una
sociedad. Es de la distribución de estos recursos de lo que se ocupa el sistema político, y
es respecto a los mismos que se forman conflictos de naturaleza antagónica y nacen
ciertas formas de acción colectiva. Empero, el análisis del sistema político exige también
una consideración específica sobre los mecanismos y los actores políticos.

Esta intención teórica pone a prueba dos temas que no son por lo común centrales en la
sociología política, tan solo preocupada por la dimensión visible y organizada de la acción
colectiva. Por una parte, la relación entre la formación de la acción colectiva y la
participación institucional, y por la otra, el proceso a través del cual se pasa de la acción
colectiva a la organización política. También la resource mobilization theory mantiene un
interés básico hacia las formas visibles y organizadas de la acción colectiva, subvaluando
así la dimensión subterránea y profunda de esta acción que se forma en el ámbito social,
antes de expresarse como acción política.

III. Hacia la descomposición analítica del dato empírico

Los análisis actuales de la acción colectiva parten, por lo común, de la visibilidad de los
actores políticos institucionales y no institucionales. Pero de esta forma, la acción de los
movimientos sociales viene a menudo a ser encubierta por la acción política tout court.
Este riesgo puede ser superado sólo definiendo los componentes analíticos del sistema
político, su dependencia y su autonomía. Al sistema político hacen referencia los partidos,
y hacia su interior sucede la mediación de los intereses, pero existen demandas y
conflictos sociales que se escapan al menos en parte a esta competencia regulada. Así se
constituyen otras formas de acción colectiva, los movimientos, cuyas raíces se buscan en
las relaciones sociales anteriores a la acción política.

De esta manera, viene a ser posible comparar de manera no reductiva, sino con una
perspectiva propiamente sociológica, la transformación del movimiento en organización
política, analizando así los procesos de movilización, la formación de una leadership y de
una ideología, y la creación de una estructura organizativa. En mis análisis he comparado
a la sociología de los movimientos sociales desde el punto de vista de problemas
normalmente abordados en otros contextos, que van de la sociología de la organización a
la psicología social.

El análisis que he propuesto en mis libros constituye la contribución a la teoría de la
acción colectiva y un instrumento para una comprensión menos superficial de los
movimientos actuales. Gracias a este tipo de análisis, he podido señalar el carácter
específico de los movimientos que aparecen en las sociedades complejas
contemporáneas, y proponer algunas hipótesis interpretativas sobre el significado de las
formas emergentes de acción colectiva.

En los últimos quince años, el tema de los movimientos sociales, como objeto de análisis
sociológico, ha venido a ser cada vez más central en la reflexión de quienes por diversas
razones se ocupan de los cambios en las sociedades contemporáneas. Hacer a tales
movimientos una de las claves fundamentales de lectura de los sistemas políticos
complejos, ha sido para mí una opción metodológica que hoy me parece confirmada por
los avances de la teoría y la investigación. Los problemas de la acción colectiva son uno
de los nudos centrales del funcionamiento político de las sociedades complejas; la
comprensión de las formas a través de las cuales un actor colectivo se forma y se
mantiene, constituye una parte necesaria de este cuadro.
En las comparaciones de los movimientos sociales he insistido especialmente en la
necesidad de pasar de generalizaciones empíricas (los movimientos como personajes que
se mueven sobre la escena histórica) a una descomposición de la complejidad analítica
de la acción colectiva. Esta perspectiva conlleva una apuesta intelectual en la posibilidad
y la utilidad del trabajo analítico y en la necesidad de una sociología que no sea mera
descripción de lo existente, o confirmación de los prejuicios ideológicos del observador o
de los actores.

El cansancio de manejar conceptos para hablar de cosas que tenemos frente a los ojos
cada día; la dificultad de articular instrumentos de análisis aplicándolos a la obviedad del
dato empírico, señala la distancia entre el registro de lo obvio y el análisis sociológico
como descomposición del dato; señala la reconstrucción de la complejidad de las
relaciones como expresiones de aquello que no se ve a primera vista.

