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Y NOS LLAMAN CIUDADANOS…

DEBATE ABIERTO SOBRE EL ESTADO, LOS CONFLICTOS Y LAS TAREAS PENDIENTES
DE LA CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA EN BOLIVIA

Autores:
Fernando Molina
Andrés Gómez Vela
Waldo Albarracín Sánchez
Fernando Mayorga U.
Isabel Mercado
Edición:
Isabel Mercado Heredia
Diseño:
Arturo Rosales

Fotografias:
Harold Wolff

Este libro se imprimió con el apoyo técnico y financiero de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la
Cooperación COSUDE

Esta publicación es propiedad de PADEM, se autoriza su reproducción, total o parcial, a condición de
citar la fuente y la propiedad.
Impreso en Bolivia
2012
Presentación

Fernando Molina
Capítulo I
El proyecto de ciudadanización

5
7

Andrés Gómez Vela
Capítulo II
Mestizo, ¿concepto que une a Bolivia?

19

Waldo Albarracín Sánchez
Capítulo III
La ciudadanía en el nuevo proceso socio político

49

Fernando Mayorga U.
Capítulo IV
Ciudadanía en tiempos de transición estatal

79

Isabel Mercado
Capítulo V
¿Y nos llaman ciudadanos?

101
PB
Presentación
Desde hace 30 años se está construyendo en Bolivia un sistema democrático. Un
primer balance es en general positivo, si consideramos que este periodo permitió
la convivencia pacífica y civilizada de la sociedad, aún en los momentos de mayor
discordia política, y posibilitó una amplia participación ciudadana en los asuntos
públicos.

Como todo proceso político, la democracia boliviana es un proceso inacabado, cuyo
destino está íntimamente ligado al curso de las reformas estatales y a la
construcción de la institucionalidad del Estado. No obstante, la solidez de la
democracia involucra, también, la participación de la sociedad civil. A diferencia
de otros países donde esta participación de los ciudadanos casi se circunscribe al
ejercicio del voto, en Bolivia es la fuerza vital y energía del sistema democrático.

La participación ciudadanía es también un proceso en construcción. Implicó, por
una parte, una serie de conquistas producto de las luchas sociales a lo largo de la
historia republicana que se fueron incorporando en el ámbito público, y por otra,
un conjunto de normas jurídicas, de derechos y obligaciones, que vienen
delineando la relación entre el Estado y la sociedad.

Desde el Programa de Apoyo a la Democracia Municipal (PADEM), nos parece
necesario alentar un debate plural para aportar, desde distintas visiones, a
identificar y analizar aquellos factores que permiten que la ciudadanía deje de ser
un ideal y se constituya en una condición real y una práctica cotidiana. Analistas y
periodistas como Isabel Mercado, Fernando Mayorga, Waldo Albarracín, Andrés
Gómez y Fernando Molina, entregan en esta obra sus puntos de vista y reflexiones,
que convergen en una idea central: la calidad de la democracia resulta del ejercicio
de una ciudadanía plena.
Nuestro agradecimiento a estos aportes y a la Agencia Suiza de Cooperación al
Desarrollo – COSUDE, que hace posible esta publicación.

Martín Pérez
Coordinador AOS PADEM
PB
Fernando Molina

Periodista y escritor. Autor de numerosos ensayos,
entre ellos tres folletos de la serie Pensadores
bolivianos: Guillermo Francovich, René Zavaleta y
Vicente Pazos Kanki (Gente Común, 2011), y El
pensamiento boliviano sobre los recursos naturales
(dos ediciones: 2009 y 2011). Ha publicado
numerosos artículos en obras colectivas, revistas,
periódicos y sitios web de La Paz, Santiago de Chile,
México y Madrid.

Capítulo I

El proyecto de
ciudadanización

Dos siglos de construcción de la democracia boliviana
8
Fernando Molina

Una ciudadanía irresuelta, permanentemente en ciernes, es
la que advierte Fernando Molina en este ensayo que recorre
la historia republicana del país para fundamentar su
hipótesis. Una ciudadanía integral, “real”, que trascienda la
visión minimalista de un ejercicio de la misma en tanto
poseedora de derechos exclusivamente políticos, es lo que
plantea para alcanzar una participación plena en todos los
aspectos de la vida pública y del cumplimiento de derechos
civiles y socioeconómicos, de los ciudadanos.

“Ciudadanos” son, ya desde Grecia, al menos quienes poseen
derechos políticos, quienes pueden elegir y ser elegidos. La cursiva se debe
a que los griegos pensaban que las personas formaban parte orgánica de la
polis y, por tanto, los ciudadanos, además de tener derechos y obligaciones
políticas, también tenían que cumplir un determinado papel económico y
social (que era el dominante, como se sabe). Esta concepción antigua se
ha replanteado una y otra vez hasta el presente, en enconada lucha contra
la visión “minimalista” de la ciudadanía, que la considera una categoría
exclusivamente política.

Como veremos, la historia política de Bolivia no ha sido ajena a este
debate.

9
Una implicación de la concepción organicista de los griegos era la
siguiente: los derechos y las obligaciones políticas estaban relacionados
con determinadas cualidades de riqueza, proveniencia, etc. Sólo podían
ejercer este privilegio los griegos ricos, si se trataba de una oligarquía, y los
griegos de cierta prosperidad, si se trataba de una democracia. La
ciudadanía, entonces, era una condición rara.

La sociedad moderna ofrece ciudadanía política a todos los adultos
de un país y esto tiene serios efectos sobre la naturaleza del poder: lo
descentra, lo limita, lo torna plural. El resultado es un sistema de iguales
–en la base– e instituciones poliárquicas –en la cúpula–: la democracia.

Llamamos aquí, entonces, “proyecto de ciudadanización” al proceso
que va desde una situación de extraordinaria restricción de la ciudadanía
política, reservada para castas que, por tradición o por fuerza, estaban
destinadas al mando, y llega al punto de su extensión a todos los miembros
de una sociedad. También refiere la construcción institucional que
sustenta y asegura esta expansión de la ciudadanía, este salto del “poder
como tutela” al poder como “res publica”.

En este ensayo veremos cómo este proyecto se despliega a lo largo
de la historia de Bolivia. Seguiremos su trayectoria, que es la de la
democracia (si entendemos ésta, de forma restringida, como equivalente
a ciudadanía política). Veremos en acción, también, la crítica “interna” a
este proyecto, que es la que denuncia la diferencia entre las promesas y las
realidades de la democracia, y observaremos su asedio por parte de una
crítica “externa”, que considera la “ciudadanía política”, la igualdad ante la
ley, no como un fin sino como un medio para avanzar más allá de la
democracia (profundizarla o intensificarla), hasta llegar a la ciudadanía
“real” (socioeconómicamente igualitaria).

La crítica externa a la democracia apunta a la llamada “ciudadanía
real” y, por tanto, a la “post-democracia”, o democracia orientada a objetivos
socioeconómicos, que lleva diversos “apellidos”, como “democracia como
redistribución” y “democracia de alta intensidad”.

El punto de partida

La posibilidad de pasar de la condición de “súbditos” a “ciudadanos”
se abrió en Charcas con la llegada los ejércitos extranjeros que ayudaron

10
al país a independizarse de la Corona española. Los “argentinos”, primero,
y los “colombianos”, después, predicaron la liberación de España para
seguir el camino de otras metrópolis europeas, a fin de obtener también,
en estas tierras, la modernidad capitalista y un gobierno de tipo
republicano.

Estas ideas se expresaron en la primera Constitución boliviana,
redactada por Simón Bolívar y aplicada por el presidente José Antonio de
Sucre. Dicha Constitución separa al Estado de la Iglesia e intenta
incorporar a los indígenas a la sociedad mediante la eliminación de las
medidas de protección y sometimiento que se les aplicaba durante la
Colonia, tales como la preservación de los aborígenes en comunidades
agrarias y, simultáneamente, en guetos políticos organizados de acuerdo a
sus propios usos y costumbres. El símbolo de tal propósito fue la
suspensión del tributo indígena.

La sociedad boliviana temprana no estaba preparada para este tipo
de reformas. Sucre fue resistido y echado del país, con el apoyo de otras
élites sudamericanas igualmente preocupadas por su liberalismo; pero
también para alivio de los indígenas, que de buen grado volvieron a pagar
el tributo indígena que les garantizaba la seguridad de su vida tradicional.

En las leyes quedaron el gobierno republicano, la democracia y la
ciudadanía política, pero en gran parte como una hipocresía, como dice
Octavio Paz, es decir, un arreglo de conveniencia que, dada la
imposibilidad de adoptar otras formas de gobierno como la monárquica o
la aristocrática, permitía cierta movilidad de las élites y, además,
desarmaba la contestación de los incipientes grupos liberales.

Pero en los hechos no había posibilidad para la democracia política,
la separación de poderes, etc., puesto que durante el siglo XIX: a) faltaba
el espíritu republicano: la elite no creía más que en el tutelaje de una
oligarquía ilustrada (que cada facción creía encarnar), y consideraba que
los demás ciudadanos no estaban capacitados para gobernar; b) el único
actor político era el Estado, conformado por los empleados públicos y un
abultado ejército que se desarrolló a partir de las tropas nacionales
empleadas en la guerra de Independencia; c) la mayoría de la población se
hallaba fuera del circuito económico, anclada en la agricultura de
supervivencia, y perduraban los privilegios de nacimiento, con lo que una
parte de la población debía servir al grupo dominante. (El caso boliviano
prueba que un requisito necesario para el funcionamiento de un régimen

11
republicano, basado en ciudadanos, es una mínima difusión de la
propiedad privada y por tanto de la idea de igualdad).

Como resultado de todo esto, hasta fines del siglo XIX, lo
predominante fue el cesarismo militar, por medio del cual cada uno de los
grupos dominantes imponía su tutelaje sobre la sociedad.

Nacimiento del proyecto de ciudadanización

En este contexto, el proyecto de ciudadanización (a partir de la
superación del caudillismo militar, de la crítica del concepto del tutelaje –
es decir, del gobierno de “los mejores” que anula la participación de los
demás ciudadanos–, del respeto del voto, de la representación y división
de poderes), se convirtió, desde 1880 hasta la tercera década del siglo XX,
en el gran objetivo de la modernización boliviana. Tanto el Partido
Conservador, clerical, y el Partido Liberal, positivista, que buscaban una
ciudadanización aristocratizante, como, después, el Partido Republicano,
que la quería más popular; cada uno a su manera, intentaron sentar las
bases políticas e institucionales de la democracia nacional.
Estas parcialidades compartían un mismo núcleo de creencias: que
la sociedad blanca y mestiza (pero no los indígenas) tenía derechos iguales
para gobernar al país y que, por tanto, debía establecerse una competencia
periódica entre las visiones y los líderes existentes. Que, puesto que había
que prescindir de los indígenas, la democracia debía ser censitaria y la
ciudadanía política limitada.

Que la participación política tenía que realizarse a través de
representantes. Que el triunfo de una determinada corriente no debía
implicar la aniquilación de las otras, y que por tanto debía garantizarse su
libertad de pensamiento y acción.
Además, en economía eran librecambistas.

La democracia que construyeron, sin embargo, fue una imperfecta
realización de estos ideales. Aunque arrebataron a los césares del siglo XIX
la exclusividad del derecho de gobernar que, aprovechando su dominio
sobre el ejército, se habían atribuido, no lograron erradicar del todo las
revoluciones (las hubo en 1899 y 1920, para permitir el ascenso de los
liberales, primero, y de los republicanos, después); ni tampoco garantizar

12
el sufragio libre de los pocos –o los algo más numerosos– que consideraban
ciudadanos.

No sólo porque siempre hay una distancia entre los deseos y los hechos.
También porque, debido al escaso desarrollo del país, la élite dependía en
exceso del Estado en la obtención de sus rentas como para aceptar fácilmente
la pérdida de su control. Y porque la exclusión indígena ralentizaba la aparición
de una clase media urbana y rural que presionara sobre los límites dentro de
los que se había encerrado a la ciudanía política (reservada para los blancos)
y, como suele decirse, se pusiera la democracia (el debate ideológico, el
funcionamiento de las instituciones) sobre los hombros.

El proyecto de ciudadanización se desplegó, entonces, impulsado y
atascado por una incesante crítica interna: cada partido y aun cada facción
acusaba a sus predecesores y adversarios de tergiversarlo o, lo que era más
frecuente, de aprovecharse de él con propósitos subalternos. La gran
consigna de esta época fue “voto limpio”.

La crítica externa a la ciudadanización oligárquica

La crítica externa al proyecto oligárquico de ciudadanización
comenzó en los años 20 del siglo XX y se agudizó durante las dos décadas
siguientes a causa de eventos como el triunfo del comunismo y el fascismo
en Europa, la Gran Depresión, el keynesianismo y, en Bolivia, por la
organización de los primeros partidos marxistas y el desarrollo del
nacionalismo, que adquirió cuerpo dentro o cerca del Partido Republicano.

Nacionalistas y marxistas portaron esta crítica, que pese a su
carácter “externo”, también se hizo en nombre de valores liberales (el
carácter limitado de la ciudadanización, que no reconocía la igualdad
política de los indígenas), así como en nombre de valores no liberales (la
necesidad de una ciudadanización socioeconómica de los bolivianos).
En el primer ámbito, el liberal, la crítica externa combatió las
restricciones del régimen electoral, cerrado para los indígenas y,
parcialmente, para las mujeres; así como la corrupción de este régimen.
La consigna que articuló esta lucha fue la de “voto universal”.

En el segundo ámbito, que podríamos llamar “estructural”, la crítica
externa dictaminó que el proyecto de ciudadanización había fracasado,

13
pues sus resultados económicos y sociales habían sido magros: el país vivía
de la minería, pero las ganancias de esta industria salían al extranjero o
enriquecían a la clase propietaria, sin favorecer al Estado ni impulsar un
proceso de diversificación económica. Al mismo tiempo, el erario carecía
de casi todo y sus servicios educativos, de salubridad e infraestructura se
hallaban en condiciones paupérrimas; el escaso dinero disponible se
destinaba por íntegro a pagar salarios al ejército y a la burocracia de La Paz.

La causa de este fracaso, decía el nacionalismo, se debía a la traición
por parte de la oligarquía gobernante a la causa nacional. El empresariado
minero, la incipiente intelectualidad que surgía en torno a las actividades
mineras, los políticos del orden, todos ellos servían a los intereses
extranjeros y defendían los suyos propios, por encima y en contra de los
intereses del país.
Esta crítica “mixta” concluía en que la democracia construida por el
proyecto oligárquico de ciudadanización había sido hasta entonces una
“democracia imperialista”, “yanqui” e incluso, se decía, “judía”.

Como puede verse, la crítica “externa” (Robert Dahl la llamaría
“adversaria”) a la democracia, desde los años 30 y 40, se caracteriza por tres
elementos que siguen vigentes hasta nuestros días: a) exige una ampliación
del “demos”, es decir, de los ciudadanos con derechos políticos; b) demanda
una ciudadanización socioeconómica; y c) por esto se articula, aunque con
diferencias y contradicciones, con la crítica antiliberal o anticapitalista.1

La crítica del MNR

El partido que encarnó exitosamente este tipo de crítica combinada
al proyecto de ciudadanización precedente fue el Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR), que triunfó en la Revolución Nacional de 1952 y
dio origen a un régimen igualmente combinado, a la vez liberal (eliminó
los restos de servidumbre, incluyó a los indígenas en el voto, difundió una
educación igualitaria, estableció una nueva y más extensa
institucionalidad democrática) y antiliberal (estatizó la minería, acabó con
las haciendas, incorporó a los sindicatos al poder).
1 Por eso puede darse coincidencias y “alianzas” entre la crítica a la democracia de un
Guillermo O’Donell, que postula la ciudadanización socioeconómica pero no es
anticapitalista, y la de un Luis Tapia, que sí lo es.

14
Nótese que, pese a las oportunidades que tuvo para ello, no hizo una
obra puramente antiliberal, es decir, fascista o socialista; no quiso eliminar
la democracia ni achicar la ciudadanía política. Sin embargo, en los hechos
entorpeció la evolución de ésta al subordinarla a un proceso de
ciudadanización socio-económica. En efecto, garantizar un orden
democrático nunca fue lo más importante para la Revolución Nacional, y
frecuentemente se vio esta tarea como un obstáculo para avanzar en lo que
de verdad importaba, esto es, la emancipación socioeconómica del país.

Después de la Revolución

En los años 60, la debacle del poder del MNR dio lugar a dos
corrientes opuestas, cada una de las cuales se basaba en determinados
aspectos de la Revolución Nacional.

Por un lado, el nacionalismo de derecha, desarrollista, que
encarnaron los gobiernos militares de los 60 y 70, se apoyó en los aspectos
antiliberales del proceso de 1952 (inclusive en la utilización de los
sindicatos), mientras rechazaba disimuladamente su aspecto liberal. Así,
aunque organizando algunas elecciones y manteniendo una retórica
supuestamente democrática, en los hechos quiso “eliminar” la ciudadanía
política y resucitar el cesarismo del siglo anterior. Con el apoyo de los
Estados Unidos, estableció un poder fuerte que, siguiendo las recetas
industrialistas intentó desarrollar al país. La expresión más cruda de esta
tendencia la constituyó el gobierno dictatorial del General Hugo Banzer
(1971-1978).

La segunda línea fue el nacionalismo de izquierda, llamado también
“izquierda nacional”, que contó con el apoyo de las diferentes alas (menos
la cubana) del Partido Comunista. Su deseo era rescatar las banderas
antiimperialistas (en concreto, antiestadounidenses) que había arriado el
nacionalismo de los 40. Para esta corriente, que se basaba en la “teoría de
la dependencia”, el subdesarrollo de Bolivia no era la suma de las carencias
que diferenciaban al país de las metrópolis, sino el resultado directo de la
existencia y el éxito económico de las metrópolis, las cuales explotaban al
país. Las formas que adquiría esta explotación eran: a) el comercio injusto,
b) una división del trabajo dentro de la cual las metrópolis se reservaban
el papel más sostenible y rentable, y c) la succión de capitales por medio
de la deuda y de la repatriación de las utilidades de las empresas
extranjeras. La burguesía era funcional en este mecanismo de explotación,

15
pues tendía a globalizarse y por tanto a subordinarse al capital trasnacional.
Su contribución específica a mantener el estado de las cosas era política:
empleaba el nacionalismo militar para evitar el control social sobre sus
privilegios y capitulaciones.

Ergo, una parte de la lucha antiimperialista exigía apartar a la
oligarquía local, apoyar a los sectores burgueses auténticamente nacionales
(algo en lo que había fallado la Revolución, que en lugar de constituir una
burguesía capitalista autónoma había restituido la oligarquía dependiente
del extranjero de antes de 1952) y restaurar la democracia.

Sólo esto aseguraría un desarrollo endógeno, libre de la interferencia
imperialista y, en esa medida, exitoso. Puesto que el causante del
subdesarrollo era el imperialismo, sacando al imperialismo de en medio
(realizando la “liberación nacional”) se podía superar el subdesarrollo.
Puesto que el imperialismo prohijaba al nacionalismo militar (o “gorilismo”), que era cesarista como el del siglo XIX, entonces la lucha
revolucionaria y antiimperialista, en Latinoamérica, revestía simultáneamente un carácter democrático.

En una palabra, la izquierda nacional intentaba devolverle un
carácter democrático y endógeno al capitalismo de Estado heredado de la
Revolución Nacional: laboraba por la reaparición de una sociedad “mixta”,
en la que existiera una mayor ciudadanía política, aunque subordinada en
última instancia a la ciudadanización socioeconómica.

Sus sectores más marxistas suponían que así se acercaba de forma
progresiva, y por tanto realista, a una futura sociedad socialista.

A fines de los 60, sin embargo, una facción de la izquierda procuró
zafarse de la ideología nacionalista, de la visión de la revolución como una
sucesión de dos etapas y romper, entonces, con la ya mencionada “sociedad
mixta”. Esta facción, constituida por el comunismo guevarista (fuerte luego
de que el Che Guevara muriera en 1967 en un bosque del sur del país, en
lucha contra el nacionalismo de derecha), se sumó al trotskismo en la
formulación de la línea abiertamente revolucionaria y antidemocrática del
pensamiento boliviano, con un apoyo político mayor, aunque igualmente
circunscrito a los sectores medios radicalizados.
Paradójicamente, el guevarismo y el trotskismo combatieron a la
“moderada” izquierda nacional, que en esa época había logrado colocar en

16
el gobierno a dos militares que le eran favorables: los generales Alfredo
Ovando y Juan José Torres, que gobernaron, sucesivamente, de 1969 a 1971.
Con ello la extrema izquierda contribuyó al triunfo de Hugo Banzer, la
expresión más conspicua del nacionalismo de derecha.

Este yerro anuló a la izquierda radical hasta hoy. En 1982, en cambio,
la izquierda moderada o “nacional”, organizada en la Unión Democrática
Popular (UDP), reconquistó la democracia y cortó 11 años de nacionalismo
militar. Al mismo tiempo, intentó continuar con el capitalismo de Estado,
pero éste ya hacía aguas desde hacía mucho (los motivos son múltiples;
aquí no los mencionaremos). Se produjo entonces una crisis económica
sin precedentes, en la que tampoco abundaremos, pero que hundió a la
izquierda nacional y, con ella, al nacionalismo en general.

En 1985, una nueva opción apareció en el escenario. Desde la
Revolución Nacional, el proyecto de ciudadanización política sólo había
perdurado, y de forma conflictiva, en el nacionalismo de izquierda. A lo
largo de los años había adquirido un sentido acusadamente popular. En
1985 cambia de signo y, después de medio siglo, vuelve a aparecer en su
versión aristocratizante. Su nombre ahora es “gonismo” (por “Goni”
Sánchez de Lozada, su impulsor, que curiosamente se había convertido en
el candidato del MNR). En correspondencia con ello, los siguientes 15 años
se usaron para echar abajo el capitalismo de Estado y establecer reglas
liberales para la economía. Todos los aspectos antiliberales de la “sociedad
mixta” que postulaba el nacionalismo de izquierda fueron combatidos y
cuidadosamente erradicados. Por primera vez se decidió que la
ciudadanización política “completa”, es decir, sin exclusiones censitarias,
tendría la primacía, es decir, ya no debería subordinarse al propósito de
ciudadanización socioeconómica.
¿Era el “fin de la historia” (es decir, de esta historia)? No, no lo era.

El proyecto neoliberal, por razones que tampoco corresponde
señalar aquí, no alcanzó su propósito de extender el capitalismo y
desarrollar al país. Así, junto con este siglo, comenzó una etapa de
confrontación entre las clases trabajadoras y los gobiernos democráticos,
alimentada por el descubrimiento de grandes reservas de gas natural.

