Diapositivas unidad de trabajo 7 sobre Coloración temporal y semipermanente
Llamame por mi nombre
1. Llámame por mi nombre
por Pilar Varela
La influencia que tiene en los demás lo que decimos y lo que omitimos es un hecho irrefutable. Tanto
es así, que nuestro nombre puede ser en una pesada losa o un valioso amuleto de la suerte.
Si me preguntan quién eres, mi contestación espontánea será: “Pilar”. El nombre es la identidad: soy
como me llamo. El nombre está en la vida, en la manera como nos presentamos ante los demás, en el
modo como nos llama.
El nombre acredita los documentos y las cartas, su valor es tan auténtico como la huella dactilar (sólo
se firma de esas dos maneras). Es tan familiar que no apreciamos su valor no su influencia, pero cuando
al nacer nos ponen un nombre, ya nos está marcando. Los nombres responden a sagas, y a culturas, a
modas, promesas y caprichos, y tienen un alcance mayor de lo inimaginable. Hay estudios de
psicología social que analizan la relación entre nombre y personalidad y demuestran la influencia de
que aquéllos ejercen en las primeras impresiones, en las valoraciones de los profesores, en la concesión
de créditos y hasta en las elecciones políticas. Uno de estos estudios sostenía que los nombres
Alexander y Anne se asocian con inteligencia y liderazgo, mientras que Henry y Margaret, con afecto y
sociabilidad.
De puertas adentro, un nombre es determinante, provocando en quien lo ostenta satisfacción o
complejos. En la infancia, los dardos que no se pueden lanzar contra el titular se dirigen a su nombre.
Nada hay más cruel para un niño que un mote agrio o que la deformación malintencionada de su
nombre. Por suerte, el nombre también se deforma por cariño; los diminutivos que pronuncian los
padres a sus hijos, o los amantes entre sí, son una prueba de amor.
Tener un nombre propio es un privilegio. Antes se bautizaba como Expósito a todos los niños de un
orfanato, un modo inequívoco de proclamar su triste procedencia. Pero hay quienes no tienen ni eso; en
un campo de concentración la gente es un número. Despojando del nombre a una persona se le despoja
la dignidad. Pero no hay que ir tan lejos; en el seno de una familia cruel el nombre sucumbe devorado
por la dureza. Un maltratador se dirigirá a su pareja con apelativos como: “oye tú…”, pero jamás por su
nombre. El nombre implica emociones, distancia o cercanía. Es tan intenso, que a los tímidos les cuesta
mucho pronunciarlo, tiene demasiada carga. A un amante tímido le resulta más fácil dar un beso
apasionado que susurrar el nombre de la persona amada.
Qué curiosa es la psicología humana. A veces decir sólo un nombre es decir un libro entero.
Pilar Varela. Psicóloga, periodista y coach.
Desarrolla su labor de divulgadora científica en televisión y radio y es autora de numerosos libros.