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Reconocimiento y lucha política en el movimiento
                    estudiantil chileno.
                                                                                  OSVALDO BLANCO1




1.- Resumen
        El presente artículo desarrolla escuetamente un reenfoque de la problemática del
reconocimiento a partir de la distinción entre “política” y “policía” presente en la obra del
filósofo francés Jacques Rancière. Creemos que este ejercicio teórico es significativo para
un análisis político del movimiento estudiantil chileno. Esta importancia se organiza a
partir de tres hipótesis entrelazadas: 1) el movimiento social chileno no es puramente
estudiantil-juvenil, sino que se compone complejamente de luchas de tipo clasista; 2) es
necesario asumir la orientación del curso político del movimiento hacia el reconocimiento,
más allá de una mera cuestión policial redistributiva; 3) la búsqueda de reconocimiento
implica aceptar el desacuerdo político necesario para la libertad de maniobra del
movimiento y para no singularizarlo dentro el orden policial de la redistribución.
        En la primera parte del presente artículo presentaremos la noción de “política” y
su diferencia con la “policía”. Luego, en el acápite siguiente mostraremos que “la política”
da paso al régimen “policial”, momento de transición donde insertamos la noción de
órdenes de justificación de Boltanski y Thèvenot. Por último, en las conclusiones
argumentamos una crítica a la separación del reconocimiento respecto de la
redistribución, abogando por un enfoque de reconocimiento que le permita al movimiento
estudiantil la capacidad de transformarse en un movimiento social global y emancipador.

2.- Hacia un eje político de la lucha por el reconocimiento
         Rancière trabaja el problema de la diferencia entre “política” y “policía” (Rancière,
2007). La definición de política de este autor se aleja de las visiones marxistas clásicas y
del liberalismo económico que entienden la política como distribución de recursos, así
como las definiciones cercanas al liberalismo político que definen a la política como el
ejercicio de las libertades. También se aleja de la idea de consenso o “contrato” entre las
partes.
         Por el contrario, “la política” es la instauración de un desacuerdo que tiene que ver
con las “partes” de una sociedad iterativamente redefinidas en la arena de la política. La
política es una fractura en el orden social, un momento de división de las partes de una
sociedad justo cuando ésta cree poseer su cuerpo sólidamente instaurado. La política, en
tanto litigio iterativo, siempre reactualizado, rompe con las estructuras sociales
solidificadas y plantea una reestructuración. Es el lugar para la reivindicación, ya sea de
cuestiones económicas o culturales, donde aparece una parte que quiere ser contada y
redefinida: a veces los criterios de redefinición son económicos, mientras que otras veces
son culturales, o una mezcla de ambos.
         Así, la política es el lugar de aparición del sujeto, ya sea con una identidad sexual,
étnica, etaria, etc. Con esto, la política y el desacuerdo que siempre surge de ella subvierte
los intentos ideológicos y orgánicos de los discursos totalitarios y hegemónicos que nos
pretenden hacer creer en la sociedad como un organismo sistémicamente estructurado. El
desacuerdo de la política pone en tensión al cuerpo social, atravesándolo desde dentro,
agrietándolo y mostrando el vacío del principio de la universalidad. Esta conflictualidad es
lo que constituye a la política misma. Por ello, Rancière nos habla del “desacuerdo”,
1
 Sociólogo por la Universidad Arcis. Magíster en Ciencias Sociales, mención en Sociología de la Modernización
por la Universidad de Chile. Becario Conicyt, 2012-2015, Doctorado en Sociología, Universidad Alberto
Hurtado. Email: oblanco4@gmail.com


                                                     1
entendido no como malentendido ni como desconocimiento, sino como aquella situación
de habla en la que “uno de los interlocutores entiende y a la vez no entiende lo que dice el
otro” (ibíd.: 9). No se trata de un desacuerdo puramente lingüístico, sino que a una
situación en la que dos interlocutores hacen referencia a un mismo término, pero no lo
entienden con el mismo significado a causa de que no hay acuerdo en “lo que quiere decir
hablar”. Los interlocutores del desacuerdo hablan desde racionalidades distintas,
comparten y no comparten un mismo logos (ibíd.). Rancière no está adscribiendo a un
modelo habermasiano en el sentido de la política como un acuerdo racional
lingüísticamente mediado pues la política no es el lugar mediante el cual “los sin parte”
son contabilizados mediante un acuerdo. Precisamente en este punto radicaría su
diferencia con Habermas: no se trata de un logos para el entendimiento, sino que para ser
tomado en cuenta por el otro. La política no es un lugar para llegar a un acuerdo, sino para
el surgimiento conflictivo del sujeto que se juega la posibilidad de ser contabilizado como
miembro de una comunidad.
        La aparición de los sujetos en el escenario político depende de su capacidad de
interlocución: el grupo que en principio no cuenta como una parte de la sociedad, busca
ser tomado en cuenta 2. Parafraseando al autor, podemos decir que el escenario de la
política es lo que permite que las partes que no tienen parte –es decir, que no son nada
pues no existen como parte para el resto– aparezcan contando como parte. Los grupos que
irrumpen no están determinados por su lugar en el seno de las relaciones sociales de
producción ni por modos de vida o estatus, sino por la denuncia del cómputo erróneo y
por la lucha que instaura el litigio para ser contabilizados como una parte. Tal y como
sostiene Rancière: “Hay política –y no simplemente dominación– porque hay un cómputo
erróneo en las partes del todo”, vale decir, “cuando hay una parte de los que no tienen
parte”, cuando una parte de los sin parte pretende ser reconocida como tal (ibíd.: 24).
        La política aparece cuando el orden natural de la dominación se interrumpe ante el
surgimiento de una parte que busca ser contabilizada en el reparto. Este proceso es
iterativo: cuando la sociedad cuenta a los grupos (las partes) nunca logra contarlos a
todos. Siempre habrá el incontable grupo de los sin parte (el demos) que una y otra vez
lucha para que una parte de él sea contabilizada como tal. En suma, la política es análoga a
la lucha de clases, aunque no con una sustancialidad basada en las (económicas)
relaciones sociales de producción.
        Sin poder desarrollar a fondo esta idea, digamos aquí que “la política” se
diferenciará radicalmente de “la policía” u orden del reparto 3. A diferencia de la política, el
orden policial se constituye en base a arquitecturas jurídicas y la distribución del poder
por la vía del Estado y el sistema de partidos políticos. En el orden “policial” las partes
están claramente visibles y singularizadas por categorías y nomenclaturas útiles para la
repartición: se trata del sistema ordenado de diferencias, donde cada parte tiene su lugar.
Es decir, mientras “la política” es el lugar vacío desde donde surge el desacuerdo fundante
del sujeto político, “la policía” es el cuerpo de los aparatos de dominación, de la
redistribución de riquezas, sus categorizaciones y singularidades 4. La policía trata de la
normalización que garantiza la permanencia y reproducción de un orden de dominación y
acumulación determinado. Así, la política es el cuestionamiento de la policía: la política
agrieta y desestructura lo que el orden policial funda y territorializa.