Esto avivó la tendencia a reconstruir un Estado concentrado
predominantemente en la redistribución de las rentas de los recursos
naturales. Junto con el levantamiento popular antiliberal surgió la “nueva

17
izquierda” boliviana, que, en esencia, hizo una reformulación de las
principales ideas del nacionalismo revolucionario.
Nuevamente estamos ante un intento de apropiación de los
excedentes modernos del país para su uso, desde el Estado, en un sentido
desarrollista, y, simultáneamente, ante un proceso de sustitución del
proyecto de ciudadanización aristocratizante por un proceso más radical
de participación popular y de ampliación del demos (a favor de los
indígenas). Es decir, nuevamente se trata de construir una sociedad
“mixta”, en la que la ciudadanización política esté subordinada y, aún más,
a expensas de las necesidades de la ciudadanización socioeconómica (“vivir
bien”), que para algunos sólo llega hasta la construcción de un capitalismo
de Estado firmemente controlado por el partido oficial, pero para otros
debería proyectarse hacia el “socialismo comunitario”.
Una vez más, gracias a ello, la ciudadanización política ha quedado
truncada y sometida a diversos riesgos. Entre 2006 y el presente, la nueva
izquierda desmanteló la mayor parte de los controles y frenos que se había
construido en el pasado para evitar el retorno al “trono” de un personaje
frecuente de la historia nacional, el caudillo autoritario. En contra de su
propia promesa de conceder una mayor participación política a los sectores
populares, y a su autodefinición como un “gobierno de los movimientos
sociales”, lo que ocurrió en verdad fue un incremento enorme y peligroso
del poder del Presidente y sus colaboradores más directos, y un intento de
disciplinar en torno a ese poder a los disidentes (a muchos de los cuales se
enjuicia o amenaza con enjuiciar), a las organizaciones sociales (que son
combatidas con energía cuando se movilizan en contra del Gobierno) y a
la prensa (presionada y, en consecuencia, autocensurada).
Con ello, la lucha por la ciudadanización política continúa siendo
una tarea pendiente para los demócratas. Al mismo tiempo, las relaciones
entre ésta y la ciudadanización socioeconómica siguen siendo una cuestión
abierta, que es necesario dilucidar por medio del debate teórico.

18
Andrés Gómez Vela

Periodista y abogado. Director Ejecutivo Nacional de
Educación Radiofónica de Bolivia (ERBOL), docente
de Periodismo de Opinión de la Carrera de
Comunicación de la UMSA. Autor de MedioPoder,
Derecho a la Información; No levantarás falsos
testimonios; Los periodistas y su ley.

Capítulo II

Mestizo,
¿concepto que une a Bolivia?
20
Andrés Gómez Vela

Lo mestizo define el ser boliviano. Como con la cultura
humana a lo largo de la historia, los procesos de mestizaje
–político, social, religioso, cultural, migrante y hasta
tecnológico- han ido configurando al ciudadano boliviano
y con él a un Estado que, también con sus transformaciones,
está pariendo “un nuevo ser boliviano”. Este es el trayecto –
que encarna a la vez un desafío y una hipótesis- que esboza
el autor de este texto.

Cuando Dios echó al mundo a Caín, en realidad lo condenó al
mestizaje, a mezclarse con sus semejantes de su misma especie, pero de
otra cultura. Y cuando los tres hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, se
repartieron por la tierra, tras el diluvio, en realidad tomaron el destino del
mestizaje, que terminó de materializarse en la Torre de Babel, cimentada
sobre la base de la soberbia del hombre, destruida a su vez por el soberbio
poder de Dios, quien para mestizarlos aún más hizo que hablaran lenguas
diferentes, sin dejar de ser iguales, hijos de un solo Creador, pero con
idiomas distintos para interpretar el mundo, crear cultura, pelearse y
volverse a mezclar.

Y si fuera insuficiente el origen bíblico del mestizaje, la ciencia
estableció que la cuna de la humanidad es África y la madre de todos los
seres humanos, una mujer negra, cuyos hijos se lanzaron a conquistar el
mundo, a producir culturas, lenguas, a diferenciarse. Aquellos que se
asentaron en el extremo norte de Europa, debido a su poca exposición al

21
sol, evolucionaron de un cutis negro a un cutis blanco, debido a la escasez
melanina en su piel, mientras que los que se quedaron en América y África
evolucionaron con bastante melanina para defenderse de los intensos rayos
del sol. Siglos después, los descendientes de estos seres que habían salido
de una misma casa inventaron medios de comunicación, transporte y se
volvieron a encontrar, ya sea en el comercio o la guerra, dos espacios
esenciales del mestizaje. A través del comercio viajaron la moda -en las telas
de vestir (la seda china) como sigue sucediendo hoy- las armas, los
utensilios de trabajo y de hogar (las alfombras persas); y mediante la guerra
se sustanció la violencia destinada a imponer por la fuerza un sistema de
gobierno, una lengua, unas costumbres, una cultura sobre la otra derrotada.

Cásese con la teoría que usted quiera, el ser humano que habita
estas tierras (Abya Yala, América, Amérrika, llámelo también como quiera)
es resultado de ese origen mestizo, ya sea divino o científico. Es producto
de ese movimiento permanente de oriente a occidente, de occidente a
oriente, de sur a norte, de norte a sur.

En tal sentido, el primer imperio de la humanidad, erigido por
Alejandro El Magno, conquistó a casi todos los pueblos del mundo
conocido de entonces, por tanto, los sometió al mestizaje político,
económico, social y cultural.

La historia, que narra las guerras y las transacciones comerciales
entre persas, lidios, egipcios, sumerios, griegos, aztecas, mayas, aymaras,
quechuas, cuenta, en realidad, la mezcla que hubo en las formas de
entender el mundo, el principio del tiempo, la filosofía de vida, las
producciones intelectuales y materiales.

Roma sucedió al imperio alejandrino y conquistó casi toda la Europa
continental, donde está Iberia, hoy España, a donde premió a sus soldados
destacados con tierras fértiles. Ahí está Mérida, una ciudad con amplia
herencia romana, de donde partieron los conquistadores, entre ellos
Francisco Pizarro, quien nació en Trujillo, Extremadura, donde además
de musulmanes y romanos se asentaron muchos años antes los visigodos.
Los musulmanes se quedaron en esas tierras casi 800 años (711-1492), hasta
que los expulsaron los reyes católicos, Isabel y Fernando, quienes luego
financiaron el viaje del italiano Cristóbal Colón hacia el nuevo continente.

El latín, lengua romana, dio origen al castellano y el árabe legó
muchos vocablos que comienzan con “al” (albañil, alcantarillado,

22
albahaca) y denominó Al-Ándaluz a la península y llamó Isbiliya a Sevilla
y, Garnata a Granada y la exclamación ¡Oh Alá! derivó en ojalá.

Por lo visto, Pizarro y sus amigos ya vinieron a América mestizos y
se encontraron con los incas, quienes por entonces habían sometido a casi
todos los pueblos de esta parte del mundo, entre ellos a los aymaras y a
otras culturas. Por ello, los indígenas ecuatorianos hablan una lengua
impuesta, el quichua, y no sienten ninguna simpatía por sus
conquistadores, los incas. La similitud de creencias entre las hoy llamadas
naciones andinas revela esta mezcla. Lo propio pasó con Hernán Cortez,
otro extremeño que sometió a los aztecas, quienes a su vez habían
sometido a los toltecas, chichimecas y otros pueblos de la zona. Los
imperios, sean incas, aztecas, romanos, españoles o británicos, han tenido
el mismo espíritu: expandirse, imponer su forma de deletrear el mundo,
imponer una cultura sobre otra y generar una tercera cultura; en resumen,
generar procesos de mestizaje.
Los mestizos españoles llegaron a mezclarse con los mestizos
americanos o abya yaleños, quienes además, según la ciencia, tienen
herencia asiática, basta ver los rasgos, no por nada mi apodo es “Chino”,
mi lengua madre es el quechua y mis apellidos son ibéricos.

¿Dónde está lo originario original (valga la tautología)? ¿En las
polleras sevillanas de las paceñas o en las trompetas que alegran a los
morenos o en los abrigos de vaquero estadounidense del grupo paceño Los
Intocables? ¿O en alguna de las tres caras del Señor del Gran Poder?
¿Dónde? ¿En los hijos de los aymaras, quechuas, guaraníes, mojeños que
engendraron hijos en Argentina o España y quienes muy pronto volverán
como hijos de otra cultura?

El sujeto indígena originario campesino no fue ni es un concepto
acuñado para nominar una raza o cultura pura, sino una categoría
sociopolítica formulada por la filosofía y el pensamiento políticos a fin de
incluir a las mayorías nacionales en la construcción de la bolivianidad y
superar así su marginamiento de la administración del Estado, aunque no
de la historia de la humanidad, en la cual tuvieron una presencia
imborrable.
Y en este tiempo de la opulencia comunicacional, de la sociedad
punto com, con Internet de por medio, estamos destinados, como Caín, a
mezclarnos más. ¿Una pruebita? “Feisbuqueamuay” (en quechua,

23
“háblame por facebook”), le dice la madre a su hija que vive en España. Y
ella responde: “Ya mamay, chateamusqayqui, qjaya” (“está bien madre, te
chateó mañana”).

Mestizaje político

Bolivia no está al margen del devenir de la humanidad. Este hecho
se refleja en la nueva Constitución Política del Estado, aprobada por una
Asamblea Constituyente con amplia presencia indígena y respaldada por
un gobierno comandado por un indígena, Evo Morales Ayma.

Cualquier repaso del texto constitucional refleja que está nutrido
de instituciones europeas de la democracia liberal, partiendo del mismo
concepto demos (pueblo) cracia (gobierno), que en lengua griega significa
el gobierno del pueblo. Obviamente que a este sustantivo se han agregado
algunos adjetivos, entre ellos comunitario, que por cierto deriva del
término francés comuna, y que hoy designa a una organización que une
diferentes intereses nacionales en un histórico proyecto político: la
Comunidad Económica Europea.

De hecho que las instituciones de la democracia directa, plebiscito
y referéndum también tienen origen foráneo. El primero se acuñó en Roma
a partir de una acción política de consulta a la plebe (clase social que
carecía de los privilegios de los patricios) respecto a un tema de interés de
ese grupo. El segundo también nació en Roma, del latín referre, referir, a
partir de una decisión del poder de consultar al pueblo romano respecto a
una norma específica.

Obviamente que en la nueva Constitución figuran nuevos términos,
por ejemplo, el bien vivir o el vivir bien, que coincide mucho con la Teoría
de la Suficiencia propuesta por Hans Kung1, comprendida como la forma
de vivir con bienes espirituales y materiales básicamente necesarios para
desarrollarse como ser humano sin restar al otro ni acaparar bienes en
desmedro de la humanidad.

Bajo la lógica de rescatar lo mejor de cada sistema o etapa histórica
de la humanidad y fusionarlo en el documento más importante de un país,
la Constitución registra la trilogía inca: ama sua (no seas ladrón), ama llulla
1 Kung, Hans; Proyecto de una ética mundial, Editorial Trotta, Sevilla, España, 1991.

24
(no seas mentiroso) y ama kjella (no seas flojo); además del imperativo
filosófico indígena de conservar la armonía entre el ser humano, los otros
seres vivos y la Madre Tierra.

Sin embargo, gran parte de la estructura organizativa del Estado
Plurinacional tiene origen europeo comenzando del mismo Estado, que
termina de gestarse en Roma como la máxima expresión jurídica de una
sociedad sobre la base primigenia de concertación de un grupo de personas
llamado “patricios”.

Desde aquel momento, la estructura organizativa del Estado
evolucionó hasta el ente actual cimentado sobre la separación institucional
de poderes, inspirada, en un principio, por el historiador griego Polibio,
cristalizada en Inglaterra desde antes de 1600 y teorizada ampliamente por
Montesquieu2 en la antesala de la Revolución Francesa, que luego acabó
con el gobierno de los hombres y engendró el gobierno de las leyes.
Fue tal la expansión de ese pensamiento político que las sociedades
democráticas de esta parte del mundo institucionalizaron los poderes
Legislativo, Judicial y Ejecutivo, y algunos estados como el boliviano,
incluyeron el Electoral, al que encargaron la administración del sistema
un ciudadano un voto para la elección libre de autoridades y para la
constitución de aquellos poderes. En pocas palabras, la filosofía política
propuesta por el liberalismo, en su lucha contra la casta dominante de la
edad medieval europea, se materializó en el hecho y el derecho también
en Bolivia.

El mismo liberalismo reprodujo en la teoría del pensamiento y la
práctica política los valores esenciales de la humanidad que figuran en el
constitucionalismo boliviano desde 1825 hasta la fecha: libertad, igualdad,
justicia, fraternidad, tolerancia, defendidos hoy a ultranza por los llamados
movimientos sociales.

Los derechos universalmente defendidos son resultado de ese
proceso de mestizaje de la humanidad, como el caso de la libertad de
expresión, que germinó en Inglaterra con la Areopagítica de Miltón3; se
2 Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu en el libro XI del
“Espíritu de las leyes”, atribuye la libertad de que gozaba Inglaterra a la separación de los
poderes legislativo, ejecutivo y judicial y a la existencia de frenos y contrapresos entre esos
poderes sobre los que estableció esas doctrinas como dogmas del constitucionalismo liberal.

3 Areopagítica: Discurso de John Milton al Parlamento de Inglaterra sobre la libertad de
impresión sin censura; es un tratado polémico en prosa de 1644, se encuentra entre las
defensas filosóficas más influyentes del derecho a la libertad de expresión, el cual fue
escrito para oponerse a la censura y a la necesidad de licencia de impresión y está
considerado una de las defensas más elocuentes de la libertad de prensa.

25
constitucionalizó luego en Estados Unidos con el famoso artículo
redactado en 1776 por George Mason4 y hoy figura en casi todas las
constituciones de los países democráticos.

Este largo proceso se expandió aún más tras la Segunda Guerra
Mundial, a partir del 10 de diciembre de 1948, con la declaración Universal
de los Derechos Humanos, suscrita por los estados aglutinados en
Naciones Unidas y por la que se autoimponen la obligación de garantizar
una treintena de derechos esenciales del ser humano para que pueda
desarrollarse como persona.

La evidencia de este mestizaje político está en el constitucionalismo
boliviano, que si bien en la Constitución de 2009 rescata algunos principios
de los pueblos precolombinos que habitaban esta parte de América,
sustenta su arquitectura jurídica en principios mundiales como la elección
libre de las autoridades por voto popular, la división de poderes, la máxima
de que todos somos iguales ante la ley, el amparo constitucional y la acción
de libertad.

El pensamiento político se construyó en siglos, desde los
presocráticos, pasando por los clásicos, Platón, Aristóteles, Cicerón,
Séneca, Marsilio de Padua, Maquiavelo, Hobbes, Locke, Rousseau hasta
los contemporáneos Popper y Bordieu. Y las ideologías se fueron
enganchando y mezclando a tal punto que el liberalismo dio nacimiento
al socialismo y al comunismo y éste hizo que volviera el liberalismo, esta
vez vestido de globalización.

Obviamente que cada sociedad, cada nación, cada Estado, cada
pueblo puso su sello al sistema político que adoptó. Impuso su
particularidad a los principios e instituciones establecidos por la
democracia, lo que significa que las democracias no fueron ni son iguales
en todas partes: unas son presidencialistas, otras parlamentaristas, pero
tienen una matriz común que data de hace siglos y ha ido experimentando
una evolución colectiva. En el caso boliviano, apenas desde hace 30 años
que experimenta avances sorprendentes.
Es probable que hasta el momento la historia de la teoría política
haya bebido muy poco de la fuente del pensamiento de los pueblos
4 Primera enmienda: El Congreso no aprobará ley alguna por la que adopte una religión
oficial del Estado o prohíba el libre ejercicio de la misma, o que restrinja la libertad de
expresión o de prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y a pedir al gobierno
la reparación de agravios.

26
indígenas de América, pero también es probable que beba más en el
proceso de cambio y en esta etapa descolonizadora que recién comienza.

Sin embargo, la Constitución Política del Estado, la
institucionalidad democrática de Bolivia, no dejará de ser la máxima
expresión del mestizaje jurídico-político, lo más seguro es que se acentúe
la mezcla por la propia naturaleza de la evolución de la filosofía política,
que se reproduce a partir de otras fuentes universales de conocimientos y
sirve, a su vez, como cantera para que otras culturas sigan produciendo
saberes.

Mestizaje religioso - cultural

Los pueblos precolombinos eran panteístas y politeístas, tenían
dioses como los griegos o los romanos para cada fenómeno o circunstancia,
por ejemplo, Tunupa era el dios andino del rayo, Zeus el Griego y Thor
representaba lo mismo en la mitología nórdica y germánica. Además, cada
familia tiene hasta ahora una deidad a la que “tributa ofrendas” para recibir
su protección (la llaman Esquina en el Norte de Potosí) al igual que la
tenían las familias romanas5. Otros pueblos americanos creían y creen
todavía que las montañas, los ríos, los árboles, la selva tienen vida propia
y a todo lo inexplicable lo representan con una deidad, al igual que otras
culturas de África y de Asia.
Cuando llegaron los españoles a esta parte del mundo, trajeron
consigo, como ya es sabido, la espada de acero de la conquista, la cruz, y
con ella, un dios y una religión. El carácter monoteísta de su religión
intentó desbaratar en un primer momento la cosmovisión de los pueblos
indígenas, cuyos componentes no comprendían la dualidad o el
maniqueísmo del mundo cristiano entre el bien y el mal, dios y el diablo,
sino como un proceso de complementariedad dialéctica del mundo donde
el bien y el mal podían convivir.
5 De las “numinas” primitivas surgieron las primeras diosas o dioses, casi todos ellos
relacionados con la vida agraria (ejemplo: Saturno). Los romanos invocaban y daban culto
a estas divinidades, no para honrarlas, sino para que no les perjudicasen y protegiesen sus
cosechas. Como conviene a la vida sencilla de entonces, las deidades se reparten en dos
grupos generales, las agrícolas y las domésticas. Las agrícolas se relacionaban en con un
lugar dado o con una determinada actividad de labranza, y el jefe de la familia tiene la
obligación de cumplir las ceremonias que estimulan los favores de los “menemes” o dioses
de la casa, representada por el jefe militar, son las “ penates”, guardianes de la despensa;
los “lares”, dioses del hogar, velaban por la buena suerte de la familia
(http://www.deguate.com/infocentros/educacion/recursos/historia/religionromana.htm)

27
Como en toda conquista comandada por la fuerza, en este caso la
espada española impuso la cruz a toda esta parte del mundo. Sin embargo,
si bien los indígenas aparentemente aceptaron en silencio la religión
foránea, pintaron con lo suyo la nueva creencia, de ese modo,
quechuizaron, aymarizaron, guaranizaron o chiquitanizaron el catolicismo
y dieron nacimiento a una nueva religión sobre la base del sincretismo.

Entonces el dios Tunupa se fundió con el Tata Santiago y la
Pachamama con la Virgen María y Dios con Viracocha; y en el curso de
siglos se fue construyendo toda la nomenclatura religiosa que se tradujo,
en parte, en el calendario de fiestas que hoy marca el tiempo de los
bolivianos.

De esta manera, hay decenas de poblaciones altiplánicas con el
nombre del Apóstol Santiago, entre las más conocidas están: Santiago de
Guaqui, Santiago de Huari, Santiago de Machaca, Santiago de Bombori,
Santiago de Huata. En ese mismo sentido, decenas poblaciones del oriente
boliviano fueron bautizadas por los conquistadores con nombres de santos
de la religión invasora: San José de Chiquitos, San Miguel de Chiquitos,
San Javier de Chiquitos, San Rafael de Chiquitos, San Joaquín, San Ramón,
Santa Ana del Yacuma, San Ignacio de Moxos, Magdalena, San Lorenzo. Y
para redondear la mezcla, la Virgen María se reprodujo, según las
características y cultura de cada región del país: Virgen de Copacabana (La
Paz), Virgen de Urkupiña (Cochabamba), Virgen de Chaguaya (Tarija),
Virgen de Cotoca (Santa Cruz).

Posiblemente por cálculo político de los primeros españoles, el
calendario santoral cristiano coincide con las fiestas y ritos de los pueblos
indígenas. Por ejemplo, la fiesta de la Cruz, que se celebra cada 3 de mayo,
choca con el Tinku que se realiza en las poblaciones del Norte de Potosí,
Pocoata, Macha, donde se sostienen feroces peleas a puño limpio en honor
a la Pachamama. Se trata de una ancestral administración anual de la
violencia que da como resultado una catarsis colectiva que desinfla la
violencia acumulada en los ayllus durante 12 meses.
En este proceso de indigenización de la religión católica, las fiestas
más expresivas como el Señor del Gran Poder en La Paz, que representa la
Santísima Trinidad, Dios, Padre e Hijo, se constituye en una de las más
ricas fuentes de expresión artística y folklórica de la cultura aymara
españolizada, donde se exponen bailes emblemáticos del altiplano con la
fe de recibir una merecida retribución del Dios de los invasores.

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Lo propio sucede con el Carnaval, una celebración importada de
Europa, que coincide con la Anata Andina, fiesta ancestral para celebrar la
primera cosecha brindada generosamente por la Pachamama. En esta
fecha se realiza una las entradas más famosas a nivel mundial, el Carnaval
de Oruro, para venerar a la madre de Jesús, María, representada en esta
ocasión por la Mamita del Socavón.

En estas y otras suntuosas festividades se exponen los bailes más
representativos del país, entre ellos la Morenada, que representa el
sufrimiento de los negros que llegaron desde África a las minas de Potosí,
donde no pudieron aguantar el frío que se produce a más de 4.000 metros.
La crudeza del clima los obligó a recluirse en regiones calidas como los
Yungas, donde algunos de ellos se dedicaron, desde hace siglos, a la
siembra de la hoja de coca y muchas de ellas hoy visten de cholas con
diminutas trenzas encrespadas debido a su cabello ensortijado.

Según estudiosos, el traje de la Morenada simboliza los toneles de
vino donde los antepasados de los afrobolivianos se escondían de los
explotadores españoles y la matraca grafica el sonido de las cadenas de los
esclavos que arrastraban al caminar lentamente por el peso de los grilletes.
Los hijos y las hijas de la comunidad afroboliviana son hoy producto de la
mezcla de tres culturas que se generaron en tres continentes: África,
América y Europa.

Al igual que la anterior, la danza de los Waqatokjoris tiene un origen
y una explicación. Es una parodia de la carrera de toros que habían traído
los españoles como una forma de diversión; los nativos incluyeron en la
coreografía a las lecheras, quienes mueven frenéticamente sus caderas que
sostienen una decena o más polleras abultadas.

Y ¿qué se puede decir de la danza de los caporales? Es la
representación de los capataces que controlaban el trabajo de los esclavos
negros, cuya coreografía y vestimenta han sido hábilmente estilizadas en
los últimos años, a tal punto que se ha convertido en el baile favorito de
jóvenes de todas las clases sociales.

En cambio la Diablada, la danza emblemática del Carnaval de
Oruro, refleja la rendición y pleitesía de la deidad del mal a la Virgen del
Socavón. En tanto, la diabólica figura que representa al diablo encarnó en
el llamado Tío de la mina, adorado hasta hoy por los trabajadores mineros,
pese a que sus antepasados incas no tenían ni la más remota idea del supay

29
español (diablo en idioma quechua). El Tío de la mina, ubicado
generalmente a la entrada al socavón, es una estatua de yeso con largos
cuernos de toro, quijada afilada de conquistador, ojos vidriosos, mirada
satánica y un inmenso falo que sobresale entre sus piernas y llega hasta sus
rodillas. Los mineros consumen en su honor, alcohol y coca para recibir su
protección.

