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ANALISIS CRÍTICA A LA ECONOMIA POLITICA
En este libro Marx no se limita a criticar de forma somera algunos capítulos sueltos de la
Economía Política, ni tampoco a estudiar aisladamente tal o cual problema económico, no; en
esa obra tiende desde el primer momento a elaborar una síntesis sistemática de todo el
conjunto de la ciencia económica, y al mismo tiempo a desarrollar de un modo coherente las
leyes de la producción burguesa y del cambio burgués. Y como los economistas no son más
que los intérpretes y los apologistas de estas leyes, el desarrollarlas es, al mismo tiempo, hacer
la crítica de toda la literatura económica.
Desde la muerte de Hegel apenas se había intentado desarrollar una ciencia en su propia
conexión interna. La escuela hegeliana oficial sólo había aprendido de la dialéctica del
maestro la manipulación de los artificios más sencillos, que aplicaba a diestro y siniestro, y
además con una torpeza no pocas veces risible. Para ellos, toda la herencia de Hegel se reducía
a un simple patrón por el cual podían cortarse y construirse todos los temas posibles, y a un
índice de palabras y giros que ya no tenían más misión que colocarse en el momento oportuno,
para encubrir con ellos la ausencia de ideas y conocimientos positivos. Como decía un
profesor de Bonn, estos hegelianos no sabían nada de nada, pero podían escribir acerca de
todo. Y así era, en efecto. Sin embargo, pese a su suficiencia, estos señores tenían tanta
conciencia de su pequeñez que rehuían, en cuanto les era posible, los grandes problemas; la
vieja ciencia pedantesca mantenía sus posiciones por la superioridad de su saber positivo. Sólo
cuando vino Feuerbach y dio el pasaporte al concepto especulativo, el hegelianismo fue
languideciendo poco a poco, y parecía como si hubiese vuelto a instaurarse en la ciencia el
reinado de la vieja metafísica, con sus categorías inmutables.
La cosa tenía su explicación lógica. Al régimen de los diadocos hegelianos, que se había
perdido en meras frases, siguió, naturalmente, una época en la que el contenido positivo de la
ciencia volvió a sobrepujar su aspecto formal. Al mismo tiempo, Alemania, congruentemente
con el formidable progreso burgués conseguido desde 1848, se lanzaba con una energía
verdaderamente extraordinaria a las ciencias naturales; y, al poner de moda estas ciencias, en
las que la tendencia especulativa no había llegado jamás a adquirir gran importancia, volvió a
echar raíces también la vieja manera metafísica de discurrir, hasta caer en la extrema
vulgaridad de un Wolff. Hegel había sido olvidado, y se desarrolló el nuevo materialismo
naturalista, que apenas se distingue en nada, teóricamente, de aquél del siglo XVIII y que en la
mayor parte de los casos no le lleva más ventaja que la de poseer un material de ciencias
naturales, y principalmente químico y fisiológico, más abundante. La angosta mentalidad
filistea de los tiempos prekantianos vuelve a presentársenos, reproducida hasta la más extrema
vulgaridad, en Büchner y Vogt; y hasta el propio Moleschott, que jura por Feuerbach, se
pierde a cada momento, de un modo divertidísimo, entre las categorías más sencillas.
Naturalmente, el envarado penco del sentido común burgués se detiene perplejo ante la zanja
que separa la esencia de las cosas de sus manifestaciones, la causa, del efecto; y, si uno va a
cazar con galgos en los terrenos escabrosos del pensar abstracto, no debe hacerlo a lomos de
un penco.
Aquí se planteba, por tanto, otro problema que, de suyo, no tenía nada que ver con la
Economía Política. ¿Con qué método había de tratarse la ciencia? De un lado estaba la
dialéctica hegeliana, bajo la forma completamente abstracta, «especulativa», en que la dejara
Hegel; de otro lado, el método ordinario, que volvía a estar de moda, el método, en su esencia
metafísico, wolffiano, y del que se servían también los economistas burgueses para escribir
sus gordos e incoherentes libros. Este último método había sido tan destruido teóricamente por
Kant, y sobre todo por Hegel, que sólo la inercia y la ausencia de otro método sencillo podían
explicar que aún perdurase prácticamente. Por otro lado, el método hegeliano era de todo
punto inservible en su forma existente. Era un método esencialmente idealista, y aquí se
trataba de desarrollar una concepción del mundo más materialista que todas las anteriores.
Aquel método arrancaba del pensar puro, y aquí había que partir de los hechos más tenaces.
