Es indispensable provocar un cambio de la mentalidad conservadora y represiva que ha acompañado y caracterizado el "proceso democrático" en Colombia, para que un verdadero espacio y proceso de democratización, con sus contradicciones y conflictualidades, haga aparición y revele los órdenes dominantes que en tiempos de guerra o en tiempos de paz reproducen esquemas de desigualdad y de explotación.
EL "POST-CONFLICTO": TIEMPO DE EXPLOSIÓN Y EXPOSICIÓN DE NUEVOS CONFLICTOS
1. EL"POST-CONFLICTO":TIEMPODEEXPLOSIÓNYEXPOSICIÓNDENUEVOS
CONFLICTOS
Fuente de la imagen: http://colombia-inn.com.co
30 Abril 2015. Edición 56. Palabras al Margen. Por el derecho a
decirlo todo
Olga Nadeznha Vanegas
Es indispensable provocar un cambio de la mentalidad conservadora y
represiva que ha acompañado y caracterizado el "proceso
democrático" en Colombia, para que un verdadero espacio y proceso
de democratización, con sus contradicciones y conflictualidades, haga
aparición y revele los órdenes dominantes que en tiempos de guerra
o en tiempos de paz reproducen esquemas de desigualdad y de
explotación.
Hoy, parece evidente que el post-conflicto tendrá lugar en el país, los
discursos oficiales dentro y fuera del territorio nacional comienzan a
vender un escenario de post-conflicto que orienta la cooperación
extranjera y comienza a definir la nuevas dinámicas de las políticas
públicas para abordar ese nuevo momento. En este contexto, el paso
del conflicto al post-conflicto supone el final de las hostilidades, un
hecho ligado a un escenario de paz que marca un cambio temporal,
es decir el antes y el después de la guerra. Dicha concepción, que
estipula como mayor logro el "final" del conflicto, se generaliza y se
proyecta en una atmósfera en la que el "conflicto" se convierte en un
obstáculo para la democracia y el desarrollo económico del país.
Sin embargo, a pesar del peso hegemónico de esta concepción y de
las claras intenciones de impedir toda legitimidad del conflicto político
y social como fuente de oxígeno para la democracia, es inevitable que
las tensiones continúen manifestándose y que las luchas por los
2. derechos y las luchas emancipadoras no se acallen, sobre todo si se
tiene en cuenta que las condiciones políticas, económicas y sociales
que por más de un siglo han caracterizado la dinámica del país,
imponen un tiempo largo de transición entre la guerra y la paz, para
consolidar dicho proceso.
El tránsito entre estos dos tiempos, el de la guerra y el de la paz, que
desemboca en un tiempo de post-conflicto, debe inscribirse en un
tiempo, aún más largo, el de democratización de la democracia, y
alejado de toda intención de pacificación de la sociedad, con la que se
borra toda posibilidad de revelar las grandes desigualdades
económicas, así como la desigualdad en el acceso a los derechos
sociales y políticos.
Admitir la complejidad de dicho tiempo de "post-conflicto" supone
poner a jugar varios escenarios y exigencias que no se limitan a la
desaparición de los actores armados, de sus formas de violencia y de
la utilización de las armas, ni a los puntos de la agenda de
negociación. Se deben tener en cuenta diferentes factores y
dinámicas que marcan la mentalidad del país frente al fenómeno de la
guerrilla y su efecto en la percepción de la resistencia política y
social, así como las reacciones que produce la implementación de
planes de transición y de reconstrucción. En este texto nos
limitaremos a señalar dos: por un lado la premisa del "enemigo
interno" que desde la guerra fría se inscribió en la lógica castrense,
así como en la lectura que la clase política y la opinión pública en
general hacen de las diferentes formas de resistencia y
emancipación; por otro lado, las resistencias a los cambios que
lentamente y con dificultad se avecinan, y que tocan a las élites
nacionales y locales así como a los órdenes de poder y dominación
que se establecieron en diferentes zonas del país.
