5. Sinopsis:
Elisa Hamilton es una chica normal, que lleva una vida normal, en
una familia normal con una madre normal, la cual en su cumpleaños Nº 16
le entrega un regalo que de normal no tiene absolutamente nada.
Desde entonces, Elisa comienza a descubrir un mundo en el que la
magia ya no existe solo en los cuentos de hadas y conseguir el poder es lo
único que importa. Debe enfrentar sola una vida llena de peligros y
misterios, hasta que aparece el extraño y atractivo Sebastián Storn que la
salva de su atacante y debe mantenerla oculta de los seres que están
dispuesto a hacer cualquier cosa por conseguir el regalo que le dio su
madre: el medallón del mago.
Una historia llena de magia, romance y sobretodo acción que te
atrapará y te contagiará los deseos infinitos de obtener el poder del
medallón o en definitiva huir junto a Elisa o Sebastián.
6.
7. Agradecimientos
Primero que nada, quiero agradecer a Dios por permitirme
escribir este libro.
A mis padres por su apoyo incondicional.
A mis amigos y familia que siempre han estado allí,
ayudándome en lo que necesito.
A mi editora Venome Celeste, gracias por creer en mí y darme
una mano cuando más lo necesitaba.
Sin ti, todo sería un desastre.
A mis primeros lectores y amigos en facebook, Josselyne
Guerrero, José Roberto Pastor, Samantha Conde C, María Mansilla,
Mauricio Suarez, Bianca Ivonne R. Chávez Navarro, Santi
Villanueva, Manuela Pico Yepes, Natalia Villanueva, muchas gracias
les debo mucho.
A Said Hernández, por permitirme realizar mi sueño.
Y a todas las personas que leyeron este libro por internet.
A todos muchas gracias.
8.
9. Prólogo
FIESTAS FEROCES
«Vivimos en diferentes mundos, pero eso no impidió que nos enamoráramos.
Nuestras vidas están predestinadas a encontrarse...»
Si había algo en el mundo, que agradara y detestara Margaret Stott,
de manera extraña y contradictoria era, sin duda, la espesa neblina de
Londres a la media noche.
—¿Lucinda, has encontrado ya el lugar? —preguntó a la burbuja de
neblina que se acumulaba frente a ella, la misma, que se hinchaba y
comenzaba a tomar forma humana mientras contestaba:
—Aún quisiera comprobarlo Lady Stott —contestó la joven aprendiz.
A Margaret comenzaba a molestarle aquella chiquilla rubia que
intentaba aprender. Ya estaba lo bastante crecidita como para estar detrás
de alguien más, aunque no podía culparla; ser la aprendiz de una de las
mejores brujas de la historia le daba cierto status entre la comunidad
mágica.
Pero era torpe, demasiado. Mientras Lucinda se intentaba deshacer
del humo mágico que la rodeaba no dejo de dar saltos sobre un solo pie, se
mantenía, al menos en los primeros segundos ya que después de seis torpes
saltos lo evidente sucedió y la dejo cargando barro nauseabundo en cada
uno de los pliegues de su vestido celeste.
—¿Por qué no aprendes de una vez a tener más cuidado? Niña tonta.
Lucinda debería permanecer callada y escuchar, pero no pudo
contener las palabras que huyeron de sus labios:
—¡Para eso estoy aquí! Para aprender… y eso intento.
Eso fue patético. Margaret lanzó una maldición y dio una bofetada al
aire con la intención de que su aprendiz desapareciera de su vista.
10. —Me limpiaré el lodo e iré a preguntar una última vez con Lorenna
en HighGate —anunció Lucinda y se fue arrancando la porquería que se
había quedado entre su pelo.
—Apresúrate… —susurró Margaret y la observó alejarse hasta que
su silueta se mezcló con la bruma, y cuando ya no pudo verla más musitó:
—Como me vino a tocar una tan torpe, si lo hubiera sabido antes la
habría terminado ahí mismo donde la encontré.
Suspiró resignada y dejo caer los brazos a los costados antes de
seguir a Lucinda, sin darse cuenta de que ya no estaba sola y de que los
muertos también podían escucharla.
***
Joseph tenía miedo.
Intento dormir en su ruidosa cama de latón pero el colchón era
extrañamente incómodo, como si estuviera lleno de clavos. Por supuesto,
no era así. Dentro de la funda de lona solo estaba escondido el botín que
había conseguido a cambio de un viejo cofre sellado que había encontrado
entre las grutas acuáticas de Venecia. No entendía porque aquel hombre
había insistido tanto en conseguir el apestoso cofre, sin la llave solo era un
bonito y oloroso adorno, pero en fin. Seis cuerpos de mortales sin ser
bañados por la iglesia y previamente desmembrados fue el precio acordado,
quizás se hubiera atrevido a pedir un cuerpo más, pero estaba contento y no
quería forzarlo.