Dos problemas me parecen abiertos a la discusión y quiero mencionarlos, como nudos
importantes para la investigación y la reflexión sobre el lugar de los movimientos sociales
en la sociedad contemporánea y en su relación con los sistemas políticos.

IV. Las raíces cotidianas de los movimientos

El primer problema lo conforma el lugar que los movimientos ocupan en la sociedades
complejas y su relación con la experiencia cotidiana de los individuos. En sistemas con
gran densidad de información, los individuos y los grupos deben contar con un cierto
grado de autonomía y disponer de capacidades formales de aprendizaje y de acción que
les permitan funcionar como monitores confiables y capaces de autorregulación. Al mismo
tiempo, los sistemas muy diferenciados tienen grandes necesidades de integración y
cambian el control social del contenido de la acción en sus lenguajes, o sea, pasan de la
regulación externa de las conductas a la intervención sobre las precondiciones
cognoscitivas y motivacionales del comportamiento.

Los conflictos tienden a manifestarse en las áreas del sistema más directamente ligadas
con la producción de recursos informativos y de comunicación, pero al mismo tiempo
están expuestos a intensas presiones de integración. Por lo tanto, los conflictos son
actuados por actores provisionales que operan como inspiradores, haciendo surgir así los
dilemas cruciales que atraviesan a la sociedad.

Los conflictos no se expresan principalmente a través de una acción dirigida a obtener
resultados en el sistema político. Esos conflictos manifiestan sobre todo un desafío que
altera los lenguajes y los códigos culturales. La acción de los movimientos es en sí misma
un mensaje dirigido a la sociedad con la oferta de formas simbólicas y modelos de
relación. Este tipo de acción tiene efectos sobre las instituciones políticas porque
selecciona nuevas élites, moderniza las formas organizativas y crea nuevos objetivos y
nuevos lenguajes. Pero al mismo tiempo, esta acción pone en cuestionamiento la
racionalidad instrumental que guía los aparatos de representación y de decisión,
contribuyendo así a mantener abierto el debate sobre los fines.

Respecto a las formas de acción relacionadas con la vida cotidiana y la identidad
individual, los movimientos contemporáneos toman distancia del modelo tradicional de la
organización política y adoptan una creciente autonomía de los sistemas políticos. Estos
movimientos van a ocupar un espacio intermedio de la vida social, en la cual se
entrelazan necesidades individuales y estímulos de innovación política. Las
características de los movimientos hacen que la eficiencia de los conflictos sociales pueda
ser garantizada solo mediante la mediación de los actores políticos, sin que, no obstante,
se pueda reducir a esta mediación.

Por lo tanto, la iniciativa de innovación de los movimientos no se agota en una
transformación del sistema político como obra de los actores institucionalizados; sin
embargo, la posibilidad de que las demandas colectivas se amplíen y encuentren espacio
depende del modo en el cual los actores políticos logren traducir en garantías de
democracia las demandas provenientes de la acción colectiva.

V. ¿Relaciones de clase?

El segundo problema que deseo señalar tiene que ver con la distancia que en el
desarrollo de mi reflexión he adoptado hacia el concepto de relaciones de clase, el cual
estaba presente en mis primeros análisis. Tal concepto está irreversiblemente vinculado al
cuadro de la sociedad industrial de tipo capitalista, pero yo lo había utilizado en mis
primeros análisis para definir un sistema de relaciones conflictivas dentro de las cuales se
dan la producción y la apropiación de los recursos sociales.