La lógica de la existencia de un enemigo virtual tomó forma y se
materializó en el sujeto "movimientos sociales", "líderes sociales",
"militantes", "actores de las diferentes luchas por los derechos",
estableciendo una relación directa y constante entre resistencia e
insurgencia. De esto resultó una fuerte polarización que determinó
que la única respuesta para enfrentar a los sujetos que no hacían
parte de los defensores de la patria y del statu quo era la imposición
de una guerra que se desplegaba en confrontaciones militares pero
también a través de diferentes mecanismos de represión y de
deslegitimación de la protesta social y de la acción política, que aún
hoy están muy presentes y que contradicen constantemente los
"esfuerzos" de paz del actual gobierno.
El segundo es la resistencia a los cambios que desde ya se proponen
para asegurar una paz duradera y que se manifiestan en una
reorganización de las élites nacionales y de los poderes locales, para
3. crear escudos que protejan el entramado de intereses privados que
por tantas décadas han creado y defendido, llegando a solidarizarse
entre ellas para garantizar el status quo. En este proceso el rol del
Estado es esencial, puesto que él contribuye a esta reorganización
utilizando el manto de la legalidad para implementar medidas que
dan respuesta a los diferentes conflictos ya presentes y a los que se
avecinan. De esta manera, se combaten las luchas por los derechos a
través de procedimientos legales y apoyados en el argumento del
impulso al desarrollo. Un ejemplo palpable es la puesta en duda de la
consulta previa en las zonas de explotación minera, en la que se
limita el derecho a la participación bajo el argumento que ésta se
convierte en un obstáculo al desarrollo económico de la nación.
Teniendo en cuenta estos escenarios es indispensable entonces
provocar un cambio de la mentalidad conservadora y represiva que
ha acompañado y caracterizado el "proceso democrático" en
Colombia, para que un verdadero espacio y proceso de
democratización, con sus contradicciones y conflictualidades, haga
aparición y revele los órdenes dominantes que en tiempos de guerra
o en tiempos de paz reproducen esquemas de desigualdad y de
explotación.
En este sentido solo la explosión y exposición de diferentes conflictos
políticos y sociales permitiría que la expresión de una ciudadanía
activa y emancipadora sea posible. Una ciudadanía que vaya más allá
de la simple enunciación de derechos, y que a través de la acción
política se constituya en agente de cambio y de resistencia que logren
materializar esos derechos que hasta ahora representan un orden
abstracto de enunciación sin llegar a ser reales y efectivos en la
práctica.
En un país considerado como uno de los más desiguales del mundo,
en el que la violación de los derechos humanos es constante, en el
que el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda, al trabajo
digno, entre otros, es letra muerta, en el que la explotación de los
suelos y el desarrollo de la empresa pasa por encima de la vida de
cientos de poblaciones, en el que despojo de la tierra se convirtió en
motor de la producción y del "desarrollo" agrícola, la paz que se
avecina debe entenderse exclusivamente como el tiempo del final del
conflicto armado que permitirá la explosión y exposición de otros
conflictos que hasta ahora han estado sometidos al vaivén de la
guerra y de la represión.
La complejidad de dicho proceso implica entonces asumir la
"productividad" del conflicto político y social, fuente de oxígeno para
la democracia, que al provocar dinámicas en donde los órdenes
impuestos por los dominantes son constantemente puestos en
cuestión, evita la acumulación de asuntos no resueltos, de derechos
4. vulnerados, de desigualdad creciente, de injusticia, etc., que con el
tiempo se convierten en insumos para la explosión del conflicto
guerrero.
Es así que el silenciamiento de los fusiles es el punto de partida de un
tiempo de post-conflicto, que no excluye de hecho el conflicto social y
político de su horizonte sino que por el contrario abre las puertas a su
expresión, como componente de un proceso de democratización y no
como veneno contra la democracia como ciertas visiones pretenden
mostrarlo.