2
  De forma muy cercana a la teoría del reconocimiento de Honneth, cuando una parte de la sociedad lucha por
su reconocimiento, estos sujetos o grupos actúan y hablan para demandar reconocimiento.
3
   Según Rancière, la filosofía política ha desplegado tres grandes figuras: la arquipolítica (Platón), la
parapolítica (Aristóteles, Hobbes) y la metapolítica (marxismo). Sin tener espacio aquí para desarrollar esta
idea, podemos decir que cada una de estas figuras buscan el aniquilamiento de “la política”.
4
  Un ejemplo: “clase” puede entenderse como un homónimo más a partir del cual se dividen cuentas en el
orden policial. Policialmente, por “clase” se entenderá un agrupamiento, una singularidad, según origen y/o
actividad laboral, atribuyendo status y rangos particulares (como casta o como simple grupo socio
profesional). En cambio, “clase” ocupará un lugar fundamental en “la política” cuando aparece operando como
litigio: como un nombre que permite contar a los incontados, los “sin parte” (Rancière, op.cit: 109).


                                                     2
A mi juicio, Rancière es un autor que permite profundizar el eje político de la teoría
del reconocimiento. Esta lucha surge como respuestas a la transgresión moral por parte de
un grupo social. Tal y como en Honneth, la gramática moral sólo se observa cuando es
violentada, por tanto, un grupo o sujeto político surge en el momento en que puede
expresar su herida moral en el escenario político 5. Este eje político en la lucha por el
reconocimiento se debiera inscribir en el desarrollo de modos de
articulación/enfrentamiento colectivo entre posiciones antagónicas en cuanto al acceso a
la política y el espacio público, interviniendo en ella y en sus categorías morales,
orientaciones de valor y prácticas de regulación del reconocimiento social y los derechos
individuales (Basaure, 2011). En otras palabras, el nudo central del eje político-sociológico
sería el debate –no necesariamente terminado en acuerdo– en torno a las pretensiones de
justicia en el contexto normativo moral de la esfera pública. Este momento de la política
nos lleva a su positividad “policial”, cuestión que veremos a continuación.

3.- Necesidades de justicia y procesos de justificación
         El proceso político recién señalado lleva a un momento de validación o no de las
pretensiones de justicia en base a criterios morales prácticos. En la obra de Honneth la
lógica del desarrollo histórico posee los momentos de la lucha por el reconocimiento por
parte de sujetos o actores que sienten un menoscabo en su dignidad, así como un
aprendizaje social en la medida en que estas luchas se inscriben en el tejido moral de las
comunidades (Honneth, 1996, 1997; Basaure, op.cit). La moral misma es entrelazada por
las luchas de reconocimiento y su inscripción en el acervo histórico social.
         En este sentido, la pregunta que surge es la forma en que el movimiento estudiantil
podrá inscribir “su parte” en el reparto “policial”. Saliéndonos de la teoría de Rancière,
analíticamente existirían dos aspectos a diferenciar: 1) las prácticas de exteriorización
lingüística por parte de Ego; 2) los efectos que los sentimientos morales negativos en la
exposición del sufrimiento e injusticia generan en Alter (el Otro). No sólo se trata de la
exterioridad lingüística de una parte que exige reconocimiento, sino también de juicios
evaluativos respecto a esta exteriorización y que no necesariamente implicará
convergencia (ibíd.). Se trata de ir más allá de la práctica política en base a las propuestas
de Ego, estableciendo la necesidad de entender la forma en que esta práctica política de
exterioridad de Ego entra en el mundo de los valores de Alter. Es en este proceso donde
surge el riesgo de ser descalificado.
         Aquí es donde la tesis de Rancière respecto del desacuerdo nos indica que este
litigio de lo político es un proceso iterativo. El demos, es decir, los que no tienen parte,
representan un significante vacío para el surgimiento reiterado de sujetos de la
comunidad política. Siempre que una parte de los sin parte logra ser contada, otra parte de
los sin parte reclamará reconocimiento. Ello nos podría servir para indicar, en principio,
que la lucha por el reconocimiento se renueva una y otra vez puesto que la herida moral
de la exclusión sufrida por los sin parte es la condición trascendental para el surgimiento
del sujeto. Ahora bien, nótese que si ponemos en perspectiva las tres esferas de
reconocimiento trabajadas por Honneth (amor, derecho y solidaridad), el trabajo de
Rancière nos presenta un énfasis en las dos esferas públicas 6.
         Rancière mismo señala que “política” y “policía” poseen fronteras muy porosas y
que están en constante relación. Con ello, el escenario político de la lucha y el desacuerdo
5
  La articulación entre ambos autores implica un trabajo teórico que explique sobre qué tejido moral los
sujetos enuncian su derecho a ser tomados en consideración, cuestión que no podemos realizar aquí.
6
  Honneth ha expresado sus diferencias con la obra de Boltanski y Thévenot y su inquietud respecto de la
esfera del amor, la cual poseería lógicas propias: “los órdenes de justificación están organizados sobre todo de
forma meritocrática. Entonces parece que nuestro mundo normativo se orienta principalmente por méritos,
pero nuestra realidad social tiene una estructura normativa mucho más variada. Los cités son diferentes
articulaciones del principio de aprecio social. Pero los principios del amor y del respeto están constituidos de
una forma totalmente diferente y hablan una lengua normativa diferente” (Celikates, 2009: 16; cursivas mías
O.B.). En relación con esto, el eje político que aquí presentamos a partir de la obra de Rancière sólo nos sirve
para lo que Honneth define como las esferas del derecho y la solidaridad.