La referencia a las relaciones de clase expresaba para mí el intento de mantener abierta
la reflexión sobre los conflictos sistémicos y las formas del dominio en las sociedades
complejas. Era utilizada con tal objetivo una categoría de la tradición que ponía el acento
en la dimensión racional y conflictiva que caracteriza a la producción de las orientaciones
fundamentales de una sociedad. Pero en sistemas como los contemporáneos, en los
cuales las clases, como grupos sociales reales, pierden consistencia, se intenta elaborar
conceptos adecuados sin anular el problema teórico que la categoría de relaciones de
clase nos deja como herencia: entender dentro de cuáles relaciones y con cuáles
conflictos acontecen la producción y la apropiación de los recursos básicos en un cierto
sistema.

Esta pregunta es esencial para entender la doble articulación de autonomía y de
dependencia que caracterizan al sistema político y la relación entre los movimientos y los
procesos de representación y de decisión.

Por lo tanto, el problema teórico planteado es si existen formas de conflicto que
conformen la lógica constitutiva de un sistema. La referencia al modo de producción está
muy ligada al reduccionismo economicista que se encuentra en la base del concepto. La
producción no puede ser sólo inherente a la esfera económico-material, sino que
comprende el conjunto de las relaciones sociales y de las orientaciones culturales.
Entonces, el problema es si aún se puede hablar de conflictos antagónicos: conflictos que
abarcan las relaciones sociales a través de las cuales se produce el recurso constitutivo
de los sistemas complejos, esto es, la información.

Las teorías del mercado político, las de la rational choice o las del comportamiento
estratégico, nos enseñan que muchos conflictos actuales, a veces violentos, son
expresión de categorías sociales excluidas que demandan acceso a la representación. La
demanda de inclusión en un sistema institucional de beneficios del cual están excluidos,
puede ser aun radical, pero no implica antagonismo hacia la lógica del sistema, sino más
bien un estímulo redistributivo.

Sin embargo, si no existe un espacio analítico para mantener abierta la pregunta acerca
de los conflictos antagónicos, ésta deja de existir sin que se haya dado respuesta al
problema que expresa, pero también sin haber mostrado la inutilidad de la misma. Hoy, la
tendencia prevaleciente también en la izquierda parece aquella de sustituir el modelo
marxista por un modelo de intercambio o de racionalidad sobre las opciones de decisión.
Cuando en el pasado he hablado de conflicto de clase, lo he hecho en un cuadro
constructivista y sistémico ya lejano del modelo marxista, pero no me parece suficiente
explicar los conflictos contemporáneos únicamente en términos del intercambio o de la
rational choice. Creo en la utilidad de mantener abierta la interrogante sobre la naturaleza
sistémica de los conflictos: ¿qué significa "lógica de sistema" en sistemas muy
diferenciados?; ¿es posible identificar conflictos antagónicos sin que los actores sean
caracterizados con una condición social estable?; ¿los ámbitos del conflicto pueden ser
variables?

Estas preguntas vienen a ser estimulantes hipótesis de trabajo si se mantiene abierto el
espacio analítico para formularlas. La presencia de estas interrogantes puede guiar la
lectura de las relaciones entre los movimientos sociales y los sistemas políticos.

CITAS:

[*] Profesor-investigador del Departamento de Sociología de la Universidad de Milán.

Traducido del Italiano por José Luis Piñeyro, Profesor-investigador del Departamento de
Sociología, UAM-Azcapotzalco.

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Movimientos sociales y sistemas politicos - Melucci

