La nausea, novela escrita por Jean Paul Sartre en 1931, nos narra la historia de Antoine Roquentin, un hombre que encuentra el sentimiento del tedio al encontrarse con las cosas y con otras personas, una sensación desagradable que se genera al darse cuenta que todo lo que nos rodea, incluso nosotros mismos, somos nada.
La náusea como captación no posicional de la propia existencia
1. La náusea como captación no-posicional de la propia existencia
JAIRO ALBERTO CARDONA REYES
La náusea,novelaescritaporJeanPaul Sartre en1931, nos narra la historiade Antoine Roquentin,
un hombre que encuentra el sentimiento del tedio al encontrarse con las cosas y con otras
personas,unasensación desagradable que se genera al darse cuenta que todo lo que nos rodea,
incluso nosotros mismos, somos nada. Todo es un intolerable vacío y la vida es un absurdo, un
sinsentido. Todo lo que lo rodea: personas, sentimientos, recuerdos, cada lugar donde se
encuentra y la ciudad misma le producen una repulsión en ocasiones insoportable.
Antoine describecuidadosamente los pormenores de su trabajo, los recorridos por la ciudad, sus
preocupaciones,alegríasymiedos,al igual que todasaquellasideasque surcanpor su mente. Nos
detalla los encuentros con otras personas y con las cosas, y el sentimiento que cada uno de sus
encuentrosproducensuinterior:lanáusea.Esasí que el protagonistadescribe su existencia como
una existenciaque se despliegaenel vacío,enmediodel tedio, de interminables soliloquios y de
preguntassinrespuesta.Antoine vivíacomoun extrañoenmediodel mundo,aisladode laagente,
dependiendo de los demás sólo en la medida que eran necesarios para suplir sus necesidades.
De estamanera,Sartre trata de explicarnosenforma indirecta la sensación de una vida vacía que
se encuentra con ese sentimiento del tedio y que se pregunta por el sentido de la existencia.
Sartre trata de destruir con su relato la idea de que existe una necesidad exterior al ser humano
que define estrictamente el ordeny la estabilidad de las cosas o, dicho de otra manera, un orden
objetivodel mundo.Notenemosunaesenciadefinitivade lacual debanderivarse losvínculosque
tenemos con el mundo, ni la sociedad, ni una divinidad pueden definir aquello que somos. Para
Antoine,lavidanoencuentraunafundamentacióny nada de lo que lo rodea, ni el conocimiento,
ni la amistad ni el sexo le dicen quién es él; la verdadera respuesta sólo puede venir, no en la
medida en que evita el sentimiento de la náusea, sino en la medida de que se apropia de él y lo
descubre, más allá de cualquier incomodidad o repulsión que pueda producirle.
2. Pero ¿qué es la náusea? Se trata de la experiencia de lo gratuito, de lo injustificado de la
existencia.Enese sentido,la existencia no puede ser entendida como algo definido y necesario,
sino como el simple hecho de estar ahí en el mundo, en libertad. Pero dicha experiencia es tan
radical y tan limítrofe que nossitúamásalláde cualquierexplicación, más allá de cualquier lógica
conocida,escomo estaral borde de un abismo, y es por esto que la náusea se presenta al darnos
cuenta de que nada puede explicar ni condicionar la existencia. En otras palabras, “Lo que vive
Roquentin es lo que él mismo interpreta como “experiencia de la contingencia”, esto es, como
experienciade unmundoque yano puede serexplicado desde una racionalidad existente per se
enél,o como configuraciónde un orden diseñado por un Dios, sino como pura gratuidad de algo
dado, como inexplicable y absurdo devenir de lo que aparece”[1].
Antoine Roquentin y sus ataques de náusea
El protagonistade La náusea,Antoine Roquentin, comprende su propia vida como nauseabunda,
esdecirinjustificadaysinpropósito,enotraspalabras,libre;yesoeslo que le preocupa, lo que lo
llena de preguntas y lo que no lo deja dormir en las noches, porque ¿qué puede ser más
angustiante que saberse libre? Ser libre implica la indeterminación de un futuro que no puede
depender sino de sus propias acciones y ellas, solamente ellas, son las únicas que pueden
definirlo. Antoine descubre que con los objetos sucede algo similar, que existen (de una forma
diferente a la que él lo hace) en masas monstruosas, desnudas e indeterminadas.
