VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
Universidad y cambio social - Héctor Garza sj
1. Acapulco, 23 de marzo de 2012
Universidad y Cambio Social
Héctor Garza Saldívar, S.J,
Sabemos que Ia globalización de Ia economía de mercado está llevando a cabo Ia transformación de Ias
universidades en ”mercado educativo” a través de Ia eliminación progresiva de Ia diferencia entre universidades
públicas y privadas, entre universidades y centros o institutos tecnológicos, entre esto y otras instituciones
educativas y de investigación, para transformarlas todas en ”empresas educativas”. Entidades que no producen
solamente para el mercado sino que son ellas mismas mercado.
Así, Ias universidades se han ido diluyendo en diversas instituciones, todas englobadas bajo el rubro de
”instituciones de educación superior”. Es decir, Ia universidad se convierte en un ”nombre genérico” para
designar no una función social específica sino un lugar de Ia estructura social y más concretamente, de la
educación; universidad es todo aquello que sigue a Ios estudios medios en el ámbito de Ia educación una de
cuyas principales funciones es capacitar para un trabajo remunerado en el cambiante ámbito deI mercado de
trabajo.
Así, el campo educativo, al igual que muchos otros, en el contexto de nuestro mundo hipereconomizado e hiper-
mercantil, ha venido siendo absorbido en él. La educación ahora también es, ante dodo, un negocio lucrativo. Y
de haber sido el ámbito por excelencia de Ia creación y transmisión de conocimiento para una humanización al
servicio de Ia construcción de Ia persona y de Ia construcción de una sociedad ”buena”, Ias universidades se han
venido convirtiendo desde hace años en el campo productor de mano de obra mayoral por un lado, y por otro, se
ha reducido su significatividad social a ser el lugar de innovaciones técnico-científicas al servicio de Ios intereses
económicos de Ia sociedad.
Es verdad que no es posible escapase de esto para emigrar a un mundo imaginario; no es posible ignorar sin
más Ios aspectos mercantiles de competición y de Ia consabida relación de oferta y demanda porque, finalmente,
no podemos escaparnos de Ias situaciones socio-históricas concretas. Pero siendo esto cierto, también sigue
siendo válida, quizá hoy más que nunca, la pregunta de cómo queremos ubicarnos dentro de esta concreta
situación social: si entrar sin más en Ias exigencias de racionalidad económica-mercantil ajustándonos a ciertos
criterios limitantes que puedan surgir de nuestra propia perspectiva como universidad jesuítica (no competencia
desleal, modo de uso de Ias becas), no incentivos mercado-técnicos para captar mercado, etc.); o bien desde Ias
exigencias, sí, de Ia asunción de dicha racionalidad instrumental pero desde Ia perspectiva más amplia de una
racionalidad critico-propositiva que se pregunta por Ia recta humanización, en el contexto de Ias situaciones
socio-históricas concretes; desde Ia recuperación de Ia formación educativa como un proceso de capacitación
para Ia propia vida y para la vida de nuestra sociedad, sin ignorar su papel de medio indispensable para un
trabajo remunerado.
No se puede tampoco ignorar esto: el papel que juegan las instituciones educativas en Ia preparación de
personas cualificadas para entrar eficaz y exitosamente en Ias dinámicas económico-tecnológico-mercantiles.
Pero tampoco podemos ignorar que su papel no se reduce a esto, e incluso, es bastante cuestionable que éste
2. sea su objetivo prioritario. Es claro, en este contexto, que cada vez se asimilan más Ios diferentes conceptos
educativos de universidad y de instituto tecnológico, como resultado de contemplar Ia educación superior en
general exclusivamente como campo de preparación y de innovaciones e investigaciones tecnológicas que
redunden en un fortalecimiento de Ia capacidad económica de una sociedad.
Las universidades no han escapado al así Ilamado por algunos autores ”proceso de MacDonalizaciön”, con Ia
abierta óptica de configurar espacios de masificación que vayan engrosando Ias ”catedrales de consumo”. Esto,
sabemos, no es más que el corolario de Ia lógica deI neoliberalismo que ha ido exigiendo una creciente
mercantilización de Ia educación por exigencias económicas y, en este sentido, por una lógica exógena a Ia
educación, que ha conducido a Ias instituciones de enseñanza superior a su inevitable entrada en el campo de
Ias guerras de mercado. Es significativa, a este propósito, por ejemplo Ia reclasificación de Ias universidades en
el sector de bienes y servicios y no como un derecho social.