  • 1. VOL: AÑO 10, NUMERO 28 FECHA: MAYO-AGOSTO 1995 TEMA: ACTORES, CLASES Y MOVIMIENTOS SOCIALES II TITULO: El conflicto y la regla: Movimientos sociales y sistemas políticos AUTOR: Alberto Melucci [*] TRADUCTOR: José Luis Piñeyro SECCION: Artículos RESUMEN: El análisis de las relaciones entre movimientos, partidos y sistema político es un problema teórico central que puede tomarse como clave para leer de modo transversal la realidad social contemporánea, mediante un enfoque eminentemente sociólogico. Empero, la delimitación de un espacio conceptual que integre los movimientos sociales y el sistema político, y que considere los primeros como sujetos autónomos de análisis sociológico, es en sí misma un desafío que obliga a cuestionar la herencia de diversas tradiciones intelectuales. ABSTRACT: The Conflict and the Rule: Social Movements and Political Systems The analysis of the relationship amongst movements, parties and political systems is a major theoretical problem that can be used as a key in order to understand transversally the contemporary social reality, through an eminently sociological viewpoint. Nevertheless, the delimitation of a conceptual space that integrates social movements and political systems, and that considers the former as autonomous objects of sociological analysis, is in itself a challenge that puts into question the heritage of different intellectual traditions. TEXTO I. El espacio analítico entre los movimientos y el sistema político Los movimientos sociales y los partidos políticos son dos formas de la acción que desarrollan los sistemas contemporáneos. Los conflictos afloran más allá de los límites institucionalizados que regulan la competencia política y que permiten a un sistema producir las decisiones. Los movimientos rompen las reglas del juego y al mismo tiempo, revelan que las mismas no son simples condiciones funcionales de la integración social, sino que son también instrumentos a través de los cuales se mantienen los intereses dominantes. Sin embargo, los conflictos también se miden con las reglas. Los movimientos se dan dentro y fuera del sistema institucional; ni aceptan ni rechazan los vínculos, y al mismo tiempo buscan superarlos. Por lo tanto, existe a menudo una relación de continuidad o de representación entre los movimientos y los partidos, los actores institucionales del sistema político. Además, los movimientos en su interior no coinciden con la pura espontaneidad
  • 2. de la acción colectiva; de hecho, los movimientos sociales producen los sistemas de reglas, crean organizaciones, expresan un líder e ideologías y se burocratizan. La relación entre el sistema político (espacio de mediación regulado por intereses) y la acción colectiva que forma fuera de las reglas del juego, hoy parece ser un problema central de las sociedades de gran complejidad, integradas a un sistema planetario interdependiente. Surgen movimientos sociales con características bastante diversas de aquéllas a las que nos había acostumbrado el siglo XIX, pero también crece la importancia y la autonomía de las relaciones políticas. El análisis de las relaciones entre movimientos, partidos y sistema político es un problema teórico central que puede ser tomado como clave para leer de modo transversal la realidad social contemporánea, mediante un enfoque eminentemente sociológico. De hecho, aun considerando la dimensión política de las relaciones sociales, es importante no olvidar que los fenómenos políticos expresan aquello que se forma en el tejido profundo de la sociedad. La prospectiva sociológica requiere de forma cada vez más clara de la elaboración de instrumentos analíticos para comprender y participar en las transformaciones de las sociedades en la cuales vivimos, y en los conflictos que las atraviesan. La oferta de fórmulas ideológicas pobres no ayuda al desarrollo de la conciencia crítica, ni favorece el desarrollo consciente de la acción colectiva. Confrontarse con la complejidad de los problemas y con las exigencias del razonamiento analítico significa contribuir a superar los lugares comunes y las certezas fáciles; asimismo, significa poner a discusión la representación simplista y reconfortante de una sociedad como una cosa dada, donde siempre los intereses dominantes tienden a ganar reconocimiento, pero donde a menudo también los actores en conflicto tienden a otorgarlo. En las últimas dos décadas, la sociología ha comenzado a desembarazarse de modo irreversible del