                                                       3
se desplaza a un segundo momento: el proceso mediante el cual Alter somete a juicio las
exteriorizaciones lingüísticas de Ego. Cuando se introducen las sentencias críticas que
Alter hace a la expresión reivindicativa de Ego se abre una brecha en el campo de la
sociología política que tiene que ver con la perspectiva normativa y moral. Allí entramos
de lleno en las posibilidades del desacuerdo en el terreno político, renovándose el litigio y
desplazándonos nuevamente hacia “la política”.
         La idea de los “órdenes de justificación” de Bolstanski y Thévenot entrega una
teoría sobre el proceso de recepción de Alter a las exigencias de reconocimiento de Ego. Al
igual que las tres esferas de reconocimiento de Honneth, los órdenes de justificación dan
cuenta de la existencia de cités (mundos, ciudadelas) donde se darían procesos
intersubjetivos y cierto tipo de tejido moral de sujetos que necesitan del reconocimiento
del otro para afirmarse a sí mismos.
         Podríamos decir que Boltanski y Thévenot están preocupados del momento de
transición entre el litigio “político” y el orden “policial”. Su objeto es el problema del orden,
la jerarquía y justificación de las reivindicaciones. Tal y como decíamos más arriba, una
vez que la lucha por el reconocimiento en el escenario de “la política” ha sido dada, viene
la estructuración del orden “policial” jerarquizado, donde cada cual que pretenda una
nueva reivindicación de justicia lo debe hacer a la luz de procedimientos de justificación.
La pregunta de Boltanski y Thévenot no tiene sólo que ver con el primer momento de
herida moral que hace que un sujeto levante su voz para exigir reconocimiento, sino que
más bien en un momento distinto, consistente en la justificación respecto de qué cosa
recibirá en el nuevo orden de repartición7. A nuestro entender, es un momento de
transición entre “política” y “policía”, un momento de juicios evaluativos y contraofertas
de Alter hacia Ego.
         Estos regímenes de justificación son formas o contextos gramático-normativos de
referencia. El que una determinada demanda sea reconocida como valiosa o insignificante
implica un problema de rango y jerarquía dado a partir del orden de valores de las cités.
En éstas, el reconocimiento es un trabajo de justicia, una lucha en los órdenes de
justificación, donde algunos argumentos son relevantes y otros no. Se trata de una labor en
torno a un sentido común que es como una especie de tejido moral normativo
intersubjetivo, permitiendo a las distintas partes determinar lo que es justo y lo que no lo
es.
         Siguiendo a estos autores, Paul Ricoeur define al reconocimiento como una forma
de justificación o estrategia donde los competidores acreditan sus lugares en el campo
social (Ricoeur, 2005). La situación de disputa por las pruebas de calificación en un
determinado orden social es la lucha por el reconocimiento, siendo toda forma de
justificación determinada por evaluaciones dadas a partir de test a cumplir (ibíd.).
Además, si la justicia es la instancia donde los individuos se esfuerzan por
demostrar/justificar su condición, el aspecto negativo para los individuos estará en las
situaciones de sentimiento de injusticia. De este modo, los desacuerdos guardan relación
con las pruebas de justificación en tanto instancia de litigio y desacuerdo en los procesos
de justicia.

4.- Expectativas de redistribución y necesidades de reconocimiento del movimiento
      estudiantil
       Podemos distinguir entonces distintos momentos íntimamente ligados entre sí.
Primero, la lucha por el reconocimiento a partir del concepto de “política” de Rancière en
tanto escenario para la exteriorización de la herida moral de los “sin parte”. Hay un
momento de transición a partir de lo que Boltanski y Thévenot denominan como órdenes
7
  Esto último está determinado por las orientaciones normativas de Alter. En el ciclo de vida de las
movilizaciones estudiantiles, este momento “policial” lo estamos viviendo desde los anuncios sobre el
presupuesto en educación, el aumento de becas, la reformulación del sistema de créditos para la educación
superior, la propuesta de una superintendencia de educación destinada a fiscalizar la prohibición del lucro en
educación, etc.


