1. Ultimátum de medianoche
Entró apresuradamente por el callejón que daba perpendicularmente a su casa, se
demoró cerca de cinco minutos en encontrar la llave, esa llave que ocuparía por ultima
vez para abrir el negro portón que mantenía su casa segura. Al encontrarla, con su mano
sudorosa intento colocarla en la cerradura, luego de unos intentos logró hacerlo a la
perfección. Con la mirada sollozante y desesperada recorrió su patio, se sentó en el
césped, el lugar al que siempre recurría cuando quería mirar las estrellas o simplemente
quería pensar, miró su reloj, quedaban solo algunos minutos para las doce, esas doce a
oscuras, que te nublan la vista, hora ya muy tarde en la cual se supone que todo
estudiante al igual que ella debería estar durmiendo.
En su mente los pensamientos se tornaban algo confusos, ¿Por qué quería hacerlo?, ¿Por
qué se sentía tan intimidada y atormentada por los demás?, ni ella lo sabia bien, solo
sabia que quería solucionar de una vez por todas aquello que le inspiraba tanta pena y
dolor. Sabía muy bien que sus padres no le comprenderían, por lo que encontraba una
perdida de tiempo contarles aquello que le acongojaba.
Miró el cielo por última vez, las estrellas parecían más alineadas que de costumbre, el
espesor de lo oscuro parecía hablarle, es mas, ella podía oírle. Con murmullos a lo lejos
oía:
-¡Detente!, ¡hay una salida, no seas cobarde!-
-¡Yo no soy cobarde!- Gritó Soledad a los cuatro vientos y luego aterrada decidió entrar
a su casa.
Entro sigilosamente, ni ella podía sentir sus pasos, por lo que pensaba que estaba
flotando entre los pasillos de su casa. No le importaba lo que dijeran sus padres, pues
siempre la habían regañado sin haber hecho nada, además nunca la tomaban en cuenta
en su “familia”, como solía darle alusión ella cuando conversaba con sus amigas,
haciendo comillas con los dedos, pues mas que familia encontraba que esos seres
extraños que vivían en su casa ni siquiera se conocían a si mismos, menos les importaría
por lo que pasaba aquella muchacha de ojos gigantes que mas que alegría aspiraban una
sonrisa utópica que nunca entregaba a nadie.
Al subir las escaleras, iba pensando en cada uno de los momentos que ella consideraba
feliz. Eran contados con los dedos de su mano, pues la mayoría del tiempo, cuando
quería pasar un momento agradable de una u otra forma se echaba todo a perder.
Recordaba su último cumpleaños, el número quince, en el cual su mejor amigo le había
obsequiado un cuadro hecho por él mismo, el cual constaba de infinitas líneas trazadas
en todas direcciones. Al principio soledad no entendía el significado que representaba el
cuadro, y quedó aun más confundida cuando su amigo Nicolás le dijo:
-Eres tú, te hice un retrato.-
Soledad miraba aquel pergamino de texturas deliciosas y no encontraba su rostro en
ninguna parte, por lo que le respondió.
-¿Cómo puede ser mi retrato si yo no aparezco en él?- Dijo soledad curiosa ante la
respuesta que le daría su amigo.
-Es simple- respondió satisfecho Nicolás- Que sea un retrato tuyo no quiere decir que
salga tu rostro en él, es como yo te interpreto a ti. Pero no quiero decirte como te
interpreto, tú algún día lo descubrirás…
Al recordar esto, Soledad se apresuró hasta llegar a su cuarto y por unos minutos se
detuvo ante el cuadro que tenia pegado en la muralla que daba a su tan preciado patio.
2. Recorrió con sus ojos cada línea, cada coloreada línea, y al fin creyó encontrar el
significado apropiado para aquel retrato que le habían pintado.
Pensó en lo tonta que había sido al no poderlo interpretar cuando estaba Nicolás a su
lado.
-Como no lo entendí antes, si es tan claro. Es un cuadro tan complejo, tan confuso con
miles de líneas que van hacia abajo y se entrelazan unas con otras provocando un caos
horrendo, la única que se dirige hacia arriba termina siendo arrasada por una que iba en
dirección opuesta y la persuade. ¡Soy yo!
Miró el cuadro una vez más, se sintió mas afligida que antes, tenía pena, y lloraba
desesperadamente tendida en su cama presionando su cara contra una almohada, como
solía hacerlo siempre cuando sentía necesidades irrefutables de llorar, lo cual hace ya un
tiempo venia ocurriendo diariamente.
Abrió su mochila, saco de ella esa sustancia que le había sido tan difícil de conseguir,
aquel túnel conductor de sueños infinitos, en los cuales todo sería felicidad y paz, y de
los cuales nadie quiere ni puede despertar nunca.
