1. Opinión
Desafíos de la educación
Guillermo
Si en algo es posible que todos estemos de acuerdo, es en que nos ha tocado vivir un tiempo
de vertiginosa aceleración del cambio y que, consecuentemente, la educación –manteniendo
invariantes sus características consustanciales– debe también evolucionar, transformarse y
adecuarse para constituirse en una respuesta pronta y certera a las nuevas exigencias del
desarrollo pleno de la persona.
Sobre el camino que debe seguir esa transformación educativa, sin duda el acuerdo es
menor.
Nuestro insoslayable deber de búsqueda de la realización plena de todos los hombres y
mujeres; la extraordinaria expansión científica y tecnológica que ha hecho entrar a la
humanidad en la era de la comunicación universal y la mundialización que obliga a todos
los países a dotarse de ventajas específicas para participar con éxito en el desarrollo de las
relaciones económicas mundiales, enfrentan a la educación costarricense a una doble
exigencia.
Por una parte, se espera de ella la construcción y el aprendizaje eficaz de un volumen cada
vez mayor de conocimientos teóricos y técnicos que son las armas indispensables para la
conquista de nuestra cambiante civilización cognitiva; por otra parte, se le exige una
formación que impida el hundimiento de la persona en una miríada de informaciones más o
menos efímeras y que, contrariamente, permita conservar el rumbo en proyectos de
desarrollo individuales y colectivos.
Por ello, si bien es cierto que los costarricenses debemos continuar con el esfuerzo por
ampliar los rangos de cobertura en todos los niveles y modalidades del sistema educativo,
no es menos cierto que nuestra tarea exige un esfuerzo simultáneo, igual en importancia y
magnitud, para que esa oferta educativa sea de creciente excelencia, rigor y equidad.
El insoslayable derecho a la educación, no puede jamás interpretarse como el simple
derecho de niños, jóvenes y adultos a incorporarse como estudiantes en las aulas de un
centro educativo; su cumplimiento cabal implica mucho más que eso, exige el goce del
derecho fundamental a una educación de excelencia signada por la equidad.
2. Nuestra educación debe ser una incesante búsqueda de excelencia y de mejoramiento
permanente de la calidad, de pertinencia, de flexibilidad de los currícula, de relevancia de
los aprendizajes.
Pero también de formación de una ciudadanía responsable y solidaria, de fortalecimiento de
una creciente actitud participativa, creativa y crítica; de incorporación de estrategias
didácticas que promueven el pensamiento lógico, de cultivo de las inteligencias múltiples y
de respuesta a las verdaderas necesidades de un desarrollo respetuoso del medio ambiente y
de la diversidad
Pero no basta con que la educación por múltiples formas y modalidades se esfuerce en la
construcción activa de conocimientos y destrezas cognitivas; no basta el ejercicio del
pensamiento lógico ni la memoria inteligente; no basta el cultivo de las aptitudes y los
talentos, si no subyace, como eje vertebrador de todo ello, un esfuerzo consciente de
formación en valores como actividad educativa prioritaria.
Valores
Hoy, es urgente que la educación –comprendida como obligación esencial de la familia y
como compromiso subsidiario de la escuela– realice un esfuerzo concertado y coherente
por retomar, por remozar y fortalecer los valores esenciales.
Estos se traducen en actitudes positivas que enderecen el rumbo y nos permitan vivir con
más respeto, amor y solidaridad; con más justicia, con mayor honradez y responsabilidad;
con un renovado culto al esfuerzo, al trabajo y al heroísmo; con un profundo amor por la
Patria unido a una clara conciencia de universalidad.
“Se deben fortalecer los valores que nos permitan vivir con más respeto, amor,
solidaridad y honradez”.
Exministro
de Educación
Debemos desterrar en nuestro país las trágicas oscilaciones entre la visión educativa
facilista que –satisfecha con la medianía– proclama la eliminación de todos los valladares y
de todas las circunstancias que exijan esfuerzo, compromiso y lucha.