Los instrumentos utilizados para bailar las danzas sincréticas, antes
descritas, tienen su origen en otros países. Las trompetas, sacabuches,
trombones y tubas fueron inventados en otras naciones, no en Bolivia, mas
son los que mejor sintonizan con la alegría del alma quechua o aymara.
Ejemplo palpable del mestizaje musical.

La fusión de la música es mayor en las ciudades bolivianas de los
valles. Por ejemplo, en Cochabamba y el Norte de Potosí, el instrumento
que prima en las fiestas del calendario señalado es el charango, que no es
más que el resultado del achicamiento de la guitarra española, que derivó
a su vez de la baglama egipcia popularizada por los árabes. A éste se suman
el saxofón y el acordeón, que en Carnaval desgranan sus armónicos sonidos
hasta activar el espíritu creativo de los famosos taquipayanacus (coplas
picantes), que tienen sus raíces en el contrapunteo de las tunas españolas.

De hecho que la cueca, baile preferido y practicado con elegancia
en los valles tarijeños y el Chaco tiene su origen en las danzas sevillanas.
Lo mismo se puede decir de la chacarera, desarrollada con matices criollos
en la geografía de la cultura guaraní y bailada al son de melódicos violines
y guitarras.

Tal es el mestizaje cultural que la fiesta europea de Todos Santos ha
sido dotada de elementos andino-amazónicos, particularmente en lo que
toca a la resurrección de los muertos y su retorno a la vida convertidos en
espíritus por algunas horas, como un preludio de la resurrección definitiva
de los cristianos, tal y como proclama la Biblia.

Redondean este largo camino de la mezcla a todo nivel las religiones
occidentales adoptadas por la población boliviana: católica, cristiana,
mormona, evangélica, Testigos de Jehová, etc. Se apropiaron del Dios de
los invasores y lo dotaron de sus particularidades como la challa y lo
feminizaron al sobreponérsele la Madre Tierra. Muy pocas personas
practican en el siglo XXI una religión estrictamente nativa, la mayoría
practica el sincretismo religioso.

30
Mestizaje social

Es cierto que muchas comunidades indígenas mantienen sus trajes
típicos, pero la mayoría de la población boliviana ha adoptado la
vestimenta occidental o la ha adaptado a su cultura; verbigracia, la chola
ha tomado como base el vestido de las sevillanas, al que ha convertido en
una falda larga acampanada llamada pollera.
Del mismo modo, desaparecieron las ropas típicas que vestían los
hombres en la era precolombina, entre ellas los uncus, y fueron
reemplazadas por las ropas universalizadas por Europa y Asia, entre ellas
los pantalones. Hoy, la mayoría de la población boliviana viste al ritmo de
la moda universal, creada en los centros comerciales estadounidenses y
europeos. En esta inevitable globalización se copian peinados, colores y
símbolos usados en otras latitudes del mundo.

Esta mezcla se reproduce en los nombres y apellidos de las
personas, la mayoría de origen ibérico, Gonzáles, Pérez, Sánchez, López,
Santander, y nombres de la misma cuna, Gonzalo, Jesús, Pedro, María,
Martha, Susana, aunque en el último tiempo han sido copiados nombres
anglosajones, Jonatan, Windsor, Steve, Wilson, debido a la influencia de
la cultura de masas difundida a través de la televisión y el cine. Otro
considerable porcentaje tiene apellidos nativos y españoles: Chávez
Aruquipa, Pérez Mamani; Morales Ayma, Noza Villarroel y
recientemente, en buena hora, ha resurgido el aprecio por los nombres
de las culturas originarias: Inti, Wáskar, Iyambae, Túpac, Tuma, Kory
Sonkjo, Tika.

La cocina de los bolivianos está llena de platos ibérico-americanos:
Sajta, Chicharrón, Pique, Charkekan, Majadito, Saice. Se preparan con
ingredientes nativos y traídos de otros países como la salchicha o la
hamburguesa.
Los muebles y su disposición en los hogares han sido pensados entre
artesanos del país y extranjeros, desde el living, la mesa con diseños
tiwanakotas o europeos, hasta las sillas con características orientales y las
camas elaboradas con madera de las selvas bolivianas, pero diseñadas en
otras latitudes del mundo.
No se salva el tiempo de ocio, donde se destaca la práctica del
deporte, entre ellos, el fútbol, que es la actividad favorita, ya sea en tierras

31
bajas o altas; y, como todos sabemos, el juego de la pelota es un deporte
que tiene sus orígenes en tierras mayas y asiáticas, pero las reglas del
football han sido otorgadas por Inglaterra, desde donde se expandió al
resto del mundo.

Con el fútbol sufren collas, cambas, chapacos, vallunos, y se genera
una especie de cohesión nacional cuando juega la Selección Boliviana, sea
en un torneo sudamericano o en las eliminatorias a la Copa Mundial. Tal
ha sido la influencia, que los equipos bolivianos tienen nombres
extranjeros, The Strongest, que en lengua inglesa quiere decir, el más
fuerte; Blooming, que se traduce como floreciendo; o Wilstermann, un
apellido extranjero convertido en símbolo del fútbol de tierras quechuas
(”La Wilster”). A estos se suman los emblemáticos Oruro Royal (Oruro),
Stormers (Sucre), Destroyers (Santa Cruz), Always Ready (La Paz) o el
Achacachi Football Club, equipo que representa a una emblemática ciudad
aymara, ubicada en el altiplano paceño.

A esta realidad se suman las transmisiones televisivas en vivo de
partidos de las ligas más famosas del mundo, española, italiana, inglesa,
además de la argentina o la brasileña, lo que crea una cultura deportiva
mestiza e incide mucho entre niños, adolescentes y jóvenes, quienes lucen
en sus encuentros camisetas de los equipos de esos países con los nombres
de Leonel Messi, Cristiano Ronaldo o Neymar.

Otros deportes como el básquetbol o el voleibol, también de origen
extranjero, en ambos casos, estadounidense, son muy practicados en las
escuelas y colegios del área rural, donde se organizan pequeñas olimpiadas,
como solían hacerlo los griegos, salvando las distancias, 500 años antes de
Cristo, para poner en vitrina a sus mejores atletas en carreras de fondo,
velocidad, lanzamiento de disco. Y por si faltara algún deporte se cultiva
el ajedrez, cuya cuna está en Asia.

A este proceso de aculturación, si usted quiere ponerle un nombre
más diplomático, se debe la reproducción de modismos que viajan entre
los países a través de los medios de comunicación. Por ello, es muy común
escuchar reproducir en Bolivia términos muy mexicanos como cuate,
chavo, chapulineada, cantinflada o dar nacimiento a una especie de
dialecto como el quechuañol (quechua español), similar al spanglish que
nació en algunas regiones de Estados Unidos donde vive un gran número
de migrantes latinoamericanos.

32
Mestizaje migrante

Según una encuesta de la Fundación Unir, realizada en 2006, más
del 42% de la población boliviana6 ya no vive en el lugar donde nació, de
ese total, más del 66% está constituido por jóvenes que oscilan entre los
18 y 24 años. De acuerdo con el estudio, las urbes que reciben mayor
migración de otras ciudades o de localidades del mismo departamento son
Santa Cruz, Tarija, El Alto, Oruro y Cobija.
Miles de los migrantes dejaron las poblaciones donde nacieron por
razones de estudio, de trabajo, familiares o en búsqueda de mejores
oportunidades de vida. Algunos de ellos volvieron a sus terruños llevando
consigo nuevas costumbres o formas de ver la vida, mientras que otras,
definitivamente han echado raíces en su nuevo destino.

Las personas que han decidido cambiar de ciudad o salir de una
provincia a una urbe han llevado consigo, además de su bolsa o mochila
de viaje, su cultura, la que practican en la región donde se encuentren, ya
sea mediante la comida, el baile, la música, el arte, las costumbres, pero
también han ido adquiriendo rasgos culturales de los habitantes de su
nueva residencia. Por eso bailan con soltura envidiable una morenada o
un taquirari, cantan con insuperable “originalidad” una cueca, un huayño
o un huayño-cumbia. Y contagian la challa (tributo a la Pachamama) en
Cobija, el Chaco o Tarija.

Aquellas personas que han marchado solas, por razones de estudio
o trabajo, han tejido nuevas relaciones sociales con jóvenes de la ciudad
donde ahora viven, y muchas de ellas y ellos se han casado o han
constituido pareja con una mujer u hombre del lugar, conformando una
especie de matrimonios interculturales, en los cuales la vida está llena de
diversidades culinarias, musicales, lingüísticas, en definitiva, culturales,
que terminan por materializarse en carne y hueso en los hijos y las hijas,
quienes casi de forma automática crean una tercera cultura.

Dicho de otro modo, los niños y las niñas de padres y madres de
diferentes ciudades y culturas que nacieron en poblaciones distintas a la
de sus progenitores interactúan en las instituciones de su ciudad natal y
crecen como progenitores de una nueva cultura.
6 Fundación Unir. Encuesta nacional: Diversidad cultura, hoy 206
(http://www.unirbolivia.org/nueva3/index.php?option=com_content&view=category&l
ayout=blog&id=7&Itemid=16)

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A la migración interna se agrega la externa. De acuerdo con datos
de 2008 del Servicio Nacional de Migración (Senamig)7, los connacionales
residen en 44 países del mundo. Se calculó aquella vez que 1.797.495
millones de bolivianos son inmigrantes regulares legales y 400.000,
irregulares. También se estableció, a través de las legaciones diplomáticas,
que la cifra real de connacionales en el exterior ronda las 2.274.925
personas, si se toma en cuenta a los bolivianos no radicados de forma
regular. De ese total, se concentra en Sudamérica el mayor número de
emigrantes: 1.269.183; le sigue Europa, donde hay 366.566; en
Norteamérica viven 148.094; entre África, Asia y Oceanía, 6.932; y en
Centroamérica, 6.720. Gran parte de los migrantes prefieren destinos como
Argentina, Brasil, España, Italia y Estados Unidos.

Los migrantes al exterior, casi en su totalidad, no llevan consigo
bienes materiales, por el contrario, van en busca de ellos; sin embargo,
cargan, como ya dijimos líneas arriba, las narraciones culturales que
heredaron para interactuar en su nuevo mundo.

En ese sentido, los compatriotas que ahora viven en Estados Unidos
aprendieron una lengua que, en términos sociolingüísticos, significa
conocer un nuevo código de interpretación de la realidad para desarrollarse
como persona. En términos psicosociales, significa ser parte de un proceso
de aculturación.

Imagine por un momento a una pareja de bolivianos que ha tenido
hijos en España, de donde hace 520 años llegó una parte de sus
ascendientes, a cuya cuna volvieron ellos y ellas como quechuas, aymaras,
mojeños o simplemente cruceños, potosinos y cochabambinos y se
reprodujeron biológica y culturalmente. La mezcla es más interesante
todavía si la pareja es binacional, padre español y madre boliviana o
viceversa. Se repite la mezcla de la conquista, cinco siglos después, pero
en otras condiciones, aunque en todo caso sería un re-mestizaje.
Es probable que muchos de ellos y ellas retornen y se reestablezcan
en alguna ciudad boliviana; es muy probable que sólo traigan unos euros
y en algunos casos ni un solo dólar; pero de seguro que habrán traído una
o dos mochilas cargadas de nuevas costumbres, usos y formas de ver del
mundo. Y si retornan sus hijos e hijas, por supuesto, llegarán con una valija
repleta de elementos culturales diferentes dispuestos a impregnarse de la
7 Informe del Servicio Nacional de Migración (Senamig) de 2008,
(http://cedla.org/obess/node/1306)

34
bolivianidad. Y si volvieran con esposo europeo o esposa americana o
asiática, la interculturalidad será aún más marcada.

Mestizaje tecnológico

En medio del mestizaje social, político, económico, llegaron las
nuevas tecnologías de información y comunicación (TIC), que
dinamizaron más este proceso porque son vehículos de la cultura de masas
y espacios de aculturación. En un primer momento, la radio puso en
circulación rápida entre los países del orbe nuevas realidades e ideologías,
encapsuladas en información.

Luego el cine no sólo mostró imágenes de otras latitudes, sino se
convirtió en un exportador de modelos de vida y de entender un mundo
que ya había comenzado a achicarse.

Con más poder llegó la televisión, que expandió como reguero de
pólvora la cultura de los países dominantes por lo que fue acusada de
pretender homogeneizar el mundo en desmedro de las denominadas
civilizaciones débiles, debido a que había saltado de vehículo a productor
de la cultura de masas.

Esta realidad quería decir que la nueva tecnología no sólo había
sumado la imagen al lenguaje de la información, sino que se convertía en
la generadora de nuevas escalas axiológicas, patrones sociales, filosofías
de vida a través del código de la distracción, traducido en telenovelas, series
o programas de humor como el Chavo del Ocho o el Chapulín Colorado.

Bolivia se metió de lleno en ese mundo imaginario, pero sin compartir
casi nada, sino dejándose subsumir por los productores de la cultura universal.

Con la televisión por cable las posibilidades se multiplicaron y los
débiles diques nacionales se rindieron. La cultura avasallante llegó en
exclusiva desde todas las esquinas del mundo a cada hogar que así lo solicitó.

Las nuevas Tecnologías de Información y Comunicación
constituyen, en este mismo momento, la máquina infinita de la
globalización, que a decir de Zygmunt Bauman8, pone en serio
8 Bauman, Zygmunt, La Globalización, consecuencias humanas, Editorial Fondo de
Cultura Económica, Argentina, 1999.

35
cuestionamiento el Estado Nacional porque se comprime el
espacio/tiempo en el viaje de la economía a tal punto que mantiene un
paso de ventaja sobre cualquier gobierno que intente limitar los
movimientos de las transnacionales.

La red Internet es la dinamizadora de la globalización. “En la
actualidad, todos vivimos en movimiento. Muchos cambiamos de lugar:
nos mudamos de casa o viajamos entre lugares que no son nuestro hogar.
Algunos no necesitamos viajar: podemos disparar, correr o revolotear por
la Web, recibir y mezclar en la pantalla los mensajes que vienen de rincones
opuestos del globo”, dice Bauman y agrega, “pero la mayoría estamos en
movimiento aunque físicamente permanezcamos en reposo. Es el caso del
que permanece sentado y recorre los canales de televisión satelital o por
cable, entra y sale de espacios extranjeros con una velocidad muy superior
a la de los jets supersónicos y los cohetes cósmicos, pero jamás permanece
en un lugar el tiempo suficiente para ser algo más que un transeúnte, para
sentirse chez soi”.
Ante la inevitabilidad de este fenómeno, el premio Nóbel Joseph
Stiglitz se preocupa de hacer funcionar la globalización9 y el sociólogo
español Javier Castell asegura que vivimos en una sociedad red que está
cambiando toda nuestra liturgia de vida, desde el trabajo, pasando por la
economía, hasta el tiempo de ocio.

Por las redes sociales, Facebook, Twitter, circula la vida, la economía,
la cultura, la revolución, como en el caso de la llamada Primavera Árabe.
Bolivia ingresa cada vez más a este mundo, y los bolivianos van asumiendo
el reto de comprender Internet como el nuevo canal de integración al
mundo en todos los ámbitos. Prueba de ello es que en algo más de seis años
el acceso de la población nacional a Internet creció casi en un mil por
ciento. En 2004, se calculaba que apenas 100 mil personas tenían acceso a
la red; en 2011, la Autoridad de Regulación y Fiscalización de
Telecomunicaciones y Transportes (ATT) informó que 800.000 bolivianos
están conectados a Internet, al margen de las personas que
esporádicamente usan el servicio.
Una de las repercusiones de este proceso de crecimiento se constata
en el lenguaje que creativamente va inventando nuevos verbos:
feisbuquear, tuitear, chatear. Y si tomamos en cuenta que la base del
9 Joseph E. Stiglitz, Cómo hacer que funcione la globalización, editorial Taurus, Argentina,
2006.

36
mestizaje cultural es la lengua, pues, inequívocamente ingresamos en un
terreno de simbiosis permanente entre cosmovisiones distintas.

La cereza sobre la torta tecnológica la representa el teléfono móvil,
conocido en Bolivia como celular, que facilitó en tiempo real el viaje de la
mezcla cultural a través de los servicios que presta desde un simple teléfono
hasta un reproductor de música, video o soporte de Internet. Según informes
de la ATT, más del 80% de los habitantes del país usa el celular. Naciones
Unidas recientemente reportó que de los siete mil millones de personas que
viven en la tierra, seis mil millones cuentan con acceso a telefonía.
Estos datos demuestran que, como nunca antes en la historia de la
humanidad, estamos interconectados entre los seres humanos, lo que
significa que vivimos una etapa de irreversible conexión de realidades,
historias de vida, pensamientos, sentimientos y recorremos un camino sin
retorno a la constitución de un ser global con rasgos muy particulares de
cada país o continente, pero con muchos elementos universales. Y Bolivia
no está aislada de este proceso.

Del Estado criollo al proyecto de Estado mestizo

El historiador Charles Arnade plantea en su libro “La dramática
insurgencia de Bolivia” que el país es el resultado de la voluntad de un
grupo de criollos que, tras ver cómo eran derrotadas las tropas realistas, se
pasó al bando de los independentistas y decidió quebrar el sueño de la
Patria Latinoamericana, pero más que todo la posibilidad de unidad con
el Bajo Perú, y constituir un nuevo Estado con un único objetivo: preservar
sus privilegios en desmedro de la mayoría indígena del país.

Ese grupo oportunista, según otros historiadores, estuvo constituido
también por mestizos, definido en aquel momento a partir de la genética
como hijo o hija de un padre o una madre española con una madre o un
padre indígena. En otras palabras, determinado a partir de la “sangre” y no
tanto de la cultura. En este marco, la historia cuenta que los llamados
“doctorcitos”, entre ellos Casimiro Olañeta y José María Serrano, tramaron
de manera truculenta el nacimiento de Bolivia excluyendo a la mayoría
indígena.
Bolivia nació como feudo de un pequeño grupo de hijos de
españoles que no pelearon por la libertad ni por la justicia, sino que usaron

37
su formación académica y política para preservar sus privilegios de sangre,
de casta, en el nuevo Estado.

El sujeto indio había sufrido tal derrota en 333 años que no tenía
capacidad ni siquiera para cuestionar la constitución del nuevo país, pese
a que había combatido obligado en ambas filas, tanto entre los
independentistas como entre los realistas, aunque algunos historiadores
dicen que, en realidad, los indios permanecieron alejados de esta contienda
que se definió entre españoles, criollos y mestizos.

Recién en la Guerra del Pacífico el indio asoma como sujeto con
existencia republicana en las filas del Ejército Boliviano, pero sin
comprender claramente el valor mismo de la Patria, sino como un sujeto
impelido a defender algo que no consideraba suyo por la traición que había
sufrido en su nacimiento por parte de los parteros de la República.

Desde entonces y hasta la Guerra Federal el indio estuvo ausente en
la construcción del destino de Bolivia. Recién a finales de siglo XIX, el
indígena emerge como aliado de las filas federalistas, con Zarate Willca,
para derrotar a los republicanos. La traición de los federalistas terminó con
la vida de Willca y se ratificó la predominancia criollo-mestiza en la
conducción de los destinos de la República.

El episodio de la Guerra del Chaco (1932-1935) demostró que la
columna vertebral del Ejército Boliviano eran los indígenas, pues, fueron
ellos, quienes al final defendieron a la Patria que no fundaron, pero por la
que pelearon desde sus mismos inicios, con héroes como el “Tambor
Vargas” y los guerrilleros de Ayopaya o los quechuas como Alejo Calatayud,
entre otros.

La contienda del Chaco no sólo desnudó el uso instrumental de
los indígenas sino que incubó una conciencia política en el sujeto nativo,
pero particularmente, en los mestizos, quienes comprendieron, en este
episodio, que Bolivia no era un Estado, sino un simple conglomerado de
seres humanos que vivían sin un sentido de Patria, sin un ideal de
hombre, como unos desheredados que el destino había puesto en unos
límites territoriales a los que no consideraban como propios ni
comprendían la razón de vida de una república llamada Bolivia. Es decir,
no sabían el significado de Bolivia, ni por qué ellos y ellas tenían que ser
bolivianos.

38
Este estado de la conciencia social fue leído con acierto por
intelectuales de la talla de Augusto Céspedes, Carlos Montenegro, Hernán
Siles Suazo, Víctor Paz, Wálter Guevara Arce, Juan Lechín Oquendo, entre
otros, quienes, luego, como resultado de esa interpretación propusieron
la inclusión de los indígenas con el objetivo de preparar el nacimiento del
nuevo ser boliviano a través de medidas ineludibles y muy necesarias en
ese momento:
1. Nacionalización de las minas, para producir riqueza desde el
Estado y redistribuirla con el fin de acondicionar un país con
igualdad.

2. Devolución de la tierra a los hijos legítimos de Bolivia, los indios,
para restar poder económico a la rosca minero feudal y erigir una
burguesía nacional.

3. Educación para todos y todas con el fin de crear, en las aulas, al
nuevo ser boliviano libre.

4. Participación política de los indígenas a través del voto universal
para incluirlos en la responsabilidad de la conducción del
Estado, pero sólo con el deber de elegir y no con el derecho de
ser elegidos.

El 9 de abril de 1952 comenzó a nacer el nuevo Estado y el nuevo
ideal del hombre boliviano: el mestizo. La historia dice que la Revolución
fracasó en el fin, pero no en el medio: la inclusión de los indígenas en la
vida política nacional. Los críticos señalan el proceso de mestizaje
propuesto desde el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) como
algo inducido y homogeneizante, por tanto impuesto, entonces destinado
al fracaso.
Sin embargo, es innegable el ascenso que experimenta el
movimiento indígena y popular desde el momento en que sus
componentes comenzaron a cumplir su deber de elegir al gobierno de la
República con el objetivo histórico de ejercer el derecho de ser elegidos
ellos dentro de un tiempo.

En ese devenir, el indio se convirtió en proletario, ingresando como
trabajador a las minas, a las fábricas, y sus hijos comenzaron a formarse
en las escuelas y colegios bajo el espíritu del nuevo código de educación,

39
desde donde repensó la historia y empezó a cuestionar en tono dialéctico
al Estado que le había dado alas políticas, pero paradójicamente seguía
preservando estructuras coloniales y de exclusión.

Se constituyó en sujeto económico en su condición de propietario
de una parcela de tierra y productor de sembradíos para el mercado
interno, pero ante todo se convirtió en un sujeto político, en un primer
momento, con capacidad de elegir, y, en un segundo momento, con
capacidad de ser elegido para administrar el Estado.

Pero no sólo para elegir y ser elegido, sino también producir o elegir
ideología política y no solamente praxis. Resultado de este proceso “cada
2 y 6 de agosto, Fausto Reinaga marchaba solo cargado de una pancarta
que decía “la tierra no es de quien la trabaja, sino del indio”10. De este modo,
el intelectual indianista cuestionó uno de los principios de la Revolución
Nacional (“la tierra es de quien la trabaja”) y por lo cual propuso una
revolución india en lugar de la revolución nacional, que había reducido las
posibilidades de reproducción de sus formas de organización ancestral a
cambio de la sindicalización.