lastre de conceptos elaborados dentro del contexto de la sociedad industrial. Empero, el vacío ha sido comúnmente rellenado con la repetición de fórmulas sacras y de reverencia ritual a los textos consagrados. Hoy prevalece una carrera al empirismo, un culto inmediato al dato que busca rellenar con el llamado a la eficacia y a la operatividad el vacío del conocimiento. El empirismo, cuando no se basa en la construcción analítica, comúnmente oculta la ideología de nuevos grupos en ascenso. Al tiempo que la vieja cultura resiste y los resplandores del historicismo nos impiden pensar en términos de sistemas, relaciones y circularidad de las causas, y mientras con dificultad se afirma un sólido análisis empírico de la realidad social, maduran nuevos intereses y nuevos poderes. El empirismo que sustituye la herencia del pasado acompaña y esconde las transformación de los aparatos, la formación de una tecnocracia, el impulso de una racionalización guiada por la dirigencia. Un empirismo que no busque el significado profundo de estos procesos es la garantía de una modernización sin conflictos. Esto es, de un cambio que oculta los costos sociales de la transformación en curso, que niega los grandes dilemas de la vida social en sistemas con una alta densidad de información y que anula tras de la apariencia técnica de las decisiones de procedimiento el debate sobre los fines, una condición necesaria para una democracia de la complejidad. La sociología vive un momento difícil: está arrinconada entre la necesidad de producir conocimientos positivos para oponerlos a los residuos de las filosofías de la historia que leen la sociedad en términos de ideas, valores o leyes necesarias de la evolución, y la exigencia de resistir con la teoría a un empirismo modernizador que pretende anular atrás de la aséptica neutralidad del "dato" el alcance conflictual de los procesos en curso. Hoy, el análisis debe situarse sobre los dos frentes, ofrecer instrumentos analíticos y, al mismo
  • 3. tiempo, una clave de lectura para los procesos sociales que caracterizan la transformación de la sociedad contemporánea en los últimos decenios. Estos son años cruciales que han visto emerger a escala planetaria actores y conflictos imprevistos, pero también han mostrado lo inadecuado de instrumentos capaces de captar y de interpretar las formas emergentes de la acción colectiva. Nace de aquí la exigencia de una integración entre los temas tradicionales de la sociología política y una teoría de los movimientos sociales en las sociedades complejas. Esto porque siempre es más difícil aislar un análisis del sistema político y de sus actores institucionales (partidos y grupos de presión) de la formación de la acción colectiva no institucional, o porque el conocimiento sociológico viene a ser un recurso que los mismos actores colectivos incorporan en su acción dentro y fuera del sistema político. Sin embargo, la delimitación de un espacio conceptual que integre los movimientos sociales y el sistema político, considerando a los primeros como objetos autónomos de análisis sociológico y no escondiéndolos bajo el segundo, es ya en sí misma un desafío que obliga a poner en cuestionamiento la herencia de diversas tradiciones intelectuales. II. La herencia del pasado La tradición marxista, preocupada por ubicar las condiciones estructurales de la revolución en las contradicciones del sistema capitalista, ha ignorado el análisis de los procesos de formación de la acción colectiva, las formas de aglutinamiento de la protesta social, la ambivalencia y multidimensionalidad de las direcciones que caracterizan a los movimientos sociales. Al mismo tiempo, ha relegado al área de la "ideología burguesa" los análisis de los mecanismos internos del sistema político, la mediación de los intereses y la formación de las decisiones; la lógica de la representación y la competencia por el consenso. En suma, todo aquello que caracteriza el funcionamiento interno de los sistemas políticos y funda la posibilidad "técnica" de la democracia, ha sido considerado únicamente como una forma oculta del dominio de clase. Por otro lado, el filón más propiamente "sociológico" de investigación sobre los movimientos sociales se ha identificado por mucho tiempo, hasta los años setenta, con los estudios sobre la collective behavior. Por lo común estos estudios, ricos en contribuciones empíricas, han sido incapaces de salir de los límites de un enfoque que veía en la acción