Para el protagonista lo importante es que de alguna manera sabe que existe y que entre su
existencia y la existencia de las cosas hay una continuidad, de tal modo que si pusiera la mano
sobre un árbol, una silla o una mosca; e incluso de alguna manera sobre una persona, podría
seguir contemplando una proyección de su propia existencia en eso otro que lo encuentra. En
palabras de Sartre:
3. Tengo la boca llena de agua espumosa. La trago, se desliza por mi garganta, me acaricia y renace
en mi boca. Hay permanentemente en mi boca un charquito de agua blancuzca-discreta que me
roza la lengua. Y ese charco también soy yo”. Pero agrega: “Donde quiera que pongo mi mano
continuará existiendo y yo continuaré sintiendo que existe; no puedo suprimirla ni suprimir el
resto de mi cuerpo, el calor húmedo que ensucia mi camisa, ni toda esta grasa cálida que gira
perezosamente comosi larevolvieranconlacuchara, ni todas las sensaciones que se pasean aquí
dentro,que vany vienen,subendesde mi costadohastalaaxila,obienvegetandulcemente, de la
mañana a la noche, en su rincón habitual.[2]
Náusea que me causa la presencia del otro
A lolargo de la novelala náusea,enmuchas ocasiones podemos ver cómo el señor Roquentin, al
encontrarse con otras personas, muestra una doble conversación en la que en un primer plano
aparenta estar interesado y participa amablemente del diálogo; mientras que en un segundo
plano describe, para sí mismo, minuciosamente la persona con quien habla, generalmente
resaltandosus defectos y la medida en que su obligación de estar relacionado con la persona en
cuestiónle causauna sensaciónde náusea,máspronunciadade lonormal enalgunoscasos.Cierto
día, por ejemplo, se encontraba Roquentin conversando con el Autodidacto y ante una de sus
intervenciones para él poco interesantes, donde habla sobre el gran amor que le tiene a los
hombres, medita:
Me callo,sonrío con aire forzado[…] Recorro lasala con lavistay me invade unprofundodisgusto.
¿Qué hago aquí? ¿Porqué me he metidoadiscurrirsobre el humanismo? ¿Por qué están ahí esas
gentes? ¿Por qué comen? Verdad que ellos no saben que existen. Me dan ganas de marcharme,
de irme a cualquierparte donde estuviera realmente en mi lugar, donde me encerraría… Pero mi
lugar no se halla en ninguna parte: estoy de más[3].
El Autodidacto insiste, sin conocer siquiera aquella sensación de repudio que Roquentin estaba
sintiendohaciaél sindecirlo,“Enel fondo usted los ama, señor, usted los ama como yo”[4]. Ante
esto,el protagonistasiente que noaguantaytiene unode susacostumbrados ataques de náusea:
Ya no puedohablar,doblolacabeza.El rostro del Autodidactoestá pegado al mío. Sonríe con aire
fatuo,muycerca de mi cara, comoen laspesadillas.Masticopenosamente untrozode panque no
me decido a tragar. Los hombres. Hay que amar a los hombres. Los hombres son admirables.
Tengo ganas de vomitar, y de pronto ahí está: la Náusea. Una linda crisis: me sacude de arriba
abajo.Hace una hora que laveía venir,sóloque no quería confesármelo. Este gusto a queso en la
boca… El Autodidacto charla y su voz zumba en mis oídos. Pero ya no sé de qué habla. Apruebo
maquinalmente con la cabeza[5].
En ambas citaspodemosdarnoscuentade cómo el protagonistapuede objetivizaren cierto modo
al Autodidacto,comounelementomásenlaorganizaciónde su mundo de significados: teniendo
consciencia(de) Autodidacto,Roquentinlogradarle unaexistenciaparaél,aquelloque él significa
4. ensu mundo,locual a la vezloayuda a aislarse comoaquel significadorque organizael sentidode
lo que existe y a revelar esa continuidad no evidente: yo-otro.
Náusea que me causa la presencia de las cosas
Roquentin tiene conciencia del mundo que lo rodea, interpreta y da significado a todo lo que
encuentra, a todo lo que se encuentra en contacto con su cuerpo como una continuidad: la
texturade un papel mojado,el cuchilloque utilizaparacortar el pan, lapiedraque lanzaal agua,el
árbol en el que se recuesta,el prado, las calles, los autos, los edificios y en general, todo aquello
que lorodea hace parte de su mundo, de su interpretación, de lo que él mismo es. Si pensamos,
por ejemplo,enlaocasióndonde el protagonistatomauna piedra y trata de lanzarla al agua, éste
no puede contenerse y huye ante la sensación de náusea que le produce dicha “continuidad”
mano-piedra, como nos lo narra Sartre:
El sábado los chicos jugaban a las tagüitas y yo quise tirar, como ellos, un guijarro al agua. En ese
momento me detuve, dejé caer el guijarro y me fui. Debí de parecer chiflado, probablemente,
pueslos chicos se rieron a mis espaldas. Esto en cuanto a lo exterior. Lo que sucedió en mí no ha
dejadohuellas.Habíaalgoque vi y que me disgustó,peroyano sé si mirabael mar o la piedrecita.