Un método que, según su propia confesión, «partía de la nada, para llegar a la nada, a través de
la nada», era de todos modos impropio bajo esta forma. Y no obstante, este método era, entre
todo el material lógico existente, lo único que podía ser utilizado. No había sido criticado, no
había sido superado; ninguno de los adversarios del gran dialéctico había podido abrir una
brecha en su airoso edificio; había caído en el olvido, porque la escuela hegeliana no supo qué
hacer con él. Lo primero era, pues, someter a una crítica a fondo el método hegeliano.
En “Contribución a la Crítica de la Economía Política”, Marx hace una introducción a un
análisis de la sociedad (llamado “materialismo histórico”) que necesariamente conduce a los
principios del comunismo moderno. Esto es, las tesis comunistas no fueron escritas antes de
estudiar la realidad social de las personas, sino que, como las leyes científicas, sólo y
únicamente fueron enunciadas como conclusión después de la observación de los hechos
concretos y una interpretación lógica de ellos.
Marx critica o revisa el idealismo de Hegel, un filósofo muy importante que marcó el
pensamiento de su época. Para Hegel, pues, la realidad asimismo como la historia, está sujeta
a cambios continuos que tienen su origen en diversas contradicciones, ningún fenómeno es
independiente de otro (todo lo que ocurre en Rusia, directa o indirectamente, afectará a
México) y, por lo tanto, todo puede ser explicado racionalmente. Sin embargo, que era el
punto en el que Marx no estaba de acuerdo en absoluto, para él estas contradicciones surgían
de “dios” o lo que llamaba “la idea” y no tenían ninguna relación con la naturaleza. Aquí, por
ello, Marx interviene y enuncia que no son dioses ni ideas los que impulsan los cambios, sino
todo lo que está en el universo, o sea, todo lo que tiene materia – en el caso de la historia y las
sociedades, “las condiciones materiales de vida” o, lo que es lo mismo, el desarrollo de la
tecnología, los modos de producción, etc.
Luego Marx hace énfasis y extrae una serie de conclusiones de sus estudios sobre “las
condiciones materiales de vida”. De esta manera, lo primero que expone es que, las personas
se relacionan entre sí de una manera u otra según quién posea la propiedad de los medios de
producción y cómo de desarrollados estén estos medios (dependiendo de la ciencia, etc.). Así,
estaban los esclavos y los amos en el sistema esclavista, los siervos y los amos feudales en el
feudalista, y, aquí y ahora, el trabajador asalariado y el capitalista (empresarios, patronos…).
Este es el origen de las clases sociales con intereses contrarios (como los capitalistas en
obtener beneficio a costa del trabajador y el trabajador en aumentar su salario o mejorar sus
condiciones de trabajo). No obstante, son clases sociales desiguales: una clase tiene mucho
más poder que otra porque controla la economía, o sea, los medios de producción. En todo
tipo de sociedad, en consecuencia, existe una clase dominante que determina la ideología
también dominante y posee también el poder político en favor de sus intereses. De este modo,
el Estado se convierte en un arma de legitimación de estas relaciones de producción (como los
privilegios en el sistema feudalista) y la represión de la clase no dominante para garantizar que
no perjudiquen los intereses de sus “rivales”. La evolución del pensamiento y el sistema (la
superestructura), por lo tanto, no depende de la individualidad de los seres humanos y el uso
que hagan de su razón, sino de las condiciones económicas de la sociedad (infraestructura).
En sus planteamientos sobre la individualidad, la voluntad y la intención, por otro lado, Marx
vuelve a separarse de posturas idealistas o inconscientemente idealistas – como la de los
anarquistas. Los seres humanos no son independientes de su contexto histórico, cultural, social
ni económico. A pesar de que puedan actuar con un pequeño margen de independencia (o así
lo crean), por lo general se encontrarán dentro de un marco específico (una forma de ver el
mundo condicionada por la superestructura) impuesto por la infraestructura. Por ello, los
cantares de gesta no se pueden concebir en otra época que no sea la feudalista por más libre
que una persona hipotéticamente pudiera llegar a ser. En cualquier caso, esta no es una clase
de mentalidad o conciencia estática. Conforme las contradicciones del sistema se van
acumulando y haciéndose notar, conforme la situación se vuelve más intolerable para la clase
explotada, aumenta también el descontento y la indignación entre estos – se eleva la
conciencia de clase. De aquí que las revoluciones sociales, o cambios radicales, llegados a un
punto en los distintos regímenes, sean una constante. Una vez que cambian las relaciones de
producción, todo el sistema se construye de nuevo.