Lo miró y pensó por primera vez en sus padres, ni ella sabia porque, pero pensaba en
ellos. Y sentía pena, por nunca haber podido establecer una relación con ellos. Sabia en
el fondo de su corazón, que a pesar de nunca haber recibido ningún signo afectuoso de
ellos, igual los amaba.
Sacó de su velador un álbum de fotos que había hecho hace ya unos años atrás y
esparció las fotos encima de su cama mirando cada una con detenimiento.
Luego bajó en busca de un vaso con agua en donde disolvería la sustancia, lo llenó y
sintió como si todo anduviera mas lento, lograba ver cada fragmento de cada gota de
agua que llenaba de a poco ese vaso transparente pero gastado. Cerró la llave y subió
hasta su pieza.
Al entrar en su habitación sintió como si algo le presionara su pecho, una angustia
irremediablemente dolorosa, y en el lapso de unos segundos comenzó a recordar lo que
había pasado hoy en clases y lo cual la había llevado a determinar semejante destino,
ese ultimo hecho que terminó por colmarle la paciencia.
Había recibido un pequeño papel que contenía un mensaje que le había provocado un
mareo, tras insistentes molestias que recibía de sus compañeros, se sentía pasada a
llevar, maltratada física y sicológicamente y ahora eso, una amenaza de muerte, con
graves faltas de ortografía pero muy capaz de convertirse en realidad.
Vivía constantemente amenazada por sus compañeros. Ella no entendía porque el ser
inteligente era tan envidiado y mal visto por ellos.
Logró volver a la realidad en un abrir y cerrar de ojos, sentía como le caía el sudor por
la frente, desembocando en sus labios mordidos por el estrés.
Se sentía segura de lo que iba a hacer, lo cual le parecía extraño, pues nunca había sido
determinante en sus actos.
Ya no quería esperar más, comenzó a disolver aquel polvo en el vaso con agua, para
formar aquella mezcla mortal. Se cuestionaba porque pensaba tanto en su familia, ¿los
recordaría cuando ya su corazón no latiera más?, ¿ellos inconcientemente y sin saber lo
que se disponía a hacer, la detendrían?.
Nadie lo sabía, ni siquiera ella.
Esparció aún más las fotos alrededor de su cama, esas que había sacado de aquél
álbum.
Miles de recuerdos en cada foto, sonrisas, alegrías y penas, representaban su vida, sus
pensamientos, se representaba ella en esencia, ahí en aquellos pequeños cartones
coloridos y significantes.
Bebió del vaso, ya en su punto, luego de haber dejado decantar la mezcla.
3. Ni vaciló.
Y luego se recostó entre las fotos.
No tuvo miedo, no dudó en ningún momento.
Por fin podría comprender qué era lo que sentía la gente en esos momentos
en los que no se podía dar marcha atrás.
Comenzó a sentir que le faltaba el aire, se sentía acongojada,
quería detener aquel dolor.
De repente sus ojos se detuvieron en una foto, salía ella y sus padres, como una familia
feliz, ya ni lágrimas caían de sus ojos.
Amó a su familia como nunca, quería enmendar su error, quería intentar ser una hija
normal como cualquier otra, quería abrazar a su madre y decirle que de verdad si era
importante para ella aunque nunca se lo dijera, quería poder besar a su padre para poder
sentir su piel junto a la de ella, eran tantas las cosas que quería, pero que sin embargo no
podía hacer. Ya había tomado una decisión, entre lamentos y malestares, comprendió lo
entúpida que había sido, había finalizado, ella misma, su propio tiempo, sin haberlo
gastado en conocerse a si misma.
Estaba tristemente arrepentida, sintió que ya sabía lo que pensaba la gente antes de su
final. La gente se arrepentía.
Se sentía cobarde, por no haber sabido enfrentar el problema como una persona.
Ya no se sentía persona.
Ya ni siquiera se podía mover, quería gritar, y no podía, quería pedir ayuda, quería pedir
explicaciones a la vida que ella misma se había quitado.
Pero nada de estas cosas podía hacer.
No le quedó más remedio que aferrarse a la foto familiar con sus últimos y débiles
movimientos, la besó y en su reverso escribió con letras temblorosas: ¡perdón por no
haber aceptado lo que me tocó vivir. Los amo!
Y con un último pestañeo logró apretar con fuerza la foto a su pecho y durmió…
Durmió con ese pesar en su corazón, de no poder despertar al día siguiente.
Su madre golpeaba la puerta de su habitación con desesperación, pero ella ya no podía
abrirla.
El vaso cayó de sus manos quebrándose en mil pedazos, como su ser, tan frágil, joven y
con mucho que vivir aún.
Se apagaba su alma callada, y lo último que tuvo vida en esa habitación fue el reloj
mural que marcaba las doce en punto…
4. Dedicado a todas aquellas personas que buscan
escapar antes de enfrentarse a la vida…
siempre existe una solución para nuestros
problemas.
Carla Grandón Lepe