                                                      4
de justificación. En tercer lugar, distinguimos el orden “policial” de redistribución de
recursos.
        En este punto surge la pregunta sobre si el movimiento estudiantil debe buscar
directamente una lucha por la reivindicación de repartición policial o más bien buscar ser
un movimiento amplio de protesta del modelo social, político y económico en general. La
respuesta anticipada que daremos es que es posible tener en cuenta ambas dimensiones,
cuestión que abordaremos a continuación.
        El debate entre Fraser y Honneth permite analizar la condición de “movimiento
social” o bien de “movimiento de clases” por parte de las movilizaciones estudiantiles.
Nancy Fraser separa tipológicamente las políticas del reconocimiento de las de
redistribución: mientras que las primeras buscan la dignidad y el reconocimiento del
estatus o derecho a la diferencia –sexual, étnica, religiosa, etaria, etc.–, las segundas se
ocupan de reivindicaciones económicas relativas a la falta de acceso a bienes, servicios y
recursos transados en el mercado (Fraser, 1997). La autora sigue una línea weberiana, al
separar las políticas del reconocimiento relativas a formas de vida de las comunidades de
las reivindicaciones por redistribución económica propias de grupos o clases sociales.
        Nuestra tesis al respecto es que la separación entre reconocimiento y
redistribución le quita poder analítico y potencial político del enfoque de “lucha por el
reconocimiento”, al menos tal y como éste proviene de la teoría de Honneth. Precisamente
este último se muestra tremendamente crítico a la interpretación de Fraser básicamente
porque el reconocimiento no sólo explica las demandas sociales actuales, sino que permite
configurar un horizonte crítico-emancipatorio global. La teoría del reconocimiento no es
sobre una lucha particular, cultural y/o económica, sino sobre todas las luchas posibles.
        Tal y como lo desarrollamos anteriormente, la lucha por el reconocimiento es parte
del desacuerdo político que desestructura el orden policial de la redistribución. No es
posible separar lo cultural de lo económico, la lucha por el reconocimiento de la lucha por
la redistribución. Insistir en esa separación, aún como forma propedéutica, obscurece la
explicación en torno a las fronteras entre las dimensiones políticas y normativas de la
economía y la cultura. La separación entre redistribución y reconocimiento no permite dar
cuenta que ambas comparten las características emancipadoras y desestructurantes
propias de “la política”.
        La propuesta de Honneth presenta una noción de reconocimiento que incluye
demandas culturales y de redistribución económica, concibiéndolas como lógicas
permeables que se influyen mutuamente. La separación de Fraser entre redistribución y
reconocimiento pone a este último como estrictamente culturalista; por el contrario,
Honneth le da un contenido de herida moral a la lucha por el reconocimiento, es decir, de
sentirse menoscabado en la dignidad propia, no estando reducido ello a cuestiones
meramente distributivas o culturalistas 8. En el presente trabajo hemos ubicado la
redistribución como parte del orden “policial”, por tanto, es un momento subsiguiente a la
lucha por reconocimiento en el escenario de “la política”. De hecho, el reconocimiento
incluye a la redistribución: sin reconocimiento, la redistribución no es posible.
        La separación de Fraser implica que las clases sociales se vuelcan sobre el ámbito
económico y se separan de movimientos sociales culturales. En otras palabras, la
separación de Fraser es equívoca, ya que lleva a la separación entre las luchas de clases y
los movimientos sociales, siendo que ambas operan en seno mismo de “la política”.
Atendiendo al caso particular que nos convoca, no deberíamos hablar del movimiento de
los “estudiantes”, sino que de una lucha por reconocimiento realizada por los “sin parte”
(demos). Sólo así existe la posibilidad de apertura social e histórica del campo político. Aún
cuando busquen logros de tipo policial redistributivo, deben concentrar su lucha política
en el reconocimiento de los “sin parte”. Ello porque son, al mismo tiempo, un movimiento
8
  Para Rancière, el daño del demos, de la parte que no es contada como tal, consiste en la exclusión y en el no
ser considerado una parte en el reparto. Como se puede observar, la lógica de la lucha de clases es el telón de
fondo de la teoría de Rancière, mientras que en la obra de Honneth esta lucha entre las partes está moralmente
orientada. Sin embargo, ninguno de los dos reduce esta lucha a aspectos puramente económicos o culturales.


                                                      5
estudiantil (buscan obtener un nuevo reparto policial en materias de educación de calidad
y fin al lucro), pero así también un movimiento clasista.
          Efectivamente, no estamos simplemente frente a la demanda de estudiantes, sino
también de los futuros explotados, de la fuerza de trabajo que está por venir. Por ello, el
elemento político de clase del movimiento estudiantil chileno está oculto detrás de un
dilema: quedarse en el planteamiento de reivindicaciones policiales o en el del
reconocimiento propio del litigio político. La tensión interna que se puede observar entre
la CONFECH y los secundarios y, al interior de éstos, entre la CONES y la ACES, muestra
hasta qué punto los estudiantes demandan tanto el cambio de la base económica que
sustenta el actual régimen de acumulación chileno, como así también el sistema educativo
o, lo que es igual, el mecanismo de calificación de la futura mano de obra 9. Por ejemplo, de
nada sirve “gratuidad” y “calidad” de la educación si las carreras y sus mallas están
definidas por las necesidades productivas de los grupos hegemónicos de la burguesía. Sin
atacar de fondo el aspecto clasista del movimiento social actual siempre quedará una
nueva versión de la lucha de clases, renovando el antagonismo que funda a la sociedad
chilena. Todo lo anterior implica que los estudiantes no sólo deben buscar una política de
redistribución, sino que, más profundamente, una de reconocimiento total a ser sujetos en
materias de educación. En este sentido, si bien las reivindicaciones estudiantiles tienen
que ver con cuestiones de redistribución –es decir, básicamente policial–, el movimiento
deberá ser evaluado en términos de lucha por el reconocimiento político.
          Toda “política” presupone un acto de ruptura con el orden “policial” anterior.
Como el orden policial nunca incluye a todas las partes, el devenir de la brecha política es
un movimiento iterativo de constitución de sujetos. Ello permite no ahogar el movimiento
en lo netamente educativo (policial), abriéndose la brecha política hacia la capacidad de
ensamblaje con otros movimientos, sindicatos, gremios, federaciones, sobrepasando la
singularidad de la categorización “policial”. He ahí la fuerza de definir la lucha de los
estudiantes en términos de lucha por el reconocimiento en la arena del litigio de “la
política”.

5.- Bibliografía
• Basaure, Mauro (2011) “In the Epicenter of Politics. Axel Honneth’s Theory of the
    Struggles for Recognition and Luc Boltanski’s and Laurent Thévenots Moral and
    Political Sociology”, European Journal of Social Theory.
• Celikates, R (2009) ¿Sociología de la crítica o teoría crítica? Una conversación con Luc
    Boltanski y Axel Honneth, L'Espill, No. 31, 57-78
• Fraser, N. (1996) “Redistribución y reconocimiento: hacia una visión integrada de
    justicia de género”, Revista Internacional de Filosofía Política, No. 8.
• Honneth, A. (1996) “Reconocimiento y obligaciones morales”, Revista internacional de
    filosofía política, Nº 8, págs. 5-17.
• Honneth, A. (1997) La lucha por el reconocimiento: por una gramática moral de los
    conflcitos sociales, Barcelona: Crítica.
• Rancière, J. (2007) El desacuerdo. Política y filosofía, Buenos Aires: Nueva Visión.
• Ricoeur, P. (2005) Caminos del reconocimiento. Tres estudios, Madrid: Trotta, 255-
    308.




