2. Voluntad de forma
Idea
Tema
La mejor forma posible de contar la historia.
Intención o propósito del relato. Lo general y
abstracto de la narración.
¿De qué trata la historia?
Origen de la
creación.
4. Matar a un perro
El topo dice: nombre y yo contesto. Lo esperé en el lugar indicado y me pasó a
buscar en el Peugeot que ahora conduzco. Acabamos de conocernos. No me
mira, dicen que nunca mira a nadie a los ojos. Edad, dice, cuarenta y dos, digo,
y cuando dice que soy viejo pienso que él seguro tiene más. Lleva unos
pequeños anteojos negros y debe ser por eso que le dicen el topo. Me ordena
conducir hasta la plaza más cercana, se acomoda en el asiento y se relaja. La
prueba es fácil pero es muy importante superarla y por eso estoy nervioso. Si
no hago las cosas bien no entro, y si no entro no hay plata. No hay otra razón
para entrar. Matar un perro a palazos en el puerto de Buenos Aires es la prueba
para saber si uno es capaz de hacer algo peor. Ellos dicen: algo peor, y miran
hacia otro lado, como si nosotros, la gente que todavía no entró, no supiéramos
que peor es matar a una persona, golpear a una persona hasta matarla.
Samanta
Schweblin
5. El mar
El primer recuerdo es molesto: el escozor de la sal en las heridas de infancia.
Primero te sacude, después te anestesia y el cuerpo queda como curado y
limpio. Me caía mucho, me raspaba y encontraba gran placer en sacarme la
costra seca de la herida. Mis rodillas son un mapa de cicatrices microscópicas.
Entonces había una casa pequeña: paredes de madera húmeda, techo de chapa
y piso de arena. Íbamos los domingos, los caseros sacaban las hamacas, un
balde de ostras frescas —lo mismo que comían los cerdos para esa época —y
cocinaban el pescado. Los adultos se echaban a dormir y a los niños nos
mandaban al mar. Jugábamos a pasar largos ratos bajo el agua con los ojos
abiertos, irritados y curiosos: peces de colores, corales, aguamalas, algas verdes
atravesadas por puñales de luz que caían implacables desde la superficie. Era el
cine 3D que todavía no existía. Nunca aprendí a nadar, pero siempre tuve la
sensación de que jamás me ahogaría.
Margarita
García Robayo
6. Las nieves del Kilimanjaro
—Lo más asombroso es que no duele —dijo el hombre —. Así es
como sabes que empieza.
—¿De verdad que no duele?
—En absoluto. Aunque lo siento muchísimo por el olor. Debe de
molestarte.
—¡Por favor, no digas eso!
—Míralos —dijo él —. ¿Ahora es la visión o el olor lo que los
atrae?
El catre del hombre se hallaba en la amplia sombra de una mimosa, y él
miraba en dirección a la deslumbrante luz de la pradera, más allá de la
sombra, donde se habían posado obscenamente tres grandes pajarracos,
mientras en el cielo volaban una docena más proyectando al pasar
sombras que se movían rápidamente.
Ernest
Hemingway
8. Elección del
narrador
Punto de vista
Elección y/u omisión.
Tipos de narradores
Narrador-Protagonista. Narrador-Testigo.
Narrador-omnisciente. Narrador-cuasi
omnisciente.
Tono
Las palabras y su armonía.
10. El cuento de la criada
(Fragmento)
Una silla, una mesa, una lámpara. Arriba, en el techo blanco, una moldura en forma de guirnalda, y en
el centro de ésta, un espacio en blanco tapado con yeso, como el hueco que quedaría en un rostro después de
arrancarle un ojo. Alguna vez debió de haber allí una araña. Pero han quitado todos los objetos a los que sea posible
atar una cuerda.
Una ventana, dos cortinas blancas. Bajo la ventana, un asiento con un cojín pequeño. Cuando la ventana se abre
parcialmente —sólo se abre parcialmente— el aire entra y mueve las cortinas. Puedo sentarme en la silla, o en el
asiento de la ventana, con las manos cruzadas, y dedicarme a contemplar. La luz del sol también entra por la ventana y
se proyecta sobre el suelo de listones de madera estrechos, muy encerados. Huelo a cera.
Margaret
Atwood
11. ¿Es usted médico?
Echó a andar con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo. Cuando llegó a casa, el teléfono
estaba sonado. Se quedó muy quieto en medio de la sala, con la llave entre los dedos, hasta que el timbre cesó.
Luego, con delicadeza, se puso la mano en el pecho y sintió, bajo la ropa, los fuertes latidos de su corazón. Al rato
fue hasta su dormitorio y entró.
Raymond
Carver
13. Un día perfecto para el pez plátano
En el hotel había noventa y siete agentes de publicidad neoyorquinos. Como monopolizaban
las líneas telefónicas de larga distancia, la chica del 507 tuvo que esperar su llamada desde el mediodía hasta las
dos y media de la tarde. Pero no perdió el tiempo. En una revista femenina leyó un artículo titulado “El sexo es
divertido o infernal”. Lavó su peine y su cepillo. Quitó una mancha de la falda de su traje beige. Corrió un poco el
botón de la blusa de Saks. Se arrancó los dos pelos que acababan de salirle en el lunar. Cuando, por fin, la
operadora llamó, estaba sentada en el alféizar de la ventana y casi había terminado de pintarse las uñas de la
mano izquierda.
J. D.
SALINGER