La piedraerachata, secade unlado,húmeday fangosadel otro.Yo la teníapor losbordes, con los
dedos muy separados para no ensuciarme[6].
Y es precisamente esa continuidad mano-piedra o mano-cosa la que le da existencia a la piedra,
una existencia que se prolonga a través de su mano y que la hace existir, que la diferencia de la
masa amorfa de lo común, del “en-sí” en que se encontraba. Roquentin reflexionaba sobre esa
sensación: “era una especie de repugnancia dulzona. ¡Qué desagradable era! Y procedía del
guijarro,estoyseguro;pasabadel guijarro a mis manos. Sí, es eso, es eso; una especie de náusea
enlas manos”[7].Y concluye: “Desde el famoso día en que quise jugar a las tagüitas. Iba a arrojar
aquel guijarro, lo miré y entonces empezó todo: sentí que el guijarro existía”[8].
5. Es en ese sentido, en tanto que ya considera que los objetos que entran en contacto con él han
adquiridoalgúntipode existencia,que cree que estánvivosyque lo tocan, y eso es inaguantable.
A vecesle parece que aquellosobjetos a los que le ha dado existencia le roban su libertad de ser
enel mundo,ya no soncosas útilessinmás,si noobjetos que existen y que lo encuentran. Es por
esto que a veces se pregunta dónde termina él y donde comienzan las cosas. En palabras de
Roquentin: “Ya no soy libre, ya no puedo hacer lo que quiero. Los objetos no
deberíantocar, puestoque noviven.Unolosusa, los pone en su sitio, vive entre ellos; son útiles,
nada más.Y a mí me tocan; esinsoportable.Tengomiedo de entrar en contacto con ellos como si
fueran animales vivos”.[9] Y complementa: “¿para qué tocar algo? Los objetos no están para
tocarlos.Es muchomejordeslizarse entre ellosevitándolosenloposible.A vecestomamosunoen
la mano y nos vemos obligados a soltarlo cuanto antes”.[10]
Finalmente, podemos decir que esa náusea que Roquentin sentía ante la presencia de las cosas,
terminórevelándole esasexistencias particulares, y solamente así podría darse esa comprensión
existencial del mundo, ya que, a pesar de que la existencia de cada cosa está ahí de forma
evidente ypalpable sólopodemoscomprenderlaexperimentándola. Sin dicha experiencia nos es
casi imposible responder a la que se cree la más sencilla de las preguntas: ¿Qué es la existencia?
En palabras de Sartre:
[…] de ordinario la existencia se oculta. Está ahí, alrededor de nosotros, en nosotros, ella es
nosotros, no es posible decir dos palabras sin hablar de ella y, finalmente, queda intocada. Hay
que convencerse de que,cuandocreíapensar en ella, no pensaba en nada, tenía la cabeza vacía o
más exactamente una palabra en la cabeza, la palabra “ser” O pensaba… ¿cómo decirlo?
Pensaba la pertenencia, me decía que el mar pertenecía a la clase de los objetos verdes o que el
verde formaba parte de las cualidades del mar. Aun mirando las cosas, estaba a cien leguas de
pensar que existían: se me presentaban como un decorado. […] Si me hubieran preguntado qué
era la existencia, habría respondido de buena fe que no era nada, exactamente una forma vacía
que se agrega a las cosas desde afuera, sin modificar su naturaleza. Y de golpe estaba allí, clara
como el día: la existencia se descubrió de improviso. Había perdido su apariencia inofensiva de
categoría abstracta; era lamateriamismade las cosas, aquella raíz estaba amasada en existencia.
O más bienlaraíz, las verjasdel jardín,el céspedralo,todose había desvanecido; la diversidad de
las cosas, su individualidad sólo eran una apariencia, un barniz. Ese barniz se había fundido,
quedabanmasasmonstruosas y blandas, en desorden, desnudas, con una desnudez espantosa y
obscena.[11]
En ese momentose encontróasí mismoya todolo que le rodeasumergidoenlacontingencia,en
la injustificación.Inconexoyseparado, cada ser huía a la relación con los otros. Roquentin estaba
de más, aunque nolosentía podía comprenderlo,eraalgoincómodoporque le daba miedo llegar
a sentirlo, es más, quería escapar ante esa posibilidad, así lo narra Sartre:
Soñabavagamente ensuprimirme,paradestruirporlomenosunade esas existencias superfinas.