9
 El “fin al lucro” es contra el negocio de una burguesía subsidiada (la modalidad particular subvencionada). La
búsqueda de “gratuidad” y “fin al lucro” son dos banderas de lucha significativas, pero que en un sistema
educativo donde los grupos hegemónicos influyen en los contenidos de las mallas curriculares en
universidades, en sus perfiles de carreras, en la asignación de fondos de investigación, etc., pasan a ser
consignas partícipes de un sistema que provee la fuerza de trabajo calificada ad-hoc para las necesidades
productivas.


                                                      6

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Reconocimiento y lucha política en el movimiento estudiantil chileno.

  • 1. Reconocimiento y lucha política en el movimiento estudiantil chileno. OSVALDO BLANCO1 1.- Resumen El presente artículo desarrolla escuetamente un reenfoque de la problemática del reconocimiento a partir de la distinción entre “política” y “policía” presente en la obra del filósofo francés Jacques Rancière. Creemos que este ejercicio teórico es significativo para un análisis político del movimiento estudiantil chileno. Esta importancia se organiza a partir de tres hipótesis entrelazadas: 1) el movimiento social chileno no es puramente estudiantil-juvenil, sino que se compone complejamente de luchas de tipo clasista; 2) es necesario asumir la orientación del curso político del movimiento hacia el reconocimiento, más allá de una mera cuestión policial redistributiva; 3) la búsqueda de reconocimiento implica aceptar el desacuerdo político necesario para la libertad de maniobra del movimiento y para no singularizarlo dentro el orden policial de la redistribución. En la primera parte del presente artículo presentaremos la noción de “política” y su diferencia con la “policía”. Luego, en el acápite siguiente mostraremos que “la política” da paso al régimen “policial”, momento de transición donde insertamos la noción de órdenes de justificación de Boltanski y Thèvenot. Por último, en las conclusiones argumentamos una crítica a la separación del reconocimiento respecto de la redistribución, abogando por un enfoque de reconocimiento que le permita al movimiento estudiantil la capacidad de transformarse en un movimiento social global y emancipador. 2.- Hacia un eje político de la lucha por el reconocimiento Rancière trabaja el problema de la diferencia entre “política” y “policía” (Rancière, 2007). La definición de política de este autor se aleja de las visiones marxistas clásicas y del liberalismo económico que entienden la política como distribución de recursos, así como las definiciones cercanas al liberalismo político que definen a la política como el ejercicio de las libertades. También se aleja de la idea de consenso o “contrato” entre las partes. Por el contrario, “la política” es la instauración de un desacuerdo que tiene que ver con las “partes” de una sociedad iterativamente redefinidas en la arena de la política. La política es una fractura en el orden social, un momento de división de las partes de una sociedad justo cuando ésta cree poseer su cuerpo sólidamente instaurado. La política, en tanto litigio iterativo, siempre reactualizado, rompe con las estructuras sociales solidificadas y plantea una reestructuración. Es el lugar para la reivindicación, ya sea de cuestiones económicas o culturales, donde aparece una parte que quiere ser contada y redefinida: a veces los criterios de redefinición son económicos, mientras que otras veces son culturales, o una mezcla de ambos. Así, la política es el lugar de aparición del sujeto, ya sea con una identidad sexual, étnica, etaria, etc. Con esto, la política y el desacuerdo que siempre surge de ella subvierte los intentos ideológicos y orgánicos de los discursos totalitarios y hegemónicos que nos pretenden hacer creer en la sociedad como un organismo sistémicamente estructurado. El desacuerdo de la política pone en tensión al cuerpo social, atravesándolo desde dentro, agrietándolo y mostrando el vacío del principio de la universalidad. Esta conflictualidad es lo que constituye a la política misma. Por ello, Rancière nos habla del “desacuerdo”, 1 Sociólogo por la Universidad Arcis. Magíster en Ciencias Sociales, mención en Sociología de la Modernización por la Universidad de Chile. Becario Conicyt, 2012-2015, Doctorado en Sociología, Universidad Alberto Hurtado. Email: oblanco4@gmail.com 1
  • 2. entendido no como malentendido ni como desconocimiento, sino como aquella situación de habla en la que “uno de los interlocutores entiende y a la vez no entiende lo que dice el otro” (ibíd.: 9). No se trata de un desacuerdo puramente lingüístico, sino que a una situación en la que dos interlocutores hacen referencia a un mismo término, pero no lo entienden con el mismo significado a causa de que no hay acuerdo en “lo que quiere decir hablar”. Los interlocutores del desacuerdo hablan desde racionalidades distintas, comparten y no comparten un mismo logos (ibíd.). Rancière no está adscribiendo a un modelo habermasiano en el sentido de la política como un acuerdo racional lingüísticamente mediado pues la política no es el lugar mediante el cual “los sin parte” son contabilizados mediante un acuerdo. Precisamente en este punto radicaría su diferencia con Habermas: no se trata de un logos para el entendimiento, sino que para ser tomado en cuenta por el otro. La política no es un lugar para llegar a un acuerdo, sino para el surgimiento conflictivo del sujeto que se juega la posibilidad de ser contabilizado como miembro de una comunidad. La aparición de los sujetos en el escenario político depende de su capacidad de interlocución: el grupo que en principio no cuenta como una parte de la sociedad, busca ser tomado en cuenta 2. Parafraseando al autor, podemos decir que el escenario de la política es lo que permite que las partes que no tienen parte –es decir, que no son nada pues no existen como parte para el resto– aparezcan contando como parte. Los grupos que irrumpen no están determinados por su lugar en el seno de las relaciones sociales de producción ni por modos de vida o estatus, sino por la denuncia del cómputo erróneo y por la lucha que instaura el litigio para ser contabilizados como una parte. Tal y como sostiene Rancière: “Hay política –y no simplemente dominación– porque hay un cómputo erróneo en las partes del todo”, vale decir, “cuando hay una parte de los que no tienen parte”, cuando una parte de los sin parte pretende ser reconocida como tal (ibíd.: 24). La política aparece cuando el orden natural de la dominación se interrumpe ante el surgimiento de