2. Volvamos al tema. Mi incomodidad, como señalé, no surgió necesariamente del anuncio, sino
más bien, del frente común formado alrededor de la “defensa de la historia”. Si hacemos un
catastro de las ideas principales propuestas en cada “manifiesto” no dejan de aparecer las
palabras: pensamiento crítico, ciudadanos reflexivos, entender el presente, comprensivos,
participativos, valorar la democracia, memoria, etc.
Sin embargo, nadie, aún, se refiere a la incapacidad que hemos tenido para desarrollar siquiera
una de esas competencias en nuestros estudiantes. Pocos se han referido a la escasa
valoración que le asignan los estudiantes a la Historia, a la constante asociación que ellos
tienen de Historia=memoria, y al discurso docente, que si bien propugna una valoración
idealizada de la historia como formadora del hombre, en sus clases no hacen otra cosa que
repetir los mismo acontecimientos, en el mismo orden, día a día. Claro, hay excepciones, dirán
algunos, pero sólo confirman la regla.
Las defensas colegiadas, muchas veces, ocultan y refuerzan nuestros errores. La necesidad
urgente de cambiar, de hacer “pertinente” la historia normalmente no aparecen en estas
circunstancias, y seamos sinceros, lo que hoy tenemos en la práctica, no es lo que hemos
estado defendiendo en el discurso.
Espero que esta vez, si sea conmovida la Historia.
2.- Universidad y formación docente.
Una reforma que no proponga cambios serios, de fondo, avanzara, a paso lento. Estoy
completamente de acuerdo con lo incentivos, con mejores remuneraciones, con becas para
estudiar pedagogía, con pruebas que evalúen las competencias adquiridas por lo nuevos
docentes. Pero siguen siendo cambios de forma.
Urge una reforma a los currículum universitarios de formación de profesores, a la mejora de
las mallas de acuerdo a estándares internacionales…pero urge aún más un cambio en el aula
universitaria. No se puede esperar que los futuros profesores sean reflexivos, si en la
universidad no se reflexiona, no se puede esperar que un profesor sea un investigador de su
contexto, si en la universidad no se fomenta la investigación-acción, no se puede esperar que
un profesor enseñe historia de manera crítica, si en la universidad siguen recibiendo una
enseñanza tradicional, estática, poco problematizada de la historia.
Una reforma educativa, volverá a pensar en la historia, cuando esta empieza demostrar que
tiene las potencialidades para desarrollar habilidades complejas en los estudiantes. Y esto se
inicia en centros de formación de profesorado de excelencia, que, desde mi punto de vista,
parten de la docencia universitaria de calidad.
3.- Las escuelas y las “clases” de historia.
El otro espacio “no reformado”, hasta el momento, ha sido el aula escolar. En ella, siguen
existiendo, docentes reproductores, y con escasas estrategias para afrontar los conceptos y
problemas de la historia, en especial la historia reciente chilena, que sigue siendo
absolutamente periodística, lejos de la crítica, la reflexión y la formación de ciudadanos.
Reitero, una vez más, que los incentivos económicos propuestos por Lavín están muy bien, sin
embargo, en el programa de reforma no se refiere a la formación continua, entonces ¿Cómo
mejorarán esos profesores?
3. Una reforma que no considere, de manera clara, el modo en que se hacen las clases, en que
se concibe la enseñanza y el aprendizaje y sólo piensa en remuneraciones, ranking, puntos
simce, excelencia, está teniendo una visión errada de lo que es mejorar la escuela. Una escuela
no es una empresa, donde el director no es un gerente, por lo tanto el aumentar su poder,
mejorar su ingreso, etc. no le hará un mejor “gestor”. Donde el profesor no es un simple
empleado que al tener más dinero “hace mejor las cosas”.
La educación y la escuela son espacios más complejos que una empresa, se necesitan cambios
de paradigmas de gestión escolar, con directores más compenetrados con los problemas de la
educación hoy, del contexto familiar, de la mediación, etc. Los profesores, por su parte,
necesitan más y nuevas herramientas disciplinares, didácticas y pedagógicas y un serio cambio
en la forma en que se concibe el aprendizaje de los estudiantes.
Esto no será posible hasta que se tome en serio el trabajo de los profesores, pero ¿no
habremos sido nosotros también, en parte, los causantes de esto, al reducir nuestras
reivindicaciones profesionales a reivindicaciones salariales? ¿Por qué nunca reclamamos por
más capacitación, mejores materiales, etc.?
4.- Reflexiones finales.
Como señale al comienzo, las dudas que quedan son más que las respuestas que podamos
ofrecer, y esto sencillamente porque nadie, de manera individual, podría responderlas. Se
necesita un trabajo mancomunado, entre investigadores, futuros docentes y profesores en
ejercicio. Sin embargo, un esfuerzo de este tipo demanda vernos “tal cual somos”, sin
idealizaciones, ni visiones románticas de la educación y la historia, como tan bien lo hemos
hecho las últimas semanas. Necesitamos ser realistas, reconocer con claridad nuestras
falencias, incluso antes de defender lo que difícilmente se puede defender. ¿Existe hoy la
historia en los colegios, me refiero, a esa historia compleja, vívida? O ¿o existen los relatos
insípidos, vacuos, carentes de significados para los estudiantes? ¿Existe la crítica, la reflexión
histórica? O ¿hay datos, fechas, memoria?
Una reforma de verdad no debe basarse solo en incentivos, debe modificar los curriculum y
las prácticas en las aulas, en plural, porque tanto la universidad como la escuela, una como
espacio de formación docente y la otra como el lugar de la interacción pedagógica, deben ser
repensadas.
Soy un convencido de los beneficios que entrega a los estudiantes la enseñanza de la historia
en los colegios, los beneficios para el desarrollo del lenguaje, la comprensión, la crítica y la
reflexión, la posibilidad de entender los problemas del mundo actual y entendernos en ellos.
Sin embargo, la historia que hoy enseñamos, está lejos de ser la que decimos que es.
Seamos honestos.
España, Valladolid, 1 de Diciembre del 2010.