También hay que abolir la otra concepción que –fundada en la insatisfacción creativa y
convencida de que siempre podemos ser mejores– considera que enfrentar retos cada vez
más altos y rechazar la condición de “pobrecito” para, en su lugar, luchar con denodado
esfuerzo por alcanzar las metas, es fragua de hombres y mujeres realmente libres.
Es preciso forjar mediante la sana disciplina, la exigencia y el ejercicio permanente,
hombres y mujeres críticos, creativos, participativos y solidarios, más allá de la ubicación
puntual del estudio de estos temas como parte formal del currículo.
3. Es preciso saltar las paredes de la escuela, comprometer a todos los actores sociales con
responsabilidad educativa, inundar los hogares, penetrar las oficinas y las fábricas, colmar
los campos y las ciudades con el mensaje de una cruzada nacional por la vigorización y el
remozamiento de los valores superiores que deben regir nuestra vida personal y nuestra
convivencia armónica en sociedad.
Responsabilidad
En esta tarea nuestra acción como responsables de la educación costarricense tiene una
trascendencia muchas veces olvidada.
Si prohijamos una actitud blandengue, proclive a eliminar todo desafío que distinga y
“separe el grano de la paja”, sensible a los aplausos de los “pobrecitos” que lloriquean en
solicitud de una vida sin vallas que saltar, sin disciplina que acatar y sin esfuerzos que
cumplir; entonces nuestra maltrecha educación, ajena a la excelencia, será torrente de
abulia que nos arrastre al aletargamiento de las virtudes y a la ciénaga de inmoralidad y
medianía que postra y hunde a las naciones.
Para cumplir con este cometido, para que todo el esfuerzo educativo se inscriba en la tarea
superior de formar integralmente a todos los hombres y mujeres costarricenses para su
plena realización humana, hay unos actores esenciales sin cuyo concurso decidido es vana
toda acción: los educadores costarricenses.
Sin su participación comprometida, sin su entrega entusiasta, sin su esfuerzo permanente,
no habrá cambio evolución significativa y trascendente. La gran transformación educativa
se hará en las aulas de nuestras escuelas y colegios o no se hará.
La educación costarricense crecerá en calidad, en excelencia y equidad en las manos
generosas de nuestros maestros o desfallecerá oculta en inútiles documentos de políticas y
circulares de directrices emanadas por los organismos rectores de la educación que
terminarán, amortajadas por el polvo, en anaqueles administrativos.
Por ello, la formación inicial de los educadores costarricenses constituye hoy una
calamidad nacional que debe ser atendida con urgencia y decisión.
Todos los esfuerzos, planes y sueños de lograr una educación de excelencia para que
nuestro país enfrente con éxito los desafíos del milenio, se caen en pedazos frustrados por
la “producción” masiva de docentes hecha por empresas privadas seudouniversitarias que,
con una paupérrima formación, extienden profesorados, maestrías y doctoradosexpress a
estudiantes que, de buena fe, obtienen de inmediato un nombramiento como docentes por
un mínimo de 30 años, con un irremediable daño a la educación costarricense .
Urge pues impulsar vigorosamente acciones tanto de mejoramiento de la calidad de
formación inicial de docentes, de manera que esta sea públicamente evaluada por
organismos oficiales, como de modificación –por parte del Ministerio de Educación Pública
4. en su condición de empleador– de los términos, requisitos y procedimiento de selección y
nombramiento de los educadores.
La educación con que la avanzamos los costarricenses, apenas traspasado el umbral del
nuevo milenio, debe ser pues una educación de excelencia y equidad, acunada por maestros
que hagan de ella una aventura maravillosa de crecimiento, que rebase el límite de la
escuela como institución y cuya ejecución debe concebirse y comprenderse como un
compromiso nacional que tiene como norte la realización plena de todos los seres humanos
en un mundo de paradojas, de amenazas y esperanzas.