2. El Guagua Auca
Sin un solo centavo en los bolsillos, el borracho salió de la cantina cerca de la
media noche. Dirigió los pasos hacia su hogar ubicado cerca del cementerio. Ahí
estaba el lugar que le advirtió su abuela señalándolo con el índice ¡Huy, cuidado
con esa parte del cementerio hijito!, por ahí ronda el diablo. El borracho pensó
que la noche se tornaba cada vez más oscura, de pronto, escuchó el llanto de un
bebé.
El borracho samaritano buscó por todas partes al bebé, fue difícil por la ausencia
de luz, pero al final lo halló, debajo de un enorme cabuyo negro, estaba envuelto
como una humita llorando sin tregua. De pronto afloraron los sentimientos
altruistas del borrachín, que compasivo, lo tomó entre sus brazos, pensó que su
mujer podría cuidarlo por esa noche, mientras buscaban a la madre
desnaturalizada que lo había abandonado. Siguió su camino con el infante en
brazos, todavía no terminaba de cruzar por el lado izquierdo del
cementerio, cuando se fatigó por el esfuerzo de la carga. Papá, Papá, ve qué lindos
ojos tengo.
Papá, Papá ve qué lindos dientes tengo, dijo el niño con voz gutural. En menos de
un minuto el borracho estuvo sobrio por el golpe del susto, pero se quedó
paralizado. Papá, Papá, ve qué lindo rabo tengo. Cuando el diabólico bebé dijo
esto, el joven salió del estupor y vio que tenía entre los brazos al demonio en
persona, no supo de dónde sacó fuerzas para arrojarlo por los aires y salir
corriendo tan pronto como sus pies le permitieron.
Los vecinos no dudaron que el guagua auca fue el responsable, pues hace poco un
niño murió sin el sacramento del bautismo
3. Etsa y el demonio Iwia
Los abuelos dicen que el pequeño Etsa vivía en nuestra comunidad, su
nombre, quería decir Sol, el valiente Sol, el generoso Sol de sus antepasados. El
abuelo Arútam -que en shuar quiere decir Poderoso Espíritu Tigre de la mañana-
mientras caminaba por la selva, entre gigantescos matapalos y frondosos
copales, chambiras y pitajayas, relataba a los niños de qué manera el luminoso
Etsa le devolvió la vida a los pájaros. Fue así como, en cierta ocasión, el cruel Iwia
atrapó y luego se comió a los padres de Etsa. Cuando Etsa creció, todos los días, al
amanecer, salía a cazar para el insaciable Iwia que siempre pedía pájaros a manera
de postre.
Cuando Etsa y la paloma se encontraron en medio de la soledad, se miraron
largamente. Etsa sintió que se le iban las fuerzas y se dejó caer sobre el colchón
de hojas del piso. Entonces Yápankam voló hasta donde estaba Etsa y, al poco
rato, a fuerza de estar juntos en medio de ese bullicioso silencio en el que aún
flotaban los gritos de los monos y las pisadas de las hormigas, se convirtieron en
amigos. Al principio, Etsa se negó a creer lo que le decía, pero a medida que
escuchaba las aleteantes palabras de Yápankam, empezó a despertar del engaño
que había tejido el insaciable Iwia y, entonces, como si lo hubiera astillado un
súbito rayo, se deshizo en un largo lamento.
-Etsa, muchacho, no puedes hacer nada para devolverle la vida a tus padres, pero
aún puedes devolvérsela a los pájaros. -¿Cómo? -quiso saber Etsa. Desde entonces -
les aseguró su abuelo Arútam- Etsa, nuestro amado Sol y el demonio Iwia son
enemigos mortales.