una parte que busca ser contabilizada en el reparto. Este proceso es iterativo: cuando la sociedad cuenta a los grupos (las partes) nunca logra contarlos a todos. Siempre habrá el incontable grupo de los sin parte (el demos) que una y otra vez lucha para que una parte de él sea contabilizada como tal. En suma, la política es análoga a la lucha de clases, aunque no con una sustancialidad basada en las (económicas) relaciones sociales de producción. Sin poder desarrollar a fondo esta idea, digamos aquí que “la política” se diferenciará radicalmente de “la policía” u orden del reparto 3. A diferencia de la política, el orden policial se constituye en base a arquitecturas jurídicas y la distribución del poder por la vía del Estado y el sistema de partidos políticos. En el orden “policial” las partes están claramente visibles y singularizadas por categorías y nomenclaturas útiles para la repartición: se trata del sistema ordenado de diferencias, donde cada parte tiene su lugar. Es decir, mientras “la política” es el lugar vacío desde donde surge el desacuerdo fundante del sujeto político, “la policía” es el cuerpo de los aparatos de dominación, de la redistribución de riquezas, sus categorizaciones y singularidades 4. La policía trata de la normalización que garantiza la permanencia y reproducción de un orden de dominación y acumulación determinado. Así, la política es el cuestionamiento de la policía: la política agrieta y desestructura lo que el orden policial funda y territorializa. 2 De forma muy cercana a la teoría del reconocimiento de Honneth, cuando una parte de la sociedad lucha por su reconocimiento, estos sujetos o grupos actúan y hablan para demandar reconocimiento. 3 Según Rancière, la filosofía política ha desplegado tres grandes figuras: la arquipolítica (Platón), la parapolítica (Aristóteles, Hobbes) y la metapolítica (marxismo). Sin tener espacio aquí para desarrollar esta idea, podemos decir que cada una de estas figuras buscan el aniquilamiento de “la política”. 4 Un ejemplo: “clase” puede entenderse como un homónimo más a partir del cual se dividen cuentas en el orden policial. Policialmente, por “clase” se entenderá un agrupamiento, una singularidad, según origen y/o actividad laboral, atribuyendo status y rangos particulares (como casta o como simple grupo socio profesional). En cambio, “clase” ocupará un lugar fundamental en “la política” cuando aparece operando como litigio: como un nombre que permite contar a los incontados, los “sin parte” (Rancière, op.cit: 109). 2
  • 3. A mi juicio, Rancière es un autor que permite profundizar el eje político de la teoría del reconocimiento. Esta lucha surge como respuestas a la transgresión moral por parte de un grupo social. Tal y como en Honneth, la gramática moral sólo se observa cuando es violentada, por tanto, un grupo o sujeto político surge en el momento en que puede expresar su herida moral en el escenario político 5. Este eje político en la lucha por el reconocimiento se debiera inscribir en el desarrollo de modos de articulación/enfrentamiento colectivo entre posiciones antagónicas en cuanto al acceso a la política y el espacio público, interviniendo en ella y en sus categorías morales, orientaciones de valor y prácticas de regulación del reconocimiento social y los derechos individuales (Basaure, 2011). En otras palabras, el nudo central del eje político-sociológico sería el debate –no necesariamente terminado en acuerdo– en torno a las pretensiones de justicia en el contexto normativo moral de la esfera pública. Este momento de la política nos lleva a su positividad “policial”, cuestión que veremos a continuación. 3.- Necesidades de justicia y procesos de justificación El proceso político recién señalado lleva a un momento de validación o no de las pretensiones de justicia en base a criterios morales prácticos. En la obra de Honneth la lógica del desarrollo histórico posee los momentos de la lucha por el reconocimiento por parte de sujetos o actores que sienten un menoscabo en su dignidad, así como un aprendizaje social en la medida en que estas luchas se inscriben en el tejido moral de las comunidades (Honneth, 1996, 1997; Basaure, op.cit). La moral misma es entrelazada por las luchas de reconocimiento y su inscripción en el acervo histórico social. En este sentido, la pregunta que surge es la forma en que el movimiento estudiantil podrá inscribir “su parte” en el reparto “policial”. Saliéndonos de la teoría de Rancière, analíticamente existirían dos aspectos a diferenciar: 1) las prácticas de exteriorización lingüística por parte de Ego; 2) los efectos que los sentimientos morales negativos en la exposición del sufrimiento e injusticia generan en Alter (el Otro). No sólo se trata de la exterioridad lingüística de una parte que exige reconocimiento, sino también de juicios evaluativos respecto a esta exteriorización y que no necesariamente implicará convergencia (ibíd.). Se trata de ir más allá de la práctica política en base a las propuestas de Ego, estableciendo la necesidad de entender la forma en que esta práctica política de exterioridad de Ego entra en el mundo de los valores de Alter. Es en este proceso donde surge el riesgo de ser descalificado. Aquí es donde la tesis de Rancière respecto del desacuerdo nos indica que este litigio de lo político es un proceso iterativo. El demos, es decir, los que no tienen parte, representan un significante vacío para el surgimiento reiterado de sujetos de la comunidad política. Siempre que una parte de los sin parte logra ser contada, otra parte de los sin parte reclamará reconocimiento. Ello nos podría servir para indicar, en principio, que la lucha por el reconocimiento se renueva una y otra vez puesto que la herida moral de la exclusión sufrida por los sin parte es la condición trascendental para el surgimiento del sujeto. Ahora bien, nótese que si ponemos en perspectiva las tres esferas de reconocimiento trabajadas por Honneth (amor, derecho y solidaridad), el trabajo de Rancière nos presenta un énfasis en las dos esferas públicas 6. Rancière mismo señala que “política” y “policía” poseen fronteras muy porosas y que están en constante relación. Con ello, el escenario político de la lucha y el desacuerdo 5 La articulación entre ambos autores implica un trabajo teórico que explique sobre qué tejido moral los sujetos enuncian su derecho a ser tomados en consideración, cuestión que no podemos realizar aquí. 6 Honneth ha expresado sus diferencias con la obra de Boltanski y Thévenot y su inquietud respecto de la esfera del amor, la cual poseería lógicas propias: “los órdenes de justificación están organizados sobre todo de forma meritocrática. Entonces parece que nuestro mundo normativo se orienta principalmente por méritos, pero nuestra realidad social tiene una estructura normativa mucho más variada. Los cités son diferentes articulaciones del principio de aprecio social. Pero los principios del amor y del respeto están constituidos de una forma totalmente diferente y hablan una lengua normativa diferente” (Celikates, 2009: 16; cursivas mías O.B.). En relación con esto, el eje político que aquí presentamos a partir de la obra de Rancière sólo nos sirve para lo que Honneth define como las esferas del derecho y la solidaridad. 3