“A mi regreso de Europa, rompo con toda mi tradición intelectual y
con toda mi producción cholista. Hubiese querido que no existiese…Es
otra etapa, otro camino que he encontrado; y tengo otra meta en el
horizonte. En mis obras de 1940 a 1960 yo buscaba la asimilación del indio
por el cholaje blanco-mestizo. Y en las que he públicado de 1964 a 1970 yo
busco la liberación del indio, previa destrucción del cholaje blancomestizo… y yo planteo la Revolución India”, escribe Reinaga en su obra
cumbre “La Revolución India”.

Hágase todas las críticas posibles, pero es ineludible reconocer que
la Revolución del 52 dio nacimiento al indio proletario, intelectual, liberal,
sindicalista, que recién en la primera década del siglo XXI saltó de ser un
simple elector a ejercer su derecho de ser elegido por las reglas de la
democracia burguesa.

Aunque el movimiento indígena sufrió un retroceso en sus
propósitos durante las dictaduras, no implica que haya dejado de ser sujeto
histórico. Prueba de ello es el pacto militar campesino y el nacimiento de
10 Esta historia fue contada por el periodista Carlos Salazar, exiliado por la dictadura de
Hugo Bánzer en 1971, y corresponsal de la agencia de noticias alemana, DPA, durante más
de tres décadas.

40
la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia
(CSUTCB). La construcción de estos espacios políticos demuestra que el
sector indígena campesino comenzó en ese tiempo a organizarse, en una
primera etapa, para seguir resistiendo, pero haciendo política; y, en una
segunda etapa, para aspirar a la toma del poder.
Con el advenimiento de la democracia y ya a finales del siglo XX se
fortaleció el sujeto político indígena y se extendió al oriente boliviano con
el nacimiento de organizaciones como la Central Indígena del Oriente
Boliviano (CIDOB), que ha tenido mucho que ver con la construcción del
Estado Plurinacional, las autonomías y la defensa del medio ambiente,
para la cual ha utilizado como instrumento de lucha las marchas11.

Hasta esta parte, queda probado el proceso de mestizaje que sufrió
el indígena, campesino, obrero y popular y que sus gestas son resultado de
métodos políticos originarios y occidentales, tales como la marcha y el
ejercicio de la democracia comunitaria y la democracia representativa, cuya
máxima forma de participación es, precisamente, la ecuación un
ciudadano un voto.

El Estado Plurinacional

En los últimos 20 años del siglo pasado, el movimiento indígena
originario campesino reivindica su historia, su cultura, su cosmovisión con
más intensidad que en la segunda mitad del siglo XX, pero en un escenario
más mestizo porque mide sus fuerzas en un sistema político occidental,
cuyas armas, como el voto y la organización de instrumentos políticos
llamados partidos, le son útiles en el logro de sus objetivos.
Sin embargo, si bien se desarrolla en el ámbito descrito, se encarrila
en un propósito de desmestización, de descriollización y se radicaliza en
un proceso de indigenización de la sociedad boliviana como respuesta a
los 520 años de colonización.

En este contexto surgen movimientos con el propósito de impregnar
con el alma originario indígena toda la actividad humana, desde la política,
11 Hasta esa fecha, la Cidob realizó ocho marchas, la última fue en defensa del Territorio
Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure, que puso en jaque al gobierno del Movimiento
Nacionalista Revolucionario.

41
pasando por la economía hasta llegar a la cotidianidad cultural, pero sin
desprenderse de los instrumentos que le otorgó el sistema político
occidental, asentados, tal y como señalamos en la primera parte, sobre un
Estado democrático con tres poderes separados y con instituciones
europeas como el Defensor del Pueblo y el Tribunal Constitucional.

Así se explica el nacimiento de la categoría sociopolítica indígena
originario campesino, como un intento por indigenizar a la Bolivia que se
propuso mestizar el MNR, pero sucedió todo lo contrario. Se produjo el
doble mestizaje del sistema político boliviano. Justicia occidental, justicia
originaria; elección de autoridades por voto ciudadano, pero también por
usos y costumbres; democracia representativa y participativa, pero
también democracia comunitaria; veneración a Dios, pero también a la
Pachamama, igual Estado laico.

Finalmente, la historia da nacimiento entre 2006 y 2009 a la nueva
Bolivia, a través de una Asamblea Constituyente, pero esta vez con la
presencia de los excluidos de la Asamblea Constituyente de 1825, cuando
se redactó una Constitución que no fue nada revolucionaria, sino una
simple certificación del cambio de dueño de Bolivia, que no cambió en
nada la vida del indígena originario.
Han tenido que pasar 185 años para que aquel sujeto histórico
construido en el ámbito político y no en el terreno genético (sino sería
fascismo) defina el destino de la tierra que siempre fue suya, constituyendo
lo que hoy se conoce como Estado Plurinacional de Bolivia.

La definición sociopolítica de lo indígena originario campesino no
se sustenta en la pureza de sangre, ni tiene mucho que ver con la
biopolítica; es más bien un concepto construido para superar la exclusión
y hacer justicia con la toma del poder. No refleja pureza de raza ni una
cultura inmaculada, sino la virginidad política de un sector social en la
administración de un Estado que comenzó a sentir casi suyo tras la Guerra
Federal; suyo a medias después de la Revolución del 52; y enteramente suyo
con el Proceso de Cambio.

El resultado más esperado del Estado Plurinacional radicaba en el
epitafio que iba a poner fin a ellos/nosotros; los kjaras/los taras; los
blancos/los indios, quechuas/aymaras y comenzar a construir un
NOSOTROS sobre el ideal de hombre que quiere parir el Proceso de
Cambio.

42
El concepto indígena originario campesino maduró en luchas
sociales como la Guerra del Agua, la Guerra del Gas, y en las instituciones
democráticas como las elecciones nacionales que condujeron a sus
representantes hasta la administración del Estado. Y se podría decir que
ya cumplió su cometido de incluir al excluido de los designios del país, lo
que significa que agotó su función política.
Ahora está obligado a recorrer hacia su nuevo destino si desea la
realización total del Estado Plurinacional, en el marco de la revolución
cultural.

Por ahora, se comprende el concepto Plurinacional como la
coexistencia de culturas, sobre la base de la tolerancia; pero no como la
convivencia de culturas, sobre la base del respeto, destinadas a seguir
creando más culturas con un ideal de hombre, que supere el monismo
moral y asuma mínimos acuerdos sobre los criterios de justicia y sea
flexible sobre los criterios de felicidad (el bien vivir o el vivir bien), pero
sin perder de vista que los seres humanos son fines en sí mismos, antes
que simples medios, sin importar su cuna cultural.

El nuevo ser boliviano

La persona que vive en Bolivia, un Estado que tiene menos de 200
años, a diferencia de otros países europeos, es producto de los antecedentes
señalados, vale decir, de la simbiosis producida en el ámbito de la religión,
la política, el lenguaje, la tecnología.

Es un ser que cuando nació la República ya era resultado de una
mezcla marcada por la Colonia, donde se produjo el proceso de mestizaje
inevitable (así se lo denomine colonialismo cultural) por la preeminencia
o el avasallamiento de una cultura sobre otra. Aquella, sin embargo, en 500
años no pudo borrar las profundas huellas de la cultura que pretendió
anular; por ello, coexistieron y, sin proponérselo, constituyeron una tercera
cultura.

Durante gran parte de la Colonia, el mestizaje fue una mala palabra
y los mestizos unas malas personas. Así lo confirma el sociólogo
ecuatoriano Hernán Ibarra, que lo define “como el proceso biológico de
miscigenación que ocurre donde hay el contacto entre distintos grupos
raciales y étnicos”.

43
En criterio de este estudioso, “el mestizaje, como producto colonial,
fue un proceso de mezcla de razas, que se tradujo en las castas racialmente
mestizas. Esto se refiere a que quienes no eran blancos, indios o negros
tenían una condición social de castas con denominaciones que abarcaban
los diversos tipos de mestizos resultantes de la situación colonial”. Ese tufo
despectivo sobre el cholo, el mestizo, también lo refleja magistralmente
Ximena Soruco Sologuren, en su libro “La ciudad de los Cholos”12.

Para Ibarra, en un sentido cultural, el mestizaje es el proceso de
aculturación que se desarrolla en diversos momentos y circunstancias
históricas. El sentido ideal de los procesos de mestizaje, su “deber ser”, es
el del intercambio cultural con el enriquecimiento de las partes, pero el
mayor obstáculo para que esto ocurra, según ha demostrado Róger Bastide,
es que las barreras de los prejuicios raciales y la discriminación son tan
poderosas que impiden los contactos entre vertientes culturales13.

Con el fin de superar este prejuicio y la concepción homogeneizante
de la Revolución Nacional sobre el término mestizo, el Estado boliviano
optó por comprenderse como un espacio de naciones, pero donde,
paradójicamente, no cabe la nación mestiza.

Para entender mejor, concertemos el concepto de nación que,
formalmente, aparece en 1789 en la declaración de los Derechos del
Hombre en los siguientes términos: “el principio de soberanía reside
esencialmente en la nación”. Los revolucionarios franceses habían
presupuesto este término antes de desarrollarlo y lo identificaban con el
pueblo. En otros lados las “naciones” eran entidades dudosas. En tal
sentido, para Hegel la lucha entre naciones era el motor de la historia, lo
que para Marx era la lucha de clases; y para Nietzsche, la lucha de razas.

En ese devenir coincidieron cuatro criterios para definir la nación14:
1) Una entidad política definida por los límites del Estado. Bajo esta
definición las naciones se reúnen en las Naciones Unidas. En la otra vereda
está el Estado Plurinacional, que traducido sería un Estado con muchas
naciones. 2) Una unidad geográfica definida por las fronteras naturales o
por alguna identidad territorial histórica. Podría ser la nación inglesa, que
es una entidad definida por la geografía. 3) Un pueblo autoconsciente de
12 Soruco, Ximena; La ciudad de los cholos, mestizaje y colonialidad en Bolivia siglos XIX
y XX, Editorial Tarea Asociación Gráfica Educativa, Lima, Perú, 2011.

13 Ibarra, Hernán; La otra cultura, imaginarios, mestizaje y modernización, Editorial
Marka, Quito, Ecuador, 1998.
14 Jay, Richard; Ideologías Políticas, Editorial Tecnos, Madrid, España, 2004

44
su identidad y unidad comunes, que se manifiesta en una acción política
colectiva o una cultura nacional distinta. 4) Un pueblo definido por alguna
característica “objetiva” de su vida social; por ejemplo, el lenguaje común,
los orígenes étnicos o raciales, la religión o una existencia económica
compartida. Este criterio engloba a las naciones del Estado Plurinacional.
Según Richard Jay, “juntando estos cuatro elementos obtenemos
una nacionalidad ideal: un pueblo con su propio Estado y con su propia
patria, con una cultura y una conciencia nacional desarrolladas, y
socialmente homogéneo”.

El cuarto criterio da nacimiento a la nación mestiza, pues al igual
que la aymara, chiquitana o mojeña tiene un lenguaje común, un origen
que data de hace más de 500 años, una existencia económica, un alma
colectiva.

Ahora retornemos al concepto mestizo, que nace en la Colonia, y
que según el Diccionario de Relaciones Interculturales es una construcción
que sólo adquiere sentido cuando se considera en su relación con su par.
Este constructor encuentra su mayor expresión en el sentido ideológico y
se presenta en dimensiones culturales, biológicas, lingüísticas e incluso
epistemológicas. El mestizaje ha pasado desde la imagen racial a la
metáfora cultural. Otros autores, entre ellos el investigador boliviano
Rafael Archondo, plantean que los mestizos son quienes se sitúan en los
espacios próximos a culturas sin pertenecer plenamente a ellas; mientras
que la socióloga e historiadora boliviana Rossana Barragán, indica que es
una variante urbana de la cultura indígena, una especie de vanguardia
citadina que, sin dejar de ser lo que fue, adquiere nuevos recursos y una
nueva lógica para preservar sus valores.

Es decir, el mestizo o la mestiza dejó de ser producto genético de la
mezcla de razas, a tono con la ciencia, que ya demostró que no hay razas.
Mantener aquella definición sería reproducir un pensamiento colonial en
plena era descolonizadora. Por tanto, podemos y debemos definir el
mestizaje como la mezcla de dos o más culturas que da nacimiento a una
tercera cultura; es decir, a una nueva nación con un lenguaje común, un
origen común, una historia común, pero sin subsumir particularidades o
rasgos específicos de sus subcomponentes.

En esa onda, Ibarra subraya: “el mestizaje ha variado
históricamente, al pasar de la estigmatización y la definición negativa hacia

45
una identidad positiva con la formación de la conciencia nacional en el
siglo XX. En esto fue esencial la revolución mexicana de 1910 y la revolución
boliviana de 1952 que consolidaron los fundamentos de una conciencia
nacional mestiza”. Sobre esta historia se reproduce la ideología del
nacionalismo, doctrina universal inventada en Europa en el siglo XIX, que
“sostiene que la humanidad se divide naturalmente en naciones, que las
naciones poseen ciertas características que pueden determinarse, y que el
único tipo de gobierno legítimo es el autogobierno nacional”.

Entonces, es incoherente discriminar un concepto, como sucedía
durante la Colonia, cuando ha construido una identidad en más de medio
milenio y tiene las características señaladas en la primera parte de este
trabajo. No se puede negar 520 años, tiempo en el cual la palabra mestizo
cambió su base epistemológica.

El origen negativo del mestizaje asume, en este nuevo tiempo, un
destino positivo e inevitable gracias al proceso vivido y a la presencia física
de las tecnologías de información y comunicación que han vehiculizado
la globalización.

El término que nació para despreciar a un segmento de la población
y que por ello mismo era despreciado, hoy se ha convertido en un término
muy apreciado, al menos en Bolivia, porque tiende a convertirse en la palabra
bisagra que puede unir al país y cohesionar lo boliviano con lo quechua, lo
boliviano con lo aymara, lo boliviano con lo camba, lo boliviano con lo
guaraní. Así lo demostró, la encuesta de la Fundación Unir, realizada en
200815, que revela que el 73.3% de la población encuestada se identificó como
mestiza, pero a la vez el 67% se declaró perteneciente a un pueblo indígena.

El estudio señalado demuestra que el concepto mestizo no mata a
otras identidades (tsiman, surcaré, chiquitano), sino que fusiona
identidades mestizo/quechua; mestizo/aymara; mestizo/mojeño; por
tanto, proyecta la estructuración de una nación con un ideal de hombre
en los términos planteados por Adela Cortina16.
El concepto indígena originario campesino se ha convertido en una
categoría política que ha logrado su propósito: derribar al Estado
15 Fundación Unir; Segunda Encuesta Nacional, diversidad cultural 2008;
(http://www.unirbolivia.org/nueva3/index.php?option=com_content&view=category&l
ayout=blog&id=7&Itemid=16)

16 Cortina, Adela; Ética mínima, introducción a la filosofía práctica; editorial Tecnos,
Madrid, España, 2010.

46
colonizador y excluyente y erigir un Estado Plurinacional, cuyo propósito
debe ser el de redistribuir en términos equitativos el poder, la riqueza y la
palabra. Por tanto, ya es un concepto superado por el propio Estado
Plurinacional, que debe ser comprendido como el espacio de convivencia
entre naciones que tienen muchos elementos en común, entre ellos el
mestizaje, pero a la vez sus identidades particulares.

Dicho de otro modo, el Estado Plurinacional es el resultado de un
largo proceso de mestizaje en los campos señalados siendo que aceptarlo
como tal será caminar hacia la descolonización, y rechazarlo significará
que muchos bolivianos todavía no han superado la colonización mental
que abatió al país durante centurias.

Es antihistórico reciclar el concepto indígena originario campesino
sólo para reproducirse en el poder en nombre de pueblos que,
evidentemente, preservan sus particularidades, pero a la vez reconocen
sus mezclas.

Sobre este cimiento se debe erigir al nuevo ideal de hombre
boliviano, al nuevo ser boliviano, que en lo biológico, así no nos guste, es
resultado de las mezcla de europeos e indígenas originarios campesinos
(es muy probable que haya excepciones, pero ya hemos demostrado
abundantemente la mezcla) y en lo cultural es el producto de una inmensa
mezcla de pensamientos, prácticas y realidades.

Ese nuevo ser boliviano conserva sus raíces indoeuropeas en todos
los ámbitos y tiene su esqueleto y genes culturales en el mestizo, que no es
un término apabullante o excluyente de lo indígena originario, si no, el
reconocimiento de que cada uno de nosotros es un ser que ha producido
una tercera cultura, lo que no quiere decir, necesariamente, que se haya
homogeneizado.

El ser boliviano es resultado de dos o más culturas y su tránsito es
un devenir infinito de ir creando terceras culturas. El ser boliviano tiene
una identidad de origen o procedencia, quechua, guaraní o chiquitano, y
un destino único: Bolivia. Vale decir que es un ser con identidad
originaria, pero sin ser arrancado de sus contextos mestizos evidentes. Un
ser que no se aferre a sus intereses empíricos, diría Adela Cortina, sino a
sus intereses morales que conduzcan a construir una comunidad de
intereses, un sistema de cooperación, en el que puede negociar las
concepciones del vivir bien (felicidad), pero no los mínimos criterios de

47
justicia social17 que hacen a su dignidad humana, así proceda de diferentes
culturas.

Un ser sin complejos frente a su historia ni resentimientos frente a
sus iguales mestizos, aunque diferentes identitariamente; un ser boliviano
con alta reflexión moral para no quedarse estacionado en su pasado, con
capacidad dialogante y consensual para sentar el presente de un futuro
exento de la tentación de imponerse sobre el otro igual; un ser con espíritu
autónomo, con sensatez rebelde para auto legislarse y para acordar una
legislación y comprometerse moralmente a cumplirla sacrificando incluso
sus intereses sectarios con la convicción de que el bienestar de cada uno
se asegura sobre el bienestar de todos. Un ser libre y capaz de
autogobernarse y construir desde el hogar un sistema de cooperación y
proyectarlo a una comunidad de sólida institucionalidad democrática
alejada del liderazgo que cree que encarna por designio divino las
aspiraciones de la sociedad. Un ser que entiende que el poder se negocia
en función del bien común y que la autoridad rota entre los componentes
de una sociedad para crear el espíritu de la corresponsabilidad del nosotros
en la administración de la cosa pública.

17 “Modo en que las instituciones sociales más importantes distribuyen los derechos y
deberes fundamentales y determinen las ventajas provenientes de la cooperación social”,
Adela Cortina, Ética mínima, introducción a la filosofía práctica.

48
Waldo Albarracín Sánchez

Waldo Albarracín es abogado, con maestría en
Derecho Constitucional. Fue Presidente de la
Asamblea Permanente de Derechos Humanos de
Bolivia (1992-2003), miembro del Consejo Ciudadano
para la Reforma a la Constitución Política del Estado
y Defensor del Pueblo entre 2003 y 2008. Es
columnista de La Prensa, docente universitario y
autor de varios textos sobre leyes y Derechos
Humanos.

Capítulo III

La ciudadanía en el nuevo
proceso socio político
50
Waldo Albarracín Sánchez

Reinventar la política para construir una nueva ciudadanía;
ejercer derechos y obligaciones en base a una revolución de
conducta que implique responsabilidad con el bien común,
es la oportunidad que advierte y alienta el autor de este
ensayo. Un repaso histórico de la forma en que se han ido
manejado los conceptos de ciudadanía desde el poder y
desde el pueblo, es el marco sobre el que sustenta la
necesidad de adoptar medidas inmediatas para recomponer
la relación entre la política y la sociedad civil, y aportar a la
re construcción de un legítimo ejercicio ciudadano.

Supuestamente, al haberse extinguido la última dictadura militar
en Bolivia, en octubre de 1982, las experiencias de los regímenes de facto
ya no deberían ser parte del análisis político: ahora imperan otras
coyunturas y diferentes formas de relacionamiento entre el Estado y la
sociedad civil, de manera que el antecedente dictatorial no sirve para un
análisis y evaluación exacta de la realidad nacional y del ejercicio de los
derechos ciudadanos. Sin embargo, resulta muy riesgoso prescindir de este
antecedente en un país donde los protagonistas políticos se convirtieron
en fieles herederos de las lógicas autoritarias que nos legaron los
dictadores, extendiéndose esta forma de relacionamiento social hacia
importantes estamentos de la sociedad civil.
Las experiencias políticas del pasado han sido recicladas en el
tiempo y en el espacio y tienen una marcada influencia en la subsistencia,
hasta nuestros días, de diferentes prácticas “humanas” autoritarias que

51
permiten, por ejemplo, la discriminación por diversas razones (género,
generacional, racial, religioso, sexual, opción sexual, etc.), la violencia (en
muchos casos política), la intolerancia y otras formas de atropellar los
derechos de los demás.

Los diferentes dictadores militares dejaron toda una escuela de
comportamiento político que aún no fue extinguida, a pesar de las tres
décadas de regímenes democráticos liberales que estamos prontos a
cumplir.

La Doctrina de la Seguridad Nacional mutiló el
ejercicio de los derechos ciudadanos

Los regímenes de René Barrientos, Hugo Bánzer, Luis García Meza,
entre otros, ideológicamente identificados como gobiernos enemigos de
cualquier tendencia izquierdista, encontraron el instrumento perfecto para
combatir a sus opositores y destruir cualquier acción contestataria de parte
de la sociedad civil. Bajo la influencia de la Doctrina de la Seguridad
Nacional, diseñada en el Pentágono para ser aplicada en Latinoamérica,
especialmente en el Cono Sur, los gobiernos afines de estos países la
instalaron y reprodujeron entusiastamente.

Miles de efectivos militares recibieron formación en la “Escuela de
Las Américas”, para terminar convencidos de la necesidad de destruir a los
dos enemigos, el externo y el interno. El primero identificado con el
Comunismo Internacional y, el segundo estereotipado en los sectores más
contestatarios de la sociedad (dirigentes sindicales, maestros, artistas,
curas, partidos de izquierda, intelectuales, periodistas, etc.).

La dureza de estos regímenes impidió obviamente la libertad de
expresión, el derecho a disentir, a reclamar. Los saldos de perseguidos,
exiliados, encarcelados, confinados, torturados y desaparecidos cuyos
paraderos hasta hoy se desconoce, mostraban un profundo desprecio por
la vida e integridad de la persona, y constituyen fieles testimonios de los
niveles de degradación al que puede llegar el ser humano en su afán de
aniquilar al adversario político.
Treinta y más años después, y no obstante la consolidación de la
democracia, estas víctimas y desaparecidos siguen siendo una deuda
pendiente del Estado con la sociedad que aún no fue allanada por la

52
democracia debido a los preocupantes niveles de impunidad que
caracterizan a los crímenes de lesa humanidad. Es, también, parte de la
herencia recibida por los gobernantes constitucionales de ese oscuro
periodo de nuestra historia.