colectiva la reacción a una crisis y no lograba captar las dimensiones conflictuales de tal acción. Después de los años setenta, la reflexión sobre los movimientos sociales se ha enriquecido con numerosos aportes, en particular a través de la resource mobilization theory, lográndose la superación del cuadro funcionalista, un proceso al cual también mi trabajo ha contribuido en una prospectiva muy diversa del enfoque de la movilización de los recursos. La teoría pluralista del sistema político constituye el tercer filón intelectual del pasado al cual es necesario hacer referencia. Esta teoría ha tendido a separar rígidamente la acción política institucionalizada y los comportamientos colectivos no institucionales por definición. La acción política se ha analizado en términos de partidos políticos y grupos de presión que representan las demandas y que contribuyen a la formación de decisiones; los segundos, por el contrario, han sido reducidos a respuestas patológicas frente a una situación de anomia. Al situarnos en el cruce de estas herencias es necesario superarlas poniendo a prueba de fuego nuevas interrogantes teóricas. La discusión de las contribuciones clásicas y
  • 4. contemporáneas sobre el tema de los partidos y los movimientos sociales, debe hacer surgir la doble articulación de dependencia y autonomía que caracteriza al sistema político. El análisis de tal sistema no puede ser realizado sin referirse a las relaciones sociales dentro de las cuales son producidos los recursos fundamentales de una sociedad. Es de la distribución de estos recursos de lo que se ocupa el sistema político, y es respecto a los mismos que se forman conflictos de naturaleza antagónica y nacen ciertas formas de acción colectiva. Empero, el análisis del sistema político exige también una consideración específica sobre los mecanismos y los actores políticos. Esta intención teórica pone a prueba dos temas que no son por lo común centrales en la sociología política, tan solo preocupada por la dimensión visible y organizada de la acción colectiva. Por una parte, la relación entre la formación de la acción colectiva y la participación institucional, y por la otra, el proceso a través del cual se pasa de la acción colectiva a la organización política. También la resource mobilization theory mantiene un interés básico hacia las formas visibles y organizadas de la acción colectiva, subvaluando así la dimensión subterránea y profunda de esta acción que se forma en el ámbito social, antes de expresarse como acción política. III. Hacia la descomposición analítica del dato empírico Los análisis actuales de la acción colectiva parten, por lo común, de la visibilidad de los actores políticos institucionales y no institucionales. Pero de esta forma, la acción de los movimientos sociales viene a menudo a ser encubierta por la acción política tout court. Este riesgo puede ser superado sólo definiendo los componentes analíticos del sistema político, su dependencia y su autonomía. Al sistema político hacen referencia los partidos, y hacia su interior sucede la mediación de los intereses, pero existen demandas y conflictos sociales que se escapan al menos en parte a esta competencia regulada. Así se constituyen otras formas de acción colectiva, los movimientos, cuyas raíces se buscan en las relaciones sociales anteriores a la acción política. De esta manera, viene a ser posible comparar de manera no reductiva, sino con una perspectiva propiamente sociológica, la transformación del movimiento en organización política, analizando así los procesos de movilización, la formación de una leadership y de una ideología, y la creación de una estructura organizativa. En mis análisis he comparado a la sociología de los movimientos sociales desde el punto de vista de problemas normalmente abordados en otros contextos, que van de la sociología de la organización a la psicología social. El análisis que he propuesto en mis libros constituye la contribución a la teoría de la acción colectiva y un instrumento para una comprensión menos superficial de los movimientos actuales. Gracias a este tipo de análisis, he podido señalar el carácter específico de los movimientos que aparecen en las sociedades complejas contemporáneas, y proponer algunas hipótesis interpretativas sobre el significado de las formas emergentes de acción colectiva. En los últimos quince años, el tema de los movimientos sociales, como objeto de análisis sociológico, ha venido a ser cada vez más central en la reflexión de quienes por diversas razones se ocupan de los cambios en las sociedades contemporáneas. Hacer a tales movimientos una de las claves fundamentales de lectura de los sistemas políticos complejos, ha sido para mí una opción metodológica que hoy me parece confirmada por los avances de la teoría y la investigación. Los problemas de la acción colectiva son uno de los nudos centrales del funcionamiento político de las sociedades complejas; la comprensión de las formas a través de las cuales un actor colectivo se forma y se mantiene, constituye una parte necesaria de este cuadro.