  • 4. se desplaza a un segundo momento: el proceso mediante el cual Alter somete a juicio las exteriorizaciones lingüísticas de Ego. Cuando se introducen las sentencias críticas que Alter hace a la expresión reivindicativa de Ego se abre una brecha en el campo de la sociología política que tiene que ver con la perspectiva normativa y moral. Allí entramos de lleno en las posibilidades del desacuerdo en el terreno político, renovándose el litigio y desplazándonos nuevamente hacia “la política”. La idea de los “órdenes de justificación” de Bolstanski y Thévenot entrega una teoría sobre el proceso de recepción de Alter a las exigencias de reconocimiento de Ego. Al igual que las tres esferas de reconocimiento de Honneth, los órdenes de justificación dan cuenta de la existencia de cités (mundos, ciudadelas) donde se darían procesos intersubjetivos y cierto tipo de tejido moral de sujetos que necesitan del reconocimiento del otro para afirmarse a sí mismos. Podríamos decir que Boltanski y Thévenot están preocupados del momento de transición entre el litigio “político” y el orden “policial”. Su objeto es el problema del orden, la jerarquía y justificación de las reivindicaciones. Tal y como decíamos más arriba, una vez que la lucha por el reconocimiento en el escenario de “la política” ha sido dada, viene la estructuración del orden “policial” jerarquizado, donde cada cual que pretenda una nueva reivindicación de justicia lo debe hacer a la luz de procedimientos de justificación. La pregunta de Boltanski y Thévenot no tiene sólo que ver con el primer momento de herida moral que hace que un sujeto levante su voz para exigir reconocimiento, sino que más bien en un momento distinto, consistente en la justificación respecto de qué cosa recibirá en el nuevo orden de repartición7. A nuestro entender, es un momento de transición entre “política” y “policía”, un momento de juicios evaluativos y contraofertas de Alter hacia Ego. Estos regímenes de justificación son formas o contextos gramático-normativos de referencia. El que una determinada demanda sea reconocida como valiosa o insignificante implica un problema de rango y jerarquía dado a partir del orden de valores de las cités. En éstas, el reconocimiento es un trabajo de justicia, una lucha en los órdenes de justificación, donde algunos argumentos son relevantes y otros no. Se trata de una labor en torno a un sentido común que es como una especie de tejido moral normativo intersubjetivo, permitiendo a las distintas partes determinar lo que es justo y lo que no lo es. Siguiendo a estos autores, Paul Ricoeur define al reconocimiento como una forma de justificación o estrategia donde los competidores acreditan sus lugares en el campo social (Ricoeur, 2005). La situación de disputa por las pruebas de calificación en un determinado orden social es la lucha por el reconocimiento, siendo toda forma de justificación determinada por evaluaciones dadas a partir de test a cumplir (ibíd.). Además, si la justicia es la instancia donde los individuos se esfuerzan por demostrar/justificar su condición, el aspecto negativo para los individuos estará en las situaciones de sentimiento de injusticia. De este modo, los desacuerdos guardan relación con las pruebas de justificación en tanto instancia de litigio y desacuerdo en los procesos de justicia. 4.- Expectativas de redistribución y necesidades de reconocimiento del movimiento estudiantil Podemos distinguir entonces distintos momentos íntimamente ligados entre sí. Primero, la lucha por el reconocimiento a partir del concepto de “política” de Rancière en tanto escenario para la exteriorización de la herida moral de los “sin parte”. Hay un momento de transición a partir de lo que Boltanski y Thévenot denominan como órdenes 7 Esto último está determinado por las orientaciones normativas de Alter. En el ciclo de vida de las movilizaciones estudiantiles, este momento “policial” lo estamos viviendo desde los anuncios sobre el presupuesto en educación, el aumento de becas, la reformulación del sistema de créditos para la educación superior, la propuesta de una superintendencia de educación destinada a fiscalizar la prohibición del lucro en educación, etc. 4
  • 5. de justificación. En tercer lugar, distinguimos el orden “policial” de redistribución de recursos. En este punto surge la pregunta sobre si el movimiento estudiantil debe buscar directamente una lucha por la reivindicación de repartición policial o más bien buscar ser un movimiento amplio de protesta del modelo social, político y económico en general. La respuesta anticipada que daremos es que es posible tener en cuenta ambas dimensiones, cuestión que abordaremos a continuación. El debate entre Fraser y Honneth permite analizar la condición de “movimiento social” o bien de “movimiento de clases” por parte de las movilizaciones estudiantiles. Nancy Fraser separa tipológicamente las políticas del reconocimiento de las de redistribución: mientras que las primeras buscan la dignidad y el reconocimiento del estatus o derecho a la diferencia –sexual, étnica, religiosa, etaria, etc.