Pero mi misma muerte habría estado de más. De más mi cadáver, mí sangre en esos guijarros,
entre esas plantas, en el fondo de ese jardín sonriente. Y la carne carcomida hubiera estado de
6. más enla tierraque la recibiese,mishuesos,al fin limpios, descortezados, aseados y netos como
dientes, todavía hubieran estado de más; yo estaba de más para toda la eternidad.[12]
En ese momento Roquentin, aunque se encontraba apesadumbrado por un sentimiento
incomprensible,había logrado su objetivo, no había comprendido todo, y reflexiona: “La Náusea
no me ha abandonadoy nocreo que me abandone tan pronto;peroya no lasoporto,ya no es una
enfermedad ni un acceso pasajero: soy yo”.[13]
Náusea del propio cuerpo
El protagonista de la náusea también reflexiona sobre su propio cuerpo, se pregunta cómo es
posible que tenga ciertos movimientos, en cierto modo semejantes a los de algunos animales,
Perodichosmovimientoslollevan a imaginar, por ejemplo, a su mano como algo independiente
de sí mismo, como un animal extraño, el cual se esmera por describir y por objetivizar, como un
aparejo más en su mundo. Esa náusea que le permite reflexionar e imaginar sobre su propio
cuerpo, también le permite tomar distancia de sí mismo, ver su mano como “algo” fuera de él y
darse cuentaque existe,ydesde ese momentonopuede eliminaré esasensación de que su mano
existe y, en últimas, de que el mismo existe. Analicemos la cita de Sartre:
Veomi mano que se extiendeenlamesa.Vive,soyyo.Se abre,losdedosse desplieganyapuntan.
Está apoyada en el dorso. Me muestra su vientre gordo. Parece un animal boca arriba. Los dedos
son las patas. Me divierto haciéndolos mover muy rápido, como las patas de un cangrejo que ha
caído de espaldas.El cangrejoestámuerto,laspatasse encogen,se doblan sobre el vientre de mi
mano. Veo las uñas, la única cosa mía que no vive. Y de nuevo. Mi mano se vuelve, se extiende
boca abajo, me ofrece ahora el dorso. Un dorso plateado, un poco brillante, como un pez si no
fuera por los pelos rojos en el nacimiento de las falanges. Siento mi mano. Yo soy esos dos
7. animalesque se agitanenel extremode misbrazos.Mi mano rasca una de sus patas con la uña de
otra pata; siento su peso sobre la mesa, que no es yo. Esta impresión de peso es larga, larga, no
terminanunca.Nohay razón para que termine.Al final esintolerable…Retirola mano, la meto en
el bolsillo.Perosientoenseguida,atravésde latela, el calor del muslo. De inmediato hago saltar
la mano del bolsillo; la dejo colgando contra el respaldo de la silla. Ahora siento su peso en el
extremo de mi brazo. Tira un poco, apenas, muellemente, suavemente; existe. No insisto;
dondequiera que la meta continuará existiendo y yo continuaré sintiendo que existe […].[14]
De estamanera,habiendocomprendidoAntoine Roquentinque su propio cuerpo existe y que de
formaimplícitaél mismoexiste también,se dacuenta de que es su propio pensamiento el que le
da la posibilidadde saberseunexistenteyque le esimposible dejar de pensar para olvidar lo que
ha descubierto:¿existoporquepienso?O¿piensoporqueexisto? un cuestionamiento del que no
puede escapar. En palabras de Sartre:
El cuerpo,unavezque ha empezado,vive solo.Perosoy yo quiencontinúa, quien desenvuelve el
pensamiento.Existo.Piensoque existo.¡Oh qué larga serpentina es esa sensación de existir! Y la
desenvuelvo muy despacito… ¡Si pudiera dejar de pensar! Intento, lo consigo: me parece que la
cabeza se me llena de humo… y vuelve a empezar: “Humo… no pensar… No quiero pensar. No
tengo que pensar que no quiero pensar. Porque es un pensamiento”. ¿Entonces no se acabará
nunca?[15]
Antoine finalmente concluye, después de una larga reflexión, que no puede separarse de su
pensamiento,que nopuede detenerloporqueesél mismo. Se da cuenta de que existe porque le
aterrorizasentirse existente.Ese tedioaexistir,esanáuseale permite tomar distancia y “sacarse”
a sí mismo de la nada para dar sentido su propia existencia. En otras palabras:
Yo soy mi pensamiento,poresonopuedodetenerme.Existoporque pienso…y no puedo dejar de
pensar.En este mismomomento —es atroz— si existo es porque me horroriza existir. Yo, yo me
saco de la nada a la que aspiro; el odio, el asco de existir son otras tantas maneras
de hacermeexistir, de hundirme en la existencia. Los pensamientos nacen a mis espaldas, como
un vértigo,lossientonacerdetrásde mi cabeza…si cedo se situarán aquí delante, entre mis ojos,
y sigocediendo,yel pensamiento crece, crece, y ahora, inmenso, me llena por entero y renueva
mi existencia[16].
