Este documento resume que aunque los medios de comunicación establecidos no son completamente objetivos, tampoco son ideológicamente parciales. Lo que realmente les gusta es el conflicto y el drama humano. Aunque los políticos a menudo culpan a la prensa por sus problemas, los votantes toman sus propias decisiones al final e ignoran en gran medida la influencia de los medios. La prensa oscila entre ser demasiado cercana a sus sujetos o atacarlos agresivamente, pero generalmente intenta ser justa.
Denuncia en la Justicia Federal por la salud en La Rioja
Objetividad e ideología en los medios de comunicación
1. 1
MEDIOS
¿Es la prensa establecida imparcial? No, pero somos ideológicos. Lo que nos gusta es el
conflicto.
El mito de la objetividad
Por EVANTHOMAS
ELLA TRATÓ DE CONVERTIRLO EN UN CHISTE. En el debate en Cleveland, Hillary
Clinton retomó una rutina de "Saturday Night Live" sobre los periodistas lisonjeando a
Barack Obama. "Tal vez debamos preguntarle a Barack si está cómodo o necesita otra
almohada", dijo Clinton. A menudo, el humor es un sustituto de la ira, y si Clinton no
fue del todo graciosa, fue porque ella está resentida con la prensa porque, al parecer,
trata con menos severidad a su oponente. Ella tiene algo de razón, pero lo cierto sobre
los medios de comunicación y la campaña no puede caricaturizarse como la deificación
de Obama y el acoso a Clinton. Los políticos y la gente le dan un gran poder a la prensa.
Las conspiraciones abundan.
Los presentadores derechistas de los programas de entrevistas adoran hablar de un
sistema liberalista en los medios de comunicación. Los comentaristas izquierdistas
acusan a la prensa de hacerle eco a George Bush antes de la invasión a Irak. Los polí-
ticos acusan a la prensa de ser cruel. A veces lo somos. El día que el vicepresidente
George H.W. Bush anunció que buscaría la presidencia en octubre de 1987, vio cómo su
hija de 28 años, Doro, lloró cuando leyó el artículo de portada de NEWSWEEK de esa
semana, mostrando a Bush manejando su lancha bajo el encabezado "Combatiendo el
'factor de debilucho'". Bush estaba, comprensiblemente, furioso. La frase "factor de
debilucho" provino del propio encuestador de Bush, y dijimos que estaba
combatiéndolo; sin embargo, dimos la impresión de que llamábamos debilucho al
Vicepresidente. Al final, el artículo tuvo poco impacto porque los votantes ya habían
entendido que Bush, un héroe de la Segunda Guerra Mundial, era muy duro. Fue
elegido presidente al año siguiente.
Ciertamente, hay editores y directores a quienes les gustaría nombrar reyes, o ser reyes.
Desde William Randolph Hearst, pasando por Henry Luce y Rupert Murdoch, los
magnates de la prensa han buscado dejar su sello personal, si no es que cambiar el
curso de la historia. Pero para la gran mayoría de los medios de comunicación, la
realidad es mucho más mundana: el impacto de la prensa en las elecciones, así como en
la mayoría de los demás eventos humanos, es turbio.
Los medios de comunicación establecidos ("MSM", en inglés) son parciales, pero no
ideológicamente hablando. La predisposición real de la prensa es el conflicto. Los
editores, aun los que marcharon en protestas antibélicas durante la era de Vietnam,
tienen debilidad por la guerra, el conflicto máximo. Como chismosos y fisgones
empedernidos, los periodistas también comparten un gusto por el escándalo, de
preferencia uno sexual. Pero en su mayoría buscan relatos que muestren algo de
carácter. Es el drama humano lo que más nos llama la atención.