Las universidades hoy en día no pueden escapar a estas exigencias económicas y mercantiles si quieren
sobrevivir. Pero tampoco, al menos Ias universidades jesuitas, podemos escapar a la tensión entre esta
situación, y Ia búsqueda irrenunciable de Ia universidad ha de ser un lugar explicito de humanización, un lugar de
formación de Ia persona humana, un lugar para asumir Ia responsabilidad de Ia constante prosecución de una
convivencia social humanizada y humanizante, es decir, una convivencia que potencie integralmente Ias
posibilidades de realización de los seres humanos, mas allá de la mera capacitación de las personas para entrar
exitosamente al campo laboral.
A este respecto podemos recordar Ias palabras que el anterior General de Ia Compañía de Jesus, el P. Peter-
Hans Kolvenbach dirigía a Ias universidades deI SUJ en el mensaje transmitido en Ia inauguración de Ia Cátedra
Eusebio Kino en el año 2005: ”En sociedades duales como la latinoamericana, se vive al mismo tiempo la
búsqueda de la liberación de Ias necesidades económicas, y el avance de nuevas esclavitudes economicistas,
que convierten en dioses ciertos <<valores>> económicos; ésto dentro deI escándalo de Ia abundancia y el
despilfarro conviviendo en una misma sociedad con la miseria y la marginación humana. Dejadas a su inercia,
las universidades -incluso Ias nuestras- tienden a convertirse en seminarios y templos donde se cultivan y forman
Ios jóvenes servidores y oficiantes de esta nueva religión secular y sin trascendencia.
EI origen de esta nueva situación Io podemos rastrear en Ia dinámica deI Ilamado mundo moderno, surgido de
Ias revoluciones intelectuales y sociales de Ios siglos XVII y XVIII europeos, que centra el significado y el sentido
tanto de Ia sociedad como de Ia historia en ese nuevo concepto que Ia modernidad acuño: el ”progreso” como
clave que señalaba Ia finalidad de toda actividad humana; y la consiguiente cuasi-absolutización de la
racionalidad científica como prueba fundamental del progreso. No es de extrañar que desde aquí se viera a la
universidad como el lugar natural del progreso científico primero, y luego del progreso tecnológico. Progreso que
se fue también identificando con el bienestar humano y social determinado cada vez más exclusivamente en
términos de bienestar económico.
En este paisaje el papel de la universidad que fue decantado en dos finalidades fundamentales: primera, la
procuración del desarrollo científico y las innovaciones tecnológicas; y segunda, el cultivo de las “profesiones”
entendidas como capacitación laboral para llevar adelante el desarrollo económico de las naciones.
Universidades de primer nivel las primeras, de segundo nivel las otras. Podemos expresar este decantamiento
3. como la transformación de la universidad en instituto de investigaciones científicas y de profesionalización,
aunque sigan conservando el nombre de “universidad”.
Esta transformación no significa algo peyorativo, aunque si un recorte de la propia identidad universitaria. Parece
una tautología, pero la universidad ha de pretender ser algo más que instituto de investigación tecnológica y de
profesionalización, es decir, ha de pretender ser universidad.
Ahora bien, teniendo en cuenta este contexto, obviamente esquematizado, podemos intentar explicar aquella
tensión que ha de pervivir la vida, los trabajos y los fines de coadyuvar en el desarrollo y transformación de la
sociedad.
La tensión intrínseca a toda universidad jesuítica involucra tres aspectos esenciales:
En primer lugar, podemos decir que un centro de educación superior en tanto que “instituto científico- tecnológico
y de profesionalización” se ubica en el ámbito de la investigación y creación científico- técnica y de la
capacitación profesional en diversas áreas, en función de un mejoramiento material de la vida humana en donde
se privilegia la creatividad, la eficacia y la competencia excelentes.
En segundo lugar, un centro de educación superior en tanto que universidad, se sitúa, además de lo anterior, en
la tradición universitaria como lugar social de libertad y creación de pensamiento; de orientación la praxis
humana; de discusión y proposición abierta, critica e interdisciplinaria de los problemas relevantes y acuciantes,
según los tiempos y lugares, desde el ámbito de las disciplinas humanistas: sociales, literarias, artísticas,
históricas y filosóficas. Este es el aspecto, a mi parecer, esencial en toda universidad, que se deja de lado
cuando hablo de la conversión en institutos científicos, tecnológico y profesionalizantes.