La náusea se presenta, entonces, como un fenómeno cenestésico, una sensación que cada uno
posee de sucuerpoperoque nopuede serexplicada, ni comprobada por medio de los sentidos y
que siempre, siempre permanece. En otras palabras, es la sensación general de la propia
existencia ya que revela mi cuerpo a mi conciencia, y aunque tratemos de ignorarla o de
distraernos para no sentirla, la náusea siempre está ahí, latente, siempre regresa: la náusea soy
yo. Así nos lo dice Sartre:
En particular, cuando ningún dolor, ningún placer ni displacer preciso es «existido» por la
conciencia, el para-sí no deja de proyectarse allende una contingencia pura y, por así decirlo, no
cualificada.Laconcienciano cesa de «tener» un cuerpo. La afectividad cenestésica es, entonces,
8. pura captación no-posicional de una contingencia sin color, pura aprehensión de sí como
existencia de hecho. Esta captación perpetua por mi para-sí de un sabor insípido y sin distancia
que me acompaña hasta en mis esfuerzos por librarme de él, y que es mi sabor, es lo que hemos
descrito en otro lugar con el nombre de Náusea. Una náusea discreta e insuperable revela
perpetuamente mi cuerpoami conciencia: puede ocurrir que busquemos lo agradable o el dolor
físico para librarnos de la náusea, pero, desde el momento en que el dolor o el agrado son
existidos por la conciencia, ponen de manifiesto a su vez su facticidad y su contingencia, y se
develansobre el fondode náusea.Lejosde tener que comprender este término de náusea como
una metáfora tomada de nuestros malestares fisiológicos, es, muy al contrario, el fundamento
sobre el cual se producentodas las náuseas concretas y empíricas (náuseas ante la carne pútrida,
la sangre fresca, los excrementos, etc.) que nos conducen al vómito[17].
Conclusión
En algún momento de nuestras vidas nos hemos hecho estas preguntas: ¿qué es la existencia?
¿Por qué existo? Y las respondemos justificando todo por medio de un dios, de la sociedad o
basadosenaquelloque dicenporahí. Sinembargo,loque Sartre nos planteaen La náusea es que
la existencia,aunquese relacionaconel Ser noes equivalenteaéste,sinoque masbien se refiere
a esa experienciaíntimaque tenemosde nosotros mismos, es decir, esa sensación de que existo
es posible solamente a partir de la vivencia de la náusea de que no hay un ¿por qué? o un ¿para
qué? en la existencia: sentirme cansado de vivir; sentir una angustia profunda por algo
indeterminado; la necesidad de apartarme de los otros en ciertos momentos; todos esos
acontecimientosde lavidademuestranque experimento la náusea, al ponerme a distancia de mí
mismo me doy cuenta que existo y que puedo significar y dar sentido a mi mundo libremente, y
como una continuidad de esa existencia, también el otro y las cosas, existen.
9. Bibliografía
1. Carrasco Pirard,Eduardo.“Comentariosobre La Náusea de J.P. Sartre en el centenariode
su nacimiento”.Revistadefilosofía .Volumen61.2005.
2. Sartre,JeanPaul. La náusea.9ª edición.Época.México.1998.
Notas
[1] Carrasco Pirard,Eduardo.“Comentariosobre La Nausea de J.P. Sartre enel centenariode su
nacimiento”.Revistadefilosofía .Volumen61.2005. p. 65
[2] Sartre,JeanPaul. La náusea.9ªedición.Época.México.1998. p. 82
[3] Ibíd.p.101
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] Ibíd.p.1
[7] Ibíd.p.10
[8] Ibíd.102
[9] Ibíd.p.8
[10] Ibíd. p.101
[11] Ibíd. p.106
[12] Ibíd. p.107
[13] Ibíd.
[14] Ibíd. pp.81-82
[15] Ibíd. p.82
[16] Ibíd.
[17] Sartre,JeanPaul. El ser y la nada.Altaya.Barcelona.1993