Ciñéndonos a la actualidad y a estas premisas, la próxima revolución social deberá estar
liderada por la clase asalariada. Puesto que la contradicción principal, el origen de su
situación, es la propiedad privada de los medios de producción, el cambio será de
socialización de tales medios. Es decir, de una democratización de la economía que, de igual
manera, permita conquistar el poder político a la mayoría de la población (los trabajadores) y
así hacer real la democracia. El Estado, con ello, se convertirá en un medio de represión (fase
llamada “dictadura del proletariado“) de la clase de los ex-explotadores obligándoles a
expropiar y a convertirse en clase obrera. Una vez ya no haya clases sociales (cuando todos
sean la misma) el post-Estado se convertirá en un modo de administrar y planificar la
economía, y se retornará al comunismo (que, como cuenta Marx en sus últimas líneas, tuvo
lugar en la prehistoria).
La socialdemocracia y el reformismo (que dicen que un cambio real puede llegar a darse desde
dentro del sistema, transformándolo poco a poco), por lo tanto, así como las propuestas
políticas interclasistas (que plantean una cooperación entre las clases) son esencialmente
contrarias al marxismo. La superestructura de una sociedad sólo puede cambiarse mediante un
cambio en su infraestructura, que sólo puede tener lugar mediante una revolución social.
Luego, mientras los intereses sean contrarios entre las clases, no podrá haber mediación
alguna. Si se alcanza un equilibrio entre las dos partes necesariamente sólo será momentáneo y
la tendencia final será de perjuicio de la clase social asalariada.
CONCLUSION
Una vez finalizada la presente investigación se arribó a las siguientes conclusiones:
Marx en esta obra, da la fórmula clásica de la concepción materialista de la historia y
determina la esencia de la teoría del materialismo histórico. De igual forma, puso de
manifiesto que las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de
producción que surgen en una fase determinada de desarrollo de la sociedad clasista
son la causa principal de las revoluciones sociales, de la sustitución revolucionaria de
una formación socioeconómica por otra más progresista.
Marx analiza la sociedad civil o política, pasando a explicar la situación que ocupa el
estado respecto a esa sociedad, pero aclara que no se puede tomar aisladamente ya que
en la estructura encontraremos algunas instituciones familiares o laborales y en la
superestructura está el estado, la política y relaciones jurídicas.
La base material es la estructura social y política que son los MODOS DE
PRODUCCIÓN, por lo tanto son FORMAS DE PROPIEDAD y que está formada por
las fuerzas productivas que se dividen en: medios de producción y fuerza de trabajo,
éstas últimas conforman relaciones de producción, que no son voluntarias y que a su
vez se dividen en: sociales y técnicas.

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  • 1. ANALISIS CRÍTICA A LA ECONOMIA POLITICA En este libro Marx no se limita a criticar de forma somera algunos capítulos sueltos de la Economía Política, ni tampoco a estudiar aisladamente tal o cual problema económico, no; en esa obra tiende desde el primer momento a elaborar una síntesis sistemática de todo el conjunto de la ciencia económica, y al mismo tiempo a desarrollar de un modo coherente las leyes de la producción burguesa y del cambio burgués. Y como los economistas no son más que los intérpretes y los apologistas de estas leyes, el desarrollarlas es, al mismo tiempo, hacer la crítica de toda la literatura económica. Desde la muerte de Hegel apenas se había intentado desarrollar una ciencia en su propia conexión interna. La escuela hegeliana oficial sólo había aprendido de la dialéctica del maestro la manipulación de los artificios más sencillos, que aplicaba a diestro y siniestro, y además con una torpeza no pocas veces risible. Para ellos, toda la herencia de Hegel se reducía a un simple patrón por el cual podían cortarse y construirse todos los temas posibles, y a un índice de palabras y giros que ya no tenían más misión que colocarse en el momento oportuno, para encubrir con ellos la ausencia de ideas y conocimientos positivos. Como decía un profesor de Bonn, estos hegelianos no sabían nada de nada, pero podían escribir acerca de todo. Y así era, en efecto. Sin embargo, pese a su suficiencia, estos señores tenían tanta conciencia de su pequeñez que rehuían, en cuanto les era posible, los grandes problemas; la vieja ciencia pedantesca mantenía sus posiciones por la superioridad de su saber positivo. Sólo cuando vino Feuerbach y dio el pasaporte al concepto especulativo, el hegelianismo fue languideciendo poco a poco, y parecía