En ese contexto, la institución de la “ciudadanía” como forma de
existencia y convivencia humana y ejercicio de derechos fue absolutamente
mutilada sin posibilidades reales de ser ejercida. Por el contrario, los
dictadores encontraron formas “inteligentes” de camuflar jurídicamente
sus actos de represión política, creando normas que les permita
criminalizar la protesta social, como es el caso del Código Penal aprobado
durante la dictadura del Gral. Bánzer, a través del cual se crearon figuras
delictivas que penalizaban las acciones contestatarias de la sociedad (los
tipos penales de “instigación pública a delinquir”, “apología pública de un
delito” y el “desacato”, esta última daba lugar al enjuiciamiento penal de
toda persona que emitiera criterios negativos o se refiera en forma
irrespetuosa hacia las autoridades públicas). Lo irónico del caso es que en
democracia, los diferentes gobiernos, incluido el actual, continúan usando
estos recursos legales para reprimir políticamente a sus adversarios.
La dictadura, por consiguiente, es un ausente bien presente en la
política boliviana, a partir de la continuidad de ciertas mentalidades
heredadas del pasado, de la subsistencia de lógicas autoritarias y de la
impunidad de varios de sus protagonistas, generando una sistemática
violación de los derechos humanos y por ende mutilando el ejercicio de la
ciudadanía.
La Doctrina de la Seguridad Nacional no se fue con los dictadores,
persistió en las posteriores coyunturas y marcó profundas huellas que aún
se advirtieron en las reacciones y formas de administrar el Estado de los
subsecuentes conductores del país. Forma, por tanto, parte de la realidad
actual; es por ello que no se puede prescindir de este antecedente en el
análisis.

Las democracias de orientación neoliberal

El 10 de octubre de 1982 fue posesionado como Presidente
Constitucional de la República el Dr. Hernán Siles Zuazo, líder del Frente
Unidad Democrática Popular (UDP). Fue el momento en que llega al poder
el primer gobierno constitucional después del alejamiento de los militares.