–, las segundas se ocupan de reivindicaciones económicas relativas a la falta de acceso a bienes, servicios y recursos transados en el mercado (Fraser, 1997). La autora sigue una línea weberiana, al separar las políticas del reconocimiento relativas a formas de vida de las comunidades de las reivindicaciones por redistribución económica propias de grupos o clases sociales. Nuestra tesis al respecto es que la separación entre reconocimiento y redistribución le quita poder analítico y potencial político del enfoque de “lucha por el reconocimiento”, al menos tal y como éste proviene de la teoría de Honneth. Precisamente este último se muestra tremendamente crítico a la interpretación de Fraser básicamente porque el reconocimiento no sólo explica las demandas sociales actuales, sino que permite configurar un horizonte crítico-emancipatorio global. La teoría del reconocimiento no es sobre una lucha particular, cultural y/o económica, sino sobre todas las luchas posibles. Tal y como lo desarrollamos anteriormente, la lucha por el reconocimiento es parte del desacuerdo político que desestructura el orden policial de la redistribución. No es posible separar lo cultural de lo económico, la lucha por el reconocimiento de la lucha por la redistribución. Insistir en esa separación, aún como forma propedéutica, obscurece la explicación en torno a las fronteras entre las dimensiones políticas y normativas de la economía y la cultura. La separación entre redistribución y reconocimiento no permite dar cuenta que ambas comparten las características emancipadoras y desestructurantes propias de “la política”. La propuesta de Honneth presenta una noción de reconocimiento que incluye demandas culturales y de redistribución económica, concibiéndolas como lógicas permeables que se influyen mutuamente. La separación de Fraser entre redistribución y reconocimiento pone a este último como estrictamente culturalista; por el contrario, Honneth le da un contenido de herida moral a la lucha por el reconocimiento, es decir, de sentirse menoscabado en la dignidad propia, no estando reducido ello a cuestiones meramente distributivas o culturalistas 8. En el presente trabajo hemos ubicado la redistribución como parte del orden “policial”, por tanto, es un momento subsiguiente a la lucha por reconocimiento en el escenario de “la política”. De hecho, el reconocimiento incluye a la redistribución: sin reconocimiento, la redistribución no es posible. La separación de Fraser implica que las clases sociales se vuelcan sobre el ámbito económico y se separan de movimientos sociales culturales. En otras palabras, la separación de Fraser es equívoca, ya que lleva a la separación entre las luchas de clases y los movimientos sociales, siendo que ambas operan en seno mismo de “la política”. Atendiendo al caso particular que nos convoca, no deberíamos hablar del movimiento de los “estudiantes”, sino que de una lucha por reconocimiento realizada por los “sin parte” (demos). Sólo así existe la posibilidad de apertura social e histórica del campo político. Aún cuando busquen logros de tipo policial redistributivo, deben concentrar su lucha política en el reconocimiento de los “sin parte”. Ello porque son, al mismo tiempo, un movimiento 8 Para Rancière, el daño del demos, de la parte que no es contada como tal, consiste en la exclusión y en el no ser considerado una parte en el reparto. Como se puede observar, la lógica de la lucha de clases es el telón de fondo de la teoría de Rancière, mientras que en la obra de Honneth esta lucha entre las partes está moralmente orientada. Sin embargo, ninguno de los dos reduce esta lucha a aspectos puramente económicos o culturales. 5
  • 6. estudiantil (buscan obtener un nuevo reparto policial en materias de educación de calidad y fin al lucro), pero así también un movimiento clasista. Efectivamente, no estamos simplemente frente a la demanda de estudiantes, sino también de los futuros explotados, de la fuerza de trabajo que está por venir. Por ello, el elemento político de clase del movimiento estudiantil chileno está oculto detrás de un dilema: quedarse en el planteamiento de reivindicaciones policiales o en el del reconocimiento propio del litigio político. La tensión interna que se puede observar entre la CONFECH y los secundarios y, al interior de éstos, entre la CONES y la ACES, muestra hasta qué punto los estudiantes demandan tanto el cambio de la base económica que sustenta el actual régimen de acumulación chileno, como así también el sistema educativo o, lo que es igual, el mecanismo de calificación de la futura mano de obra 9. Por ejemplo, de nada sirve “gratuidad” y “calidad” de la educación si las carreras y sus mallas están definidas por las necesidades productivas de los grupos hegemónicos de la burguesía. Sin atacar de fondo el aspecto clasista del movimiento social actual siempre quedará una nueva versión de la lucha de clases, renovando el antagonismo que funda a la sociedad chilena. Todo lo anterior implica que los estudiantes no sólo deben buscar una política de redistribución, sino que, más profundamente, una de reconocimiento total a ser sujetos en materias de educación. En este sentido, si bien las reivindicaciones estudiantiles tienen que ver con cuestiones de redistribución –es decir, básicamente policial–, el movimiento deberá ser evaluado en términos de lucha por el reconocimiento político. Toda “política” presupone un acto de ruptura con el orden “policial” anterior. Como el orden policial nunca incluye a todas las partes, el devenir de la brecha política es un movimiento iterativo de constitución de sujetos. Ello permite no ahogar el movimiento en lo netamente educativo (policial), abriéndose la brecha política hacia la capacidad de ensamblaje con otros movimientos, sindicatos, gremios, federaciones, sobrepasando la singularidad de la categorización “policial”. He ahí la fuerza de definir la lucha de los estudiantes en términos de lucha por el reconocimiento en la arena del litigio de “la política”. 5.- Bibliografía • Basaure, Mauro (2011) “In the Epicenter of Politics. Axel Honneth’s Theory of the Struggles for Recognition and Luc Boltanski’s and Laurent Thévenots Moral and Political Sociology”, European Journal of Social Theory. • Celikates, R (2009) ¿Sociología de la crítica o teoría crítica? Una conversación con Luc Boltanski y Axel Honneth, L'Espill, No. 31, 57-78 • Fraser, N. (1996) “Redistribución y reconocimiento: hacia una visión integrada de justicia de género”, Revista Internacional de Filosofía Política, No. 8. • Honneth, A. (1996) “Reconocimiento y obligaciones morales”, Revista internacional de filosofía política, Nº 8, págs. 5-17. • Honneth, A. (1997) La lucha por el reconocimiento: por una gramática moral de los conflcitos sociales, Barcelona: Crítica. • Rancière, J. (2007) El desacuerdo. Política y filosofía, Buenos Aires: Nueva Visión. • Ricoeur, P. (2005) Caminos del reconocimiento. Tres estudios, Madrid: Trotta, 255- 308. 9 El “fin al lucro” es contra el negocio de una burguesía subsidiada (la modalidad particular subvencionada). La búsqueda de “gratuidad” y “fin al lucro” son dos banderas de lucha significativas, pero que en un sistema educativo donde los grupos hegemónicos influyen en los contenidos de las mallas curriculares en universidades, en sus perfiles de carreras, en la asignación de fondos de investigación, etc., pasan a ser consignas partícipes de un sistema que provee la fuerza de trabajo calificada ad-hoc para las necesidades productivas. 6