Jorge siempre quiso ser mago. Cuando cumplió 11 años, sus padres lo dejaron ir con el mago Colás para aprender magia. Colás puso a Jorge a prueba ordenándole limpiar la desordenada cocina usando el encantamiento "Flaster", pero Jorge no pudo hacerlo. Aun así, Jorge limpió la cocina durante la noche sin magia para demostrar su dedicación. Colás admitió que solo quería probar la determinación de Jorge, y aceptó a Jorge como aprendiz luego de que este reconociera haber limpiado la cocina
Mapa Mental de estrategias de articulación de las areas curriculares.pdf
El aprendiz de mago
1. EL APRENDIZ DE MAGO
Desde que era muy, muy, muy pequeño Jorge deseaba ser mago. La primera
palabra compleja que aprendió a decir fue “Abracadabra”, y con cualquier trapo de
la casa se fabricaba una capa. De modo que, cuando cumplió once años, sus padres
decidieron hacer realidad sus sueños y le dejaron partir en busca del mago Colás.
El viaje fue muy incómodo, lento y tedioso; y pasó mucho frío en un carro tirado por
mulas. Pero nada más llegar al castillo del mago se le olvidaron las penurias que
había pasado y, deslumbrado, recorrió todas las dependencias siguiéndole.
Las paredes de las habitaciones estaban cubiertas de estanterías repletas de libros
de magia.
Jorge estaba deseando empezar con sus clases y así se lo dijo al mago Colás:
- Yo sólo quiero ser mago.
El anciano, sin contestar, se acarició la larguísima barba blanca y sonrió.
- Quiero empezar con las clases – insistió Jorge.
- Lo comprendo – contestó el mago Colás después de una larga pausa – Pero
todavía no sé si vas a ser alumno mío. Es algo que debo pensar detenidamente.
- ¿Cómo? – se enfadó Jorge – ¡He hecho un viaje larguísimo!
- Así es – corroboró el mago sin inmutarse.
Y con la mano le indicó un largo pasillo.
Al final del recorrido entraron en la cocina más desordenada que Jorge había visto
nunca.
Los platos con verduras y frutas contenían también piedras, uñas de dragón, hierbas
y hongos; y un montón de cosas más que Jorge no identificaba, como tarros de
cristal con extraños brebajes, pergaminos antiguos con lazos de terciopelo, una
marmita burbujeante y huevos de diferentes tamaños y colores, alguno casi tan
grande como su cabeza…, y el caos reinaba también sobre sartenes y cacerolas.
- Mira – dijo el mago con voz profunda – “Flaster cuchara blendarium burdas”.
Y, al momento de pronunciar esa frase extraña, una cuchara pareció tomar vida y
voló por encima de la cabeza de Jorge hasta un cajón abierto para guardarse en él
y cerrarse cuidadosamente.
- ¿Te das cuenta? – le preguntó el mago.
2. Pero Jorge estaba tan sorprendido que no podía contestar.
- “Flaster sartén blendarium burdas” – ordenó de nuevo señalando una pila de
cacharros.
También la sartén se elevó y encontró su lugar exacto en una estantería. Y así, uno
tras otro, todos los cachivaches que estaban en la encimera de piedra.
- Ésta es la prueba que voy a hacerte – dijo por fin el mago Colás cuando se
cansó de mover cosas – Si eres capaz de utilizar este famoso encantamiento, más
conocido como “Flaster”… ¡serás alumno mío!
- Pero yo todavía no sé usar esas palabras tan raras – protestó Jorge.
- No te asustes, es muy fácil. Además – añadió contrariado – el que no sabe
usar el conjuro “Flaster” a la primera… no merece ser mago.
Y al terminar la frase se dio la vuelta, cogió una varita, y se la entregó al niño.
- Toma, con esto te resultará más fácil.
Acto y seguido salió de la habitación dejando al niño desconcertado.
Jorge miró la varita, la sacudió un par de veces, e intentó imitar al mago diciendo:
“¡Flaster!”. Creía que si lo decía muy alto sería más rápido el efecto.
Nada ocurrió. Las cosas no se movían.
Una y otra vez intentó hacer levitar los objetos. Al principio apuntaba hacia aquellos
más grandes, pero, poco a poco, se concentró en lápices, trapos, y todo tipo de
menudencias, también sin éxito.
En el desorden encontró un tarro con plumas de colores. Eligió una de color azul y
la puso sobre la mesa.
- “Flaster pluma blendarium burdas” – intentó por última vez antes de rendirse.
Pero la pluma, y la gravedad, estaban muy tozudas aquella noche y no se desplazó
ni un milímetro.
