1. Jorge Eduardo Salcido
“Diablito sandia 1990”
Desde los 9 nueve años su mente
está llena de trazos y dibujos, amó en
sus primeros trazos el realismo,
Rembrant fue su guía y consiguió
copiar exhaustivamente sus
elaborados grabados, pero su mundo
interior y la libertad de los artistas
abstractos lo sedujo, hasta que se
convirtió en una necesidad convertir en materia sus ejercicios de introspección.
Un mundo interior se reveló en colores y formas con las que consiguió
comunicarse con un grupo de coleccionistas que siguen su obra y lo mantienen
trabajando permanentemente.
"En quinto y sexto de primaria me atraía revisar detenidamente los insectos, las
plantas y los copiaba, me gustaban los detalles mínimos y el reto era colocarlos en
su lugar. Los que los veían se deslumbraban y eso me entusiasmaba, lo podía
hacer muy bien, pero tenía problemas con los maestros, porque en las clases
dibujaba y no ponía atención", compartió el artista.
Él nació en Culiacán en los años 50, después de la preparatoria ingresó, a
mediados de los 60, a la recién abierta Escuela de Artes Plásticas de la UAS.
Recibió clases de maestros de la talla de Álvaro Blancarte y la escuela era dirigida
por Francisco Moya, un profesor que mandaron de la Escuela de San Carlos de la
Ciudad de México.