  • 5. En las comparaciones de los movimientos sociales he insistido especialmente en la necesidad de pasar de generalizaciones empíricas (los movimientos como personajes que se mueven sobre la escena histórica) a una descomposición de la complejidad analítica de la acción colectiva. Esta perspectiva conlleva una apuesta intelectual en la posibilidad y la utilidad del trabajo analítico y en la necesidad de una sociología que no sea mera descripción de lo existente, o confirmación de los prejuicios ideológicos del observador o de los actores. El cansancio de manejar conceptos para hablar de cosas que tenemos frente a los ojos cada día; la dificultad de articular instrumentos de análisis aplicándolos a la obviedad del dato empírico, señala la distancia entre el registro de lo obvio y el análisis sociológico como descomposición del dato; señala la reconstrucción de la complejidad de las relaciones como expresiones de aquello que no se ve a primera vista. Dos problemas me parecen abiertos a la discusión y quiero mencionarlos, como nudos importantes para la investigación y la reflexión sobre el lugar de los movimientos sociales en la sociedad contemporánea y en su relación con los sistemas políticos. IV. Las raíces cotidianas de los movimientos El primer problema lo conforma el lugar que los movimientos ocupan en la sociedades complejas y su relación con la experiencia cotidiana de los individuos. En sistemas con gran densidad de información, los individuos y los grupos deben contar con un cierto grado de autonomía y disponer de capacidades formales de aprendizaje y de acción que les permitan funcionar como monitores confiables y capaces de autorregulación. Al mismo tiempo, los sistemas muy diferenciados tienen grandes necesidades de integración y cambian el control social del contenido de la acción en sus lenguajes, o sea, pasan de la regulación externa de las conductas a la intervención sobre las precondiciones cognoscitivas y motivacionales del comportamiento. Los conflictos tienden a manifestarse en las áreas del sistema más directamente ligadas con la producción de recursos informativos y de comunicación, pero al mismo tiempo están expuestos a intensas presiones de integración. Por lo tanto, los conflictos son actuados por actores provisionales que operan como inspiradores, haciendo surgir así los dilemas cruciales que atraviesan a la sociedad. Los conflictos no se expresan principalmente a través de una acción dirigida a obtener resultados en el sistema político. Esos conflictos manifiestan sobre todo un desafío que altera los lenguajes y los códigos culturales. La acción de los movimientos es en sí misma un mensaje dirigido a la sociedad con la oferta de formas simbólicas y modelos de relación. Este tipo de acción tiene efectos sobre las instituciones políticas porque selecciona nuevas élites, moderniza las formas organizativas y crea nuevos objetivos y nuevos lenguajes. Pero al mismo tiempo, esta acción pone en cuestionamiento la racionalidad instrumental que guía los aparatos de representación y de decisión, contribuyendo así a mantener abierto el debate sobre los fines. Respecto a las formas de acción relacionadas con la vida cotidiana y la identidad individual, los movimientos contemporáneos toman distancia del modelo tradicional de la organización política y adoptan una creciente autonomía de los sistemas políticos. Estos movimientos van a ocupar un espacio intermedio de la vida social, en la cual se entrelazan necesidades individuales y estímulos de innovación política. Las características de los movimientos hacen que la eficiencia de los conflictos sociales pueda