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  • 1.
  • 2.
  • 3.
  • 4. Y NOS LLAMAN CIUDADANOS… DEBATE ABIERTO SOBRE EL ESTADO, LOS CONFLICTOS Y LAS TAREAS PENDIENTES DE LA CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA EN BOLIVIA Autores: Fernando Molina Andrés Gómez Vela Waldo Albarracín Sánchez Fernando Mayorga U. Isabel Mercado Edición: Isabel Mercado Heredia Diseño: Arturo Rosales Fotografias: Harold Wolff Este libro se imprimió con el apoyo técnico y financiero de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación COSUDE Esta publicación es propiedad de PADEM, se autoriza su reproducción, total o parcial, a condición de citar la fuente y la propiedad. Impreso en Bolivia 2012
  • 5. Presentación Fernando Molina Capítulo I El proyecto de ciudadanización 5 7 Andrés Gómez Vela Capítulo II Mestizo, ¿concepto que une a Bolivia? 19 Waldo Albarracín Sánchez Capítulo III La ciudadanía en el nuevo proceso socio político 49 Fernando Mayorga U. Capítulo IV Ciudadanía en tiempos de transición estatal 79 Isabel Mercado Capítulo V ¿Y nos llaman ciudadanos? 101
  • 6. PB
  • 7. Presentación Desde hace 30 años se está construyendo en Bolivia un sistema democrático. Un primer balance es en general positivo, si consideramos que este periodo permitió la convivencia pacífica y civilizada de la sociedad, aún en los momentos de mayor discordia política, y posibilitó una amplia participación ciudadana en los asuntos públicos. Como todo proceso político, la democracia boliviana es un proceso inacabado, cuyo destino está íntimamente ligado al curso de las reformas estatales y a la construcción de la institucionalidad del Estado. No obstante, la solidez de la democracia involucra, también, la participación de la sociedad civil. A diferencia de otros países donde esta participación de los ciudadanos casi se circunscribe al ejercicio del voto, en Bolivia es la fuerza vital y energía del sistema democrático. La participación ciudadanía es también un proceso en construcción. Implicó, por una parte, una serie de conquistas producto de las luchas sociales a lo largo de la historia republicana que se fueron incorporando en el ámbito público, y por otra, un conjunto de normas jurídicas, de derechos y obligaciones, que vienen delineando la relación entre el Estado y la sociedad. Desde el Programa de Apoyo a la Democracia Municipal (PADEM), nos parece necesario alentar un debate plural para aportar, desde distintas visiones, a identificar y analizar aquellos factores que permiten que la ciudadanía deje de ser un ideal y se constituya en una condición real y una práctica cotidiana. Analistas y periodistas como Isabel Mercado, Fernando Mayorga, Waldo Albarracín, Andrés Gómez y Fernando Molina, entregan en esta obra sus puntos de vista y reflexiones, que convergen en una idea central: la calidad de la democracia resulta del ejercicio de una ciudadanía plena. Nuestro agradecimiento a estos aportes y a la Agencia Suiza de Cooperación al Desarrollo – COSUDE, que hace posible esta publicación. Martín Pérez Coordinador AOS PADEM
  • 8. PB
  • 9. Fernando Molina Periodista y escritor. Autor de numerosos ensayos, entre ellos tres folletos de la serie Pensadores bolivianos: Guillermo Francovich, René Zavaleta y Vicente Pazos Kanki (Gente Común, 2011), y El pensamiento boliviano sobre los recursos naturales (dos ediciones: 2009 y 2011). Ha publicado numerosos artículos en obras colectivas, revistas, periódicos y sitios web de La Paz, Santiago de Chile, México y Madrid. Capítulo I El proyecto de ciudadanización Dos siglos de construcción de la democracia boliviana
  • 10. 8
  • 11. Fernando Molina Una ciudadanía irresuelta, permanentemente en ciernes, es la que advierte Fernando Molina en este ensayo que recorre la historia republicana del país para fundamentar su hipótesis. Una ciudadanía integral, “real”, que trascienda la visión minimalista de un ejercicio de la misma en tanto poseedora de derechos exclusivamente políticos, es lo que plantea para alcanzar una participación plena en todos los aspectos de la vida pública y del cumplimiento de derechos civiles y socioeconómicos, de los ciudadanos. “Ciudadanos” son, ya desde Grecia, al menos quienes poseen derechos políticos, quienes pueden elegir y ser elegidos. La cursiva se debe a que los griegos pensaban que las personas formaban parte orgánica de la polis y, por tanto, los ciudadanos, además de tener derechos y obligaciones políticas, también tenían que cumplir un determinado papel económico y social (que era el dominante, como se sabe). Esta concepción antigua se ha replanteado una y otra vez hasta el presente, en enconada lucha contra la visión “minimalista” de la ciudadanía, que la considera una categoría exclusivamente política. Como veremos, la historia política de Bolivia no ha sido ajena a este debate. 9
  • 12. Una implicación de la concepción organicista de los griegos era la siguiente: los derechos y las obligaciones políticas estaban relacionados con determinadas cualidades de riqueza, proveniencia, etc. Sólo podían ejercer este privilegio los griegos ricos, si se trataba de una oligarquía, y los griegos de cierta prosperidad, si se trataba de una democracia. La ciudadanía, entonces, era una condición rara. La sociedad moderna ofrece ciudadanía política a todos los adultos de un país y esto tiene serios efectos sobre la naturaleza del poder: lo descentra, lo limita, lo torna plural. El resultado es un sistema de iguales –en la base– e instituciones poliárquicas –en la cúpula–: la democracia. Llamamos aquí, entonces, “proyecto de ciudadanización” al proceso que va desde una situación de extraordinaria restricción de la ciudadanía política, reservada para castas que, por tradición o por fuerza, estaban destinadas al mando, y llega al punto de su extensión a todos los miembros de una sociedad. También refiere la construcción institucional que sustenta y asegura esta expansión de la ciudadanía, este salto del “poder como tutela” al poder como “res publica”. En este ensayo veremos cómo este proyecto se despliega a lo largo de la historia de Bolivia. Seguiremos su trayectoria, que es la de la democracia (si entendemos ésta, de forma restringida, como equivalente a ciudadanía política). Veremos en acción, también, la crítica “interna” a este proyecto, que es la que denuncia la diferencia entre las promesas y las realidades de la democracia, y observaremos su asedio por parte de una crítica “externa”, que considera la “ciudadanía política”, la igualdad ante la ley, no como un fin sino como un medio para avanzar más allá de la democracia (profundizarla o intensificarla), hasta llegar a la ciudadanía “real” (socioeconómicamente igualitaria). La crítica externa a la democracia apunta a la llamada “ciudadanía real” y, por tanto, a la “post-democracia”, o democracia orientada a objetivos socioeconómicos, que lleva diversos “apellidos”, como “democracia como redistribución” y “democracia de alta intensidad”. El punto de partida La posibilidad de pasar de la condición de “súbditos” a “ciudadanos” se abrió en Charcas con la llegada los ejércitos extranjeros que ayudaron 10
  • 13. al país a independizarse de la Corona española. Los “argentinos”, primero, y los “colombianos”, después, predicaron la liberación de España para seguir el camino de otras metrópolis europeas, a fin de obtener también, en estas tierras, la modernidad capitalista y un gobierno de tipo republicano. Estas ideas se expresaron en la primera Constitución boliviana, redactada por Simón Bolívar y aplicada por el presidente José Antonio de Sucre. Dicha Constitución separa al Estado de la Iglesia e intenta incorporar a los indígenas a la sociedad mediante la eliminación de las medidas de protección y sometimiento que se les aplicaba durante la Colonia, tales como la preservación de los aborígenes en comunidades agrarias y, simultáneamente, en guetos políticos organizados de acuerdo a sus propios usos y costumbres. El símbolo de tal propósito fue la suspensión del tributo indígena. La sociedad boliviana temprana no estaba preparada para este tipo de reformas. Sucre fue resistido y echado del país, con el apoyo de otras élites sudamericanas igualmente preocupadas por su liberalismo; pero también para alivio de los indígenas, que de buen grado volvieron a pagar el tributo indígena que les garantizaba la seguridad de su vida tradicional. En las leyes quedaron el gobierno republicano, la democracia y la ciudadanía política, pero en gran parte como una hipocresía, como dice Octavio Paz, es decir, un arreglo de conveniencia que, dada la imposibilidad de adoptar otras formas de gobierno como la monárquica o la aristocrática, permitía cierta movilidad de las élites y, además, desarmaba la contestación de los incipientes grupos liberales. Pero en los hechos no había posibilidad para la democracia política, la separación de poderes, etc., puesto que durante el siglo XIX: a) faltaba el espíritu republicano: la elite no creía más que en el tutelaje de una oligarquía ilustrada (que cada facción creía encarnar), y consideraba que los demás ciudadanos no estaban capacitados para gobernar; b) el único actor político era el Estado, conformado por los empleados públicos y un abultado ejército que se desarrolló a partir de las tropas nacionales empleadas en la guerra de Independencia; c) la mayoría de la población se hallaba fuera del circuito económico, anclada en la agricultura de supervivencia, y perduraban los privilegios de nacimiento, con lo que una parte de la población debía servir al grupo dominante. (El caso boliviano prueba que un requisito necesario para el funcionamiento de un régimen 11
  • 14. republicano, basado en ciudadanos, es una mínima difusión de la propiedad privada y por tanto de la idea de igualdad). Como resultado de todo esto, hasta fines del siglo XIX, lo predominante fue el cesarismo militar, por medio del cual cada uno de los grupos dominantes imponía su tutelaje sobre la sociedad. Nacimiento del proyecto de ciudadanización En este contexto, el proyecto de ciudadanización (a partir de la superación del caudillismo militar, de la crítica del concepto del tutelaje – es decir, del gobierno de “los mejores” que anula la participación de los demás ciudadanos–, del respeto del voto, de la representación y división de poderes), se convirtió, desde 1880 hasta la tercera década del siglo XX, en el gran objetivo de la modernización boliviana. Tanto el Partido Conservador, clerical, y el Partido Liberal, positivista, que buscaban una ciudadanización aristocratizante, como, después, el Partido Republicano, que la quería más popular; cada uno a su manera, intentaron sentar las bases políticas e institucionales de la democracia nacional. Estas parcialidades compartían un mismo núcleo de creencias: que la sociedad blanca y mestiza (pero no los indígenas) tenía derechos iguales para gobernar al país y que, por tanto, debía establecerse una competencia periódica entre las visiones y los líderes existentes. Que, puesto que había que prescindir de los indígenas, la democracia debía ser censitaria y la ciudadanía política limitada. Que la participación política tenía que realizarse a través de representantes. Que el triunfo de una determinada corriente no debía implicar la aniquilación de las otras, y que por tanto debía garantizarse su libertad de pensamiento y acción. Además, en economía eran librecambistas. La democracia que construyeron, sin embargo, fue una imperfecta realización de estos ideales. Aunque arrebataron a los césares del siglo XIX la exclusividad del derecho de gobernar que, aprovechando su dominio sobre el ejército, se habían atribuido, no lograron erradicar del todo las revoluciones (las hubo en 1899 y 1920, para permitir el ascenso de los liberales, primero, y de los republicanos, después); ni tampoco garantizar 12
  • 15. el sufragio libre de los pocos –o los algo más numerosos– que consideraban ciudadanos. No sólo porque siempre hay una distancia entre los deseos y los hechos. También porque, debido al escaso desarrollo del país, la élite dependía en exceso del Estado en la obtención de sus rentas como para aceptar fácilmente la pérdida de su control. Y porque la exclusión indígena ralentizaba la aparición de una clase media urbana y rural que presionara sobre los límites dentro de los que se había encerrado a la ciudanía política (reservada para los blancos) y, como suele decirse, se pusiera la democracia (el debate ideológico, el funcionamiento de las instituciones) sobre los hombros. El proyecto de ciudadanización se desplegó, entonces, impulsado y atascado por una incesante crítica interna: cada partido y aun cada facción acusaba a sus predecesores y adversarios de tergiversarlo o, lo que era más frecuente, de aprovecharse de él con propósitos subalternos. La gran consigna de esta época fue “voto limpio”. La crítica externa a la ciudadanización oligárquica La crítica externa al proyecto oligárquico de ciudadanización comenzó en los años 20 del siglo XX y se agudizó durante las dos décadas siguientes a causa de eventos como el triunfo del comunismo y el fascismo en Europa, la Gran Depresión, el keynesianismo y, en Bolivia, por la organización de los primeros partidos marxistas y el desarrollo del nacionalismo, que adquirió cuerpo dentro o cerca del Partido Republicano. Nacionalistas y marxistas portaron esta crítica, que pese a su carácter “externo”, también se hizo en nombre de valores liberales (el carácter limitado de la ciudadanización, que no reconocía la igualdad política de los indígenas), así como en nombre de valores no liberales (la necesidad de una ciudadanización socioeconómica de los bolivianos). En el primer ámbito, el liberal, la crítica externa combatió las restricciones del régimen electoral, cerrado para los indígenas y, parcialmente, para las mujeres; así como la corrupción de este régimen. La consigna que articuló esta lucha fue la de “voto universal”. En el segundo ámbito, que podríamos llamar “estructural”, la crítica externa dictaminó que el proyecto de ciudadanización había fracasado, 13
  • 16. pues sus resultados económicos y sociales habían sido magros: el país vivía de la minería, pero las ganancias de esta industria salían al extranjero o enriquecían a la clase propietaria, sin favorecer al Estado ni impulsar un proceso de diversificación económica. Al mismo tiempo, el erario carecía de casi todo y sus servicios educativos, de salubridad e infraestructura se hallaban en condiciones paupérrimas; el escaso dinero disponible se destinaba por íntegro a pagar salarios al ejército y a la burocracia de La Paz. La causa de este fracaso, decía el nacionalismo, se debía a la traición por parte de la oligarquía gobernante a la causa nacional. El empresariado minero, la incipiente intelectualidad que surgía en torno a las actividades mineras, los políticos del orden, todos ellos servían a los intereses extranjeros y defendían los suyos propios, por encima y en contra de los intereses del país. Esta crítica “mixta” concluía en que la democracia construida por el proyecto oligárquico de ciudadanización había sido hasta entonces una “democracia imperialista”, “yanqui” e incluso, se decía, “judía”. Como puede verse, la crítica “externa” (Robert Dahl la llamaría “adversaria”) a la democracia, desde los años 30 y 40, se caracteriza por tres elementos que siguen vigentes hasta nuestros días: a) exige una ampliación del “demos”, es decir, de los ciudadanos con derechos políticos; b) demanda una ciudadanización socioeconómica; y c) por esto se articula, aunque con diferencias y contradicciones, con la crítica antiliberal o anticapitalista.1 La crítica del MNR El partido que encarnó exitosamente este tipo de crítica combinada al proyecto de ciudadanización precedente fue el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que triunfó en la Revolución Nacional de 1952 y dio origen a un régimen igualmente combinado, a la vez liberal (eliminó los restos de servidumbre, incluyó a los indígenas en el voto, difundió una educación igualitaria, estableció una nueva y más extensa institucionalidad democrática) y antiliberal (estatizó la minería, acabó con las haciendas, incorporó a los sindicatos al poder). 1 Por eso puede darse coincidencias y “alianzas” entre la crítica a la democracia de un Guillermo O’Donell, que postula la ciudadanización socioeconómica pero no es anticapitalista, y la de un Luis Tapia, que sí lo es. 14
  • 17. Nótese que, pese a las oportunidades que tuvo para ello, no hizo una obra puramente antiliberal, es decir, fascista o socialista; no quiso eliminar la democracia ni achicar la ciudadanía política. Sin embargo, en los hechos entorpeció la evolución de ésta al subordinarla a un proceso de ciudadanización socio-económica. En efecto, garantizar un orden democrático nunca fue lo más importante para la Revolución Nacional, y frecuentemente se vio esta tarea como un obstáculo para avanzar en lo que de verdad importaba, esto es, la emancipación socioeconómica del país. Después de la Revolución En los años 60, la debacle del poder del MNR dio lugar a dos corrientes opuestas, cada una de las cuales se basaba en determinados aspectos de la Revolución Nacional. Por un lado, el nacionalismo de derecha, desarrollista, que encarnaron los gobiernos militares de los 60 y 70, se apoyó en los aspectos antiliberales del proceso de 1952 (inclusive en la utilización de los sindicatos), mientras rechazaba disimuladamente su aspecto liberal. Así, aunque organizando algunas elecciones y manteniendo una retórica supuestamente democrática, en los hechos quiso “eliminar” la ciudadanía política y resucitar el cesarismo del siglo anterior. Con el apoyo de los Estados Unidos, estableció un poder fuerte que, siguiendo las recetas industrialistas intentó desarrollar al país. La expresión más cruda de esta tendencia la constituyó el gobierno dictatorial del General Hugo Banzer (1971-1978). La segunda línea fue el nacionalismo de izquierda, llamado también “izquierda nacional”, que contó con el apoyo de las diferentes alas (menos la cubana) del Partido Comunista. Su deseo era rescatar las banderas antiimperialistas (en concreto, antiestadounidenses) que había arriado el nacionalismo de los 40. Para esta corriente, que se basaba en la “teoría de la dependencia”, el subdesarrollo de Bolivia no era la suma de las carencias que diferenciaban al país de las metrópolis, sino el resultado directo de la existencia y el éxito económico de las metrópolis, las cuales explotaban al país. Las formas que adquiría esta explotación eran: a) el comercio injusto, b) una división del trabajo dentro de la cual las metrópolis se reservaban el papel más sostenible y rentable, y c) la succión de capitales por medio de la deuda y de la repatriación de las utilidades de las empresas extranjeras. La burguesía era funcional en este mecanismo de explotación, 15
  • 18. pues tendía a globalizarse y por tanto a subordinarse al capital trasnacional. Su contribución específica a mantener el estado de las cosas era política: empleaba el nacionalismo militar para evitar el control social sobre sus privilegios y capitulaciones. Ergo, una parte de la lucha antiimperialista exigía apartar a la oligarquía local, apoyar a los sectores burgueses auténticamente nacionales (algo en lo que había fallado la Revolución, que en lugar de constituir una burguesía capitalista autónoma había restituido la oligarquía dependiente del extranjero de antes de 1952) y restaurar la democracia. Sólo esto aseguraría un desarrollo endógeno, libre de la interferencia imperialista y, en esa medida, exitoso. Puesto que el causante del subdesarrollo era el imperialismo, sacando al imperialismo de en medio (realizando la “liberación nacional”) se podía superar el subdesarrollo. Puesto que el imperialismo prohijaba al nacionalismo militar (o “gorilismo”), que era cesarista como el del siglo XIX, entonces la lucha revolucionaria y antiimperialista, en Latinoamérica, revestía simultáneamente un carácter democrático. En una palabra, la izquierda nacional intentaba devolverle un carácter democrático y endógeno al capitalismo de Estado heredado de la Revolución Nacional: laboraba por la reaparición de una sociedad “mixta”, en la que existiera una mayor ciudadanía política, aunque subordinada en última instancia a la ciudadanización socioeconómica. Sus sectores más marxistas suponían que así se acercaba de forma progresiva, y por tanto realista, a una futura sociedad socialista. A fines de los 60, sin embargo, una facción de la izquierda procuró zafarse de la ideología nacionalista, de la visión de la revolución como una sucesión de dos etapas y romper, entonces, con la ya mencionada “sociedad mixta”. Esta facción, constituida por el comunismo guevarista (fuerte luego de que el Che Guevara muriera en 1967 en un bosque del sur del país, en lucha contra el nacionalismo de derecha), se sumó al trotskismo en la formulación de la línea abiertamente revolucionaria y antidemocrática del pensamiento boliviano, con un apoyo político mayor, aunque igualmente circunscrito a los sectores medios radicalizados. Paradójicamente, el guevarismo y el trotskismo combatieron a la “moderada” izquierda nacional, que en esa época había logrado colocar en 16
  • 19. el gobierno a dos militares que le eran favorables: los generales Alfredo Ovando y Juan José Torres, que gobernaron, sucesivamente, de 1969 a 1971. Con ello la extrema izquierda contribuyó al triunfo de Hugo Banzer, la expresión más conspicua del nacionalismo de derecha. Este yerro anuló a la izquierda radical hasta hoy. En 1982, en cambio, la izquierda moderada o “nacional”, organizada en la Unión Democrática Popular (UDP), reconquistó la democracia y cortó 11 años de nacionalismo militar. Al mismo tiempo, intentó continuar con el capitalismo de Estado, pero éste ya hacía aguas desde hacía mucho (los motivos son múltiples; aquí no los mencionaremos). Se produjo entonces una crisis económica sin precedentes, en la que tampoco abundaremos, pero que hundió a la izquierda nacional y, con ella, al nacionalismo en general. En 1985, una nueva opción apareció en el escenario. Desde la Revolución Nacional, el proyecto de ciudadanización política sólo había perdurado, y de forma conflictiva, en el nacionalismo de izquierda. A lo largo de los años había adquirido un sentido acusadamente popular. En 1985 cambia de signo y, después de medio siglo, vuelve a aparecer en su versión aristocratizante. Su nombre ahora es “gonismo” (por “Goni” Sánchez de Lozada, su impulsor, que curiosamente se había convertido en el candidato del MNR). En correspondencia con ello, los siguientes 15 años se usaron para echar abajo el capitalismo de Estado y establecer reglas liberales para la economía. Todos los aspectos antiliberales de la “sociedad mixta” que postulaba el nacionalismo de izquierda fueron combatidos y cuidadosamente erradicados. Por primera vez se decidió que la ciudadanización política “completa”, es decir, sin exclusiones censitarias, tendría la primacía, es decir, ya no debería subordinarse al propósito de ciudadanización socioeconómica. ¿Era el “fin de la historia” (es decir, de esta historia)? No, no lo era. El proyecto neoliberal, por razones que tampoco corresponde señalar aquí, no alcanzó su propósito de extender el capitalismo y desarrollar al país. Así, junto con este siglo, comenzó una etapa de confrontación entre las clases trabajadoras y los gobiernos democráticos, alimentada por el descubrimiento de grandes reservas de gas natural. Esto avivó la tendencia a reconstruir un Estado concentrado predominantemente en la redistribución de las rentas de los recursos naturales. Junto con el levantamiento popular antiliberal surgió la “nueva 17
  • 20. izquierda” boliviana, que, en esencia, hizo una reformulación de las principales ideas del nacionalismo revolucionario. Nuevamente estamos ante un intento de apropiación de los excedentes modernos del país para su uso, desde el Estado, en un sentido desarrollista, y, simultáneamente, ante un proceso de sustitución del proyecto de ciudadanización aristocratizante por un proceso más radical de participación popular y de ampliación del demos (a favor de los indígenas). Es decir, nuevamente se trata de construir una sociedad “mixta”, en la que la ciudadanización política esté subordinada y, aún más, a expensas de las necesidades de la ciudadanización socioeconómica (“vivir bien”), que para algunos sólo llega hasta la construcción de un capitalismo de Estado firmemente controlado por el partido oficial, pero para otros debería proyectarse hacia el “socialismo comunitario”. Una vez más, gracias a ello, la ciudadanización política ha quedado truncada y sometida a diversos riesgos. Entre 2006 y el presente, la nueva izquierda desmanteló la mayor parte de los controles y frenos que se había construido en el pasado para evitar el retorno al “trono” de un personaje frecuente de la historia nacional, el caudillo autoritario. En contra de su propia promesa de conceder una mayor participación política a los sectores populares, y a su autodefinición como un “gobierno de los movimientos sociales”, lo que ocurrió en verdad fue un incremento enorme y peligroso del poder del Presidente y sus colaboradores más directos, y un intento de disciplinar en torno a ese poder a los disidentes (a muchos de los cuales se enjuicia o amenaza con enjuiciar), a las organizaciones sociales (que son combatidas con energía cuando se movilizan en contra del Gobierno) y a la prensa (presionada y, en consecuencia, autocensurada). Con ello, la lucha por la ciudadanización política continúa siendo una tarea pendiente para los demócratas. Al mismo tiempo, las relaciones entre ésta y la ciudadanización socioeconómica siguen siendo una cuestión abierta, que es necesario dilucidar por medio del debate teórico. 18
  • 21. Andrés Gómez Vela Periodista y abogado. Director Ejecutivo Nacional de Educación Radiofónica de Bolivia (ERBOL), docente de Periodismo de Opinión de la Carrera de Comunicación de la UMSA. Autor de MedioPoder, Derecho a la Información; No levantarás falsos testimonios; Los periodistas y su ley. Capítulo II Mestizo, ¿concepto que une a Bolivia?
  • 22. 20
  • 23. Andrés Gómez Vela Lo mestizo define el ser boliviano. Como con la cultura humana a lo largo de la historia, los procesos de mestizaje –político, social, religioso, cultural, migrante y hasta tecnológico- han ido configurando al ciudadano boliviano y con él a un Estado que, también con sus transformaciones, está pariendo “un nuevo ser boliviano”. Este es el trayecto – que encarna a la vez un desafío y una hipótesis- que esboza el autor de este texto. Cuando Dios echó al mundo a Caín, en realidad lo condenó al mestizaje, a mezclarse con sus semejantes de su misma especie, pero de otra cultura. Y cuando los tres hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, se repartieron por la tierra, tras el diluvio, en realidad tomaron el destino del mestizaje, que terminó de materializarse en la Torre de Babel, cimentada sobre la base de la soberbia del hombre, destruida a su vez por el soberbio poder de Dios, quien para mestizarlos aún más hizo que hablaran lenguas diferentes, sin dejar de ser iguales, hijos de un solo Creador, pero con idiomas distintos para interpretar el mundo, crear cultura, pelearse y volverse a mezclar. Y si fuera insuficiente el origen bíblico del mestizaje, la ciencia estableció que la cuna de la humanidad es África y la madre de todos los seres humanos, una mujer negra, cuyos hijos se lanzaron a conquistar el mundo, a producir culturas, lenguas, a diferenciarse. Aquellos que se asentaron en el extremo norte de Europa, debido a su poca exposición al 21
  • 24. sol, evolucionaron de un cutis negro a un cutis blanco, debido a la escasez melanina en su piel, mientras que los que se quedaron en América y África evolucionaron con bastante melanina para defenderse de los intensos rayos del sol. Siglos después, los descendientes de estos seres que habían salido de una misma casa inventaron medios de comunicación, transporte y se volvieron a encontrar, ya sea en el comercio o la guerra, dos espacios esenciales del mestizaje. A través del comercio viajaron la moda -en las telas de vestir (la seda china) como sigue sucediendo hoy- las armas, los utensilios de trabajo y de hogar (las alfombras persas); y mediante la guerra se sustanció la violencia destinada a imponer por la fuerza un sistema de gobierno, una lengua, unas costumbres, una cultura sobre la otra derrotada. Cásese con la teoría que usted quiera, el ser humano que habita estas tierras (Abya Yala, América, Amérrika, llámelo también como quiera) es resultado de ese origen mestizo, ya sea divino o científico. Es producto de ese movimiento permanente de oriente a occidente, de occidente a oriente, de sur a norte, de norte a sur. En tal sentido, el primer imperio de la humanidad, erigido por Alejandro El Magno, conquistó a casi todos los pueblos del mundo conocido de entonces, por tanto, los sometió al mestizaje político, económico, social y cultural. La historia, que narra las guerras y las transacciones comerciales entre persas, lidios, egipcios, sumerios, griegos, aztecas, mayas, aymaras, quechuas, cuenta, en realidad, la mezcla que hubo en las formas de entender el mundo, el principio del tiempo, la filosofía de vida, las producciones intelectuales y materiales. Roma sucedió al imperio alejandrino y conquistó casi toda la Europa continental, donde está Iberia, hoy España, a donde premió a sus soldados destacados con tierras fértiles. Ahí está Mérida, una ciudad con amplia herencia romana, de donde partieron los conquistadores, entre ellos Francisco Pizarro, quien nació en Trujillo, Extremadura, donde además de musulmanes y romanos se asentaron muchos años antes los visigodos. Los musulmanes se quedaron en esas tierras casi 800 años (711-1492), hasta que los expulsaron los reyes católicos, Isabel y Fernando, quienes luego financiaron el viaje del italiano Cristóbal Colón hacia el nuevo continente. El latín, lengua romana, dio origen al castellano y el árabe legó muchos vocablos que comienzan con “al” (albañil, alcantarillado, 22
  • 25. albahaca) y denominó Al-Ándaluz a la península y llamó Isbiliya a Sevilla y, Garnata a Granada y la exclamación ¡Oh Alá! derivó en ojalá. Por lo visto, Pizarro y sus amigos ya vinieron a América mestizos y se encontraron con los incas, quienes por entonces habían sometido a casi todos los pueblos de esta parte del mundo, entre ellos a los aymaras y a otras culturas. Por ello, los indígenas ecuatorianos hablan una lengua impuesta, el quichua, y no sienten ninguna simpatía por sus conquistadores, los incas. La similitud de creencias entre las hoy llamadas naciones andinas revela esta mezcla. Lo propio pasó con Hernán Cortez, otro extremeño que sometió a los aztecas, quienes a su vez habían sometido a los toltecas, chichimecas y otros pueblos de la zona. Los imperios, sean incas, aztecas, romanos, españoles o británicos, han tenido el mismo espíritu: expandirse, imponer su forma de deletrear el mundo, imponer una cultura sobre otra y generar una tercera cultura; en resumen, generar procesos de mestizaje. Los mestizos españoles llegaron a mezclarse con los mestizos americanos o abya yaleños, quienes además, según la ciencia, tienen herencia asiática, basta ver los rasgos, no por nada mi apodo es “Chino”, mi lengua madre es el quechua y mis apellidos son ibéricos. ¿Dónde está lo originario original (valga la tautología)? ¿En las polleras sevillanas de las paceñas o en las trompetas que alegran a los morenos o en los abrigos de vaquero estadounidense del grupo paceño Los Intocables? ¿O en alguna de las tres caras del Señor del Gran Poder? ¿Dónde? ¿En los hijos de los aymaras, quechuas, guaraníes, mojeños que engendraron hijos en Argentina o España y quienes muy pronto volverán como hijos de otra cultura? El sujeto indígena originario campesino no fue ni es un concepto acuñado para nominar una raza o cultura pura, sino una categoría sociopolítica formulada por la filosofía y el pensamiento políticos a fin de incluir a las mayorías nacionales en la construcción de la bolivianidad y superar así su marginamiento de la administración del Estado, aunque no de la historia de la humanidad, en la cual tuvieron una presencia imborrable. Y en este tiempo de la opulencia comunicacional, de la sociedad punto com, con Internet de por medio, estamos destinados, como Caín, a mezclarnos más. ¿Una pruebita? “Feisbuqueamuay” (en quechua, 23