4. El muro de las lágrimas de la isla Isabela
Sin embargo, existe un episodio de este lugar, alejado de cualquier atisbo
de vida y alegría, que dejó como legado el llamado muro de las
lágrimas. Esta colonia penal, que muchos han osado compararla con la
conocida Alcatraz, fue quien ordenó a sus presos construir el muro de las
lágrimas, pena que a muchos les supuso la muerte. Sea como fuere, las
condiciones en las que tuvieron que levantar el muro eran completamente
inhumanas y crueles. Para mayor sufrimiento, los presidiarios debían
reconstruir una y otra vez el muro, ya que en un gran número de ocasiones
la pared se derrumbaba y debían volver a restaurarla desde el comienzo.
El muro de las lágrimas, denominado así por los padecimientos y el dolor
de sus constructores, aún permanece en pie, contrastando cada día más con
el bello paisaje que crece a su alrededor. Sin embargo, muchos son los
turistas y viajeros que aprovechan su estancia en esta bella parte de
Ecuador para visitar el muro de las lágrimas, donde muchos de ellos
afirman que de noche se siente la presencia de fantasmas llorando y
lamentándose, como muestra del terrible padecimiento que sufrieron en
vida. El muro se encuentra muy cerca del puerto Villamil.
5. Umiña, la diosa manteña
Sin embargo, existe un episodio de este lugar, alejado de cualquier atisbo
de vida y alegría, que dejó como legado el llamado muro de las
lágrimas. Esta colonia penal, que muchos han osado compararla con la
conocida Alcatraz, fue quien ordenó a sus presos construir el muro de las
lágrimas, pena que a muchos les supuso la muerte. Sea como fuere, las
condiciones en las que tuvieron que levantar el muro eran completamente
inhumanas y crueles. Para mayor sufrimiento, los presidiarios debían
reconstruir una y otra vez el muro, ya que en un gran número de ocasiones
la pared se derrumbaba y debían volver a restaurarla desde el comienzo.
El muro de las lágrimas, denominado así por los padecimientos y el dolor
de sus constructores, aún permanece en pie, contrastando cada día más con
el bello paisaje que crece a su alrededor. Sin embargo, muchos son los
turistas y viajeros que aprovechan su estancia en esta bella parte de
Ecuador para visitar el muro de las lágrimas, donde muchos de ellos
afirman que de noche se siente la presencia de fantasmas llorando y
lamentándose, como muestra del terrible padecimiento que sufrieron en
vida. El muro se encuentra muy cerca del puerto Villamil.
6. Kuartam el sapo
Como ‘Kuartam – tan’ era lo que repetía sin cesar, con el nombre de sapo Kuartam
se quedó. – Ten mucho cuidado ahí fuera, y por favor, si ves al sapo Kuartam ni se te
ocurra burlarte de él.
Aquí no hay bicho que me pueda servir de comida… ¡Vaya manera de perder el
tiempo!
– Como llegue a casa con las manos vacías el menú de mañana será fruta para
desayunar, fruta para comer y fruta para cenar.
No obtuvo respuesta, pero Kuartam sí estaba allí, agazapado en la copa de un
árbol. Nantu, ajeno a todo, siguió llamando al batracio sin dejar de mofarse de él.
Kuartam, antes simple sapito y ahora enorme félido, no pudo más y emitió un
rugido que hizo que temblaran las nubes. Mientras todo esto sucedía, la esposa de
Nantu aguardaba en el hogar sintiendo que la noche transcurría muy lenta. Por
suerte no había llovido y pudo seguir el rastro de las huellas de los pies que
Nantu había dejado tras de sí.
Tras mucho esfuerzo, el árbol se vino abajo y Kuartam cayó de espaldas contra el
suelo. El tortazo fue tan impresionante que abrió instintivamente la boca y Nantu
el cazador salió disparado como la bala de un cañón. Al quedarse vacío el
imponente sapo empezó a desinflarse, y en un abrir y cerrar de ojos, recuperó su
pequeño cuerpo de siempre. Nantu, afortunadamente, seguía vivito y coleando.
Su esposa le había salvado por los pelos y no podía dejar de abrazarla.