Pasaría la navidad con el estómago repleto.
Y sin embargo algo parecía estar mal, lo presintió cuando su
dormitorio se quedó helado. La estufa del rincón aún tenía carbón y su
fulgor era igual de dorado que siempre. Pero pasaba algo.
Lo entendió, justo antes de que la puerta estallara y el fuego azul de
los fantasmas comenzaran a quemarle la piel. Las llamas de las almas
perdidas no eran cálidas, al contrario, congelaban su cuerpo hasta el
interior.
La cosa le iba mal, empezó a perder la sensibilidad de su cuerpo
mientras que con desesperación golpeaba los cajones de su cómoda
buscando la botella de cenizas que guardaba para un tipo de emergencia
similar. Perdió la pierna, y justo mientras se precipitaba a caer cogió la
botella y la trajo consigo al suelo donde la dejo romperse contra el suelo,
11. incapaz de siquiera abrirla. Joseph comenzó a ver oscuridad en el borde de
su mirada y en el centro observo la muerte de las almas fantasmales en
manos de las libélulas de ceniza.
—¿Cómo te sientes Caleemhirenot?
Esa voz.
—He tenido fiestas más feroces —contestó el hombre, aún en el
suelo e incapaz de ver por completo a la mujer que lo estudiaba desde el
umbral de la puerta de su habitación.
—Te creo —su voz era siempre igual, no importaba el cuerpo que
Caleemhirenot tomara, ella siempre… —Pensé que con la recompensa que
obtuviste por el medallón tendrías un lugar más… agradable, pero mira esta
pocilga. En serio, deberías limpiar más seguido.
—¿Por qué has venido Margaret? —la pelirroja sonrió, empezaba a
creer que no la reconocería mientras estaba a punto de perder la vista.
—Necesito información y tú tienes que dármela.
Joseph se rió, incluso en el suelo era capaz de omitir la amenaza en la
voz de la bruja.
—¿Qué clase de información?
— ¿Te parece gracioso? Estoy buscando el medallón imbécil, el que
vendiste.
Joseph la escuchó, pero no entendió de lo que estaba hablando.
—No sé…. —comenzó a decir, pero no pudo terminar la frase.
Margaret Stott estaba utilizando magia en él, lo hacía sentir ligero,
hueco. Lo hizo levitar y apenas Joseph cerró los ojos, un espasmo le
recorrió el cuerpo al impactar sobre los muebles.
El dolor llegó en menos de un segundo junto con la lluvia de astillas
de madera. Margaret rió por lo bajo y volvió a utilizar sus poderes, esta vez
para hacerlo destruir su cama. El cuerpo de Caleemhirenot salió volando e
impacto con tal fuerza contra el colchón que el contenido se resbalo por el
suelo de la habitación.
A la bruja le vino una arcada, sabía que los Gone eran criaturas
repugnantes, pero eso llegaba a un extremo casi perturbador.
—¿Dónde está el medallón? —preguntó.
—No sé de qué hablas.
Y esas fueron sus últimas palabras. Margaret Stott le obligó a cerrar
la boca con un chasquido y el hombre atrapó entre sus dientes su oscura y
bípeda lengua que terminó en el suelo a los pies de la bruja. Ella, cansada
12. de no ver resultados con su pequeño interrogatorio pensó en como
terminarlo. El Gone temblaba a sus pies, incapaz de hacer algo. Indefenso.
Lo tenía.
—Los fantasmas deben haberte dejado helado, ¿no? Permíteme
ayudarte a entrar en calor.
El brillo de la estufa incremento y los trozos de carbón ardiendo en
llamas comenzaron a danzar alrededor de Joseph, el calor hizo que el frío
disminuyera y el miedo aumentara. Vio con el filo de la mirada los restos
mutilados y la sangre obscura que se solidificaba con el calor.
—Dulces sueños —susurró Margaret y dejó caer las brasas sobre el
Gone, pero no se quedó para verlo.
La muerte de alguien mitad hombre y mitad demonio siempre le
regocijaba, pero ese Gone era el único de su especie que la hacía sentir
enferma –más de lo normal– Él no se merecía su presencia mientras se
desvanecía.
Salió del cuarto que comenzó a emitir ligeros hilos de humo y se fue.
Ahora tenía más trabajo por hacer, buscar el medallón era lo principal, lo
único que importaba.
Lo necesitaba y se aseguraría de que fuera suyo.