  • 26. “háblame por facebook”), le dice la madre a su hija que vive en España. Y ella responde: “Ya mamay, chateamusqayqui, qjaya” (“está bien madre, te chateó mañana”). Mestizaje político Bolivia no está al margen del devenir de la humanidad. Este hecho se refleja en la nueva Constitución Política del Estado, aprobada por una Asamblea Constituyente con amplia presencia indígena y respaldada por un gobierno comandado por un indígena, Evo Morales Ayma. Cualquier repaso del texto constitucional refleja que está nutrido de instituciones europeas de la democracia liberal, partiendo del mismo concepto demos (pueblo) cracia (gobierno), que en lengua griega significa el gobierno del pueblo. Obviamente que a este sustantivo se han agregado algunos adjetivos, entre ellos comunitario, que por cierto deriva del término francés comuna, y que hoy designa a una organización que une diferentes intereses nacionales en un histórico proyecto político: la Comunidad Económica Europea. De hecho que las instituciones de la democracia directa, plebiscito y referéndum también tienen origen foráneo. El primero se acuñó en Roma a partir de una acción política de consulta a la plebe (clase social que carecía de los privilegios de los patricios) respecto a un tema de interés de ese grupo. El segundo también nació en Roma, del latín referre, referir, a partir de una decisión del poder de consultar al pueblo romano respecto a una norma específica. Obviamente que en la nueva Constitución figuran nuevos términos, por ejemplo, el bien vivir o el vivir bien, que coincide mucho con la Teoría de la Suficiencia propuesta por Hans Kung1, comprendida como la forma de vivir con bienes espirituales y materiales básicamente necesarios para desarrollarse como ser humano sin restar al otro ni acaparar bienes en desmedro de la humanidad. Bajo la lógica de rescatar lo mejor de cada sistema o etapa histórica de la humanidad y fusionarlo en el documento más importante de un país, la Constitución registra la trilogía inca: ama sua (no seas ladrón), ama llulla 1 Kung, Hans; Proyecto de una ética mundial, Editorial Trotta, Sevilla, España, 1991. 24
  • 27. (no seas mentiroso) y ama kjella (no seas flojo); además del imperativo filosófico indígena de conservar la armonía entre el ser humano, los otros seres vivos y la Madre Tierra. Sin embargo, gran parte de la estructura organizativa del Estado Plurinacional tiene origen europeo comenzando del mismo Estado, que termina de gestarse en Roma como la máxima expresión jurídica de una sociedad sobre la base primigenia de concertación de un grupo de personas llamado “patricios”. Desde aquel momento, la estructura organizativa del Estado evolucionó hasta el ente actual cimentado sobre la separación institucional de poderes, inspirada, en un principio, por el historiador griego Polibio, cristalizada en Inglaterra desde antes de 1600 y teorizada ampliamente por Montesquieu2 en la antesala de la Revolución Francesa, que luego acabó con el gobierno de los hombres y engendró el gobierno de las leyes. Fue tal la expansión de ese pensamiento político que las sociedades democráticas de esta parte del mundo institucionalizaron los poderes Legislativo, Judicial y Ejecutivo, y algunos estados como el boliviano, incluyeron el Electoral, al que encargaron la administración del sistema un ciudadano un voto para la elección libre de autoridades y para la constitución de aquellos poderes. En pocas palabras, la filosofía política propuesta por el liberalismo, en su lucha contra la casta dominante de la edad medieval europea, se materializó en el hecho y el derecho también en Bolivia. El mismo liberalismo reprodujo en la teoría del pensamiento y la práctica política los valores esenciales de la humanidad que figuran en el constitucionalismo boliviano desde 1825 hasta la fecha: libertad, igualdad, justicia, fraternidad, tolerancia, defendidos hoy a ultranza por los llamados movimientos sociales. Los derechos universalmente defendidos son resultado de ese proceso de mestizaje de la humanidad, como el caso de la libertad de expresión, que germinó en Inglaterra con la Areopagítica de Miltón3; se 2 Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu en el libro XI del “Espíritu de las leyes”, atribuye la libertad de que gozaba Inglaterra a la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial y a la existencia de frenos y contrapresos entre esos poderes sobre los que estableció esas doctrinas como dogmas del constitucionalismo liberal. 3 Areopagítica: Discurso de John Milton al Parlamento de Inglaterra sobre la libertad de impresión sin censura; es un tratado polémico en prosa de 1644, se encuentra entre las defensas filosóficas más influyentes del derecho a la libertad de expresión, el cual fue escrito para oponerse a la censura y a la necesidad de licencia de impresión y está considerado una de las defensas más elocuentes de la libertad de prensa. 25
  • 28. constitucionalizó luego en Estados Unidos con el famoso artículo redactado en 1776 por George Mason4 y hoy figura en casi todas las constituciones de los países democráticos. Este largo proceso se expandió aún más tras la Segunda Guerra Mundial, a partir del 10 de diciembre de 1948, con la declaración Universal de los Derechos Humanos, suscrita por los estados aglutinados en Naciones Unidas y por la que se autoimponen la obligación de garantizar una treintena de derechos esenciales del ser humano para que pueda desarrollarse como persona. La evidencia de este mestizaje político está en el constitucionalismo boliviano, que si bien en la Constitución de 2009 rescata algunos principios de los pueblos precolombinos que habitaban esta parte de América, sustenta su arquitectura jurídica en principios mundiales como la elección libre de las autoridades por voto popular, la división de poderes, la máxima de que todos somos iguales ante la ley, el amparo constitucional y la acción de libertad. El pensamiento político se construyó en siglos, desde los presocráticos, pasando por los clásicos, Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, Marsilio de Padua, Maquiavelo, Hobbes, Locke, Rousseau hasta los contemporáneos Popper y Bordieu. Y las ideologías se fueron enganchando y mezclando a tal punto que el liberalismo dio nacimiento al socialismo y al comunismo y éste hizo que volviera el liberalismo, esta vez vestido de globalización. Obviamente que cada sociedad, cada nación, cada Estado, cada pueblo puso su sello al sistema político que adoptó. Impuso su particularidad a los principios e instituciones establecidos por la democracia, lo que significa que las democracias no fueron ni son iguales en todas partes: unas son presidencialistas, otras parlamentaristas, pero tienen una matriz común que data de hace siglos y ha ido experimentando una evolución colectiva. En el caso boliviano, apenas desde hace 30 años que experimenta avances sorprendentes. Es probable que hasta el momento la historia de la teoría política haya bebido muy poco de la fuente del pensamiento de los pueblos 4 Primera enmienda: El Congreso no aprobará ley alguna por la que adopte una religión oficial del Estado o prohíba el libre ejercicio de la misma, o que restrinja la libertad de expresión o de prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y a pedir al gobierno la reparación de agravios. 26
  • 29. indígenas de América, pero también es probable que beba más en el proceso de cambio y en esta etapa descolonizadora que recién comienza. Sin embargo, la Constitución Política del Estado, la institucionalidad democrática de Bolivia, no dejará de ser la máxima expresión del mestizaje jurídico-político, lo más seguro es que se acentúe la mezcla por la propia naturaleza de la evolución de la filosofía política, que se reproduce a partir de otras fuentes universales de conocimientos y sirve, a su vez, como cantera para que otras culturas sigan produciendo saberes. Mestizaje religioso - cultural Los pueblos precolombinos eran panteístas y politeístas, tenían dioses como los griegos o los romanos para cada fenómeno o circunstancia, por ejemplo, Tunupa era el dios andino del rayo, Zeus el Griego y Thor representaba lo mismo en la mitología nórdica y germánica. Además, cada familia tiene hasta ahora una deidad a la que “tributa ofrendas” para recibir su protección (la llaman Esquina en el Norte de Potosí) al igual que la tenían las familias romanas5. Otros pueblos americanos creían y creen todavía que las montañas, los ríos, los árboles, la selva tienen vida propia y a todo lo inexplicable lo representan con una deidad, al igual que otras culturas de África y de Asia. Cuando llegaron los españoles a esta parte del mundo, trajeron consigo, como ya es sabido, la espada de acero de la conquista, la cruz, y con ella, un dios y una religión. El carácter monoteísta de su religión intentó desbaratar en un primer momento la cosmovisión de los pueblos indígenas, cuyos componentes no comprendían la dualidad o el maniqueísmo del mundo cristiano entre el bien y el mal, dios y el diablo, sino como un proceso de complementariedad dialéctica del mundo donde el bien y el mal podían convivir. 5 De las “numinas” primitivas surgieron las primeras diosas o dioses, casi todos ellos relacionados con la vida agraria (ejemplo: Saturno). Los romanos invocaban y daban culto a estas divinidades, no para honrarlas, sino para que no les perjudicasen y protegiesen sus cosechas. Como conviene a la vida sencilla de entonces, las deidades se reparten en dos grupos generales, las agrícolas y las domésticas. Las agrícolas se relacionaban en con un lugar dado o con una determinada actividad de labranza, y el jefe de la familia tiene la obligación de cumplir las ceremonias que estimulan los favores de los “menemes” o dioses de la casa, representada por el jefe militar, son las “ penates”, guardianes de la despensa; los “lares”, dioses del hogar, velaban por la buena suerte de la familia (http://www.deguate.com/infocentros/educacion/recursos/historia/religionromana.htm) 27
  • 30. Como en toda conquista comandada por la fuerza, en este caso la espada española impuso la cruz a toda esta parte del mundo. Sin embargo, si bien los indígenas aparentemente aceptaron en silencio la religión foránea, pintaron con lo suyo la nueva creencia, de ese modo, quechuizaron, aymarizaron, guaranizaron o chiquitanizaron el catolicismo y dieron nacimiento a una nueva religión sobre la base del sincretismo. Entonces el dios Tunupa se fundió con el Tata Santiago y la Pachamama con la Virgen María y Dios con Viracocha; y en el curso de siglos se fue construyendo toda la nomenclatura religiosa que se tradujo, en parte, en el calendario de fiestas que hoy marca el tiempo de los bolivianos. De esta manera, hay decenas de poblaciones altiplánicas con el nombre del Apóstol Santiago, entre las más conocidas están: Santiago de Guaqui, Santiago de Huari, Santiago de Machaca, Santiago de Bombori, Santiago de Huata. En ese mismo sentido, decenas poblaciones del oriente boliviano fueron bautizadas por los conquistadores con nombres de santos de la religión invasora: San José de Chiquitos, San Miguel de Chiquitos, San Javier de Chiquitos, San Rafael de Chiquitos, San Joaquín, San Ramón, Santa Ana del Yacuma, San Ignacio de Moxos, Magdalena, San Lorenzo. Y para redondear la mezcla, la Virgen María se reprodujo, según las características y cultura de cada región del país: Virgen de Copacabana (La Paz), Virgen de Urkupiña (Cochabamba), Virgen de Chaguaya (Tarija), Virgen de Cotoca (Santa Cruz). Posiblemente por cálculo político de los primeros españoles, el calendario santoral cristiano coincide con las fiestas y ritos de los pueblos indígenas. Por ejemplo, la fiesta de la Cruz, que se celebra cada 3 de mayo, choca con el Tinku que se realiza en las poblaciones del Norte de Potosí, Pocoata, Macha, donde se sostienen feroces peleas a puño limpio en honor a la Pachamama. Se trata de una ancestral administración anual de la violencia que da como resultado una catarsis colectiva que desinfla la violencia acumulada en los ayllus durante 12 meses. En este proceso de indigenización de la religión católica, las fiestas más expresivas como el Señor del Gran Poder en La Paz, que representa la Santísima Trinidad, Dios, Padre e Hijo, se constituye en una de las más ricas fuentes de expresión artística y folklórica de la cultura aymara españolizada, donde se exponen bailes emblemáticos del altiplano con la fe de recibir una merecida retribución del Dios de los invasores. 28
  • 31. Lo propio sucede con el Carnaval, una celebración importada de Europa, que coincide con la Anata Andina, fiesta ancestral para celebrar la primera cosecha brindada generosamente por la Pachamama. En esta fecha se realiza una las entradas más famosas a nivel mundial, el Carnaval de Oruro, para venerar a la madre de Jesús, María, representada en esta ocasión por la Mamita del Socavón. En estas y otras suntuosas festividades se exponen los bailes más representativos del país, entre ellos la Morenada, que representa el sufrimiento de los negros que llegaron desde África a las minas de Potosí, donde no pudieron aguantar el frío que se produce a más de 4.000 metros. La crudeza del clima los obligó a recluirse en regiones calidas como los Yungas, donde algunos de ellos se dedicaron, desde hace siglos, a la siembra de la hoja de coca y muchas de ellas hoy visten de cholas con diminutas trenzas encrespadas debido a su cabello ensortijado. Según estudiosos, el traje de la Morenada simboliza los toneles de vino donde los antepasados de los afrobolivianos se escondían de los explotadores españoles y la matraca grafica el sonido de las cadenas de los esclavos que arrastraban al caminar lentamente por el peso de los grilletes. Los hijos y las hijas de la comunidad afroboliviana son hoy producto de la mezcla de tres culturas que se generaron en tres continentes: África, América y Europa. Al igual que la anterior, la danza de los Waqatokjoris tiene un origen y una explicación. Es una parodia de la carrera de toros que habían traído los españoles como una forma de diversión; los nativos incluyeron en la coreografía a las lecheras, quienes mueven frenéticamente sus caderas que sostienen una decena o más polleras abultadas. Y ¿qué se puede decir de la danza de los caporales? Es la representación de los capataces que controlaban el trabajo de los esclavos negros, cuya coreografía y vestimenta han sido hábilmente estilizadas en los últimos años, a tal punto que se ha convertido en el baile favorito de jóvenes de todas las clases sociales. En cambio la Diablada, la danza emblemática del Carnaval de Oruro, refleja la rendición y pleitesía de la deidad del mal a la Virgen del Socavón. En tanto, la diabólica figura que representa al diablo encarnó en el llamado Tío de la mina, adorado hasta hoy por los trabajadores mineros, pese a que sus antepasados incas no tenían ni la más remota idea del supay 29
  • 32. español (diablo en idioma quechua). El Tío de la mina, ubicado generalmente a la entrada al socavón, es una estatua de yeso con largos cuernos de toro, quijada afilada de conquistador, ojos vidriosos, mirada satánica y un inmenso falo que sobresale entre sus piernas y llega hasta sus rodillas. Los mineros consumen en su honor, alcohol y coca para recibir su protección. Los instrumentos utilizados para bailar las danzas sincréticas, antes descritas, tienen su origen en otros países. Las trompetas, sacabuches, trombones y tubas fueron inventados en otras naciones, no en Bolivia, mas son los que mejor sintonizan con la alegría del alma quechua o aymara. Ejemplo palpable del mestizaje musical. La fusión de la música es mayor en las ciudades bolivianas de los valles. Por ejemplo, en Cochabamba y el Norte de Potosí, el instrumento que prima en las fiestas del calendario señalado es el charango, que no es más que el resultado del achicamiento de la guitarra española, que derivó a su vez de la baglama egipcia popularizada por los árabes. A éste se suman el saxofón y el acordeón, que en Carnaval desgranan sus armónicos sonidos hasta activar el espíritu creativo de los famosos taquipayanacus (coplas picantes), que tienen sus raíces en el contrapunteo de las tunas españolas. De hecho que la cueca, baile preferido y practicado con elegancia en los valles tarijeños y el Chaco tiene su origen en las danzas sevillanas. Lo mismo se puede decir de la chacarera, desarrollada con matices criollos en la geografía de la cultura guaraní y bailada al son de melódicos violines y guitarras. Tal es el mestizaje cultural que la fiesta europea de Todos Santos ha sido dotada de elementos andino-amazónicos, particularmente en lo que toca a la resurrección de los muertos y su retorno a la vida convertidos en espíritus por algunas horas, como un preludio de la resurrección definitiva de los cristianos, tal y como proclama la Biblia. Redondean este largo camino de la mezcla a todo nivel las religiones occidentales adoptadas por la población boliviana: católica, cristiana, mormona, evangélica, Testigos de Jehová, etc. Se apropiaron del Dios de los invasores y lo dotaron de sus particularidades como la challa y lo feminizaron al sobreponérsele la Madre Tierra. Muy pocas personas practican en el siglo XXI una religión estrictamente nativa, la mayoría practica el sincretismo religioso. 30
  • 33. Mestizaje social Es cierto que muchas comunidades indígenas mantienen sus trajes típicos, pero la mayoría de la población boliviana ha adoptado la vestimenta occidental o la ha adaptado a su cultura; verbigracia, la chola ha tomado como base el vestido de las sevillanas, al que ha convertido en una falda larga acampanada llamada pollera. Del mismo modo, desaparecieron las ropas típicas que vestían los hombres en la era precolombina, entre ellas los uncus, y fueron reemplazadas por las ropas universalizadas por Europa y Asia, entre ellas los pantalones. Hoy, la mayoría de la población boliviana viste al ritmo de la moda universal, creada en los centros comerciales estadounidenses y europeos. En esta inevitable globalización se copian peinados, colores y símbolos usados en otras latitudes del mundo. Esta mezcla se reproduce en los nombres y apellidos de las personas, la mayoría de origen ibérico, Gonzáles, Pérez, Sánchez, López, Santander, y nombres de la misma cuna, Gonzalo, Jesús, Pedro, María, Martha, Susana, aunque en el último tiempo han sido copiados nombres anglosajones, Jonatan, Windsor, Steve, Wilson, debido a la influencia de la cultura de masas difundida a través de la televisión y el cine. Otro considerable porcentaje tiene apellidos nativos y españoles: Chávez Aruquipa, Pérez Mamani; Morales Ayma, Noza Villarroel y recientemente, en buena hora, ha resurgido el aprecio por los nombres de las culturas originarias: Inti, Wáskar, Iyambae, Túpac, Tuma, Kory Sonkjo, Tika. La cocina de los bolivianos está llena de platos ibérico-americanos: Sajta, Chicharrón, Pique, Charkekan, Majadito, Saice. Se preparan con ingredientes nativos y traídos de otros países como la salchicha o la hamburguesa. Los muebles y su disposición en los hogares han sido pensados entre artesanos del país y extranjeros, desde el living, la mesa con diseños tiwanakotas o europeos, hasta las sillas con características orientales y las camas elaboradas con madera de las selvas bolivianas, pero diseñadas en otras latitudes del mundo. No se salva el tiempo de ocio, donde se destaca la práctica del deporte, entre ellos, el fútbol, que es la actividad favorita, ya sea en tierras 31
  • 34. bajas o altas; y, como todos sabemos, el juego de la pelota es un deporte que tiene sus orígenes en tierras mayas y asiáticas, pero las reglas del football han sido otorgadas por Inglaterra, desde donde se expandió al resto del mundo. Con el fútbol sufren collas, cambas, chapacos, vallunos, y se genera una especie de cohesión nacional cuando juega la Selección Boliviana, sea en un torneo sudamericano o en las eliminatorias a la Copa Mundial. Tal ha sido la influencia, que los equipos bolivianos tienen nombres extranjeros, The Strongest, que en lengua inglesa quiere decir, el más fuerte; Blooming, que se traduce como floreciendo; o Wilstermann, un apellido extranjero convertido en símbolo del fútbol de tierras quechuas (”La Wilster”). A estos se suman los emblemáticos Oruro Royal (Oruro), Stormers (Sucre), Destroyers (Santa Cruz), Always Ready (La Paz) o el Achacachi Football Club, equipo que representa a una emblemática ciudad aymara, ubicada en el altiplano paceño. A esta realidad se suman las transmisiones televisivas en vivo de partidos de las ligas más famosas del mundo, española, italiana, inglesa, además de la argentina o la brasileña, lo que crea una cultura deportiva mestiza e incide mucho entre niños, adolescentes y jóvenes, quienes lucen en sus encuentros camisetas de los equipos de esos países con los nombres de Leonel Messi, Cristiano Ronaldo o Neymar. Otros deportes como el básquetbol o el voleibol, también de origen extranjero, en ambos casos, estadounidense, son muy practicados en las escuelas y colegios del área rural, donde se organizan pequeñas olimpiadas, como solían hacerlo los griegos, salvando las distancias, 500 años antes de Cristo, para poner en vitrina a sus mejores atletas en carreras de fondo, velocidad, lanzamiento de disco. Y por si faltara algún deporte se cultiva el ajedrez, cuya cuna está en Asia. A este proceso de aculturación, si usted quiere ponerle un nombre más diplomático, se debe la reproducción de modismos que viajan entre los países a través de los medios de comunicación. Por ello, es muy común escuchar reproducir en Bolivia términos muy mexicanos como cuate, chavo, chapulineada, cantinflada o dar nacimiento a una especie de dialecto como el quechuañol (quechua español), similar al spanglish que nació en algunas regiones de Estados Unidos donde vive un gran número de migrantes latinoamericanos. 32
  • 35. Mestizaje migrante Según una encuesta de la Fundación Unir, realizada en 2006, más del 42% de la población boliviana6 ya no vive en el lugar donde nació, de ese total, más del 66% está constituido por jóvenes que oscilan entre los 18 y 24 años. De acuerdo con el estudio, las urbes que reciben mayor migración de otras ciudades o de localidades del mismo departamento son Santa Cruz, Tarija, El Alto, Oruro y Cobija. Miles de los migrantes dejaron las poblaciones donde nacieron por razones de estudio, de trabajo, familiares o en búsqueda de mejores oportunidades de vida. Algunos de ellos volvieron a sus terruños llevando consigo nuevas costumbres o formas de ver la vida, mientras que otras, definitivamente han echado raíces en su nuevo destino. Las personas que han decidido cambiar de ciudad o salir de una provincia a una urbe han llevado consigo, además de su bolsa o mochila de viaje, su cultura, la que practican en la región donde se encuentren, ya sea mediante la comida, el baile, la música, el arte, las costumbres, pero también han ido adquiriendo rasgos culturales de los habitantes de su nueva residencia. Por eso bailan con soltura envidiable una morenada o un taquirari, cantan con insuperable “originalidad” una cueca, un huayño o un huayño-cumbia. Y contagian la challa (tributo a la Pachamama) en Cobija, el Chaco o Tarija. Aquellas personas que han marchado solas, por razones de estudio o trabajo, han tejido nuevas relaciones sociales con jóvenes de la ciudad donde ahora viven, y muchas de ellas y ellos se han casado o han constituido pareja con una mujer u hombre del lugar, conformando una especie de matrimonios interculturales, en los cuales la vida está llena de diversidades culinarias, musicales, lingüísticas, en definitiva, culturales, que terminan por materializarse en carne y hueso en los hijos y las hijas, quienes casi de forma automática crean una tercera cultura. Dicho de otro modo, los niños y las niñas de padres y madres de diferentes ciudades y culturas que nacieron en poblaciones distintas a la de sus progenitores interactúan en las instituciones de su ciudad natal y crecen como progenitores de una nueva cultura. 6 Fundación Unir. Encuesta nacional: Diversidad cultura, hoy 206 (http://www.unirbolivia.org/nueva3/index.php?option=com_content&view=category&l ayout=blog&id=7&Itemid=16) 33
  • 36. A la migración interna se agrega la externa. De acuerdo con datos de 2008 del Servicio Nacional de Migración (Senamig)7, los connacionales residen en 44 países del mundo. Se calculó aquella vez que 1.797.495 millones de bolivianos son inmigrantes regulares legales y 400.000, irregulares. También se estableció, a través de las legaciones diplomáticas, que la cifra real de connacionales en el exterior ronda las 2.274.925 personas, si se toma en cuenta a los bolivianos no radicados de forma regular. De ese total, se concentra en Sudamérica el mayor número de emigrantes: 1.269.183; le sigue Europa, donde hay 366.566; en Norteamérica viven 148.094; entre África, Asia y Oceanía, 6.932; y en Centroamérica, 6.720. Gran parte de los migrantes prefieren destinos como Argentina, Brasil, España, Italia y Estados Unidos. Los migrantes al exterior, casi en su totalidad, no llevan consigo bienes materiales, por el contrario, van en busca de ellos; sin embargo, cargan, como ya dijimos líneas arriba, las narraciones culturales que heredaron para interactuar en su nuevo mundo. En ese sentido, los compatriotas que ahora viven en Estados Unidos aprendieron una lengua que, en términos sociolingüísticos, significa conocer un nuevo código de interpretación de la realidad para desarrollarse como persona. En términos psicosociales, significa ser parte de un proceso de aculturación. Imagine por un momento a una pareja de bolivianos que ha tenido hijos en España, de donde hace 520 años llegó una parte de sus ascendientes, a cuya cuna volvieron ellos y ellas como quechuas, aymaras, mojeños o simplemente cruceños, potosinos y cochabambinos y se reprodujeron biológica y culturalmente. La mezcla es más interesante todavía si la pareja es binacional, padre español y madre boliviana o viceversa. Se repite la mezcla de la conquista, cinco siglos después, pero en otras condiciones, aunque en todo caso sería un re-mestizaje. Es probable que muchos de ellos y ellas retornen y se reestablezcan en alguna ciudad boliviana; es muy probable que sólo traigan unos euros y en algunos casos ni un solo dólar; pero de seguro que habrán traído una o dos mochilas cargadas de nuevas costumbres, usos y formas de ver del mundo. Y si retornan sus hijos e hijas, por supuesto, llegarán con una valija repleta de elementos culturales diferentes dispuestos a impregnarse de la 7 Informe del Servicio Nacional de Migración (Senamig) de 2008, (http://cedla.org/obess/node/1306) 34
  • 37. bolivianidad. Y si volvieran con esposo europeo o esposa americana o asiática, la interculturalidad será aún más marcada. Mestizaje tecnológico En medio del mestizaje social, político, económico, llegaron las nuevas tecnologías de información y comunicación (TIC), que dinamizaron más este proceso porque son vehículos de la cultura de masas y espacios de aculturación. En un primer momento, la radio puso en circulación rápida entre los países del orbe nuevas realidades e ideologías, encapsuladas en información. Luego el cine no sólo mostró imágenes de otras latitudes, sino se convirtió en un exportador de modelos de vida y de entender un mundo que ya había comenzado a achicarse. Con más poder llegó la televisión, que expandió como reguero de pólvora la cultura de los países dominantes por lo que fue acusada de pretender homogeneizar el mundo en desmedro de las denominadas civilizaciones débiles, debido a que había saltado de vehículo a productor de la cultura de masas. Esta realidad quería decir que la nueva tecnología no sólo había sumado la imagen al lenguaje de la información, sino que se convertía en la generadora de nuevas escalas axiológicas, patrones sociales, filosofías de vida a través del código de la distracción, traducido en telenovelas, series o programas de humor como el Chavo del Ocho o el Chapulín Colorado. Bolivia se metió de lleno en ese mundo imaginario, pero sin compartir casi nada, sino dejándose subsumir por los productores de la cultura universal. Con la televisión por cable las posibilidades se multiplicaron y los débiles diques nacionales se rindieron. La cultura avasallante llegó en exclusiva desde todas las esquinas del mundo a cada hogar que así lo solicitó. Las nuevas Tecnologías de Información y Comunicación constituyen, en este mismo momento, la máquina infinita de la globalización, que a decir de Zygmunt Bauman8, pone en serio 8 Bauman, Zygmunt, La Globalización, consecuencias humanas, Editorial Fondo de Cultura Económica, Argentina, 1999. 35
  • 38. cuestionamiento el Estado Nacional porque se comprime el espacio/tiempo en el viaje de la economía a tal punto que mantiene un paso de ventaja sobre cualquier gobierno que intente limitar los movimientos de las transnacionales. La red Internet es la dinamizadora de la globalización. “En la actualidad, todos vivimos en movimiento. Muchos cambiamos de lugar: nos mudamos de casa o viajamos entre lugares que no son nuestro hogar. Algunos no necesitamos viajar: podemos disparar, correr o revolotear por la Web, recibir y mezclar en la pantalla los mensajes que vienen de rincones opuestos del globo”, dice Bauman y agrega, “pero la mayoría estamos en movimiento aunque físicamente permanezcamos en reposo. Es el caso del que permanece sentado y recorre los canales de televisión satelital o por cable, entra y sale de espacios extranjeros con una velocidad muy superior a la de los jets supersónicos y los cohetes cósmicos, pero jamás permanece en un lugar el tiempo suficiente para ser algo más que un transeúnte, para sentirse chez soi”. Ante la inevitabilidad de este fenómeno, el premio Nóbel Joseph Stiglitz se preocupa de hacer funcionar la globalización9 y el sociólogo español Javier Castell asegura que vivimos en una sociedad red que está cambiando toda nuestra liturgia de vida, desde el trabajo, pasando por la economía, hasta el tiempo de ocio. Por las redes sociales, Facebook, Twitter, circula la vida, la economía, la cultura, la revolución, como en el caso de la llamada Primavera Árabe. Bolivia ingresa cada vez más a este mundo, y los bolivianos van asumiendo el reto de comprender Internet como el nuevo canal de integración al mundo en todos los ámbitos. Prueba de ello es que en algo más de seis años el acceso de la población nacional a Internet creció casi en un mil por ciento. En 2004, se calculaba que apenas 100 mil personas tenían acceso a la red; en 2011, la Autoridad de Regulación y Fiscalización de Telecomunicaciones y Transportes (ATT) informó que 800.000 bolivianos están conectados a Internet, al margen de las personas que esporádicamente usan el servicio. Una de las repercusiones de este proceso de crecimiento se constata en el lenguaje que creativamente va inventando nuevos verbos: feisbuquear, tuitear, chatear. Y si tomamos en cuenta que la base del 9 Joseph E. Stiglitz, Cómo hacer que funcione la globalización, editorial Taurus, Argentina, 2006. 36