Los políticos han sabido desde hace mucho cómo pasar por encima de la prensa para
llegarle al público. Si el derecho al voto estuviera restringido a los reporteros, ni
Richard Nixon o Ronald Reagan hubieran sido elegidos presidentes. Muchos del Cuarto
Poder consideraban a Nixon un autócrata apenas simulado, a Reagan como un tonto
vaquero nuclear. Ambos presidentes fueron reelegidos en victorias arrolladoras. El
poder político de los viejos medios de comunicación, si alguna vez lo tuvo, ha sido
debilitado aun más por los nuevos medios de comunicación. La capacidad para recabar
fondos y el alcance viral de Internet son mucho más cruciales para la suerte de un
2. 2
candidato presidencial que sentarse a comer galletas con el comité editorial de The
Washington Post.
La necesidad de vender periódicos o hacerse de anunciantes es real y se vuelve más
urgente en una era de fortunas financieras a la baja, pero tales presiones casi nunca
afectan las decisiones noticiosas. (Si lo hicieran, habría menos cobertura política,
objeto de muchas críticas. Créanos, los anunciantes no están ansiosos por financiar la
cobertura de las guerras, a menudo por miedo a que se los asocie con tópicos
controvertidos.) Cualquiera que visite las reuniones matutinas de los editores de la
mayoría de las revistas de noticias, de los grandes periódicos o de las redes noticiosas
oirá una discusión sobre lo que es nuevo, lo que es interesante y lo que es importante,
no lo que le dará más dinero al director o al dueño.
Un ataque recurrente contra la prensa es que carece de objetividad. La crítica es justa:
es casi imposible ser completamente objetivo. La subjetividad siempre acecha las
decisiones que toman los reporteros y los editores sobre qué incluir o qué enfatizar en
un artículo. La gente de las noticias es muy humana, y a veces ni siquiera están
conscientes de su parcialidad. Pero en general, la prensa establecida sí trata de ser
justa. Las grandes organizaciones noticieras están más que atentas de que algo salga
mal. Los errores grandes —fraudes, plagios, engaños descarados— pueden acabar con
la carrera de alguien.
Muchas de las sospechas sobre una parcialidad en la prensa derivan de dos
suposiciones que son un lugar común, aunque contradictorias. La primera es que los
reporteros están allí para atacar a sus sujetos. La segunda es que la prensa es
demasiado cercana a sus sujetos —en la jerga periodística, "en el tanque"—. La prensa
ha sido culpable de ambos pecados en varias ocasiones. Examinar la forma en que
oscila el péndulo entre estos polos —entre la adulación y la negatividad— es una
manera útil de entender cómo funciona la prensa. Es raro el reportero que puede ser
tanto alguien de dentro como de fuera (Ben Bradlee, editor ejecutivo de The
Washington Post de 1968 a 1991, viene a la mente). Los funcionarios públicos tienden a
sentir antipatía por los periodistas, pero están obligados a tratar con ellos. Como
Lyndon Johnson dijo una vez, él prefería tener alguien "dentro de la tienda orinando
hacia fuera, que fuera y orinando hacia dentro".
Hubo una época, en los primeros años de la Guerra Fría, en que la prensa era
demasiado amigable con los altos funcionarios del gobierno. El gran columnista de
Washington, Walter Lippmann, visitaba la Oficina Oval para decirle al presidente lo
que pensaba de un discurso. Luego, Lippmann escribiría una columna alabando el
discurso. Los reporteros que eran favorecidos con filtraciones del FBI de J. Edgar
Hoover eran conocidos como "Amigos del Buró". Ellos nunca reportaron que Hoover
chantajeaba a los políticos y vigilaba en secreto a los líderes de los servicios secretos. En
estrambóticas cenas en Georgetown, los funcionarios de la CÍA se codeaban con el
columnista Joseph Alsop, sabiendo que sus operaciones secretas estaban a salvo con su
par social y compañero patriota.
