1. Galo Guerrero Jiménez<br />152402540Lo que más nos delata para mostrar nuestra condición humana, es la palabra. Ella nos vivifica, nos realiza o también nos destruye. Surge de lo profundo del corazón o de la pura razón, y a veces de la mera superficialidad de lo que somos.<br />El ser humano es la palabra, es su lengua. Ella nos delata en nuestra mejor expresión humana o nos traiciona, a veces de manera vil, si no somos coherentes con los más elementales principios humanos a través de nuestro accionar cotidiano.<br />Al ser la palabra la existencia misma, porque confirma nuestro particular modo de ser, de ver y asumir la vida, se convierte en un desafío, en una necesidad vital, en un adiestramiento, para que surja esbelta, tratable, sincera ante todo, y profundamente contagiada del amor humano que debe reflejar en todo su ser.<br />Como señala Giuseppe Colombero: “Las palabras son voces que llaman a alguien desde la lejanía, desde la ausencia y lo hacen existir aquí, delante de nosotros, dando lugar a la presencia”. En verdad, la clave de la palabra es la presencia de alguien que efectivamente existe a través del dialogo en cuanto realidad común, actuante, existente, exigente, empeñativa y volitiva.<br />La gramática, la sintaxis, la morfología, la pragmática, la semántica, la sociolingüística, la psicolingüística, la literatura, no son disciplinas vanasNo puede ser la simplicidad su acompañante; es el compromiso y el empeño para que la palabra tenga sentido humano. El aprendizaje de la palabra a través de la lengua exige autopensamiento, autodisciplina, autoconciencia y adiestramiento para aprender a comunicarnos abierta, correcta y adecuadamente.<br />Han contribuido enormemente al desarrollo de la riqueza idiomática y al desarrollo cultural, científico y humanístico no solo de un individuo sino de la comunidad entera. Y es que en el fondo, toda esta realidad idiomática no tiene otro fin que convertirse en una efectiva fortaleza de poder para la comunicación del bien obrar, para la creatividad y la construcción del bienestar humano.<br />Por supuesto que “el poder de la palabra malévola es devastador” (G. Colombero), hiriente, con olor a muerte porque destruye, divide, bloquea, crea silencio, malicia, y causa mucho dolor.<br />En cambio, que enaltecedor cuando las palabras nacen para la alegría de la vida, para la compartencia, y sobre todo para cambiar y enaltecer la calidad de la vida de los demás; pues, la palabra buena y sincera nos atrae, nos une, destruye barreras y nos enseña a deleitarnos con el prójimo.<br />Y es que en el dialogo atento y ameno, sin malicia, está el prójimo como existente, como uno más pero como parte de uno, porque la palabra está para enaltecer al otro, para crear vínculos de comunión autentica: se trata de un acto de voluntad, intensamente personal y de una toma de conciencia para recorrer un camino de grandeza, de realización y de proyección para la valoración de la vida, dado que la lengua no es otra cosa que el reflejo fiel de la interioridad de cada ser humano. (Diario Centinela, Loja, página editorial, 11 de mayo de 2010)<br />DiarioProvinciaLugarFechaCentinelaLojaPágina editorial11 de mayo de 2010El ComercioPichinchaColumna editorial20 de octubre 2010<br />