  • 39. mestizaje cultural es la lengua, pues, inequívocamente ingresamos en un terreno de simbiosis permanente entre cosmovisiones distintas. La cereza sobre la torta tecnológica la representa el teléfono móvil, conocido en Bolivia como celular, que facilitó en tiempo real el viaje de la mezcla cultural a través de los servicios que presta desde un simple teléfono hasta un reproductor de música, video o soporte de Internet. Según informes de la ATT, más del 80% de los habitantes del país usa el celular. Naciones Unidas recientemente reportó que de los siete mil millones de personas que viven en la tierra, seis mil millones cuentan con acceso a telefonía. Estos datos demuestran que, como nunca antes en la historia de la humanidad, estamos interconectados entre los seres humanos, lo que significa que vivimos una etapa de irreversible conexión de realidades, historias de vida, pensamientos, sentimientos y recorremos un camino sin retorno a la constitución de un ser global con rasgos muy particulares de cada país o continente, pero con muchos elementos universales. Y Bolivia no está aislada de este proceso. Del Estado criollo al proyecto de Estado mestizo El historiador Charles Arnade plantea en su libro “La dramática insurgencia de Bolivia” que el país es el resultado de la voluntad de un grupo de criollos que, tras ver cómo eran derrotadas las tropas realistas, se pasó al bando de los independentistas y decidió quebrar el sueño de la Patria Latinoamericana, pero más que todo la posibilidad de unidad con el Bajo Perú, y constituir un nuevo Estado con un único objetivo: preservar sus privilegios en desmedro de la mayoría indígena del país. Ese grupo oportunista, según otros historiadores, estuvo constituido también por mestizos, definido en aquel momento a partir de la genética como hijo o hija de un padre o una madre española con una madre o un padre indígena. En otras palabras, determinado a partir de la “sangre” y no tanto de la cultura. En este marco, la historia cuenta que los llamados “doctorcitos”, entre ellos Casimiro Olañeta y José María Serrano, tramaron de manera truculenta el nacimiento de Bolivia excluyendo a la mayoría indígena. Bolivia nació como feudo de un pequeño grupo de hijos de españoles que no pelearon por la libertad ni por la justicia, sino que usaron 37
  • 40. su formación académica y política para preservar sus privilegios de sangre, de casta, en el nuevo Estado. El sujeto indio había sufrido tal derrota en 333 años que no tenía capacidad ni siquiera para cuestionar la constitución del nuevo país, pese a que había combatido obligado en ambas filas, tanto entre los independentistas como entre los realistas, aunque algunos historiadores dicen que, en realidad, los indios permanecieron alejados de esta contienda que se definió entre españoles, criollos y mestizos. Recién en la Guerra del Pacífico el indio asoma como sujeto con existencia republicana en las filas del Ejército Boliviano, pero sin comprender claramente el valor mismo de la Patria, sino como un sujeto impelido a defender algo que no consideraba suyo por la traición que había sufrido en su nacimiento por parte de los parteros de la República. Desde entonces y hasta la Guerra Federal el indio estuvo ausente en la construcción del destino de Bolivia. Recién a finales de siglo XIX, el indígena emerge como aliado de las filas federalistas, con Zarate Willca, para derrotar a los republicanos. La traición de los federalistas terminó con la vida de Willca y se ratificó la predominancia criollo-mestiza en la conducción de los destinos de la República. El episodio de la Guerra del Chaco (1932-1935) demostró que la columna vertebral del Ejército Boliviano eran los indígenas, pues, fueron ellos, quienes al final defendieron a la Patria que no fundaron, pero por la que pelearon desde sus mismos inicios, con héroes como el “Tambor Vargas” y los guerrilleros de Ayopaya o los quechuas como Alejo Calatayud, entre otros. La contienda del Chaco no sólo desnudó el uso instrumental de los indígenas sino que incubó una conciencia política en el sujeto nativo, pero particularmente, en los mestizos, quienes comprendieron, en este episodio, que Bolivia no era un Estado, sino un simple conglomerado de seres humanos que vivían sin un sentido de Patria, sin un ideal de hombre, como unos desheredados que el destino había puesto en unos límites territoriales a los que no consideraban como propios ni comprendían la razón de vida de una república llamada Bolivia. Es decir, no sabían el significado de Bolivia, ni por qué ellos y ellas tenían que ser bolivianos. 38
  • 41. Este estado de la conciencia social fue leído con acierto por intelectuales de la talla de Augusto Céspedes, Carlos Montenegro, Hernán Siles Suazo, Víctor Paz, Wálter Guevara Arce, Juan Lechín Oquendo, entre otros, quienes, luego, como resultado de esa interpretación propusieron la inclusión de los indígenas con el objetivo de preparar el nacimiento del nuevo ser boliviano a través de medidas ineludibles y muy necesarias en ese momento: 1. Nacionalización de las minas, para producir riqueza desde el Estado y redistribuirla con el fin de acondicionar un país con igualdad. 2. Devolución de la tierra a los hijos legítimos de Bolivia, los indios, para restar poder económico a la rosca minero feudal y erigir una burguesía nacional. 3. Educación para todos y todas con el fin de crear, en las aulas, al nuevo ser boliviano libre. 4. Participación política de los indígenas a través del voto universal para incluirlos en la responsabilidad de la conducción del Estado, pero sólo con el deber de elegir y no con el derecho de ser elegidos. El 9 de abril de 1952 comenzó a nacer el nuevo Estado y el nuevo ideal del hombre boliviano: el mestizo. La historia dice que la Revolución fracasó en el fin, pero no en el medio: la inclusión de los indígenas en la vida política nacional. Los críticos señalan el proceso de mestizaje propuesto desde el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) como algo inducido y homogeneizante, por tanto impuesto, entonces destinado al fracaso. Sin embargo, es innegable el ascenso que experimenta el movimiento indígena y popular desde el momento en que sus componentes comenzaron a cumplir su deber de elegir al gobierno de la República con el objetivo histórico de ejercer el derecho de ser elegidos ellos dentro de un tiempo. En ese devenir, el indio se convirtió en proletario, ingresando como trabajador a las minas, a las fábricas, y sus hijos comenzaron a formarse en las escuelas y colegios bajo el espíritu del nuevo código de educación, 39
  • 42. desde donde repensó la historia y empezó a cuestionar en tono dialéctico al Estado que le había dado alas políticas, pero paradójicamente seguía preservando estructuras coloniales y de exclusión. Se constituyó en sujeto económico en su condición de propietario de una parcela de tierra y productor de sembradíos para el mercado interno, pero ante todo se convirtió en un sujeto político, en un primer momento, con capacidad de elegir, y, en un segundo momento, con capacidad de ser elegido para administrar el Estado. Pero no sólo para elegir y ser elegido, sino también producir o elegir ideología política y no solamente praxis. Resultado de este proceso “cada 2 y 6 de agosto, Fausto Reinaga marchaba solo cargado de una pancarta que decía “la tierra no es de quien la trabaja, sino del indio”10. De este modo, el intelectual indianista cuestionó uno de los principios de la Revolución Nacional (“la tierra es de quien la trabaja”) y por lo cual propuso una revolución india en lugar de la revolución nacional, que había reducido las posibilidades de reproducción de sus formas de organización ancestral a cambio de la sindicalización. “A mi regreso de Europa, rompo con toda mi tradición intelectual y con toda mi producción cholista. Hubiese querido que no existiese…Es otra etapa, otro camino que he encontrado; y tengo otra meta en el horizonte. En mis obras de 1940 a 1960 yo buscaba la asimilación del indio por el cholaje blanco-mestizo. Y en las que he públicado de 1964 a 1970 yo busco la liberación del indio, previa destrucción del cholaje blancomestizo… y yo planteo la Revolución India”, escribe Reinaga en su obra cumbre “La Revolución India”. Hágase todas las críticas posibles, pero es ineludible reconocer que la Revolución del 52 dio nacimiento al indio proletario, intelectual, liberal, sindicalista, que recién en la primera década del siglo XXI saltó de ser un simple elector a ejercer su derecho de ser elegido por las reglas de la democracia burguesa. Aunque el movimiento indígena sufrió un retroceso en sus propósitos durante las dictaduras, no implica que haya dejado de ser sujeto histórico. Prueba de ello es el pacto militar campesino y el nacimiento de 10 Esta historia fue contada por el periodista Carlos Salazar, exiliado por la dictadura de Hugo Bánzer en 1971, y corresponsal de la agencia de noticias alemana, DPA, durante más de tres décadas. 40
  • 43. la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB). La construcción de estos espacios políticos demuestra que el sector indígena campesino comenzó en ese tiempo a organizarse, en una primera etapa, para seguir resistiendo, pero haciendo política; y, en una segunda etapa, para aspirar a la toma del poder. Con el advenimiento de la democracia y ya a finales del siglo XX se fortaleció el sujeto político indígena y se extendió al oriente boliviano con el nacimiento de organizaciones como la Central Indígena del Oriente Boliviano (CIDOB), que ha tenido mucho que ver con la construcción del Estado Plurinacional, las autonomías y la defensa del medio ambiente, para la cual ha utilizado como instrumento de lucha las marchas11. Hasta esta parte, queda probado el proceso de mestizaje que sufrió el indígena, campesino, obrero y popular y que sus gestas son resultado de métodos políticos originarios y occidentales, tales como la marcha y el ejercicio de la democracia comunitaria y la democracia representativa, cuya máxima forma de participación es, precisamente, la ecuación un ciudadano un voto. El Estado Plurinacional En los últimos 20 años del siglo pasado, el movimiento indígena originario campesino reivindica su historia, su cultura, su cosmovisión con más intensidad que en la segunda mitad del siglo XX, pero en un escenario más mestizo porque mide sus fuerzas en un sistema político occidental, cuyas armas, como el voto y la organización de instrumentos políticos llamados partidos, le son útiles en el logro de sus objetivos. Sin embargo, si bien se desarrolla en el ámbito descrito, se encarrila en un propósito de desmestización, de descriollización y se radicaliza en un proceso de indigenización de la sociedad boliviana como respuesta a los 520 años de colonización. En este contexto surgen movimientos con el propósito de impregnar con el alma originario indígena toda la actividad humana, desde la política, 11 Hasta esa fecha, la Cidob realizó ocho marchas, la última fue en defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure, que puso en jaque al gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario. 41
  • 44. pasando por la economía hasta llegar a la cotidianidad cultural, pero sin desprenderse de los instrumentos que le otorgó el sistema político occidental, asentados, tal y como señalamos en la primera parte, sobre un Estado democrático con tres poderes separados y con instituciones europeas como el Defensor del Pueblo y el Tribunal Constitucional. Así se explica el nacimiento de la categoría sociopolítica indígena originario campesino, como un intento por indigenizar a la Bolivia que se propuso mestizar el MNR, pero sucedió todo lo contrario. Se produjo el doble mestizaje del sistema político boliviano. Justicia occidental, justicia originaria; elección de autoridades por voto ciudadano, pero también por usos y costumbres; democracia representativa y participativa, pero también democracia comunitaria; veneración a Dios, pero también a la Pachamama, igual Estado laico. Finalmente, la historia da nacimiento entre 2006 y 2009 a la nueva Bolivia, a través de una Asamblea Constituyente, pero esta vez con la presencia de los excluidos de la Asamblea Constituyente de 1825, cuando se redactó una Constitución que no fue nada revolucionaria, sino una simple certificación del cambio de dueño de Bolivia, que no cambió en nada la vida del indígena originario. Han tenido que pasar 185 años para que aquel sujeto histórico construido en el ámbito político y no en el terreno genético (sino sería fascismo) defina el destino de la tierra que siempre fue suya, constituyendo lo que hoy se conoce como Estado Plurinacional de Bolivia. La definición sociopolítica de lo indígena originario campesino no se sustenta en la pureza de sangre, ni tiene mucho que ver con la biopolítica; es más bien un concepto construido para superar la exclusión y hacer justicia con la toma del poder. No refleja pureza de raza ni una cultura inmaculada, sino la virginidad política de un sector social en la administración de un Estado que comenzó a sentir casi suyo tras la Guerra Federal; suyo a medias después de la Revolución del 52; y enteramente suyo con el Proceso de Cambio. El resultado más esperado del Estado Plurinacional radicaba en el epitafio que iba a poner fin a ellos/nosotros; los kjaras/los taras; los blancos/los indios, quechuas/aymaras y comenzar a construir un NOSOTROS sobre el ideal de hombre que quiere parir el Proceso de Cambio. 42
  • 45. El concepto indígena originario campesino maduró en luchas sociales como la Guerra del Agua, la Guerra del Gas, y en las instituciones democráticas como las elecciones nacionales que condujeron a sus representantes hasta la administración del Estado. Y se podría decir que ya cumplió su cometido de incluir al excluido de los designios del país, lo que significa que agotó su función política. Ahora está obligado a recorrer hacia su nuevo destino si desea la realización total del Estado Plurinacional, en el marco de la revolución cultural. Por ahora, se comprende el concepto Plurinacional como la coexistencia de culturas, sobre la base de la tolerancia; pero no como la convivencia de culturas, sobre la base del respeto, destinadas a seguir creando más culturas con un ideal de hombre, que supere el monismo moral y asuma mínimos acuerdos sobre los criterios de justicia y sea flexible sobre los criterios de felicidad (el bien vivir o el vivir bien), pero sin perder de vista que los seres humanos son fines en sí mismos, antes que simples medios, sin importar su cuna cultural. El nuevo ser boliviano La persona que vive en Bolivia, un Estado que tiene menos de 200 años, a diferencia de otros países europeos, es producto de los antecedentes señalados, vale decir, de la simbiosis producida en el ámbito de la religión, la política, el lenguaje, la tecnología. Es un ser que cuando nació la República ya era resultado de una mezcla marcada por la Colonia, donde se produjo el proceso de mestizaje inevitable (así se lo denomine colonialismo cultural) por la preeminencia o el avasallamiento de una cultura sobre otra. Aquella, sin embargo, en 500 años no pudo borrar las profundas huellas de la cultura que pretendió anular; por ello, coexistieron y, sin proponérselo, constituyeron una tercera cultura. Durante gran parte de la Colonia, el mestizaje fue una mala palabra y los mestizos unas malas personas. Así lo confirma el sociólogo ecuatoriano Hernán Ibarra, que lo define “como el proceso biológico de miscigenación que ocurre donde hay el contacto entre distintos grupos raciales y étnicos”. 43
  • 46. En criterio de este estudioso, “el mestizaje, como producto colonial, fue un proceso de mezcla de razas, que se tradujo en las castas racialmente mestizas. Esto se refiere a que quienes no eran blancos, indios o negros tenían una condición social de castas con denominaciones que abarcaban los diversos tipos de mestizos resultantes de la situación colonial”. Ese tufo despectivo sobre el cholo, el mestizo, también lo refleja magistralmente Ximena Soruco Sologuren, en su libro “La ciudad de los Cholos”12. Para Ibarra, en un sentido cultural, el mestizaje es el proceso de aculturación que se desarrolla en diversos momentos y circunstancias históricas. El sentido ideal de los procesos de mestizaje, su “deber ser”, es el del intercambio cultural con el enriquecimiento de las partes, pero el mayor obstáculo para que esto ocurra, según ha demostrado Róger Bastide, es que las barreras de los prejuicios raciales y la discriminación son tan poderosas que impiden los contactos entre vertientes culturales13. Con el fin de superar este prejuicio y la concepción homogeneizante de la Revolución Nacional sobre el término mestizo, el Estado boliviano optó por comprenderse como un espacio de naciones, pero donde, paradójicamente, no cabe la nación mestiza. Para entender mejor, concertemos el concepto de nación que, formalmente, aparece en 1789 en la declaración de los Derechos del Hombre en los siguientes términos: “el principio de soberanía reside esencialmente en la nación”. Los revolucionarios franceses habían presupuesto este término antes de desarrollarlo y lo identificaban con el pueblo. En otros lados las “naciones” eran entidades dudosas. En tal sentido, para Hegel la lucha entre naciones era el motor de la historia, lo que para Marx era la lucha de clases; y para Nietzsche, la lucha de razas. En ese devenir coincidieron cuatro criterios para definir la nación14: 1) Una entidad política definida por los límites del Estado. Bajo esta definición las naciones se reúnen en las Naciones Unidas. En la otra vereda está el Estado Plurinacional, que traducido sería un Estado con muchas naciones. 2) Una unidad geográfica definida por las fronteras naturales o por alguna identidad territorial histórica. Podría ser la nación inglesa, que es una entidad definida por la geografía. 3) Un pueblo autoconsciente de 12 Soruco, Ximena; La ciudad de los cholos, mestizaje y colonialidad en Bolivia siglos XIX y XX, Editorial Tarea Asociación Gráfica Educativa, Lima, Perú, 2011. 13 Ibarra, Hernán; La otra cultura, imaginarios, mestizaje y modernización, Editorial Marka, Quito, Ecuador, 1998. 14 Jay, Richard; Ideologías Políticas, Editorial Tecnos, Madrid, España, 2004 44
  • 47. su identidad y unidad comunes, que se manifiesta en una acción política colectiva o una cultura nacional distinta. 4) Un pueblo definido por alguna característica “objetiva” de su vida social; por ejemplo, el lenguaje común, los orígenes étnicos o raciales, la religión o una existencia económica compartida. Este criterio engloba a las naciones del Estado Plurinacional. Según Richard Jay, “juntando estos cuatro elementos obtenemos una nacionalidad ideal: un pueblo con su propio Estado y con su propia patria, con una cultura y una conciencia nacional desarrolladas, y socialmente homogéneo”. El cuarto criterio da nacimiento a la nación mestiza, pues al igual que la aymara, chiquitana o mojeña tiene un lenguaje común, un origen que data de hace más de 500 años, una existencia económica, un alma colectiva. Ahora retornemos al concepto mestizo, que nace en la Colonia, y que según el Diccionario de Relaciones Interculturales es una construcción que sólo adquiere sentido cuando se considera en su relación con su par. Este constructor encuentra su mayor expresión en el sentido ideológico y se presenta en dimensiones culturales, biológicas, lingüísticas e incluso epistemológicas. El mestizaje ha pasado desde la imagen racial a la metáfora cultural. Otros autores, entre ellos el investigador boliviano Rafael Archondo, plantean que los mestizos son quienes se sitúan en los espacios próximos a culturas sin pertenecer plenamente a ellas; mientras que la socióloga e historiadora boliviana Rossana Barragán, indica que es una variante urbana de la cultura indígena, una especie de vanguardia citadina que, sin dejar de ser lo que fue, adquiere nuevos recursos y una nueva lógica para preservar sus valores. Es decir, el mestizo o la mestiza dejó de ser producto genético de la mezcla de razas, a tono con la ciencia, que ya demostró que no hay razas. Mantener aquella definición sería reproducir un pensamiento colonial en plena era descolonizadora. Por tanto, podemos y debemos definir el mestizaje como la mezcla de dos o más culturas que da nacimiento a una tercera cultura; es decir, a una nueva nación con un lenguaje común, un origen común, una historia común, pero sin subsumir particularidades o rasgos específicos de sus subcomponentes. En esa onda, Ibarra subraya: “el mestizaje ha variado históricamente, al pasar de la estigmatización y la definición negativa hacia 45
  • 48. una identidad positiva con la formación de la conciencia nacional en el siglo XX. En esto fue esencial la revolución mexicana de 1910 y la revolución boliviana de 1952 que consolidaron los fundamentos de una conciencia nacional mestiza”. Sobre esta historia se reproduce la ideología del nacionalismo, doctrina universal inventada en Europa en el siglo XIX, que “sostiene que la humanidad se divide naturalmente en naciones, que las naciones poseen ciertas características que pueden determinarse, y que el único tipo de gobierno legítimo es el autogobierno nacional”. Entonces, es incoherente discriminar un concepto, como sucedía durante la Colonia, cuando ha construido una identidad en más de medio milenio y tiene las características señaladas en la primera parte de este trabajo. No se puede negar 520 años, tiempo en el cual la palabra mestizo cambió su base epistemológica. El origen negativo del mestizaje asume, en este nuevo tiempo, un destino positivo e inevitable gracias al proceso vivido y a la presencia física de las tecnologías de información y comunicación que han vehiculizado la globalización. El término que nació para despreciar a un segmento de la población y que por ello mismo era despreciado, hoy se ha convertido en un término muy apreciado, al menos en Bolivia, porque tiende a convertirse en la palabra bisagra que puede unir al país y cohesionar lo boliviano con lo quechua, lo boliviano con lo aymara, lo boliviano con lo camba, lo boliviano con lo guaraní. Así lo demostró, la encuesta de la Fundación Unir, realizada en 200815, que revela que el 73.3% de la población encuestada se identificó como mestiza, pero a la vez el 67% se declaró perteneciente a un pueblo indígena. El estudio señalado demuestra que el concepto mestizo no mata a otras identidades (tsiman, surcaré, chiquitano), sino que fusiona identidades mestizo/quechua; mestizo/aymara; mestizo/mojeño; por tanto, proyecta la estructuración de una nación con un ideal de hombre en los términos planteados por Adela Cortina16. El concepto indígena originario campesino se ha convertido en una categoría política que ha logrado su propósito: derribar al Estado 15 Fundación Unir; Segunda Encuesta Nacional, diversidad cultural 2008; (http://www.unirbolivia.org/nueva3/index.php?option=com_content&view=category&l ayout=blog&id=7&Itemid=16) 16 Cortina, Adela; Ética mínima, introducción a la filosofía práctica; editorial Tecnos, Madrid, España, 2010. 46
  • 49. colonizador y excluyente y erigir un Estado Plurinacional, cuyo propósito debe ser el de redistribuir en términos equitativos el poder, la riqueza y la palabra. Por tanto, ya es un concepto superado por el propio Estado Plurinacional, que debe ser comprendido como el espacio de convivencia entre naciones que tienen muchos elementos en común, entre ellos el mestizaje, pero a la vez sus identidades particulares. Dicho de otro modo, el Estado Plurinacional es el resultado de un largo proceso de mestizaje en los campos señalados siendo que aceptarlo como tal será caminar hacia la descolonización, y rechazarlo significará que muchos bolivianos todavía no han superado la colonización mental que abatió al país durante centurias. Es antihistórico reciclar el concepto indígena originario campesino sólo para reproducirse en el poder en nombre de pueblos que, evidentemente, preservan sus particularidades, pero a la vez reconocen sus mezclas. Sobre este cimiento se debe erigir al nuevo ideal de hombre boliviano, al nuevo ser boliviano, que en lo biológico, así no nos guste, es resultado de las mezcla de europeos e indígenas originarios campesinos (es muy probable que haya excepciones, pero ya hemos demostrado abundantemente la mezcla) y en lo cultural es el producto de una inmensa mezcla de pensamientos, prácticas y realidades. Ese nuevo ser boliviano conserva sus raíces indoeuropeas en todos los ámbitos y tiene su esqueleto y genes culturales en el mestizo, que no es un término apabullante o excluyente de lo indígena originario, si no, el reconocimiento de que cada uno de nosotros es un ser que ha producido una tercera cultura, lo que no quiere decir, necesariamente, que se haya homogeneizado. El ser boliviano es resultado de dos o más culturas y su tránsito es un devenir infinito de ir creando terceras culturas. El ser boliviano tiene una identidad de origen o procedencia, quechua, guaraní o chiquitano, y un destino único: Bolivia. Vale decir que es un ser con identidad originaria, pero sin ser arrancado de sus contextos mestizos evidentes. Un ser que no se aferre a sus intereses empíricos, diría Adela Cortina, sino a sus intereses morales que conduzcan a construir una comunidad de intereses, un sistema de cooperación, en el que puede negociar las concepciones del vivir bien (felicidad), pero no los mínimos criterios de 47
  • 50. justicia social17 que hacen a su dignidad humana, así proceda de diferentes culturas. Un ser sin complejos frente a su historia ni resentimientos frente a sus iguales mestizos, aunque diferentes identitariamente; un ser boliviano con alta reflexión moral para no quedarse estacionado en su pasado, con capacidad dialogante y consensual para sentar el presente de un futuro exento de la tentación de imponerse sobre el otro igual; un ser con espíritu autónomo, con sensatez rebelde para auto legislarse y para acordar una legislación y comprometerse moralmente a cumplirla sacrificando incluso sus intereses sectarios con la convicción de que el bienestar de cada uno se asegura sobre el bienestar de todos. Un ser libre y capaz de autogobernarse y construir desde el hogar un sistema de cooperación y proyectarlo a una comunidad de sólida institucionalidad democrática alejada del liderazgo que cree que encarna por designio divino las aspiraciones de la sociedad. Un ser que entiende que el poder se negocia en función del bien común y que la autoridad rota entre los componentes de una sociedad para crear el espíritu de la corresponsabilidad del nosotros en la administración de la cosa pública. 17 “Modo en que las instituciones sociales más importantes distribuyen los derechos y deberes fundamentales y determinen las ventajas provenientes de la cooperación social”, Adela Cortina, Ética mínima, introducción a la filosofía práctica. 48
  • 51. Waldo Albarracín Sánchez Waldo Albarracín es abogado, con maestría en Derecho Constitucional. Fue Presidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (1992-2003), miembro del Consejo Ciudadano para la Reforma a la Constitución Política del Estado y Defensor del Pueblo entre 2003 y 2008. Es columnista de La Prensa, docente universitario y autor de varios textos sobre leyes y Derechos Humanos. Capítulo III La ciudadanía en el nuevo proceso socio político
  • 52. 50
  • 53. Waldo Albarracín Sánchez Reinventar la política para construir una nueva ciudadanía; ejercer derechos y obligaciones en base a una revolución de conducta que implique responsabilidad con el bien común, es la oportunidad que advierte y alienta el autor de este ensayo. Un repaso histórico de la forma en que se han ido manejado los conceptos de ciudadanía desde el poder y desde el pueblo, es el marco sobre el que sustenta la necesidad de adoptar medidas inmediatas para recomponer la relación entre la política y la sociedad civil, y aportar a la re construcción de un legítimo ejercicio ciudadano. Supuestamente, al haberse extinguido la última dictadura militar en Bolivia, en octubre de 1982, las experiencias de los regímenes de facto ya no deberían ser parte del análisis político: ahora imperan otras coyunturas y diferentes formas de relacionamiento entre el Estado y la sociedad civil, de manera que el antecedente dictatorial no sirve para un análisis y evaluación exacta de la realidad nacional y del ejercicio de los derechos ciudadanos. Sin embargo, resulta muy riesgoso prescindir de este antecedente en un país donde los protagonistas políticos se convirtieron en fieles herederos de las lógicas autoritarias que nos legaron los dictadores, extendiéndose esta forma de relacionamiento social hacia importantes estamentos de la sociedad civil. Las experiencias políticas del pasado han sido recicladas en el tiempo y en el espacio y tienen una marcada influencia en la subsistencia, hasta nuestros días, de diferentes prácticas “humanas” autoritarias que 51
  • 54. permiten, por ejemplo, la discriminación por diversas razones (género, generacional, racial, religioso, sexual, opción sexual, etc.), la violencia (en muchos casos política), la intolerancia y otras formas de atropellar los derechos de los demás. Los diferentes dictadores militares dejaron toda una escuela de comportamiento político que aún no fue extinguida, a pesar de las tres décadas de regímenes democráticos liberales que estamos prontos a cumplir. La Doctrina de la Seguridad Nacional mutiló el ejercicio de los derechos ciudadanos Los regímenes de René Barrientos, Hugo Bánzer, Luis García Meza, entre otros, ideológicamente identificados como gobiernos enemigos de cualquier tendencia izquierdista, encontraron el instrumento perfecto para combatir a sus opositores y destruir cualquier acción contestataria de parte de la sociedad civil. Bajo la influencia de la Doctrina de la Seguridad Nacional, diseñada en el Pentágono para ser aplicada en Latinoamérica, especialmente en el Cono Sur, los gobiernos afines de estos países la instalaron y reprodujeron entusiastamente. Miles de efectivos militares recibieron formación en la “Escuela de Las Américas”, para terminar convencidos de la necesidad de destruir a los dos enemigos, el externo y el interno. El primero identificado con el Comunismo Internacional y, el segundo estereotipado en los sectores más contestatarios de la sociedad (dirigentes sindicales, maestros, artistas, curas, partidos de izquierda, intelectuales, periodistas, etc.). La dureza de estos regímenes impidió obviamente la libertad de expresión, el derecho a disentir, a reclamar. Los saldos de perseguidos, exiliados, encarcelados, confinados, torturados y desaparecidos cuyos paraderos hasta hoy se desconoce, mostraban un profundo desprecio por la vida e integridad de la persona, y constituyen fieles testimonios de los niveles de degradación al que puede llegar el ser humano en su afán de aniquilar al adversario político. Treinta y más años después, y no obstante la consolidación de la democracia, estas víctimas y desaparecidos siguen siendo una deuda pendiente del Estado con la sociedad que aún no fue allanada por la 52
  • 55. democracia debido a los preocupantes niveles de impunidad que caracterizan a los crímenes de lesa humanidad. Es, también, parte de la herencia recibida por los gobernantes constitucionales de ese oscuro periodo de nuestra historia. En ese contexto, la institución de la “ciudadanía” como forma de existencia y convivencia humana y ejercicio de derechos fue absolutamente mutilada sin posibilidades reales de ser ejercida. Por el contrario, los dictadores encontraron formas “inteligentes” de camuflar jurídicamente sus actos de represión política, creando normas que les permita criminalizar la protesta social, como es el caso del Código Penal aprobado durante la dictadura del Gral. Bánzer, a través del cual se crearon figuras delictivas que penalizaban las acciones contestatarias de la sociedad (los tipos penales de “instigación pública a delinquir”, “apología pública de un delito” y el “desacato”, esta última daba lugar al enjuiciamiento penal de toda persona que emitiera criterios negativos o se refiera en forma irrespetuosa hacia las autoridades públicas). Lo irónico del caso es que en democracia, los diferentes gobiernos, incluido el actual, continúan usando estos recursos legales para reprimir políticamente a sus adversarios. La dictadura, por consiguiente, es un ausente bien presente en la política boliviana, a partir de la continuidad de ciertas mentalidades heredadas del pasado, de la subsistencia de lógicas autoritarias y de la impunidad de varios de sus protagonistas, generando una sistemática violación de los derechos humanos y por ende mutilando el ejercicio de la ciudadanía. La Doctrina de la Seguridad Nacional no se fue con los dictadores, persistió en las posteriores coyunturas y marcó profundas huellas que aún se advirtieron en las reacciones y formas de administrar el Estado de los subsecuentes conductores del país. Forma, por tanto, parte de la realidad actual; es por ello que no se puede prescindir de este antecedente en el análisis. Las democracias de orientación neoliberal El 10 de octubre de 1982 fue posesionado como Presidente Constitucional de la República el Dr. Hernán Siles Zuazo, líder del Frente Unidad Democrática Popular (UDP). Fue el momento en que llega al poder el primer gobierno constitucional después del alejamiento de los militares. 53