Pero tenemos aunque tercer aspecto esencial cuando se trata de una universidad jesuita. Una universidad en
cuanto centro de educación superior inspirado por el proceder de la compañía de Jesús, pretende imbuirse y
estructurarse desde una honda espiritualidad encarnada, centrada en el respeto incondicional de la persona
humana y orientada a la transformación de las personas y de la sociedad desde las perspectiva de la “Mayor
Gloria de Dios” (Magis), y la mayor gloria de Dios es que los hombre vivan, decía San Ireneo, en el seguimiento
de Jesus, abiertos amorosa y esperanzadoramente a un mundo plural e intercultural, tanto social como
religiosamente.
En la compenetración de estos tres aspectos ha de estar en la propia identidad de una universidad jesuita y su
posibilidad real de una incidencia en la transformación de nuestra sociedad.
Se trata de un instituto científico-tecnológico y profesionalizante en el que las exigencias de creatividad, eficacia
y competencia excelentes, propias del campo tecnológico-científico y de las diversas profesiones, se orientan, no
autónomamente sino en función de su inserción en el mejoramiento efectivo de la vida humana de todos; es
decir, desde la perspectiva de un mejoramiento y enriquecimiento social equitativo, teniendo ante la vista los
problemas humano-sociales relevantes y acuciantes. Una capacitación e investigación tecnológico- científica y
profesionalizante asumida desde la exigencia de un respeto incondicional de la persona con la finalidad de la
“mayor Gloria de Dios”; que en este campo se traduce en la exigencia de un “Magis” en el mejoramiento material
4. efectivo de la vida de las personas, incluyendo la propia y de la sociedad en una perspectiva equitativa, ecológica
y universalista.
Se trata de una universidad en la que la problemática tecnológica-científica se asume explícitamente desde una
perspectiva humano-social y filosófica para abrir una reflexión critico-propositiva e interdisciplinaria, en función de
la orientación de la praxis humana, y en el contexto de los problemas relevantes y acuciantes. Una universidad
en la que la creación y libertad del pensamiento en la reflexión de los problemas humano-sociales desde las
disciplinas humanistas, sociales, históricas y filosóficas, se orienta no autónomamente sino desde una exigencia
de rigurosidad y “competencia” excelentes, desde la óptica del respeto incondicional de la persona, y con la
finalidad de la “Mayor Gloria de Dios”; que en este ámbito se traduce en la exigencia de un “Magis” en la
formación profunda de las personas y en el ir posibilitando nuevas perspectivas que puedan redundar en una
transformación de las situaciones inhumanas o deshumanizantes tanto de las personas como de la sociedad, en
un mundo plural, social, religiosa y culturalmente.
Se trata de un centro de educación superior inspirado por el modo de proceder propio de la Compañía de Jesús,
en el que su espiritualidad se encarna institucionalmente en la prosecución de la justicia como recreación de
situaciones personales y sociales desde la incisiva perspectiva de la “opción de los pobres”; en la exigencia de la
constante referencialidad critica al contexto situacional humano (discernimiento), que funcione como orientación
fundamental para la detección de los problemas relevantes y la dirección de las acciones pertinentes, tanto en
espiritualidad que se traduzca así mismo en la realización de una cada vez mayor comunitariedad y
fraternización de las relaciones intrainstitucionales; y que se traduzca en la búsqueda constante de una mayor
eficacia en el logro de la potenciación de la libertad personal de las capacidades de todos los que conforman la
comunidad educativa, desde la perspectiva de la formación de hombres y mujeres autónomos, críticos, y
creativos “para los demás”. Y todo esto permeado por la renovada persecución de un Magis, tanto en las
acciones como en los resultados.
De la adecuada realización de los dos primeros aspectos depende la posibilidad de que la universidad, en tanto
que tal, es decir, universitariamente, incida en dinamizar, impulsar y posibilitar transformaciones sociales
relevantes. Del tercero pende el que estas transformaciones se vayan procurando desde la perspectiva espiritual
de la universidad jesuita.
Evidentemente, como ya decíamos, no se trata de ubicarse fuera del mundo esgrimiendo soluciones ilusas,
quijotescas o irresponsables; pero tampoco el estar en el mundo significa apegarse sin más a la aparente
“obviedad” de la lógica, que pretende exclusividad, del mercado y la economía. La esperanza, la utopía, el ideal,
todavía pueden mover resortes que abran el camino a lo posible; pero se requiere una voluntad política clara,
imaginación y creatividad, porque las presiones son múltiples, fuertes y exigentes. Más en una institución joven
como esta.
