1. Albero Belmonte ©2012 Yo fui azafata de la EXPO92
No tengo ni idea de cuándo fue la primera vez que oí hablar de la EXPO. Con el paso del
tiempo he descubierto que desde el año 1976 (en el día de mi cumpleaños, curiosamente), ya
se hablaba de realizar un Exposición Universal en Sevilla que conmemorase el 500 aniversario
del Descubrimiento de América. Pero no creo que en esa fecha yo supiera nada de ella, ya que
era muy pequeña. Lo que sí puedo asegurar, es que desde el día en el que supe de su
existencia, quise con todas mis fuerzas formar parte de ella. El deseo era aterradoramente
fuerte, tanto que casi me faltaba el aire cada vez que pasaba por mi cabeza la terrible
posibilidad, de no conseguir participar. Por eso estaba atenta a cada una de las noticias que
pudieran tener que ver con la exposición, ya fuera en la radio, en la televisión, en la prensa o
en la calle; cada vez que sonaba la palabra “EXPO”, me disparaba como un resorte a escuchar
lo que allí se decía sobre el tema.
Un día, no recuerdo el año, pero debía rondar el 87 ó el 88, descubrí que en la Avenida de la
Palmera existía una oficina, sede o lo que fuera, de lo que iba a ser EXPO 92. Pensé que
seguramente debía tratarse de la Oficina Central del evento, por lo que llegué a la conclusión
de que era allí mismo donde podrían informarme sobre trabajos en la EXPO, o quizás darme ya
uno y empezar a colaborar en la organización de la misma. Así que decidí ir a ver qué podía
conseguir de esa oficina, sede o lo que fuera.
Era verano, en Sevilla, sobre las 15:00, y allí estaba yo, caminando por la kilométrica Avenida
de la Palmera, buscando un edificio, una casa un local, algo que pusiera EXPO 92. Entonces no
existían ni GPS, ni Google Maps, ni nada por estilo: todo era más lento, más bohemio si cabe.
No importaba nada ni el calor ni el cansancio de caminar bajo el sol de julio o agosto en Sevilla
por una avenida que no parecía tener fin. Estaba tan absolutamente convencida de que
aquello iba a ser Lo Mejor del Mundo, que yo tenía que estar ahí costase lo que costase.
Sólo tenía el dato de que, la oficina, sede o lo que fuera, estaba en esa avenida, por lo que me
la recorrí de arriba abajo hasta encontrarla, cosa que sucedió por casualidad…o por sincronía.
No lo sé. Lo cierto es que en uno de los edificios de la avenida vi la placa con el logotipo de
EXPO 92.
Debía ser un edificio restante de la antigua Exposición del 29, ya que poseía ese estilo en su
fachada (si soy sincera, hoy no podría volver a encontrar dicho edificio). Entré en el jardín. No
se veía a nadie. Parecía que estuviera cerrado o a punto de cerrar. Me acerqué a la puerta;
estaba abierta. Lo primero que agradecí fue, sin duda, el aire acondicionado. Miré hacia un
lado y hacia el otro, pero no pude ver a nadie. Esperé unos minutos en silencio y mientras lo
hacía, observaba en las paredes los logos, las imágenes, los planos, todo estaba allí. Sin duda
no me había equivocado y ese era el lugar. Intenté imbuirme de todo el espíritu de la
Exposición que ya comenzaba a tomar forma en ese primer edificio. Unos pasos me sacaron
de mi trance. Los pasos pertenecían a un chico de unos 30 años, con chaqueta y corbata, que
sonriente se dirigió hacia mí: -“Hola, ¿puedo ayudarte en algo?”- me preguntó amablemente.
Me quedé sin habla y pensé que a buen seguro debía ser un mandamás de la Exposición.
Estaba de suerte. No podía ni debía desaprovechar la oportunidad que el destino me estaba
ofreciendo. –“Hola”- contesté- “He venido porque quiero trabajar en la Expo”- Le disparé a
bocajarro. No introduje ningún tema, ni hablé de mí o de mis posibles aptitudes para
conseguir un puesto. ¿Qué importaba lo que pudiera o no pudiera ofrecer laboralmente si lo
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único que me importaba, lo único que me movía era estar ahí? Pensaba que ese ímpetu, esa
decisión ese deseo de formar parte de lo Mejor del Mundo, era más que suficiente para que
los que dirigían el cotarro me subieran a bordo.
Y así lo debió entender el chico que encontré allí, ya que me dedicó una tierna sonrisa.
“Acompáñame” – me dijo mientras dirigió sus pasos hacia un despacho. Mi corazón se me
salía del pecho; -“¡lo he conseguido!” me repetía por el camino hacia lo que, creía, sería mi
comienzo en EXPO 92.
Al llegar a su despacho se sentó en su silla. Me ofreció a su vez asiento y me preguntó que por
qué quería trabajar en EXPO 92. Le contesté que porque era algo que sólo pasaría una vez en
la vida y por lo tanto, no me lo quería perder; tenía que formar parte de ello como fuera, y, ya
que en el INEM (lugar al que iba cada semana a preguntar si sabían algo de trabajos en la
EXPO), no sabían nada sobre cómo conseguir una plaza en la exposición, tuve que buscarme la
vida para conseguir esa información yo solita. No dejaba de sonreír tiernamente mientras
escuchaba atentamente lo que yo le decía. Debí parecerle una inocente niña llena de ilusión a
la que no quiso desilusionar. Abrió el cajón de su mesa y sacó una carpeta que me ofreció
como regalo. –“Siento comunicarte que aún no se está reclutando a nadie para trabajar en la
Exposición” – me dijo mientras me acercaba la carpeta. “Sin embargo, debes estar atenta a los
próximos años. Alrededor del año 1990 y 1991, comenzarán las ofertas de trabajo. La Expo
necesita gente como tú, gente que crea en ella y que sienta la ilusión que este evento significa.
Toma, te regalo esta carpeta en la que se explica un poco los comienzos de todo este sueño
llamado EXPO Sevilla 92”.
No voy a negar que su respuesta me decepcionó: ¡debía esperar aún 2 ó 3 años para volver a
intentarlo de nuevo! Sin embargo, hoy en día, le agradezco enormemente que me atendiera
como lo hizo, que no me echara a patadas de allí por estar interrumpiendo su trabajo con mis
infantiles sueños, y por haberme sonreído como lo hizo.
Me acompañó hasta la puerta de la oficina, sede o lo que fuera, y me volvió a sonreír: -“no
pierdas la esperanza”. Nunca supe su nombre y no lo reconocería en la calle si lo viera. Pero él
es mi primer recuerdo, mi primer contacto con la Exposición, y por ello le doy las gracias
desde el fondo de mi corazón.
De camino de vuelta a mi casa pensé en lo que me había dicho: “en los próximos años se
empezará a reclutar a la gente que quiera trabajar en la exposición”. Estas palabras sonaban
en mi cabeza una y otra vez. En mi habitación, sentada en mi cama, abrí la carpeta que me
regaló y comencé a devorar lo que en ella ponía. Página tras página constaté que la Exposición
era aún mucho más de lo que yo creía, o de lo que creíamos los ciudadanos de Sevilla. Yo
sabía que iba a ser lo Mejor del Mundo porque mi corazón así me lo decía. Lo que no sabía era
que iba a ser lo Mejor del Mundo porque sencillamente era EXPO Sevilla 92. –“Debo estar
atenta, y debo prepararme para la Exposición”- me repetía incansablemente aquella calurosa
tarde de verano y los siguientes días y meses.
Aún conservo la carpeta
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