Sara se encuentra en el bosque pensando cuando un hombre se le acerca. Intercambian algunas palabras y el hombre muestra interés en la tarta de fresa que Sara lleva para su abuela. Este fragmento correspondería al nudo de la historia, donde se desarrollan los hechos. El narrador es omnisciente y se refiere a los personajes en tercera persona. Los personajes son Sara, una niña, y el hombre que se le acerca en el bosque. La historia transcurre en Manhattan, Nueva York.
4. Narrador
● Narrador interno: en 1ª persona
● Narrador externo: en 3ª persona
Narrador omnisciente
● Narrador observador (como cámara de vídeo)
5. En ese tiempo remoto, yo era muy joven y vivía con
mis abuelos en una quinta de paredes blancas de la
calle Ocharán, en Miraflores. Estudiaba en San
Marcos, Derecho, creo, resignado a ganarme más tarde
la vida con una profesión liberal.
(Mario Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor)
6. Sara había aprendido a leer ella sola cuando era
muy pequeña, y le parecía lo más divertido del
mundo.
(Carmen Martín Gaite, Caperucita en Manhattan)
7. Las chicas traían pañuelos de colorines
como Paulina, con los picos colgando.
Ellos, camisas blancas casi todos. Uno
tenía camiseta de rayas horizontales,
blanco y azul, como los marineros.
(Rafael Sánchez Ferlosio, El Jarama)
8. La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue
también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no
dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso,
su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás
había cruzado con él una palabra. Ni siquiera sabía su
nombre, lo supe solo cuando ya era tarde, cuando
apareció su foto en el periódico, apuñalado y medio
descamisado y a punto de convertirse en un muerto.
(Julián Marías, Los enamoramientos)
9. Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin
embargo, sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus
once años, lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque lo
acatara como una realidad inevitable y fatal. Después de todo, que
su padre aspirara a hacer de él algo más que un quesero era un hecho
que honraba a su padre. Pero por lo que a él afectaba...
(Miguel Delibes, El camino)
13. Sara estaba tan absorta en sus recuerdos y ensoñaciones que, cuando oyó unos pasos entre la maleza a sus
espaldas, se figuró que sería el ruido del viento sobre las hojas o el correteo de alguna ardilla, de las muchas que
había visto desde que entró en el bosque.
Por eso, cuando descubrió los zapatos negros de un hombre que estaba de pie, plantado delante de ella, se llevó
un poco de susto. Pero al alzar los ojos para mirarlo, sus temores se disiparon en parte. Era un señor bien vestido,
con sombrero gris y guantes de cabritilla, sin la menor pinta de asesino. Claro que en el cine a veces esos son los
peores. Y además no decía nada, ni se movía apenas. Solamente las aletas de su nariz afilada se dilataban como
olfateando algo, lo cual le daba cierto toque de animal al acecho.
Pero en cambio la mirada parecía de fiar; era evidentemente la de un hombre solitario y triste. De pronto sonrió. Y
Sara le devolvió la sonrisa.
—¿Qué haces aquí tan sola, hermosa niña? —le preguntó cortésmente—. ¿Esperabas a alguien? —No, a
nadie. Simplemente estaba pensando.
—¡Qué casualidad! —dijo él—. Ayer más o menos a estas mismas horas me encontré aquí a una persona que me
contestó lo mismo que tú. ¿No te parece raro?
—A mí no. Es que la gente suele pensar mucho. Y cuando está sola, más.
—¿Vives por este barrio? —preguntó el hombre mientras se quitaba los guantes.
—No, no tengo esa suerte. Mi abuela dice que es el mejor barrio de Manhattan. Voy a verla ahora y a llevarle una
tarta de fresa que ha hecho mi madre.
De pronto, la imagen de su abuela, esperándola tal vez con algo de cena preparada, mientras leía una novela
policíaca, le pareció tan grata y acogedora que se puso de pie. Tenía que contarle muchas cosas, hablarían hasta
caerse de sueño. ¡Iba a ser tan divertido! Se disponía a coger la cestita, cuando notó que aquel señor se adelantaba a
hacerlo, alargando una mano con grueso anillo de oro en el dedo índice. Le miró; había acercado la cesta a su rostro
afilado, rodeado de un pelo rojizo que le asomaba por debajo del sombrero, estaba oliendo la tarta y sus ojos brillaban
con triunfal codicia.
—¿Tarta de fresa? ¡Ya decía yo que olía a tarta de fresa ¿La llevas aquí dentro, verdad, querida niña?
Era una voz la suya tan suplicante y ansiosa que a Sara le dio pena, y pensó que tal vez pudiera tener hambre, a
pesar de su aspecto distinguido. ¡En Manhattan pasan cosas tan raras!
—Sí, ahí dentro la llevo. ¿La quiere usted probar? La ha hecho mi madre y le sale muy buena.
—¡Oh, sí, probarla! ¡Nada me gustaría tanto como probarla! ¿Pero qué dirá tu abuela?
—No creo que le importe mucho que se la lleve empezada —dijo Sara, volviendo a sentarse en el banco y retirando
la servilleta de cuadros—. Le diré que me he encontrado con... Bueno, con el lobo —añadió riendo—, y que tenía
mucha hambre.
(Carmen Martín Gaite, Caperucita en Manhattan)
18. 5.- Habla sobre el marco en que se desarrolla
la historia, es decir, habla sobre el espacio y el
tiempo.
19.
20. (...)Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: «¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!».
«Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas». «¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!». «Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista», dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente
Caperucita dijo: «¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!».
El Lobo, estupefacto, dijo: «¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo...? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa».
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y —¡pam!— allí cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.
(...)
Roald Dahl
Cuentos en verso para niños perversos
21. Ahora te toca a ti:
● Elige el cuento clásico que vas a versionar.
● Decide qué cambios vas a introducir:
– Cambio en la época en que sucede el cuento.
– Cambio en la naturaleza y personalidad de los personajes.
Ej: animales en personas.
– Parodia de los personajes (exageraciones, manera de
hablar...)
– Cambio en el desenlace.
● Piensa en los cambios en el lenguaje que vas a hacer.
Ej: Si el cuento lo sitúas en la actualidad, los
personajes tendrán que hablar como hablamos ahora.
● Redacta tu cuento y revísalo.
● Pásalo a limpio para entregar en folio blanco.