Por poner un ejemplo. No podemos evadir el hecho de que, aunque se siga manteniendo el discurso de la
técnica al servicio de la vida humana, sin embargo, no es el mejoramiento de está vida ni sus necesidades
actuales, lo que decide sobre lo relevante técnicamente sino sus posibilidades de uso económico en la medida
que incidan en los interesantes, dinámicas de su explotación mercantil. Aunque esto se tiene que tener en
cuenta, no es el criterio fundamental para el desarrollo o la creatividad tecnológica. No cabe duda que uno de los
quehaceres fundamentales de una universidad es la dirección decidida hacia una clara reorientación de la
5. técnica para volverla al servicio de la vida humana, en una nueva relación con la naturaleza. La técnica, la techne,
no es meramente un saber ni tampoco un mero hacer, sino que es una “eupraxis”, esto es, un poder hacer
sapiente que no solo modifica si no que crea realidades en función de la orientación querida de la vida humana
en el mundo, en tanto que humana. Y esta techne, con esta funcionalidad exigida por el irremediable hecho de
que el ser humano tiene que responder al problematismo que la plantea el tener que hacer su vida de alguna
manera, se ha ido convirtiendo cada vez mas en una actividad autónoma, desligada de su origen, que decide
sobre lo relevante científicamente y que decide sobre las reales necesidades humanas, presentes y futuras, en
perspectivas meramente económicas. Esto es, la técnica decide desde sus propias dinámicas, tanto la forma de
estar del ser humano como las posibilidades concretas de su realización humana.
Quizás muchas de estas cuestiones esenciales en toda universidad se vean dificultosas para una universidad
joven inmersa en una sociedad herida por la pobreza y por la violencia, cuando muchos de sus principales
problemas son los de su supervivencia como universidad. Pero no podemos apartar lo que se ve, quizá, como
utópico por no estar a la vuelta de la esquina. Es necesario tenerlo ante los ojos para ir orientando
modestamente nuestros intereses y nuestros fines en tanto que universidad jesuita. Desde nuestra concreta
situación algo podemos ir haciendo para orientarnos decisivamente en esa dirección. Por ejemplo no podemos
olvidar que aunque es cierto que muchos de los alumnos que vienen a nuestras universidades lo hacen por el
justo deseo de tener herramientas para vivir, de adquirir una profesión, también es cierto que una gran tarea a
nuestro alcance inmediato es la oportunidad no solo de cumplir esas expectativas con la mayor excelencia
posible, sino también de poder expandir sus horizontes; de coadyuvar en sus construcción en tanto que
personas humanos; de enriquecerlos con todo el bagaje humano que va sedimentando la apertura al contacto y
a la reflexión de los problemas relevantes, sociales y humanos, de las situaciones hirientes e indignantes, y del
problematismo que nos platea nuestro propio ser humano, mas allá de la profesionalización, asumidos por las
ciencias humanas, por las humanidades y por la filosofía.
Estamos en el resquebrajamiento de un mundo que se hunde irremediablemente en el pasado sin alcanzar a ver
aun ni siquiera el alborear de un mundo nuevo. Es un tiempo de una profunda desorientación, en el que la vida
humana parece en riesgo de perder la brújula y la dirección misma del proceso. Un tiempo paradójico en el que
se ha hecho posible hablar, en analogía (y en consecuencia) del famoso anuncio nietzcheano de “Dios ha
muerto”, de “el hombre ha muerto” como sentenciaba a afines del siglo XX el filosofo francés Michel Foucault; un
tiempo en el que avanzados teóricos sociales hablan sin más de la “nueva sociedad sin sujetos humanos”, en
que las dinámicas propias y las propias exigencias del sistematismo social amenazan devorar todo a su paso. Un
tiempo en que nos encontramos en el filo de la navaja con peligro de caer en la irresponsabilidad ingenua o en el
dejarnos llevar por la corriente poderosa y avasalladora. Un tiempo en el que las universidades no parecen ser
más que otro engranaje de una maquina anónima y autosuficiente. Un tiempo en que, parafraseando a
Heidegger, podemos decir que el pensamiento, que aunque es algo que pertenece a la esencia del ser humano,
sin embargo parecía lejano a una multitud que no es capaz de soltarse de las cadenas de aquello que esta en
boga, de aquello que se habla, y de aquello que todo el mundo dice que hay que ver o haber visto. Quizá no sea
un tiempo de grandes síntesis, ni de grandes visiones, ni de claras soluciones, sino únicamente de pensar
posibilidades reales, alternativas modestas, quizá, pero que hagan menos inhumana la “insoportable levedad del
ser”. Quizá esa sea la gran tarea encomendada a la universidad de principios del siglo XXI, ayudarnos a no
olvidar que somos ante todo humanos.
Héctor Garza Saldívar, S.J,