  • 6. ser garantizada solo mediante la mediación de los actores políticos, sin que, no obstante, se pueda reducir a esta mediación. Por lo tanto, la iniciativa de innovación de los movimientos no se agota en una transformación del sistema político como obra de los actores institucionalizados; sin embargo, la posibilidad de que las demandas colectivas se amplíen y encuentren espacio depende del modo en el cual los actores políticos logren traducir en garantías de democracia las demandas provenientes de la acción colectiva. V. ¿Relaciones de clase? El segundo problema que deseo señalar tiene que ver con la distancia que en el desarrollo de mi reflexión he adoptado hacia el concepto de relaciones de clase, el cual estaba presente en mis primeros análisis. Tal concepto está irreversiblemente vinculado al cuadro de la sociedad industrial de tipo capitalista, pero yo lo había utilizado en mis primeros análisis para definir un sistema de relaciones conflictivas dentro de las cuales se dan la producción y la apropiación de los recursos sociales. La referencia a las relaciones de clase expresaba para mí el intento de mantener abierta la reflexión sobre los conflictos sistémicos y las formas del dominio en las sociedades complejas. Era utilizada con tal objetivo una categoría de la tradición que ponía el acento en la dimensión racional y conflictiva que caracteriza a la producción de las orientaciones fundamentales de una sociedad. Pero en sistemas como los contemporáneos, en los cuales las clases, como grupos sociales reales, pierden consistencia, se intenta elaborar conceptos adecuados sin anular el problema teórico que la categoría de relaciones de clase nos deja como herencia: entender dentro de cuáles relaciones y con cuáles conflictos acontecen la producción y la apropiación de los recursos básicos en un cierto sistema. Esta pregunta es esencial para entender la doble articulación de autonomía y de dependencia que caracterizan al sistema político y la relación entre los movimientos y los procesos de representación y de decisión. Por lo tanto, el problema teórico planteado es si existen formas de conflicto que conformen la lógica constitutiva de un sistema. La referencia al modo de producción está muy ligada al reduccionismo economicista que se encuentra en la base del concepto. La producción no puede ser sólo inherente a la esfera económico-material, sino que comprende el conjunto de las relaciones sociales y de las orientaciones culturales. Entonces, el problema es si aún se puede hablar de conflictos antagónicos: conflictos que abarcan las relaciones sociales a través de las cuales se produce el recurso constitutivo de los sistemas complejos, esto es, la información. Las teorías del mercado político, las de la rational choice o las del comportamiento estratégico, nos enseñan que muchos conflictos actuales, a veces violentos, son expresión de categorías sociales excluidas que demandan acceso a la representación. La demanda de inclusión en un sistema institucional de beneficios del cual están excluidos, puede ser aun radical, pero no implica antagonismo hacia la lógica del sistema, sino más bien un estímulo redistributivo. Sin embargo, si no existe un espacio analítico para mantener abierta la pregunta acerca de los conflictos antagónicos, ésta deja de existir sin que se haya dado respuesta al problema que expresa, pero también sin haber mostrado la inutilidad de la misma. Hoy, la tendencia prevaleciente también en la izquierda parece aquella de sustituir el modelo marxista por un modelo de intercambio o de racionalidad sobre las opciones de decisión.
  • 7. Cuando en el pasado he hablado de conflicto de clase, lo he hecho en un cuadro constructivista y sistémico ya lejano del modelo marxista, pero no me parece suficiente explicar los conflictos contemporáneos únicamente en términos del intercambio o de la rational choice. Creo en la utilidad de mantener abierta la interrogante sobre la naturaleza sistémica de los conflictos: ¿qué significa "lógica de sistema" en sistemas muy diferenciados?; ¿es posible identificar conflictos antagónicos sin que los actores sean caracterizados con una condición social estable?; ¿los ámbitos del conflicto pueden ser variables? Estas preguntas vienen a ser estimulantes hipótesis de trabajo si se mantiene abierto el espacio analítico para formularlas. La presencia de estas interrogantes puede guiar la lectura de las relaciones entre los movimientos sociales y los sistemas políticos. CITAS: [*] Profesor-investigador del Departamento de Sociología de la Universidad de Milán. Traducido del Italiano por José Luis Piñeyro, Profesor-investigador del Departamento de Sociología, UAM-Azcapotzalco.