como si hubiese vuelto a instaurarse en la ciencia el reinado de la vieja metafísica, con sus categorías inmutables. La cosa tenía su explicación lógica. Al régimen de los diadocos hegelianos, que se había perdido en meras frases, siguió, naturalmente, una época en la que el contenido positivo de la ciencia volvió a sobrepujar su aspecto formal. Al mismo tiempo, Alemania, congruentemente con el formidable progreso burgués conseguido desde 1848, se lanzaba con una energía verdaderamente extraordinaria a las ciencias naturales; y, al poner de moda estas ciencias, en las que la tendencia especulativa no había llegado jamás a adquirir gran importancia, volvió a echar raíces también la vieja manera metafísica de discurrir, hasta caer en la extrema vulgaridad de un Wolff. Hegel había sido olvidado, y se desarrolló el nuevo materialismo naturalista, que apenas se distingue en nada, teóricamente, de aquél del siglo XVIII y que en la mayor parte de los casos no le lleva más ventaja que la de poseer un material de ciencias naturales, y principalmente químico y fisiológico, más abundante. La angosta mentalidad filistea de los tiempos prekantianos vuelve a presentársenos, reproducida hasta la más extrema vulgaridad, en Büchner y Vogt; y hasta el propio Moleschott, que jura por Feuerbach, se pierde a cada momento, de un modo divertidísimo, entre las categorías más sencillas. Naturalmente, el envarado penco del sentido común burgués se detiene perplejo ante la zanja
  • 2. que separa la esencia de las cosas de sus manifestaciones, la causa, del efecto; y, si uno va a cazar con galgos en los terrenos escabrosos del pensar abstracto, no debe hacerlo a lomos de un penco. Aquí se planteba, por tanto, otro problema que, de suyo, no tenía nada que ver con la Economía Política. ¿Con qué método había de tratarse la ciencia? De un lado estaba la dialéctica hegeliana, bajo la forma completamente abstracta, «especulativa», en que la dejara Hegel; de otro lado, el método ordinario, que volvía a estar de moda, el método, en su esencia metafísico, wolffiano, y del que se servían también los economistas burgueses para escribir sus gordos e incoherentes libros. Este último método había sido tan destruido teóricamente por Kant, y sobre todo por Hegel, que sólo la inercia y la ausencia de otro método sencillo podían explicar que aún perdurase prácticamente. Por otro lado, el método hegeliano era de todo punto inservible en su forma existente. Era un método esencialmente idealista, y aquí se trataba de desarrollar una concepción del mundo más materialista que todas las anteriores. Aquel método arrancaba del pensar puro, y aquí había que partir de los hechos más tenaces. Un método que, según su propia confesión, «partía de la nada, para llegar a la nada, a través de la nada», era de todos modos impropio bajo esta forma. Y no obstante, este método era, entre todo el material lógico existente, lo único que podía ser utilizado. No había sido criticado, no había sido superado; ninguno de los adversarios del gran dialéctico había podido abrir una brecha en su airoso edificio; había caído en el olvido, porque la escuela hegeliana no supo qué hacer con él. Lo primero era, pues, someter a una crítica a fondo el método hegeliano. En “Contribución a la Crítica de la Economía Política”, Marx hace una introducción a un análisis de la sociedad (llamado “materialismo histórico”) que necesariamente conduce a los principios del comunismo moderno. Esto es, las tesis comunistas no fueron escritas antes de estudiar la realidad social de las personas, sino que, como las leyes científicas, sólo y únicamente fueron enunciadas como conclusión después de la observación de los hechos concretos y una interpretación lógica de ellos. Marx critica o revisa el idealismo de Hegel, un filósofo muy importante que marcó el pensamiento de su época. Para Hegel, pues, la realidad asimismo como la historia, está sujeta a cambios continuos que tienen su origen en diversas contradicciones, ningún fenómeno es independiente de otro (todo lo que ocurre en Rusia, directa o indirectamente, afectará a México) y, por lo tanto, todo puede ser explicado racionalmente. Sin embargo, que era el punto en el que Marx no estaba de acuerdo en absoluto, para él estas contradicciones surgían de “dios” o lo que llamaba “la idea” y no tenían ninguna relación con la naturaleza. Aquí, por ello, Marx interviene y enuncia que no son dioses ni ideas los que impulsan los cambios, sino todo lo que está en el universo, o sea, todo lo que tiene materia – en el caso de la historia y las sociedades, “las condiciones materiales de vida” o, lo que es lo mismo, el desarrollo de la tecnología, los modos de producción, etc.