Jorge se dio por vencido y, mientras depositaba la varita sobre la mesa, vio cómo
entraba de nuevo el mago Colás.
- No le des mucha importancia – dijo con paciencia el mago al darse cuenta
de su fracaso – No a todo el mundo le sale a la primera. Ni todos servimos para
magos. Pero no te desanimes. Si sirves para esto… los objetos terminarán
obedeciendo. Ahora ya es muy tarde y debes dormir. Si cuando nos levantemos
mañana las cosas están en su sitio… querrá decir que puedes ser alumno mío. Si
no… sintiéndolo mucho te mandaré de nuevo con tus padres. ¡Yo no puedo perder
3. el tiempo! Pero no te pongas triste – añadió intentando alegrarle la cara de nuevo –
si tienes que volver a casa… te mandaré en un caballo volador.
Una vez terminado el sermón, el mago le acompañó hasta un dormitorio alejado y
pobre y le dio las buenas noches sin más contemplaciones.
- Te dejé un poco de pan y queso en esa mesa – dijo escuetamente.
Y Jorge se quedó añorando su casa y las sopas calentitas que hacía su madre o los
besos con los que su padre le enviaba a la cama.
- ¿Y si mañana las cosas no se han movido? – se preguntó – Siempre he
querido ser mago. Si no lo consigo… – dudó –Pero… ¡es mi oportunidad! Nada me
desviará de ese objetivo. ¿Qué el mago es un poco antipático? ¡No importa! Yo
conseguiré que me coja cariño. ¿Qué mi habitación es fea? Ya le convenceré para
que me cambie de cuarto. Y si las cosas no se mueven a la primera… ¡las moveré
yo!
Con esos pensamientos tan decididos, tomo un poco de pan y queso para reponer
fuerzas, y salió sigilosamente hasta la cocina. Estaba dispuesto a poner orden en la
habitación, aunque le llevara toda la noche.
Y así lo hizo. Intentó usar la varita un par de veces y, tras comprobar que el
encantamiento se le seguía resistiendo, la dejó de nuevo en el tarro de las plumas,
se arremangó y empezó a fregar y recoger todas las cosas.
Unas cuantas horas después la habitación relucía impecable y Jorge, orgulloso, se
fue a dormir.
Por la mañana, muy temprano, el mago entró a despertarle muy ufano:
- ¡Vaya! – le dijo – ¡que calladito te lo tenías! No sólo has usado muy bien el
conjuro “Flaster”… ¡sino que también has usado el “Cluster” para limpiarlo todo!
¡Quiero ver cómo lo haces! ¡Demuéstramelo chaval! – le animó – ¡Quiero verte
hacerlo!
Jorge comprendió que no podría engañar al mago eternamente y que se había
metido en un buen lío. Estaba a punto de echarse a llorar.
Se levantó de la cama.
- Le he mentido, señor – reconoció – No conseguí que se moviera nada. Lo
hice todo yo: fregué, recogí, coloqué… tardé mucho. Comprendo que debo irme a
mi casa, pero… lo siento mucho… porque siempre quise ser mago. ¡No hay nada
que desee más!
La cara del mago no demostraba sorpresa. Ni se inmutó.
4. - Ya lo sabía – reconoció el mago – A ver si te crees que el primero que llega
puede mover las cosas de aquí para allá como si fuese el Dueño de los Vientos. Era
una prueba. Quería comprobar cuantas ganas tenías de ser mago y qué serías
capaz de hacer para conseguirlo. Nada se consigue sin esfuerzo. Pretendía saber
cuánto estarías dispuesto a sacrificarte para conseguir tu sueño: te di a propósito la
tarea más difícil, el peor cuarto y la cena más pobre. Ahora sé que eres capaz de
trabajar para conseguir lo que deseas… y ese es el primer ingrediente de cualquier
encantamiento: el esfuerzo. Vamos – añadió – tenemos mucho que trabajar… ¡y
aprender!
Jorge desayunó con los dulces más ricos que había probado nunca. Los mandaba
traer el mago Colás desde Los Confines de las Brujas. Encontró su nueva y
maravillosa habitación y aprendió un par de trucos fáciles.
Esa misma noche el mago le propuso invitar a sus padres y meses más tarde todos
terminaron viviendo en el castillo. Como el mago le explicó… aprender era cuestión
de trabajo y esfuerzo. Tardaría en convertirse en un buen mago y Jorge no debía
estar tanto tiempo apartado de las personas a las que quería.
Pero él ya había aprendido la lección más importante: “Que casi todo lo que se
persigue con constancia y esfuerzo… se consigue”.
Seguro que no os hace falta que os diga que fue un mago…. “fantástico”