Luego vinieron Vietnam y Watergate y una era dorada de descubrir escándalos. El
presidente Johnson le mintió a la prensa tan a menudo que nació la "brecha de
credibilidad". Descubrir las fechorías de Nixon convirtió en héroes de película a dos
jóvenes reporteros en la división local del Washington Post, Bob Woodward y Cari
Bernstein. Súbitamente, era estupendo ser un periodista, y aun más ser un periodista
investigador. Los periódicos empezaron a producir series que eran imposibles de leer
que probaban poco (aunque insinuaban mucho), pero que ganaban el premio ocasional.
Una maquinaria de escándalos se apoderó de Washington, exponiendo los malhechos y
manteniendo honestos a los políticos, pero también asustándolos del servicio público o
castigándolos por pecadillos. El punto más bajo tal vez haya sido el escándalo de Gary
3. 3
Condit en la primavera y el verano de 2001, durante el que la prensa nacional pasó
semanas acechando a un congresista por un asesinato que él no cometió, aunque sí
admitió una aventura.
Después del 11/9, la maquinaria de escándalos se calló por un tiempo. Los periodistas
lidiaban otra vez con las cuestiones de guerra y parecía que la profesión era ennoblecida
por la crisis. Luego vino Irak. Algunos periodistas estaban asustados de que Al Qaeda
atacara sus hogares, Nueva York y Washington, o creían que derrocar a Sadam Hussein
haría más seguro al país.
Molestas por el fiasco de las armas de destrucción masiva, las organizaciones noticiosas
tomaron los garrotes otra vez. Desacatando una petición personal del Presidente Bush,
The New York Times expuso las amplias intervenciones electrónicas a los ciudadanos
en la guerra contra el terrorismo. Aun cuando es controversial, la decisión de revelar el
programa de intervenciones era del interés público. Más cuestionable fue la decisión
posterior del Times de publicar cómo los funcionarios de inteligencia entraron en el
centro de información de un banco europeo para rastrear el dinero del terrorismo. El
artículo dio a los terroristas todas las advertencias que necesitaban para evitar
semejantes transferencias, mientras que el programa de espionaje había sido
autorizado por el Congreso. La justificación del Times para semejante revelación era
que el periódico vigilaba un potencial abuso de poder.
Hay una tendencia en los políticos de culpar a la prensa de todas sus penurias. Es cierto
que Hillary Clinton está agraviada, aunque parte del problema en la crítica a Clinton es
que su vida en la política es mucho más larga y controversial que la de Obama. (Jay
Carson, un portavoz de Clinton, dice: "Se supone que las campañas son una prueba, y la
prensa es hasta cierto punto la que aplica la prueba... Ciertamente, hay un candidato
que ha borrado el historial de ellos en el Partido Demócrata".) Al Gore estaba amargado
porque la prensa cedió al encanto de George W. Bush, y desde entonces ha lamentado
que la prensa carece de la capacidad para entender y explicar conceptos técnicos, como
el cuidado de la salud o el calentamiento global. Pero el mismo Gore fue capaz de
allegarse y usar a la prensa para publicar sus lamentaciones y ganar un premio Nóbel y
un Osear.
Es cierto que los reporteros son susceptibles a deslumbrarse. Como la mayoría de los
cínicos, son románticos disfrazados. JFK y Bill Clinton, desde un principio, estaban
destinados a ser tratados mejor por la prensa que el inseguro Richard Nixon o el adusto
Al Gore (quien por alguna razón oculta un estridente sentido del humor). Por el
momento, Obama y John McCain son populares entre los reporteros. Pero si se aplican
las leyes usuales de la mecánica de la prensa, los medios de comunicación darán la
espalda a ambos antes del día de las elecciones. Los blogs y los programas de televisión
de entrevistas despotricaran. Los votantes considerarán todo para su voto final (o no).
Y luego tomarán su propia decisión.
Con SUZANNE SMALLEY
Thomas, Evan: «El mito de la objetividad en: Newsweek en español, Vol. 12 No. 10, 10 de marzo de
2008, p. 20-23.