  • 3. Luego Marx hace énfasis y extrae una serie de conclusiones de sus estudios sobre “las condiciones materiales de vida”. De esta manera, lo primero que expone es que, las personas se relacionan entre sí de una manera u otra según quién posea la propiedad de los medios de producción y cómo de desarrollados estén estos medios (dependiendo de la ciencia, etc.). Así, estaban los esclavos y los amos en el sistema esclavista, los siervos y los amos feudales en el feudalista, y, aquí y ahora, el trabajador asalariado y el capitalista (empresarios, patronos…). Este es el origen de las clases sociales con intereses contrarios (como los capitalistas en obtener beneficio a costa del trabajador y el trabajador en aumentar su salario o mejorar sus condiciones de trabajo). No obstante, son clases sociales desiguales: una clase tiene mucho más poder que otra porque controla la economía, o sea, los medios de producción. En todo tipo de sociedad, en consecuencia, existe una clase dominante que determina la ideología también dominante y posee también el poder político en favor de sus intereses. De este modo, el Estado se convierte en un arma de legitimación de estas relaciones de producción (como los privilegios en el sistema feudalista) y la represión de la clase no dominante para garantizar que no perjudiquen los intereses de sus “rivales”. La evolución del pensamiento y el sistema (la superestructura), por lo tanto, no depende de la individualidad de los seres humanos y el uso que hagan de su razón, sino de las condiciones económicas de la sociedad (infraestructura). En sus planteamientos sobre la individualidad, la voluntad y la intención, por otro lado, Marx vuelve a separarse de posturas idealistas o inconscientemente idealistas – como la de los anarquistas. Los seres humanos no son independientes de su contexto histórico, cultural, social ni económico. A pesar de que puedan actuar con un pequeño margen de independencia (o así lo crean), por lo general se encontrarán dentro de un marco específico (una forma de ver el mundo condicionada por la superestructura) impuesto por la infraestructura. Por ello, los cantares de gesta no se pueden concebir en otra época que no sea la feudalista por más libre que una persona hipotéticamente pudiera llegar a ser. En cualquier caso, esta no es una clase de mentalidad o conciencia estática. Conforme las contradicciones del sistema se van acumulando y haciéndose notar, conforme la situación se vuelve más intolerable para la clase explotada, aumenta también el descontento y la indignación entre estos – se eleva la conciencia de clase. De aquí que las revoluciones sociales, o cambios radicales, llegados a un punto en los distintos regímenes, sean una constante. Una vez que cambian las relaciones de producción, todo el sistema se construye de nuevo. Ciñéndonos a la actualidad y a estas premisas, la próxima revolución social deberá estar liderada por la clase asalariada. Puesto que la contradicción principal, el origen de su situación, es la propiedad privada de los medios de producción, el cambio será de socialización de tales medios. Es decir, de una democratización de la economía que, de igual manera, permita conquistar el poder político a la mayoría de la población (los trabajadores) y así hacer real la democracia. El Estado, con ello, se convertirá en un medio de represión (fase llamada “dictadura del proletariado“) de la clase de los ex-explotadores obligándoles a
  • 4. expropiar y a convertirse en clase obrera. Una vez ya no haya clases sociales (cuando todos sean la misma) el post-Estado se convertirá en un modo de administrar y planificar la economía, y se retornará al comunismo (que, como cuenta Marx en sus últimas líneas, tuvo lugar en la prehistoria). La socialdemocracia y el reformismo (que dicen que un cambio real puede llegar a darse desde dentro del sistema, transformándolo poco a poco), por lo tanto, así como las propuestas políticas interclasistas (que plantean una cooperación entre las clases) son esencialmente contrarias al marxismo. La superestructura de una sociedad sólo puede cambiarse mediante un cambio en su infraestructura, que sólo puede tener lugar mediante una revolución social. Luego, mientras los intereses sean contrarios entre las clases, no podrá haber mediación alguna. Si se alcanza un equilibrio entre las dos partes necesariamente sólo será momentáneo y la tendencia final será de perjuicio de la clase social asalariada. CONCLUSION Una vez finalizada la presente investigación se arribó a las siguientes conclusiones: Marx en esta obra, da la fórmula clásica de la concepción materialista de la historia y determina la esencia de la teoría del materialismo histórico. De igual forma, puso de manifiesto que las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción que surgen en una fase determinada de desarrollo de la sociedad clasista son la causa principal de las revoluciones sociales, de la sustitución revolucionaria de una formación socioeconómica por otra más progresista. Marx analiza la sociedad civil o política, pasando a explicar la situación que ocupa el estado respecto a esa sociedad, pero aclara que no se puede tomar aisladamente ya que en la estructura encontraremos algunas instituciones familiares o laborales y en la superestructura está el estado, la política y relaciones jurídicas. La base material es la estructura social y política que son los MODOS DE PRODUCCIÓN, por lo tanto son FORMAS DE PROPIEDAD y que está formada por las fuerzas productivas que se dividen en: medios de producción y fuerza de trabajo, éstas últimas conforman relaciones de producción, que no son voluntarias y que a su vez se dividen en: sociales y técnicas.